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De destinos a caminos: Humahuaca e Iruya

AlexMexico

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La Nochebuena había terminado. Era ya el día de Navidad, y a pesar de los despejados cielos de un recién iniciado verano austral, el viento era frío y corría con fuerza al interior del pueblo de Tilcara. Rocío, Nico y yo buscamos refugio en la descubierta estación de buses, donde compramos nuestros boletos hacia Humahuaca, unos cuantos kilómetros al norte.

 

Santa Claus (o Papá Noel, en Argentina) nos había dejado una serie de regalos: una bolsa de cereales, aceitunas, turrón y una botella de champagne (que en realidad habían sobrado de la cena). Cargados con este equipaje extra abordamos nuestro autobús.

 

La escasez de demanda en un día festivo y lo vacía que lucía la autopista 9 aquella tarde, hicieron que el viaje fuera bastante corto. Arribamos a Humahuaca cerca de las 5 de la tarde (por supuesto, después de un desvelo y un buen y último descanso en la cabaña).

 

Justo fuera del autobús apareció un joven de tez morena invitándonos a dormir en su camping, que se encontraba cruzando el río hacia el oriente de la ciudad. Por supuesto, luego de la costosa renta que pagamos por la navidad (que aún así nos pareció barata por todas las comodidades), queríamos ahorrar lo más posible, aunque no estábamos seguros sobre buscar un hostal u optar por el camping. Pedimos la dirección al hombre y caminamos un poco, en busca de alguna otra opción.

 

El pueblo parecía lo bastante pequeño como para recorrerlo a pie, lo cual para mí no representaba ningún problema, pero sí para los argentinos. Ellos cargaban mochilas de más de 20 kg, sumado a su carpa, sus sacos de dormir y las sobras de la cena que nos habíamos repartido :zsick: Así que sin más preámbulos, caminamos hacia el puente y seguimos el sendero de arena que nos llevó hasta el camping.

 

A penas unas dos o tres carpas se asomaban bajo las telas protectoras. El lugar era un gran jardín de pasto verde. A la entrada había una construcción de concreto, donde se encontraban las duchas y los baños para los campers. Al fondo, se alzaba la casa del dueño, donde había algunos cuartos acondicionados como hostal, una cocina compartida, otro baño y una sala-comedor.

 

Nos recibió un chico con rastas en la cabeza, quien nos dio luz verde para montar nuestra tienda. Mientras lo hacíamos, un par de chicos nuevos llegaron y se convirtieron en nuestros vecinos. Como la luz del sol empezaba a desvanecerse, nos dimos prisa para ir al pueblo y conocerlo un poco más a fondo. Después de todo, no estaríamos más tiempo en Humahuaca, pues era solamente nuestra escala obligada para llegar a nuestro próximo destino: el aislado pueblo de Iruya.

 

Cruzamos de nueva cuenta el puente que sobrepasaba al Río Grande (que de grande poco tenía, puesto que estaba seco en aquella temporada). Lo primero con lo que uno se topaba eran pequeños puestos que vendían galletas, pan de sal, café y dulces. Los perros callejeros rondaban bajo las carpas poco llamativas de los vendedores.

 

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Modestas casas antiguas vigilaban las callejuelas que marcaban una cuadrícula en todo el centro de Humahuaca. La mayoría de los negocios, cafés y restaurantes permanecían cerrados. A veces olvidábamos que seguía siendo navidad :huh:

 

Visitamos la plaza de armas y la catedral de Humahuaca. La poca concurrencia en los edificios y calles principales nos llenó de una paz y tranquilidad que nos acompañó el resto de la jornada.

 

Tras el zócalo de la ciudad se erguía un pequeño cerro. Subimos por sus escalinatas hasta la cúspide del mismo, donde desde el Monumento a la Independencia tuvimos una vista magnífica del pueblo custodiado por la siempre brillante Quebrada de Humahuaca.

 

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Para ese entonces cualquiera diría que ya había tenido suficiente de sus vívidas formas y colores. Pero la majestuosidad de esas curvas escarpadas sobre la resplandeciente roca pudo cautivarme hasta el último momento de mi estancia :rolleyes:

 

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El fuerte viento que azotaba en la cima nos obligó a descender de vuelta a las angostas calles, donde aprovechamos a comprar algunos abarrotes para la cena. Cuando salimos de la tienda, la mágica puesta de sol había creado un extraño fenómeno en el cielo que nos dejó sin aliento :ohmy: Un lienzo grisáceo manchado por motas de un naranja fosforescente había cubierto la totalidad de la atmósfera. Y bajo esa pintura natural caminamos de regreso al campamento.

