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A dedo por los Andes: Parte I

AlexMexico

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Mi viaje con la tropa argentina por los lares del norte había culminado. La tarde del 5 de enero habíamos dejado el Dique Cabra Corral y habíamos llegado de vuelta a la ciudad de Salta cerca de las 10 de la noche. De regreso en el apartamento de Guti, tomé mi tiempo para cenar, darme una ducha y empacar mis cosas, viéndome acostado en la cama después de la medianoche.

 

Al otro día me esperaba uno de mis más inusitados retos: debía llegar a la frontera chilena con 5 pesos argentinos en la bolsa :( ya que sacar dinero del cajero en Argentina representaba un tipo de cambio al dólar mayor, que no me favorecía en absoluto. Por supuesto, mi estrategia de viaje era hacer dedo.

 

Había pedido aventones en dos ocasiones durante mi estadía en España, e incumbe confesar que fue bastante difícil (cabe mencionar que en España está penalizado recoger gente en la carretera). Pero esta situación era bastante diferente: no tenía dinero, no estaba en un país en el que era residente, y sobre todo, esta vez me encontraba solo :unsure: Por eso, para mí esta sería mi primera experiencia real como hitchhiker (término angolsajón que designa al viajero que pide aventón con el dedo).

 

Preparé mi cuerpo y mi mente para ello. Sabía que el tiempo que me podía tomar coger un ride era muy variable, y con mi tienda de campaña me enfrentaría a dormir junto a la pista si me agarraba la noche. Cogí todos los víveres posibles para el viaje, incluyendo fruta, cereales, galletas y una botella con agua. Una ventaja en Argentina es que el agua es potable, lo que disminuía un gasto para mí :oops:

 

Utilizando la página hitchwiki.org (un wikipedia para viajeros hitchhikers que un buen amigo argentino me recomendó) planeé la mejor ruta para llegar hasta San Pedro de Atacama, la mejor opción para después tornar al norte y regresar a Perú.

 

Con mi trayecto preparado, prendí mi alarma para que sonara antes de las 8 am, y así poder comenzar mi hazaña temprano por la mañana. Pero el cansancio del día anterior (y un poco de mi irresponsabilidad inoportuna :blush:) me constriñó a seguir durmiendo después de golpear suavemente mi teléfono. Joaquín se despertó antes que yo, y al echar un vistazo al reloj (que marcaba las 10:30 am) supo que me había quedado dormido. No dudó en despertarme para que me apresurase a irme. Tenía 500 km que recorrer y debía hacerlo en 9 horas, antes de que me alcanzara la noche :eek:Vaya forma de empezar mi día—, pensé. No quise tomar una ducha, ni siquiera un café. No pensaba consumir más tiempo valioso.

 

En vista de que Guti no había regresado aún de su travesía alpinista por el Nevado de Cachi, decidí dejarle un mensaje escrito en su pizarra de la sala. Su hospitalidad había salvado por completo mi viaje y me había hecho conocer a excelentes compañeros.

 

En una muestra de amabilidad, Joaquín me obsequió $20 más ^_^ Con ello podría comprar comida si me llegase a hacer falta. Me acompañó hasta la parada en la avenida principal donde tomé el bus que me llevaría a mi primer punto hitchhiker: La Caldera.

 

Me despedí de él, y con ello, de todo un mar de recuerdos que inundarían mis memorias sobre Argentina para siempre. Ahora me enfrentaba a un destino incierto… completamente solo.

 

Mi desesperación se frustró más y más mientras el bus avanzaba a paso lento por la ciudad. Tomó la salida norte hacia el distrito de Vaqueros, hogar de la peculiar tía Fedra. Por tanto, sabía que no debía perderme, pues conocía tales rumbos.

 

Pasamos Vaqueros para adentrarnos en la boscosa carretera número 9, tal y como lo había planeado. El autobús iba lleno con una multitud de chicos de secundaria que, al parecer, iban de excursión. El bosque a ambas orillas de la ruta se hacía cada vez más frondoso. No sabía si pedir la bajada ahí, en mitad de la nada, o esperar a ver muestras de civilización.

 

El bus dio vuelta hacia la izquierda, pasando un puente y adentrándose en calles de concreto entre amplias casas de un solo piso. Pregunté si regresaríamos a la ruta 9, a lo cual una señora me contestó que no. Los chicos secundarianos pidieron la parada, justo frente a una montaña que dominaba el pueblo. Estábamos ya en la última parte de la comunidad de La Caldera. Pedí al chofer bajarme en su recorrido de vuelta, y me dejó en la plaza central, lo más cerca que pudo de la carretera.

 

Caminé de vuelta hasta la autopista, disfrutando a la vez del paisaje húmedo y verde que La Caldera me ofrecía. Ahora entendía qué tipo de actividades son las que los adolescentes buscaban en aquel refundido sitio: renta de cabañas, campings, senderismo y deporte de aventuras se ofertaban a lo largo del pueblo.

