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Despedidas y emociones en el Dique Cabra Corral

AlexMexico

1935 visitas

Habían pasado apenas 5 días desde que inició el año, y el abrasador alba a las 8 de la mañana me despertaba bajo el techo de una casa de campaña. Sin duda eso me hizo recordar que no estaba en casa. Hacía ya un mes que había salido de México y parecía increíble que siguiera con mi viaje a tantos kilómetros de donde lo inicié :ohmy:

 

Argentina me había acogido ya por varios días, incluyendo Navidad y el 31 de diciembre, y no me sentía listo para dejarlo atrás, después de tantas mágicas experiencias. Pero el final se acercaba y tenía que aceptarlo :( Mientras lo inevitable llegaba, me dispuse a disfrutar de mis últimas jornadas en el maravilloso Cono Sur.

 

Aquel día nos levantamos en el camping para dejar Cafayate y regresar a Salta. Como ya era costumbre, Joaquín preparó el mate para desayunar. Al refrigerio se nos unió nuestro vecino, un chico de Rosario que recorría las tierras de su país.

 

Flor y Luchi entablaron conversación con él, remembrando “cómo la habían pasado:huh: La noche anterior, después del enorme asado que cenamos, caí profundamente dormido en mi sleeping bag. Sin poder darme cuenta, Flor y Luchi se hicieron amigas del vecino y su amigo, y después de la medianoche salieron de joda por el pueblo.

 

Al parecer, entre bailes folclóricos en las peñas se habían prolongado los tragos y el vecino había invitado las cervezas. El desvelo era entonces bastante notable en todos ellos (a excepción de Luchi, quien lucía igual de entusiasta y enérgica que siempre).

 

El chico trató de curar su resaca con cacahuates y jugo, lo cual no me parecía una excelente idea :wacko: Pero al ser nuestro último día, no teníamos mucho que ofrecerle, más que mates y galletas.

 

Luego del ligero desayuno empezamos a desmontar el campamento. Para ese entonces, yo ya me había vuelto experto en deshacer mi carpa, lo cual podía lograr en menos de 5 minutos ;)

 

Subimos todo de vuelta al coche y nos despedimos de los vecinos. Antes del mediodía nos dirigíamos de nuevo a Salta y le decíamos adiós a Cafayate, después de dos días de inolvidables aventuras.

 

Había perdido de vista a Rocío y Nico, que se habían hospedado en Cafayate en casa de una amiga de su tía. Sabía que no los volvería a ver, pues cuando volviesen a Salta sería solo para coger sus maletas y viajar hacia Córdoba. Nuestros caminos se habían bifurcado en direcciones opuestas y, sin haber tenido la oportunidad de decir adiós, se convertían en otro par de amigos que entraron y salieron de mi vida cual estrellas fugaces.

 

Debo aceptar que durante los primeros minutos dentro del coche me llené de una profunda tristeza :crying: en cierto modo, les había tomado un cariño especial a ambos. Habíamos pasado muchas cosas juntos desde que nos topamos en Perú, y fue gracias a ellos que me animé a cruzar a la Argentina. Pero estos son los gajes del oficio backpacker :zsick: Al viajar, uno debe estar consciente de que se trata de un modo de vida temporal y muy diferente al sedentarismo tradicional. El destino nos cruza con una y otra persona distinta cada día, algunas de las cuales pueden llegar para cambiar nuestro rumbo, y otras son almas pasajeras que poco a poco se abonan en un recuerdo. Pero en la mayoría de los casos llega a su final, que para bien o para mal es necesario para continuar nuestras vidas, así tan duro como pueda ser.

 

Me dispuse a escribirles un mensaje de agradecimiento para cuando regresase a Salta, deseándoles buena suerte. Al fin y al cabo, sus planes eran volver a La Pampa y establecerse en un lugar que yo no conocía, y para mí no hay nada mejor que pensar en un reencuentro en el futuro :)

 

Dejando atrás la melancolía, me obligué a disfrutar del momento, allí y ahora. Solo viviría una vez aquella experiencia en mi vida y no deseaba desperdiciarla entre malos pensamientos que allanaran mi mente.

 

Para salir de Cafayate tomamos la misma ruta que al venir, la ruta 68. El día era hermoso. El sol se posaba justo sobre nosotros iluminando un infinito cielo azul, salpicado por las pinceladas blancas que se presumían como nubes.