 

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Cocinamos la sopa y el té que Rocío había cogido en la tienda. Es necesario saber que cuando uno viaja, casi siempre baja el consumo de calorías diarias, al tomar menos alimentos al día y en porciones más pequeñas. La enorme cantidad de comida que nuestros estómagos habían digerido la noche anterior había sido demasiado después de semanas de viaje :( Por tanto, una buena sopa y un té fueron la respuesta perfecta.

 

Cuando la noche por fin cayó, nos metimos a nuestras carpas e intentamos dormir. Debíamos levantarnos temprano para tomar el primer bus hacia Iruya.

 

Había acampado sólo un par de veces en México con mis amigos, donde no había sufrido demasiado. Antes de partir hacia Perú, cogí mi saco de dormir y mi ropa térmica para protegerme del frío que, creí, sufriría al acampar en las alturas de los Andes. Pero nada de eso había ocurrido hasta ahora. Pensé que el verano me había ayudado bastante con sus templadas temperaturas.

 

Pero aquella noche en Humahuaca ha sido de las peores en mi vida de camping. Nunca creí que en ese pequeño pueblo a 3000 msnm (1000 menos que en el lago Titicaca) que parecía bastante soleado y polvoso por el día y en donde la noche no soplaba mucho el viento, me haría temblar y retorcerme de frío dentro de mi sleeping bag :wacko: tratando inútilmente de calentar mi cuerpo más los dos pares de calcetas, un traje térmico, un suéter, una campera, un gorro, guantes y bufanda.

 

Por dios, no estaba en el ártico, estaba en el pleno verano del Trópico de Capricornio. Desde ese entonces entendí lo necesario que es cargar con un aislante térmico para el suelo de mi tienda, lo cual tendré en cuenta para mi próximo viaje.

 

Así que los tres, algo desvelados por el frío y el suelo duro, despertamos temprano para desmontar las carpas. Dejamos el camping cuando todos estaban dormidos y caminamos de nuevo a la estación de buses. Ahí, cogimos el primer autobús a Iruya.

No tenía idea de qué me encontraría en ese bien sondado pueblo del que todos hablaban. Rocío me dijo simplemente: “no importa el destino, sino el camino para llegar allí”.

 

Con esas palabras en mi mente, el bus tomó la Ruta 9 por algunos kilómetros hacia el norte; pero pronto se desvió hacia el oriente, por una carretera de ripio en cuyo comienzo se leía “Iruya 54 km”, por lo que creí que llegaríamos rápido.

 

Comenzamos un ascenso por una puna poco empinada. Casi una hora después, el autobús se detuvo en el llamado Abra del Cóndor, el punto máximo de la ruta a casi 4000 metros de altura. La gente se bajó a tomar fotos. Yo estaba muy cansado y no pude evitar seguir durmiendo adentro :sleep:

 

Lo que sí pude ver desde ahí, es como el camino se convertía en un largo descenso de curvas a través de las montañas, el cual era interrumpido por algunos riachuelos secos (que en temporada de lluvias es todo una aventura cruzar, por eso la fama del camino).

 

Además, es sabido que hay algunos cóndores que sobrevuelan el valle, lo que lo hace un atractivo bastante emblemático. Por desfortuna, ninguno se apareció frente a nosotros :(

 

El sendero de tierra nos llevó casi 2 horas recorrerlo, pasando de los 4000 a los 1200 metros en tan sólo 19 km :ohmy: Y de repente, entre las escarpadas montañas color marrón, apareció ese pequeño pueblo que parecía deshabitado. Era Iruya.

 

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turismoobjetivo.wordpress.com

 

Apenas aparcó el camión en la calle que da a la plaza principal, un chico se nos acercó para ofrecernos alojamiento en un hostal bastante barato. Como ninguno tenía ganas de caminar y buscar (sobre todo el ver las empinadas cuestas que nos tocaba subir :crying: ) aceptamos sin rodeos.

 

Subimos con esfuerzo la inclinada calle que nos llevó hasta el alojamiento, que era nada más que una casa acondicionada con varios cuartos con literas. Nico y Rocío optaron por una habitación privada, mientras a mí me colocaron en una compartida. Luego de dejar nuestras cosas, bajamos por el diminuto pueblo para comer unas empanadas fritas (sin duda prefiero las horneadas).

