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Reencuentros en la Côte d'Azur

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AlexMexico

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El invierno había casi llegado a su fin. Las temperaturas habían subido poco a poco a lo largo de toda Francia. Y en Lyon, donde había estado viviendo los cinco meses anteriores, los parques y jardines habían empezado a poblarse de verdes follajes y coloridas flores.

Aunque una chaqueta era todavía muy necesaria al salir por las mañanas y las noches, el sol finalmente nos sonreía a diario y reconfortaba a todos los lioneses, que habían esperado su llegada desde un húmedo noviembre.

Mi viaje por Marruecos y Bélgica había sido fascinante. Y es que pocas veces se pasa de un desierto de dunas arenosas con té de menta y turbantes en la cabeza a laberintos arquitectónicos de canales y torrejones medievales acompañado de chocolates y cervezas.

Con el arribo de la primavera y el calendario en cuenta regresiva antes del término de mi contrato, decidí aprovechar mis últimos fines de semana libres para conocer más de las riquezas que ofrecía Francia.

Desde hacía ya algún tiempo, un chico llamado Fabien me había invitado a conocer su casa y su ciudad residencial en la costa sur del país. Oriundo de Lyon, se había mudado a Menton apenas ese mismo año, donde consiguió un buen trabajo como contador.

Hacía poco menos de un año, Fabien había llegado hasta el sureste de México con Olivier, donde yo les di asilo en mitad de su viaje como mochileros por Centroamérica. Ahora era momento de regresar el favor, y tras la insistencia de Fabien acepté hacer aquel pequeño viaje a la Côte d’Azur, la riviera francesa de aguas azules.

Menton es una ciudad muy pequeña de apenas 30,000 habitantes. No era muy fácil así encontrar autobuses que llegaran directamente desde Lyon, y los tickets de tren subían sus precios hasta las nubes.

La mejor opción fue coger un Blablacar que me llevó hasta Niza, a 30 kilómetros de Menton. Fabien me recogió en la central de trenes en su coche y nos condujo hasta su nuevo apartamento en Menton, el que era su nuevo hogar.

Cocinamos algo para la cena y Fabien preparó una shisha. Ya que el consumo de tabaco es un enorme problema de salud pública en Francia, muchas personas han adoptado las costumbres de los inmigrantes árabes en Europa. Y tras un par de fumes de la shisha, nos fuimos a la cama para empezar el siguiente día con energía.

Cuando el sol tocó la costa de Menton el sábado por la mañana pude deleitarme nuevamente con las maravillas que el Mediterráneo siempre ofrece a quien visita su litoral.

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Tras un breve desayuno, Fabien y yo salimos a dar un paseo por las calles de la ciudad, que aunque no muy grande, uno no tarda mucho en darse cuenta de lo que atrae a miles de turistas y jubilados a esta zona del sureste francés.

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Menton es solo una de las varias localidades que conforman la Côte d’Azur de Francia. Junto con ciudades emblemáticas como Niza, Cannes, Saint Tropez y el Principado de Mónaco, la Costa Azul es el lugar preferido por muchos franceses y europeos para su retiro laboral.

No fue extraño así que la mayoría de las personas que encontré por las calles aquella soleada mañana pasaran fácilmente de los 60 años de edad.

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¿Entonces por qué Fabien había elegido Menton como lugar de residencia a sus tempranos 25 años? Es una cuestión de prioridades.

Por fortuna para él, existe hoy mucho trabajo para los contadores en Francia. Tras su arribo desde América había sido aceptado en al menos tres vacantes en su país natal, incluyendo empleos en París, Lyon y Menton.

La diferencia entre los salarios entre París y Lyon podían no variar mucho. Pero en Menton sí. Además de eso, la calidad de vida es muy diferente. Mientras París es la mayor metrópoli de Francia, donde muchos se despiertan, trabajan, comen y duermen, Menton ofrece un ritmo mucho más tranquilo a sus habitantes.

Además, París y Lyon no habrían ofrecido las mismas facilidades crediticias para que comprase un apartamento. La crisis inmobiliaria está haciendo cada vez más difícil a nuestra generación adquirir una propiedad en cualquier parte del mundo.

Así, Menton fue su mejor opción por el momento. Al final de cuentas, si algún día se aburriera y decidiera mudarse de ciudad, podría rentar su apartamento y seguir pagándolo a largo plazo.

A pesar del casi inexistente ambiente juvenil en Menton, parecía una joya dorada para muchos, incluyéndome a mí.

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Sus vivaces colores, sus aguas turquesas, su radiante sol y la sonrisa de sus habitantes la ponían en el lado opuesto de París o Lyon.

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Menton se parecía mucho más, de hecho, a las ciudades italianas del Mediterráneo que a las grandes urbes francesas. Y no estaba muy alejado de la realidad.

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A solo cinco minutos hacia el este da comienzo la costa italiana. Menton es la última localidad del sureste francés, ubicada justo en la frontera con Italia.

