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A dedo por los Andes: Parte III

AlexMexico

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Aislado del frío y cubierto de pies a cabeza en mi saco de dormir, todavía me encontraba a las afueras de Susques, el último pueblo de la Ruta 52 de Argentina antes de llegar a la frontera con Chile. Y antes de que mi alarma tuviera la oportunidad de sonar, los faros frontales y el ruido del motor de los camiones que pasaban frente a nuestra tienda de campaña nos despertaron estrepitosamente, cuando el sol todavía no se asomaba por el este.

 

Eran poco más de las 5 de la mañana, y tras un salto desde el suelo pensé: ¡Los trailers se están marchando! :eek: Habíamos acampado junto a la salida de los camiones para al levantarnos pedir a uno por uno si nos podían llevar hasta el paso fronterizo. Pero al parecer, debimos haber madrugar todavía más :confus:

 

Rápidamente desperté a Max, quien pronto envolvió su sleeping bag y empacó todas sus cosas. Sacamos nuestro equipaje de la tienda y, mientras yo la desmontaba, le pedí a Max que intentara detener a alguno de los conductores que salían del pueblo, o que hablara con alguno de los que todavía no se iban. Para cuando terminé, él volvió con malas noticias: ninguno estaba dispuesto a llevarnos :sad: Yo me mantuve sereno y positivo: son muchos camiones, alguno debe llevarnos.

 

Nos vimos expuestos a la intemperie en medio de la helada madrugada. E irónicamente, ahora ningún camión parecía salir en dirección oeste. Decidimos abrir de nuevo nuestros sacos de dormir para cubrirnos del clima, y envueltos cual esquimales, aguardamos con esperanzas la salvación de uno de los choferes. Pasaron varios minutos. De vez en cuando algún coche particular o alguno de carga aparecía detrás de la curva de la autopista, lo que nos daba tiempo para posarnos junto a ella y levantar el dedo. Pero seguía muy oscuro, y difícilmente alguien pararía por nosotros :(

 

Cuando casi caímos dormidos allí, un camión me deslumbró con sus luces, que prendió estacionado justo a la salida del pueblo. Con esperanzas, me aproximé a buscar al conductor y preguntarle… El sujeto estaba sentado y jugando con su celular. Parecía muy amable. Le conté nuestro penoso caso y encendió el motor. Los puedo dejar en el Paso de Jama, y de ahí cruzan la frontera solos— me dijo :big-smil: Al parecer, él y otros muchos camioneros no tenían los permisos para cruzar, sólo para descargar allí. Sin hesitar demasiado, le dije que esperara por nosotros y corrí hacia Max, quien se percató de la buena noticia y cogió nuestras maletas.

 

No podíamos creer que hubiésemos conseguido un ride tan pronto, después de las largas jornadas de espera que habíamos pasado el día anterior :) Llegando al Paso de Jama, todos los conductores que cruzaran hacia Chile debían llegar obligatoriamente a San Pedro de Atacama, y sin duda, uno de esos cientos de automóviles tendría espacio para uno de nosotros dos. El plan no podía ser mejor. O eso creíamos…. :huh:

 

Entre el sueño y el regocijo, yo me ubiqué en la parte trasera de la cabina y Max se quedó en el asiento del copiloto. Como él no hablaba muy bien el español, decidí hacerle plática al chofer, quien era originario de un pueblo del norte de Argentina.

Comenzamos a avanzar por los últimos kilómetros de la Ruta 52, mientras el camión subía y bajaba cuestas por la bien asfaltada carretera ondulada. A ambas orillas, maravillosos paisajes se abrían paso ante los rayos del sol que poco a poco iluminaban la meseta de la Puna de Atacama, que si bien poco escarpada y accidentada, no dejaba de ascendernos a un par de miles de metros sobre el nivel del mar.

 

Ruta Nacional 52 Argentina

 

La orografía circundante nos mostraba montes poco elevados sobre el nivel del altiplano, cubiertos menguadamente por pastos y arbustos secos.

 

Ruta Nacional 52 Argentina

 

Otro solitario camión es lo único que avistábamos en movimiento alrededor nuestro. A lo lejos, las montañas andinas vigilaban las lagunas alcalinas y los salares, típicos de este tipo de ecosistema volcánico intermontañoso. Si hubiera tenido el tiempo suficiente, me hubiera tomado unas horas para alejarme hacia las lagunas y avistar a los flamencos rosados, que suelen vivir en estos cuerpos de agua salados.

 

Ruta Nacional 52 Argentina

 

Abrí la bolsa de cereales y saqué los dos plátanos restantes para tener algo en el estómago. Nos sentimos seguros de poder acabarnos los víveres, pues estábamos a punto de cruzar a Chile y al fin podríamos gastar nuestro dinero :big-grinB:

 

El hombre manejó lentamente a lo largo de 120 km por más de 2 horas, hasta que por fin llegamos :rolleyes: Estábamos en el famoso Paso de Jama, último sitio a 4230 metros de altura antes de cruzar hacia Chile.

 

Ya pasaban de las 8 am, y la oficina de migración y la aduana habían apenas comenzado a laborar. El chofer aparcó detrás de una larga fila de camiones que se aglutinaban frente a la gendarmería. Nos dijo que con gusto nos llevaría hasta Atacama, pero que no tenía el permiso de cruzar. Con entusiasmo le dimos las gracias y bajamos del coche. La mañana era bastante fría, a pesar de lo despejado que estaba el cielo.