 

Entrada al poblado de La Caldera

 

Cuando me encontraba cruzando el puente, avisté en la ruta a una pareja de hippies haciendo dedo (mismos que no estaban ahí cuando entré a bordo del bus). De pronto, un auto se detuvo para recogerlos. Qué rápido consiguieron un aventón—, dije. Pero otra idea colmó mi mente: había espacio para uno más :ohmy:

 

Corrí con todo y mi equipaje en la espalda para no dejar pasar la oportunidad. Agitado, me acerqué a ellos y les pregunté: chicos, ¿van hacia el norte? Sí, vamos hacia Jujuy, contestaron. Un poco sonrojado :blush: pregunté si había lugar para uno más en el auto, a lo que contestaron con un rotundo no, porque llevaban demasiado equipaje :sad:

 

Un poco decepcionado, los vi partir solitarios por la ruta, y me dispuse a conseguir mi propio ride. Si ellos consiguieron uno en menos de 10 minutos, ¿qué tan difícil podría ser?

 

Tumbé mi mochila en la tierra y me coloqué bajo los árboles para protegerme del sol. Mi dedo pulgar aguardaba ansioso levantar mi antebrazo en una señal patrón que algún conductor debía forzosamente acatar… pero ningún coche se avistaba tras la curva :(

 

Pronto, un amigo inesperado se unió a mi osada proeza. Un perrito que huía del calor se acostó junto a mi equipaje. Si bien me sentí cautivado, sabía que podía ser contraproducente. Si un conductor veía al perro junto a mí, creería que viajaba conmigo, y reduciría mis posibilidades de subirme al auto. En efecto, no muchos se sienten cómodos con un animal peludo a bordo.

 

Me dispuse a hacer una maniobra estratégica, y escondí al menudo canino detrás de mi mochila. De esa forma, no me sentiría tan vil por echar a un perrito de mi lado :rolleyes: y no me arriesgaría a prolongar más mi ya retrasado viaje.

 

El minutero avanzaba y un exiguo número de coches habían apenas pasado por la carretera en dirección al norte. Era ya difícil mantener la sonrisa en mi rostro con tal de mostrarme ameno ante los automovilistas :zsick: Mi cuerpo se veía andar de aquí para allá, buscando que su sangre circulara por las piernas, ya cansadas de yacer paradas en el mismo sitio. E hincadas o sentadas, buscaban un alivio a la inminente desesperación :crying:

 

Cuando mi reloj marcaba más de las 3 pm, y cuando había perdido muchas de mis esperanzas luego de casi 2 horas de aguardo, un nissan sentra se detuvo unos metros delante de mí. Corrí a alcanzarlos con mi mochila al hombro. Sube—, exclamaron. Y justo después de cerrar la puerta, la chica me preguntó: ¿Y el perro?...

 

Solté una sonrisa que ocultaba un pequeño dolor por dejar al tierno animalito abandonado en la soledad de la autopista. No viene conmigo—, respondí. Lo sentía mucho, pero no podía permitirme viajar con una mascota. Ante todo, hallarme a bordo del vehículo de una pareja que estaba dispuesta a transportar a un desconocido con su perro me hizo saber lo excelente personas que eran ambos :)

 

Florencia y Martín eran de Buenos Aires, y viajaban en su auto simplemente para conocer su país desde el centro hasta el norte. Habían financiado su travesía vendiendo algunas cosas que ya no necesitaban, lo que me demostró que la voluntad siempre lo puede más ;)

 

Mientras exponíamos unos a otros un poco de nuestras vidas, avanzábamos por la ruta 9, que nos revelaba hermosos y verdes paisajes en ambos de sus extremos. Pero lo que a simple vista desde el Google Maps parecía una corta distancia se convirtió en un trayecto sinuoso, que obligó a Martín a manejar a una lenta velocidad.

 

La ruta 9 hacia Jujuy

 

Las curvas ascendían por las yungas salteñas, dejando al desnudo profundos acantilados cubiertos de un frondoso follaje. La carretera se hacía cada vez más angosta para abrirse paso entre la maleza, y sabíamos muy bien el peligro que eso representaba, sobre todo conduciendo del lado del precipicio. Sin duda, me di cuenta de que esa no era la misma ruta por la que había llegado a Salta desde Humahuaca, hace casi dos semanas.

 

Yungas de la Ruta 9

 

Nuestro vértigo se acentuó de manera estrepitosa cuando detrás de una curva apareció una escena espeluznante: un coche había caído por el acantilado :eek:

 

El vehículo se encontraba atrapado entre las ramas de los enormes árboles que, por fortuna, amortiguaron su caída y evitaron un mortal accidente. La carretera estaba cerrada por el carril norte, donde se podían apreciar las marcas de las llantas que recién habían derrapado sin control. Por fortuna, y según vimos, no hubo muertos ni heridos de gravedad :oops:

 

Con toda la precaución posible, Martín optimizó su concentración al 100%, y seguimos adelante hacia nuestro destino: la ciudad de San Salvador Jujuy.

