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Las Playas Negras de Mompiche

Ayelen

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El clima no nos estaba acompañando desde nuestro arribo al país de las iguanas, pero de todas formas, aquel cielo completamente gris y blancuzco no disminuía en nada la temperatura. El calor pesado comenzaba a hacerse sentir en esta etapa del viaje. :oops:

 

Habíamos dejado atrás Puerto López y luego de una rápida visita a la Playa Los Frailes considerada una de las más bonitas de la región, nos dirigimos a otra playa famosa de la costa ecuatoriana: el pequeño poblado de Mompiche.

 

La Ruta del Sol o La Ruta del Spondylus como ya les mencioné antes, es una de las más conocidas y turísticas de Ecuador, ya que recorre toda la costa del Pacífico, conectando los pueblos y ciudades marítimas más importantes.

 

Es una carretera completamente fascinante. En tramos recorre kilómetros y kilómetros de densa jungla que se amontona como dos murallas verdes a los costados del camino, cerrándote la visión. Lianas, palmeras y helechos por doquier tapizan desprolijamente los montes ecuatorianos. Y de repente y sin aviso, te encontrás con que el paisaje se abre inmensamente cuando la carretera se desvía hacia la costa. En esos trechos, la selva quedaba a un lado y hacia el otro, el inmenso mar que rugía con fuerzas contra la costa nos acompañaba durante el viaje. <3

 

Ruta del Spondylus, Ecuador

 

A sólo unos 370 km de Puerto López, al costado de la Ruta del Spondylus, se abría un sencillo camino que se internaba por entre la vegetación, en dirección al Pacífico, donde un cartel indicaba el ingreso a Mompiche. Con algo de recelo, tomamos aquel desvío y, efectivamente, en sólo unos pocos minutos, arribábamos al poblado, seguidos por la mirada curiosa de los pueblerinos.

 

Pequeñísimo y súper sencillo, Mompiche parecía salido de alguna película sombría de Hollywood. Allí debía haber no más de 100 casitas o chocitas construidas en bambú o madera con techo de paja, distribuidas en pocas manzanas sobre la rivera del mar. Callecitas de arena trazadas sin ninguna cuadrícula se abrían desprolijamente por entre las cabañas y terminaban sobre una construcción, tipo rompeolas, hecha con rocas y hormigón, que separaba el poblado del mar y lo protegía de las altas mareas.

 

Playas de Mompiche, Ecuador

Algunas casitas sobre las playas de Mompiche

 

El camino que tomamos para ingresar se convertía en una especie de avenida principal ancha dentro del poblado, rodeada de algunos hospedajes y sitios para comer, y finalizaba en la costa.

 

Como no podía ser de otra forma, el día estaba nublado y cerca del mar soplaba una brisa refrescante. Con el estómago crujiendo, antes de buscar hospedaje almorzamos en un restaurante al final de la calle principal. El menú económico incluía (sin falta) arroz y papas. Si pretenden viajar por Suramérica y alimentarse barato, sólo espero que les guste el arroz y las papas… y el pollo. Aunque en este caso, estando en un poblado cuya actividad económica principal es la pesca, obviamente en mi plato reposaba una buena rebanada de algún tipo de pescado.

 

Desde nuestra mesa teníamos una vista panorámica de toda la costa de Mompiche. Se veía tan tranquila y desolada. Probablemente el día no era el ideal para tomar sol, por lo que aquel paisaje se veía bastante inhóspito, a pesar de que, luego, descubriríamos muchos turistas parando en el pueblo.

 

Playas de Mompiche, Ecuador

 

Sólo unas cuantas embarcaciones reposaban sobre la costa, donde los pescadores acomodaban sus redes y anclas, realmente no supe distinguir si volvían o se preparaban para embarcar. Y todo este contexto rodeado de una espesa vegetación selvática que nacía justo detrás del pueblo y llegaba hasta la costa en acantilados.

 

Playas de Mompiche, Ecuador

 

Terminamos instalándonos en un pequeño camping que, sinceramente, sólo era el patio delantero de una sencilla familia. Un poco más apretujados de lo que hubiera deseado, pero un buen lugar para armar la carpa, al fin y al cabo. Para colmo, hacia la tarde unos negros nubarrones se formaron sobre la playa y una tenue llovizna comenzó a caer desde el cielo. Para esa hora entendimos la practicidad de aquella muralla de hormigón porque la marea crece muy rápido en Mompiche y donde antes podíamos ver varios metros de arena blanca, ahora todo estaba cubierto por el mar.

