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Ocho crónicas de Londres

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AlexMexico

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Los días de un viajero son a veces una moneda al aire. Mientras una mañana se amanece en un cómodo sofá con calefacción y sábanas limpias, en otra es la fastidiosa patada de un policía la que te levanta de tu sueño, dentro de un saco de dormir en el frío suelo de un aeropuerto.

Y así es como mis ojos tuvieron que despegarse aquella fría mañana en las salas de espera del Keflavík, el último amanecer que vería en Islandia.

Luego de nueve días huyendo de una tormenta y durmiendo en una casa de campaña que, cabe mencionar, se esfumó junto con el viento proveniente del Ártico, me era justamente necesario pasar la noche en una cama. 

Los extraños horarios del aeropuerto no me permitieron dormir ni siquiera cuatro horas. A las 3 de la mañana, el guardia despertó a todos con una ligera patada. Vaya forma de despedirme del país.

Pero era momento de partir, ahora hacia una nueva isla. Una que llevaba años queriendo recorrer.

A 1800 kilómetros al sureste mi vuelo llegó hasta el aeropuerto de Gatwick en Londres, luego de tres horas de haber partido desde Reikiavik. Así, me dispondría a pasar mis últimas semanas en Europa recorriendo de sur a norte la isla de Gran Bretaña.

Pero llegar a Londres aquella tarde después de haber aterrizado me tomó más de una hora. El tráfico y la lluvia no ayudaban en mucho. Ahora sí que notaba el cambio de un pacífico y despoblado país como Islandia a la locura de una enorme capital. La ciudad más grande de Europa, que me acogería por los próximos cuatro días.

Hacía años que anhelaba visitar el Reino Unido y su ciudad capital. Pero el miedo por la fama de sus altos costos me había detenido. Pues bien, con suficientes ahorros en mi cuenta, era ahora o nunca.

Un vuelo de bajo costo y un hostal de 20 euros la noche habían hecho posible y accesible mi viaje. Pero al llegar a la estación Victoria, la central de metro más caótica, descubrí que el mito de sus precios era verdad.

¿4.95 libras por un viaje sencillo en metro? Vaya, hasta para los propios londinenses es un precio excesivo. Pero no tenía otra opción para llegar al Hyde Park, el Central Park de Londres, cerca de donde se ubicaba mi hostal.

Con tanto que ver en una capital de tal magnitud, y con tan pocos días a mi disposición, sería imprescindible dejar de lado algunas atracciones. Y he aquí a las que dediqué mi tiempo y atención.

Hyde Park.

Al igual que Nueva York, el corazón de Londres se encuentra a la sombra de uno de sus mayores y verdes pulmones.

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Con 225 acres de superficie total, el Hyde Park es más grande que el Principado de Mónaco, el segundo país más pequeño del mundo. Así, recorrerlo puede tomar más tiempo que caminar de punta a punta por la ciudad de la Costa Azul francesa.

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A tan solo dos cuadras de mi hostal (que, por cierto, se llamaba Smart Hyde Park Inn), fue mi primera visita y mi primera impresión de la ciudad. Por supuesto, fue la mejor que pude tener en un día tan hermosos y soleado como aquel.

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Disfrutar de un cielo tan azul en Londres es casi un privilegio. La megalópolis es bien conocida por ser el vertedero de Europa, una de las zonas más lluviosas del continente. Así que digamos que corrí con bastante suerte.

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Como muchos parques de Londres, alguna vez fue propiedad de la Corona. Específicamente fue Enrique VIII quien adquirió la mansión que allí se encontraba, y usó el bosque como un sitio privado de caza.

Fue hasta el reinado de Carlos I cuando el parque fue abierto al público. Es desde entonces que una larga lista de paisajistas y arquitectos han modificado el parque para convertirlo en el gran atractivo que es hoy.

De hecho, se trata oficialmente de dos parques, divididos por un lago que lleva el nombre de Serpentine. Mientras el Hyde Park se encuentra del lado oriente, del lado occidental se extienden los jardines del Kensington.

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El Palacio de Kensington es una de las tantas residencias reales del Reino Unido, propiedad de la Corona británica.

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Aunque la familia real no reside en él, sí lo hacen algunos miembros de la realeza, como los duques de Kent y de Gloucester. La residente más famosa fue, en sus días, la Princesa Diana de Gales.

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Hyde Park es también el lugar de encuentro de muchos oradores. Y para ello existe la Speaker’s corner. Se trata de una zona del bosque donde se permite la oratoria al público, sin temas realmente prohibidos ni prescritos. 

Así, cualquier ciudadano puede ejercer su derecho de libre expresión, incluso si su discurso es contrastante con la ley británica o la monarquía.

