Cruzando las Cumbres Calchaquíes en Tucumán
Desde Parque Ischigualasto, recorrimos sólo unos pocos kilómetros hasta pasar a la provincia de La Rioja. Viajamos durante todo el día hasta el anochecer, cuando arribamos a la capital de la provincia. Como toda gran ciudad, ingresar fue bastante complicado, con mucho tránsito y movimiento en sus calles.
Llegamos a un Hostel, a pocas cuadras del centro, bastante cansados y con la idea de acostarnos pronto a dormir, pero nuestros planes cambiaron un poco, cuando un grupo de hombres que se alojaban también allí nos invitaron a comer un asado con ellos (un asado!!… pueden creerlo???). Cuando uno de aquellos tres personajes se me acercó con un vaso de fernet (una típica bebida alcohólica argentina) y me invitó a unirme a ellos, claramente supe que habíamos llegado al lugar correcto Así que aquella noche se nos extendió más de lo que planeábamos, pero terminamos con nuestros estómagos llenos y felices.
Plaza principal en La Rioja
Permanecimos algunos días en La Rioja, y luego retomamos viaje para pasar a Tucumán, la provincia vecina. Luego de dejar atrás la ciudad, de a poco nos fuimos internando nuevamente en la calma de la carretera, atravesando grandes campos verdes con sierras en el horizonte.
Al atardecer, comenzamos a buscar algún lugar paraarmar la carpa, y casualmente, luego de pasar un pequeño pueblito, vimos un cartel sobre la ruta que decía: ”campingÍndigo”. Asíque nos adentramos en el campo, por un ancho camino de tierra en mal estado hasta que llegamos a la sencilla entrada de una casa.
Inciertos, bajamos de la moto e ingresamos al camping. Allí conoceríamos al personaje más extravagante de todo el viaje. Ante nosotros se presentó Eber, un peculiar hombre que vivía en aquella casa junto a sus hijos y su esposa. Eber había construido con sus propias manos su hogar y en aquel inmenso terreno había levantado un pequeño refugio, en el cual albergaba a acampantes. Este hombre nos apabulló bastante, porque era de aquellas personas que no paran de hablar ni un segundo y no terminaba una idea, que ya comenzaba con otra. En solo 5 minutos nos contó sobre su vida de peluquero en Estados Unidos, opinó sobre política, nos contó la historia del camping, de su mujer, de su pelea con un extranjero y no sé cuántas cosas más que ya he olvidado.
Quedamos un poco desconcertados por la arrolladora presentación de Eber, pero decidimos quedarnos y pasar la noche. A pesar de que este hombreestaba un poquito loco, realmente había hecho un increíble trabajo con aquel refugio. Tenía una sala principal que era atravesada por un arroyito (así de bello como se oye), dondetambién había una cocina y una genial mesa de ping pong, en la que jugamos algunos intensos partidos con Martin. En un piso superior, estaban los dormitorios que disponían de camas y frazadas. Como la amante de las series policiacas que soy, realmente creía que Eber tenía algún tinte psicótico en su personalidad y que podría aparecer durante la noche y matarnos con sus tijeras de peluquero, pero dormimos bien! XD
Al día siguiente seguimos camino. Ya dentro de la provincia de Tucumán, la ruta nos fue llevando por entre grandes cerros cubiertos de vegetación, por entre los cuales cada tanto veíamos correr algunos arroyos de cristalina agua. Además de los ya conocidos guanacos, ahora algunos burros y asnos levantaban sus grandes orejas, al costado del camino cuando pasábamos cerca de ellos. Nos encaminamos hacia las cumbres calchaquíes, que debíamos pasar para llegar hasta la localidad de Tafí del Valle, en Tucumán.
Ya era tarde cuando comenzamos a ascender por entre las cumbres. El camino sinuoso bordeaba grandes cerros y allí vimos por primera vez los cardones. Decenas y decenas de cardones, por donde mirara, se elevaban con sus brazos hacia el cielo y sus amenazadoras espinas.
