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El Camino de La Muerte (o casi...)

Ayelen

3781 visitas

¿Quién, en su sano juicio, tendría ganas de tomar una carretera que es conocida mundialmente como “El camino de La Muerte”??? Ya para esa altura del viaje, había comenzado a dudar de la cordura de Martin. Nos metimos a investigar en internet y las cosas que aparecían relacionadas con esta mítica ruta iban de trágicas a catastróficas: Trechos del camino derrumbados completamente, camiones accidentados, colectivos llenos de pasajeros que caían por el precipicio sin sobrevivientes, y un número de víctimas fatales que hacían honor a su nombre :ohmy: .

 

Pero, estando en La Paz nos acercamos a un centro de información turística y la novedad que allí nos dieron a Martin lo llenó de decepción y a mí de un gran alivio.

 

El famoso camino de La Muerte o Camino a Los Yungas (su nombre real) es una carretera conocida mundialmente por su alto número de accidentes. Y es que era la única vía que comunicaba los pequeños pueblos establecidos en las yungas de Bolivia, con el “mundo exterior”. Los pobladores de estos sitios no tenían más opción que subirse a esos destartalados y colmados buses que, con esa imprudencia que ya conocíamos y últimamente habíamos padecido de los conductores bolivianos, se mandaban por ese terrible camino :O_o: . Son kilómetros y kilómetros de una vía de tierra y piedras, angosto al punto de permitir el paso de un solo vehículo en varios trechos, que asciende hasta los 4650 metros de altura y no tiene, claramente, nada de banquina. Son conocidos los accidentes que diariamente ocurrían en él. Vehículos desbarrancados, choques en curvas, caída libre a varios metros de altura. El camino de la muerte se ha cobrado más de miles de muertes! Claramente no me inspiraba ni una pizca de confianza.

 

Pero resulta que el último gobierno boliviano consideró que esto era una locura y realizaron una nueva carretera, asfaltada y señalizada que une entonces los pueblos de esta zona con La Paz. De esta manera, el Camino de La Muerte actualmente (y lamento decepcionar a quienes ya se estaban apuntando para realizar esta aventura) sirve sólo para turismo. Únicamente grupos de bicicletas contratadas como excursión y motos pueden transitar por él.

 

Hacia El Camino de La Muerte

Ya no sonaba tan temerario, pero de igual forma una mañana nos encaminamos hacia aquella experiencia. A sólo pocos kilómetros de haber salido de la caótica ciudad de La Paz todo cambiaba abruptamente. El ruido constante de las bocinas y los motores de los vehículos y el murmullo de la gente que colmaba las calles urbanas fue reemplazado por un silencio total y los altos edificios pegados uno al lado de otro, ahora eran grandes colinas de suaves bordes que se elevaban hacia un cielo completamente limpio.

 

 

Hacia El Camino de La Muerte

Alejándonos de La Paz

 

A medida que íbamos avanzando sobre el camino y éste ascendía, las sierras aumentaban en tamaño hasta convertirse en imponentes montañas de picos altos y blancos por las nevadas. El clima de montaña y nieve también comenzaba a sentirse en ese punto a pesar de que iba completamente abrigada y con varias capas de ropa encima.

 

Hacia El Camino de La Muerte

 

Una tras otra nos pasaban camionetas con varis bicicletas acopladas en su portaequipajes, y dentro de ellas, se podían ver nerviosas y ansiosas caras (mayoritariamente de europeos) por iniciar el tour.

 

Compartía esos nervios, pero a diferencia de ellos, no estaba ansiosa por lanzarme a aquel mortífero camino, más bien estaba algo asustada. Nunca me gustó pasar por caminos de tierra o en mal estado con la moto. Las deplorables carreteras de Bolivia ya habían devastado mi psiquis pero habíamos tenido que pasarlas porque no había otro camino. Ahora, ELEGIR hacer El Camino de La Muerte era algo que a mi mente le parecía muy contradictorio, dado mi rechazo hacia cualquier ruta que no sea asfaltada.

