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Un tren a Cinque Terre

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AlexMexico

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Mientras el resto de los viajeros con quienes me hospedé en Florencia tomaban un autobús hacia Roma para cumplir con la típica ruta turística de Italia, aquella mañana yo me dirigí hacia la costa mediterránea.

Y aunque descendí del tren en Pisa, mi intención no era pasar el día allí. Aún con su famosa torre ladeada, yo me incliné por otra opción. Una que llevaba años esperando poder conocer.

Mis vacaciones decembrinas casi llegaban a su fin. Italia había sido un cálido y barato destino para pasar la Navidad. Aunque para año nuevo pretendía estar de vuelta en Lyon. Retomar las clases el 2 de enero es siempre una tarea fuerte, y más valía estar bien descansado.

Y viviendo no tan lejos de la frontera norte con Italia, la costa del mar de Liguria es escenario de otros de los múltiples Patrimonios de la Humanidad que el país resguarda, y que no quería perderme por nada del mundo.

Así que tras pocos minutos de escala en Pisa cogí el próximo tren a La Spezia, una provincia perteneciente a la región de Liguria.

La Spezia no tiene mucho para ver. Pero una enorme multitud de turistas llegaron esa mañana a su estación de trenes y esperaban junto a las vías por el próximo vagón.

Caminé hacia el punto de información turística y pedí los precios para visitar Cinque Terre, los cinco pueblos más mágicos de la costa italiana.

Debido a la fama que estas cinco pequeñas villas han tomado durante los últimos años, existen hoy diferentes paquetes para los turistas. Algunos incluyen un pase de tren válido por tres días, otros por una semana; pero el más solicitado es el pase de un día, mismo que compré por solo 13 euros.

Con aquel ticket era posible durante todo el día tomar cualquier tren entre las ciudades de La Spezia y Levanto y bajar en cualquiera de las cinco estaciones, pertenecientes por supuesto a los cinco pueblos.

Eran menos de las 9 de la mañana y los andenes estaban ya repletos, en su mayoría, por chinos, algo que no me sorprendía en lo absoluto.

Así que mi primer trayecto desde la Spezia no fue algo confortable. 15 minutos en los que muchos de los pasajeros, incluyéndome, nos balanceábamos parados sin tener un soporte de dónde sostenernos, y respirando hacinados el mismo aire en el que muchos tosían.

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Aunque algunos tomaron la decisión de seguir de largo hasta la última estación para evitar la conglomeración de turistas, decidí bajar en Riomaggiore, la primera estación después de la Spezia y el más oriental de todos los pueblos.

Los pueblos de Cinque Terre son originalmente pueblos de pescadores y campesinos, aunque hoy muchos de sus habitantes viven por supuesto del turismo. Aún así, mis primeros pasos en Riomaggiore me hicieron ver que la vida en aquel diminuto rincón del Mediterráneo acontece como en cualquier otro sitio, con comerciantes de frutos, ropa, bebidas y todos los oficios que a uno se le venga a la mente.

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Sin embargo, bastó avanzar un par de metros para descubrir que se trata de una villa italiana que nació hace poco menos de ocho siglos.

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Las fachadas de sus edificios denotan el cliché más vivaz de las ciudades mediterráneas de Italia, con coloridas pinturas y ventanas de madera que dejan filtrar la eterna luz solar.

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Era sin duda un paisaje que me recordaba a Marsella, sobre todo al barrio Le Panier en su zona centro.

Pero al llegar a la costa todo cambió, y Cinque Terre dejó en claro la razón por la que se encuentra en la lista de patrimonios italianos.

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La particular geografía de la costa de Liguria no impidió a sus antiguos habitantes construir pueblos pesqueros a sus orillas, respetando siempre la ecología y el paisaje que los rodea.

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Aunque eso no es lo único sorprendente. Al voltear la mirada más allá de sus edificios, Riomaggiore dejó entrever las avanzadas técnicas de agricultura que sus pobladores desarrollaron para aprovechar los terrenos verticales en los que se encuentra emplazada.

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Así que no solamente se trataba de un mágico y colorido pueblo italiano, sino de una avanzada técnica de producción en un lugar sumamente pequeño.

Caminar bajo o sobre los tejados de Riomaggiore fue simplemente una experiencia maravillosa. De aquellas que me hicieron abrir los ojos y darme cuenta de que estaba parado allí.