 

Preguntamos a algunas personas cuál era la mejor opción que nos quedaba para la tarde, ya que en el pueblo no hay mucho qué hacer, excepto admirar los paisajes áridos de los que se rodea. Nos hablaron del pueblo de San Isidro, que se encuentra a unas 3 horas a pie de Iruya. No hay manera de llegar en automóvil.

 

Como ya pasaba mediodía y no teníamos ganas de caminar tanto, decidimos recorrer el valle río arriba (en vista de que el río estaba seco). Pero no pretendíamos llegar hasta San Isidro.

 

Comenzamos nuestra caminata en dirección norte. Las últimas casitas de madera y piedra y los últimos rebaños de cabritos nos despidieron del desdeñable pueblo. El estrecho valle se abrió frente a nosotros en todo su esplendor, dejando al descubierto el marchito cauce del río Iruya.

 

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El sol golpeaba con toda su fuerza sobre nosotros, pero el delicado viento que soplaba seguía siendo frío. Las cuestas bajaban progresivamente, lo cual nos advirtió lo duro que sería la subida (aunque nada jamás comparado con haber subido hasta Machu Picchu :D ).

 

Pocas almas se hacían presentes en nuestro cruce por la cuenca. La soledad de aquel lugar era simplemente magnífica. Rocío y yo animábamos nuestra caminata cantando temas de películas, desde Ghost hasta Hakuna Matata. Mientras tanto, Nico filmaba cada macizo de roca que pasmaba nuestras miradas.

 

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Algunos kilómetros más abajo, llegamos a la bifurcación del cauce, donde el agua corría hacia las yungas del este. Nos sentamos al lado del río, con el sonar del torrente en las piedras. Tras algunas canciones más, algunas tomas de Nico y el tiempo necesario para descansar, regresamos a Iruya.

 

El cielo se había nublado y los truenos comenzaron a zumbar, pero apresurar el paso era difícil, debido a las duras y empinadas cuestas. Con todo nuestro esfuerzo, regresamos al pueblo, donde nos dirigimos directo al hostal para hacer algo de cenar y descansar.

 

Nuestro plan era irnos pronto a la cama para levantarnos lo más temprano, ya que deseábamos tomar el primer bus para salir del pueblo. Pero tan sólo cinco minutos luego de arribados al hostal, una decena de viajeros llegaron con sus mochilas y se instalaron en el mismo.

 

Todos nos presentamos unos con otros: españoles, suizos, argentinos, alemanes… nunca creí que Iruya fuera una población tan visitada por mochileros. Pero al parecer su aislamiento del resto del mundo la ha vuelto muy famosa en los últimos años.

 

Así que por propuesta de uno de ellos, decidimos hacer juntos la cena. Fuimos a comprar los víveres y nos dividimos la tarea para cocinar pasta y ensalada acompañadas de un buen vino :P

 

La comida comunitaria se extendió hasta la noche, prolongando la sobremesa hasta pasada las doce. Los temas de las distintas nacionalidades surgieron con mucha facilidad, pasando de la economía a la política, de lo natural a lo tecnológico, de un continente a otro. Pero tuve que interrumpir mi sumo interés en ellos para despedirme de todos e irme a la cama. Debía juntar las fuerzas para levantarme en la madrugada.

 

Al siguiente día al sonar la alarma, cogí mi maleta y bajé a despertar a Nico y Rocío. Sin siquiera habernos cepillado los dientes, bajamos la calle hasta la plaza principal. El bus estaba ya en marcha. Y como si nos hubiera esperado, apenas al subir partió hacia su destino.

 

Muertos por otro desvelo, nos perdimos del paisaje del que ya habíamos podido disfrutar al venir. Y cuando menos lo esperamos estábamos de vuelta en Humahuaca.

 

Era menos del mediodía y quisimos comprar nuestros próximos tickets. Nico y Rocío me habían platicado su plan para pasar el año nuevo en la ciudad de Salta. Yo estaba entusiasmado, pues un amigo que conocí en España vivía precisamente en Salta. Había contactado con él desde hace algunos días y le había contado de la posibilidad de visitarlo. Pero como si hubiera querido huir de mí :wacko: partió de su ciudad hacia Ecuador justo un día antes de que yo arribara.

 

Así que pretendía quedarme nuevamente con la pareja argentina. Pero había un inconveniente: ellos se hospedarían con Fedra, la tía hippie de Rocío que, según contaban, estaba algo loca. Por ello, no estaban seguros de si la tía querría recibirme en su morada :( En vista del largo tiempo que permanecería en Salta, debía por lo menos intentar conseguir un host en Couchsurfing para ahorrar algo de dinero.