 

Hacia El Camino de La Muerte

 

Con algo de resignación y animándome a “seguir la aventura” llegamos hasta una bifurcación del camino, donde un cartel amarillo indicaba el comienzo de la ruta. Pero, ya de antemano supe que, claramente, aquel trecho que estábamos por iniciar no iba a ser en nada parecido a aquellas historias que habíamos leído por internet donde motoristas contaban sus penosas experiencias por el Camino de La Muerte. El propio cartel, en inglés y castellano con una bicicleta pintada nos daba la bienvenida. Ya todo era completamente turístico, del Camino de La Muerte real y peligroso probablemente ya no quedara nada. Si hay algo que aprendí en este viaje es que todo lo que no sea turístico jamás te dará la bienvenida amablemente. :big-grinB:

 

El inicio al Camino de La Muerte

 

El Camino de La Muerte, entonces, se abría hacia un costado de la ruta, internándose entre medio de grandes paredes de roca cubiertas con cortinas de lianas y helechos. Este angosto camino de tierra, corría zigzagueante, como una serpiente haciéndose paso por entre la espesa yunga. Aun así, puedo asegurarles que estaba en mejor estado que las rutas bolivianas oficiales que habíamos cruzado.

 

El Camino de La Muerte, Bolivia

 

Y lo mejor de todo el camino: la increíble vista que se obtiene desde cualquier punto del trayecto. Apenas habíamos hecho unos kilómetros y costaba creer que del otro lado de esa maleza hubiera una moderna ruta asfaltada que nos llevara a La Paz, porque sentía que nos habíamos transportado de repente a otro lado del mundo. Probablemente este sentimiento también se debiera a que aquel paisaje de montañas enormes cubiertas de selva espesa no tenía nada que ver con el monótono paisaje altiplano que habíamos estado viendo desde que entramos a Bolivia.

 

El Camino de La Muerte, Bolivia

 

Mientras algunas bicicletas nos pasaban velozmente, nosotros en cambio, decidimos ir tranquilos, disfrutando de la selva de montaña, con la neblina cubriéndolo todo varios metros por encima de nuestras cabezas.

 

El Camino de La Muerte, Bolivia

 

Como un enorme tajo abierto, el Camino de La Muerte cortaba el verde de las montañas mientras ascendía sinuosamente. Yo mantenía los ojos bien abiertos detrás del visor del casco, para intentar retener todos aquellos recuerdos fotográficos (lo que indica lo bueno que estaba el camino, porque de lo contrario, no hubiera podido disfrutar de aquel paisaje) y recordé la leyenda que nos habíamos cruzado mientras navegábamos en busca de información. Aquel camino había sido construido por prisioneros paraguayos, tomados por los bolivianos en la guerra por el Chaco. A pesar de que Bolivia no salió victoriosa de este enfrentamiento, cientos de paraguayos fueron obligados a trabajar arduamente en aquella carretera, y todo el rencor y odio por parte de los prisioneros terminó maldiciendo aquel camino durante los siguientes años.

 

El Camino de La Muerte, Bolivia

 

No era una bonita historia para recordar, y la verdad que en aquel momento, siendo nosotros solos los únicos que transitábamos por aquel lugar (con alguna que otra bici pasándonos esporádicamente) costaba creer que aquel bello sitio estuviera maldecido. Pero, si me imaginaba las mismas situaciones vividas en la ciudad, aquel sitio se me volvía un infierno. Al ver esas altas y vertiginosas laderas, e imaginarme un colectivo repleto de mujeres, hombres y niños rodar hasta el fondo, un escalofrío me corría por el cuerpo y la idea de una maldición ya no me parecía tan ridícula.

 

Kilómetros tras kilómetros al costado del camino se elevaban cruces de todos los tamaños y formas, indicando el sitio exacto donde una persona había perdido la vida. Suele ser común cruzarse en cualquier ruta con estos símbolos, pero la cantidad que vimos en El Camino de La Muerte nos recordaba que, por una maldición o no, aquel lugar había representado algo mucho más oscuro en la población boliviana, que sólo un camino aventurero para turistas como lo era en la actualidad.

 

El Camino de La Muerte, Bolivia

 

Fuimos avanzando siguiendo la tradición antigua de conducir por la izquierda, porque años atrás, los conductores de los autos, camiones y autobuses debían poder sacar la cabeza por la ventanilla y asegurarse de que todas sus ruedas se mantuvieran dentro del camino al pasar a otro coche de frente o cuando el ancho se reducía peligrosamente.

 

En nuestras paradas, cuando encontrábamos algún llano al costado de la ruta, podía entretenerme fotografiando toda la flora que nacía tímidamente por entre la enorme maleza selvática. De las grandes y rectas paredes de las montañas caían largas lianas y algún que otro hilo de agua como pequeñas cascadas se colaban por entre las rocas.

 

El Camino de La Muerte, Bolivia

 

El enorme valle tapizado de vegetación se abría a los pies de estas montañas que no dejaban de emerger hacia el horizonte ocultando sus picos tras la húmeda niebla.