 

A unos 120 km al norte de la ciudad de Salta, San Salvador de Jujuy es la capital de la provincia de Jujuy, el departamento más septentrional de toda Argentina. A pesar de haber pasado varios días en el norte y centro de Jujuy con Nico y Rocío, no habíamos querido detenernos en la ciudad capital, que según sabían, poco ofrecía a los visitantes. Y al parecer, algo similar pensaban Florencia y Martín :huh:

 

Me dijeron que querían parar en la ciudad solo para no dejar de ver su centro histórico. Pero que si no había mucho más que hacer, no pasarían la noche ahí; en cambio, buscarían resguardo en Purmamarca, pueblo más al norte que me dejaba mucho mejor ubicado para seguir mi camino rumbo a Chile.

 

Así que hicimos un trato: en lugar de dejarme en la carretera, los acompañaría al casco viejo de Jujuy e iríamos a la oficina de turismo. Allí decidirían si quedarse (y yo tomaría un bus a la autopista para pedir otro ride) o si seguían su camino y me dejaban en Purmamarca.

 

Luego de aparcar el auto frente a la Plaza de Armas, no vacilamos mucho para hallar el centro de atención. Seguido de un rápido vistazo al folleto informativo, decidieron que, en efecto, dormirían esa noche en Purmamarca :rolleyes: Y feliz por el oportuno fallo, me dispuse a conocer el centro histórico de la ciudad.

 

Como es costumbre en las ciudades de la España Colonial, en los alrededores de la Plaza Belgrano (plaza central) se encuentran los edificios de gobierno y la catedral. El Palacio de Gobierno me pareció una construcción exquisita. Una mezcla de estilo colonial neoclásico con elementos de Italia, cuya influencia en toda Argentina es bastante notoria.

 

Palacio de Gobierno de Jujuy

 

Entramos para conocer sus impecables interiores, con la silla presidencial de la provincia y las banderas de todos los departamentos del país. Desde su sala principal, tuvimos una vista muy bella del zócalo de la ciudad.

 

Plaza Belgrano en Jujuy

 

Salimos del palacio y seguimos por la catedral de estilo barroco mixto, donde no me pude dar el lujo de pagar $5 para la entrada :unsure:

 

Caminamos por su calle principal, General Belgrano, llena de comercios y establecimientos de comida. Resistiéndome a cualquier tipo de tentación que involucrase el intercambio de monedas :O_o: acepté un poco de la coca cola que me ofrecieron Flor y Martín para subir mis niveles de azúcar y aguantar el hambre hasta la noche, apaciguada menormente por un proteínico plátano que cargaba en mi bolsa y que no dudé en comer.

 

Iglesia y Ex convento en Jujuy

 

Unas cuantas vueltas por el centro fueron suficientes para los tres turistas, que antes de que se hiciera más tarde, volvimos al coche para emprender el camino a Purmamarca.

 

Al dejar atrás la capital, súbitamente el paisaje circundante cambió. Las verdes y húmedas yungas que resbalaban por las colinas orientales de la cordillera andina de pronto me llevaron de vuelta a las áridas quebradas que antecedían al altiplano. Los colores desérticos, del marrón al rojo, cautivaron los ojos de Flor y Martín. La Quebrada de Humahuaca me dio la bienvenida de regreso una media hora después de conducir por la ruta 9.

 

Tomamos la desviación hacia la ruta 52. Ahora me sentía bastante seguro y mucho más cerca de mi destino. La ruta 52 era el camino comercial más transitado que comunica al Cono Sur de Sudamérica con Chile. Había leído que muchos de los solitarios traileros de Brasil, Paraguay y Argentina tomaban esta autopista para llegar hasta Chile, y el primer destino después de la frontera era precisamente San Pedro de Atacama. No había mejor conductor que me recogiese que un trailero comerciante. El plan era simplemente perfecto :rolleyes:

 

Tan sólo 3 km de iniciada la 52, arribamos a Purmamarca, pueblo que ya había tenido la suerte de visitar con Nico y Rocío antes de Navidad.

 

Flor y Martín me dejaron en la entrada del pueblo, y se despidieron de mí para ir a buscar donde pasar la noche. Mientras tanto, corrí hasta la autopista para tratar de coger un aventón. Eran ya las 6 pm y había 400 km que me separaban de mi objetivo :wacko: Quería al menos llegar a la frontera y acampar allí, para cruzar al otro día temprano.

 

Todavía pasaban algunos coches hacia el oeste, y no había muchas opciones. En esa dirección, después de Purmamarca, casi no había poblados, y mucho menos un hostal donde hacer noche. La gente que transitaba eran, quizá, locales que se dirigían a sus casas en las rancherías o traileros que harían noche antes del paso fronterizo, que para esa hora, seguro ya estaba cerrado.

 

Mientras la mayoría de los viajeros se paseaban por el lugar buscando un camping o un hostal, a lo lejos avisté a un chico que alzaba su dedo en petición de un aventón. En su gran letrero se leía Paso de Jama. Sí, sabía que, precisamente, en esa dirección no había muchos otros lugares a donde ir, sino al cruce fronterizo. Me acerqué a él y me presenté.