 

Nos abrigamos bien nuevamente y caminamos hacia la entrada del recinto migratorio, el cual sinceramente me imaginaba más grande y bullicioso. Constaba de una gasolinera y una tienda-restaurante del lado argentino; una caseta de revisión, la gendarmería, las oficinas de migración, las aduanas, dos estacionamientos y un edificio del gobierno de Chile.

 

Caminando, pasamos la gendarmería como si nada. Llegamos a la oficina de migración pero no encontrábamos la entrada, así que regresamos a buscar al oficial de la caseta para preguntarle.

 

El gendarme nos dijo que para cruzar, necesitábamos obligatoriamente hacerlo a bordo de un vehículo, aunque fuera una bicicleta. El gobierno chileno no nos permitiría pasar caminando, pues sabían que después de la frontera no había más que kilómetros y kilómetros de un asesino desierto de altura, y no podían correr el riesgo de que nos pasara algo y ellos fueran los responsables :zsick:

 

Por tanto, el objetivo era conseguir un nuevo ride (el cual de todas formas tendríamos que conseguir) para registrarnos en la oficina de migración y seguir nuestro camino. La diferencia es que tendríamos que hacerlo antes de que los conductores pasaran la frontera, es decir, del lado argentino.

 

Nos dirigimos al estacionamiento, donde había un escaso número de autos aparcados. Uno por uno fueron llegando y yo los fui abordando. Con toda la amabilidad del mundo, les explicaba nuestro caso y les pedía ayuda, misma que me negaban sin pensarlo mucho tiempo :(

 

En vista de que avistábamos más camiones de carga que autos particulares, nos dirigimos al estacionamiento de la aduana, donde aparcaban los transportistas. En aquella inmensa cerca, surcábamos de lado a lado todos los trailers, parándonos de puntas para poder ver al asiento del piloto, que la mayoría de las veces estaba vacío. Detrás de uno de ellos, se hallaba un grupo de camioneros platicando y tomando café en envases de plástico. Max y yo nos acercamos para hablar con ellos y pedir de su ayuda. Pero con un movimiento de cabeza indicaron que no era posible :unsure: La mayoría de ellos no cruzarían a Chile, y otros se dirigían al lado contrario.

 

Ante tantas negativas supimos que no sería una tarea fácil. Pensamos en ofrecer un poco de dinero a los conductores; quizá de esa forma nos verían con mejores ojos.

 

Regresamos a la entrada de la oficina de migración para hablar con los viajeros. Max y yo buscábamos por todas partes algún tipo de persona que pudiese tener más en común con dos mochileros como nosotros :huh: Un hippie, una pareja joven, un auto rentado… nos parecía que tendríamos más posibilidades de ser auxiliados por alguien así que por una familia o una pareja de ancianos, que notablemente dudaban de su seguridad y de nuestro testimonio.

 

Cabe mencionar que el auto y el equipaje eran revisados arduamente por los oficiales, y subir a dos desconocidos al auto implicaba una responsabilidad por cualquier tipo de artículo prohibido. Por supuesto, sabíamos que los mochileros tienen fama de llevar consigo marihuana :ohmy: pero no había forma de convencer a las personas de que nosotros NO llevábamos nada de eso :O_o: A pesar de que no era su excusa externada, ambos estábamos conscientes de lo que la gente podía pensar de nosotros (aún cuando vestíamos con una buena facha y no olíamos mal a pesar de 3 días sin ducharnos).

 

Una pareja adulta se estacionó frente a nosotros, y Max pudo advertir que su placa era de Brasil. Rápidamente los abordó a ambos para contarles, en su natal portugués, que estábamos atrapados en la frontera. Los dos se mostraron muy accesibles con él y nos pidieron que esperásemos un momento, mientras el señor entraba a preguntar qué hacer.

 

Luego de unos minutos regresó con no muy buenas noticias. Ambos estaban dispuestos a ayudarnos, pero al haber cruzado por la gendarmería antes, les habían dado un formato donde decía la marca y matrícula de su auto, y que solo dos pasajeros iban a bordo. En la oficina de migración no podían agregar más pasajeros que los que el gendarme había anotado, así que lamentablemente habíamos perdido nuestra oportunidad :mad:

 

Entonces supimos que debíamos colocarnos unos metros antes de la gendarmería, y no en el aparcamiento. Habían pasado ya más de dos horas y el sol comenzaba a hacerse sentir, lo que nos obligó a despojarnos de nuestros abrigos y colocarnos bloqueador solar, preparados para otra larga jornada bajo el sol de las alturas andinas :zsick:

 

Antes de empezar a pedir otro aventón, vimos a un grupo de choferes comiendo en un pequeño puesto de lámina frente a la aduana. Nos acercamos para ver si aceptaba pesos chilenos, ya que no nos quedaba ni dinero argentino ni comida para saciarnos.

 

Afortunadamente, nuestro dinero era aceptado. Y más alegría nos dio saber que los billetes que aquel hombre alemán nos había regalado eran 100% reales :big-grin: No nos había estafado.

 

Pedimos un jugo y dos sándwiches de milanesa. Por fin, estábamos comiendo algo más que naranjas y plátanos. Una vez satisfechos, caminamos a la carretera y comenzamos a pedir un ride.