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Pero alejarse un poco del pueblo es una buena decisión. Aunque caminar por su embarcadero, sus cafeterías, sus tiendas y rúas son elementos exquisitos, la mejor vista de Riomaggiore se tiene desde los acantilados que la rodean, que dejan ver el conjunto de todo aquello en una misma y emblemática postal.

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Observar la costa mediterránea es siempre un deleite. Pero hacerlo desde Cinque Terre fue sin duda un momento memorable.

Aunque el encanto de Riomaggiore es hipnotizante, la dimensión de los pueblos no permite a la compañía de trenes hacer decenas de trayectos por día. Junto con el boleto, la oficina de turismo me dio una tarjeta con los horarios de llegada y partida de los trenes hacia cada una de las estaciones, que normalmente salen en el transcurso de una a una hora y media.

Así que para poder visitar los cinco pueblos de Cinque Terre en un solo día es importante no dejar pasar el próximo tren. Entonces caminé de vuelta a la estación y aguardé por el próximo vagón.

Esta vez el tren iba casi vacío. Algunos turistas habían reservado una noche en Riomaggiore. Otros se maravillaron con su belleza. Otros quizá perdieron el tren.

El siguiente pueblo a visitar fue Manarola, quizá el menos famoso de Cinque Terre.

No muchos turistas gustan de quedarse allí. Su embarcadero es mucho más pequeño. Las posadas y restaurantes tienen vistas menos atractivas. Y desde su orilla nada más que el azul del mar y los acantilados son alcanzados por la vista.

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Sus calles, sin embargo, mantienen todavía el vivo colorido que caracteriza a Cinque Terre.

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Como adivinando el itinerario perfecto, el próximo tren no tardó más de 40 minutos en salir de la estación de Manarola. Mis opciones eran tomar ese o esperar una hora más para continuar al siguiente. Y esperando una mejor vista para la hora del almuerzo, continué hasta Corniglia, el tercero de los pueblos.

Cinque Terre fue declarado Patrimonio de la Humanidad desde 1997. No sólo por sus pueblos, sino por la hermosa geografía en la que fueron construidos.

A partir de entonces, se creó el Parque Nacional de Cinque Terre, por el que hoy existen senderos para llegar caminando de un pueblo a otro.

Si bien los senderos deben ofrecer hermosos, pero agotadores paisajes a sus visitantes, un viaje en tren por Cinque Terre es una experiencia alucinante.

La estación de Corniglia nos dejó justo frente a la costa de Liguria, a diferencia del resto de las estaciones, que se ubican más bien en túneles que penetran los acantilados de arenisca.

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Desde las vías se asomaban en lo alto las pintorescas casas que se acomodan en los precipicios, casi como obras perfectas de la naturaleza.

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Corniglia fue así, el más difícil y cansado de los pueblos. Para llegar a él debí subir varios escalones desde su estación, cargando siempre conmigo mi inseparable mochila, en la que transportaba temporalmente mi vida.

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Pero todo valió la pena al llegar a la cima, a las rúas de piedra custodiadas por floreados balcones y verdes ventanales de madera.

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¿Cuánto costaría vivir en una de esas casas?, me pregunté. Vaya suerte con la que corrían aquellos afortunados que heredan una propiedad en una tierra tan mágica.

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Aunque para ser sincero, la mayoría de las personas locales simulaban tener más de 60 años. Personas que quizá eligieron Cinque Terre como la mejor opción para su retiro de la vida laboral.

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Corniglia era el vivo cliché de la postal mediterránea. Ciudades mal trazadas, adaptadas a la costa, con casas de diferentes tamaños, colores, materiales, formas, ornamentación. Un pueblo que demuestra que la imperfección a veces puede ser perfecta.

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Un pasillo desde la plaza principal me llevó a la abrupta costa de uno de los acantilados, bajo el que las olas de un azul turquesa golpeaban con esmero las piedras blanquecinas.

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No había mejor lugar para el almuerzo, pensé. Y volví a la plaza principal para buscar un lindo restaurante. Un buen plato de lasagna ragú no solo cambió mis ansias. Me dio un orgasmo bucal imposible de olvidar.

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Italia no es solo un viaje de turismo. Es una vivencia gastronómica que ni yo, ni nadie, querría que terminase nunca.

Y así como nunca hubiera querido irme de Corniglia, era tiempo de moverme si quería conseguir ver las cinco tierras de Liguria. Y bajé los escalones hacia las vías del tren, que me llevaron a Vernazza, el penúltimo de los pueblos.