 

Comprado los boletos, aproveché esa hora libre que tuvimos para buscar rápidamente una cafetería con acceso a internet. Y cuando por fin la conseguí, pedí un modesto desayuno y puse en acción mi tablet para buscar como loco un couch de último momento. Fue la primera vez que envié solicitudes con tanta urgencia. Luego de avistar perfil por perfil, más 12 solicitudes enviadas, pagué la cuenta y volví a la estación, donde abordé el autobús con la esperanza de que algún alma solidaria pudiera aceptar mi petición de año nuevo.

  • Muy Bueno 3


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    1. AlexMexico
      Último Relato

      El transcurso de una vida urbana puede fácilmente tornarse en algo rutinario, incluso en la grandeza de la Ciudad de México donde, no importa cuándo, siempre se encuentra algo por hacer.

      Si bien, la rutina es algo que se puede fácilmente esquivar en la capital mexicana, hay algo de lo que es imposible escapar. La contaminación y la gente. Un pacífico fin de semana, a solas en el aire fresco, es una demanda de colosales magnitudes en una de las metrópolis más pobladas del mundo. Pero hay algo que la hace única, a pesar de su estresante e incesante actividad.

      Hace casi 700 años, los mexicas (mejor conocidos como aztecas) decidieron construir su capital en uno de los más bellos paisajes del Aztlán, la tierra que ellos consideraban su mundo. Fue en un islote, en medio de un lago rodeado por montañas, donde fundaron Tenochtitlán, lo que hoy todos conocemos como Ciudad de México.

      Los alrededores de Tenochtitlán están cercados de impresionantes paisajes naturales, que dejaron en claro por qué Mesoamérica fue y será el cuerno de la abundancia. Es así que escapar de la ajetreada vida capitalina es, incluso hoy, una tarea fácil.

      Aquella vez, la decisión para reposar un fin de semana fue tomada por Sediel, uno de mis mejores amigos con cuya novia haríamos el viaje. Con una tienda de campaña casi nueva, un saco de dormir y una mochila sedienta por querer ser utilizada, el estado de Hidalgo fue lo que atrajo nuestra atención.

      Contiguo al Estado de México, Hidalgo cuenta con pueblos coloniales, grutas, aguas termales, bosques, cañones, cascadas, minas y un sinfín de interesantes propuestas de aventura. Y muy cerca de Pachuca, su capital, el pueblo de Huasca de Ocampo fue el destino elegido.

      La pequeña localidad nació en la época colonial española, cuando la producción minera atrajo a adinerados hacendarios europeos, que usaron la mano de obra indígena para la explotación.

      El pueblo creció alrededor de cuatro grandes haciendas, y aunque en el declive de la zona (cuando México se volvió independiente) muchos edificios quedaron casi en ruinas, en el siglo pasado se restauró para hacerlo un pueblo de paseo para turistas.

      Son varias cosas que hacen especial a Huasca. Su café, sus leyendas (que incluyen a duendes y brujas) y, sobre todo, su hermosa situación geográfica.

      Ubicada entre la Sierra de Pachuca y el Valle de Tulancingo, los paisajes aledaños a Huasca son un deleite visual, perfecto para los cazadores de un reposo en la naturaleza. Así que en vez de quedarnos mucho más tiempo en Huasca decidimos seguir nuestra ruta hasta los prismas basálticos, uno de los principales atractivos del valle.

      Huasca se emplaza en el oriente del Eje volcánico transversal, una cadena de volcanes que atraviesa el país de este a oeste y lo corta por su parte central. 

      Hace un par de millones de años, el enfriamiento del escurrimiento de lava que se generó en esta zona formó columnas de basalto que tomaron formas de prismas pentagonales y hexagonales. El resultado es hoy una maravilla.

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      El conjunto de prismas encimados entre sí parecen una estructura de legos. Es difícil creer que la naturaleza haya creado formas tan inorgánicas por sí sola.

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      Accedimos a los prismas bajando unas escaleras que llevan hasta un pequeño corredor, por donde cae un arroyo. El agua es traída desde los ríos y las presas que alimentan de agua la comunidad de Santa María Regla, a la que pertenecen las columnas.

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      Aunque algunas de las pequeñas cuatro cascadas fueron arrastradas hasta allí por el hombre, no hay mejor manera de darle un toque más encantador a un lugar como aquel que con caídas de agua.

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      El arroyo culmina en un pequeño estanque, al que se debe acceder desde la hacienda contigua. Es la llamada Cascada de la Rosa.