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Pero es casi imposible separar hoy a Inglaterra y Gran Bretaña de la monarquía. Y el Hyde Park es fiel testigo de ello, con estatuas y monumentos dedicados a la realeza. Y claro está, las famosas cabinas telefónicas de color rojo que se hallan hoy como un recuerdo de las telecomunicaciones antes de la era digital.

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Al salir del parque, cruzar la calle fue otra de las venturas que tuve que vivir en Londres donde, como muchos saben, se conduce por el lado derecho del automóvil.

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Voltear a ambos lados de la calle es imprescindible en cualquier ciudad transitada del planeta. Pero cambiar de un día para otro los sentidos de orientación no es una tarea fácil.

El Palacio de Buckingham.

Aunque el Kensington es una obra maestra de los palacios reales del Reino Unido, ninguno se compara con la verdadera residencia de la monarquía británica.

Una vez finalizado el Hyde Park da comienzo una vereda orillada por los jardines del palacio y el Green Park, y que contiene varios monumentos significativos para el reino, como el memorial de la guerra de Nueva Zelanda y la guerra de Australia, así como el arco de Wellington, que conmemora el triunfo sobre las guerras napoleónicas.

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La calzada, llamada Constitution Hill, da la bienvenida a los paseantes con los memoriales de la Mancomunidad de Naciones (o Commonwealth, en inglés), una agrupación de 53 países que comparten lazos históricos con el Reino Unido, ya que la mayoría fueron parte del Imperio Británico.

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Es difícil para muchos dimensionar el peso que este país todavía posee sobre el mundo entero. Tanto así que una multitud de naciones todavía reconocen a la Reina Isabel II como jefa de Estado. Es el caso de muchos miembros de la Commonwealth.

Seguí por la Constitution Hill hasta alcanzar el Palacio de Buckingham, la joya de la monarquía británica.

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El recibimiento lo ofrece el monumento a la reina Victoria, una de las más queridas y reconocidas monarcas que ha tenido la nación. Su legado se marcó por el auge de la revolución industrial y la máxima extensión del imperio. Y si no fuera por la actual reina Isabel II, Victoria seguiría siendo la persona cuyo reinado ha durado más años en la historia.

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Quizá Isabel II no llegue a tener la misma popularidad de Victoria, pero no puede negarse que ha sabido ganarse el respeto de muchos alrededor del mundo.

Con la suma vejez de la monarca, era de esperarse que ella y la familia real estuviesen en aquel momento dentro del palacio. Y me bastó con pararme frente a las rejas de su entrada principal para saberlo.

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Un desfile de aristócratas se paseaba por una alfombra roja colocada alrededor de las paredes, vistiendo sus mejores atuendos para un almuerzo organizado por la Corona.

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Monárquico, republicano o comunista, es a veces imposible resistirse a la exquisitez de la realeza. Aquellos trajes, vestidos de alta costura, sombreros de plumas y de copa es algo que no se puede ver todos los días. Al menos no en un país que carece de un rey.

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Fue con la reina Isabel II que el Palacio de Buckingham empezó a abrir sus puertas cada vez más a la sociedad británica, ofreciendo banquetes y ceremonias oficiales en su interior. Antes de ella, era casi imposible que un ciudadano común pudiese ingresar.

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Comprado inicialmente como un petit hôtel (una casa de vacaciones temporal de la burguesía y la aristocracia), el palacio se convirtió en la residencia oficial de la familia real a partir del arribo de la reina Victoria, en el siglo XIX. 

Con 777 habitaciones, es uno de los palacios más grandes de Europa entera. Y además de alojar a la realeza, le da empleo a unas 450 personas que allí trabajan.

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A pesar de ser el hogar actual de la reina, es posible visitar algunas de las alas del palacio, sobre todo durante el verano. Pero con la fiesta privada que estaba en pie, no era ni de pensarse poder ingresar entonces a la mansión.

Aún así, admirar el Palacio de Buckingham desde fuera fue un deleite. Sobre todo, porque tuve la oportunidad de ver a la guardia real, aquellos hombres vestidos de rojo, con altos y peludos sombreros negros.

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Museo de Historia Natural.

No muy lejos del Hyde Park y el Palacio de Buckingham llegué a la Exhibition Road, una calle conocida por albergar tres de los mejores y más famosos museos de Londres. El Museo de Ciencia, el Museo de Victoria y Albert y el Museo de Historia Natural, al que no pude dejar de asistir, sobre todo por su entrada gratuita al público en general.

Mucho más allá de su bella arquitectura exterior, el museo es uno de los mayores y más bellos atractivos por la enorme colección que posee, lo que incluye varias áreas de la ciencia, como la botánica, la mineralogía, la paleontología y la zoología.

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El museo de la bienvenida con fósiles tamaño real de animales extintos, como un stegosaurus y un rinoceronte lanudo.