Desde su entrada Vernazza parecía sin duda uno de los pueblos más turísticos y cotizados de todos. Las filas de turistas andando por su calle principal eran parte innata de su paisaje.

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Además, Vernazza es el lugar ideal para comprar uno de los múltiples recuerdos que los comerciantes venden de Cinque Terre. Camisas, tazas, imanes, postales, llaveros, alhajas, figuras en miniatura.

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No faltaban por supuesto los restaurantes y heladerías colmadas de asiáticos y niños que rogaban por otra bola de gelato.

Pero la magia de la vía principal no estaba en ella, sino al final de su camino, cuando las piedras se topan con el mar.

El embarcadero de Vernazza es sin duda el más hermoso de Cinque Terre, ya que deja ver cada uno de los elementos que forman parte de su encanto. Sus colores, sus acantilados, sus cultivos, su capilla, su ensenada, su gente.

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Y al voltear la cara hacia el otro lado, el último de los pueblos se asoma entre el verde de los riscos, iluminado por un sol que comenzaba a descender.

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Pero lejos del embarcadero, Vernazza resguardaba también otro atractivo del que pocos turistas se enteraban. Bastaba andar algunas calles hacia el este, serpenteando por sus callejones y escaleras de piedra, por el que muchos visitantes adoran perderse.

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Y un túnel bajo el acantilado conduce a la única playa de Vernazza, escondida del resto del pueblo por un risco que se cubría con una malla  para evitar un posible derrumbe.

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Un baño en el Mediterráneo entonces por supuesto no era una opción. El invierno de diciembre no permite a muchos un agradable momento en sus aguas. Pero contemplar las olas al nivel del mar es siempre un deleite digno de agradecer.

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Volví rápidamente a la estación antes de que el próximo tren me dejase. Y pocos minutos después la locomotora apareció desde la oscuridad del túnel.

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Llegué a Monterosso poco antes de las 4 de la tarde. El más occidental y grande de los pueblos es una buena manera de terminar el recorrido.

Desde el principio Monterosso mostró claramente que se trata del pueblo más fácil de recorrer, ya que cuenta con una larga línea de playas tras la que se posa un malecón turístico.

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Así que para andar por Monterosso no hacía falta subir y bajar muchos escalones, como en el resto de las villas construidas en terrenos muchos más escarpados.

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Monterosso me pareció lo más moderno de Cinque Terre, con coches estacionados en las orillas, calles de concreto, tiendas de conveniencia con una mayor cantidad de productos y hoteles mucho más prominentes.

No obstante, sumergirse en sus calles seguía siendo una experiencia increíble. Si bien la señalización o su pequeño tráfico lo diferencian mucho, sus terrazas y callejones son inolvidables.

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Volví al malecón, donde parejas y grupos de amigos se aglomeraban para ver la puesta de sol, que comenzaba poco a poco muy cerca del risco contiguo que daba fin al parque nacional.

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Yo por mi parte pensé que admirar el atardecer en Vernazza sería una mejor idea. Los acantilados no estorbaban tanto a la luz del sol. Y seguro que ver su embarcadero iluminado por los colores de un ocaso sería algo que no querría perderme.

Corrí entonces a la estación y tomé el tren de vuelta a Vernazza antes de las 5 de la tarde. Me apresuré a caminar hasta su embarcadero, que se encendía entonces con el rojo vivo del intenso sol.

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En efecto, no había nada que estorbara los rayos de luz. Solo las oscuras siluetas de las lanchas que navegaban, y la sombra de los turistas que se sentaban a la orilla del malecón.

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Contemplar un atardecer en aquellas circunstancias hacían cuestionarse la idea de tomar una foto. Quizá sentarse, sin pensar ni hacer nada, era una mejor decisión. Un momento para recordar mi visita a Cinque Terre.

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El 2016 estaba casi por terminar y aquella puesta de sol me dio uno de los mejores momentos de mi año, cuando otro de mis objetivos de viaje culminó por ser cumplido.

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Las luces de Vernazza poco a poco comenzaron a encenderse, dándole a Cinque Terre una vida diferente, llena de pizza, café, música relajante y velas en sus mesas. Un destino elegido por muchos como el más romántico del mundo.

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El último tren me llevó hasta Levanto, la ciudad al norte del parque nacional donde se da por terminado el ticket turístico. Allí compré un boleto para mi último destino en Italia, antes de volver a Francia para recibir el próximo año.