 

Al día siguiente, el cielo seguía cubierto, pero al menos no llovía. Así que, nos cargamos algunas cosas y, mochila en hombro, salimos a caminar por las playas de Mompiche. Por entre las pesadas nubles blancas que cubrían el cielo, cada tanto se colaba un tenue rayo de sol que nos mostraba un mar de un color esmeralda paradisíaco.

 

Playas de Mompiche, Ecuador

 

Desde la avenida principal hacia la derecha, la playa se continuaba solitaria cercada por el muro de piedras, desde donde el cual nacía el pueblo con algunos restaurantes y posadas. Hacia la izquierda seguía varios metros hasta que era cerrada por un acantilado cubierto de vegetación. Nos dirigimos lentamente hacia allí, donde parecía más tranquilo.

 

Debimos atravesar una gran cantidad de botes y embarcaciones sobre un trecho de la playa, donde los pescadores preparaban sus redes para adentrarse no sé cuántos metros hacia el mar. Varios perros buscaban entre los botes algunos restos de pescados desechados que pudieran servir para llenar sus estómagos, mientras que enormes pelicanos y hábiles gaviotas competían por lo mismo.

 

Playas de Mompiche, Ecuador

 

Llegamos hasta donde finalizaba la playa. Más allá se podía continuar atravesando grandes rocas y piletones naturales. El mar estaba completamente planchado, como solemos decir. Esto significa que no había casi olas… parecía una piscina! Corrimos al agua en busca de un buen chapuzón refrescante y disfrutamos de las aguas templadas de Ecuador. Hasta tomé algunas clases de natación con Martin, aprovechando la inusual calma del mar.

 

Playas de Mompiche, Ecuador

 

El sol apenas se dejó ver durante el resto de la tarde, pero aquel lugar es fantástico aun en días nublados. Algunos surfers se internaban en busca de olas pequeñas que les sirvieran para practicar, mientras veíamos a lo lejos los botes pesqueros alejarse hacia el horizonte.

 

Más cangrejitos en Mompiche, Ecuador

 

Hacia la noche, el pueblo apenas se iluminaba con algunos faroles sobre las calles y desde los negocios de comidas ya comenzaba a sentirse el típico aroma a fritura y pescado. Aquella noche sólo comimos unas porciones de famosas “salchipapas” un plato (o comida chatarra) más bien típico de Perú, que claramente no es más que salchichas y papas fritas…. Bien saludable. :big-grinB:

 

Mientras paseábamos por las callecitas de arena de Mompiche, recuerdo que un tumulto de gente y algo de exaltación llamó mi atención. Una niña sostenía en sus manos una enorme langosta que algún pescador había atrapado con sus redes. Pobre bicho. :ohmy:

 

Animalillos marinos en Ecuador

 

Un argentino que conocimos en el camping nos habló de unas playas que sólo se encontraban a pocos kilómetros de Mompiche, famosas por su arena negra. También nos comentó de una isla ubicada cerca de allí donde un grupo de personas trabajaban en el rescate de tortugas marinas. Completamente entusiasmados con estos nuevos destinos, nos fuimos a dormir. Mientras nos acomodábamos en la carpa esa misma noche, un inusual intruso con sus grandes pinzas trató de escabullirse dentro! Ya se nos habían metido varios insectos, algunos gatos y hasta perros habían intentado colarse a la tienda…pero jamás imaginé que un cangrejo quisiera dormir con nosotros. :huh:

 

Un pequeño intruso en la carpa!

El pequeño intruso, agarrado in fraganti intentando entrar a la carpa!

 

Al día siguiente tomamos el camino que nos había indicado el argentino para llegar a las playas negras. Debíamos caminar sobre la costa principal de Mompiche hasta el punto donde habíamos parado el día siguiente y tomar un camino que se abría paso por entre la vegetación.

 

Atravesamos la jungla plagada de molestos mosquitos (nota mental: NUNCA olvidarse de repelente en estos lugares). Recorrimos algunos metros hasta que dejamos de escuchar el rugir del mar y sólo percibíamos nuestros pasos chapoteando en aquella mezcla de arena y barro que era el camino.

 

Camino por la selva a la Playa Negra

 

El canto de algunos grillos, el débil piar de algunos pajaritos y luego un silencio abismal mientras atravesábamos la selva. El camino se desviaba finalmente hacia la ruta, por lo que había que costear un largo trecho la carretera hasta que llegábamos a la entrada de una cantera. Unas enormes maquinas cortaban el paso, pero ya nos habían informado que podíamos atravesar el camino.

