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Iruya, postal del Norte Argentino

Ayelen

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Nuestra estadía en Humahuaca fue todo lo que me esperaba del Norte argentino. Un pueblito tranquilo, con gente sencilla y serena, fondo de sierras, algo de calor y muchos colores. Llegamos un mediodía, saliendo de Tilcara por la Ruta N°9.

 

Llegamos a Humahuaca, Jujuy

 

Las callecitas de piedra de Humahuaca casi no tienen vereda y son tan angostas que si pasa un auto, uno se tiene que pegar a la pared para darle paso. Los almacenes de barrio, las bajas casitas de adobe, el sonido de la música folklórica sonando de fondo y las ferias de artesanías le daban ese aire tan especial al pueblo.

 

Las callecitas de Humahuaca, Jujuy

 

En el centro de Humahuaca hay una placita principal alrededor de la cual y, como ya es tradición, se encuentran el edificio municipal y una iglesia. Justo enfrente de la plaza se levanta una colina, la colina de Santa Bárbara, sobre la cual se encuentra el Monumento a los Héroes de la Independencia, una enorme escultura de bronce que representa el Ejército argentino del norte, en la lucha por la independencia.

 

Monumento a los Héroes de la Independencia, Humahuaca

 

A sus pies se abre una ancha escalera de finos peldaños que termina en una explanada, donde las artesanías de los lugareños llenan todo de color. Varios puestos ofrecen tejidos hechos a mano que representan alguna situación cotidiana de esa zona: la mujer y el hombre trabajando en el campo, sus viviendas y animales.

 

Artesanías de Humahuaca, Jujuy

Artesanías de Humahuaca

 

 

Una tejedora de Humahuaca

Tejedora

 

 

Vasijas producidas y pintadas a mano, sombreros, carteras y hasta instrumentos musicales autóctonos como el charango y el pezuñero se exhibían y vendían a los turistas.

 

Tejidos y pezuñero, Humahuaca

 

Subiendo estas escalinatas y llegando a la cima de la colina, teníamos una vista panorámica de todo el pueblo, y la gran pared de piedra que se eleva a lo lejos: La Quebrada de Humahuaca.

 

El pueblo y la Quebrada de Humahuaca

 

Los primeros días nos quedamos en un camping. Las noches fueron muy, muy frías y a pesar de que la amable mujer que atendía el lugar nos prestó frazadas para taparnos, fue difícil conciliar el sueño. Por eso ya para la tercer noche decidimos pagar una pequeña habitación. Cuatro paredes de concreto protegían mejor del frío que cualquier manta.

 

Una tarde, Martín me comentó sus ganas de conocer Iruya. Yo no voy a mentirles: no tenía ni idea de que aquel lugar existiera. A pesar de mi ignorancia, Iruya es uno de los principales atractivos turísticos que posee el norte argentino y pronto descubriría por qué.

 

Nos habían informado que el camino para llegar a este pueblito que sólo queda a 70 km de Humahuaca estaba en muy mal estado y después de mucho meditarlo, decidimos que lo mejor era dejar nuestras cosas en el camping, cargarnos las mochilas y llegar en colectivo. Así que una tarde compramos el boleto en la pequeña terminal de Humahuaca y a la mañana siguiente, MUY temprano y con bastante frío partimos hacia Iruya.

 

Mientras esperábamos el bus en la terminal junto con varias personas (en su mayoría todos jóvenes viajeros) nos tomamos un chocolate caliente, porque el sol recién empezaba a salir y mis manitos estaban congeladas.

 

Siendo sólo 70 km y acostumbrada al ritmo de la moto, pensé que en menos de una hora arribaríamos a aquel famoso lugar. JAMAS imaginé que el viaje nos llevaría más de tres horas.

 

El colectivo tomó la Ruta n°9, asfaltada y avanzó unos 30 kilómetros hasta llegar a una bifurcación, donde tomó la Ruta N° 13, hacia la derecha, internándose de lleno en la puna norteña a través de un ancho camino de tierra.