  • Muy Bueno 3
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3 Comentarios


Recommended Comments

Creo que esas fotos son de las primeras que aparecen en Google cuando se busca Italia. Son de los pueblillos más lindos de Europa :) 

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Yo también creo que el viaje en tren debe ser casi mejor que hacerlo a pie. La ruta al lado de la costa de Cinque Terre no tiene precio! 

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    1. AlexMexico
      Último Relato

      El transcurso de una vida urbana puede fácilmente tornarse en algo rutinario, incluso en la grandeza de la Ciudad de México donde, no importa cuándo, siempre se encuentra algo por hacer.

      Si bien, la rutina es algo que se puede fácilmente esquivar en la capital mexicana, hay algo de lo que es imposible escapar. La contaminación y la gente. Un pacífico fin de semana, a solas en el aire fresco, es una demanda de colosales magnitudes en una de las metrópolis más pobladas del mundo. Pero hay algo que la hace única, a pesar de su estresante e incesante actividad.

      Hace casi 700 años, los mexicas (mejor conocidos como aztecas) decidieron construir su capital en uno de los más bellos paisajes del Aztlán, la tierra que ellos consideraban su mundo. Fue en un islote, en medio de un lago rodeado por montañas, donde fundaron Tenochtitlán, lo que hoy todos conocemos como Ciudad de México.

      Los alrededores de Tenochtitlán están cercados de impresionantes paisajes naturales, que dejaron en claro por qué Mesoamérica fue y será el cuerno de la abundancia. Es así que escapar de la ajetreada vida capitalina es, incluso hoy, una tarea fácil.

      Aquella vez, la decisión para reposar un fin de semana fue tomada por Sediel, uno de mis mejores amigos con cuya novia haríamos el viaje. Con una tienda de campaña casi nueva, un saco de dormir y una mochila sedienta por querer ser utilizada, el estado de Hidalgo fue lo que atrajo nuestra atención.

      Contiguo al Estado de México, Hidalgo cuenta con pueblos coloniales, grutas, aguas termales, bosques, cañones, cascadas, minas y un sinfín de interesantes propuestas de aventura. Y muy cerca de Pachuca, su capital, el pueblo de Huasca de Ocampo fue el destino elegido.

      La pequeña localidad nació en la época colonial española, cuando la producción minera atrajo a adinerados hacendarios europeos, que usaron la mano de obra indígena para la explotación.

      El pueblo creció alrededor de cuatro grandes haciendas, y aunque en el declive de la zona (cuando México se volvió independiente) muchos edificios quedaron casi en ruinas, en el siglo pasado se restauró para hacerlo un pueblo de paseo para turistas.

      Son varias cosas que hacen especial a Huasca. Su café, sus leyendas (que incluyen a duendes y brujas) y, sobre todo, su hermosa situación geográfica.

      Ubicada entre la Sierra de Pachuca y el Valle de Tulancingo, los paisajes aledaños a Huasca son un deleite visual, perfecto para los cazadores de un reposo en la naturaleza. Así que en vez de quedarnos mucho más tiempo en Huasca decidimos seguir nuestra ruta hasta los prismas basálticos, uno de los principales atractivos del valle.

      Huasca se emplaza en el oriente del Eje volcánico transversal, una cadena de volcanes que atraviesa el país de este a oeste y lo corta por su parte central. 

      Hace un par de millones de años, el enfriamiento del escurrimiento de lava que se generó en esta zona formó columnas de basalto que tomaron formas de prismas pentagonales y hexagonales. El resultado es hoy una maravilla.

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      El conjunto de prismas encimados entre sí parecen una estructura de legos. Es difícil creer que la naturaleza haya creado formas tan inorgánicas por sí sola.

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      Accedimos a los prismas bajando unas escaleras que llevan hasta un pequeño corredor, por donde cae un arroyo. El agua es traída desde los ríos y las presas que alimentan de agua la comunidad de Santa María Regla, a la que pertenecen las columnas.

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      Aunque algunas de las pequeñas cuatro cascadas fueron arrastradas hasta allí por el hombre, no hay mejor manera de darle un toque más encantador a un lugar como aquel que con caídas de agua.

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      El arroyo culmina en un pequeño estanque, al que se debe acceder desde la hacienda contigua. Es la llamada Cascada de la Rosa.

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      Este lugar fue visitado y estudiado incluso por personajes como Alexander von Humboldt, durante sus viajes por América Latina. La UNESCO nombró al sitio como uno de los 30 geoparques de la Red global de geoparques.