 

Aves de Ecuador

 

Cruzamos una gran planicie donde se acumulaban montañas y montañas de tierra oscura que probablemente aquellas maquinas hubieran juntado y el camino terminaba en un alto barranco. Desde allí tuvimos la primera visión de El Ostional como llaman a la playa negra. Desde aquella altura admito que no advertí nada diferente, aquella era otra playa más.

 

Bajamos por un empinado caminito. Caminamos, caminamos y sudamos, hasta que finalmente llegamos a la playa negra.

 

Allí el mar estaba un poco más bravo, con grandes olas. De hecho unos chicos (los típicos surfistas) llegaron detrás de nosotros con sus grandes tablas en busca de grandes olas. Sin embargo ahí la atracción principal no era el mar, si no la arena. Arena negra, con matices más claros sobre la orilla que bañaba el mar y más oscura hacia donde nacía la vegetación.

 

Playa Negra de Mompiche, Ecuador

 

Caminamos descalzos disfrutando la sensación de esta arena suave, de granos más finos que, en realidad, es producto de la erosión de rocas volcánicas. La arena blanca se encuentra formada por diminutos trocitos de conchas y crustáceos marinos, pero allí la arena no era de origen orgánico.

 

Arena Negra en Mompiche, Ecuador

 

Completamente solos en aquel lugar tan extraño (a excepción de los surfers), buscamos un sitio donde acomodar nuestras cosas y disfrutamos de un almuerzo a base de sándwiches, nuestro alimento principal en todo el viaje.

 

Playa Negra de Mompiche, Ecuador

 

Inmediatamente me llamó la atención ver pequeñas manchas azules sobre la arena, como cordones sinuosos a lo largo de toda la playa. Al inspeccionar mejor, descubrí que eras pequeñas medusas, de tentáculos azules que no me animé mucho a tocar porque ya he tenido malas experiencias con medusas de pequeña como para agregarle un condimento a mi pánico al agua. (De hecho, menos mal que no lo hice, ya que investigando por la red descubrí que, al parecer, eran pequeños ejemplares de la medusa azul Fragata Azul, cuya picadura puede provocar graves lesiones)

 

Pequeña medusa azul (Fragata azul Physalia physalis)

 

Pero, sin lugar a duda, los personajes más divertidos que aparecieron en la playa fueron los cangrejos ermitaños. Estos pequeñitos que utilizan conchas de caparazones vacíos como hogar comenzaron a aparecer de a montones, escabulléndose a toda prisa hacia un lugar más seguro y alejados de nosotros.

 

Simpático cangrejo ermitaño en las playas negras de Mompiche

 

Nos entretuvimos durante la tarde haciéndonos baños de arena negra (es difícil quitarla después) y persiguiendo cangrejos anaranjados que salían de sus escondites y corrían a toda velocidad por la playa.

 

Playa Negra de Mompiche, Ecuador

 

Para la caída del sol, un bote pesquero llegó desde el mar arrastrando una enorme red. Varios pescadores aparecieron en ese momento en la playa y ayudaron a la embarcación a subir a la playa y a sacar la pesada red del mar.

 

Pesqueros en Mompiche, Ecuador

 

Al regresar a Mompiche, atravesando nuevamente la jungla, y como aún teníamos luz del día, decidimos adentrarnos más en la playa principal, por aquel sector de rocas y piletones naturales.

 

Saltando inmensos peñascos cubiertas de corales y metiendo los pies en los cálidos piletones (con cuidado de no pisar los cangrejitos que asomaban cautelosos desde sus escondites), llegamos hasta el final de la playa donde un gran risco cubierto de árboles y jungla impedía seguir avanzando.

 

Playas de Mompiche, Ecuador

 

Sobre la irregular pared rocosa del acantilado que nacía enfrente de nosotros y sobre las ramas de los árboles que se asomaban en altura, toda una gran y bulliciosa familia de piqueros patiazul descansaba y disfrutaba de los últimos rayos de luz del día.

 

Piquero patiazul (Sula nebouxii) en Mompiche

 

Entre estas aves de llamativas patas celestes que resaltaban sobre el fondo gris del acantilado, también descubrimos algunas fragatas que por primera vez veía descansando en alguna rama y no alto en el cielo, planeando con sus enormes alas abiertas y esa figura típica y oscura que forman al planear.