 

Camino a Iruya, atravesando la puna

 

Fuimos saltando en nuestros asientos y zamarreándonos de un lado hacia otro, mientras la ruta asfaltada quedaba atrás y con ella todo rastro de civilización por poco. El camino era infinito. Cada vez que el micro ascendía por una colina, uno podía ver la marca de tierra que seguía y seguía entre colinas y montes.

 

Camino a Iruya, atravesando la puna

 

Avanzamos durante largo tiempo atravesando aquella inmensidad y yo estaba deslumbrada. Iba tratando de sacar fotos decentes (que no salieron movidas o el reflejo de la ventanilla) a aquel increíble paisaje. Las colinas y las sierras cubiertas de colores verdes y amarillos apagados y de repente, cada tanto… una humilde casita de adobe que aparecía perdida entre las colinas y el mismo sentimiento que días antes había sentido al ver esas viviendas en el medio de la nada en Salta… ¿cómo c*** vive esta gente acá??!

 

Camino a Iruya, atravesando la puna

 

Martin fue el que menos sufrió el viaje, porque apenas habíamos salido de Humahuaca cuando se acomodó en su asiento y se durmió. Yo admito que me entretuve bastante con el paisaje, pero después de unas tres horas arriba de ese micro, ya había comenzado a fastidiarme.

 

Me sentí aliviada cuando divisé a lo lejos un pequeñísimo conjunto de casitas entre unas grandes colinas y escuché a algunos pasajeros señalar aquello como Iruya. Por fin habíamos llegado.

 

A medida que el micro se acercaba, todos íbamos con las narices pegadas al vidrio compartiendo en silencio el asombro que nos provocaba ver aquel pequeño pueblito, casi como colgando de la montaña perdido en la inmensa puna.

 

Iruya, Jujuy

 

Bajamos del bus cuando se detuvo, justo en la entrada al pueblo, sobre una ancha calle que ascendía en una curva pegada a la enorme pared de montaña. Hacia el otro costado, la huella del paso de un rio que en esa época estaba completamente seco. Sobre este rio, colgaba un enorme puente de hierro que conectaba dos partes del pueblo.

 

El pueblito de Iruya

 

Lo primero que divisé, aun antes de bajarme del bus, fue un grupo de simpáticos burros debajo del puente. Imaginen mi emoción cuando al bajar, los burros se acercaron amigablemente en busca de algunas caricias y mimos. Sólo por eso, Iruya ya me había conquistado.

 

Burros simpáticos en Iruya, Jujuy

 

Además de burros, había cóndores, y muchos. Una pareja sobrevolaba la sierra más próxima y mas lejos creí divisar un par más, alto en el cielo. Me llené de felicidad.

 

Sin cruzar el puente, del lado donde nos había dejado el micro, comenzamos el ascenso por esa ancha calle de piedra. Iruya está a 2800 metros sobre el nivel del mar por lo tanto la fatiga se sentía bastante, sobre todo en una subida. Envidiaba a las pueblerina ancianas que iban cargando sus canastos de alimentos y subían como si nada!

 

El camino terminaba en una plazoleta donde se erigía la iglesia de Iruya y desde donde nacían las callecitas que cruzaban todo el pueblo. Comenzamos a recorrer el lugar y realmente era como estar en otro mundo. Los pueblerinos con sus vestimentas y tradiciones, y la arquitectura de las sencillas casitas de piedra, adobe y paja conservaban algo de la cultura de los pueblos ancestrales con una mezcla de cultura hispana.

 

Las callecitas de Iruya, Jujuy

 

Ascendimos por un estrecho sendero, por detrás del pueblo, hasta llegar a un mirador desde donde la vista panorámica era fantástica. Desde allí, aunque un poco agitada por el ascenso, pude disfrutar de la vista de todo el pueblo y los inmensos cerros que lo rodean. Montes de colores anaranjados, verdes y violáceos cercaban Iruya.

 

Iruya, Jujuy

 

Buscábamos algo para almorzar cuando nos topamos con una importante peregrinación. Varios lugareños caminaban lentamente, llevando delante una imagen de una virgen. Se dirigían caminando hasta la cima de una alta colina, como suelen hacer en cada día festivo de cada santo.