      Aunque ya había sido testigo de columnas basálticas del mismo estilo en Islandia, verlas en México no hizo más que reafirmar que es un país que lo tiene todo.

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      Antes de que se hiciera más tarde, era momento de decidir dónde debíamos acampar. La zona de Huasca de Ocampo posee múltiples sitios para hacerlo. Pero al ser el último fin de semana del verano estudiantil, los campings y balnearios estaban repletos. 

      El pueblo no era una buena idea para huir del bullicio. Y con ganas de un contacto mucho más natural, decidimos escuchar la sugerencia de un chofer.

      Unos kilómetros al norte, lejos de la carretera, había un lugar llamado Peña del Aire. Nada habíamos escuchado sobre él. Incluso, encontrarlo en Google Maps no fue del todo fácil. La información en internet era casi escasa. Pues bien, eso lo hacía el lugar perfecto.

      Según se nos dijo, pocas personas llegaban hasta la peña, ubicada al borde un acantilado bajo el cual se extendía un enorme cañón. Y en lo alto, una zona de camping era ideal para pasar la noche, lejos de las luces, del ruido y de cualquier contacto humano.

      Aceptamos así un viaje en taxi hasta la peña. Y tras un arduo viaje por un feo y estrepitoso camino de ripio, el chofer nos dejó en un centro de visitantes, que no era más que una palapa.

      Peña del Aire es un parque ecoturístico protegido. Hay pocas casas y propiedades privadas dentro del terreno. Las únicas construcciones son casetas de vigilancia, cobranza y algunos puestos de comida y tiendas. 

      A solo unos pasos de aquel puesto de visitantes se abrió ante nosotros un enorme cañón, parte de la Sierra de Pachuca.

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      El nombre Peña del Aire se debe, precisamente, a una gigantesca peña que se yergue en uno de los costados de la barranca. Y sí, de hecho, parece que flota en el aire.

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      Estas formaciones rocosas son características de las barrancas de la Sierra Oriental. Y el sitio perfecto para un centro ecoturístico.

      Una tirolesa de unos 70 metros de largo se tiende al lado de la peña y permite a los visitantes volar sobre el abismo. 

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      En la parte más baja, un río dibuja el camino del valle, junto al cual solo una pequeña iglesia se posa junto a un par de campos de cultivo. Al mirar abajo, creímos que sería un excelente lugar para acampar.

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      Comenzamos el descenso con mochila al hombro, cuidadosos de seguir el mezquino sendero que nos guiaba. El calor era sofocante, pero valía la pena hacer el intento.

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      Las vistas desde las laderas eran sencillamente magníficas. La vegetación parecía hacerse cada vez más verde y, a decir verdad, no era lo único colorido que apareció en nuestro camino.

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      El curso nos llevaba por todo el costado de la barranca, pero poco simulaba bajar al río. Aunque los lugareños nos habían asegurado un rápido descenso, la travesía era más larga de lo esperado.

      Antes de seguir, supimos que algo no resultaría. Esperábamos el arribo de dos amigos más, y en lo bajo de la barranca la señal de telefonía era escasa. Sería mucho más fácil encontrarlos en lo alto del acantilado.

      Volvimos entonces, entregados al calor de la tarde que, por cierto, no tardaría en esfumarse para dar paso a un fresco atardecer.

      La planicie superior fue el mejor lugar para montar el campamento. Un terreno llano, pastoso y fresco donde, al parecer, seríamos los únicos en pasar la noche.

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      Nuestros amigos no tardaron su arribo, por suerte, antes del ocaso. Y con las tres tiendas una junto a la otra, fue momento de armar la hoguera.

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      Una pila de malvaviscos y roles de canela fue el menú perfecto para el atardecer, que tras un cielo nublado se esfumó sin mucha presencia.

      Pero aquellas nubes de tormenta, cuyos relámpagos eran lo único que iluminaba el horizonte nocturno, crearon la atmósfera perfecta para las historias de terror que se avecinaban.

      Huasca de Ocampo es el sitio perfecto para alguien como Sediel, un fanático de las criaturas de fantasía. El pueblo está lleno de leyendas sobre duendes y brujas que moran los bosques circundantes, y que han hecho sus apariciones en repetidas ocasiones.

      De hecho, cuenta con su propio museo de los duendes. Y vaya que nuestro campamento simulaba ser su hogar, con una torre de metal en forma de sombrero que, de hecho, albergaba los únicos baños disponibles, a los que nadie se atrevía a entrar una vez caída la noche.