No nos faltaba mucho para llegar al punto más alto del trayecto, cuando Martin decidió parar en un llano y acampar allí para pasar la noche. Faltaba tan poco para llegar a Tafí del Valle y en esa altura corría un viento tan frío, que para ser sincera la idea me pareció horrible y me puse de muy mal humor. Pero entonces supe que en realidad aquella había sido una parada de emergencia: oportunamente el cable del embrague de la moto había comenzado a cortarse y sólo “pendía de un hilo”, debíamos detenernos antes de que se soltara del todo y a la mañana siguiente, con luz, Martin le haría un arreglo provisorio para al menos llegar a Tafí.
Desde aquel llano teníamos una vista privilegiada. Podíamos ver el camino que habíamos recorrido y las cumbres calchaquíes, cubiertas de cardones. Un par de burros se alejaron miedosos cuando nos vieron bajar de la moto, y nos observaron desde lejos mientras armábamos la carpa. Por entre los bajos arbustos que nos rodeaban corría un viento muy, muy fuerte, por lo que debimos amarrar la moto por miedo a que las ráfagas la voltearan durante la noche.
A la mañana siguiente fue toda una odisea guardar la carpa, porque el viento era tal que nos volaba todo. Casi con las cosas en el aire, empacamos todo como pudimos y comenzamos el último trayecto del camino. Creíamos que sería sencillo y en pocas horas estaríamos arribando a Tafí del Valle… pero fue un poco más complicado que eso.
Ya desde que habíamos arrancado, pudimos ver desde lejos una gran y espesa neblina estancada sobre el camino. Justo en un lugar llamado Infiernillo (nunca un nombre más exacto para ese momento) nos adentramos de lleno en aquella neblina húmeda.
A varios metros de altura, y dentro de aquella helada nube la temperatura comenzó a descender drásticamente. Sólo podíamos ver a escasos dos o tres metros por delante de la moto, luego todo era neblina. Con sumo cuidado fuimos avanzando por la carretera mientras una molesta llovizna se agolpaba en los visores de los cascos empeorando aún más la visión. Martin debió levantar el visor de su casco porque decía que no veía nada, pero, para colmo, el casco que llevaba en ese momento ya estaba bastante destartalado y el visor no permanecía en alto, y con cualquier movimiento se caía. Por lo que yo tenía que sostenerle el visor desde atrás para que el pudiera ver y ….no morir en el camino, básicamente.
El frio era tal que de repente comencé a notar que la humedad de la neblina que se acumulaba en los visores de los cascos y en nuestras ropas estaba congelada! :S Teníamos una fina capa de hielo sobre los cascos y sobre las camperas. Aquello se estaba tornando bastante heavy.
Así como el hielo se formaba en nuestras ropas, también se estaba formando sobre el asfalto, y eso volvía el camino bastante resbaladizo y muy peligroso. Cuando pudimos divisar entre aquella neblina una pequeña casita, al costado de la carretera, Martin decidió parar y preguntar si no nos podíamos resguardar allí mientras pasara aquella molesta lluvia. Pero el hombre que viví allí nos aconsejó que siguiéramos camino, porque nos faltaba muy poco para llegar a Tafí del Valle y según él, aquella nevada recién comenzaba
Atentos, fuimos avanzando por el camino. La neblina y la llovizna de a poco se fueron convirtiendo en copos de nieve, hasta que finalmente nos encontrábamos viajando bajo una nevada por segunda vez yasí descendimos por el camino hasta llegar a Tafí del Valle.
Yo solía tener una contractura en la base del cuello, sobre la espalda que cada tanto me molestaba, pero con este viaje, aquella contractura ya se me está haciendo crónica. Con el stress de ese terrible camino, cuando legamos a Tafí del Valle casi no podía mover la cabeza. Martin tenía la cara roja, por el frío que le había pegado de lleno al ir sin el visor.
Estábamos completamente desconcertados ante aquel clima… siempre creí que en el norte de mi país haría calor… no podía creer que una intensa nevada estuviera cubriendo todo de blanco a nuestro alrededor. Cuando llegamos a un hostel (porque ya sabíamos que era imposible acampar bajo esas condiciones), la dueña del lugar nos recibió con una noticia increíble: En Tafí del Valle solo nieva dos o tres veces por año y nosotros acabábamos de llegar con la primera nevada… una tan intensa que no se tenía registro de algo así en 35 años…. wiiii!