 

Fragata hembra (Fregata magnificens) en Mompiche

 

Volvimos al camping cuando la marea empezó a subir y apuramos el paso porque no tenía ninguna intención de quedarme atrapada en aquel sitio con el agua hasta el cuello. Aquella noche preparamos una sencilla cena y aprontamos todas las cosas para poder partir rápido a la mañana siguiente. Mompiche había sido una gran parada dentro de las costas de Ecuador, pero la verdad era que no podía pensar en otra cosa que no fueran las tortugas de Portete que iríamos a visitar el día siguiente. :big-smil:

 

Playas de Mompiche, Ecuador

 

 

 

 

 

Más fotos sobre este lugar tan especial con sus arnas negras, en Mompiche :P

 

 

 

 

 

 

 

jejeje! son muy simpáticos <3

 

 

 

 

 

 

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  • Muy Bueno 3


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Más que la extraña sensación de la arena negra también me daría algo de miedo pisar esas medusas... son el animal más mortal del mundo :o

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Más que la extraña sensación de la arena negra también me daría algo de miedo pisar esas medusas... son el animal más mortal del mundo :o

 

 

Parecían tan pequeñas e inofensivas :S no estoy segura que fueran la misma especie, aunque parece que sí por su morfología. Igual ninguna estaba con vida :(

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    1. AlexMexico
      Último Relato

      El transcurso de una vida urbana puede fácilmente tornarse en algo rutinario, incluso en la grandeza de la Ciudad de México donde, no importa cuándo, siempre se encuentra algo por hacer.

      Si bien, la rutina es algo que se puede fácilmente esquivar en la capital mexicana, hay algo de lo que es imposible escapar. La contaminación y la gente. Un pacífico fin de semana, a solas en el aire fresco, es una demanda de colosales magnitudes en una de las metrópolis más pobladas del mundo. Pero hay algo que la hace única, a pesar de su estresante e incesante actividad.

      Hace casi 700 años, los mexicas (mejor conocidos como aztecas) decidieron construir su capital en uno de los más bellos paisajes del Aztlán, la tierra que ellos consideraban su mundo. Fue en un islote, en medio de un lago rodeado por montañas, donde fundaron Tenochtitlán, lo que hoy todos conocemos como Ciudad de México.

      Los alrededores de Tenochtitlán están cercados de impresionantes paisajes naturales, que dejaron en claro por qué Mesoamérica fue y será el cuerno de la abundancia. Es así que escapar de la ajetreada vida capitalina es, incluso hoy, una tarea fácil.

      Aquella vez, la decisión para reposar un fin de semana fue tomada por Sediel, uno de mis mejores amigos con cuya novia haríamos el viaje. Con una tienda de campaña casi nueva, un saco de dormir y una mochila sedienta por querer ser utilizada, el estado de Hidalgo fue lo que atrajo nuestra atención.

      Contiguo al Estado de México, Hidalgo cuenta con pueblos coloniales, grutas, aguas termales, bosques, cañones, cascadas, minas y un sinfín de interesantes propuestas de aventura. Y muy cerca de Pachuca, su capital, el pueblo de Huasca de Ocampo fue el destino elegido.

      La pequeña localidad nació en la época colonial española, cuando la producción minera atrajo a adinerados hacendarios europeos, que usaron la mano de obra indígena para la explotación.

      El pueblo creció alrededor de cuatro grandes haciendas, y aunque en el declive de la zona (cuando México se volvió independiente) muchos edificios quedaron casi en ruinas, en el siglo pasado se restauró para hacerlo un pueblo de paseo para turistas.

      Son varias cosas que hacen especial a Huasca. Su café, sus leyendas (que incluyen a duendes y brujas) y, sobre todo, su hermosa situación geográfica.

      Ubicada entre la Sierra de Pachuca y el Valle de Tulancingo, los paisajes aledaños a Huasca son un deleite visual, perfecto para los cazadores de un reposo en la naturaleza. Así que en vez de quedarnos mucho más tiempo en Huasca decidimos seguir nuestra ruta hasta los prismas basálticos, uno de los principales atractivos del valle.

      Huasca se emplaza en el oriente del Eje volcánico transversal, una cadena de volcanes que atraviesa el país de este a oeste y lo corta por su parte central. 

      Hace un par de millones de años, el enfriamiento del escurrimiento de lava que se generó en esta zona formó columnas de basalto que tomaron formas de prismas pentagonales y hexagonales. El resultado es hoy una maravilla.

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      El conjunto de prismas encimados entre sí parecen una estructura de legos. Es difícil creer que la naturaleza haya creado formas tan inorgánicas por sí sola.

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      Accedimos a los prismas bajando unas escaleras que llevan hasta un pequeño corredor, por donde cae un arroyo. El agua es traída desde los ríos y las presas que alimentan de agua la comunidad de Santa María Regla, a la que pertenecen las columnas.

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      Aunque algunas de las pequeñas cuatro cascadas fueron arrastradas hasta allí por el hombre, no hay mejor manera de darle un toque más encantador a un lugar como aquel que con caídas de agua.