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      Cuando el fuego se fue consumiendo, una extraña luz apareció detrás de los arbustos. Un color amarillo fluorescente de forma redonda se movía con delicadeza, y de repente palpitaba como el latido de un corazón.

      No le prestamos mucha atención, quizá era alguien con una linterna. Tras pocos minutos se esfumó sin darnos cuenta.

      A la siguiente mañana, los lugareños nos contarían que se trataba de una bruja. Aparecer como pequeñas centellas era su especialidad en aquella zona. Pues bien, al menos no decidió visitar nuestro campamento.

      El alba fue bastante frío. El sereno dejó nuestras carpas más que húmedas por fuera. Y no había nada que deseáramos más que un café caliente. Pero habría que esperar la apertura de los puestos.

      Entretanto, un temprano despertar fue la mejor decisión grupal tomada para poder ser testigos de un hermoso amanecer.

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      El sol se levantó sobre la sierra oriental, iluminando tenuemente la figura de cada barranca del cañón. Nada, sino el cantar de las aves, se podía escuchar en el abismo.

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      Es lo que un grupo entero de capitalinos buscaba lejos de la metrópoli. La serenidad de una fría y verde mañana. Pero acompañada de un café de olla a la apertura del primer puesto, todo fue incluso mejor.

      Luego del desayuno fue momento de bajar a la peña, y contemplar el valle dibujado por los primeros rayos del sol.

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      La bruma de la mañana poco a poco se retiraba, y dejaba al desnudo la vitaleza de un cañón que podía apaciguar todo pensamiento y todo presente.

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      Escalar la peña no era una opción segura, pero hasta la poca altura que pudimos llegar fue suficiente para sentirnos satisfechos en nuestro viaje.

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      Disfrutar de la barranca sin la presencia de turistas durante la noche y la mañana fue una excelente decisión, que nos daría el respiro necesario para volver a la vida de una colmada ciudad.

    2. flormdk
      Último Relato

      Hace un poco más de diez años que había visitado la provincia de Misiones para ir a un congreso cuando era estudiante de la carrera de la carrera de Licenciatura en Turismo... Estuve algunos días en la capital, la ciudad de Posadas y dos noches en Iguazú. En este momento todavía las Cataratas de Iguazú no habían sido declaradas como Maravilla Natural, no había una gran cantidad de turistas. A decir verdad, cuando fui al parque con mis compañeros estábamos solamente nosotros. Vale aclarar, que era temporada baja, era el mes de mayo.

      Hacía bastante tiempo que tenía ganas de regresar, por eso, en el mes de enero pasado, decidí tomarme mis vacaciones de verano en las Cataratas. Organicé un tour que empezó en Salta y terminó en Iguazú.

      Decidimos dedicarle 5 noches a la ciudad de Iguazú ya que sabemos que es una de clima subtropical donde puede haber abundantes lluvias que impidan salir a recorrer el parque.

      Llegamos a destino y nos recibió una lluvia afortunadamente no muy intensa. De todas formas, es bastante frecuente que corramos con esa suerte... siempre los destinos que visitamos nos reciben con lluvia pero los días siguientes suelen tener unas condiciones climáticas espectaculares, así que no nos preocupamos.

      El primer día que llegamos, teníamos pensado visitar el Parque pero con la lluvia no era un buen plan. Entonces, optamos por cruzar la frontera y visitar Ciudad del Este en Paraguay. Es una ciudad que tiene la fama de ser un destino de compras ya que es una zona franca, libre de impuestos. 

      Tomamos un colectivo y en menos de una hora estábamos en destino. Creo que no hay palabras para describir a este sitio... Es una ciudad cargada de comercios, de carteles, de vehículos, de gente, de ruido ambiente... Una ciudad totalmente caótica en la que no existen semáforos que orden el tránsito. Afortunadamente, fuimos con información de los mejores lugares para comprar y también teníamos en mente que comprar con el modelo ya elegido. Creo que no hay otra manera de visitar esta ciudad si no es con información previa... Hay muchísimos lugares, vendedores ambulantes y carteles que compiten entre sí. Es recomendable ir temprano, ya que todos los lugares cierran a las 16:00 de la tarde porque suelen abrir muy temprano en la mañana y trabajan en horario de corrido.

      Nosotros llegamos con el tiempo muy justo pero por suerte llegamos a conseguir lo que teníamos planeado, una cámara de fotos de viaje.

      El objetivo principal del viaje era visitar el Parque Nacional Iguazú... También nos interesaba conocer el Parque del lado de Brasil... 