Tafí del Valle realmente es una localidad muy bella. Me recordó a los pueblos patagónicos con su avenida principal empedrada y sus negocios pintorescos…. Y por la nieve. Cuando salimos a recorrerla al día siguiente, todo estaba blanco. Era realmente extraño ver grandes cardones que uno relacionaría con sitios áridos, llenos de nieve entre sus espinas. Las plazas, los bancos, los árboles, las calles, todo estaba nevado.
Hicimos una travesía con la moto recorriendo un alto cerro que se encuentra cerca de Tafí, pero no fue tan bueno como creíamos. La nieve había hecho que el camino de tierra se convirtiera en una peligrosa carretera embarrada. Si bien el paisaje desde aquella altura era increíble porque podíamos ver grandes montañas blancas y a sus pies extensos campos y casitas pertenecientes a Tafí, yo iba más atenta al camino porque la moto se tambaleaba todo el tiempo.
Hasta que en un momento terminamos cayéndonos. La moto perdió el equilibro en un tramo realmente embarroso y nos caímos de lado. Levantar esa pesada moto no fue tarea fácil, y logramos enderezarla gracias a la ayuda de un chico que justamente pasaba por allí, también en su moto. Embarrados y algo golpeados regresamos al hostel. Para levantar un poco los ánimos esa noche fuimos a cenar una típica comida a un restaurante de la zona: quesadilla con tomates y aceitunas y un estofado de llama.
Luego de disfrutar tres privilegiados días de Tafí del Valle nevado, continuamos nuestro viaje hacia San Miguel de Tucumán, la capital de la provincia.
En este viaje que estamos haciendo solemos cambiar de situaciones extremas de un día para otro, y en este punto pasó eso. El camino que va desde Tafí del Valle hacia San Miguel, atraviesa enormes montañas cubiertas de una espesa y húmeda selva. Aquella mañana habíamos estando jugando con nieve, y para la tarde un calor sofocante nos envolvía mientras el camino sinuoso atravesaba la selva.
Para mí era maravillosos aquel espectáculo verde y no paraba de saltar de la moto cada vez que veía algún ave de llamativos colores volar por encima de nuestras cabezas. Ese camino fue uno de los mejores que hemos hecho, sin lugar a dudas. Sobre las grandes montañas tapizadas en verde se dispersaba una tenue neblina, mientras el camino de miles de curvas atravesaba la selva que se cerraba sobre él.
Llegamos a San Miguel de Tucumán y al instante supimos que estábamos entrando a una gran ciudad cuando un colectivo casi nos arrolla cuando ingresábamos por una avenida principal. Después de la paz que habíamos disfrutada en aquel pueblito nevado, llegar a una ciudad es un cambio muy drástico.
Nos instalamos en una gran y antigua casona que funcionaba como hostel y permanecimos algunos días en la ciudad de la Independencia. Lo mejor de aquel lugar, como lo serían las próximas provincias norteñas, era sin duda, su gastronomía. Aquel 25 de mayo (día patrio en Argentina) decidimos festejarlo como se debe comiendo una típica comida nacional: Empanadas y locro servido en pan casero.
Recorrimos mucho el centro de grandes edificios y negocios de la ciudad, pero lo mejor fue ascender con la moto al cerro San Javier. Un gran cerro con una vegetación típica de selva de montaña. Grandes árboles se cerraban sobre nosotros mientras avanzábamos por el sinuoso camino junto a algunos ciclistas. En cada parada que hacíamos a medida que ascendíamos, la vista panorámica era mejor que la anterior. Hacia un lado se podía ver las miles de casitas que conformaban la gran ciudad de San Miguel, mientras que a nuestras espaldas el horizonte se perdí entre grandes cerros verdes.
Después de disfrutar de las exquisiteces culinarias y los paisajes de Tucumán, seguimos viaje. Pero esta vez, haríamos un pequeño cambio de planes: en lugar de seguir camino hacia el norte, decidimos hacer un pequeño desvío hacia el este del país y visitar una las de maravillas naturales del mundo: iríamos camino hacia las Cataratas de Iguazú.
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