 

El Camino de La Muerte, Bolivia

 

No todo el trecho fue perfecto, tuvimos que pasar por enormes lodazales que se atravesaban de lado a lado, o cruzar pegados al precipicio porque el ancho del camino no permitía otra cosa (no podía creer cómo hacían los buses antes para pasar por ahí). Pero fuimos avanzando tranquilos, sin prisa hasta que llegamos a una pequeña comuna donde un enorme cartel le daba la bienvenida a los ciclistas y los felicitaba por haber hecho el temerario Camino de La Muerte…….. vamos, me parece admirable lo de estos chicos, pero aquello ya era algo muy exagerado… :dry:

 

Continuamos unos kilómetros más hasta llegar a un cartel que nos indicaba que ya estábamos cerca de arribar a Coroico, el poblado al que llega el Camino de La Muerte.

 

Coroico, Bolivia

 

Llegar al centro de Coroico implicaba ascender por una calle empedrada que se encontraba inclinada en un ángulo que a simple vista parecía físicamente imposible de tomar (¿Por qué todas las ciudades de Bolivia tienen estas calles imposibles?! ) Mientras ascendíamos y yo me agarraba a Martin de donde podía, ya podíamos ver casitas apareciendo por entre la selva, y después algunos hoteles, algunos comercios hasta que al fin llegamos a la plaza central de Coroico, esta pequeña ciudad situada en el medio de la selva.

 

Loro de las Yungas bolivianas

Coroico estaba en lo alto de una de estas montañas, por lo que llegar ahí significó introducirnos de lleno en esa neblina pesada y pegajosa (típica de la selva) que fuimos viendo desde abajo durante todo el camino. Todo a nuestro alrededor estaba húmedo, las calles peligrosamente resbaladizas y el barro acumulado en todos los rincones. Como habíamos llegado más temprano de lo previsto, barajamos la posibilidad de volvernos ese mismo día, pero cuando una fuerte lluvia empezó a caer sobre Coroico, cambiamos de opinión.

 

Coroico, Bolivia

 

Nos hospedamos en un hotelucho simple pero con la suerte de contar con una ventana en la habitación que daba a la plaza. Ya tener una habitación con ventana nos parecía un verdadero lujo, y si encima tenía esa vista no podíamos quejarnos, a pesar de que la neblina y la llovizna constante opacaban un poco la belleza de la ciudad selvática.

 

Coroico, Bolivia

 

Al día siguiente, emprendimos la retirada. Esta vez volveríamos por el camino nuevo, asfaltado para hacerlo más práctico y rápido. Pero no fue tan fácil como creíamos (de hecho, fue peor). Ya salir de Coroico fue bastante complicado porque debido a la lluvia incesante del día anterior, todas las calles empedradas del pueblo estaban cubiertas de barro, lo cual suponía ir resbalando de vereda a vereda mientras descendíamos por esa empinadísima calle, como si nos hubiéramos lanzado a un tobogán acuático con moto y todo.

 

Retornando a La Paz, Bolivia

 

Salimos de aquel barrial, y nos internamos nuevamente en la selva tomando una carretera de tierra que por suerte estaba seca, y sólo unos kilómetros más adelante mi amado asfalto apareció. Seguía manteniendo esa belleza paisajística de ir atravesando la selva, pero claramente el camino nuevo se llevaba todos los premios con el asfalto en perfectas condiciones, todas las señalizaciones adecuadas y las banquinas al borde del risco.

 

Retornando a La Paz, Bolivia

 

Pero de repente todo empeoró. Por empezar, nuestros compañeros de rutas ya no eran los inofensivos ciclistas, ahora teníamos enormes camiones de dieciocho ruedas arrastrando pesados conteiners a una velocidad completamente imprudente y volándonos los pelos cada vez que nos pasaban. Y a esto se le sumo una densa neblina que había comenzado a descender desde los picos de las montañas. De repente no se veía NADA, todo era blanco y borroso.

 

La niebla en el camino

Niebla en la carretera

 

Martin fue avanzando con cuidado por la carretera, pero allí éramos los únicos con cautela porque esta niebla parecía no importar para los camioneros, que, sin ningún problema nos pasaban… en curvas… sin ver a diez centímetros por delante…. :confus:

 

No soy una persona muy religiosa, pero en aquel momento le recé hasta a Shiva cada vez que tomábamos una curva porque temía encontrarnos un camión de frente a centímetros nuestro! Y nosotros que pensábamos que el día anterior habíamos hecho el Camino de La Muerte…?? ESE era el verdadero camino de LA muerte!

 

Cuando al fin superamos la neblina, recobré el aliento ya que ahora podíamos ver nítidamente al menos. Desde aquella altura, podíamos ver los picos de las enormes montañas asomándose apenas por entre una densa masa de niebla que cubría todo desde aquel punto para abajo.