      Fuimos un día del lado de Brasil fue un paseo muy corto porque teníamos que regresar temprano para tomar el colectivo. La vista es muy distinta a la vista del lado argentino, ya que las pasarelas están muy cerca de las Cataratas, pero el parque en este lado es mucho más pequeño. No volvería a visitarlo, pero si volvería una y otra vez al lado argentino ya que aquí el parque es muchísimo más grande y como los colectivos pasan hasta más tarde, se puede estar disfrutando del paisaje hasta las 17:00. Un dato muy importante para quienes deseen visitar las Cataratas, es que comprando la entrada para dos días consecutivos, el segundo día sale la mitad de precio.

      Desde Iguazú se pueden hacer muchas excursiones como por ejemplo visitar las Ruinas de San Ignacio un sitio arqueológico muy interesante, visitar las Minas de Wanda y comprar piedras semipreciosas, etc. Era verano, días de calor intensos cargados de húmedad, por lo que no tenía mucho interés en realizar excursiones de días completos. Nos quedaba un día libre, aprovechamos para conocer la ciudad de Foz de Iguazú. Visitamos un Shopping y recorrimos la ciudad. A decir verdad, la ciudad no me pareció muy llamativa pero siempre me resulta interesante conocer distintas ciudades del mundo.

       

      Consejos importantes para quienes deseen visitar Iguazú

      Conviene destinarle al menos dos días para recorrer todo el parque en el lado argentino es posible que un día no alcance para conocerlo completo.

      Es aconsejable evitar la temporada alta ya que es un destino muy turístico por lo que en enero y mitad de julio suele haber más cantidad de gente que en otros meses.

      Resulta óptimo dejar días libres porque es una zona de clima subtropical, pueden tocar días de lluvia en los que no sea la mejor opción visitar el Parque.

      En el Parque se pueden comprar souvenires, hay varios restaurantes, kioscos y cafés.

      No hay que olvidar el protector solar, repelente y anteojos de sol. Por supuesto, es necesario llevar calzado cómodo.

      Aconsejo que al llegar al Parque, lo primero que hagan sea visitar la Garganta del Diablo, es el paseo que está un poco más alejado comparado con el resto de los circuitos, sumado a ello es el más imponente. Para llegar hasta allí se puede ir caminando o sino el trencito ecológico del Parque, es muy lindo y pintoresco.

      La cena show que se ofrece en Foz de Iguazú es imperdible! Se puede disfrutar de un espectáculo de danzas con música regional mientras se pueden degustar cientos de platos.

      Para visitar las Cataratas se recomienda un mínimo de 4 noches. 

      Para quienes deseen estar en contacto con la naturaleza en su máximo esplendor, pueden realizar el sendero Macuco, para ello es imprescindible llevar agua y alimentos ya que en ese trayecto no existen kioscos ni lugares de ventas de alimentos. 

    3. Perdido en el sureste de México, casi al borde del mar y ubicado junto al río Papaloapan, se ubica uno de los pocos pueblos del país declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

      A solo 90 kilómetros al sur de la ciudad de Veracruz, este colorido pueblo aparece en medio de una región tropical y cálida, cuyo único respiro del infernal calor es la brisa que carga consigo el río.

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      Visitarlo en verano un par de veces quizá no fue la mejor idea. Pero el solo hecho de estar allí significa un refresco del movimiento de la ciudad.

      Tlacotalpan surgió como un asentamiento del pueblo totonaca, una civilización mesoamericana prehispánica que se asentó en buena parte de la costa del Golfo de México. Su nombre significa “entre aguas”.

      Pero fue con la llegada de los españoles que el pueblo creció y tomó forma, desde que Pedro de Alvarado recorrió el Papaloapan río arriba, descubriendo que Tlacotalpan podría ser un buen puerto fluvial para el transporte de mercancías al Imperio Español.

      Así fue como surgieron dos grandes haciendas en la zona, que aunque corrieron el riesgo de ser abandonadas, hicieron que en algún momento la población de españoles creciera. Y sumado a la importación de esclavos negros africanos desde el puerto de Veracruz, Tlacotalpan tomó la raíz multicultural y multiétnica que posee hasta el día de hoy.

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      El pueblo es el corazón del son jarocho y los jaraneros, estilos musicales provenientes del Caribe y que fueron desarrollados en la mayor parte de la costa del Golfo gracias a los afrodescendientes.

