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El renacer humano en Florencia

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AlexMexico

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El día siguiente a la Navidad siempre es difícil despertar y tomar la decisión de salir de la cama. Sobre todo en mitad de un invierno Europeo. Pero mi elección de pasar Nochebuena en Nápoles, al sur de Italia, me estaba dando unas fiestas mucho más cálidas.

No obstante, luego de pasar toda la noche jugando Texas Hold’em Poker en casa de mi amigo Gianpiero (y de haber ganado 40 euros en apuestas), levantarme fue sin duda una situación complicada. Pero logré llegar a la estación Garibaldi temprano por la mañana para tomar mi bus hasta Florencia, mi próximo destino en la península itálica.

Las carreteras aquel 26 de diciembre lucían, sin duda, mucho más desiertas que los días anteriores, cuando el tráfico atestaba las autopistas de toda Italia (y con certeza, de muchos países del mundo cristiano).

Así que mi arribo a Florencia no se retrasó, como había acontecido en mis trayectos pasados. Y cerca de las 4 p.m. había llegado a mi hostal, en el centro de la ciudad.

La niebla cubría para entonces toda la superficie de Florencia. Sólo había reservado dos noches allí y tenía miedo de que la neblina no se esfumara. Visitar una Florencia grisácea no es precisamente el sueño de los que viajan hasta ella.

Los hostales en Italia habían resultado los más baratos de toda mi estadía en Europa. Incluso en temporada navideña, los precios no subían de los 12 euros por noche. Aunque, como el resto de los hospedajes en el país, el hostal me cobró un cititax obligatorio, cuyo dinero va directamente a la prefectura citadina.

Los encargados eran nada más y nada menos que dos chicos de Bangladesh y Pakistán, que habían emigrado ya hace algún tiempo a Europa, en busca de mejores oportunidades.

Para esa hora, la noche casi había caído por completo sobre nosotros, y luego de dejar mis cosas en la habitación, salí a buscar un buen restaurante con Manuel, Lindsay y Sahra, un argentino y dos australianas con quienes compartiría el cuarto durante mi estadía.

Muchos italianos me habían recomendado probar el steak fiorentino, un enorme trozo de filete de res que representa el platillo más típico de la ciudad. Pero por 45 euros el kilogramo, ninguno de nuestros bolsillos pudo pagarlo, y terminamos comiendo un enorme plato de pasta carbonara.

De vuelta en la posada, los anfitriones nos llevaron a un bar local para probar la fiesta en Florencia, que no era precisamente lo que llegué buscando hasta allí. Pero con la presión social del enorme grupo de jóvenes que nos hospedábamos juntos esa noche, acepté ir por una cerveza antes de volver a descansar.

Los escasos 10 euros que había pagado por aquella noche en el hostal tuvieron una lógica respuesta al día siguiente. El alojamiento paga solamente dos encargados, y una señora que hace toda la limpieza entre las 10 y las 16 horas.

Así que los anfitriones nos pidieron a todos, sin excepción, salir del hostal en ese horario, en el que ellos se van y cogen la llave consigo.

Con sólo dos baños para todos, fue necesario aguardar un prolongado turno para tomar una rápida ducha, y salir sin haber descansado muy bien para comenzar a conocer la ciudad.

Lindsay y Sahra decidieron acompañarme, y se nos unió Caio, un brasileño que estudiaba inglés en Londres por algunos meses.

Lindsay y Sahra representaban las dos caras de Australia. Lindsay, la chica seria, inteligente, amante del arte y la fotografía, que se había criado en un país primermundista y estaba consciente de la suerte con la que corrió. Y ahora se encontraba en Italia para empaparse con su arte.

Sahra, por el contrario, era la típica chica rubia, extrovertida, descendiente de suizos, que viajaba por el mundo aprovechando su dinero para volverse loca y probar un poco de todo, incluyendo por supuesto cada bebida alcohólica disponible.

Caio me recordaba un poco a mí mismo, cuando a los 21 años salí por primera vez de México para empezar a conocer el mundo, sin saber mucho de ello y siguiendo la corriente de lo que el resto me contaba. Su inglés, en efecto, estaba mejorando mucho.

Aún con nuestras cuatro extrapolares personalidades, Florencia era sin duda una parada obligatoria. Y para suerte de todos, el sol salió como nunca en muchos de mis días en Europa.

Las multitudes en Florencia no deben ser algo extraño en ninguna temporada del año, tomando en cuenta la fuerza de atracción que posee para el turismo internacional. Pero el día después de Navidad, queda claro, es uno de los más asediados.