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      El arroyo culmina en un pequeño estanque, al que se debe acceder desde la hacienda contigua. Es la llamada Cascada de la Rosa.

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      Este lugar fue visitado y estudiado incluso por personajes como Alexander von Humboldt, durante sus viajes por América Latina. La UNESCO nombró al sitio como uno de los 30 geoparques de la Red global de geoparques.

      Aunque ya había sido testigo de columnas basálticas del mismo estilo en Islandia, verlas en México no hizo más que reafirmar que es un país que lo tiene todo.

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      Antes de que se hiciera más tarde, era momento de decidir dónde debíamos acampar. La zona de Huasca de Ocampo posee múltiples sitios para hacerlo. Pero al ser el último fin de semana del verano estudiantil, los campings y balnearios estaban repletos. 

      El pueblo no era una buena idea para huir del bullicio. Y con ganas de un contacto mucho más natural, decidimos escuchar la sugerencia de un chofer.

      Unos kilómetros al norte, lejos de la carretera, había un lugar llamado Peña del Aire. Nada habíamos escuchado sobre él. Incluso, encontrarlo en Google Maps no fue del todo fácil. La información en internet era casi escasa. Pues bien, eso lo hacía el lugar perfecto.

      Según se nos dijo, pocas personas llegaban hasta la peña, ubicada al borde un acantilado bajo el cual se extendía un enorme cañón. Y en lo alto, una zona de camping era ideal para pasar la noche, lejos de las luces, del ruido y de cualquier contacto humano.

      Aceptamos así un viaje en taxi hasta la peña. Y tras un arduo viaje por un feo y estrepitoso camino de ripio, el chofer nos dejó en un centro de visitantes, que no era más que una palapa.

      Peña del Aire es un parque ecoturístico protegido. Hay pocas casas y propiedades privadas dentro del terreno. Las únicas construcciones son casetas de vigilancia, cobranza y algunos puestos de comida y tiendas. 

      A solo unos pasos de aquel puesto de visitantes se abrió ante nosotros un enorme cañón, parte de la Sierra de Pachuca.

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      El nombre Peña del Aire se debe, precisamente, a una gigantesca peña que se yergue en uno de los costados de la barranca. Y sí, de hecho, parece que flota en el aire.

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      Estas formaciones rocosas son características de las barrancas de la Sierra Oriental. Y el sitio perfecto para un centro ecoturístico.

      Una tirolesa de unos 70 metros de largo se tiende al lado de la peña y permite a los visitantes volar sobre el abismo. 

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      En la parte más baja, un río dibuja el camino del valle, junto al cual solo una pequeña iglesia se posa junto a un par de campos de cultivo. Al mirar abajo, creímos que sería un excelente lugar para acampar.

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      Comenzamos el descenso con mochila al hombro, cuidadosos de seguir el mezquino sendero que nos guiaba. El calor era sofocante, pero valía la pena hacer el intento.

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      Las vistas desde las laderas eran sencillamente magníficas. La vegetación parecía hacerse cada vez más verde y, a decir verdad, no era lo único colorido que apareció en nuestro camino.

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      El curso nos llevaba por todo el costado de la barranca, pero poco simulaba bajar al río. Aunque los lugareños nos habían asegurado un rápido descenso, la travesía era más larga de lo esperado.

      Antes de seguir, supimos que algo no resultaría. Esperábamos el arribo de dos amigos más, y en lo bajo de la barranca la señal de telefonía era escasa. Sería mucho más fácil encontrarlos en lo alto del acantilado.

      Volvimos entonces, entregados al calor de la tarde que, por cierto, no tardaría en esfumarse para dar paso a un fresco atardecer.

      La planicie superior fue el mejor lugar para montar el campamento. Un terreno llano, pastoso y fresco donde, al parecer, seríamos los únicos en pasar la noche.

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      Nuestros amigos no tardaron su arribo, por suerte, antes del ocaso. Y con las tres tiendas una junto a la otra, fue momento de armar la hoguera.

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      Una pila de malvaviscos y roles de canela fue el menú perfecto para el atardecer, que tras un cielo nublado se esfumó sin mucha presencia.

      Pero aquellas nubes de tormenta, cuyos relámpagos eran lo único que iluminaba el horizonte nocturno, crearon la atmósfera perfecta para las historias de terror que se avecinaban.

      Huasca de Ocampo es el sitio perfecto para alguien como Sediel, un fanático de las criaturas de fantasía. El pueblo está lleno de leyendas sobre duendes y brujas que moran los bosques circundantes, y que han hecho sus apariciones en repetidas ocasiones.