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Frontera con Italia.

Y de hecho, la ciudad y toda la Côte d’Azur pertenecieron por varios años al reino de Cerdeña, que después formaría parte del Reino de Italia. Pero Francia logró anexionarse toda la costa, a excepción de Mónaco, que mantuvo su autonomía a pesar de su diminuto territorio.

Al este de la ciudad, justo al lado del antiguo puerto, da comienzo la ciudad vieja, de callejuelas verticales que suben los acantilados naturales y las fachadas de color ocre de sus casas.

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Los callejones peatonales del casco antiguo me trajeron a la mente los pueblos de la Liguria italiana. Me refiero a Cinque Terre, la imagen más famosa del Mediterráneo occidental.

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El corazón del centro histórico lo domina la iglesia de San Miguel Arcángel, la más grande de toda la Costa Azul de Francia.

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Su estilo y fachada de estilo barroco es exquisito para cualquiera de los visitantes. Pero nada maravilla más que la increíble vista que se tiene desde su explanada central, posada justo a orillas del litoral.

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Menton es también reconocida por sus jardines perfectamente cuidados. Muchos botánicos extranjeros introdujeron en esta ciudad especies tropicales, que crecieron sin impedimento debido al microclima que posee, entre el cálido Mediterráneo y los Alpes marinos.

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De hecho, es conocida como “la ciudad del limón”, ya que es la única zona de Francia donde crecen los limoneros. Cada año, en febrero, se celebra la Fiesta del Limón, donde se decoran carros alegóricos con toda clase de cítricos. Una verdadera obra de arte que forma parte de las principales festividades de la costa francesa, junto con el festival de cine de Cannes y el rally de Fórmula 1 en Mónaco.

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Menton y la Côte d’Azur son sin duda una zona de alto poder adquisitivo, donde no cualquiera puede darse el lujo de vivir. Los precios de las casas en esta zona incrementan año con año, y no por nada la mayoría de quienes la eligen son los ancianos, y no los jóvenes, que apenas dan comienzo a su vida laboral.

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Algunas propiedades en Menton son verdaderas mansiones, que parecen haber sido erigidas por los más poderosos jeques árabes. Fabien, por el momento, se conformaba con un pequeño estudio en lo alto de un edificio habitacional.

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Luego de una mañana de paseos por su ciudad, nos dirigimos al mercado local. Cercano el mediodía, decidimos que era tiempo de un bocadillo que saciara nuestro apetito antes de seguir con nuestra jornada.

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La comida en esta región de Francia se asemeja mucho más a la comida italiana. Después de todo, se trata de la costa sur. Y nada mejor para mí, pues la dieta mediterránea es de las más sanas a nivel mundial.

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Unos bocadillos con tomate deshidratado, ajo y queso ricotta llenaron nuestro estómago momentáneamente, así que volvimos al apartamento y cogimos de nuevo el coche. Era momento de dirigirnos al oeste y conocer más a fondo la Costa Azul.

A tan solo 10 km de distancia Fabien se detuvo frente a unos acantilados, que dejaban bien marcado la típica orografía del litoral.

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A nuestros pies, sobre las laderas de aquellos riscos, apareció el Principado de Mónaco, el segundo país más pequeño del mundo, luego de El Vaticano.

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No podía creer que un país entero pudiera aparecer en una solo foto, tomada desde un acantilado a solo pocos metros de altura sobre la costa. Mónaco era sin duda más pequeño de lo que pensaba.

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Dos puertos, un pequeño cabo y un montón de edificios apilados entre sí formaban el Principado que hasta el día de hoy sigue conservándose como un estado independiente.

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A pesar de todo, Mónaco es uno de los países más ricos y caros del mundo. Sus habitantes son simplemente multimillonarios. Y es por eso que el gobierno es muy estricto con las leyes de registro civil. Y el mayor ejemplo de ello es el caso de mi amiga Liane.

A pocos metros al sur de Mónaco, tuvimos la vista de Cap d’Ail, un pequeño cabo hogar de una diminuta localidad perteneciente a Francia.

Cap d’Ail es el lugar donde los padres de mi amiga Liane (ambos del Reino Unido) solían vivir y trabajar en los años 90s. Conocedores de la naturaleza humana, esperaban el arribo de Liane después de 9 meses de gestación. Pero el parto vino adelantado, y a falta de un hospital en Cap d’Ail donde la madre pudiera dar a luz, se dirigieron rápidamente a Mónaco.

Así, Liane nació oficialmente en Mónaco, pero la ley no concede la nacionalidad a nadie solamente por haber nacido en su territorio. Y como Mónaco no es Francia, Liane tampoco era francesa. Y al estar fuera del Reino Unido, no le fue adquirida la nacionalidad inglesa de forma inmediata. Así que tuvieron que pasar un par de meses para que Liane fuera oficialmente parte del Reino Unido. Sin duda, una de las mejores y más interesantes historias de un nacimiento que he escuchado.