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Por supuesto, la sección de paleontología también alberga fósiles de las diferentes especies humanas que han habitado la Tierra, haciendo una comparación de sus cráneos.

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Desde el recibidor principal del Exhibition Road accedí a la zona roja, que muestra de una forma interactiva la evolución geológica del planeta Tierra.

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Además de mostrar algunas gemas, rocas y minerales con una luz lo suficientemente tenue para apreciar su interior, tiene algunos fósiles de animales y plantas.

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Lo mejor es la parte interactiva, con la que muchos grupos de estudiantes de primaria y secundaria se divertían, experimentado los movimientos simulados de un terremoto real.

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Pero la zona más esperada por muchos es la zona azul, donde se encuentra la sala de dinosaurios, que gracias en gran parte a este museo londinense cobraron fama en el mundo entero (así es, no solo fue por Jurassic Park y sus consiguientes películas).

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Si bien, las recreaciones de un T-Rex y un par de velociraptors en tamaño real son simplemente robots animatrónicos, el museo posee también esqueletos reales obtenidos por una multitud de paleontólogos británicos.

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De hecho, el museo es la viva muestra de la grandeza que el Reino Unido ha cobrado en las ciencias naturales. El mismo Charles Darwin es egresado de Cambridge, y muchos de sus especímenes capturados se encuentran resguardados en el museo.

La zona verde, por ejemplo, muestra figuras disecadas de las diversas familias de aves alrededor del mundo. Desde los coloridos pájaros de la selva centroamericana y el Amazonas hasta los cuervos y aves de rapiña de Escandinavia.

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La zona de reptiles fue también algo interesante por ver, con especímenes en tamaño real que difícilmente podría llegar a ver en la vida real, como el lagarto de cuello de volantes de Australia.

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Pero, sorprendentemente, no fue la sala de dinosaurios la que más me asombró. Todo sucumbió al llegar a la colección de mamíferos.

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Un modelo tamaño real de una ballena azul es suficiente para dejar atónito a cualquiera. El ser vivo más grande que ha habitado nuestro planeta.

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La creación de aquella réplica está llena de leyendas, una de las cuales asegura que sus constructores dejaron monedas y un directorio telefónico dentro del estómago de la ballena, que serviría después como una cápsula del tiempo.

El Museo de Historia Natural de Londres no es solamente un lugar donde sentirse un niño insignificante y admirar las réplicas de las especies terrestres. Es una verdadera referencia en la comunidad científica, gracias a sus aportes a la biología y las ciencias naturales en el mundo entero.

Westminster.

El Támesis es el cuerpo de agua que divide a la ciudad de Londres en dos, respetando la geografía de la mayoría de las capitales europeas, que son igualmente bañadas por un río.

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Es al oeste del Támesis donde se ubica el corazón de la capital británica, el barrio de Westminster donde, de hecho, se encuentra oficialmente el Palacio de Buckingham.

El Westminster se ha ganado su fama por ser el centro político, real y cultural de todo el Reino Unido, así como lo fue durante años para el propio imperio británico, pues es allí donde se lleva a cabo la coronación de los reyes, donde reside la monarquía y donde se hallan los edificios del gobierno, como los ministerios y el famoso 10 Downing Street, la residencia y oficina de trabajo del primer ministro, por donde pasaron personajes como Winston Churchill y Margaret Thatcher.

Pero sin duda el edificio más célebre es el Palacio de Westminster, mejor conocido como el Big Ben, el edificio más emblemático de todo Londres y el Reino Unido.

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A decir verdad, es un error común en todo el mundo. El Big Ben se refiere a la campana ubicada en lo alto de la torre, que toca los cuartos de horas. La torre se llama oficialmente Clock tower.

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Es el reloj de cuatro caras más grande del planeta, y muchos lo toman como referencia, al creerse que es el reloj más exacto del mundo. La misma BBC lo toma como base para dar la hora por sus transmisiones de radio.

Y es que es en Londres, estrictamente en el observatorio de Greenwich, por donde pasa el meridiano cero, marcando el inicio de las zonas horarias hacia el este y oeste de la ciudad en el planeta entero.

Es también la torre que marca las doce campanadas del año nuevo cada 31 de diciembre, bajo la cual se llevan a cabo las celebraciones con fuegos artificiales que reflejan su belleza en las aguas del Támesis.

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Pero como lo dije, el Big Ben no refiere al edificio entero. Su nombre es el Palacio de Westminster, Patrimonio de la Humanidad según la UNESCO.

El edificio de estilo gótico actual se erigió en su mayoría en el siglo XIX, luego de un incendio al cual siguió una remodelación. Pero no siempre fue así.

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Desde su nacimiento en la Edad Media, el palacio sirvió como residencia real. Es allí donde vivieron los reyes ingleses en el medievo, predecesores de Enrique VIII, quien fue el primer monarca europeo en romper relaciones con la iglesia católica, fundando la iglesia anglicana.