 

La mayoría de los autos no llevaban mucho espacio; viajaban en familia, y los que lo hacían en pareja, llevaban el asiento trasero lleno con su equipaje. Encontramos un trozo de cartón y escribimos ATACAMA con letras grandes, para ver si con suerte alguien se disponía a llevarnos.

 

Unas horas bajo el sol nos bastó para agotarnos y casi darnos por vencidos :oops: Estábamos ya tan cerca de nuestro destino y no podíamos creer que siguiéramos atrapados en Jama luego de 4 horas pidiendo ayuda :madd: Los ánimos empezaron a decaer y las maldiciones comenzaron a aflorar: contra migración, contra el gobierno chileno, contra los conductores, contra nosotros mismos...

 

Era ya mediodía y nos dimos cuenta de que muchas personas paraban a echar gasolina y a comer en el restaurante antes de pasar hacia migración. Pensamos que, quizá, sería más cómodo hablar con ellos frente a frente mientras recargaban su auto, y probablemente así causaríamos más empatía :sneaky:

 

Renunciamos al clásico aventón a dedo y empezamos a encarar a la gente junto a los tanques de gasolina, que para poca sorpresa nuestra, continuaron negándonos ayuda :crying:

 

Mientras esperábamos a que algunos salieran de comer o del baño, Max y yo nos sentamos junto a la tienda. Descubrimos que la red de wifi estaba abierta y nos conectamos para dar alguna señal de vida a nuestros compatriotas.

 

Había recibido un whatsapp de Joaquín, mi amigo en Salta, desde hace dos días, preguntando si ya había llegado a Atacama. Le contesté que aún no lo lograba, y que hasta ese punto no sabía si lo haría :( La gente no pensaba ayudarnos y yo ya me estaba dando por vencido. Entonces me envió un audio con su voz, dándome palabras de ánimo.

 

En ese momento me di cuenta de lo importante que era a veces hablar con los amigos <3 Por más solo que me encontrara en ese recóndito lugar, un simple mensaje de voz alzó mis ánimos poco a poco, y me hizo prometerme: ¡no acamparé aquí esta noche! :mad:

 

Luego de casi una hora sentados reponiendo fuerzas y casi al agotar la batería de nuestros móviles, seguimos con la cacería de autos, recobrando nuestra sonrisa en el rostro que, de una manera u otra, debía convencer a algún conductor de que éramos buenas personas, y que sólo necesitábamos un empujón para lograr nuestro destino.

 

Max y yo vimos pasar un autobús de pasajeros. Creímos que quizá tendría algún espacio disponible, y pensamos ofrecerle dinero para que nos llevasen hasta Atacama. Corrí más allá de la gendarmería para hablar con el chofer. Cuando lo alcancé, los pasajeros habían bajado para hacer uno por uno su trámite migratorio.

El chofer bajó y le planteé la idea. Lo pensó algunos minutos y dijo que quizá tendría asientos libres. Subió al bus para luego bajar. Y me respondió que no sería posible, ya que no podría extendernos un boleto oficial, mismo que requisitaban en la oficina chilena.

 

Si no es una cosa, es la otra— me dije muy enojado :angry: Pero sin nadie a quien poder culpar, regresé con mi entusiasmo hecho pedazos. Pero no me dejaría vencer ¡me hice una promesa y debía cumplirla!

 

Cuando volví a la gasolinera, Max se había comprado otro sándwich de milanesa. Eran ya casi las 3 de la tarde. Nunca habría imaginado que nos llevaría tanto tiempo conseguir a alguien que nos ayudase :sad:

 

Los autos y camiones llegaban y se iban, luego de comprar comida y cargar gasolina. Entre uno de los camioneros, Max advirtió un acento proveniente del centro de Brasil. Me dijo que probaría suerte…

 

Habló unos minutos con el camionero para luego regresar. Con un exiguo entusiasmo me dijo que el hombre había aceptado llevarnos a ambos, y que debíamos pasar a la oficina aduanal con él :ohmy: No entendía por qué Max no estaba saltando de alegría al decirme aquello, pero la pobre explicación del chofer no le había dado mucha confianza :huh:

 

Regresamos con él para confirmar lo que nos había dicho, y nos indicó que caminásemos de una vez hacia la oficina migratoria, y que allí lo esperáramos, y si no lo veíamos que lo buscásemos como Joao.

 

No muy convencidos :unsure: pero sin más alternativas, nos dirigimos a migración, donde nos dieron un formulario para llenar e hicimos la fila con los demás viajeros. Cuando llegamos a ventanilla, el oficial nos preguntó en qué vehículo viajábamos. Le dijimos que pasaríamos con un trailero de nombre Joao, a lo cual contestó que debíamos pasar a la oficina aduanal, por donde cruzaban todos los camiones.