 

Mis manos, casi involuntariamente, sujetaban el objetivo de mi réflex apuntando hacia la ventana, en busca de una toma perfecta del paisaje circundante. Pero el movimiento del coche y el viento que penetraba con fuerza hacían la tarea aún más difícil :O_o:No te preocupes me dijo Alejandrina, al instante en que detenía el vehículo para aparcar a un costado de la carretera y permitirme bajar para captar la majestuosidad del lugar.

 

Detalle de las rocas a la orilla de la ruta 68

 

Varios macizos de un cobrizo anaranjado parecían sonreír para que les tomase una foto adornados por la desdeñable vegetación.

 

 

Paisaje en la ruta 68

 

La casi vacía carretera me permitía cruzar de un lado a otro para conseguir los mejores ángulos de las enormes formaciones rocosas.

 

Joaquín y yo al lado de la ruta 68

 

No pude evitar acercarme hasta ellas para sentir su áspera superficie, que me transportaba de vuelta a los colores de las quebradas en Jujuy, que me habían dejado atónito hace apenas algunas semanas atrás :big-smil:

 

Ruta 68 Argentina

 

Luego de algunas fotografías, Flor me cedió el puesto del copiloto al frente del auto para poder obtener las mejores vistas con mi cámara. Desafortunadamente, de ellas capturé pocas :( ya que mi batería se agotaba y debía conservarla con recelo, pues aún nos faltaba un lugar por ver: el Dique Cabra Corral.

 

La autopista nos llevó hasta una pequeña población, desde donde se debía coger la desviación hacia el Dique. Pero muchos estábamos algo hambrientos, sobre todo las desveladas Flor y Luchi, que aún necesitaban reponer las fuerzas perdidas en su noche de parranda.

 

Hallamos un buen y barato restaurante donde comer, y cuando tomamos asiento buscábamos algo que picar, como unas empanadas y una coca cola. Pero algo más nos llamó la atención :light:

 

 

La mesera, que también era la cocinera, nos ofreció el menú de la casa: un pejerrey servido con papas fritas. Parecía que el pejerrey era un pescado bastante común y tradicional en las aquellas tierras salteñas. La cara de Alejandrina se extasió al escuchar la palabra que denominaba, según ella, al pescado más sabroso de todos los tiempos.

 

No quise perder la oportunidad de probar un platillo que parecía tan típico de la zona :sneaky: y seguidos por Ale y por mí, cada uno de los 5 pedimos el pejerrey.

 

La espera por la comida se prolongó por un largo rato, en que nos desesperamos poco a poco mientras sentíamos nuestros estómagos rugir :confus:

 

La llegada de dos platos de salsas de ají anunció la del platillo principal. El burbujear de la coca cola en mi vaso, sumado al olor del enorme pescado frito que la mujer posicionó frente a mis ojos fue la mejor combinación gastronómica que había tenido desde las empanadas en casa de Gustavo <3

 

Cuando menos lo esperé, todos nos quedamos sin habla y nos dimos a masticar el exquisito guiso, satisfaciendo a nuestro organismo con tal delicia.

 

Totalmente complacido, pagué mi parte de la cuenta, y me di cuenta de algo espeluznante: sólo me quedaban 5 pesos argentinos en mi cartera :eek: Tenía pensado salir al otro día temprano rumbo al Paso de Jama y cruzar a Chile, pero al parecer tendría que hacerlo al estilo mochilero: pidiendo ride :unsure: Además de todo, no quería sacar más dinero del cajero en Argentina, pues el cambio de divisas oficial me afectaba al doble de lo que había obtenido en el paso boliviano, lo cual me obligaba a sobrevivir con 5 pesos hasta llegar al país vecino. Sin duda sería un nuevo reto que tendría que vencer en este viaje :oops:

 

A pesar de mis preocupaciones económicas y sin contar a nadie mis penurias (las cuales sé que superaría con sabiduría), pagué contento mi platillo, que fue el mejor manjar probado en un largo tiempo :P

 

Con los estómagos bastante saciados regresamos al coche y manejamos hasta el Dique, que se encontraba a pocos kilómetros al este del pueblo.

 

Se trata de un embalse artificial creado por una represa de agua, la cual alimenta a una planta hidroeléctrica. En esta enorme laguna confluyen algunos ríos del norte argentino.

 

El primer acceso desde el diminuto pueblo de Coronel Moldes nos condujo a una bahía donde se aparcaban algunos autos y personas. Sólo al bajar del coche percibimos la suciedad que inundaba las playas de la laguna :O_o: Sinceramente no era lo que esperábamos y no quisimos permanecer ahí mucho más.