Con o sin GPS en la mano, visitar los principales puntos no era una tarea difícil. Bastaba solo con seguir el mismo rumbo que el resto de los turistas. Y el primero de esos rumbos nos llevó al pie del Duomo de Santa María del Fiore.

La catedral de Florencia es imponente desde cualquier punto que se le admire. Pero nos recibió mostrando su cara principal, la fachada de Giotto.

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Aunque se atribuye su construcción a Giotto, uno de los primeros arquitectos renacentistas del mundo, fue diseñada, demolida y reconstruida varias veces por varios artistas florentinos.

Las tres puertas de bronce, los nichos de los doce apóstoles en lo alto y la exquisita combinación de mármoles blancos, verdes y rosas forman una composición neogótica que nos cautivó a todos, sin importar nuestra religión u origen.

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El campanario, también atribuido a Giotto, se posa al lado de la iglesia, como en muchas catedrales italianas, separado del resto de la estructura.

Pero la fachada tan solo esconde lo mejor del Duomo, uno de los íconos más reconocidos de Florencia a nivel mundial: su cúpula.

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Esta estructura de 45 metros de diámetro y 100 de altura es una obra maestra del arquitecto Arnolfo di Cambio, quien enfrentó múltiples retos para su elaboración.

Se trata de la primera cúpula octagonal construida sin un armazón de madera, y es hoy todavía la cúpula de albañilería más grande del mundo.

Para su construcción Arnolfo tuvo que diseñar él mismo máquinas elevadoras y grúas para izar las piedras más grandes. Incluso se utilizó una grúa para el tejado diseñada por el mismo Leonardo Da Vinci.

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Todo ello terminó en un importantísimo aporte a la arquitectura y el arte global, que dio cabida al Renacimiento, una vez terminada la Edad Media.

La catástrofe causada por la Peste Negra, el controversial cambio del papado a Aviñón (en Francia) y el Gran Cisma de la iglesia católica hicieron que muchos europeos pusieran en duda los valores medievales, surgiendo una nueva corriente humanista, centrada en el ser humano y no en Dios.

En ese contexto, los florentinos se levantaron contra la oligarquía que los gobernaba, dando ascenso al poder a las familias más poderosas de la ciudad, la más famosa de ella fueron los Médici.

Una familia de ricos banqueros (fueron también banqueros del Papa) que finalmente heredaron un estado entero como los Grandes Duques de Toscana.

La preocupación por el dinero, incentivar el comercio y la banca llevó a los Médici a ser los patrocinadores de innumerables investigaciones científicas y de artistas que el mundo entero recordaría por siempre. Miguel Ángel, Leonardo Da Vinci, Botticelli, Donatello, Rafael, Brunelleschi...

La enorme lista de artistas y científicos que cuestionaron al medievo, hicieron una revisión a la antigüedad clásica grecolatina, haciendo florecer al Renacimiento, el nuevo nacer de las ciencias y las artes occidentales.

Florencia se convirtió así en la cuna del Renacimiento, y eso puede verse en cada uno de sus rincones, declarados por la UNESCO como patrimonio de la humanidad.

En la Piazza della Signoria, unas cuadras al sur de la catedral, los torrejones de ladrillo marrón dejan ver el origen medieval de la ciudad florentina. El Palazzo Vecchio (o palacio viejo, en español) funciona todavía como sede del ayuntamiento.

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Pero los guardias del edificio y de toda la plaza son el ejemplo más claro de lo que los artistas renacentistas querían retomar de la era clásica. La belleza humana y su mitología.

En el centro, la fuente de Neptuno es una de las obras más conocidas de Ammannati.

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Frente al ayuntamiento, una estatua de Hércules y Caco vigilan con recelo la ciudad que los vio renacer.

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Pero el guardián más famoso de la plaza es, sin duda, el David de Miguel Ángel, una de las obras del Renacimiento más célebres del mundo.

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Aunque los analistas han encontrado inconsistencias en la estatua que se contraponen a los principios renacentistas (por ejemplo, sus manos y la cabeza son más grandes de lo estipulado por el Hombre del Vitrubio), muchos lo consideran la perfección artística de la belleza humana.

El rey bíblico que derrotó a Goliat fue una de las tantas obras que los Médici encargaron a Miguel Ángel y a otros artistas de la época. Y aunque originalmente fue emplazado frente al ayuntamiento, el original se encuentra hoy en día en la Galería de la Academia de Florencia. Y en su lugar, hoy se coloca una copia.

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El David fue un símbolo del poder de la República de Florencia durante siglos, sobre todo ante los Estados Pontificios. Y aunque la república ya no existe más (pasó a formar parte del Reino de Italia en 1861), la escultura sigue siendo un fuerte símbolo de orgullo para los italianos y todo el mundo occidental.