 

Acatando sus reglas, nos cambiamos de lugar y entramos a la oficina aduanal, no sin antes aprovechar para ir al baño. Allí, hablamos con el empleado de ventanilla, quien comenzó a darnos un sermón del porqué no podía dejarnos pasar caminando. Antes de que pudiésemos entenderlo todo, Joao apareció en el pasillo, y le dijo: vienen conmigo. El empleado sonrió y nos hizo una seña para pasar a la siguiente ventanilla. Ahora empezaba a creer en que de verdad ese tal Joao nos podría hacer cruzar a Chile :smug:

 

Llenamos un par de formularios, mientras Joao no dejaba de hablar y reír a carcajadas con los oficiales de la aduana. Creo que de verdad, era alguien conocido allí. El oriundo de Brasil le daba indicaciones en portugués a Max sobre lo que debíamos hacer. Tras un par de papeleos, nuestro sello quedó listo y entonces, de verdad, me sentí feliz :big-smilB:

 

Con mi pobre portugués le di las gracias a Joao: Obrigado! Obrigado! :blush: Casi a las 5 de la tarde en punto, estábamos ya saliendo del complejo de Jama y, finalmente, después de tres largos días de espera, me adentré en Chile a bordo de un camión de carga brasileño.

 

Joao puso algo de música carioca. Una buena samba y un par de cigarrillos que tuvo la decencia de invitarnos, convirtieron mi día en casi lo mejor que había vivido en todo mi viaje. Darme cuenta de que, por más larga que hubiera sido la espera, aún existen personas nobles en este mundo, me hizo sonreír de la manera más reconfortante posible :big-grin:

 

Ruta 27 Chile, rumbo a Atacama

 

La Ruta Nacional 52 argentina se convirtió en la Ruta 27 chilena, por la que el coche avanzó a lo largo de 150 kilómetros de puna que, poco a poco, se fue tornando en un enorme desierto.

 

Ruta 27 Chile, rumbo a Atacama

 

A lo lejos se seguían divisando salares, lagunas y pequeños cerros, mismos que nos elevaron más y más en la carretera, hasta picar los 4810 metros ¡Era algo de locos! :eek: Ni siquiera en el cráter del Nevado de Toluca había ascendido a tal altura. Mi cabeza vacilaba entre la ansiedad de mi arribo y el cansancio de todo un día como hitchhiker. Pero me negué a las pastillas para el soroche, y decidí masticar hojas de coca que llevaba conmigo, como buen remedio naturista para el mal de altura ;)

 

Max y Joao platicaron durante todo el viaje, mientras yo cabeceaba en la parte trasera, disfrutando del hermoso paisaje que me brindaban las cuestas andinas.

 

Cuando el sol apenas se metía, cerca de las 8 pm, llegamos por fin a nuestro destino: la ciudad de San Pedro de Atacama, en medio del Desierto de Atacama, el desierto más seco del mundo.

 

Joao nos dejó en el estacionamiento de los camiones, y luego de darle repetidas veces las gracias, caminamos hacia el pueblo para hallar un hostal. Habíamos sufrido demasiado como para pasar una noche más bajo la carpa :zsick: Definitivamente necesitábamos una cama.

 

Preguntamos y llegamos al centro del pueblo, donde nos percatamos de lo turístico que era. Cientos de turistas y mochileros se paseaban por las iluminadas calles rodeadas de casitas de adobe. Poco a poco fuimos preguntando por los precios en los hostales, mismos que estaban llenos y, además, ofrecían precios muy elevados :O_o: De todas formas, había olvidado que era temporada alta (vacaciones de verano para ellos).

 

Los precios no bajaban de los 13,000 pesos (poco más de 20 dólares). Pero no nos rendimos. Nuestra búsqueda nos llevó a una avenida de ripio muy larga, donde hallamos una litera en un cuarto compartido por 8,000 pesos (uno 13 dólares) cada uno. Sin deseos de caminar más cargando nuestra pesada mochila, aceptamos la habitación, y Max se ofreció a pagar con el dinero que nos había obsequiado el alemán en Purmamarca, mismo con el que compramos medio pollo rostizado y papas, que comimos como un par de náufragos cuando por fin avistan tierra :D

 

Tomamos nuestra merecida ducha y nos botamos en la cama, alegres al fin por haber cumplido nuestra meta (y mi promesa personal) ^_^ Avisé a todos que había llegado con bien y concilié el sueño en un par de minutos. Otra larga, pero más amena jornada, me esperaba al siguiente día junto a mi colega brasileño, sin el cual, posiblemente, no habría podido cruzar.

 

Aquí está el álbum de fotos entero sobre mi odisea fronteriza:

 

 

  • Muy Bueno 3


3 Comentarios


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Que pasada que no os dejaran pasar andando! Pero bueno, el desierto no es algo que se tome a la ligera. Buena aventura que habéis tenido! Te felicito :)

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Muchas gracias ;) sí, el tema con las oficinas de migración siempre suele ser lioso. Pero al final todo salió bien :)

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    1. AlexMexico
      Último Relato

      El transcurso de una vida urbana puede fácilmente tornarse en algo rutinario, incluso en la grandeza de la Ciudad de México donde, no importa cuándo, siempre se encuentra algo por hacer.

      Si bien, la rutina es algo que se puede fácilmente esquivar en la capital mexicana, hay algo de lo que es imposible escapar. La contaminación y la gente. Un pacífico fin de semana, a solas en el aire fresco, es una demanda de colosales magnitudes en una de las metrópolis más pobladas del mundo. Pero hay algo que la hace única, a pesar de su estresante e incesante actividad.