 

El chico era Maximiliano, y entre su escaso español y mis pocos conocimientos de portugués, se presentó como Max. Un joven carioca que se había alejado de las favelas do alemão por unas semanas, y había viajado a dedo desde su natal Río de Janeiro hasta las tierras norteñas de Argentina para conocer las maravillas de sus países vecinos.

 

Las historias de sus osadas y largas travesías por rides, llegando a recorrer más de 500 km en un solo día, me dieron mucha más seguridad :smug: y me alentaron para, con su consentimiento, unirme a él en la búsqueda de un alma solidaria que nos transportase hasta Atacama.

 

En la carretera de Purmamarca

Locales en la carretera 52

 

Ningún coche se detenía :confus: y poco tiempo pasó para que la carretera se vaciara, y para que el sol comenzara a descender en el horizonte. Un conjunto e intimidante grupo de nubes se avecinaban desde el norte. Supimos que era tiempo de abortar la misión y buscar un buen lugar donde dormir :ohmy:

 

Me sorprendió saber que Max viajaba sin una carpa, y que con el poco dinero que tenía no podía pagar muchos hostales. Según me contó, había dormido en repetidas ocasiones en estaciones de bus o bajo pequeños techos. Y precisamente eso fue lo que me propuso :huh:

 

Contradiciendo en absoluto su proposición, le dije que yo había estado ya en Purmamarca y sus zonas aledañas. A pesar del caluroso verano, el frío durante la noche era fuerte y penetrante, y no pensaba echarme a dormir sobre el frío y duro concreto :angry: No con una casa de campaña en mi espalda. Así que lo invité a que acampásemos juntos, y buscamos un terreno donde montar la carpa.

 

Caminamos hacia el lado posterior del pequeño pueblo. Recordaba un lugar al final del sendero del Cerro de los 7 colores. Y ahí, sobre un rojizo montículo de arena y protegidos del viento, armamos nuestro dormitorio temporal.

 

El mejor lugar para acampar en Purmamarca

 

Dejé a Max por un momento para ir a comprar agua embotellada, ya que el agua pública de Purmamarca no era apta para beber. Si debía gastar mis últimos $20 que adquirí gracias a Joaquín, lo haría en algo completamente esencial. Sabía que pasaría al menos otro día viajando a dedo y, al menos, tenía que estar bien hidratado :zsick:

 

M despedí de $13 entre el agua y algo de fruta que adquirí en una tienda de abarrotes. $7 era la modesta cantidad que hasta entonces colmaba mi bolsillo :crying:

 

Pero cuando volví a la carpa, Max me quiso agradecer por darle alojo en mi cómoda habitación móvil :ohmy: Sacó de su mochila un baguette, jamón, queso, galletas y un jugo. Entonces, me sentí agradecido por hacerle caso al destino, que al unirme con él se aseguró de que aquella noche no pasara hambre :big-smil:

 

Cenamos alegres bajo nuestro techo, mientras el cielo se oscurecía, y daba paso al resonar de los truenos y relámpagos que iluminaban por segundos las translúcidas paredes de la tienda.

 

Cual orugas nos enrollamos dentro de nuestros sacos de dormir y nos tapamos hasta la cabeza para conciliar el sueño. Programamos nuestra alarma para que sonara justo al alba, para comenzar una nueva jornada, en aras de alcanzar juntos la línea chilena…

  • Muy Bueno 3


1 Comentario


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    1. AlexMexico
      Último Relato

      El transcurso de una vida urbana puede fácilmente tornarse en algo rutinario, incluso en la grandeza de la Ciudad de México donde, no importa cuándo, siempre se encuentra algo por hacer.

      Si bien, la rutina es algo que se puede fácilmente esquivar en la capital mexicana, hay algo de lo que es imposible escapar. La contaminación y la gente. Un pacífico fin de semana, a solas en el aire fresco, es una demanda de colosales magnitudes en una de las metrópolis más pobladas del mundo. Pero hay algo que la hace única, a pesar de su estresante e incesante actividad.

      Hace casi 700 años, los mexicas (mejor conocidos como aztecas) decidieron construir su capital en uno de los más bellos paisajes del Aztlán, la tierra que ellos consideraban su mundo. Fue en un islote, en medio de un lago rodeado por montañas, donde fundaron Tenochtitlán, lo que hoy todos conocemos como Ciudad de México.

      Los alrededores de Tenochtitlán están cercados de impresionantes paisajes naturales, que dejaron en claro por qué Mesoamérica fue y será el cuerno de la abundancia. Es así que escapar de la ajetreada vida capitalina es, incluso hoy, una tarea fácil.

      Aquella vez, la decisión para reposar un fin de semana fue tomada por Sediel, uno de mis mejores amigos con cuya novia haríamos el viaje. Con una tienda de campaña casi nueva, un saco de dormir y una mochila sedienta por querer ser utilizada, el estado de Hidalgo fue lo que atrajo nuestra atención.

      Contiguo al Estado de México, Hidalgo cuenta con pueblos coloniales, grutas, aguas termales, bosques, cañones, cascadas, minas y un sinfín de interesantes propuestas de aventura. Y muy cerca de Pachuca, su capital, el pueblo de Huasca de Ocampo fue el destino elegido.