Y aunque no tan famosas, otras esculturas nos dejaron fascinados al sur de la plaza.

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En la Logia dei Lanzi, las figuras de Perseo, o El rapto de las Sabinas, para mí tienen la misma perfección que sus hermanos Neptuno y David.

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Un enorme gentío se aglutinaba para eso del mediodía fuera de la Galería de los Uffizi, el primer museo del mundo en cuanto a arte renacentista se refiere. Una visita a Florencia no está completo sin avistar sus obras al interior.

Sin embargo, tal parecía que la única viajera responsable había sido Lindsay, quien había comprado su boleto de entrada con antelación, y una guía la esperaba para comenzar la visita en inglés que ella tanto aguardaba.

Para el resto de nosotros el ingreso no fue posible. Ni por el día ni por la hora. Y teniendo que coger un tren al otro día temprano, mi oportunidad se esfumó de mis manos.

Aunque un poco cabizbajo, sabía que Florencia por sí misma es una obra de arte. Muchas ciudades italianas lo son, eso me había quedado claro con Roma, Venecia y Verona. Así que seguimos con nuestra caminata para seguirnos deleitando con el Renacimiento frente a nuestros ojos.

La galería nos condujo justo al lado del río Arno, que divide la ciudad de este a oeste. Para atravesarlo existen varios puentes, pero el más solicitado por los turistas es el Puente Vecchio.

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Es considerado uno de los puentes más hermosos del mundo. Y su nombre (puente viejo) se debe a su origen medieval.

Reconstruido totalmente con piedra sobre tres arcos, siempre se trató de uno de los principales centros de comercios, ya que sobre él se yerguen tiendas, hoy la mayoría de ellas de joyería.

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Una leyenda cuenta que sobre el puente no se pagaban impuestos, y así se originó su fama comercial. De hecho, la palabra “bancarrota” nació precisamente allí. Se dice que cuando un comerciante no podía pagar sus deudas, los soldados rompían su mesa: banco rotto.

Inhabilitados para comprar cualquiera de sus joyas, Sahra, Caio y yo seguimos andando al otro lado del río, hasta toparnos con el Palacio Pitti.

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Río Arno.

Aunque su belleza no se compara con la encontrada al otro lado del río, se trata también de un edificio renacentista, que fue comprado por los Médici y se convirtió en la residencia de los Duques de Toscana. Hoy funciona como un museo de arte más.

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Palacio Pitti.

Seguimos nuestra ruta hacia el lado este, guiándonos por los senderos en Google Maps. Aunque esta vez la tecnología falló, y nos llevó solo a toparnos con pared. Pero se trataba de una pared más bella de lo normal. Una antigua muralla que protegía a la ciudad hasta el Fuerte de Balvedere, en lo alto de una colina.

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En la colina adyacente llegamos hasta uno de los más bellos puntos de la ciudad. El mejor mirador para disfrutar de Florencia en toda su plenitud.

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En la Piazzale Michelangelo (dedicada por supuesto al artista florentino) se posa también una copia del David.

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Pero su principal atractivo no es ese, sino las increíbles vistas que desde allí se tienen.

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Sahra y Caio en la Piazzale Michelangelo.

Si bien había aprendido que Nápoles es la ciudad de las cúpulas, ninguna de ellas podía igualar a la enorme cúpula de la catedral florentina, que deja en claro por qué sigue siendo considerada la cuna del Renacimiento.

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La Basílica de la Santa Cruz también juega un papel importante, ya que es el segundo punto que mejor puede apreciarse desde lo alto.

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El sol nos había sonreído como nunca, iluminando cada pequeño rincón de aquella hermosa ciudad. Con un panorama así nunca nadie querría irse de Florencia, Ahora entendía por qué otros viajeros habían reservado más de dos noches en ella. Sin embargo, era un poco tarde para mí.

Pero quise disfrutar el resto de mi día sin preocupaciones. Así que bajamos la colina y buscamos un buen almuerzo antes de continuar. Una pintoresca terraza nos ofreció un buen plato de risotto por un excelente precio. El mejor risotto que he probado en mi vida.

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Con el estómago satisfecho, volvimos a cruzar el río, esta vez en dirección norte, cuando el sol comenzaba a bajar hacia el horizonte.

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En la Piazza di Santa Croce tuvimos la mejor perspectiva de la Basílica de la Santa Cruz, que habíamos admirado desde arriba.

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Aunque menos famosa que el Duomo, su fachada gótica de mármoles sigue haciendo de ella un excelente exponente más del Renacimiento florentino.

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Los callejones del centro nos llevaron de vuelta al Duomo, que se iluminaba ahora desde el otro lado de su fachada.