Desde el siglo XVI, ningún monarca ha vivido en su interior. En cambio, el palacio pasó a albergar diversas instituciones gubernamentales. Hasta el día de hoy, es el hogar del Parlamento británico, con la Cámara de los Lores y la Cámara de los Comunes.

El Parlamento del Reino Unido es un referente mundial de la democracia legislativa, pues son muchos los países que lo han tomado como modelo madre para crear su propias cámaras de congreso, sobre todo con los miembros de la Commonwealth.

Así, el Westminster merece con creces su título de patrimonio. No solo por su belleza arquitectónica, sino por la importancia que tiene en la política mundial.

La Galería Nacional.

París tiene el Louvre. Madrid tiene El Prado. Pues Londres no podía quedarse atrás, y para ello cuenta con The National Gallery.

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A diferencia del Louvre y El Prado, la Galería Nacional de Londres no se compone de obras de arte que alguna vez pertenecieron a la colección privada de la realeza, para después exhibirlas al público a modo de museo (para eso existe la Royal Collection).

Esta galería se creó como una especie de obra pública, bajo la idea de que el arte es para todos. Así, el gobierno británico comenzó a adquirir obras bastante bien valuadas de corredores particulares para después exhibirlas a los ciudadanos. Por fortuna, hoy también se exhiben a los extranjeros, y también de forma gatuita.

Huyendo de la lluvia que empezó a caer en el Westminster (de la que, después de todo, no pude salvarme), la Galería Nacional fue la forma perfecta de refugiarme.

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El museo resguarda obras de un increíble renombre, y que al ser bienes públicos son el orgullo de muchos británicos.

Las escuelas de arte presentes pasan por todos los rincones de Europa. Inglaterra, por supuesto, inaugura la galería, con Joseph Wright de Derby y su Experimento con un pájaro en una bomba de aire, una obra maestra del manejo de luces al óleo.

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La escuela alemana me recibió con The Painter’s father, de Alberto Durero, el oriundo de Núremberg famoso por haber hecho “la primer selfie del mundo” (su autorretrato, en realidad). En esta obra, es el retrato de su padre.

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Algunos pintores españoles también se lucen por sus pasillos. El más famoso de ellos es Diego Velázquez, que con San Juan en Patmos muestra sus inicios en España.

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La etapa italiana de Velázquez queda al desnudo con uno de sus mayores óleos, Cristo contemplado por el alma cristiana

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Y de la escuela italiana habría mucho que hablar. Después de todo, son los creadores del Renacimiento Europeo. Giovanni Bellini y su Madonna del Prato fue uno de mis favoritos.

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Y aunque no es una obra original de Miguel Ángel, una de las muchas copias que se han hecho de The Dream of Human Life se exhibe también como parte de la colección italiana.

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Pero, sin duda, la obra maestra y orgullo de la Galería Nacional es La Virgen de las Rocas, del maestro Leonardo Da Vinci.

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De las dos obras idénticas existentes del autor (la otra se encuentra en el Louvre), la de Londres es la que aún permanece sobre la tabla. 

Tras unos minutos ante la imagen de la Inmaculada Concepción, fue momento de salir y volver a mi hostal, no sin antes coger en el camino un pasty de res, bocadillo típico para los londinenses.

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La City de Londres.

Un nombre que puede ser confuso, y al que me tomé el tiempo de llegar caminando para aprovechar el día sin lluvia.

El Gran Londres se refiere a la zona metropolitana que forma una de las nueve regiones administrativas de Inglaterra. La City de Londres es en realidad el nombre histórico de la zona centro de Londres, donde solía ubicarse la antigua ciudad en el medievo.

De la Edad Media se conserva hoy solamente la Torre de Londres, un castillo al norte del río Támesis que por su importancia histórica fue también nombrado Patrimonio de la Humanidad.

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Desde su construcción en el siglo XI por parte de los normandos, ha funcionado como prisión, armería, tesorería, casa de la moneda y como resguardo de la joyería de la monarquía británica.

La Torre de Londres es quien le da su nombre a uno de los emblemas de la ciudad que se posa justo al lado del castillo, el puente de la Torre, que pude cruzar de ida y vuelta.

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Así es, esta pasarela que une ambas orillas del Támesis se llama oficialmente el puente de la Torre, y no el puente de Londres, con el que normalmente es confundido y que se encuentra unos metros río abajo.

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Aunque no es tan antiguo como muchos suelen pensar, desde su construcción durante la época victoriana se ha convertido en un símbolo de la urbe. 

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El siglo XIX marcó para todo el Reino Unido el refinamiento de la tecnología con el auge de la revolución industrial, en los que el país se llenó de vías férreas, barcos de vapor, automóviles y telecomunicaciones.