      Hace casi 700 años, los mexicas (mejor conocidos como aztecas) decidieron construir su capital en uno de los más bellos paisajes del Aztlán, la tierra que ellos consideraban su mundo. Fue en un islote, en medio de un lago rodeado por montañas, donde fundaron Tenochtitlán, lo que hoy todos conocemos como Ciudad de México.

      Los alrededores de Tenochtitlán están cercados de impresionantes paisajes naturales, que dejaron en claro por qué Mesoamérica fue y será el cuerno de la abundancia. Es así que escapar de la ajetreada vida capitalina es, incluso hoy, una tarea fácil.

      Aquella vez, la decisión para reposar un fin de semana fue tomada por Sediel, uno de mis mejores amigos con cuya novia haríamos el viaje. Con una tienda de campaña casi nueva, un saco de dormir y una mochila sedienta por querer ser utilizada, el estado de Hidalgo fue lo que atrajo nuestra atención.

      Contiguo al Estado de México, Hidalgo cuenta con pueblos coloniales, grutas, aguas termales, bosques, cañones, cascadas, minas y un sinfín de interesantes propuestas de aventura. Y muy cerca de Pachuca, su capital, el pueblo de Huasca de Ocampo fue el destino elegido.

      La pequeña localidad nació en la época colonial española, cuando la producción minera atrajo a adinerados hacendarios europeos, que usaron la mano de obra indígena para la explotación.

      El pueblo creció alrededor de cuatro grandes haciendas, y aunque en el declive de la zona (cuando México se volvió independiente) muchos edificios quedaron casi en ruinas, en el siglo pasado se restauró para hacerlo un pueblo de paseo para turistas.

      Son varias cosas que hacen especial a Huasca. Su café, sus leyendas (que incluyen a duendes y brujas) y, sobre todo, su hermosa situación geográfica.

      Ubicada entre la Sierra de Pachuca y el Valle de Tulancingo, los paisajes aledaños a Huasca son un deleite visual, perfecto para los cazadores de un reposo en la naturaleza. Así que en vez de quedarnos mucho más tiempo en Huasca decidimos seguir nuestra ruta hasta los prismas basálticos, uno de los principales atractivos del valle.

      Huasca se emplaza en el oriente del Eje volcánico transversal, una cadena de volcanes que atraviesa el país de este a oeste y lo corta por su parte central. 

      Hace un par de millones de años, el enfriamiento del escurrimiento de lava que se generó en esta zona formó columnas de basalto que tomaron formas de prismas pentagonales y hexagonales. El resultado es hoy una maravilla.

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      El conjunto de prismas encimados entre sí parecen una estructura de legos. Es difícil creer que la naturaleza haya creado formas tan inorgánicas por sí sola.

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      Accedimos a los prismas bajando unas escaleras que llevan hasta un pequeño corredor, por donde cae un arroyo. El agua es traída desde los ríos y las presas que alimentan de agua la comunidad de Santa María Regla, a la que pertenecen las columnas.

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      Aunque algunas de las pequeñas cuatro cascadas fueron arrastradas hasta allí por el hombre, no hay mejor manera de darle un toque más encantador a un lugar como aquel que con caídas de agua.

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      El arroyo culmina en un pequeño estanque, al que se debe acceder desde la hacienda contigua. Es la llamada Cascada de la Rosa.

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      Este lugar fue visitado y estudiado incluso por personajes como Alexander von Humboldt, durante sus viajes por América Latina. La UNESCO nombró al sitio como uno de los 30 geoparques de la Red global de geoparques.

      Aunque ya había sido testigo de columnas basálticas del mismo estilo en Islandia, verlas en México no hizo más que reafirmar que es un país que lo tiene todo.

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      Antes de que se hiciera más tarde, era momento de decidir dónde debíamos acampar. La zona de Huasca de Ocampo posee múltiples sitios para hacerlo. Pero al ser el último fin de semana del verano estudiantil, los campings y balnearios estaban repletos. 

      El pueblo no era una buena idea para huir del bullicio. Y con ganas de un contacto mucho más natural, decidimos escuchar la sugerencia de un chofer.

      Unos kilómetros al norte, lejos de la carretera, había un lugar llamado Peña del Aire. Nada habíamos escuchado sobre él. Incluso, encontrarlo en Google Maps no fue del todo fácil. La información en internet era casi escasa. Pues bien, eso lo hacía el lugar perfecto.

      Según se nos dijo, pocas personas llegaban hasta la peña, ubicada al borde un acantilado bajo el cual se extendía un enorme cañón. Y en lo alto, una zona de camping era ideal para pasar la noche, lejos de las luces, del ruido y de cualquier contacto humano.

      Aceptamos así un viaje en taxi hasta la peña. Y tras un arduo viaje por un feo y estrepitoso camino de ripio, el chofer nos dejó en un centro de visitantes, que no era más que una palapa.

      Peña del Aire es un parque ecoturístico protegido. Hay pocas casas y propiedades privadas dentro del terreno. Las únicas construcciones son casetas de vigilancia, cobranza y algunos puestos de comida y tiendas. 

      A solo unos pasos de aquel puesto de visitantes se abrió ante nosotros un enorme cañón, parte de la Sierra de Pachuca.

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      El nombre Peña del Aire se debe, precisamente, a una gigantesca peña que se yergue en uno de los costados de la barranca. Y sí, de hecho, parece que flota en el aire.

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      Estas formaciones rocosas son características de las barrancas de la Sierra Oriental. Y el sitio perfecto para un centro ecoturístico.