 

Peregrinación de la Virgen en Iruya, Jujuy

 

Almorzamos unos exquisitos empanados fritos de queso de cabra que fueron una locura y luego continuamos nuestro recorrido. Por las callecitas nos cruzábamos con mujeres de pelo oscuro, con sus típicas y prolijas trenzas, y largas polleras que andaban con paso lento y sin ningún apuro llevando a cuestas grandes bolsos, y hombres arriando algunas ovejas por el camino.

 

Típica mujer norteña en Iruya, Jujuy

 

Nos alejamos por unas calles angostas hasta donde casi terminaba el pueblo y se continuaba el inmenso paisaje norteño con cerros de los colores más hermosos que puedo recordar. Un perro se nos sumó al paseo y nos acompañó incondicionalmente mientras caminábamos por aquellas empinadas calles rodeadas de sierras.

 

Sierras de colores en Iruya, Jujuy

 

Iruya, Jujuy

 

Cuando estábamos por regresar puede divisar un grandioso Cóndor. Con sus alas abiertas de par en par y planeando como un rey, esa inconfundible imagen de tan majestuoso animal, sobrevoló el cielo por encimas de nuestras cabezas. Lo seguimos mientas se perdía entre las torres de piedras de las sierras bombardeándolo a fotos.

 

Cóndor andino (Vultur gryphus) en Iruya, Jujuy

 

Cruzamos por el puente hacia la otra parte del pueblo donde podíamos tener una vista increíble de los cerros y la iglesia que sobresaltaba. Era la típica foto de postal.

 

Iruya, Jujuy

 

Habíamos decidido quedarnos una noche, así que buscamos algún alojamiento y nos sorprendimos de los precios baratos del lugar, a pesar de ser un atractivo tan turístico.

 

Iruya, Jujuy

 

A medida que caía la tarde y el sol comenzaba a ocultarse, todo el pueblo comenzaba a brillar. Todas las luces de las calles y de las casas se encendieron y de repente fue lo único que se iluminó en esa inmensidad oscura que cayó sobre nosotros.

 

Pasamos la noche en la habitación de un hostal, y a la mañana siguiente tomamos nuestras cosas, cruzamos el puente y nos dirigimos a la plaza a esperar el micro que nos llevaría de regreso a Humahuaca.

 

Si el viaje de ida había sido largo, el de vuelta fue PEOR. Ya conociendo el camino, no estaba tan emocionada sacando fotos y el micro tardo taaaaanto en llegar que creo que el asiento y yo nos volvimos uno. Pero finalmente llegamos para el mediodía a Humahuaca, donde nos esperaba una gran sorpresa: La celebración del día de La Pachamama.

 

 

 

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2 Comentarios


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!Qué chulada de pueblo! Casi siempre lo mejor se encuentra lejos de las grandes ciudades. Y esos colores en las montañas parecen surreales :)

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    1. AlexMexico
      Último Relato

      El transcurso de una vida urbana puede fácilmente tornarse en algo rutinario, incluso en la grandeza de la Ciudad de México donde, no importa cuándo, siempre se encuentra algo por hacer.

      Si bien, la rutina es algo que se puede fácilmente esquivar en la capital mexicana, hay algo de lo que es imposible escapar. La contaminación y la gente. Un pacífico fin de semana, a solas en el aire fresco, es una demanda de colosales magnitudes en una de las metrópolis más pobladas del mundo. Pero hay algo que la hace única, a pesar de su estresante e incesante actividad.

      Hace casi 700 años, los mexicas (mejor conocidos como aztecas) decidieron construir su capital en uno de los más bellos paisajes del Aztlán, la tierra que ellos consideraban su mundo. Fue en un islote, en medio de un lago rodeado por montañas, donde fundaron Tenochtitlán, lo que hoy todos conocemos como Ciudad de México.

      Los alrededores de Tenochtitlán están cercados de impresionantes paisajes naturales, que dejaron en claro por qué Mesoamérica fue y será el cuerno de la abundancia. Es así que escapar de la ajetreada vida capitalina es, incluso hoy, una tarea fácil.