Fabien me propuso volver a Mónaco al día siguiente, y volvimos al auto para dirigirnos un poco más al oeste.

De un lado, teníamos el cálido mar Mediterráneo. Y del otro, la cordillera de los Alpes de pronto apareció de la nada.

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Era increíble como viviendo en la costa sur de Francia, con tan solo conducir una hora al norte se pudiera llegar a una estación de esquí, que hasta entonces permanecía abierta gracias a los picos nevados de los Alpes.

De hecho, la provincia entera donde nos encontrábamos se llama oficialmente Provenza-Alpes-Costa Azul, una de las más fantásticas mezclas de paisajes naturales de toda Francia.

Tras pocos minutos en carretera llegamos a Niza, la ciudad más grande de la Côte d’Azur y quizá también la más turística de todas.

A 30 kilómetros de la frontera con Italia, Niza había sido el lugar elegido por mi amiga Esther para reencontrarnos luego de varios meses sin vernos. Tras más de un año de trabajo como au pair en Estados Unidos, ahora se encontraba en mitad de su viaje como mochilera en Europa junto a su novio, quien venía de Suecia.

El verano pasado nos habíamos visto en nuestra ciudad natal en México, y siete meses más tarde estábamos almorzando juntos en la Costa Azul.

La mejor opción en esta ciudad fue sin duda la salade niçoise, una de las más deliciosas muestras de la dieta mediterránea.

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No era la primera vez que comía una ensalada nizarda, pero era la primera vez que lo hacía en Niza. Una fresca combinación de alcachofas, tomates, pimientos verdes, cebolla, aceitunas negras y huevo cocido, todo rociado con aceite de oliva y perfumado con albahaca, acompañada por un trozo de pan. Una exquisita forma de empezar mi tarde y de dar inicio a un agradable reencuentro entre amigos.

Aunque no lo parezca, Niza es una ciudad muy antigua. Fue fundada hace más de 2 milenios por los griegos desde su colonia ya existente en la vecina Marsella.

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Niza siempre fue un lugar estratégico para el comercio marítimo, ya que se encuentra emplazada en la desembocadura del río Var, y los Alpes en el norte marcaron una fortaleza natural contra los invasores por tierra.

Esto la llevó a ser parte de diferentes estados a lo largo de su historia, lo que incluye a los griegos, los romanos, Liguria, Saboya, Piamonte, el Reino de Cerdeña y, finalmente, Francia.

Niza pertenece a Francia desde apenas 1860, cuando la invadió por la fuerza aprovechándose de las guerras italianas. Cuando Francia se anexionó la Costa Azul, la mayoría de sus habitantes eran italianos, quienes se vieron forzados a migrar al recién creado Reino de Italia.

Francia prohibió el idioma italiano en Niza, clausuró los periódicos, encarceló a los opositores y obligó a todos a aprender el francés. Y si bien hoy es una de las urbes más prominentes del país, su historia deja en claro que su belleza no se debe exclusivamente a los franceses.

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Así, caminar por las calles de Niza fue para mí y mis amigos como pasearnos por otro pueblo de la costa italiana, lleno de colores, balcones y plazuelas abiertas bajo los rayos del sol.

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Los campanarios e iglesias ostentan el mismo estilo barroco que encontré en la basílica de Menton, típicos de las urbes italianas de la época moderna.

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Solo fuera del casco antiguo los bulevares y avenidas construidas luego de 1860 reflejan la Niza francesa, mucho más haussmaniana, con aceras amplias y edificios de piedra, muchos construidos también durante la belle époque.

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La ropa tendida en el exterior tomando el sol hasta secarse, sobre las plantas y macetas sembradas a orillas de balcones de fierro, me dejaron un exquisito sabor de boca que me trajo los mejores recuerdos de Italia, aunque estuviera oficialmente en territorio francés.

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No por nada Niza es considerado como el primer destino turístico de la modernidad. Desde finales del siglo XIX la ciudad fue elegida como la preferida de la Reina Victoria del Reino Unido para pasar sus periodos vacacionales.

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Con la facilidad del transporte traída con la revolución industrial, viajar a Niza y a la Côte d’Azur de Francia se convirtió en una tradición en la aristocracia y la burguesía del norte de Europa, quienes lo eligieron como su lugar de recreo por su clima cálido, sobre todo en invierno.

De hecho, la calle más famosa de toda la ciudad nació gracias al ferviente turismo del que ha gozado Niza desde hace casi dos siglos. Se trata del Paseo de los Ingleses.

La promenade des Anglais es la avenida que circula al lado de las turísticas playas de la bahía y se extiende por cuatro kilómetros.

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Fue construida por la importante comunidad inglesa que pasaba sus inviernos en Niza, financiada por ellos mismos. De esta forma, la belleza actual de la ciudad se debe también en gran parte a la influencia de los europeos ricos que llegaban hasta ella en busca de sol y de momentos de tranquilidad.