      Una tirolesa de unos 70 metros de largo se tiende al lado de la peña y permite a los visitantes volar sobre el abismo. 

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      En la parte más baja, un río dibuja el camino del valle, junto al cual solo una pequeña iglesia se posa junto a un par de campos de cultivo. Al mirar abajo, creímos que sería un excelente lugar para acampar.

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      Comenzamos el descenso con mochila al hombro, cuidadosos de seguir el mezquino sendero que nos guiaba. El calor era sofocante, pero valía la pena hacer el intento.

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      Las vistas desde las laderas eran sencillamente magníficas. La vegetación parecía hacerse cada vez más verde y, a decir verdad, no era lo único colorido que apareció en nuestro camino.

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      El curso nos llevaba por todo el costado de la barranca, pero poco simulaba bajar al río. Aunque los lugareños nos habían asegurado un rápido descenso, la travesía era más larga de lo esperado.

      Antes de seguir, supimos que algo no resultaría. Esperábamos el arribo de dos amigos más, y en lo bajo de la barranca la señal de telefonía era escasa. Sería mucho más fácil encontrarlos en lo alto del acantilado.

      Volvimos entonces, entregados al calor de la tarde que, por cierto, no tardaría en esfumarse para dar paso a un fresco atardecer.

      La planicie superior fue el mejor lugar para montar el campamento. Un terreno llano, pastoso y fresco donde, al parecer, seríamos los únicos en pasar la noche.

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      Nuestros amigos no tardaron su arribo, por suerte, antes del ocaso. Y con las tres tiendas una junto a la otra, fue momento de armar la hoguera.

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      Una pila de malvaviscos y roles de canela fue el menú perfecto para el atardecer, que tras un cielo nublado se esfumó sin mucha presencia.

      Pero aquellas nubes de tormenta, cuyos relámpagos eran lo único que iluminaba el horizonte nocturno, crearon la atmósfera perfecta para las historias de terror que se avecinaban.

      Huasca de Ocampo es el sitio perfecto para alguien como Sediel, un fanático de las criaturas de fantasía. El pueblo está lleno de leyendas sobre duendes y brujas que moran los bosques circundantes, y que han hecho sus apariciones en repetidas ocasiones.

      De hecho, cuenta con su propio museo de los duendes. Y vaya que nuestro campamento simulaba ser su hogar, con una torre de metal en forma de sombrero que, de hecho, albergaba los únicos baños disponibles, a los que nadie se atrevía a entrar una vez caída la noche.

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      Cuando el fuego se fue consumiendo, una extraña luz apareció detrás de los arbustos. Un color amarillo fluorescente de forma redonda se movía con delicadeza, y de repente palpitaba como el latido de un corazón.

      No le prestamos mucha atención, quizá era alguien con una linterna. Tras pocos minutos se esfumó sin darnos cuenta.

      A la siguiente mañana, los lugareños nos contarían que se trataba de una bruja. Aparecer como pequeñas centellas era su especialidad en aquella zona. Pues bien, al menos no decidió visitar nuestro campamento.

      El alba fue bastante frío. El sereno dejó nuestras carpas más que húmedas por fuera. Y no había nada que deseáramos más que un café caliente. Pero habría que esperar la apertura de los puestos.

      Entretanto, un temprano despertar fue la mejor decisión grupal tomada para poder ser testigos de un hermoso amanecer.

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      El sol se levantó sobre la sierra oriental, iluminando tenuemente la figura de cada barranca del cañón. Nada, sino el cantar de las aves, se podía escuchar en el abismo.

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      Es lo que un grupo entero de capitalinos buscaba lejos de la metrópoli. La serenidad de una fría y verde mañana. Pero acompañada de un café de olla a la apertura del primer puesto, todo fue incluso mejor.

      Luego del desayuno fue momento de bajar a la peña, y contemplar el valle dibujado por los primeros rayos del sol.

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      La bruma de la mañana poco a poco se retiraba, y dejaba al desnudo la vitaleza de un cañón que podía apaciguar todo pensamiento y todo presente.

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      Escalar la peña no era una opción segura, pero hasta la poca altura que pudimos llegar fue suficiente para sentirnos satisfechos en nuestro viaje.

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      Disfrutar de la barranca sin la presencia de turistas durante la noche y la mañana fue una excelente decisión, que nos daría el respiro necesario para volver a la vida de una colmada ciudad.

    2. flormdk
      Último Relato

      Hace un poco más de diez años que había visitado la provincia de Misiones para ir a un congreso cuando era estudiante de la carrera de la carrera de Licenciatura en Turismo... Estuve algunos días en la capital, la ciudad de Posadas y dos noches en Iguazú. En este momento todavía las Cataratas de Iguazú no habían sido declaradas como Maravilla Natural, no había una gran cantidad de turistas. A decir verdad, cuando fui al parque con mis compañeros estábamos solamente nosotros. Vale aclarar, que era temporada baja, era el mes de mayo.

      Hacía bastante tiempo que tenía ganas de regresar, por eso, en el mes de enero pasado, decidí tomarme mis vacaciones de verano en las Cataratas. Organicé un tour que empezó en Salta y terminó en Iguazú.