      Aquella vez, la decisión para reposar un fin de semana fue tomada por Sediel, uno de mis mejores amigos con cuya novia haríamos el viaje. Con una tienda de campaña casi nueva, un saco de dormir y una mochila sedienta por querer ser utilizada, el estado de Hidalgo fue lo que atrajo nuestra atención.

      Contiguo al Estado de México, Hidalgo cuenta con pueblos coloniales, grutas, aguas termales, bosques, cañones, cascadas, minas y un sinfín de interesantes propuestas de aventura. Y muy cerca de Pachuca, su capital, el pueblo de Huasca de Ocampo fue el destino elegido.

      La pequeña localidad nació en la época colonial española, cuando la producción minera atrajo a adinerados hacendarios europeos, que usaron la mano de obra indígena para la explotación.

      El pueblo creció alrededor de cuatro grandes haciendas, y aunque en el declive de la zona (cuando México se volvió independiente) muchos edificios quedaron casi en ruinas, en el siglo pasado se restauró para hacerlo un pueblo de paseo para turistas.

      Son varias cosas que hacen especial a Huasca. Su café, sus leyendas (que incluyen a duendes y brujas) y, sobre todo, su hermosa situación geográfica.

      Ubicada entre la Sierra de Pachuca y el Valle de Tulancingo, los paisajes aledaños a Huasca son un deleite visual, perfecto para los cazadores de un reposo en la naturaleza. Así que en vez de quedarnos mucho más tiempo en Huasca decidimos seguir nuestra ruta hasta los prismas basálticos, uno de los principales atractivos del valle.

      Huasca se emplaza en el oriente del Eje volcánico transversal, una cadena de volcanes que atraviesa el país de este a oeste y lo corta por su parte central. 

      Hace un par de millones de años, el enfriamiento del escurrimiento de lava que se generó en esta zona formó columnas de basalto que tomaron formas de prismas pentagonales y hexagonales. El resultado es hoy una maravilla.

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      El conjunto de prismas encimados entre sí parecen una estructura de legos. Es difícil creer que la naturaleza haya creado formas tan inorgánicas por sí sola.

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      Accedimos a los prismas bajando unas escaleras que llevan hasta un pequeño corredor, por donde cae un arroyo. El agua es traída desde los ríos y las presas que alimentan de agua la comunidad de Santa María Regla, a la que pertenecen las columnas.

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      Aunque algunas de las pequeñas cuatro cascadas fueron arrastradas hasta allí por el hombre, no hay mejor manera de darle un toque más encantador a un lugar como aquel que con caídas de agua.

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      El arroyo culmina en un pequeño estanque, al que se debe acceder desde la hacienda contigua. Es la llamada Cascada de la Rosa.

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      Este lugar fue visitado y estudiado incluso por personajes como Alexander von Humboldt, durante sus viajes por América Latina. La UNESCO nombró al sitio como uno de los 30 geoparques de la Red global de geoparques.

      Aunque ya había sido testigo de columnas basálticas del mismo estilo en Islandia, verlas en México no hizo más que reafirmar que es un país que lo tiene todo.

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      Antes de que se hiciera más tarde, era momento de decidir dónde debíamos acampar. La zona de Huasca de Ocampo posee múltiples sitios para hacerlo. Pero al ser el último fin de semana del verano estudiantil, los campings y balnearios estaban repletos. 

      El pueblo no era una buena idea para huir del bullicio. Y con ganas de un contacto mucho más natural, decidimos escuchar la sugerencia de un chofer.

      Unos kilómetros al norte, lejos de la carretera, había un lugar llamado Peña del Aire. Nada habíamos escuchado sobre él. Incluso, encontrarlo en Google Maps no fue del todo fácil. La información en internet era casi escasa. Pues bien, eso lo hacía el lugar perfecto.

      Según se nos dijo, pocas personas llegaban hasta la peña, ubicada al borde un acantilado bajo el cual se extendía un enorme cañón. Y en lo alto, una zona de camping era ideal para pasar la noche, lejos de las luces, del ruido y de cualquier contacto humano.

      Aceptamos así un viaje en taxi hasta la peña. Y tras un arduo viaje por un feo y estrepitoso camino de ripio, el chofer nos dejó en un centro de visitantes, que no era más que una palapa.