      La misma palabra “jarocho” define a las personas provenientes de la región del Sotavento, sobre todo aquellos de piel oscura que usaban jaras como método de pesca. Y esas raíces extranjeras finalmente se impregnaron en la zona alrededor de Tlacotalpan.

      Músicos con sus típicos trajes blancos, con sombreros de paja y pañuelos rojos caminan por las calles ofreciendo coplas. Mientras en las noches llegan los huapangos, fiestas donde el son jarocho es el invitado principal.

      Pero el mayor atractivo del pueblo es sin duda su arquitectura vernácula, es decir, que las construcciones fueron hechas de forma auténtica por los habitantes nativos con materiales de la zona.

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      En 1714 el río se desbordó, y en 1788 un incendio arrasó con muchas de las casas. Es por ello que se ordenó que a partir de entonces todo edificio fuera alzado con mampostería. 

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      Y desde aquella época, un lejano siglo XVIII, las típicas casonas con arcos y pilares se han mantenido en pie.

      Luciendo los vivos colores de México, cada casa es un ejemplo de lo que puede lograrse de forma artificial, respetando siempre lo natural.

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      Cada teja, cada muro, cada columna, cada acera, fueron construidos con los materiales que la propia cuenca del Papaloapan le otorgó a la ciudad. Y se convirtió con los años en el orgullo de los tlacotalpeños.

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      Aunque el puerto fluvial perdió su importancia con la llegada del ferrocarril, el río ha sido siempre parte vital de Tlacotalpan. No solo como medio de transporte, sino al aportar el agua para los cultivos, la ganadería, los pobladores, regular el clima y para la pesca.

      Tomar una balsa para dar un paseo por sus aguas es uno de los mayores atractivos hoy en día.

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      Aunque para ser sincero, la magia de la mampostería y la arquitectura vernácula se esfuma de inmediato.

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      En su lugar, es suplantada por modernas mansiones pertenecientes a la clase alta de Veracruz. Políticos y empresarios han construido sus casas de verano en la riviera, y los yates estacionados en su orilla confirman su poder adquisitivo.

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      Aún así, no está de más un recorrido por el emblemático Papaloapan, que transporta sus aguas desde las tierras de Tuxtepec.

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      El propio río sirve para bendecir la ciudad cada 2 de febrero, cuando las fiestas patronales llegan con la Virgen de la Candelaria.

      Una estatua de la virgen es transportada en una balsa y otorga su bendición al pueblo para evitar inundaciones y otras calamidades, que suelen ser comunes en esta zona tropical.

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      Las fiestas van acompañadas de ferias, mercados de comida callejera, huapangos y hasta un embalse de toros, que son soltados libres por las calles de la ciudad luego de cruzar el río junto a los ganaderos.

      La iglesia es uno de los puntos icónicos de la ciudad, ubicada en la plaza central, o zócalo, como se le conoce en México.

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      Esta explanada crea el plano urbanístico típico de una ciudad colonial española. Un cuadrante central con una alameda, junto a la cual se posa el templo católico y su campanario.

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      Junto a ella, el palacio municipal que funge como poder político, y que servía para demostrar a los antiguos indígenas quién tenía el poder sobre ellos.

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      Tras el zócalo, las calles perpendiculares se trazaron desde el río al interior de las tierras que lo orillan, formando las cuadras empedradas que dibujan hoy la totalidad de Tlacotalpan.

      La tejas en lo alto de las casas otorgan una fresca manera de protegerse del sol. El aire acondicionado no es tan común en esta zona. Pero los corredores y patios centrales son suficientes para ventilar los interiores.

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      Es común encontrar bancas y mecedoras en los pasillos exteriores de las casas, donde los vecinos se sientan a compartir un torito por las tardes, la bebida tradicional hecha a base de alcohol de caña.

      Para mí y mis amigos, la bicicleta fue la mejor manera de recorrer el pueblo. Al fin y al cabo, su terreno plano puede ser bastante bien aprovechado sobre dos ruedas.

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      Un lugar donde los niños todavía corren por las calles, los músicos se pasean por tiendas y restaurantes, los mariscos frescos se sirven en platos calientes y las botellas heladas de torito refrescan del calor.

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      Tlacotalpan se ha ganado con creces, y sin lugar a dudas, su título como Patrimonio de la Humanidad, al combinar tres etnias y culturas en un pequeño lugar.

      Sus casonas vernáculas y vivos colores son el mejor ejemplo de lo lindo de México. Un mágico y perdido lugar entre las selvas tropicales del sur.

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