Muchos de los edificios que orillan al Paseo de los Ingleses son lujosos hoteles y casinos que se construyeron durante la belle époque para acoger a los más adinerados visitantes, y aunque hoy Niza no es mucho más turístico que París o Londres, es un vivo recuerdo de cómo nació el turismo moderno.

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De hecho, el nombre Côte d’Azur fue creado por un escritor en esta esplendorosa época de explosión turística, quien usó el término heráldico “azur” que significa “azul” para llamar a esta paradisiaca región de Francia. Los ingleses, por su parte, la llamaban la French Riviera.

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Mi tropa y yo nos sentamos unos momentos sobre las blancas playas frente a la promenade, para deleitarnos con el sonar de las leves olas mientras comíamos un bocadillo de media tarde.

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Las playas europeas tienen mucho que envidiar a las ciudades tropicales, de eso no hay duda. Una cama de incómodas piedras y agua templada para mí no era nada que desear para unas vacaciones en el mar. Pero estando en Europa, no se podía pedir mucho más.

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A un costado de nosotros avistamos el monte Boron, una colina de unos 200 metros de altura que en épocas italianas fue utilizada como base militar.

Hoy se colma de hermosos jardines y senderos de pinos que dan un toque diferente al trazo de la ciudad costera. Y desde lo alto se tienen las mejores vistas de Niza, su centro histórico y su litoral.

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Del otro lado del cerro aparece el antiguo puerto de Niza, muy similar al resto de los embarcaderos del Mediterráneo.

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Hoy el puerto sirve para que los más ostentosos habitantes aparquen sus yates y botes privados, en los que no dudan en pasear a los turistas que así lo deseen para hacer un poco más de dinero.

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Bajamos la colina y volvimos a la playa, donde vimos el atardecer hasta bien caída la noche, que iluminó Niza de una forma simplemente mágica.

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Me despedí de Esther y de su novio, a quienes ansiaba encontrar en otra parte del mundo en alguna otra ocasión. Por su lado, era momento de seguir con la aventura de un mochilero.

Yo, por mi parte, regresé con Fabien a Menton para cenar, ver una película y volver a la cama. Si creía que el día me había mostrado lo más caro y aparatoso de Francia y su Costa Azul, debía esperar hasta adentrarme en Mónaco, la verdadera capital del lujo en Europa.


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Siempre he querido rentar un coche y viajar por toda la costa sur de Francia, bordeando sus acantilados y parando en cada playa que me guste. No cabe duda de por qué todos se jubilan allí jajaja.

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Será mejor visitar la Riviera Maya o la Riviera francesa? Ambas parecen tan geniales! Aunque creo que son muy distintas, una con pueblos coloridos y la otra con pirámides y selva. Habrá que conocer ambas :) 

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    1. AlexMexico
      Último Relato

      El transcurso de una vida urbana puede fácilmente tornarse en algo rutinario, incluso en la grandeza de la Ciudad de México donde, no importa cuándo, siempre se encuentra algo por hacer.

      Si bien, la rutina es algo que se puede fácilmente esquivar en la capital mexicana, hay algo de lo que es imposible escapar. La contaminación y la gente. Un pacífico fin de semana, a solas en el aire fresco, es una demanda de colosales magnitudes en una de las metrópolis más pobladas del mundo. Pero hay algo que la hace única, a pesar de su estresante e incesante actividad.

      Hace casi 700 años, los mexicas (mejor conocidos como aztecas) decidieron construir su capital en uno de los más bellos paisajes del Aztlán, la tierra que ellos consideraban su mundo. Fue en un islote, en medio de un lago rodeado por montañas, donde fundaron Tenochtitlán, lo que hoy todos conocemos como Ciudad de México.

      Los alrededores de Tenochtitlán están cercados de impresionantes paisajes naturales, que dejaron en claro por qué Mesoamérica fue y será el cuerno de la abundancia. Es así que escapar de la ajetreada vida capitalina es, incluso hoy, una tarea fácil.

      Aquella vez, la decisión para reposar un fin de semana fue tomada por Sediel, uno de mis mejores amigos con cuya novia haríamos el viaje. Con una tienda de campaña casi nueva, un saco de dormir y una mochila sedienta por querer ser utilizada, el estado de Hidalgo fue lo que atrajo nuestra atención.

      Contiguo al Estado de México, Hidalgo cuenta con pueblos coloniales, grutas, aguas termales, bosques, cañones, cascadas, minas y un sinfín de interesantes propuestas de aventura. Y muy cerca de Pachuca, su capital, el pueblo de Huasca de Ocampo fue el destino elegido.

      La pequeña localidad nació en la época colonial española, cuando la producción minera atrajo a adinerados hacendarios europeos, que usaron la mano de obra indígena para la explotación.

      El pueblo creció alrededor de cuatro grandes haciendas, y aunque en el declive de la zona (cuando México se volvió independiente) muchos edificios quedaron casi en ruinas, en el siglo pasado se restauró para hacerlo un pueblo de paseo para turistas.