 

Los picos de las montañas sobre la niebla de las yungas

 

Finalmente descendimos hasta tomar el camino por el que habíamos llegado al inicio del Camino de La Muerte, donde el paisaje de aquellas robustas montañas enormes y grises nos volvió a maravillar como el día anterior. Retornamos a La Paz en busca de nuestro equipaje que había quedado guardado en el hostel para continuar viaje hasta Copacabana, la última ciudad que visitaríamos antes de dejar Bolivia.

 

 

Retornando a La Paz, Bolivia

 

 

 

 

 

Aquí están las demás fotos de este increíble y mítica carretera, no dejes de mirarlas porque son realmente hermosas! :smug:

 

 

 

 

 

 

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1 Comentario


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    1. AlexMexico
      Último Relato

      El transcurso de una vida urbana puede fácilmente tornarse en algo rutinario, incluso en la grandeza de la Ciudad de México donde, no importa cuándo, siempre se encuentra algo por hacer.

      Si bien, la rutina es algo que se puede fácilmente esquivar en la capital mexicana, hay algo de lo que es imposible escapar. La contaminación y la gente. Un pacífico fin de semana, a solas en el aire fresco, es una demanda de colosales magnitudes en una de las metrópolis más pobladas del mundo. Pero hay algo que la hace única, a pesar de su estresante e incesante actividad.

      Hace casi 700 años, los mexicas (mejor conocidos como aztecas) decidieron construir su capital en uno de los más bellos paisajes del Aztlán, la tierra que ellos consideraban su mundo. Fue en un islote, en medio de un lago rodeado por montañas, donde fundaron Tenochtitlán, lo que hoy todos conocemos como Ciudad de México.

      Los alrededores de Tenochtitlán están cercados de impresionantes paisajes naturales, que dejaron en claro por qué Mesoamérica fue y será el cuerno de la abundancia. Es así que escapar de la ajetreada vida capitalina es, incluso hoy, una tarea fácil.

      Aquella vez, la decisión para reposar un fin de semana fue tomada por Sediel, uno de mis mejores amigos con cuya novia haríamos el viaje. Con una tienda de campaña casi nueva, un saco de dormir y una mochila sedienta por querer ser utilizada, el estado de Hidalgo fue lo que atrajo nuestra atención.

      Contiguo al Estado de México, Hidalgo cuenta con pueblos coloniales, grutas, aguas termales, bosques, cañones, cascadas, minas y un sinfín de interesantes propuestas de aventura. Y muy cerca de Pachuca, su capital, el pueblo de Huasca de Ocampo fue el destino elegido.

      La pequeña localidad nació en la época colonial española, cuando la producción minera atrajo a adinerados hacendarios europeos, que usaron la mano de obra indígena para la explotación.

      El pueblo creció alrededor de cuatro grandes haciendas, y aunque en el declive de la zona (cuando México se volvió independiente) muchos edificios quedaron casi en ruinas, en el siglo pasado se restauró para hacerlo un pueblo de paseo para turistas.

      Son varias cosas que hacen especial a Huasca. Su café, sus leyendas (que incluyen a duendes y brujas) y, sobre todo, su hermosa situación geográfica.

      Ubicada entre la Sierra de Pachuca y el Valle de Tulancingo, los paisajes aledaños a Huasca son un deleite visual, perfecto para los cazadores de un reposo en la naturaleza. Así que en vez de quedarnos mucho más tiempo en Huasca decidimos seguir nuestra ruta hasta los prismas basálticos, uno de los principales atractivos del valle.

      Huasca se emplaza en el oriente del Eje volcánico transversal, una cadena de volcanes que atraviesa el país de este a oeste y lo corta por su parte central. 

      Hace un par de millones de años, el enfriamiento del escurrimiento de lava que se generó en esta zona formó columnas de basalto que tomaron formas de prismas pentagonales y hexagonales. El resultado es hoy una maravilla.

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      El conjunto de prismas encimados entre sí parecen una estructura de legos. Es difícil creer que la naturaleza haya creado formas tan inorgánicas por sí sola.

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      Accedimos a los prismas bajando unas escaleras que llevan hasta un pequeño corredor, por donde cae un arroyo. El agua es traída desde los ríos y las presas que alimentan de agua la comunidad de Santa María Regla, a la que pertenecen las columnas.

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      Aunque algunas de las pequeñas cuatro cascadas fueron arrastradas hasta allí por el hombre, no hay mejor manera de darle un toque más encantador a un lugar como aquel que con caídas de agua.