 

Alejandrina nos dijo que existían más lugares habilitados para pasar el día junto al lago y nadar en el agua. Ya que estábamos ahí, no quisimos dejar pasar la oportunidad.

 

Avanzamos pocos kilómetros más adelante hasta que llegamos a un hotel-restaurante, llamado simplemente El Dique. Ubicado en la altura de un acantilado, el hotel poseía un único acceso con escaleras hasta la orilla del lago, además de zonas de descanso para sus huéspedes.

 

Alejandrina preguntó en la recepción si era posible bajar hasta la orilla, ya que la propiedad está privatizada por el complejo. La señorita nos indicó que necesitábamos comprar alguna bebida o bocadillo para tener derecho a pasar. Un poco sonrojado por una única y poco valuada moneda en mi bolsillo :blush: los demás aceptaron la propuesta, ofreciéndose a pagar una jarra de limonada.

 

Pasamos la recepción y el restaurante hasta dar con las escaleras, que bajaban hasta una pequeña palapa mirador. Desde ahí, pudimos descender por el pasto hasta un modesto muelle de madera que flotaba sobre el lago. Agobiados por el intenso calor, nos despojamos de nuestra ropa y nos lanzamos al agua :big-smilB:

 

Joaquín y yo disfrutando del agua del Cabra Corral

 

La temperatura era perfecta para refrescarnos debidamente. Por un momento olvidé que no sabía nadar bien :eek: y regresaba al muelle de vez en cuando, para sujetarme de lo tubos que lo sostenían por debajo.

 

Una pareja con sus dos hijos se nos unieron en el recreo acuático. El verano se hacía presente en el norte y los vacacionistas parecían estarlo aprovechando al máximo.

 

Detrás de nosotros la laguna se extendía en parte de su esplendor, cuya vista se veía interrumpida por los montes zigzagueantes que dibujan su irregular forma de trípode. Sobre el agua se avistaban algunas embarcaciones pequeñas y algunas casas flotantes. Y a lo lejos, se divisaban más zonas de recreo en la orilla.

 

Embalse Cabra Corral

 

Poco después de haber arribado, un hombre se acercó para ofrecernos paseos en lancha, ski acuático y todo tipo de deportes náuticos. Al parecer organizaba grupos diarios para darles un recorrido general por el embalse. Sin embargo, refutamos desde el inicio, pues sabíamos que no permaneceríamos más allá de una pocas horas.

 

Después de varios clavados al agua subimos al mirador y pedimos la prometida limonada a los meseros, que sació incluso más el calor. Nos tumbamos en el césped y nos preparamos para varias partidas más de truco.

 

 

Flor, Joaquín y yo en el embalse Cabra Corral

 

Antes de que el día se esfumara, nadamos otro rato en el lago, para luego secarnos sentados en el muelle. El atardecer nos alcanzó en la bahía, y disfrutamos de una nueva puesta de sol desde la comodidad y el aislamiento del embalse.

 

La tropa en un atardecer tras el dique Cabra Corral

 

Ya casi sin luz del sol, cogimos nuestras cosas, pagamos la jarra y regresamos al coche para, ahora sí, regresar a Salta. Manejamos poco menos de una hora hasta llegar a la gran ciudad.

 

Y por si mi mente y mis emociones no se hubieran revuelto lo suficiente con la inexistente despedida de Nico y Rocío :sad: al bajar del coche tuve que despedirme de Ale, Flor y Luchi, sabiendo que, mientras ellas disfrutaban del resto de sus vacaciones en casa, yo debía partir a la siguiente mañana con rumbo a su país vecino de occidente.

 

Las tres me habían brindado la hospitalidad y calidez que nunca hubiera esperado de una estereotípica Argentina, lo cual les agradecería eternamente <3

 

Entre abrazos y buenos deseos, Joaco y yo volvimos al apartamento de Guti, quien hasta entonces no había regresado de su travesía en el Nevado de Cachi. Preparé mi maleta y las provisiones que me quedaban hasta llegar a Chile. Tomé una ducha antes de dormir y traté de pensar en que lo mejor estaba por llegar, sin preocuparme más por mi vacía billetera.

 

Me esperaba una larga jornada totalmente desconocida: mi primer viaje hitchhiker completamente solo...