      Peña del Aire es un parque ecoturístico protegido. Hay pocas casas y propiedades privadas dentro del terreno. Las únicas construcciones son casetas de vigilancia, cobranza y algunos puestos de comida y tiendas. 

      A solo unos pasos de aquel puesto de visitantes se abrió ante nosotros un enorme cañón, parte de la Sierra de Pachuca.

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      El nombre Peña del Aire se debe, precisamente, a una gigantesca peña que se yergue en uno de los costados de la barranca. Y sí, de hecho, parece que flota en el aire.

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      Estas formaciones rocosas son características de las barrancas de la Sierra Oriental. Y el sitio perfecto para un centro ecoturístico.

      Una tirolesa de unos 70 metros de largo se tiende al lado de la peña y permite a los visitantes volar sobre el abismo. 

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      En la parte más baja, un río dibuja el camino del valle, junto al cual solo una pequeña iglesia se posa junto a un par de campos de cultivo. Al mirar abajo, creímos que sería un excelente lugar para acampar.

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      Comenzamos el descenso con mochila al hombro, cuidadosos de seguir el mezquino sendero que nos guiaba. El calor era sofocante, pero valía la pena hacer el intento.

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      Las vistas desde las laderas eran sencillamente magníficas. La vegetación parecía hacerse cada vez más verde y, a decir verdad, no era lo único colorido que apareció en nuestro camino.

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      El curso nos llevaba por todo el costado de la barranca, pero poco simulaba bajar al río. Aunque los lugareños nos habían asegurado un rápido descenso, la travesía era más larga de lo esperado.

      Antes de seguir, supimos que algo no resultaría. Esperábamos el arribo de dos amigos más, y en lo bajo de la barranca la señal de telefonía era escasa. Sería mucho más fácil encontrarlos en lo alto del acantilado.

      Volvimos entonces, entregados al calor de la tarde que, por cierto, no tardaría en esfumarse para dar paso a un fresco atardecer.

      La planicie superior fue el mejor lugar para montar el campamento. Un terreno llano, pastoso y fresco donde, al parecer, seríamos los únicos en pasar la noche.

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      Nuestros amigos no tardaron su arribo, por suerte, antes del ocaso. Y con las tres tiendas una junto a la otra, fue momento de armar la hoguera.

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      Una pila de malvaviscos y roles de canela fue el menú perfecto para el atardecer, que tras un cielo nublado se esfumó sin mucha presencia.

      Pero aquellas nubes de tormenta, cuyos relámpagos eran lo único que iluminaba el horizonte nocturno, crearon la atmósfera perfecta para las historias de terror que se avecinaban.

      Huasca de Ocampo es el sitio perfecto para alguien como Sediel, un fanático de las criaturas de fantasía. El pueblo está lleno de leyendas sobre duendes y brujas que moran los bosques circundantes, y que han hecho sus apariciones en repetidas ocasiones.

      De hecho, cuenta con su propio museo de los duendes. Y vaya que nuestro campamento simulaba ser su hogar, con una torre de metal en forma de sombrero que, de hecho, albergaba los únicos baños disponibles, a los que nadie se atrevía a entrar una vez caída la noche.

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      Cuando el fuego se fue consumiendo, una extraña luz apareció detrás de los arbustos. Un color amarillo fluorescente de forma redonda se movía con delicadeza, y de repente palpitaba como el latido de un corazón.

      No le prestamos mucha atención, quizá era alguien con una linterna. Tras pocos minutos se esfumó sin darnos cuenta.

      A la siguiente mañana, los lugareños nos contarían que se trataba de una bruja. Aparecer como pequeñas centellas era su especialidad en aquella zona. Pues bien, al menos no decidió visitar nuestro campamento.

      El alba fue bastante frío. El sereno dejó nuestras carpas más que húmedas por fuera. Y no había nada que deseáramos más que un café caliente. Pero habría que esperar la apertura de los puestos.

      Entretanto, un temprano despertar fue la mejor decisión grupal tomada para poder ser testigos de un hermoso amanecer.

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      El sol se levantó sobre la sierra oriental, iluminando tenuemente la figura de cada barranca del cañón. Nada, sino el cantar de las aves, se podía escuchar en el abismo.