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Un árbol de Navidad junto a él en la explanada era el recuerdo de lo que esas vacaciones eran para todos. Una de las mejores fiestas decembrinas en uno de los mejores lugares del mundo.

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La Plaza de la República, mucho más moderna que el resto de la ciudad, era el centro donde niños y adultos jugaban en los carruseles y compraban golosinas para apaciguar el frío, que entonces comenzaba a hacerse más fuerte.

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Por las calles de ladrillo medieval y estatuas de mármol en sus paredes, volvimos al Puente Vecchio para ver el atardecer.

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Pero las bajas temperaturas y la humedad volvieron a hacer de las suyas, y dejaron caer nuevamente una densa niebla sobre todos.

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Con una visibilidad de pocos metros, no nos quedó otra opción que volver al hostal y disfrutar de la pasta night, una cena comunitaria con pasta (mucha pasta) para todos los huéspedes, tras la que siguió otra noche de vino, cerveza y baile en un bar local.

La mejor cara renacentista de Italia había sido increíble. Pero al otro día me esperaba otra de sus caras, una mucho más cálida y mediterránea.


  • Muy Bueno 3
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2 Comentarios


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Qué lastima que no pudiste visitar la galería Uffizi, es lo mejor de Florencia! Aunque como dices, es una obra de arte al aire libre. Excelente viaje a la Toscana :) 

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    1. AlexMexico
      Último Relato

      El transcurso de una vida urbana puede fácilmente tornarse en algo rutinario, incluso en la grandeza de la Ciudad de México donde, no importa cuándo, siempre se encuentra algo por hacer.

      Si bien, la rutina es algo que se puede fácilmente esquivar en la capital mexicana, hay algo de lo que es imposible escapar. La contaminación y la gente. Un pacífico fin de semana, a solas en el aire fresco, es una demanda de colosales magnitudes en una de las metrópolis más pobladas del mundo. Pero hay algo que la hace única, a pesar de su estresante e incesante actividad.

      Hace casi 700 años, los mexicas (mejor conocidos como aztecas) decidieron construir su capital en uno de los más bellos paisajes del Aztlán, la tierra que ellos consideraban su mundo. Fue en un islote, en medio de un lago rodeado por montañas, donde fundaron Tenochtitlán, lo que hoy todos conocemos como Ciudad de México.

      Los alrededores de Tenochtitlán están cercados de impresionantes paisajes naturales, que dejaron en claro por qué Mesoamérica fue y será el cuerno de la abundancia. Es así que escapar de la ajetreada vida capitalina es, incluso hoy, una tarea fácil.

      Aquella vez, la decisión para reposar un fin de semana fue tomada por Sediel, uno de mis mejores amigos con cuya novia haríamos el viaje. Con una tienda de campaña casi nueva, un saco de dormir y una mochila sedienta por querer ser utilizada, el estado de Hidalgo fue lo que atrajo nuestra atención.

      Contiguo al Estado de México, Hidalgo cuenta con pueblos coloniales, grutas, aguas termales, bosques, cañones, cascadas, minas y un sinfín de interesantes propuestas de aventura. Y muy cerca de Pachuca, su capital, el pueblo de Huasca de Ocampo fue el destino elegido.

      La pequeña localidad nació en la época colonial española, cuando la producción minera atrajo a adinerados hacendarios europeos, que usaron la mano de obra indígena para la explotación.

      El pueblo creció alrededor de cuatro grandes haciendas, y aunque en el declive de la zona (cuando México se volvió independiente) muchos edificios quedaron casi en ruinas, en el siglo pasado se restauró para hacerlo un pueblo de paseo para turistas.

      Son varias cosas que hacen especial a Huasca. Su café, sus leyendas (que incluyen a duendes y brujas) y, sobre todo, su hermosa situación geográfica.

      Ubicada entre la Sierra de Pachuca y el Valle de Tulancingo, los paisajes aledaños a Huasca son un deleite visual, perfecto para los cazadores de un reposo en la naturaleza. Así que en vez de quedarnos mucho más tiempo en Huasca decidimos seguir nuestra ruta hasta los prismas basálticos, uno de los principales atractivos del valle.

      Huasca se emplaza en el oriente del Eje volcánico transversal, una cadena de volcanes que atraviesa el país de este a oeste y lo corta por su parte central. 

      Hace un par de millones de años, el enfriamiento del escurrimiento de lava que se generó en esta zona formó columnas de basalto que tomaron formas de prismas pentagonales y hexagonales. El resultado es hoy una maravilla.

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      El conjunto de prismas encimados entre sí parecen una estructura de legos. Es difícil creer que la naturaleza haya creado formas tan inorgánicas por sí sola.