      Son varias cosas que hacen especial a Huasca. Su café, sus leyendas (que incluyen a duendes y brujas) y, sobre todo, su hermosa situación geográfica.

      Ubicada entre la Sierra de Pachuca y el Valle de Tulancingo, los paisajes aledaños a Huasca son un deleite visual, perfecto para los cazadores de un reposo en la naturaleza. Así que en vez de quedarnos mucho más tiempo en Huasca decidimos seguir nuestra ruta hasta los prismas basálticos, uno de los principales atractivos del valle.

      Huasca se emplaza en el oriente del Eje volcánico transversal, una cadena de volcanes que atraviesa el país de este a oeste y lo corta por su parte central. 

      Hace un par de millones de años, el enfriamiento del escurrimiento de lava que se generó en esta zona formó columnas de basalto que tomaron formas de prismas pentagonales y hexagonales. El resultado es hoy una maravilla.

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      El conjunto de prismas encimados entre sí parecen una estructura de legos. Es difícil creer que la naturaleza haya creado formas tan inorgánicas por sí sola.

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      Accedimos a los prismas bajando unas escaleras que llevan hasta un pequeño corredor, por donde cae un arroyo. El agua es traída desde los ríos y las presas que alimentan de agua la comunidad de Santa María Regla, a la que pertenecen las columnas.

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      Aunque algunas de las pequeñas cuatro cascadas fueron arrastradas hasta allí por el hombre, no hay mejor manera de darle un toque más encantador a un lugar como aquel que con caídas de agua.

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      El arroyo culmina en un pequeño estanque, al que se debe acceder desde la hacienda contigua. Es la llamada Cascada de la Rosa.

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      Este lugar fue visitado y estudiado incluso por personajes como Alexander von Humboldt, durante sus viajes por América Latina. La UNESCO nombró al sitio como uno de los 30 geoparques de la Red global de geoparques.

      Aunque ya había sido testigo de columnas basálticas del mismo estilo en Islandia, verlas en México no hizo más que reafirmar que es un país que lo tiene todo.

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      Antes de que se hiciera más tarde, era momento de decidir dónde debíamos acampar. La zona de Huasca de Ocampo posee múltiples sitios para hacerlo. Pero al ser el último fin de semana del verano estudiantil, los campings y balnearios estaban repletos. 

      El pueblo no era una buena idea para huir del bullicio. Y con ganas de un contacto mucho más natural, decidimos escuchar la sugerencia de un chofer.

      Unos kilómetros al norte, lejos de la carretera, había un lugar llamado Peña del Aire. Nada habíamos escuchado sobre él. Incluso, encontrarlo en Google Maps no fue del todo fácil. La información en internet era casi escasa. Pues bien, eso lo hacía el lugar perfecto.

      Según se nos dijo, pocas personas llegaban hasta la peña, ubicada al borde un acantilado bajo el cual se extendía un enorme cañón. Y en lo alto, una zona de camping era ideal para pasar la noche, lejos de las luces, del ruido y de cualquier contacto humano.

      Aceptamos así un viaje en taxi hasta la peña. Y tras un arduo viaje por un feo y estrepitoso camino de ripio, el chofer nos dejó en un centro de visitantes, que no era más que una palapa.

      Peña del Aire es un parque ecoturístico protegido. Hay pocas casas y propiedades privadas dentro del terreno. Las únicas construcciones son casetas de vigilancia, cobranza y algunos puestos de comida y tiendas. 

      A solo unos pasos de aquel puesto de visitantes se abrió ante nosotros un enorme cañón, parte de la Sierra de Pachuca.

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      El nombre Peña del Aire se debe, precisamente, a una gigantesca peña que se yergue en uno de los costados de la barranca. Y sí, de hecho, parece que flota en el aire.

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      Estas formaciones rocosas son características de las barrancas de la Sierra Oriental. Y el sitio perfecto para un centro ecoturístico.

      Una tirolesa de unos 70 metros de largo se tiende al lado de la peña y permite a los visitantes volar sobre el abismo. 

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      En la parte más baja, un río dibuja el camino del valle, junto al cual solo una pequeña iglesia se posa junto a un par de campos de cultivo. Al mirar abajo, creímos que sería un excelente lugar para acampar.

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      Comenzamos el descenso con mochila al hombro, cuidadosos de seguir el mezquino sendero que nos guiaba. El calor era sofocante, pero valía la pena hacer el intento.

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      Las vistas desde las laderas eran sencillamente magníficas. La vegetación parecía hacerse cada vez más verde y, a decir verdad, no era lo único colorido que apareció en nuestro camino.

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      El curso nos llevaba por todo el costado de la barranca, pero poco simulaba bajar al río. Aunque los lugareños nos habían asegurado un rápido descenso, la travesía era más larga de lo esperado.

      Antes de seguir, supimos que algo no resultaría. Esperábamos el arribo de dos amigos más, y en lo bajo de la barranca la señal de telefonía era escasa. Sería mucho más fácil encontrarlos en lo alto del acantilado.