El puente de la torre es una obra maestra de la ingeniería de su época, con plataformas elevadizas que dejan circular tanto al tráfico terrestre como al marítimo, y que en su tiempo se alzaban con motores de vapor.

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La City de Londres es también el distrito financiero más importante del mundo, donde diariamente se compran y venden productos financieros que representan la tercera parte del dinero del planeta.

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No es sorprendente entonces que la ciudad cuente con un skyline típico de la era posmoderna, lleno de lujosos y altos rascacielos que contrastan con el castillo y el puente victoriano.

Portobello road market.

Con un día libre más, fue momento de recibir la visita de mi amigo Dane, a quien había conocido tres años atrás en Perú, y quien vivía en la ciudad conurbada de Reading.

Nos vimos en la estación de Paddington, no muy lejos de mi hostal. Y desde allí caminamos a la Portobello road market, una famosa calle con un mercado callejero, ubicada en el barrio de Notting Hill.

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Dane no se explicaba por qué me interesaba tanto visitar Portobello. Pues bien, no muchos días atrás había leído que era una de las calles más bonitas del mundo, no solo por sus coloridas casas victorianas, sino por el animado bullicio de sus mercantes.

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Si han visto la película de Notting Hill, con Julia Roberts y Huge Grant, es precisamente en Portobello donde se lleva a cabo su romántica historia.

La librería de William donde Ana Scott llega por casualidad en la película, se encuentra en uno de los múltiples locales comerciales que orillan a esta mágica y encantadora callejuela.

Camden Town.

Y luego de caminar un buen rato, probando bocadillos y bebidas en el street market de Notting Hill, era momento para que Dane me mostrase su lugar favorito en todo Londres. 

Me llevó así hasta Camden Town, otro suburbio con mercados callejeros, pero de un estilo indudablemente diferente.

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Basta con decir que es allí donde vivió y murió la inolvidable Amy Winehouse. Un barrio que lleva en la sangre el mismo espíritu extravagante y alternativo que la cantante británica.

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Las tiendas de Camden Town lo tienen todo. Comida color fluorescente con exóticos sabores de todo el mundo, sucursales de luces neón donde se vende ropa para las fiestas más locas que uno podría imaginar. Y droga, mucha droga por doquier.

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Camden Town se ha ganado el título de la capital del rock alternativo del Reino Unido, y no cabe duda del porqué.

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Un típico plato de curry y una cerveza sobre uno de los locales del Regent’s canal fue mi manera de despedir a Dane y a Londres, una ciudad que me mostró todas sus caras en tan pocos días, que sería algo difícil de olvidar.

Realeza, arte, historia, ingeniería, arquitectura, palacios, castillos, puentes, museos, ciencia, mercados y el bullicio callejero. Londres me enseñó con creces por qué ha sido siempre una capital mundial. Y ahora me tocaba dirigirme a aquellos pequeños pero significativos puntos de Inglaterra que han hecho del Reino Unido una de las mayores naciones del mundo.

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5 Comentarios


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Londres para mí lo tiene todo! Creo que pudiste visitar de las mejores atracciones que tiene. Aunque yo sí me tomaría el tiempo de conocer Buckingham y el Westminster por dentro, valen mucho la pena! 

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Muy buena experiencia en una de las mejores ciudades de Europa. Creo que a pesar de ser algo cara se puede lograr disfrutar mucho de ella, sobre todo con lugares como los que visitaste que son gratuitos.

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Muy interesantes las experiencias y espectaculares las fotos!! Me da curiosidad saber si las tomas con cámara digital o celular. Saludos!

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Excelentes lugares, es uno de mis próximos destinos, en realidad considero que es un destino ideal para ir a vivir unos meses y aprender inglés, lo malo es que es una de las ciudades que tiene costo de vida demasiado alto

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    1. AlexMexico
      Último Relato

      El transcurso de una vida urbana puede fácilmente tornarse en algo rutinario, incluso en la grandeza de la Ciudad de México donde, no importa cuándo, siempre se encuentra algo por hacer.

      Si bien, la rutina es algo que se puede fácilmente esquivar en la capital mexicana, hay algo de lo que es imposible escapar. La contaminación y la gente. Un pacífico fin de semana, a solas en el aire fresco, es una demanda de colosales magnitudes en una de las metrópolis más pobladas del mundo. Pero hay algo que la hace única, a pesar de su estresante e incesante actividad.

      Hace casi 700 años, los mexicas (mejor conocidos como aztecas) decidieron construir su capital en uno de los más bellos paisajes del Aztlán, la tierra que ellos consideraban su mundo. Fue en un islote, en medio de un lago rodeado por montañas, donde fundaron Tenochtitlán, lo que hoy todos conocemos como Ciudad de México.