 

Pueden ver el resto de las fotografías aquí:

 

 

  • Muy Bueno 3


1 Comentario


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    1. AlexMexico
      Último Relato

      El transcurso de una vida urbana puede fácilmente tornarse en algo rutinario, incluso en la grandeza de la Ciudad de México donde, no importa cuándo, siempre se encuentra algo por hacer.

      Si bien, la rutina es algo que se puede fácilmente esquivar en la capital mexicana, hay algo de lo que es imposible escapar. La contaminación y la gente. Un pacífico fin de semana, a solas en el aire fresco, es una demanda de colosales magnitudes en una de las metrópolis más pobladas del mundo. Pero hay algo que la hace única, a pesar de su estresante e incesante actividad.

      Hace casi 700 años, los mexicas (mejor conocidos como aztecas) decidieron construir su capital en uno de los más bellos paisajes del Aztlán, la tierra que ellos consideraban su mundo. Fue en un islote, en medio de un lago rodeado por montañas, donde fundaron Tenochtitlán, lo que hoy todos conocemos como Ciudad de México.

      Los alrededores de Tenochtitlán están cercados de impresionantes paisajes naturales, que dejaron en claro por qué Mesoamérica fue y será el cuerno de la abundancia. Es así que escapar de la ajetreada vida capitalina es, incluso hoy, una tarea fácil.

      Aquella vez, la decisión para reposar un fin de semana fue tomada por Sediel, uno de mis mejores amigos con cuya novia haríamos el viaje. Con una tienda de campaña casi nueva, un saco de dormir y una mochila sedienta por querer ser utilizada, el estado de Hidalgo fue lo que atrajo nuestra atención.

      Contiguo al Estado de México, Hidalgo cuenta con pueblos coloniales, grutas, aguas termales, bosques, cañones, cascadas, minas y un sinfín de interesantes propuestas de aventura. Y muy cerca de Pachuca, su capital, el pueblo de Huasca de Ocampo fue el destino elegido.

      La pequeña localidad nació en la época colonial española, cuando la producción minera atrajo a adinerados hacendarios europeos, que usaron la mano de obra indígena para la explotación.

      El pueblo creció alrededor de cuatro grandes haciendas, y aunque en el declive de la zona (cuando México se volvió independiente) muchos edificios quedaron casi en ruinas, en el siglo pasado se restauró para hacerlo un pueblo de paseo para turistas.

      Son varias cosas que hacen especial a Huasca. Su café, sus leyendas (que incluyen a duendes y brujas) y, sobre todo, su hermosa situación geográfica.

      Ubicada entre la Sierra de Pachuca y el Valle de Tulancingo, los paisajes aledaños a Huasca son un deleite visual, perfecto para los cazadores de un reposo en la naturaleza. Así que en vez de quedarnos mucho más tiempo en Huasca decidimos seguir nuestra ruta hasta los prismas basálticos, uno de los principales atractivos del valle.

      Huasca se emplaza en el oriente del Eje volcánico transversal, una cadena de volcanes que atraviesa el país de este a oeste y lo corta por su parte central. 

      Hace un par de millones de años, el enfriamiento del escurrimiento de lava que se generó en esta zona formó columnas de basalto que tomaron formas de prismas pentagonales y hexagonales. El resultado es hoy una maravilla.

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      El conjunto de prismas encimados entre sí parecen una estructura de legos. Es difícil creer que la naturaleza haya creado formas tan inorgánicas por sí sola.

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      Accedimos a los prismas bajando unas escaleras que llevan hasta un pequeño corredor, por donde cae un arroyo. El agua es traída desde los ríos y las presas que alimentan de agua la comunidad de Santa María Regla, a la que pertenecen las columnas.

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      Aunque algunas de las pequeñas cuatro cascadas fueron arrastradas hasta allí por el hombre, no hay mejor manera de darle un toque más encantador a un lugar como aquel que con caídas de agua.

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      El arroyo culmina en un pequeño estanque, al que se debe acceder desde la hacienda contigua. Es la llamada Cascada de la Rosa.

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      Este lugar fue visitado y estudiado incluso por personajes como Alexander von Humboldt, durante sus viajes por América Latina. La UNESCO nombró al sitio como uno de los 30 geoparques de la Red global de geoparques.

      Aunque ya había sido testigo de columnas basálticas del mismo estilo en Islandia, verlas en México no hizo más que reafirmar que es un país que lo tiene todo.