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      Es lo que un grupo entero de capitalinos buscaba lejos de la metrópoli. La serenidad de una fría y verde mañana. Pero acompañada de un café de olla a la apertura del primer puesto, todo fue incluso mejor.

      Luego del desayuno fue momento de bajar a la peña, y contemplar el valle dibujado por los primeros rayos del sol.

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      La bruma de la mañana poco a poco se retiraba, y dejaba al desnudo la vitaleza de un cañón que podía apaciguar todo pensamiento y todo presente.

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      Escalar la peña no era una opción segura, pero hasta la poca altura que pudimos llegar fue suficiente para sentirnos satisfechos en nuestro viaje.

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      Disfrutar de la barranca sin la presencia de turistas durante la noche y la mañana fue una excelente decisión, que nos daría el respiro necesario para volver a la vida de una colmada ciudad.

    2. flormdk
      Último Relato

      Hace un poco más de diez años que había visitado la provincia de Misiones para ir a un congreso cuando era estudiante de la carrera de la carrera de Licenciatura en Turismo... Estuve algunos días en la capital, la ciudad de Posadas y dos noches en Iguazú. En este momento todavía las Cataratas de Iguazú no habían sido declaradas como Maravilla Natural, no había una gran cantidad de turistas. A decir verdad, cuando fui al parque con mis compañeros estábamos solamente nosotros. Vale aclarar, que era temporada baja, era el mes de mayo.

      Hacía bastante tiempo que tenía ganas de regresar, por eso, en el mes de enero pasado, decidí tomarme mis vacaciones de verano en las Cataratas. Organicé un tour que empezó en Salta y terminó en Iguazú.

      Decidimos dedicarle 5 noches a la ciudad de Iguazú ya que sabemos que es una de clima subtropical donde puede haber abundantes lluvias que impidan salir a recorrer el parque.

      Llegamos a destino y nos recibió una lluvia afortunadamente no muy intensa. De todas formas, es bastante frecuente que corramos con esa suerte... siempre los destinos que visitamos nos reciben con lluvia pero los días siguientes suelen tener unas condiciones climáticas espectaculares, así que no nos preocupamos.

      El primer día que llegamos, teníamos pensado visitar el Parque pero con la lluvia no era un buen plan. Entonces, optamos por cruzar la frontera y visitar Ciudad del Este en Paraguay. Es una ciudad que tiene la fama de ser un destino de compras ya que es una zona franca, libre de impuestos. 

      Tomamos un colectivo y en menos de una hora estábamos en destino. Creo que no hay palabras para describir a este sitio... Es una ciudad cargada de comercios, de carteles, de vehículos, de gente, de ruido ambiente... Una ciudad totalmente caótica en la que no existen semáforos que orden el tránsito. Afortunadamente, fuimos con información de los mejores lugares para comprar y también teníamos en mente que comprar con el modelo ya elegido. Creo que no hay otra manera de visitar esta ciudad si no es con información previa... Hay muchísimos lugares, vendedores ambulantes y carteles que compiten entre sí. Es recomendable ir temprano, ya que todos los lugares cierran a las 16:00 de la tarde porque suelen abrir muy temprano en la mañana y trabajan en horario de corrido.

      Nosotros llegamos con el tiempo muy justo pero por suerte llegamos a conseguir lo que teníamos planeado, una cámara de fotos de viaje.

      El objetivo principal del viaje era visitar el Parque Nacional Iguazú... También nos interesaba conocer el Parque del lado de Brasil... 

      Fuimos un día del lado de Brasil fue un paseo muy corto porque teníamos que regresar temprano para tomar el colectivo. La vista es muy distinta a la vista del lado argentino, ya que las pasarelas están muy cerca de las Cataratas, pero el parque en este lado es mucho más pequeño. No volvería a visitarlo, pero si volvería una y otra vez al lado argentino ya que aquí el parque es muchísimo más grande y como los colectivos pasan hasta más tarde, se puede estar disfrutando del paisaje hasta las 17:00. Un dato muy importante para quienes deseen visitar las Cataratas, es que comprando la entrada para dos días consecutivos, el segundo día sale la mitad de precio.