      Volvimos entonces, entregados al calor de la tarde que, por cierto, no tardaría en esfumarse para dar paso a un fresco atardecer.

      La planicie superior fue el mejor lugar para montar el campamento. Un terreno llano, pastoso y fresco donde, al parecer, seríamos los únicos en pasar la noche.

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      Nuestros amigos no tardaron su arribo, por suerte, antes del ocaso. Y con las tres tiendas una junto a la otra, fue momento de armar la hoguera.

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      Una pila de malvaviscos y roles de canela fue el menú perfecto para el atardecer, que tras un cielo nublado se esfumó sin mucha presencia.

      Pero aquellas nubes de tormenta, cuyos relámpagos eran lo único que iluminaba el horizonte nocturno, crearon la atmósfera perfecta para las historias de terror que se avecinaban.

      Huasca de Ocampo es el sitio perfecto para alguien como Sediel, un fanático de las criaturas de fantasía. El pueblo está lleno de leyendas sobre duendes y brujas que moran los bosques circundantes, y que han hecho sus apariciones en repetidas ocasiones.

      De hecho, cuenta con su propio museo de los duendes. Y vaya que nuestro campamento simulaba ser su hogar, con una torre de metal en forma de sombrero que, de hecho, albergaba los únicos baños disponibles, a los que nadie se atrevía a entrar una vez caída la noche.

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      Cuando el fuego se fue consumiendo, una extraña luz apareció detrás de los arbustos. Un color amarillo fluorescente de forma redonda se movía con delicadeza, y de repente palpitaba como el latido de un corazón.

      No le prestamos mucha atención, quizá era alguien con una linterna. Tras pocos minutos se esfumó sin darnos cuenta.

      A la siguiente mañana, los lugareños nos contarían que se trataba de una bruja. Aparecer como pequeñas centellas era su especialidad en aquella zona. Pues bien, al menos no decidió visitar nuestro campamento.

      El alba fue bastante frío. El sereno dejó nuestras carpas más que húmedas por fuera. Y no había nada que deseáramos más que un café caliente. Pero habría que esperar la apertura de los puestos.

      Entretanto, un temprano despertar fue la mejor decisión grupal tomada para poder ser testigos de un hermoso amanecer.

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      El sol se levantó sobre la sierra oriental, iluminando tenuemente la figura de cada barranca del cañón. Nada, sino el cantar de las aves, se podía escuchar en el abismo.

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      Es lo que un grupo entero de capitalinos buscaba lejos de la metrópoli. La serenidad de una fría y verde mañana. Pero acompañada de un café de olla a la apertura del primer puesto, todo fue incluso mejor.

      Luego del desayuno fue momento de bajar a la peña, y contemplar el valle dibujado por los primeros rayos del sol.

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      La bruma de la mañana poco a poco se retiraba, y dejaba al desnudo la vitaleza de un cañón que podía apaciguar todo pensamiento y todo presente.

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      Escalar la peña no era una opción segura, pero hasta la poca altura que pudimos llegar fue suficiente para sentirnos satisfechos en nuestro viaje.

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      Disfrutar de la barranca sin la presencia de turistas durante la noche y la mañana fue una excelente decisión, que nos daría el respiro necesario para volver a la vida de una colmada ciudad.

    2. flormdk
      Último Relato

      Hace un poco más de diez años que había visitado la provincia de Misiones para ir a un congreso cuando era estudiante de la carrera de la carrera de Licenciatura en Turismo... Estuve algunos días en la capital, la ciudad de Posadas y dos noches en Iguazú. En este momento todavía las Cataratas de Iguazú no habían sido declaradas como Maravilla Natural, no había una gran cantidad de turistas. A decir verdad, cuando fui al parque con mis compañeros estábamos solamente nosotros. Vale aclarar, que era temporada baja, era el mes de mayo.

      Hacía bastante tiempo que tenía ganas de regresar, por eso, en el mes de enero pasado, decidí tomarme mis vacaciones de verano en las Cataratas. Organicé un tour que empezó en Salta y terminó en Iguazú.

      Decidimos dedicarle 5 noches a la ciudad de Iguazú ya que sabemos que es una de clima subtropical donde puede haber abundantes lluvias que impidan salir a recorrer el parque.

      Llegamos a destino y nos recibió una lluvia afortunadamente no muy intensa. De todas formas, es bastante frecuente que corramos con esa suerte... siempre los destinos que visitamos nos reciben con lluvia pero los días siguientes suelen tener unas condiciones climáticas espectaculares, así que no nos preocupamos.

      El primer día que llegamos, teníamos pensado visitar el Parque pero con la lluvia no era un buen plan. Entonces, optamos por cruzar la frontera y visitar Ciudad del Este en Paraguay. Es una ciudad que tiene la fama de ser un destino de compras ya que es una zona franca, libre de impuestos. 