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      El arroyo culmina en un pequeño estanque, al que se debe acceder desde la hacienda contigua. Es la llamada Cascada de la Rosa.

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      Este lugar fue visitado y estudiado incluso por personajes como Alexander von Humboldt, durante sus viajes por América Latina. La UNESCO nombró al sitio como uno de los 30 geoparques de la Red global de geoparques.

      Aunque ya había sido testigo de columnas basálticas del mismo estilo en Islandia, verlas en México no hizo más que reafirmar que es un país que lo tiene todo.

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      Antes de que se hiciera más tarde, era momento de decidir dónde debíamos acampar. La zona de Huasca de Ocampo posee múltiples sitios para hacerlo. Pero al ser el último fin de semana del verano estudiantil, los campings y balnearios estaban repletos. 

      El pueblo no era una buena idea para huir del bullicio. Y con ganas de un contacto mucho más natural, decidimos escuchar la sugerencia de un chofer.

      Unos kilómetros al norte, lejos de la carretera, había un lugar llamado Peña del Aire. Nada habíamos escuchado sobre él. Incluso, encontrarlo en Google Maps no fue del todo fácil. La información en internet era casi escasa. Pues bien, eso lo hacía el lugar perfecto.

      Según se nos dijo, pocas personas llegaban hasta la peña, ubicada al borde un acantilado bajo el cual se extendía un enorme cañón. Y en lo alto, una zona de camping era ideal para pasar la noche, lejos de las luces, del ruido y de cualquier contacto humano.

      Aceptamos así un viaje en taxi hasta la peña. Y tras un arduo viaje por un feo y estrepitoso camino de ripio, el chofer nos dejó en un centro de visitantes, que no era más que una palapa.

      Peña del Aire es un parque ecoturístico protegido. Hay pocas casas y propiedades privadas dentro del terreno. Las únicas construcciones son casetas de vigilancia, cobranza y algunos puestos de comida y tiendas. 

      A solo unos pasos de aquel puesto de visitantes se abrió ante nosotros un enorme cañón, parte de la Sierra de Pachuca.

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      El nombre Peña del Aire se debe, precisamente, a una gigantesca peña que se yergue en uno de los costados de la barranca. Y sí, de hecho, parece que flota en el aire.

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      Estas formaciones rocosas son características de las barrancas de la Sierra Oriental. Y el sitio perfecto para un centro ecoturístico.

      Una tirolesa de unos 70 metros de largo se tiende al lado de la peña y permite a los visitantes volar sobre el abismo. 

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      En la parte más baja, un río dibuja el camino del valle, junto al cual solo una pequeña iglesia se posa junto a un par de campos de cultivo. Al mirar abajo, creímos que sería un excelente lugar para acampar.

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      Comenzamos el descenso con mochila al hombro, cuidadosos de seguir el mezquino sendero que nos guiaba. El calor era sofocante, pero valía la pena hacer el intento.

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      Las vistas desde las laderas eran sencillamente magníficas. La vegetación parecía hacerse cada vez más verde y, a decir verdad, no era lo único colorido que apareció en nuestro camino.

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      El curso nos llevaba por todo el costado de la barranca, pero poco simulaba bajar al río. Aunque los lugareños nos habían asegurado un rápido descenso, la travesía era más larga de lo esperado.

      Antes de seguir, supimos que algo no resultaría. Esperábamos el arribo de dos amigos más, y en lo bajo de la barranca la señal de telefonía era escasa. Sería mucho más fácil encontrarlos en lo alto del acantilado.

      Volvimos entonces, entregados al calor de la tarde que, por cierto, no tardaría en esfumarse para dar paso a un fresco atardecer.

      La planicie superior fue el mejor lugar para montar el campamento. Un terreno llano, pastoso y fresco donde, al parecer, seríamos los únicos en pasar la noche.

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      Nuestros amigos no tardaron su arribo, por suerte, antes del ocaso. Y con las tres tiendas una junto a la otra, fue momento de armar la hoguera.

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      Una pila de malvaviscos y roles de canela fue el menú perfecto para el atardecer, que tras un cielo nublado se esfumó sin mucha presencia.

      Pero aquellas nubes de tormenta, cuyos relámpagos eran lo único que iluminaba el horizonte nocturno, crearon la atmósfera perfecta para las historias de terror que se avecinaban.

      Huasca de Ocampo es el sitio perfecto para alguien como Sediel, un fanático de las criaturas de fantasía. El pueblo está lleno de leyendas sobre duendes y brujas que moran los bosques circundantes, y que han hecho sus apariciones en repetidas ocasiones.