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      Antes de que se hiciera más tarde, era momento de decidir dónde debíamos acampar. La zona de Huasca de Ocampo posee múltiples sitios para hacerlo. Pero al ser el último fin de semana del verano estudiantil, los campings y balnearios estaban repletos. 

      El pueblo no era una buena idea para huir del bullicio. Y con ganas de un contacto mucho más natural, decidimos escuchar la sugerencia de un chofer.

      Unos kilómetros al norte, lejos de la carretera, había un lugar llamado Peña del Aire. Nada habíamos escuchado sobre él. Incluso, encontrarlo en Google Maps no fue del todo fácil. La información en internet era casi escasa. Pues bien, eso lo hacía el lugar perfecto.

      Según se nos dijo, pocas personas llegaban hasta la peña, ubicada al borde un acantilado bajo el cual se extendía un enorme cañón. Y en lo alto, una zona de camping era ideal para pasar la noche, lejos de las luces, del ruido y de cualquier contacto humano.

      Aceptamos así un viaje en taxi hasta la peña. Y tras un arduo viaje por un feo y estrepitoso camino de ripio, el chofer nos dejó en un centro de visitantes, que no era más que una palapa.

      Peña del Aire es un parque ecoturístico protegido. Hay pocas casas y propiedades privadas dentro del terreno. Las únicas construcciones son casetas de vigilancia, cobranza y algunos puestos de comida y tiendas. 

      A solo unos pasos de aquel puesto de visitantes se abrió ante nosotros un enorme cañón, parte de la Sierra de Pachuca.

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      El nombre Peña del Aire se debe, precisamente, a una gigantesca peña que se yergue en uno de los costados de la barranca. Y sí, de hecho, parece que flota en el aire.

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      Estas formaciones rocosas son características de las barrancas de la Sierra Oriental. Y el sitio perfecto para un centro ecoturístico.

      Una tirolesa de unos 70 metros de largo se tiende al lado de la peña y permite a los visitantes volar sobre el abismo. 

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      En la parte más baja, un río dibuja el camino del valle, junto al cual solo una pequeña iglesia se posa junto a un par de campos de cultivo. Al mirar abajo, creímos que sería un excelente lugar para acampar.

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      Comenzamos el descenso con mochila al hombro, cuidadosos de seguir el mezquino sendero que nos guiaba. El calor era sofocante, pero valía la pena hacer el intento.

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      Las vistas desde las laderas eran sencillamente magníficas. La vegetación parecía hacerse cada vez más verde y, a decir verdad, no era lo único colorido que apareció en nuestro camino.

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      El curso nos llevaba por todo el costado de la barranca, pero poco simulaba bajar al río. Aunque los lugareños nos habían asegurado un rápido descenso, la travesía era más larga de lo esperado.

      Antes de seguir, supimos que algo no resultaría. Esperábamos el arribo de dos amigos más, y en lo bajo de la barranca la señal de telefonía era escasa. Sería mucho más fácil encontrarlos en lo alto del acantilado.

      Volvimos entonces, entregados al calor de la tarde que, por cierto, no tardaría en esfumarse para dar paso a un fresco atardecer.

      La planicie superior fue el mejor lugar para montar el campamento. Un terreno llano, pastoso y fresco donde, al parecer, seríamos los únicos en pasar la noche.

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      Nuestros amigos no tardaron su arribo, por suerte, antes del ocaso. Y con las tres tiendas una junto a la otra, fue momento de armar la hoguera.

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      Una pila de malvaviscos y roles de canela fue el menú perfecto para el atardecer, que tras un cielo nublado se esfumó sin mucha presencia.

      Pero aquellas nubes de tormenta, cuyos relámpagos eran lo único que iluminaba el horizonte nocturno, crearon la atmósfera perfecta para las historias de terror que se avecinaban.

      Huasca de Ocampo es el sitio perfecto para alguien como Sediel, un fanático de las criaturas de fantasía. El pueblo está lleno de leyendas sobre duendes y brujas que moran los bosques circundantes, y que han hecho sus apariciones en repetidas ocasiones.

      De hecho, cuenta con su propio museo de los duendes. Y vaya que nuestro campamento simulaba ser su hogar, con una torre de metal en forma de sombrero que, de hecho, albergaba los únicos baños disponibles, a los que nadie se atrevía a entrar una vez caída la noche.

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      Cuando el fuego se fue consumiendo, una extraña luz apareció detrás de los arbustos. Un color amarillo fluorescente de forma redonda se movía con delicadeza, y de repente palpitaba como el latido de un corazón.