      Decidimos dedicarle 5 noches a la ciudad de Iguazú ya que sabemos que es una de clima subtropical donde puede haber abundantes lluvias que impidan salir a recorrer el parque.

      Llegamos a destino y nos recibió una lluvia afortunadamente no muy intensa. De todas formas, es bastante frecuente que corramos con esa suerte... siempre los destinos que visitamos nos reciben con lluvia pero los días siguientes suelen tener unas condiciones climáticas espectaculares, así que no nos preocupamos.

      El primer día que llegamos, teníamos pensado visitar el Parque pero con la lluvia no era un buen plan. Entonces, optamos por cruzar la frontera y visitar Ciudad del Este en Paraguay. Es una ciudad que tiene la fama de ser un destino de compras ya que es una zona franca, libre de impuestos. 

      Tomamos un colectivo y en menos de una hora estábamos en destino. Creo que no hay palabras para describir a este sitio... Es una ciudad cargada de comercios, de carteles, de vehículos, de gente, de ruido ambiente... Una ciudad totalmente caótica en la que no existen semáforos que orden el tránsito. Afortunadamente, fuimos con información de los mejores lugares para comprar y también teníamos en mente que comprar con el modelo ya elegido. Creo que no hay otra manera de visitar esta ciudad si no es con información previa... Hay muchísimos lugares, vendedores ambulantes y carteles que compiten entre sí. Es recomendable ir temprano, ya que todos los lugares cierran a las 16:00 de la tarde porque suelen abrir muy temprano en la mañana y trabajan en horario de corrido.

      Nosotros llegamos con el tiempo muy justo pero por suerte llegamos a conseguir lo que teníamos planeado, una cámara de fotos de viaje.

      El objetivo principal del viaje era visitar el Parque Nacional Iguazú... También nos interesaba conocer el Parque del lado de Brasil... 

      Fuimos un día del lado de Brasil fue un paseo muy corto porque teníamos que regresar temprano para tomar el colectivo. La vista es muy distinta a la vista del lado argentino, ya que las pasarelas están muy cerca de las Cataratas, pero el parque en este lado es mucho más pequeño. No volvería a visitarlo, pero si volvería una y otra vez al lado argentino ya que aquí el parque es muchísimo más grande y como los colectivos pasan hasta más tarde, se puede estar disfrutando del paisaje hasta las 17:00. Un dato muy importante para quienes deseen visitar las Cataratas, es que comprando la entrada para dos días consecutivos, el segundo día sale la mitad de precio.

      Desde Iguazú se pueden hacer muchas excursiones como por ejemplo visitar las Ruinas de San Ignacio un sitio arqueológico muy interesante, visitar las Minas de Wanda y comprar piedras semipreciosas, etc. Era verano, días de calor intensos cargados de húmedad, por lo que no tenía mucho interés en realizar excursiones de días completos. Nos quedaba un día libre, aprovechamos para conocer la ciudad de Foz de Iguazú. Visitamos un Shopping y recorrimos la ciudad. A decir verdad, la ciudad no me pareció muy llamativa pero siempre me resulta interesante conocer distintas ciudades del mundo.

       

      Consejos importantes para quienes deseen visitar Iguazú

      Conviene destinarle al menos dos días para recorrer todo el parque en el lado argentino es posible que un día no alcance para conocerlo completo.

      Es aconsejable evitar la temporada alta ya que es un destino muy turístico por lo que en enero y mitad de julio suele haber más cantidad de gente que en otros meses.

      Resulta óptimo dejar días libres porque es una zona de clima subtropical, pueden tocar días de lluvia en los que no sea la mejor opción visitar el Parque.

      En el Parque se pueden comprar souvenires, hay varios restaurantes, kioscos y cafés.

      No hay que olvidar el protector solar, repelente y anteojos de sol. Por supuesto, es necesario llevar calzado cómodo.

      Aconsejo que al llegar al Parque, lo primero que hagan sea visitar la Garganta del Diablo, es el paseo que está un poco más alejado comparado con el resto de los circuitos, sumado a ello es el más imponente. Para llegar hasta allí se puede ir caminando o sino el trencito ecológico del Parque, es muy lindo y pintoresco.

      La cena show que se ofrece en Foz de Iguazú es imperdible! Se puede disfrutar de un espectáculo de danzas con música regional mientras se pueden degustar cientos de platos.

      Para visitar las Cataratas se recomienda un mínimo de 4 noches. 

      Para quienes deseen estar en contacto con la naturaleza en su máximo esplendor, pueden realizar el sendero Macuco, para ello es imprescindible llevar agua y alimentos ya que en ese trayecto no existen kioscos ni lugares de ventas de alimentos. 

    3. Perdido en el sureste de México, casi al borde del mar y ubicado junto al río Papaloapan, se ubica uno de los pocos pueblos del país declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

      A solo 90 kilómetros al sur de la ciudad de Veracruz, este colorido pueblo aparece en medio de una región tropical y cálida, cuyo único respiro del infernal calor es la brisa que carga consigo el río.

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      Visitarlo en verano un par de veces quizá no fue la mejor idea. Pero el solo hecho de estar allí significa un refresco del movimiento de la ciudad.

      Tlacotalpan surgió como un asentamiento del pueblo totonaca, una civilización mesoamericana prehispánica que se asentó en buena parte de la costa del Golfo de México. Su nombre significa “entre aguas”.