      La pequeña localidad nació en la época colonial española, cuando la producción minera atrajo a adinerados hacendarios europeos, que usaron la mano de obra indígena para la explotación.

      El pueblo creció alrededor de cuatro grandes haciendas, y aunque en el declive de la zona (cuando México se volvió independiente) muchos edificios quedaron casi en ruinas, en el siglo pasado se restauró para hacerlo un pueblo de paseo para turistas.

      Son varias cosas que hacen especial a Huasca. Su café, sus leyendas (que incluyen a duendes y brujas) y, sobre todo, su hermosa situación geográfica.

      Ubicada entre la Sierra de Pachuca y el Valle de Tulancingo, los paisajes aledaños a Huasca son un deleite visual, perfecto para los cazadores de un reposo en la naturaleza. Así que en vez de quedarnos mucho más tiempo en Huasca decidimos seguir nuestra ruta hasta los prismas basálticos, uno de los principales atractivos del valle.

      Huasca se emplaza en el oriente del Eje volcánico transversal, una cadena de volcanes que atraviesa el país de este a oeste y lo corta por su parte central. 

      Hace un par de millones de años, el enfriamiento del escurrimiento de lava que se generó en esta zona formó columnas de basalto que tomaron formas de prismas pentagonales y hexagonales. El resultado es hoy una maravilla.

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      El conjunto de prismas encimados entre sí parecen una estructura de legos. Es difícil creer que la naturaleza haya creado formas tan inorgánicas por sí sola.

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      Accedimos a los prismas bajando unas escaleras que llevan hasta un pequeño corredor, por donde cae un arroyo. El agua es traída desde los ríos y las presas que alimentan de agua la comunidad de Santa María Regla, a la que pertenecen las columnas.

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      Aunque algunas de las pequeñas cuatro cascadas fueron arrastradas hasta allí por el hombre, no hay mejor manera de darle un toque más encantador a un lugar como aquel que con caídas de agua.

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      El arroyo culmina en un pequeño estanque, al que se debe acceder desde la hacienda contigua. Es la llamada Cascada de la Rosa.

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      Este lugar fue visitado y estudiado incluso por personajes como Alexander von Humboldt, durante sus viajes por América Latina. La UNESCO nombró al sitio como uno de los 30 geoparques de la Red global de geoparques.

      Aunque ya había sido testigo de columnas basálticas del mismo estilo en Islandia, verlas en México no hizo más que reafirmar que es un país que lo tiene todo.

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      Antes de que se hiciera más tarde, era momento de decidir dónde debíamos acampar. La zona de Huasca de Ocampo posee múltiples sitios para hacerlo. Pero al ser el último fin de semana del verano estudiantil, los campings y balnearios estaban repletos. 

      El pueblo no era una buena idea para huir del bullicio. Y con ganas de un contacto mucho más natural, decidimos escuchar la sugerencia de un chofer.

      Unos kilómetros al norte, lejos de la carretera, había un lugar llamado Peña del Aire. Nada habíamos escuchado sobre él. Incluso, encontrarlo en Google Maps no fue del todo fácil. La información en internet era casi escasa. Pues bien, eso lo hacía el lugar perfecto.

      Según se nos dijo, pocas personas llegaban hasta la peña, ubicada al borde un acantilado bajo el cual se extendía un enorme cañón. Y en lo alto, una zona de camping era ideal para pasar la noche, lejos de las luces, del ruido y de cualquier contacto humano.

      Aceptamos así un viaje en taxi hasta la peña. Y tras un arduo viaje por un feo y estrepitoso camino de ripio, el chofer nos dejó en un centro de visitantes, que no era más que una palapa.

      Peña del Aire es un parque ecoturístico protegido. Hay pocas casas y propiedades privadas dentro del terreno. Las únicas construcciones son casetas de vigilancia, cobranza y algunos puestos de comida y tiendas. 

      A solo unos pasos de aquel puesto de visitantes se abrió ante nosotros un enorme cañón, parte de la Sierra de Pachuca.

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      El nombre Peña del Aire se debe, precisamente, a una gigantesca peña que se yergue en uno de los costados de la barranca. Y sí, de hecho, parece que flota en el aire.

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      Estas formaciones rocosas son características de las barrancas de la Sierra Oriental. Y el sitio perfecto para un centro ecoturístico.

      Una tirolesa de unos 70 metros de largo se tiende al lado de la peña y permite a los visitantes volar sobre el abismo. 

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      En la parte más baja, un río dibuja el camino del valle, junto al cual solo una pequeña iglesia se posa junto a un par de campos de cultivo. Al mirar abajo, creímos que sería un excelente lugar para acampar.

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      Comenzamos el descenso con mochila al hombro, cuidadosos de seguir el mezquino sendero que nos guiaba. El calor era sofocante, pero valía la pena hacer el intento.

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      Las vistas desde las laderas eran sencillamente magníficas. La vegetación parecía hacerse cada vez más verde y, a decir verdad, no era lo único colorido que apareció en nuestro camino.