      Los alrededores de Tenochtitlán están cercados de impresionantes paisajes naturales, que dejaron en claro por qué Mesoamérica fue y será el cuerno de la abundancia. Es así que escapar de la ajetreada vida capitalina es, incluso hoy, una tarea fácil.

      Aquella vez, la decisión para reposar un fin de semana fue tomada por Sediel, uno de mis mejores amigos con cuya novia haríamos el viaje. Con una tienda de campaña casi nueva, un saco de dormir y una mochila sedienta por querer ser utilizada, el estado de Hidalgo fue lo que atrajo nuestra atención.

      Contiguo al Estado de México, Hidalgo cuenta con pueblos coloniales, grutas, aguas termales, bosques, cañones, cascadas, minas y un sinfín de interesantes propuestas de aventura. Y muy cerca de Pachuca, su capital, el pueblo de Huasca de Ocampo fue el destino elegido.

      La pequeña localidad nació en la época colonial española, cuando la producción minera atrajo a adinerados hacendarios europeos, que usaron la mano de obra indígena para la explotación.

      El pueblo creció alrededor de cuatro grandes haciendas, y aunque en el declive de la zona (cuando México se volvió independiente) muchos edificios quedaron casi en ruinas, en el siglo pasado se restauró para hacerlo un pueblo de paseo para turistas.

      Son varias cosas que hacen especial a Huasca. Su café, sus leyendas (que incluyen a duendes y brujas) y, sobre todo, su hermosa situación geográfica.

      Ubicada entre la Sierra de Pachuca y el Valle de Tulancingo, los paisajes aledaños a Huasca son un deleite visual, perfecto para los cazadores de un reposo en la naturaleza. Así que en vez de quedarnos mucho más tiempo en Huasca decidimos seguir nuestra ruta hasta los prismas basálticos, uno de los principales atractivos del valle.

      Huasca se emplaza en el oriente del Eje volcánico transversal, una cadena de volcanes que atraviesa el país de este a oeste y lo corta por su parte central. 

      Hace un par de millones de años, el enfriamiento del escurrimiento de lava que se generó en esta zona formó columnas de basalto que tomaron formas de prismas pentagonales y hexagonales. El resultado es hoy una maravilla.

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      El conjunto de prismas encimados entre sí parecen una estructura de legos. Es difícil creer que la naturaleza haya creado formas tan inorgánicas por sí sola.

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      Accedimos a los prismas bajando unas escaleras que llevan hasta un pequeño corredor, por donde cae un arroyo. El agua es traída desde los ríos y las presas que alimentan de agua la comunidad de Santa María Regla, a la que pertenecen las columnas.

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      Aunque algunas de las pequeñas cuatro cascadas fueron arrastradas hasta allí por el hombre, no hay mejor manera de darle un toque más encantador a un lugar como aquel que con caídas de agua.

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      El arroyo culmina en un pequeño estanque, al que se debe acceder desde la hacienda contigua. Es la llamada Cascada de la Rosa.

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      Este lugar fue visitado y estudiado incluso por personajes como Alexander von Humboldt, durante sus viajes por América Latina. La UNESCO nombró al sitio como uno de los 30 geoparques de la Red global de geoparques.

      Aunque ya había sido testigo de columnas basálticas del mismo estilo en Islandia, verlas en México no hizo más que reafirmar que es un país que lo tiene todo.

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      Antes de que se hiciera más tarde, era momento de decidir dónde debíamos acampar. La zona de Huasca de Ocampo posee múltiples sitios para hacerlo. Pero al ser el último fin de semana del verano estudiantil, los campings y balnearios estaban repletos. 

      El pueblo no era una buena idea para huir del bullicio. Y con ganas de un contacto mucho más natural, decidimos escuchar la sugerencia de un chofer.

      Unos kilómetros al norte, lejos de la carretera, había un lugar llamado Peña del Aire. Nada habíamos escuchado sobre él. Incluso, encontrarlo en Google Maps no fue del todo fácil. La información en internet era casi escasa. Pues bien, eso lo hacía el lugar perfecto.

      Según se nos dijo, pocas personas llegaban hasta la peña, ubicada al borde un acantilado bajo el cual se extendía un enorme cañón. Y en lo alto, una zona de camping era ideal para pasar la noche, lejos de las luces, del ruido y de cualquier contacto humano.

      Aceptamos así un viaje en taxi hasta la peña. Y tras un arduo viaje por un feo y estrepitoso camino de ripio, el chofer nos dejó en un centro de visitantes, que no era más que una palapa.

      Peña del Aire es un parque ecoturístico protegido. Hay pocas casas y propiedades privadas dentro del terreno. Las únicas construcciones son casetas de vigilancia, cobranza y algunos puestos de comida y tiendas. 

      A solo unos pasos de aquel puesto de visitantes se abrió ante nosotros un enorme cañón, parte de la Sierra de Pachuca.