      No le prestamos mucha atención, quizá era alguien con una linterna. Tras pocos minutos se esfumó sin darnos cuenta.

      A la siguiente mañana, los lugareños nos contarían que se trataba de una bruja. Aparecer como pequeñas centellas era su especialidad en aquella zona. Pues bien, al menos no decidió visitar nuestro campamento.

      El alba fue bastante frío. El sereno dejó nuestras carpas más que húmedas por fuera. Y no había nada que deseáramos más que un café caliente. Pero habría que esperar la apertura de los puestos.

      Entretanto, un temprano despertar fue la mejor decisión grupal tomada para poder ser testigos de un hermoso amanecer.

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      El sol se levantó sobre la sierra oriental, iluminando tenuemente la figura de cada barranca del cañón. Nada, sino el cantar de las aves, se podía escuchar en el abismo.

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      Es lo que un grupo entero de capitalinos buscaba lejos de la metrópoli. La serenidad de una fría y verde mañana. Pero acompañada de un café de olla a la apertura del primer puesto, todo fue incluso mejor.

      Luego del desayuno fue momento de bajar a la peña, y contemplar el valle dibujado por los primeros rayos del sol.

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      La bruma de la mañana poco a poco se retiraba, y dejaba al desnudo la vitaleza de un cañón que podía apaciguar todo pensamiento y todo presente.

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      Escalar la peña no era una opción segura, pero hasta la poca altura que pudimos llegar fue suficiente para sentirnos satisfechos en nuestro viaje.

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      Disfrutar de la barranca sin la presencia de turistas durante la noche y la mañana fue una excelente decisión, que nos daría el respiro necesario para volver a la vida de una colmada ciudad.

    2. flormdk
      Último Relato

      Hace un poco más de diez años que había visitado la provincia de Misiones para ir a un congreso cuando era estudiante de la carrera de la carrera de Licenciatura en Turismo... Estuve algunos días en la capital, la ciudad de Posadas y dos noches en Iguazú. En este momento todavía las Cataratas de Iguazú no habían sido declaradas como Maravilla Natural, no había una gran cantidad de turistas. A decir verdad, cuando fui al parque con mis compañeros estábamos solamente nosotros. Vale aclarar, que era temporada baja, era el mes de mayo.

      Hacía bastante tiempo que tenía ganas de regresar, por eso, en el mes de enero pasado, decidí tomarme mis vacaciones de verano en las Cataratas. Organicé un tour que empezó en Salta y terminó en Iguazú.

      Decidimos dedicarle 5 noches a la ciudad de Iguazú ya que sabemos que es una de clima subtropical donde puede haber abundantes lluvias que impidan salir a recorrer el parque.

      Llegamos a destino y nos recibió una lluvia afortunadamente no muy intensa. De todas formas, es bastante frecuente que corramos con esa suerte... siempre los destinos que visitamos nos reciben con lluvia pero los días siguientes suelen tener unas condiciones climáticas espectaculares, así que no nos preocupamos.

      El primer día que llegamos, teníamos pensado visitar el Parque pero con la lluvia no era un buen plan. Entonces, optamos por cruzar la frontera y visitar Ciudad del Este en Paraguay. Es una ciudad que tiene la fama de ser un destino de compras ya que es una zona franca, libre de impuestos. 

      Tomamos un colectivo y en menos de una hora estábamos en destino. Creo que no hay palabras para describir a este sitio... Es una ciudad cargada de comercios, de carteles, de vehículos, de gente, de ruido ambiente... Una ciudad totalmente caótica en la que no existen semáforos que orden el tránsito. Afortunadamente, fuimos con información de los mejores lugares para comprar y también teníamos en mente que comprar con el modelo ya elegido. Creo que no hay otra manera de visitar esta ciudad si no es con información previa... Hay muchísimos lugares, vendedores ambulantes y carteles que compiten entre sí. Es recomendable ir temprano, ya que todos los lugares cierran a las 16:00 de la tarde porque suelen abrir muy temprano en la mañana y trabajan en horario de corrido.

      Nosotros llegamos con el tiempo muy justo pero por suerte llegamos a conseguir lo que teníamos planeado, una cámara de fotos de viaje.

      El objetivo principal del viaje era visitar el Parque Nacional Iguazú... También nos interesaba conocer el Parque del lado de Brasil... 