      Desde Iguazú se pueden hacer muchas excursiones como por ejemplo visitar las Ruinas de San Ignacio un sitio arqueológico muy interesante, visitar las Minas de Wanda y comprar piedras semipreciosas, etc. Era verano, días de calor intensos cargados de húmedad, por lo que no tenía mucho interés en realizar excursiones de días completos. Nos quedaba un día libre, aprovechamos para conocer la ciudad de Foz de Iguazú. Visitamos un Shopping y recorrimos la ciudad. A decir verdad, la ciudad no me pareció muy llamativa pero siempre me resulta interesante conocer distintas ciudades del mundo.

       

      Consejos importantes para quienes deseen visitar Iguazú

      Conviene destinarle al menos dos días para recorrer todo el parque en el lado argentino es posible que un día no alcance para conocerlo completo.

      Es aconsejable evitar la temporada alta ya que es un destino muy turístico por lo que en enero y mitad de julio suele haber más cantidad de gente que en otros meses.

      Resulta óptimo dejar días libres porque es una zona de clima subtropical, pueden tocar días de lluvia en los que no sea la mejor opción visitar el Parque.

      En el Parque se pueden comprar souvenires, hay varios restaurantes, kioscos y cafés.

      No hay que olvidar el protector solar, repelente y anteojos de sol. Por supuesto, es necesario llevar calzado cómodo.

      Aconsejo que al llegar al Parque, lo primero que hagan sea visitar la Garganta del Diablo, es el paseo que está un poco más alejado comparado con el resto de los circuitos, sumado a ello es el más imponente. Para llegar hasta allí se puede ir caminando o sino el trencito ecológico del Parque, es muy lindo y pintoresco.

      La cena show que se ofrece en Foz de Iguazú es imperdible! Se puede disfrutar de un espectáculo de danzas con música regional mientras se pueden degustar cientos de platos.

      Para visitar las Cataratas se recomienda un mínimo de 4 noches. 

      Para quienes deseen estar en contacto con la naturaleza en su máximo esplendor, pueden realizar el sendero Macuco, para ello es imprescindible llevar agua y alimentos ya que en ese trayecto no existen kioscos ni lugares de ventas de alimentos. 

    3. Perdido en el sureste de México, casi al borde del mar y ubicado junto al río Papaloapan, se ubica uno de los pocos pueblos del país declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

      A solo 90 kilómetros al sur de la ciudad de Veracruz, este colorido pueblo aparece en medio de una región tropical y cálida, cuyo único respiro del infernal calor es la brisa que carga consigo el río.

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      Visitarlo en verano un par de veces quizá no fue la mejor idea. Pero el solo hecho de estar allí significa un refresco del movimiento de la ciudad.

      Tlacotalpan surgió como un asentamiento del pueblo totonaca, una civilización mesoamericana prehispánica que se asentó en buena parte de la costa del Golfo de México. Su nombre significa “entre aguas”.

      Pero fue con la llegada de los españoles que el pueblo creció y tomó forma, desde que Pedro de Alvarado recorrió el Papaloapan río arriba, descubriendo que Tlacotalpan podría ser un buen puerto fluvial para el transporte de mercancías al Imperio Español.

      Así fue como surgieron dos grandes haciendas en la zona, que aunque corrieron el riesgo de ser abandonadas, hicieron que en algún momento la población de españoles creciera. Y sumado a la importación de esclavos negros africanos desde el puerto de Veracruz, Tlacotalpan tomó la raíz multicultural y multiétnica que posee hasta el día de hoy.

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      El pueblo es el corazón del son jarocho y los jaraneros, estilos musicales provenientes del Caribe y que fueron desarrollados en la mayor parte de la costa del Golfo gracias a los afrodescendientes.

      La misma palabra “jarocho” define a las personas provenientes de la región del Sotavento, sobre todo aquellos de piel oscura que usaban jaras como método de pesca. Y esas raíces extranjeras finalmente se impregnaron en la zona alrededor de Tlacotalpan.

      Músicos con sus típicos trajes blancos, con sombreros de paja y pañuelos rojos caminan por las calles ofreciendo coplas. Mientras en las noches llegan los huapangos, fiestas donde el son jarocho es el invitado principal.