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      El nombre Peña del Aire se debe, precisamente, a una gigantesca peña que se yergue en uno de los costados de la barranca. Y sí, de hecho, parece que flota en el aire.

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      Estas formaciones rocosas son características de las barrancas de la Sierra Oriental. Y el sitio perfecto para un centro ecoturístico.

      Una tirolesa de unos 70 metros de largo se tiende al lado de la peña y permite a los visitantes volar sobre el abismo. 

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      En la parte más baja, un río dibuja el camino del valle, junto al cual solo una pequeña iglesia se posa junto a un par de campos de cultivo. Al mirar abajo, creímos que sería un excelente lugar para acampar.

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      Comenzamos el descenso con mochila al hombro, cuidadosos de seguir el mezquino sendero que nos guiaba. El calor era sofocante, pero valía la pena hacer el intento.

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      Las vistas desde las laderas eran sencillamente magníficas. La vegetación parecía hacerse cada vez más verde y, a decir verdad, no era lo único colorido que apareció en nuestro camino.

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      El curso nos llevaba por todo el costado de la barranca, pero poco simulaba bajar al río. Aunque los lugareños nos habían asegurado un rápido descenso, la travesía era más larga de lo esperado.

      Antes de seguir, supimos que algo no resultaría. Esperábamos el arribo de dos amigos más, y en lo bajo de la barranca la señal de telefonía era escasa. Sería mucho más fácil encontrarlos en lo alto del acantilado.

      Volvimos entonces, entregados al calor de la tarde que, por cierto, no tardaría en esfumarse para dar paso a un fresco atardecer.

      La planicie superior fue el mejor lugar para montar el campamento. Un terreno llano, pastoso y fresco donde, al parecer, seríamos los únicos en pasar la noche.

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      Nuestros amigos no tardaron su arribo, por suerte, antes del ocaso. Y con las tres tiendas una junto a la otra, fue momento de armar la hoguera.

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      Una pila de malvaviscos y roles de canela fue el menú perfecto para el atardecer, que tras un cielo nublado se esfumó sin mucha presencia.

      Pero aquellas nubes de tormenta, cuyos relámpagos eran lo único que iluminaba el horizonte nocturno, crearon la atmósfera perfecta para las historias de terror que se avecinaban.

      Huasca de Ocampo es el sitio perfecto para alguien como Sediel, un fanático de las criaturas de fantasía. El pueblo está lleno de leyendas sobre duendes y brujas que moran los bosques circundantes, y que han hecho sus apariciones en repetidas ocasiones.

      De hecho, cuenta con su propio museo de los duendes. Y vaya que nuestro campamento simulaba ser su hogar, con una torre de metal en forma de sombrero que, de hecho, albergaba los únicos baños disponibles, a los que nadie se atrevía a entrar una vez caída la noche.

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      Cuando el fuego se fue consumiendo, una extraña luz apareció detrás de los arbustos. Un color amarillo fluorescente de forma redonda se movía con delicadeza, y de repente palpitaba como el latido de un corazón.

      No le prestamos mucha atención, quizá era alguien con una linterna. Tras pocos minutos se esfumó sin darnos cuenta.

      A la siguiente mañana, los lugareños nos contarían que se trataba de una bruja. Aparecer como pequeñas centellas era su especialidad en aquella zona. Pues bien, al menos no decidió visitar nuestro campamento.

      El alba fue bastante frío. El sereno dejó nuestras carpas más que húmedas por fuera. Y no había nada que deseáramos más que un café caliente. Pero habría que esperar la apertura de los puestos.

      Entretanto, un temprano despertar fue la mejor decisión grupal tomada para poder ser testigos de un hermoso amanecer.

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      El sol se levantó sobre la sierra oriental, iluminando tenuemente la figura de cada barranca del cañón. Nada, sino el cantar de las aves, se podía escuchar en el abismo.

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      Es lo que un grupo entero de capitalinos buscaba lejos de la metrópoli. La serenidad de una fría y verde mañana. Pero acompañada de un café de olla a la apertura del primer puesto, todo fue incluso mejor.

      Luego del desayuno fue momento de bajar a la peña, y contemplar el valle dibujado por los primeros rayos del sol.

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      La bruma de la mañana poco a poco se retiraba, y dejaba al desnudo la vitaleza de un cañón que podía apaciguar todo pensamiento y todo presente.

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      Escalar la peña no era una opción segura, pero hasta la poca altura que pudimos llegar fue suficiente para sentirnos satisfechos en nuestro viaje.

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      Disfrutar de la barranca sin la presencia de turistas durante la noche y la mañana fue una excelente decisión, que nos daría el respiro necesario para volver a la vida de una colmada ciudad.