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      El curso nos llevaba por todo el costado de la barranca, pero poco simulaba bajar al río. Aunque los lugareños nos habían asegurado un rápido descenso, la travesía era más larga de lo esperado.

      Antes de seguir, supimos que algo no resultaría. Esperábamos el arribo de dos amigos más, y en lo bajo de la barranca la señal de telefonía era escasa. Sería mucho más fácil encontrarlos en lo alto del acantilado.

      Volvimos entonces, entregados al calor de la tarde que, por cierto, no tardaría en esfumarse para dar paso a un fresco atardecer.

      La planicie superior fue el mejor lugar para montar el campamento. Un terreno llano, pastoso y fresco donde, al parecer, seríamos los únicos en pasar la noche.

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      Nuestros amigos no tardaron su arribo, por suerte, antes del ocaso. Y con las tres tiendas una junto a la otra, fue momento de armar la hoguera.

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      Una pila de malvaviscos y roles de canela fue el menú perfecto para el atardecer, que tras un cielo nublado se esfumó sin mucha presencia.

      Pero aquellas nubes de tormenta, cuyos relámpagos eran lo único que iluminaba el horizonte nocturno, crearon la atmósfera perfecta para las historias de terror que se avecinaban.

      Huasca de Ocampo es el sitio perfecto para alguien como Sediel, un fanático de las criaturas de fantasía. El pueblo está lleno de leyendas sobre duendes y brujas que moran los bosques circundantes, y que han hecho sus apariciones en repetidas ocasiones.

      De hecho, cuenta con su propio museo de los duendes. Y vaya que nuestro campamento simulaba ser su hogar, con una torre de metal en forma de sombrero que, de hecho, albergaba los únicos baños disponibles, a los que nadie se atrevía a entrar una vez caída la noche.

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      Cuando el fuego se fue consumiendo, una extraña luz apareció detrás de los arbustos. Un color amarillo fluorescente de forma redonda se movía con delicadeza, y de repente palpitaba como el latido de un corazón.

      No le prestamos mucha atención, quizá era alguien con una linterna. Tras pocos minutos se esfumó sin darnos cuenta.

      A la siguiente mañana, los lugareños nos contarían que se trataba de una bruja. Aparecer como pequeñas centellas era su especialidad en aquella zona. Pues bien, al menos no decidió visitar nuestro campamento.

      El alba fue bastante frío. El sereno dejó nuestras carpas más que húmedas por fuera. Y no había nada que deseáramos más que un café caliente. Pero habría que esperar la apertura de los puestos.

      Entretanto, un temprano despertar fue la mejor decisión grupal tomada para poder ser testigos de un hermoso amanecer.

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      El sol se levantó sobre la sierra oriental, iluminando tenuemente la figura de cada barranca del cañón. Nada, sino el cantar de las aves, se podía escuchar en el abismo.

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      Es lo que un grupo entero de capitalinos buscaba lejos de la metrópoli. La serenidad de una fría y verde mañana. Pero acompañada de un café de olla a la apertura del primer puesto, todo fue incluso mejor.

      Luego del desayuno fue momento de bajar a la peña, y contemplar el valle dibujado por los primeros rayos del sol.

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      La bruma de la mañana poco a poco se retiraba, y dejaba al desnudo la vitaleza de un cañón que podía apaciguar todo pensamiento y todo presente.

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      Escalar la peña no era una opción segura, pero hasta la poca altura que pudimos llegar fue suficiente para sentirnos satisfechos en nuestro viaje.

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      Disfrutar de la barranca sin la presencia de turistas durante la noche y la mañana fue una excelente decisión, que nos daría el respiro necesario para volver a la vida de una colmada ciudad.

    2. flormdk
      Último Relato

      Hace un poco más de diez años que había visitado la provincia de Misiones para ir a un congreso cuando era estudiante de la carrera de la carrera de Licenciatura en Turismo... Estuve algunos días en la capital, la ciudad de Posadas y dos noches en Iguazú. En este momento todavía las Cataratas de Iguazú no habían sido declaradas como Maravilla Natural, no había una gran cantidad de turistas. A decir verdad, cuando fui al parque con mis compañeros estábamos solamente nosotros. Vale aclarar, que era temporada baja, era el mes de mayo.

      Hacía bastante tiempo que tenía ganas de regresar, por eso, en el mes de enero pasado, decidí tomarme mis vacaciones de verano en las Cataratas. Organicé un tour que empezó en Salta y terminó en Iguazú.

      Decidimos dedicarle 5 noches a la ciudad de Iguazú ya que sabemos que es una de clima subtropical donde puede haber abundantes lluvias que impidan salir a recorrer el parque.

      Llegamos a destino y nos recibió una lluvia afortunadamente no muy intensa. De todas formas, es bastante frecuente que corramos con esa suerte... siempre los destinos que visitamos nos reciben con lluvia pero los días siguientes suelen tener unas condiciones climáticas espectaculares, así que no nos preocupamos.