      De hecho, cuenta con su propio museo de los duendes. Y vaya que nuestro campamento simulaba ser su hogar, con una torre de metal en forma de sombrero que, de hecho, albergaba los únicos baños disponibles, a los que nadie se atrevía a entrar una vez caída la noche.

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      Cuando el fuego se fue consumiendo, una extraña luz apareció detrás de los arbustos. Un color amarillo fluorescente de forma redonda se movía con delicadeza, y de repente palpitaba como el latido de un corazón.

      No le prestamos mucha atención, quizá era alguien con una linterna. Tras pocos minutos se esfumó sin darnos cuenta.

      A la siguiente mañana, los lugareños nos contarían que se trataba de una bruja. Aparecer como pequeñas centellas era su especialidad en aquella zona. Pues bien, al menos no decidió visitar nuestro campamento.

      El alba fue bastante frío. El sereno dejó nuestras carpas más que húmedas por fuera. Y no había nada que deseáramos más que un café caliente. Pero habría que esperar la apertura de los puestos.

      Entretanto, un temprano despertar fue la mejor decisión grupal tomada para poder ser testigos de un hermoso amanecer.

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      El sol se levantó sobre la sierra oriental, iluminando tenuemente la figura de cada barranca del cañón. Nada, sino el cantar de las aves, se podía escuchar en el abismo.

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      Es lo que un grupo entero de capitalinos buscaba lejos de la metrópoli. La serenidad de una fría y verde mañana. Pero acompañada de un café de olla a la apertura del primer puesto, todo fue incluso mejor.

      Luego del desayuno fue momento de bajar a la peña, y contemplar el valle dibujado por los primeros rayos del sol.

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      La bruma de la mañana poco a poco se retiraba, y dejaba al desnudo la vitaleza de un cañón que podía apaciguar todo pensamiento y todo presente.

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      Escalar la peña no era una opción segura, pero hasta la poca altura que pudimos llegar fue suficiente para sentirnos satisfechos en nuestro viaje.

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      Disfrutar de la barranca sin la presencia de turistas durante la noche y la mañana fue una excelente decisión, que nos daría el respiro necesario para volver a la vida de una colmada ciudad.

    2. flormdk
      Último Relato

      Hace un poco más de diez años que había visitado la provincia de Misiones para ir a un congreso cuando era estudiante de la carrera de la carrera de Licenciatura en Turismo... Estuve algunos días en la capital, la ciudad de Posadas y dos noches en Iguazú. En este momento todavía las Cataratas de Iguazú no habían sido declaradas como Maravilla Natural, no había una gran cantidad de turistas. A decir verdad, cuando fui al parque con mis compañeros estábamos solamente nosotros. Vale aclarar, que era temporada baja, era el mes de mayo.

      Hacía bastante tiempo que tenía ganas de regresar, por eso, en el mes de enero pasado, decidí tomarme mis vacaciones de verano en las Cataratas. Organicé un tour que empezó en Salta y terminó en Iguazú.

      Decidimos dedicarle 5 noches a la ciudad de Iguazú ya que sabemos que es una de clima subtropical donde puede haber abundantes lluvias que impidan salir a recorrer el parque.

      Llegamos a destino y nos recibió una lluvia afortunadamente no muy intensa. De todas formas, es bastante frecuente que corramos con esa suerte... siempre los destinos que visitamos nos reciben con lluvia pero los días siguientes suelen tener unas condiciones climáticas espectaculares, así que no nos preocupamos.

      El primer día que llegamos, teníamos pensado visitar el Parque pero con la lluvia no era un buen plan. Entonces, optamos por cruzar la frontera y visitar Ciudad del Este en Paraguay. Es una ciudad que tiene la fama de ser un destino de compras ya que es una zona franca, libre de impuestos. 

      Tomamos un colectivo y en menos de una hora estábamos en destino. Creo que no hay palabras para describir a este sitio... Es una ciudad cargada de comercios, de carteles, de vehículos, de gente, de ruido ambiente... Una ciudad totalmente caótica en la que no existen semáforos que orden el tránsito. Afortunadamente, fuimos con información de los mejores lugares para comprar y también teníamos en mente que comprar con el modelo ya elegido. Creo que no hay otra manera de visitar esta ciudad si no es con información previa... Hay muchísimos lugares, vendedores ambulantes y carteles que compiten entre sí. Es recomendable ir temprano, ya que todos los lugares cierran a las 16:00 de la tarde porque suelen abrir muy temprano en la mañana y trabajan en horario de corrido.