      De hecho, cuenta con su propio museo de los duendes. Y vaya que nuestro campamento simulaba ser su hogar, con una torre de metal en forma de sombrero que, de hecho, albergaba los únicos baños disponibles, a los que nadie se atrevía a entrar una vez caída la noche.

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      Cuando el fuego se fue consumiendo, una extraña luz apareció detrás de los arbustos. Un color amarillo fluorescente de forma redonda se movía con delicadeza, y de repente palpitaba como el latido de un corazón.

      No le prestamos mucha atención, quizá era alguien con una linterna. Tras pocos minutos se esfumó sin darnos cuenta.

      A la siguiente mañana, los lugareños nos contarían que se trataba de una bruja. Aparecer como pequeñas centellas era su especialidad en aquella zona. Pues bien, al menos no decidió visitar nuestro campamento.

      El alba fue bastante frío. El sereno dejó nuestras carpas más que húmedas por fuera. Y no había nada que deseáramos más que un café caliente. Pero habría que esperar la apertura de los puestos.

      Entretanto, un temprano despertar fue la mejor decisión grupal tomada para poder ser testigos de un hermoso amanecer.

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      El sol se levantó sobre la sierra oriental, iluminando tenuemente la figura de cada barranca del cañón. Nada, sino el cantar de las aves, se podía escuchar en el abismo.

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      Es lo que un grupo entero de capitalinos buscaba lejos de la metrópoli. La serenidad de una fría y verde mañana. Pero acompañada de un café de olla a la apertura del primer puesto, todo fue incluso mejor.

      Luego del desayuno fue momento de bajar a la peña, y contemplar el valle dibujado por los primeros rayos del sol.

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      La bruma de la mañana poco a poco se retiraba, y dejaba al desnudo la vitaleza de un cañón que podía apaciguar todo pensamiento y todo presente.

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      Escalar la peña no era una opción segura, pero hasta la poca altura que pudimos llegar fue suficiente para sentirnos satisfechos en nuestro viaje.

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      Disfrutar de la barranca sin la presencia de turistas durante la noche y la mañana fue una excelente decisión, que nos daría el respiro necesario para volver a la vida de una colmada ciudad.

    2. flormdk
      Último Relato

      Hace un poco más de diez años que había visitado la provincia de Misiones para ir a un congreso cuando era estudiante de la carrera de la carrera de Licenciatura en Turismo... Estuve algunos días en la capital, la ciudad de Posadas y dos noches en Iguazú. En este momento todavía las Cataratas de Iguazú no habían sido declaradas como Maravilla Natural, no había una gran cantidad de turistas. A decir verdad, cuando fui al parque con mis compañeros estábamos solamente nosotros. Vale aclarar, que era temporada baja, era el mes de mayo.

      Hacía bastante tiempo que tenía ganas de regresar, por eso, en el mes de enero pasado, decidí tomarme mis vacaciones de verano en las Cataratas. Organicé un tour que empezó en Salta y terminó en Iguazú.

      Decidimos dedicarle 5 noches a la ciudad de Iguazú ya que sabemos que es una de clima subtropical donde puede haber abundantes lluvias que impidan salir a recorrer el parque.

      Llegamos a destino y nos recibió una lluvia afortunadamente no muy intensa. De todas formas, es bastante frecuente que corramos con esa suerte... siempre los destinos que visitamos nos reciben con lluvia pero los días siguientes suelen tener unas condiciones climáticas espectaculares, así que no nos preocupamos.

      El primer día que llegamos, teníamos pensado visitar el Parque pero con la lluvia no era un buen plan. Entonces, optamos por cruzar la frontera y visitar Ciudad del Este en Paraguay. Es una ciudad que tiene la fama de ser un destino de compras ya que es una zona franca, libre de impuestos. 

      Tomamos un colectivo y en menos de una hora estábamos en destino. Creo que no hay palabras para describir a este sitio... Es una ciudad cargada de comercios, de carteles, de vehículos, de gente, de ruido ambiente... Una ciudad totalmente caótica en la que no existen semáforos que orden el tránsito. Afortunadamente, fuimos con información de los mejores lugares para comprar y también teníamos en mente que comprar con el modelo ya elegido. Creo que no hay otra manera de visitar esta ciudad si no es con información previa... Hay muchísimos lugares, vendedores ambulantes y carteles que compiten entre sí. Es recomendable ir temprano, ya que todos los lugares cierran a las 16:00 de la tarde porque suelen abrir muy temprano en la mañana y trabajan en horario de corrido.