      El primer día que llegamos, teníamos pensado visitar el Parque pero con la lluvia no era un buen plan. Entonces, optamos por cruzar la frontera y visitar Ciudad del Este en Paraguay. Es una ciudad que tiene la fama de ser un destino de compras ya que es una zona franca, libre de impuestos. 

      Tomamos un colectivo y en menos de una hora estábamos en destino. Creo que no hay palabras para describir a este sitio... Es una ciudad cargada de comercios, de carteles, de vehículos, de gente, de ruido ambiente... Una ciudad totalmente caótica en la que no existen semáforos que orden el tránsito. Afortunadamente, fuimos con información de los mejores lugares para comprar y también teníamos en mente que comprar con el modelo ya elegido. Creo que no hay otra manera de visitar esta ciudad si no es con información previa... Hay muchísimos lugares, vendedores ambulantes y carteles que compiten entre sí. Es recomendable ir temprano, ya que todos los lugares cierran a las 16:00 de la tarde porque suelen abrir muy temprano en la mañana y trabajan en horario de corrido.

      Nosotros llegamos con el tiempo muy justo pero por suerte llegamos a conseguir lo que teníamos planeado, una cámara de fotos de viaje.

      El objetivo principal del viaje era visitar el Parque Nacional Iguazú... También nos interesaba conocer el Parque del lado de Brasil... 

      Fuimos un día del lado de Brasil fue un paseo muy corto porque teníamos que regresar temprano para tomar el colectivo. La vista es muy distinta a la vista del lado argentino, ya que las pasarelas están muy cerca de las Cataratas, pero el parque en este lado es mucho más pequeño. No volvería a visitarlo, pero si volvería una y otra vez al lado argentino ya que aquí el parque es muchísimo más grande y como los colectivos pasan hasta más tarde, se puede estar disfrutando del paisaje hasta las 17:00. Un dato muy importante para quienes deseen visitar las Cataratas, es que comprando la entrada para dos días consecutivos, el segundo día sale la mitad de precio.

      Desde Iguazú se pueden hacer muchas excursiones como por ejemplo visitar las Ruinas de San Ignacio un sitio arqueológico muy interesante, visitar las Minas de Wanda y comprar piedras semipreciosas, etc. Era verano, días de calor intensos cargados de húmedad, por lo que no tenía mucho interés en realizar excursiones de días completos. Nos quedaba un día libre, aprovechamos para conocer la ciudad de Foz de Iguazú. Visitamos un Shopping y recorrimos la ciudad. A decir verdad, la ciudad no me pareció muy llamativa pero siempre me resulta interesante conocer distintas ciudades del mundo.

       

      Consejos importantes para quienes deseen visitar Iguazú

      Conviene destinarle al menos dos días para recorrer todo el parque en el lado argentino es posible que un día no alcance para conocerlo completo.

      Es aconsejable evitar la temporada alta ya que es un destino muy turístico por lo que en enero y mitad de julio suele haber más cantidad de gente que en otros meses.

      Resulta óptimo dejar días libres porque es una zona de clima subtropical, pueden tocar días de lluvia en los que no sea la mejor opción visitar el Parque.

      En el Parque se pueden comprar souvenires, hay varios restaurantes, kioscos y cafés.

      No hay que olvidar el protector solar, repelente y anteojos de sol. Por supuesto, es necesario llevar calzado cómodo.

      Aconsejo que al llegar al Parque, lo primero que hagan sea visitar la Garganta del Diablo, es el paseo que está un poco más alejado comparado con el resto de los circuitos, sumado a ello es el más imponente. Para llegar hasta allí se puede ir caminando o sino el trencito ecológico del Parque, es muy lindo y pintoresco.

      La cena show que se ofrece en Foz de Iguazú es imperdible! Se puede disfrutar de un espectáculo de danzas con música regional mientras se pueden degustar cientos de platos.

      Para visitar las Cataratas se recomienda un mínimo de 4 noches. 

      Para quienes deseen estar en contacto con la naturaleza en su máximo esplendor, pueden realizar el sendero Macuco, para ello es imprescindible llevar agua y alimentos ya que en ese trayecto no existen kioscos ni lugares de ventas de alimentos. 

    3. Perdido en el sureste de México, casi al borde del mar y ubicado junto al río Papaloapan, se ubica uno de los pocos pueblos del país declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

      A solo 90 kilómetros al sur de la ciudad de Veracruz, este colorido pueblo aparece en medio de una región tropical y cálida, cuyo único respiro del infernal calor es la brisa que carga consigo el río.

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      Visitarlo en verano un par de veces quizá no fue la mejor idea. Pero el solo hecho de estar allí significa un refresco del movimiento de la ciudad.

      Tlacotalpan surgió como un asentamiento del pueblo totonaca, una civilización mesoamericana prehispánica que se asentó en buena parte de la costa del Golfo de México. Su nombre significa “entre aguas”.

      Pero fue con la llegada de los españoles que el pueblo creció y tomó forma, desde que Pedro de Alvarado recorrió el Papaloapan río arriba, descubriendo que Tlacotalpan podría ser un buen puerto fluvial para el transporte de mercancías al Imperio Español.