      Nosotros llegamos con el tiempo muy justo pero por suerte llegamos a conseguir lo que teníamos planeado, una cámara de fotos de viaje.

      El objetivo principal del viaje era visitar el Parque Nacional Iguazú... También nos interesaba conocer el Parque del lado de Brasil... 

      Fuimos un día del lado de Brasil fue un paseo muy corto porque teníamos que regresar temprano para tomar el colectivo. La vista es muy distinta a la vista del lado argentino, ya que las pasarelas están muy cerca de las Cataratas, pero el parque en este lado es mucho más pequeño. No volvería a visitarlo, pero si volvería una y otra vez al lado argentino ya que aquí el parque es muchísimo más grande y como los colectivos pasan hasta más tarde, se puede estar disfrutando del paisaje hasta las 17:00. Un dato muy importante para quienes deseen visitar las Cataratas, es que comprando la entrada para dos días consecutivos, el segundo día sale la mitad de precio.

      Desde Iguazú se pueden hacer muchas excursiones como por ejemplo visitar las Ruinas de San Ignacio un sitio arqueológico muy interesante, visitar las Minas de Wanda y comprar piedras semipreciosas, etc. Era verano, días de calor intensos cargados de húmedad, por lo que no tenía mucho interés en realizar excursiones de días completos. Nos quedaba un día libre, aprovechamos para conocer la ciudad de Foz de Iguazú. Visitamos un Shopping y recorrimos la ciudad. A decir verdad, la ciudad no me pareció muy llamativa pero siempre me resulta interesante conocer distintas ciudades del mundo.

       

      Consejos importantes para quienes deseen visitar Iguazú

      Conviene destinarle al menos dos días para recorrer todo el parque en el lado argentino es posible que un día no alcance para conocerlo completo.

      Es aconsejable evitar la temporada alta ya que es un destino muy turístico por lo que en enero y mitad de julio suele haber más cantidad de gente que en otros meses.

      Resulta óptimo dejar días libres porque es una zona de clima subtropical, pueden tocar días de lluvia en los que no sea la mejor opción visitar el Parque.

      En el Parque se pueden comprar souvenires, hay varios restaurantes, kioscos y cafés.

      No hay que olvidar el protector solar, repelente y anteojos de sol. Por supuesto, es necesario llevar calzado cómodo.

      Aconsejo que al llegar al Parque, lo primero que hagan sea visitar la Garganta del Diablo, es el paseo que está un poco más alejado comparado con el resto de los circuitos, sumado a ello es el más imponente. Para llegar hasta allí se puede ir caminando o sino el trencito ecológico del Parque, es muy lindo y pintoresco.

      La cena show que se ofrece en Foz de Iguazú es imperdible! Se puede disfrutar de un espectáculo de danzas con música regional mientras se pueden degustar cientos de platos.

      Para visitar las Cataratas se recomienda un mínimo de 4 noches. 

      Para quienes deseen estar en contacto con la naturaleza en su máximo esplendor, pueden realizar el sendero Macuco, para ello es imprescindible llevar agua y alimentos ya que en ese trayecto no existen kioscos ni lugares de ventas de alimentos. 

    3. Perdido en el sureste de México, casi al borde del mar y ubicado junto al río Papaloapan, se ubica uno de los pocos pueblos del país declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

      A solo 90 kilómetros al sur de la ciudad de Veracruz, este colorido pueblo aparece en medio de una región tropical y cálida, cuyo único respiro del infernal calor es la brisa que carga consigo el río.

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      Visitarlo en verano un par de veces quizá no fue la mejor idea. Pero el solo hecho de estar allí significa un refresco del movimiento de la ciudad.

      Tlacotalpan surgió como un asentamiento del pueblo totonaca, una civilización mesoamericana prehispánica que se asentó en buena parte de la costa del Golfo de México. Su nombre significa “entre aguas”.

      Pero fue con la llegada de los españoles que el pueblo creció y tomó forma, desde que Pedro de Alvarado recorrió el Papaloapan río arriba, descubriendo que Tlacotalpan podría ser un buen puerto fluvial para el transporte de mercancías al Imperio Español.

      Así fue como surgieron dos grandes haciendas en la zona, que aunque corrieron el riesgo de ser abandonadas, hicieron que en algún momento la población de españoles creciera. Y sumado a la importación de esclavos negros africanos desde el puerto de Veracruz, Tlacotalpan tomó la raíz multicultural y multiétnica que posee hasta el día de hoy.

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      El pueblo es el corazón del son jarocho y los jaraneros, estilos musicales provenientes del Caribe y que fueron desarrollados en la mayor parte de la costa del Golfo gracias a los afrodescendientes.