      Nosotros llegamos con el tiempo muy justo pero por suerte llegamos a conseguir lo que teníamos planeado, una cámara de fotos de viaje.

      El objetivo principal del viaje era visitar el Parque Nacional Iguazú... También nos interesaba conocer el Parque del lado de Brasil... 

      Fuimos un día del lado de Brasil fue un paseo muy corto porque teníamos que regresar temprano para tomar el colectivo. La vista es muy distinta a la vista del lado argentino, ya que las pasarelas están muy cerca de las Cataratas, pero el parque en este lado es mucho más pequeño. No volvería a visitarlo, pero si volvería una y otra vez al lado argentino ya que aquí el parque es muchísimo más grande y como los colectivos pasan hasta más tarde, se puede estar disfrutando del paisaje hasta las 17:00. Un dato muy importante para quienes deseen visitar las Cataratas, es que comprando la entrada para dos días consecutivos, el segundo día sale la mitad de precio.

      Desde Iguazú se pueden hacer muchas excursiones como por ejemplo visitar las Ruinas de San Ignacio un sitio arqueológico muy interesante, visitar las Minas de Wanda y comprar piedras semipreciosas, etc. Era verano, días de calor intensos cargados de húmedad, por lo que no tenía mucho interés en realizar excursiones de días completos. Nos quedaba un día libre, aprovechamos para conocer la ciudad de Foz de Iguazú. Visitamos un Shopping y recorrimos la ciudad. A decir verdad, la ciudad no me pareció muy llamativa pero siempre me resulta interesante conocer distintas ciudades del mundo.

       

      Consejos importantes para quienes deseen visitar Iguazú

      Conviene destinarle al menos dos días para recorrer todo el parque en el lado argentino es posible que un día no alcance para conocerlo completo.

      Es aconsejable evitar la temporada alta ya que es un destino muy turístico por lo que en enero y mitad de julio suele haber más cantidad de gente que en otros meses.

      Resulta óptimo dejar días libres porque es una zona de clima subtropical, pueden tocar días de lluvia en los que no sea la mejor opción visitar el Parque.

      En el Parque se pueden comprar souvenires, hay varios restaurantes, kioscos y cafés.

      No hay que olvidar el protector solar, repelente y anteojos de sol. Por supuesto, es necesario llevar calzado cómodo.

      Aconsejo que al llegar al Parque, lo primero que hagan sea visitar la Garganta del Diablo, es el paseo que está un poco más alejado comparado con el resto de los circuitos, sumado a ello es el más imponente. Para llegar hasta allí se puede ir caminando o sino el trencito ecológico del Parque, es muy lindo y pintoresco.

      La cena show que se ofrece en Foz de Iguazú es imperdible! Se puede disfrutar de un espectáculo de danzas con música regional mientras se pueden degustar cientos de platos.

      Para visitar las Cataratas se recomienda un mínimo de 4 noches. 

      Para quienes deseen estar en contacto con la naturaleza en su máximo esplendor, pueden realizar el sendero Macuco, para ello es imprescindible llevar agua y alimentos ya que en ese trayecto no existen kioscos ni lugares de ventas de alimentos. 

    3. Perdido en el sureste de México, casi al borde del mar y ubicado junto al río Papaloapan, se ubica uno de los pocos pueblos del país declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

      A solo 90 kilómetros al sur de la ciudad de Veracruz, este colorido pueblo aparece en medio de una región tropical y cálida, cuyo único respiro del infernal calor es la brisa que carga consigo el río.

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      Visitarlo en verano un par de veces quizá no fue la mejor idea. Pero el solo hecho de estar allí significa un refresco del movimiento de la ciudad.

      Tlacotalpan surgió como un asentamiento del pueblo totonaca, una civilización mesoamericana prehispánica que se asentó en buena parte de la costa del Golfo de México. Su nombre significa “entre aguas”.

      Pero fue con la llegada de los españoles que el pueblo creció y tomó forma, desde que Pedro de Alvarado recorrió el Papaloapan río arriba, descubriendo que Tlacotalpan podría ser un buen puerto fluvial para el transporte de mercancías al Imperio Español.

      Así fue como surgieron dos grandes haciendas en la zona, que aunque corrieron el riesgo de ser abandonadas, hicieron que en algún momento la población de españoles creciera. Y sumado a la importación de esclavos negros africanos desde el puerto de Veracruz, Tlacotalpan tomó la raíz multicultural y multiétnica que posee hasta el día de hoy.

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      El pueblo es el corazón del son jarocho y los jaraneros, estilos musicales provenientes del Caribe y que fueron desarrollados en la mayor parte de la costa del Golfo gracias a los afrodescendientes.