      Tomamos un colectivo y en menos de una hora estábamos en destino. Creo que no hay palabras para describir a este sitio... Es una ciudad cargada de comercios, de carteles, de vehículos, de gente, de ruido ambiente... Una ciudad totalmente caótica en la que no existen semáforos que orden el tránsito. Afortunadamente, fuimos con información de los mejores lugares para comprar y también teníamos en mente que comprar con el modelo ya elegido. Creo que no hay otra manera de visitar esta ciudad si no es con información previa... Hay muchísimos lugares, vendedores ambulantes y carteles que compiten entre sí. Es recomendable ir temprano, ya que todos los lugares cierran a las 16:00 de la tarde porque suelen abrir muy temprano en la mañana y trabajan en horario de corrido.

      Nosotros llegamos con el tiempo muy justo pero por suerte llegamos a conseguir lo que teníamos planeado, una cámara de fotos de viaje.

      El objetivo principal del viaje era visitar el Parque Nacional Iguazú... También nos interesaba conocer el Parque del lado de Brasil... 

      Fuimos un día del lado de Brasil fue un paseo muy corto porque teníamos que regresar temprano para tomar el colectivo. La vista es muy distinta a la vista del lado argentino, ya que las pasarelas están muy cerca de las Cataratas, pero el parque en este lado es mucho más pequeño. No volvería a visitarlo, pero si volvería una y otra vez al lado argentino ya que aquí el parque es muchísimo más grande y como los colectivos pasan hasta más tarde, se puede estar disfrutando del paisaje hasta las 17:00. Un dato muy importante para quienes deseen visitar las Cataratas, es que comprando la entrada para dos días consecutivos, el segundo día sale la mitad de precio.

      Desde Iguazú se pueden hacer muchas excursiones como por ejemplo visitar las Ruinas de San Ignacio un sitio arqueológico muy interesante, visitar las Minas de Wanda y comprar piedras semipreciosas, etc. Era verano, días de calor intensos cargados de húmedad, por lo que no tenía mucho interés en realizar excursiones de días completos. Nos quedaba un día libre, aprovechamos para conocer la ciudad de Foz de Iguazú. Visitamos un Shopping y recorrimos la ciudad. A decir verdad, la ciudad no me pareció muy llamativa pero siempre me resulta interesante conocer distintas ciudades del mundo.

       

      Consejos importantes para quienes deseen visitar Iguazú

      Conviene destinarle al menos dos días para recorrer todo el parque en el lado argentino es posible que un día no alcance para conocerlo completo.

      Es aconsejable evitar la temporada alta ya que es un destino muy turístico por lo que en enero y mitad de julio suele haber más cantidad de gente que en otros meses.

      Resulta óptimo dejar días libres porque es una zona de clima subtropical, pueden tocar días de lluvia en los que no sea la mejor opción visitar el Parque.

      En el Parque se pueden comprar souvenires, hay varios restaurantes, kioscos y cafés.

      No hay que olvidar el protector solar, repelente y anteojos de sol. Por supuesto, es necesario llevar calzado cómodo.

      Aconsejo que al llegar al Parque, lo primero que hagan sea visitar la Garganta del Diablo, es el paseo que está un poco más alejado comparado con el resto de los circuitos, sumado a ello es el más imponente. Para llegar hasta allí se puede ir caminando o sino el trencito ecológico del Parque, es muy lindo y pintoresco.

      La cena show que se ofrece en Foz de Iguazú es imperdible! Se puede disfrutar de un espectáculo de danzas con música regional mientras se pueden degustar cientos de platos.

      Para visitar las Cataratas se recomienda un mínimo de 4 noches. 

      Para quienes deseen estar en contacto con la naturaleza en su máximo esplendor, pueden realizar el sendero Macuco, para ello es imprescindible llevar agua y alimentos ya que en ese trayecto no existen kioscos ni lugares de ventas de alimentos. 

    3. Perdido en el sureste de México, casi al borde del mar y ubicado junto al río Papaloapan, se ubica uno de los pocos pueblos del país declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

      A solo 90 kilómetros al sur de la ciudad de Veracruz, este colorido pueblo aparece en medio de una región tropical y cálida, cuyo único respiro del infernal calor es la brisa que carga consigo el río.

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      Visitarlo en verano un par de veces quizá no fue la mejor idea. Pero el solo hecho de estar allí significa un refresco del movimiento de la ciudad.

      Tlacotalpan surgió como un asentamiento del pueblo totonaca, una civilización mesoamericana prehispánica que se asentó en buena parte de la costa del Golfo de México. Su nombre significa “entre aguas”.

      Pero fue con la llegada de los españoles que el pueblo creció y tomó forma, desde que Pedro de Alvarado recorrió el Papaloapan río arriba, descubriendo que Tlacotalpan podría ser un buen puerto fluvial para el transporte de mercancías al Imperio Español.