      La misma palabra “jarocho” define a las personas provenientes de la región del Sotavento, sobre todo aquellos de piel oscura que usaban jaras como método de pesca. Y esas raíces extranjeras finalmente se impregnaron en la zona alrededor de Tlacotalpan.

      Músicos con sus típicos trajes blancos, con sombreros de paja y pañuelos rojos caminan por las calles ofreciendo coplas. Mientras en las noches llegan los huapangos, fiestas donde el son jarocho es el invitado principal.

      Pero el mayor atractivo del pueblo es sin duda su arquitectura vernácula, es decir, que las construcciones fueron hechas de forma auténtica por los habitantes nativos con materiales de la zona.

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      En 1714 el río se desbordó, y en 1788 un incendio arrasó con muchas de las casas. Es por ello que se ordenó que a partir de entonces todo edificio fuera alzado con mampostería. 

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      Y desde aquella época, un lejano siglo XVIII, las típicas casonas con arcos y pilares se han mantenido en pie.

      Luciendo los vivos colores de México, cada casa es un ejemplo de lo que puede lograrse de forma artificial, respetando siempre lo natural.

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      Cada teja, cada muro, cada columna, cada acera, fueron construidos con los materiales que la propia cuenca del Papaloapan le otorgó a la ciudad. Y se convirtió con los años en el orgullo de los tlacotalpeños.

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      Aunque el puerto fluvial perdió su importancia con la llegada del ferrocarril, el río ha sido siempre parte vital de Tlacotalpan. No solo como medio de transporte, sino al aportar el agua para los cultivos, la ganadería, los pobladores, regular el clima y para la pesca.

      Tomar una balsa para dar un paseo por sus aguas es uno de los mayores atractivos hoy en día.

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      Aunque para ser sincero, la magia de la mampostería y la arquitectura vernácula se esfuma de inmediato.

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      En su lugar, es suplantada por modernas mansiones pertenecientes a la clase alta de Veracruz. Políticos y empresarios han construido sus casas de verano en la riviera, y los yates estacionados en su orilla confirman su poder adquisitivo.

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      Aún así, no está de más un recorrido por el emblemático Papaloapan, que transporta sus aguas desde las tierras de Tuxtepec.

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      El propio río sirve para bendecir la ciudad cada 2 de febrero, cuando las fiestas patronales llegan con la Virgen de la Candelaria.

      Una estatua de la virgen es transportada en una balsa y otorga su bendición al pueblo para evitar inundaciones y otras calamidades, que suelen ser comunes en esta zona tropical.

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      Las fiestas van acompañadas de ferias, mercados de comida callejera, huapangos y hasta un embalse de toros, que son soltados libres por las calles de la ciudad luego de cruzar el río junto a los ganaderos.

      La iglesia es uno de los puntos icónicos de la ciudad, ubicada en la plaza central, o zócalo, como se le conoce en México.

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      Esta explanada crea el plano urbanístico típico de una ciudad colonial española. Un cuadrante central con una alameda, junto a la cual se posa el templo católico y su campanario.

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      Junto a ella, el palacio municipal que funge como poder político, y que servía para demostrar a los antiguos indígenas quién tenía el poder sobre ellos.

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      Tras el zócalo, las calles perpendiculares se trazaron desde el río al interior de las tierras que lo orillan, formando las cuadras empedradas que dibujan hoy la totalidad de Tlacotalpan.

      La tejas en lo alto de las casas otorgan una fresca manera de protegerse del sol. El aire acondicionado no es tan común en esta zona. Pero los corredores y patios centrales son suficientes para ventilar los interiores.

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      Es común encontrar bancas y mecedoras en los pasillos exteriores de las casas, donde los vecinos se sientan a compartir un torito por las tardes, la bebida tradicional hecha a base de alcohol de caña.

      Para mí y mis amigos, la bicicleta fue la mejor manera de recorrer el pueblo. Al fin y al cabo, su terreno plano puede ser bastante bien aprovechado sobre dos ruedas.

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      Un lugar donde los niños todavía corren por las calles, los músicos se pasean por tiendas y restaurantes, los mariscos frescos se sirven en platos calientes y las botellas heladas de torito refrescan del calor.

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      Tlacotalpan se ha ganado con creces, y sin lugar a dudas, su título como Patrimonio de la Humanidad, al combinar tres etnias y culturas en un pequeño lugar.

      Sus casonas vernáculas y vivos colores son el mejor ejemplo de lo lindo de México. Un mágico y perdido lugar entre las selvas tropicales del sur.

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