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      Accedimos a los prismas bajando unas escaleras que llevan hasta un pequeño corredor, por donde cae un arroyo. El agua es traída desde los ríos y las presas que alimentan de agua la comunidad de Santa María Regla, a la que pertenecen las columnas.

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      Aunque algunas de las pequeñas cuatro cascadas fueron arrastradas hasta allí por el hombre, no hay mejor manera de darle un toque más encantador a un lugar como aquel que con caídas de agua.

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      El arroyo culmina en un pequeño estanque, al que se debe acceder desde la hacienda contigua. Es la llamada Cascada de la Rosa.

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      Este lugar fue visitado y estudiado incluso por personajes como Alexander von Humboldt, durante sus viajes por América Latina. La UNESCO nombró al sitio como uno de los 30 geoparques de la Red global de geoparques.

      Aunque ya había sido testigo de columnas basálticas del mismo estilo en Islandia, verlas en México no hizo más que reafirmar que es un país que lo tiene todo.

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      Antes de que se hiciera más tarde, era momento de decidir dónde debíamos acampar. La zona de Huasca de Ocampo posee múltiples sitios para hacerlo. Pero al ser el último fin de semana del verano estudiantil, los campings y balnearios estaban repletos. 

      El pueblo no era una buena idea para huir del bullicio. Y con ganas de un contacto mucho más natural, decidimos escuchar la sugerencia de un chofer.

      Unos kilómetros al norte, lejos de la carretera, había un lugar llamado Peña del Aire. Nada habíamos escuchado sobre él. Incluso, encontrarlo en Google Maps no fue del todo fácil. La información en internet era casi escasa. Pues bien, eso lo hacía el lugar perfecto.

      Según se nos dijo, pocas personas llegaban hasta la peña, ubicada al borde un acantilado bajo el cual se extendía un enorme cañón. Y en lo alto, una zona de camping era ideal para pasar la noche, lejos de las luces, del ruido y de cualquier contacto humano.

      Aceptamos así un viaje en taxi hasta la peña. Y tras un arduo viaje por un feo y estrepitoso camino de ripio, el chofer nos dejó en un centro de visitantes, que no era más que una palapa.

      Peña del Aire es un parque ecoturístico protegido. Hay pocas casas y propiedades privadas dentro del terreno. Las únicas construcciones son casetas de vigilancia, cobranza y algunos puestos de comida y tiendas. 

      A solo unos pasos de aquel puesto de visitantes se abrió ante nosotros un enorme cañón, parte de la Sierra de Pachuca.

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      El nombre Peña del Aire se debe, precisamente, a una gigantesca peña que se yergue en uno de los costados de la barranca. Y sí, de hecho, parece que flota en el aire.

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      Estas formaciones rocosas son características de las barrancas de la Sierra Oriental. Y el sitio perfecto para un centro ecoturístico.

      Una tirolesa de unos 70 metros de largo se tiende al lado de la peña y permite a los visitantes volar sobre el abismo. 

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      En la parte más baja, un río dibuja el camino del valle, junto al cual solo una pequeña iglesia se posa junto a un par de campos de cultivo. Al mirar abajo, creímos que sería un excelente lugar para acampar.

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      Comenzamos el descenso con mochila al hombro, cuidadosos de seguir el mezquino sendero que nos guiaba. El calor era sofocante, pero valía la pena hacer el intento.

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      Las vistas desde las laderas eran sencillamente magníficas. La vegetación parecía hacerse cada vez más verde y, a decir verdad, no era lo único colorido que apareció en nuestro camino.

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      El curso nos llevaba por todo el costado de la barranca, pero poco simulaba bajar al río. Aunque los lugareños nos habían asegurado un rápido descenso, la travesía era más larga de lo esperado.

      Antes de seguir, supimos que algo no resultaría. Esperábamos el arribo de dos amigos más, y en lo bajo de la barranca la señal de telefonía era escasa. Sería mucho más fácil encontrarlos en lo alto del acantilado.

      Volvimos entonces, entregados al calor de la tarde que, por cierto, no tardaría en esfumarse para dar paso a un fresco atardecer.

      La planicie superior fue el mejor lugar para montar el campamento. Un terreno llano, pastoso y fresco donde, al parecer, seríamos los únicos en pasar la noche.

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      Nuestros amigos no tardaron su arribo, por suerte, antes del ocaso. Y con las tres tiendas una junto a la otra, fue momento de armar la hoguera.

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      Una pila de malvaviscos y roles de canela fue el menú perfecto para el atardecer, que tras un cielo nublado se esfumó sin mucha presencia.

      Pero aquellas nubes de tormenta, cuyos relámpagos eran lo único que iluminaba el horizonte nocturno, crearon la atmósfera perfecta para las historias de terror que se avecinaban.