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      Este lugar fue visitado y estudiado incluso por personajes como Alexander von Humboldt, durante sus viajes por América Latina. La UNESCO nombró al sitio como uno de los 30 geoparques de la Red global de geoparques.

      Aunque ya había sido testigo de columnas basálticas del mismo estilo en Islandia, verlas en México no hizo más que reafirmar que es un país que lo tiene todo.

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      Antes de que se hiciera más tarde, era momento de decidir dónde debíamos acampar. La zona de Huasca de Ocampo posee múltiples sitios para hacerlo. Pero al ser el último fin de semana del verano estudiantil, los campings y balnearios estaban repletos. 

      El pueblo no era una buena idea para huir del bullicio. Y con ganas de un contacto mucho más natural, decidimos escuchar la sugerencia de un chofer.

      Unos kilómetros al norte, lejos de la carretera, había un lugar llamado Peña del Aire. Nada habíamos escuchado sobre él. Incluso, encontrarlo en Google Maps no fue del todo fácil. La información en internet era casi escasa. Pues bien, eso lo hacía el lugar perfecto.

      Según se nos dijo, pocas personas llegaban hasta la peña, ubicada al borde un acantilado bajo el cual se extendía un enorme cañón. Y en lo alto, una zona de camping era ideal para pasar la noche, lejos de las luces, del ruido y de cualquier contacto humano.

      Aceptamos así un viaje en taxi hasta la peña. Y tras un arduo viaje por un feo y estrepitoso camino de ripio, el chofer nos dejó en un centro de visitantes, que no era más que una palapa.

      Peña del Aire es un parque ecoturístico protegido. Hay pocas casas y propiedades privadas dentro del terreno. Las únicas construcciones son casetas de vigilancia, cobranza y algunos puestos de comida y tiendas. 

      A solo unos pasos de aquel puesto de visitantes se abrió ante nosotros un enorme cañón, parte de la Sierra de Pachuca.

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      El nombre Peña del Aire se debe, precisamente, a una gigantesca peña que se yergue en uno de los costados de la barranca. Y sí, de hecho, parece que flota en el aire.

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      Estas formaciones rocosas son características de las barrancas de la Sierra Oriental. Y el sitio perfecto para un centro ecoturístico.

      Una tirolesa de unos 70 metros de largo se tiende al lado de la peña y permite a los visitantes volar sobre el abismo. 

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      En la parte más baja, un río dibuja el camino del valle, junto al cual solo una pequeña iglesia se posa junto a un par de campos de cultivo. Al mirar abajo, creímos que sería un excelente lugar para acampar.

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      Comenzamos el descenso con mochila al hombro, cuidadosos de seguir el mezquino sendero que nos guiaba. El calor era sofocante, pero valía la pena hacer el intento.

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      Las vistas desde las laderas eran sencillamente magníficas. La vegetación parecía hacerse cada vez más verde y, a decir verdad, no era lo único colorido que apareció en nuestro camino.

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      El curso nos llevaba por todo el costado de la barranca, pero poco simulaba bajar al río. Aunque los lugareños nos habían asegurado un rápido descenso, la travesía era más larga de lo esperado.

      Antes de seguir, supimos que algo no resultaría. Esperábamos el arribo de dos amigos más, y en lo bajo de la barranca la señal de telefonía era escasa. Sería mucho más fácil encontrarlos en lo alto del acantilado.

      Volvimos entonces, entregados al calor de la tarde que, por cierto, no tardaría en esfumarse para dar paso a un fresco atardecer.

      La planicie superior fue el mejor lugar para montar el campamento. Un terreno llano, pastoso y fresco donde, al parecer, seríamos los únicos en pasar la noche.

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      Nuestros amigos no tardaron su arribo, por suerte, antes del ocaso. Y con las tres tiendas una junto a la otra, fue momento de armar la hoguera.

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      Una pila de malvaviscos y roles de canela fue el menú perfecto para el atardecer, que tras un cielo nublado se esfumó sin mucha presencia.

      Pero aquellas nubes de tormenta, cuyos relámpagos eran lo único que iluminaba el horizonte nocturno, crearon la atmósfera perfecta para las historias de terror que se avecinaban.

      Huasca de Ocampo es el sitio perfecto para alguien como Sediel, un fanático de las criaturas de fantasía. El pueblo está lleno de leyendas sobre duendes y brujas que moran los bosques circundantes, y que han hecho sus apariciones en repetidas ocasiones.