      Fuimos un día del lado de Brasil fue un paseo muy corto porque teníamos que regresar temprano para tomar el colectivo. La vista es muy distinta a la vista del lado argentino, ya que las pasarelas están muy cerca de las Cataratas, pero el parque en este lado es mucho más pequeño. No volvería a visitarlo, pero si volvería una y otra vez al lado argentino ya que aquí el parque es muchísimo más grande y como los colectivos pasan hasta más tarde, se puede estar disfrutando del paisaje hasta las 17:00. Un dato muy importante para quienes deseen visitar las Cataratas, es que comprando la entrada para dos días consecutivos, el segundo día sale la mitad de precio.

      Desde Iguazú se pueden hacer muchas excursiones como por ejemplo visitar las Ruinas de San Ignacio un sitio arqueológico muy interesante, visitar las Minas de Wanda y comprar piedras semipreciosas, etc. Era verano, días de calor intensos cargados de húmedad, por lo que no tenía mucho interés en realizar excursiones de días completos. Nos quedaba un día libre, aprovechamos para conocer la ciudad de Foz de Iguazú. Visitamos un Shopping y recorrimos la ciudad. A decir verdad, la ciudad no me pareció muy llamativa pero siempre me resulta interesante conocer distintas ciudades del mundo.

       

      Consejos importantes para quienes deseen visitar Iguazú

      Conviene destinarle al menos dos días para recorrer todo el parque en el lado argentino es posible que un día no alcance para conocerlo completo.

      Es aconsejable evitar la temporada alta ya que es un destino muy turístico por lo que en enero y mitad de julio suele haber más cantidad de gente que en otros meses.

      Resulta óptimo dejar días libres porque es una zona de clima subtropical, pueden tocar días de lluvia en los que no sea la mejor opción visitar el Parque.

      En el Parque se pueden comprar souvenires, hay varios restaurantes, kioscos y cafés.

      No hay que olvidar el protector solar, repelente y anteojos de sol. Por supuesto, es necesario llevar calzado cómodo.

      Aconsejo que al llegar al Parque, lo primero que hagan sea visitar la Garganta del Diablo, es el paseo que está un poco más alejado comparado con el resto de los circuitos, sumado a ello es el más imponente. Para llegar hasta allí se puede ir caminando o sino el trencito ecológico del Parque, es muy lindo y pintoresco.

      La cena show que se ofrece en Foz de Iguazú es imperdible! Se puede disfrutar de un espectáculo de danzas con música regional mientras se pueden degustar cientos de platos.

      Para visitar las Cataratas se recomienda un mínimo de 4 noches. 

      Para quienes deseen estar en contacto con la naturaleza en su máximo esplendor, pueden realizar el sendero Macuco, para ello es imprescindible llevar agua y alimentos ya que en ese trayecto no existen kioscos ni lugares de ventas de alimentos. 

    3. Perdido en el sureste de México, casi al borde del mar y ubicado junto al río Papaloapan, se ubica uno de los pocos pueblos del país declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

      A solo 90 kilómetros al sur de la ciudad de Veracruz, este colorido pueblo aparece en medio de una región tropical y cálida, cuyo único respiro del infernal calor es la brisa que carga consigo el río.

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      Visitarlo en verano un par de veces quizá no fue la mejor idea. Pero el solo hecho de estar allí significa un refresco del movimiento de la ciudad.

      Tlacotalpan surgió como un asentamiento del pueblo totonaca, una civilización mesoamericana prehispánica que se asentó en buena parte de la costa del Golfo de México. Su nombre significa “entre aguas”.

      Pero fue con la llegada de los españoles que el pueblo creció y tomó forma, desde que Pedro de Alvarado recorrió el Papaloapan río arriba, descubriendo que Tlacotalpan podría ser un buen puerto fluvial para el transporte de mercancías al Imperio Español.

      Así fue como surgieron dos grandes haciendas en la zona, que aunque corrieron el riesgo de ser abandonadas, hicieron que en algún momento la población de españoles creciera. Y sumado a la importación de esclavos negros africanos desde el puerto de Veracruz, Tlacotalpan tomó la raíz multicultural y multiétnica que posee hasta el día de hoy.

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      El pueblo es el corazón del son jarocho y los jaraneros, estilos musicales provenientes del Caribe y que fueron desarrollados en la mayor parte de la costa del Golfo gracias a los afrodescendientes.