      La misma palabra “jarocho” define a las personas provenientes de la región del Sotavento, sobre todo aquellos de piel oscura que usaban jaras como método de pesca. Y esas raíces extranjeras finalmente se impregnaron en la zona alrededor de Tlacotalpan.

      Músicos con sus típicos trajes blancos, con sombreros de paja y pañuelos rojos caminan por las calles ofreciendo coplas. Mientras en las noches llegan los huapangos, fiestas donde el son jarocho es el invitado principal.

      Pero el mayor atractivo del pueblo es sin duda su arquitectura vernácula, es decir, que las construcciones fueron hechas de forma auténtica por los habitantes nativos con materiales de la zona.

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      En 1714 el río se desbordó, y en 1788 un incendio arrasó con muchas de las casas. Es por ello que se ordenó que a partir de entonces todo edificio fuera alzado con mampostería. 

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      Y desde aquella época, un lejano siglo XVIII, las típicas casonas con arcos y pilares se han mantenido en pie.

      Luciendo los vivos colores de México, cada casa es un ejemplo de lo que puede lograrse de forma artificial, respetando siempre lo natural.

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      Cada teja, cada muro, cada columna, cada acera, fueron construidos con los materiales que la propia cuenca del Papaloapan le otorgó a la ciudad. Y se convirtió con los años en el orgullo de los tlacotalpeños.

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      Aunque el puerto fluvial perdió su importancia con la llegada del ferrocarril, el río ha sido siempre parte vital de Tlacotalpan. No solo como medio de transporte, sino al aportar el agua para los cultivos, la ganadería, los pobladores, regular el clima y para la pesca.

      Tomar una balsa para dar un paseo por sus aguas es uno de los mayores atractivos hoy en día.

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      Aunque para ser sincero, la magia de la mampostería y la arquitectura vernácula se esfuma de inmediato.

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      En su lugar, es suplantada por modernas mansiones pertenecientes a la clase alta de Veracruz. Políticos y empresarios han construido sus casas de verano en la riviera, y los yates estacionados en su orilla confirman su poder adquisitivo.

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      Aún así, no está de más un recorrido por el emblemático Papaloapan, que transporta sus aguas desde las tierras de Tuxtepec.

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      El propio río sirve para bendecir la ciudad cada 2 de febrero, cuando las fiestas patronales llegan con la Virgen de la Candelaria.

      Una estatua de la virgen es transportada en una balsa y otorga su bendición al pueblo para evitar inundaciones y otras calamidades, que suelen ser comunes en esta zona tropical.

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      Las fiestas van acompañadas de ferias, mercados de comida callejera, huapangos y hasta un embalse de toros, que son soltados libres por las calles de la ciudad luego de cruzar el río junto a los ganaderos.

      La iglesia es uno de los puntos icónicos de la ciudad, ubicada en la plaza central, o zócalo, como se le conoce en México.

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      Esta explanada crea el plano urbanístico típico de una ciudad colonial española. Un cuadrante central con una alameda, junto a la cual se posa el templo católico y su campanario.

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      Junto a ella, el palacio municipal que funge como poder político, y que servía para demostrar a los antiguos indígenas quién tenía el poder sobre ellos.

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      Tras el zócalo, las calles perpendiculares se trazaron desde el río al interior de las tierras que lo orillan, formando las cuadras empedradas que dibujan hoy la totalidad de Tlacotalpan.

      La tejas en lo alto de las casas otorgan una fresca manera de protegerse del sol. El aire acondicionado no es tan común en esta zona. Pero los corredores y patios centrales son suficientes para ventilar los interiores.

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      Es común encontrar bancas y mecedoras en los pasillos exteriores de las casas, donde los vecinos se sientan a compartir un torito por las tardes, la bebida tradicional hecha a base de alcohol de caña.

      Para mí y mis amigos, la bicicleta fue la mejor manera de recorrer el pueblo. Al fin y al cabo, su terreno plano puede ser bastante bien aprovechado sobre dos ruedas.

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      Un lugar donde los niños todavía corren por las calles, los músicos se pasean por tiendas y restaurantes, los mariscos frescos se sirven en platos calientes y las botellas heladas de torito refrescan del calor.

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      Tlacotalpan se ha ganado con creces, y sin lugar a dudas, su título como Patrimonio de la Humanidad, al combinar tres etnias y culturas en un pequeño lugar.

      Sus casonas vernáculas y vivos colores son el mejor ejemplo de lo lindo de México. Un mágico y perdido lugar entre las selvas tropicales del sur.

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