      De hecho, cuenta con su propio museo de los duendes. Y vaya que nuestro campamento simulaba ser su hogar, con una torre de metal en forma de sombrero que, de hecho, albergaba los únicos baños disponibles, a los que nadie se atrevía a entrar una vez caída la noche.

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      Cuando el fuego se fue consumiendo, una extraña luz apareció detrás de los arbustos. Un color amarillo fluorescente de forma redonda se movía con delicadeza, y de repente palpitaba como el latido de un corazón.

      No le prestamos mucha atención, quizá era alguien con una linterna. Tras pocos minutos se esfumó sin darnos cuenta.

      A la siguiente mañana, los lugareños nos contarían que se trataba de una bruja. Aparecer como pequeñas centellas era su especialidad en aquella zona. Pues bien, al menos no decidió visitar nuestro campamento.

      El alba fue bastante frío. El sereno dejó nuestras carpas más que húmedas por fuera. Y no había nada que deseáramos más que un café caliente. Pero habría que esperar la apertura de los puestos.

      Entretanto, un temprano despertar fue la mejor decisión grupal tomada para poder ser testigos de un hermoso amanecer.

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      El sol se levantó sobre la sierra oriental, iluminando tenuemente la figura de cada barranca del cañón. Nada, sino el cantar de las aves, se podía escuchar en el abismo.

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      Es lo que un grupo entero de capitalinos buscaba lejos de la metrópoli. La serenidad de una fría y verde mañana. Pero acompañada de un café de olla a la apertura del primer puesto, todo fue incluso mejor.

      Luego del desayuno fue momento de bajar a la peña, y contemplar el valle dibujado por los primeros rayos del sol.

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      La bruma de la mañana poco a poco se retiraba, y dejaba al desnudo la vitaleza de un cañón que podía apaciguar todo pensamiento y todo presente.

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      Escalar la peña no era una opción segura, pero hasta la poca altura que pudimos llegar fue suficiente para sentirnos satisfechos en nuestro viaje.

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      Disfrutar de la barranca sin la presencia de turistas durante la noche y la mañana fue una excelente decisión, que nos daría el respiro necesario para volver a la vida de una colmada ciudad.

    2. flormdk
      Último Relato

      Hace un poco más de diez años que había visitado la provincia de Misiones para ir a un congreso cuando era estudiante de la carrera de la carrera de Licenciatura en Turismo... Estuve algunos días en la capital, la ciudad de Posadas y dos noches en Iguazú. En este momento todavía las Cataratas de Iguazú no habían sido declaradas como Maravilla Natural, no había una gran cantidad de turistas. A decir verdad, cuando fui al parque con mis compañeros estábamos solamente nosotros. Vale aclarar, que era temporada baja, era el mes de mayo.

      Hacía bastante tiempo que tenía ganas de regresar, por eso, en el mes de enero pasado, decidí tomarme mis vacaciones de verano en las Cataratas. Organicé un tour que empezó en Salta y terminó en Iguazú.

      Decidimos dedicarle 5 noches a la ciudad de Iguazú ya que sabemos que es una de clima subtropical donde puede haber abundantes lluvias que impidan salir a recorrer el parque.

      Llegamos a destino y nos recibió una lluvia afortunadamente no muy intensa. De todas formas, es bastante frecuente que corramos con esa suerte... siempre los destinos que visitamos nos reciben con lluvia pero los días siguientes suelen tener unas condiciones climáticas espectaculares, así que no nos preocupamos.

      El primer día que llegamos, teníamos pensado visitar el Parque pero con la lluvia no era un buen plan. Entonces, optamos por cruzar la frontera y visitar Ciudad del Este en Paraguay. Es una ciudad que tiene la fama de ser un destino de compras ya que es una zona franca, libre de impuestos. 

      Tomamos un colectivo y en menos de una hora estábamos en destino. Creo que no hay palabras para describir a este sitio... Es una ciudad cargada de comercios, de carteles, de vehículos, de gente, de ruido ambiente... Una ciudad totalmente caótica en la que no existen semáforos que orden el tránsito. Afortunadamente, fuimos con información de los mejores lugares para comprar y también teníamos en mente que comprar con el modelo ya elegido. Creo que no hay otra manera de visitar esta ciudad si no es con información previa... Hay muchísimos lugares, vendedores ambulantes y carteles que compiten entre sí. Es recomendable ir temprano, ya que todos los lugares cierran a las 16:00 de la tarde porque suelen abrir muy temprano en la mañana y trabajan en horario de corrido.

      Nosotros llegamos con el tiempo muy justo pero por suerte llegamos a conseguir lo que teníamos planeado, una cámara de fotos de viaje.