      La misma palabra “jarocho” define a las personas provenientes de la región del Sotavento, sobre todo aquellos de piel oscura que usaban jaras como método de pesca. Y esas raíces extranjeras finalmente se impregnaron en la zona alrededor de Tlacotalpan.

      Músicos con sus típicos trajes blancos, con sombreros de paja y pañuelos rojos caminan por las calles ofreciendo coplas. Mientras en las noches llegan los huapangos, fiestas donde el son jarocho es el invitado principal.

      Pero el mayor atractivo del pueblo es sin duda su arquitectura vernácula, es decir, que las construcciones fueron hechas de forma auténtica por los habitantes nativos con materiales de la zona.

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      En 1714 el río se desbordó, y en 1788 un incendio arrasó con muchas de las casas. Es por ello que se ordenó que a partir de entonces todo edificio fuera alzado con mampostería. 

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      Y desde aquella época, un lejano siglo XVIII, las típicas casonas con arcos y pilares se han mantenido en pie.

      Luciendo los vivos colores de México, cada casa es un ejemplo de lo que puede lograrse de forma artificial, respetando siempre lo natural.

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      Cada teja, cada muro, cada columna, cada acera, fueron construidos con los materiales que la propia cuenca del Papaloapan le otorgó a la ciudad. Y se convirtió con los años en el orgullo de los tlacotalpeños.

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      Aunque el puerto fluvial perdió su importancia con la llegada del ferrocarril, el río ha sido siempre parte vital de Tlacotalpan. No solo como medio de transporte, sino al aportar el agua para los cultivos, la ganadería, los pobladores, regular el clima y para la pesca.

      Tomar una balsa para dar un paseo por sus aguas es uno de los mayores atractivos hoy en día.

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      Aunque para ser sincero, la magia de la mampostería y la arquitectura vernácula se esfuma de inmediato.

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      En su lugar, es suplantada por modernas mansiones pertenecientes a la clase alta de Veracruz. Políticos y empresarios han construido sus casas de verano en la riviera, y los yates estacionados en su orilla confirman su poder adquisitivo.

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      Aún así, no está de más un recorrido por el emblemático Papaloapan, que transporta sus aguas desde las tierras de Tuxtepec.

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      El propio río sirve para bendecir la ciudad cada 2 de febrero, cuando las fiestas patronales llegan con la Virgen de la Candelaria.

      Una estatua de la virgen es transportada en una balsa y otorga su bendición al pueblo para evitar inundaciones y otras calamidades, que suelen ser comunes en esta zona tropical.

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      Las fiestas van acompañadas de ferias, mercados de comida callejera, huapangos y hasta un embalse de toros, que son soltados libres por las calles de la ciudad luego de cruzar el río junto a los ganaderos.

      La iglesia es uno de los puntos icónicos de la ciudad, ubicada en la plaza central, o zócalo, como se le conoce en México.

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      Esta explanada crea el plano urbanístico típico de una ciudad colonial española. Un cuadrante central con una alameda, junto a la cual se posa el templo católico y su campanario.

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      Junto a ella, el palacio municipal que funge como poder político, y que servía para demostrar a los antiguos indígenas quién tenía el poder sobre ellos.

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      Tras el zócalo, las calles perpendiculares se trazaron desde el río al interior de las tierras que lo orillan, formando las cuadras empedradas que dibujan hoy la totalidad de Tlacotalpan.

      La tejas en lo alto de las casas otorgan una fresca manera de protegerse del sol. El aire acondicionado no es tan común en esta zona. Pero los corredores y patios centrales son suficientes para ventilar los interiores.

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      Es común encontrar bancas y mecedoras en los pasillos exteriores de las casas, donde los vecinos se sientan a compartir un torito por las tardes, la bebida tradicional hecha a base de alcohol de caña.

      Para mí y mis amigos, la bicicleta fue la mejor manera de recorrer el pueblo. Al fin y al cabo, su terreno plano puede ser bastante bien aprovechado sobre dos ruedas.

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      Un lugar donde los niños todavía corren por las calles, los músicos se pasean por tiendas y restaurantes, los mariscos frescos se sirven en platos calientes y las botellas heladas de torito refrescan del calor.

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      Tlacotalpan se ha ganado con creces, y sin lugar a dudas, su título como Patrimonio de la Humanidad, al combinar tres etnias y culturas en un pequeño lugar.

      Sus casonas vernáculas y vivos colores son el mejor ejemplo de lo lindo de México. Un mágico y perdido lugar entre las selvas tropicales del sur.

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