      Huasca de Ocampo es el sitio perfecto para alguien como Sediel, un fanático de las criaturas de fantasía. El pueblo está lleno de leyendas sobre duendes y brujas que moran los bosques circundantes, y que han hecho sus apariciones en repetidas ocasiones.

      De hecho, cuenta con su propio museo de los duendes. Y vaya que nuestro campamento simulaba ser su hogar, con una torre de metal en forma de sombrero que, de hecho, albergaba los únicos baños disponibles, a los que nadie se atrevía a entrar una vez caída la noche.

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      Cuando el fuego se fue consumiendo, una extraña luz apareció detrás de los arbustos. Un color amarillo fluorescente de forma redonda se movía con delicadeza, y de repente palpitaba como el latido de un corazón.

      No le prestamos mucha atención, quizá era alguien con una linterna. Tras pocos minutos se esfumó sin darnos cuenta.

      A la siguiente mañana, los lugareños nos contarían que se trataba de una bruja. Aparecer como pequeñas centellas era su especialidad en aquella zona. Pues bien, al menos no decidió visitar nuestro campamento.

      El alba fue bastante frío. El sereno dejó nuestras carpas más que húmedas por fuera. Y no había nada que deseáramos más que un café caliente. Pero habría que esperar la apertura de los puestos.

      Entretanto, un temprano despertar fue la mejor decisión grupal tomada para poder ser testigos de un hermoso amanecer.

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      El sol se levantó sobre la sierra oriental, iluminando tenuemente la figura de cada barranca del cañón. Nada, sino el cantar de las aves, se podía escuchar en el abismo.

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      Es lo que un grupo entero de capitalinos buscaba lejos de la metrópoli. La serenidad de una fría y verde mañana. Pero acompañada de un café de olla a la apertura del primer puesto, todo fue incluso mejor.

      Luego del desayuno fue momento de bajar a la peña, y contemplar el valle dibujado por los primeros rayos del sol.

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      La bruma de la mañana poco a poco se retiraba, y dejaba al desnudo la vitaleza de un cañón que podía apaciguar todo pensamiento y todo presente.

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      Escalar la peña no era una opción segura, pero hasta la poca altura que pudimos llegar fue suficiente para sentirnos satisfechos en nuestro viaje.

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      Disfrutar de la barranca sin la presencia de turistas durante la noche y la mañana fue una excelente decisión, que nos daría el respiro necesario para volver a la vida de una colmada ciudad.

    2. flormdk
      Último Relato

      Hace un poco más de diez años que había visitado la provincia de Misiones para ir a un congreso cuando era estudiante de la carrera de la carrera de Licenciatura en Turismo... Estuve algunos días en la capital, la ciudad de Posadas y dos noches en Iguazú. En este momento todavía las Cataratas de Iguazú no habían sido declaradas como Maravilla Natural, no había una gran cantidad de turistas. A decir verdad, cuando fui al parque con mis compañeros estábamos solamente nosotros. Vale aclarar, que era temporada baja, era el mes de mayo.

      Hacía bastante tiempo que tenía ganas de regresar, por eso, en el mes de enero pasado, decidí tomarme mis vacaciones de verano en las Cataratas. Organicé un tour que empezó en Salta y terminó en Iguazú.

      Decidimos dedicarle 5 noches a la ciudad de Iguazú ya que sabemos que es una de clima subtropical donde puede haber abundantes lluvias que impidan salir a recorrer el parque.

      Llegamos a destino y nos recibió una lluvia afortunadamente no muy intensa. De todas formas, es bastante frecuente que corramos con esa suerte... siempre los destinos que visitamos nos reciben con lluvia pero los días siguientes suelen tener unas condiciones climáticas espectaculares, así que no nos preocupamos.

      El primer día que llegamos, teníamos pensado visitar el Parque pero con la lluvia no era un buen plan. Entonces, optamos por cruzar la frontera y visitar Ciudad del Este en Paraguay. Es una ciudad que tiene la fama de ser un destino de compras ya que es una zona franca, libre de impuestos. 

      Tomamos un colectivo y en menos de una hora estábamos en destino. Creo que no hay palabras para describir a este sitio... Es una ciudad cargada de comercios, de carteles, de vehículos, de gente, de ruido ambiente... Una ciudad totalmente caótica en la que no existen semáforos que orden el tránsito. Afortunadamente, fuimos con información de los mejores lugares para comprar y también teníamos en mente que comprar con el modelo ya elegido. Creo que no hay otra manera de visitar esta ciudad si no es con información previa... Hay muchísimos lugares, vendedores ambulantes y carteles que compiten entre sí. Es recomendable ir temprano, ya que todos los lugares cierran a las 16:00 de la tarde porque suelen abrir muy temprano en la mañana y trabajan en horario de corrido.