      El objetivo principal del viaje era visitar el Parque Nacional Iguazú... También nos interesaba conocer el Parque del lado de Brasil... 

      Fuimos un día del lado de Brasil fue un paseo muy corto porque teníamos que regresar temprano para tomar el colectivo. La vista es muy distinta a la vista del lado argentino, ya que las pasarelas están muy cerca de las Cataratas, pero el parque en este lado es mucho más pequeño. No volvería a visitarlo, pero si volvería una y otra vez al lado argentino ya que aquí el parque es muchísimo más grande y como los colectivos pasan hasta más tarde, se puede estar disfrutando del paisaje hasta las 17:00. Un dato muy importante para quienes deseen visitar las Cataratas, es que comprando la entrada para dos días consecutivos, el segundo día sale la mitad de precio.

      Desde Iguazú se pueden hacer muchas excursiones como por ejemplo visitar las Ruinas de San Ignacio un sitio arqueológico muy interesante, visitar las Minas de Wanda y comprar piedras semipreciosas, etc. Era verano, días de calor intensos cargados de húmedad, por lo que no tenía mucho interés en realizar excursiones de días completos. Nos quedaba un día libre, aprovechamos para conocer la ciudad de Foz de Iguazú. Visitamos un Shopping y recorrimos la ciudad. A decir verdad, la ciudad no me pareció muy llamativa pero siempre me resulta interesante conocer distintas ciudades del mundo.

       

      Consejos importantes para quienes deseen visitar Iguazú

      Conviene destinarle al menos dos días para recorrer todo el parque en el lado argentino es posible que un día no alcance para conocerlo completo.

      Es aconsejable evitar la temporada alta ya que es un destino muy turístico por lo que en enero y mitad de julio suele haber más cantidad de gente que en otros meses.

      Resulta óptimo dejar días libres porque es una zona de clima subtropical, pueden tocar días de lluvia en los que no sea la mejor opción visitar el Parque.

      En el Parque se pueden comprar souvenires, hay varios restaurantes, kioscos y cafés.

      No hay que olvidar el protector solar, repelente y anteojos de sol. Por supuesto, es necesario llevar calzado cómodo.

      Aconsejo que al llegar al Parque, lo primero que hagan sea visitar la Garganta del Diablo, es el paseo que está un poco más alejado comparado con el resto de los circuitos, sumado a ello es el más imponente. Para llegar hasta allí se puede ir caminando o sino el trencito ecológico del Parque, es muy lindo y pintoresco.

      La cena show que se ofrece en Foz de Iguazú es imperdible! Se puede disfrutar de un espectáculo de danzas con música regional mientras se pueden degustar cientos de platos.

      Para visitar las Cataratas se recomienda un mínimo de 4 noches. 

      Para quienes deseen estar en contacto con la naturaleza en su máximo esplendor, pueden realizar el sendero Macuco, para ello es imprescindible llevar agua y alimentos ya que en ese trayecto no existen kioscos ni lugares de ventas de alimentos. 

    3. Perdido en el sureste de México, casi al borde del mar y ubicado junto al río Papaloapan, se ubica uno de los pocos pueblos del país declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

      A solo 90 kilómetros al sur de la ciudad de Veracruz, este colorido pueblo aparece en medio de una región tropical y cálida, cuyo único respiro del infernal calor es la brisa que carga consigo el río.

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      Visitarlo en verano un par de veces quizá no fue la mejor idea. Pero el solo hecho de estar allí significa un refresco del movimiento de la ciudad.

      Tlacotalpan surgió como un asentamiento del pueblo totonaca, una civilización mesoamericana prehispánica que se asentó en buena parte de la costa del Golfo de México. Su nombre significa “entre aguas”.

      Pero fue con la llegada de los españoles que el pueblo creció y tomó forma, desde que Pedro de Alvarado recorrió el Papaloapan río arriba, descubriendo que Tlacotalpan podría ser un buen puerto fluvial para el transporte de mercancías al Imperio Español.

      Así fue como surgieron dos grandes haciendas en la zona, que aunque corrieron el riesgo de ser abandonadas, hicieron que en algún momento la población de españoles creciera. Y sumado a la importación de esclavos negros africanos desde el puerto de Veracruz, Tlacotalpan tomó la raíz multicultural y multiétnica que posee hasta el día de hoy.

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      El pueblo es el corazón del son jarocho y los jaraneros, estilos musicales provenientes del Caribe y que fueron desarrollados en la mayor parte de la costa del Golfo gracias a los afrodescendientes.