      Pero fue con la llegada de los españoles que el pueblo creció y tomó forma, desde que Pedro de Alvarado recorrió el Papaloapan río arriba, descubriendo que Tlacotalpan podría ser un buen puerto fluvial para el transporte de mercancías al Imperio Español.

      Así fue como surgieron dos grandes haciendas en la zona, que aunque corrieron el riesgo de ser abandonadas, hicieron que en algún momento la población de españoles creciera. Y sumado a la importación de esclavos negros africanos desde el puerto de Veracruz, Tlacotalpan tomó la raíz multicultural y multiétnica que posee hasta el día de hoy.

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      El pueblo es el corazón del son jarocho y los jaraneros, estilos musicales provenientes del Caribe y que fueron desarrollados en la mayor parte de la costa del Golfo gracias a los afrodescendientes.

      La misma palabra “jarocho” define a las personas provenientes de la región del Sotavento, sobre todo aquellos de piel oscura que usaban jaras como método de pesca. Y esas raíces extranjeras finalmente se impregnaron en la zona alrededor de Tlacotalpan.

      Músicos con sus típicos trajes blancos, con sombreros de paja y pañuelos rojos caminan por las calles ofreciendo coplas. Mientras en las noches llegan los huapangos, fiestas donde el son jarocho es el invitado principal.

      Pero el mayor atractivo del pueblo es sin duda su arquitectura vernácula, es decir, que las construcciones fueron hechas de forma auténtica por los habitantes nativos con materiales de la zona.

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      En 1714 el río se desbordó, y en 1788 un incendio arrasó con muchas de las casas. Es por ello que se ordenó que a partir de entonces todo edificio fuera alzado con mampostería. 

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      Y desde aquella época, un lejano siglo XVIII, las típicas casonas con arcos y pilares se han mantenido en pie.

      Luciendo los vivos colores de México, cada casa es un ejemplo de lo que puede lograrse de forma artificial, respetando siempre lo natural.

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      Cada teja, cada muro, cada columna, cada acera, fueron construidos con los materiales que la propia cuenca del Papaloapan le otorgó a la ciudad. Y se convirtió con los años en el orgullo de los tlacotalpeños.

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      Aunque el puerto fluvial perdió su importancia con la llegada del ferrocarril, el río ha sido siempre parte vital de Tlacotalpan. No solo como medio de transporte, sino al aportar el agua para los cultivos, la ganadería, los pobladores, regular el clima y para la pesca.

      Tomar una balsa para dar un paseo por sus aguas es uno de los mayores atractivos hoy en día.

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      Aunque para ser sincero, la magia de la mampostería y la arquitectura vernácula se esfuma de inmediato.

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      En su lugar, es suplantada por modernas mansiones pertenecientes a la clase alta de Veracruz. Políticos y empresarios han construido sus casas de verano en la riviera, y los yates estacionados en su orilla confirman su poder adquisitivo.

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      Aún así, no está de más un recorrido por el emblemático Papaloapan, que transporta sus aguas desde las tierras de Tuxtepec.

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      El propio río sirve para bendecir la ciudad cada 2 de febrero, cuando las fiestas patronales llegan con la Virgen de la Candelaria.

      Una estatua de la virgen es transportada en una balsa y otorga su bendición al pueblo para evitar inundaciones y otras calamidades, que suelen ser comunes en esta zona tropical.

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      Las fiestas van acompañadas de ferias, mercados de comida callejera, huapangos y hasta un embalse de toros, que son soltados libres por las calles de la ciudad luego de cruzar el río junto a los ganaderos.

      La iglesia es uno de los puntos icónicos de la ciudad, ubicada en la plaza central, o zócalo, como se le conoce en México.

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      Esta explanada crea el plano urbanístico típico de una ciudad colonial española. Un cuadrante central con una alameda, junto a la cual se posa el templo católico y su campanario.

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      Junto a ella, el palacio municipal que funge como poder político, y que servía para demostrar a los antiguos indígenas quién tenía el poder sobre ellos.

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      Tras el zócalo, las calles perpendiculares se trazaron desde el río al interior de las tierras que lo orillan, formando las cuadras empedradas que dibujan hoy la totalidad de Tlacotalpan.

      La tejas en lo alto de las casas otorgan una fresca manera de protegerse del sol. El aire acondicionado no es tan común en esta zona. Pero los corredores y patios centrales son suficientes para ventilar los interiores.

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      Es común encontrar bancas y mecedoras en los pasillos exteriores de las casas, donde los vecinos se sientan a compartir un torito por las tardes, la bebida tradicional hecha a base de alcohol de caña.

      Para mí y mis amigos, la bicicleta fue la mejor manera de recorrer el pueblo. Al fin y al cabo, su terreno plano puede ser bastante bien aprovechado sobre dos ruedas.

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      Un lugar donde los niños todavía corren por las calles, los músicos se pasean por tiendas y restaurantes, los mariscos frescos se sirven en platos calientes y las botellas heladas de torito refrescan del calor.

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      Tlacotalpan se ha ganado con creces, y sin lugar a dudas, su título como Patrimonio de la Humanidad, al combinar tres etnias y culturas en un pequeño lugar.

      Sus casonas vernáculas y vivos colores son el mejor ejemplo de lo lindo de México. Un mágico y perdido lugar entre las selvas tropicales del sur.

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