      Nosotros llegamos con el tiempo muy justo pero por suerte llegamos a conseguir lo que teníamos planeado, una cámara de fotos de viaje.

      El objetivo principal del viaje era visitar el Parque Nacional Iguazú... También nos interesaba conocer el Parque del lado de Brasil... 

      Fuimos un día del lado de Brasil fue un paseo muy corto porque teníamos que regresar temprano para tomar el colectivo. La vista es muy distinta a la vista del lado argentino, ya que las pasarelas están muy cerca de las Cataratas, pero el parque en este lado es mucho más pequeño. No volvería a visitarlo, pero si volvería una y otra vez al lado argentino ya que aquí el parque es muchísimo más grande y como los colectivos pasan hasta más tarde, se puede estar disfrutando del paisaje hasta las 17:00. Un dato muy importante para quienes deseen visitar las Cataratas, es que comprando la entrada para dos días consecutivos, el segundo día sale la mitad de precio.

      Desde Iguazú se pueden hacer muchas excursiones como por ejemplo visitar las Ruinas de San Ignacio un sitio arqueológico muy interesante, visitar las Minas de Wanda y comprar piedras semipreciosas, etc. Era verano, días de calor intensos cargados de húmedad, por lo que no tenía mucho interés en realizar excursiones de días completos. Nos quedaba un día libre, aprovechamos para conocer la ciudad de Foz de Iguazú. Visitamos un Shopping y recorrimos la ciudad. A decir verdad, la ciudad no me pareció muy llamativa pero siempre me resulta interesante conocer distintas ciudades del mundo.

       

      Consejos importantes para quienes deseen visitar Iguazú

      Conviene destinarle al menos dos días para recorrer todo el parque en el lado argentino es posible que un día no alcance para conocerlo completo.

      Es aconsejable evitar la temporada alta ya que es un destino muy turístico por lo que en enero y mitad de julio suele haber más cantidad de gente que en otros meses.

      Resulta óptimo dejar días libres porque es una zona de clima subtropical, pueden tocar días de lluvia en los que no sea la mejor opción visitar el Parque.

      En el Parque se pueden comprar souvenires, hay varios restaurantes, kioscos y cafés.

      No hay que olvidar el protector solar, repelente y anteojos de sol. Por supuesto, es necesario llevar calzado cómodo.

      Aconsejo que al llegar al Parque, lo primero que hagan sea visitar la Garganta del Diablo, es el paseo que está un poco más alejado comparado con el resto de los circuitos, sumado a ello es el más imponente. Para llegar hasta allí se puede ir caminando o sino el trencito ecológico del Parque, es muy lindo y pintoresco.

      La cena show que se ofrece en Foz de Iguazú es imperdible! Se puede disfrutar de un espectáculo de danzas con música regional mientras se pueden degustar cientos de platos.

      Para visitar las Cataratas se recomienda un mínimo de 4 noches. 

      Para quienes deseen estar en contacto con la naturaleza en su máximo esplendor, pueden realizar el sendero Macuco, para ello es imprescindible llevar agua y alimentos ya que en ese trayecto no existen kioscos ni lugares de ventas de alimentos. 

    3. Perdido en el sureste de México, casi al borde del mar y ubicado junto al río Papaloapan, se ubica uno de los pocos pueblos del país declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

      A solo 90 kilómetros al sur de la ciudad de Veracruz, este colorido pueblo aparece en medio de una región tropical y cálida, cuyo único respiro del infernal calor es la brisa que carga consigo el río.

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      Visitarlo en verano un par de veces quizá no fue la mejor idea. Pero el solo hecho de estar allí significa un refresco del movimiento de la ciudad.

      Tlacotalpan surgió como un asentamiento del pueblo totonaca, una civilización mesoamericana prehispánica que se asentó en buena parte de la costa del Golfo de México. Su nombre significa “entre aguas”.

      Pero fue con la llegada de los españoles que el pueblo creció y tomó forma, desde que Pedro de Alvarado recorrió el Papaloapan río arriba, descubriendo que Tlacotalpan podría ser un buen puerto fluvial para el transporte de mercancías al Imperio Español.

      Así fue como surgieron dos grandes haciendas en la zona, que aunque corrieron el riesgo de ser abandonadas, hicieron que en algún momento la población de españoles creciera. Y sumado a la importación de esclavos negros africanos desde el puerto de Veracruz, Tlacotalpan tomó la raíz multicultural y multiétnica que posee hasta el día de hoy.