      La misma palabra “jarocho” define a las personas provenientes de la región del Sotavento, sobre todo aquellos de piel oscura que usaban jaras como método de pesca. Y esas raíces extranjeras finalmente se impregnaron en la zona alrededor de Tlacotalpan.

      Músicos con sus típicos trajes blancos, con sombreros de paja y pañuelos rojos caminan por las calles ofreciendo coplas. Mientras en las noches llegan los huapangos, fiestas donde el son jarocho es el invitado principal.

      Pero el mayor atractivo del pueblo es sin duda su arquitectura vernácula, es decir, que las construcciones fueron hechas de forma auténtica por los habitantes nativos con materiales de la zona.

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      En 1714 el río se desbordó, y en 1788 un incendio arrasó con muchas de las casas. Es por ello que se ordenó que a partir de entonces todo edificio fuera alzado con mampostería. 

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      Y desde aquella época, un lejano siglo XVIII, las típicas casonas con arcos y pilares se han mantenido en pie.

      Luciendo los vivos colores de México, cada casa es un ejemplo de lo que puede lograrse de forma artificial, respetando siempre lo natural.

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      Cada teja, cada muro, cada columna, cada acera, fueron construidos con los materiales que la propia cuenca del Papaloapan le otorgó a la ciudad. Y se convirtió con los años en el orgullo de los tlacotalpeños.

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      Aunque el puerto fluvial perdió su importancia con la llegada del ferrocarril, el río ha sido siempre parte vital de Tlacotalpan. No solo como medio de transporte, sino al aportar el agua para los cultivos, la ganadería, los pobladores, regular el clima y para la pesca.

      Tomar una balsa para dar un paseo por sus aguas es uno de los mayores atractivos hoy en día.

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      Aunque para ser sincero, la magia de la mampostería y la arquitectura vernácula se esfuma de inmediato.

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      En su lugar, es suplantada por modernas mansiones pertenecientes a la clase alta de Veracruz. Políticos y empresarios han construido sus casas de verano en la riviera, y los yates estacionados en su orilla confirman su poder adquisitivo.

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      Aún así, no está de más un recorrido por el emblemático Papaloapan, que transporta sus aguas desde las tierras de Tuxtepec.

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      El propio río sirve para bendecir la ciudad cada 2 de febrero, cuando las fiestas patronales llegan con la Virgen de la Candelaria.

      Una estatua de la virgen es transportada en una balsa y otorga su bendición al pueblo para evitar inundaciones y otras calamidades, que suelen ser comunes en esta zona tropical.

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      Las fiestas van acompañadas de ferias, mercados de comida callejera, huapangos y hasta un embalse de toros, que son soltados libres por las calles de la ciudad luego de cruzar el río junto a los ganaderos.

      La iglesia es uno de los puntos icónicos de la ciudad, ubicada en la plaza central, o zócalo, como se le conoce en México.

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      Esta explanada crea el plano urbanístico típico de una ciudad colonial española. Un cuadrante central con una alameda, junto a la cual se posa el templo católico y su campanario.

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      Junto a ella, el palacio municipal que funge como poder político, y que servía para demostrar a los antiguos indígenas quién tenía el poder sobre ellos.

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      Tras el zócalo, las calles perpendiculares se trazaron desde el río al interior de las tierras que lo orillan, formando las cuadras empedradas que dibujan hoy la totalidad de Tlacotalpan.

      La tejas en lo alto de las casas otorgan una fresca manera de protegerse del sol. El aire acondicionado no es tan común en esta zona. Pero los corredores y patios centrales son suficientes para ventilar los interiores.

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      Es común encontrar bancas y mecedoras en los pasillos exteriores de las casas, donde los vecinos se sientan a compartir un torito por las tardes, la bebida tradicional hecha a base de alcohol de caña.

      Para mí y mis amigos, la bicicleta fue la mejor manera de recorrer el pueblo. Al fin y al cabo, su terreno plano puede ser bastante bien aprovechado sobre dos ruedas.

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      Un lugar donde los niños todavía corren por las calles, los músicos se pasean por tiendas y restaurantes, los mariscos frescos se sirven en platos calientes y las botellas heladas de torito refrescan del calor.

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      Tlacotalpan se ha ganado con creces, y sin lugar a dudas, su título como Patrimonio de la Humanidad, al combinar tres etnias y culturas en un pequeño lugar.

      Sus casonas vernáculas y vivos colores son el mejor ejemplo de lo lindo de México. Un mágico y perdido lugar entre las selvas tropicales del sur.

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