      Pero el mayor atractivo del pueblo es sin duda su arquitectura vernácula, es decir, que las construcciones fueron hechas de forma auténtica por los habitantes nativos con materiales de la zona.

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      En 1714 el río se desbordó, y en 1788 un incendio arrasó con muchas de las casas. Es por ello que se ordenó que a partir de entonces todo edificio fuera alzado con mampostería. 

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      Y desde aquella época, un lejano siglo XVIII, las típicas casonas con arcos y pilares se han mantenido en pie.

      Luciendo los vivos colores de México, cada casa es un ejemplo de lo que puede lograrse de forma artificial, respetando siempre lo natural.

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      Cada teja, cada muro, cada columna, cada acera, fueron construidos con los materiales que la propia cuenca del Papaloapan le otorgó a la ciudad. Y se convirtió con los años en el orgullo de los tlacotalpeños.

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      Aunque el puerto fluvial perdió su importancia con la llegada del ferrocarril, el río ha sido siempre parte vital de Tlacotalpan. No solo como medio de transporte, sino al aportar el agua para los cultivos, la ganadería, los pobladores, regular el clima y para la pesca.

      Tomar una balsa para dar un paseo por sus aguas es uno de los mayores atractivos hoy en día.

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      Aunque para ser sincero, la magia de la mampostería y la arquitectura vernácula se esfuma de inmediato.

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      En su lugar, es suplantada por modernas mansiones pertenecientes a la clase alta de Veracruz. Políticos y empresarios han construido sus casas de verano en la riviera, y los yates estacionados en su orilla confirman su poder adquisitivo.

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      Aún así, no está de más un recorrido por el emblemático Papaloapan, que transporta sus aguas desde las tierras de Tuxtepec.

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      El propio río sirve para bendecir la ciudad cada 2 de febrero, cuando las fiestas patronales llegan con la Virgen de la Candelaria.

      Una estatua de la virgen es transportada en una balsa y otorga su bendición al pueblo para evitar inundaciones y otras calamidades, que suelen ser comunes en esta zona tropical.

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      Las fiestas van acompañadas de ferias, mercados de comida callejera, huapangos y hasta un embalse de toros, que son soltados libres por las calles de la ciudad luego de cruzar el río junto a los ganaderos.

      La iglesia es uno de los puntos icónicos de la ciudad, ubicada en la plaza central, o zócalo, como se le conoce en México.

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      Esta explanada crea el plano urbanístico típico de una ciudad colonial española. Un cuadrante central con una alameda, junto a la cual se posa el templo católico y su campanario.

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      Junto a ella, el palacio municipal que funge como poder político, y que servía para demostrar a los antiguos indígenas quién tenía el poder sobre ellos.

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      Tras el zócalo, las calles perpendiculares se trazaron desde el río al interior de las tierras que lo orillan, formando las cuadras empedradas que dibujan hoy la totalidad de Tlacotalpan.

      La tejas en lo alto de las casas otorgan una fresca manera de protegerse del sol. El aire acondicionado no es tan común en esta zona. Pero los corredores y patios centrales son suficientes para ventilar los interiores.

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      Es común encontrar bancas y mecedoras en los pasillos exteriores de las casas, donde los vecinos se sientan a compartir un torito por las tardes, la bebida tradicional hecha a base de alcohol de caña.

      Para mí y mis amigos, la bicicleta fue la mejor manera de recorrer el pueblo. Al fin y al cabo, su terreno plano puede ser bastante bien aprovechado sobre dos ruedas.

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      Un lugar donde los niños todavía corren por las calles, los músicos se pasean por tiendas y restaurantes, los mariscos frescos se sirven en platos calientes y las botellas heladas de torito refrescan del calor.

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      Tlacotalpan se ha ganado con creces, y sin lugar a dudas, su título como Patrimonio de la Humanidad, al combinar tres etnias y culturas en un pequeño lugar.

      Sus casonas vernáculas y vivos colores son el mejor ejemplo de lo lindo de México. Un mágico y perdido lugar entre las selvas tropicales del sur.

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