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      El pueblo es el corazón del son jarocho y los jaraneros, estilos musicales provenientes del Caribe y que fueron desarrollados en la mayor parte de la costa del Golfo gracias a los afrodescendientes.

      La misma palabra “jarocho” define a las personas provenientes de la región del Sotavento, sobre todo aquellos de piel oscura que usaban jaras como método de pesca. Y esas raíces extranjeras finalmente se impregnaron en la zona alrededor de Tlacotalpan.

      Músicos con sus típicos trajes blancos, con sombreros de paja y pañuelos rojos caminan por las calles ofreciendo coplas. Mientras en las noches llegan los huapangos, fiestas donde el son jarocho es el invitado principal.

      Pero el mayor atractivo del pueblo es sin duda su arquitectura vernácula, es decir, que las construcciones fueron hechas de forma auténtica por los habitantes nativos con materiales de la zona.

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      En 1714 el río se desbordó, y en 1788 un incendio arrasó con muchas de las casas. Es por ello que se ordenó que a partir de entonces todo edificio fuera alzado con mampostería. 

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      Y desde aquella época, un lejano siglo XVIII, las típicas casonas con arcos y pilares se han mantenido en pie.

      Luciendo los vivos colores de México, cada casa es un ejemplo de lo que puede lograrse de forma artificial, respetando siempre lo natural.

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      Cada teja, cada muro, cada columna, cada acera, fueron construidos con los materiales que la propia cuenca del Papaloapan le otorgó a la ciudad. Y se convirtió con los años en el orgullo de los tlacotalpeños.

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      Aunque el puerto fluvial perdió su importancia con la llegada del ferrocarril, el río ha sido siempre parte vital de Tlacotalpan. No solo como medio de transporte, sino al aportar el agua para los cultivos, la ganadería, los pobladores, regular el clima y para la pesca.

      Tomar una balsa para dar un paseo por sus aguas es uno de los mayores atractivos hoy en día.

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      Aunque para ser sincero, la magia de la mampostería y la arquitectura vernácula se esfuma de inmediato.

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      En su lugar, es suplantada por modernas mansiones pertenecientes a la clase alta de Veracruz. Políticos y empresarios han construido sus casas de verano en la riviera, y los yates estacionados en su orilla confirman su poder adquisitivo.

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      Aún así, no está de más un recorrido por el emblemático Papaloapan, que transporta sus aguas desde las tierras de Tuxtepec.

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      El propio río sirve para bendecir la ciudad cada 2 de febrero, cuando las fiestas patronales llegan con la Virgen de la Candelaria.

      Una estatua de la virgen es transportada en una balsa y otorga su bendición al pueblo para evitar inundaciones y otras calamidades, que suelen ser comunes en esta zona tropical.

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      Las fiestas van acompañadas de ferias, mercados de comida callejera, huapangos y hasta un embalse de toros, que son soltados libres por las calles de la ciudad luego de cruzar el río junto a los ganaderos.

      La iglesia es uno de los puntos icónicos de la ciudad, ubicada en la plaza central, o zócalo, como se le conoce en México.

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      Esta explanada crea el plano urbanístico típico de una ciudad colonial española. Un cuadrante central con una alameda, junto a la cual se posa el templo católico y su campanario.

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      Junto a ella, el palacio municipal que funge como poder político, y que servía para demostrar a los antiguos indígenas quién tenía el poder sobre ellos.

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      Tras el zócalo, las calles perpendiculares se trazaron desde el río al interior de las tierras que lo orillan, formando las cuadras empedradas que dibujan hoy la totalidad de Tlacotalpan.

      La tejas en lo alto de las casas otorgan una fresca manera de protegerse del sol. El aire acondicionado no es tan común en esta zona. Pero los corredores y patios centrales son suficientes para ventilar los interiores.

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      Es común encontrar bancas y mecedoras en los pasillos exteriores de las casas, donde los vecinos se sientan a compartir un torito por las tardes, la bebida tradicional hecha a base de alcohol de caña.

      Para mí y mis amigos, la bicicleta fue la mejor manera de recorrer el pueblo. Al fin y al cabo, su terreno plano puede ser bastante bien aprovechado sobre dos ruedas.

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      Un lugar donde los niños todavía corren por las calles, los músicos se pasean por tiendas y restaurantes, los mariscos frescos se sirven en platos calientes y las botellas heladas de torito refrescan del calor.

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      Tlacotalpan se ha ganado con creces, y sin lugar a dudas, su título como Patrimonio de la Humanidad, al combinar tres etnias y culturas en un pequeño lugar.

      Sus casonas vernáculas y vivos colores son el mejor ejemplo de lo lindo de México. Un mágico y perdido lugar entre las selvas tropicales del sur.

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