      Así fue como surgieron dos grandes haciendas en la zona, que aunque corrieron el riesgo de ser abandonadas, hicieron que en algún momento la población de españoles creciera. Y sumado a la importación de esclavos negros africanos desde el puerto de Veracruz, Tlacotalpan tomó la raíz multicultural y multiétnica que posee hasta el día de hoy.

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      El pueblo es el corazón del son jarocho y los jaraneros, estilos musicales provenientes del Caribe y que fueron desarrollados en la mayor parte de la costa del Golfo gracias a los afrodescendientes.

      La misma palabra “jarocho” define a las personas provenientes de la región del Sotavento, sobre todo aquellos de piel oscura que usaban jaras como método de pesca. Y esas raíces extranjeras finalmente se impregnaron en la zona alrededor de Tlacotalpan.

      Músicos con sus típicos trajes blancos, con sombreros de paja y pañuelos rojos caminan por las calles ofreciendo coplas. Mientras en las noches llegan los huapangos, fiestas donde el son jarocho es el invitado principal.

      Pero el mayor atractivo del pueblo es sin duda su arquitectura vernácula, es decir, que las construcciones fueron hechas de forma auténtica por los habitantes nativos con materiales de la zona.

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      En 1714 el río se desbordó, y en 1788 un incendio arrasó con muchas de las casas. Es por ello que se ordenó que a partir de entonces todo edificio fuera alzado con mampostería. 

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      Y desde aquella época, un lejano siglo XVIII, las típicas casonas con arcos y pilares se han mantenido en pie.

      Luciendo los vivos colores de México, cada casa es un ejemplo de lo que puede lograrse de forma artificial, respetando siempre lo natural.

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      Cada teja, cada muro, cada columna, cada acera, fueron construidos con los materiales que la propia cuenca del Papaloapan le otorgó a la ciudad. Y se convirtió con los años en el orgullo de los tlacotalpeños.

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      Aunque el puerto fluvial perdió su importancia con la llegada del ferrocarril, el río ha sido siempre parte vital de Tlacotalpan. No solo como medio de transporte, sino al aportar el agua para los cultivos, la ganadería, los pobladores, regular el clima y para la pesca.

      Tomar una balsa para dar un paseo por sus aguas es uno de los mayores atractivos hoy en día.

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      Aunque para ser sincero, la magia de la mampostería y la arquitectura vernácula se esfuma de inmediato.

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      En su lugar, es suplantada por modernas mansiones pertenecientes a la clase alta de Veracruz. Políticos y empresarios han construido sus casas de verano en la riviera, y los yates estacionados en su orilla confirman su poder adquisitivo.

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      Aún así, no está de más un recorrido por el emblemático Papaloapan, que transporta sus aguas desde las tierras de Tuxtepec.

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      El propio río sirve para bendecir la ciudad cada 2 de febrero, cuando las fiestas patronales llegan con la Virgen de la Candelaria.

      Una estatua de la virgen es transportada en una balsa y otorga su bendición al pueblo para evitar inundaciones y otras calamidades, que suelen ser comunes en esta zona tropical.

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      Las fiestas van acompañadas de ferias, mercados de comida callejera, huapangos y hasta un embalse de toros, que son soltados libres por las calles de la ciudad luego de cruzar el río junto a los ganaderos.

      La iglesia es uno de los puntos icónicos de la ciudad, ubicada en la plaza central, o zócalo, como se le conoce en México.

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      Esta explanada crea el plano urbanístico típico de una ciudad colonial española. Un cuadrante central con una alameda, junto a la cual se posa el templo católico y su campanario.

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      Junto a ella, el palacio municipal que funge como poder político, y que servía para demostrar a los antiguos indígenas quién tenía el poder sobre ellos.

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      Tras el zócalo, las calles perpendiculares se trazaron desde el río al interior de las tierras que lo orillan, formando las cuadras empedradas que dibujan hoy la totalidad de Tlacotalpan.

      La tejas en lo alto de las casas otorgan una fresca manera de protegerse del sol. El aire acondicionado no es tan común en esta zona. Pero los corredores y patios centrales son suficientes para ventilar los interiores.

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      Es común encontrar bancas y mecedoras en los pasillos exteriores de las casas, donde los vecinos se sientan a compartir un torito por las tardes, la bebida tradicional hecha a base de alcohol de caña.

      Para mí y mis amigos, la bicicleta fue la mejor manera de recorrer el pueblo. Al fin y al cabo, su terreno plano puede ser bastante bien aprovechado sobre dos ruedas.

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      Un lugar donde los niños todavía corren por las calles, los músicos se pasean por tiendas y restaurantes, los mariscos frescos se sirven en platos calientes y las botellas heladas de torito refrescan del calor.

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      Tlacotalpan se ha ganado con creces, y sin lugar a dudas, su título como Patrimonio de la Humanidad, al combinar tres etnias y culturas en un pequeño lugar.

      Sus casonas vernáculas y vivos colores son el mejor ejemplo de lo lindo de México. Un mágico y perdido lugar entre las selvas tropicales del sur.

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