      Así fue como surgieron dos grandes haciendas en la zona, que aunque corrieron el riesgo de ser abandonadas, hicieron que en algún momento la población de españoles creciera. Y sumado a la importación de esclavos negros africanos desde el puerto de Veracruz, Tlacotalpan tomó la raíz multicultural y multiétnica que posee hasta el día de hoy.

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      El pueblo es el corazón del son jarocho y los jaraneros, estilos musicales provenientes del Caribe y que fueron desarrollados en la mayor parte de la costa del Golfo gracias a los afrodescendientes.

      La misma palabra “jarocho” define a las personas provenientes de la región del Sotavento, sobre todo aquellos de piel oscura que usaban jaras como método de pesca. Y esas raíces extranjeras finalmente se impregnaron en la zona alrededor de Tlacotalpan.

      Músicos con sus típicos trajes blancos, con sombreros de paja y pañuelos rojos caminan por las calles ofreciendo coplas. Mientras en las noches llegan los huapangos, fiestas donde el son jarocho es el invitado principal.

      Pero el mayor atractivo del pueblo es sin duda su arquitectura vernácula, es decir, que las construcciones fueron hechas de forma auténtica por los habitantes nativos con materiales de la zona.

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      En 1714 el río se desbordó, y en 1788 un incendio arrasó con muchas de las casas. Es por ello que se ordenó que a partir de entonces todo edificio fuera alzado con mampostería. 

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      Y desde aquella época, un lejano siglo XVIII, las típicas casonas con arcos y pilares se han mantenido en pie.

      Luciendo los vivos colores de México, cada casa es un ejemplo de lo que puede lograrse de forma artificial, respetando siempre lo natural.

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      Cada teja, cada muro, cada columna, cada acera, fueron construidos con los materiales que la propia cuenca del Papaloapan le otorgó a la ciudad. Y se convirtió con los años en el orgullo de los tlacotalpeños.

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      Aunque el puerto fluvial perdió su importancia con la llegada del ferrocarril, el río ha sido siempre parte vital de Tlacotalpan. No solo como medio de transporte, sino al aportar el agua para los cultivos, la ganadería, los pobladores, regular el clima y para la pesca.

      Tomar una balsa para dar un paseo por sus aguas es uno de los mayores atractivos hoy en día.

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      Aunque para ser sincero, la magia de la mampostería y la arquitectura vernácula se esfuma de inmediato.

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      En su lugar, es suplantada por modernas mansiones pertenecientes a la clase alta de Veracruz. Políticos y empresarios han construido sus casas de verano en la riviera, y los yates estacionados en su orilla confirman su poder adquisitivo.

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      Aún así, no está de más un recorrido por el emblemático Papaloapan, que transporta sus aguas desde las tierras de Tuxtepec.

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      El propio río sirve para bendecir la ciudad cada 2 de febrero, cuando las fiestas patronales llegan con la Virgen de la Candelaria.

      Una estatua de la virgen es transportada en una balsa y otorga su bendición al pueblo para evitar inundaciones y otras calamidades, que suelen ser comunes en esta zona tropical.

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      Las fiestas van acompañadas de ferias, mercados de comida callejera, huapangos y hasta un embalse de toros, que son soltados libres por las calles de la ciudad luego de cruzar el río junto a los ganaderos.

      La iglesia es uno de los puntos icónicos de la ciudad, ubicada en la plaza central, o zócalo, como se le conoce en México.

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      Esta explanada crea el plano urbanístico típico de una ciudad colonial española. Un cuadrante central con una alameda, junto a la cual se posa el templo católico y su campanario.

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      Junto a ella, el palacio municipal que funge como poder político, y que servía para demostrar a los antiguos indígenas quién tenía el poder sobre ellos.

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      Tras el zócalo, las calles perpendiculares se trazaron desde el río al interior de las tierras que lo orillan, formando las cuadras empedradas que dibujan hoy la totalidad de Tlacotalpan.

      La tejas en lo alto de las casas otorgan una fresca manera de protegerse del sol. El aire acondicionado no es tan común en esta zona. Pero los corredores y patios centrales son suficientes para ventilar los interiores.

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      Es común encontrar bancas y mecedoras en los pasillos exteriores de las casas, donde los vecinos se sientan a compartir un torito por las tardes, la bebida tradicional hecha a base de alcohol de caña.

      Para mí y mis amigos, la bicicleta fue la mejor manera de recorrer el pueblo. Al fin y al cabo, su terreno plano puede ser bastante bien aprovechado sobre dos ruedas.

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      Un lugar donde los niños todavía corren por las calles, los músicos se pasean por tiendas y restaurantes, los mariscos frescos se sirven en platos calientes y las botellas heladas de torito refrescan del calor.

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      Tlacotalpan se ha ganado con creces, y sin lugar a dudas, su título como Patrimonio de la Humanidad, al combinar tres etnias y culturas en un pequeño lugar.

      Sus casonas vernáculas y vivos colores son el mejor ejemplo de lo lindo de México. Un mágico y perdido lugar entre las selvas tropicales del sur.

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