    2. flormdk
      Último Relato

      Hace un poco más de diez años que había visitado la provincia de Misiones para ir a un congreso cuando era estudiante de la carrera de la carrera de Licenciatura en Turismo... Estuve algunos días en la capital, la ciudad de Posadas y dos noches en Iguazú. En este momento todavía las Cataratas de Iguazú no habían sido declaradas como Maravilla Natural, no había una gran cantidad de turistas. A decir verdad, cuando fui al parque con mis compañeros estábamos solamente nosotros. Vale aclarar, que era temporada baja, era el mes de mayo.

      Hacía bastante tiempo que tenía ganas de regresar, por eso, en el mes de enero pasado, decidí tomarme mis vacaciones de verano en las Cataratas. Organicé un tour que empezó en Salta y terminó en Iguazú.

      Decidimos dedicarle 5 noches a la ciudad de Iguazú ya que sabemos que es una de clima subtropical donde puede haber abundantes lluvias que impidan salir a recorrer el parque.

      Llegamos a destino y nos recibió una lluvia afortunadamente no muy intensa. De todas formas, es bastante frecuente que corramos con esa suerte... siempre los destinos que visitamos nos reciben con lluvia pero los días siguientes suelen tener unas condiciones climáticas espectaculares, así que no nos preocupamos.

      El primer día que llegamos, teníamos pensado visitar el Parque pero con la lluvia no era un buen plan. Entonces, optamos por cruzar la frontera y visitar Ciudad del Este en Paraguay. Es una ciudad que tiene la fama de ser un destino de compras ya que es una zona franca, libre de impuestos. 

      Tomamos un colectivo y en menos de una hora estábamos en destino. Creo que no hay palabras para describir a este sitio... Es una ciudad cargada de comercios, de carteles, de vehículos, de gente, de ruido ambiente... Una ciudad totalmente caótica en la que no existen semáforos que orden el tránsito. Afortunadamente, fuimos con información de los mejores lugares para comprar y también teníamos en mente que comprar con el modelo ya elegido. Creo que no hay otra manera de visitar esta ciudad si no es con información previa... Hay muchísimos lugares, vendedores ambulantes y carteles que compiten entre sí. Es recomendable ir temprano, ya que todos los lugares cierran a las 16:00 de la tarde porque suelen abrir muy temprano en la mañana y trabajan en horario de corrido.

      Nosotros llegamos con el tiempo muy justo pero por suerte llegamos a conseguir lo que teníamos planeado, una cámara de fotos de viaje.

      El objetivo principal del viaje era visitar el Parque Nacional Iguazú... También nos interesaba conocer el Parque del lado de Brasil... 

      Fuimos un día del lado de Brasil fue un paseo muy corto porque teníamos que regresar temprano para tomar el colectivo. La vista es muy distinta a la vista del lado argentino, ya que las pasarelas están muy cerca de las Cataratas, pero el parque en este lado es mucho más pequeño. No volvería a visitarlo, pero si volvería una y otra vez al lado argentino ya que aquí el parque es muchísimo más grande y como los colectivos pasan hasta más tarde, se puede estar disfrutando del paisaje hasta las 17:00. Un dato muy importante para quienes deseen visitar las Cataratas, es que comprando la entrada para dos días consecutivos, el segundo día sale la mitad de precio.

      Desde Iguazú se pueden hacer muchas excursiones como por ejemplo visitar las Ruinas de San Ignacio un sitio arqueológico muy interesante, visitar las Minas de Wanda y comprar piedras semipreciosas, etc. Era verano, días de calor intensos cargados de húmedad, por lo que no tenía mucho interés en realizar excursiones de días completos. Nos quedaba un día libre, aprovechamos para conocer la ciudad de Foz de Iguazú. Visitamos un Shopping y recorrimos la ciudad. A decir verdad, la ciudad no me pareció muy llamativa pero siempre me resulta interesante conocer distintas ciudades del mundo.

       

      Consejos importantes para quienes deseen visitar Iguazú

      Conviene destinarle al menos dos días para recorrer todo el parque en el lado argentino es posible que un día no alcance para conocerlo completo.

      Es aconsejable evitar la temporada alta ya que es un destino muy turístico por lo que en enero y mitad de julio suele haber más cantidad de gente que en otros meses.

      Resulta óptimo dejar días libres porque es una zona de clima subtropical, pueden tocar días de lluvia en los que no sea la mejor opción visitar el Parque.

      En el Parque se pueden comprar souvenires, hay varios restaurantes, kioscos y cafés.

      No hay que olvidar el protector solar, repelente y anteojos de sol. Por supuesto, es necesario llevar calzado cómodo.

      Aconsejo que al llegar al Parque, lo primero que hagan sea visitar la Garganta del Diablo, es el paseo que está un poco más alejado comparado con el resto de los circuitos, sumado a ello es el más imponente. Para llegar hasta allí se puede ir caminando o sino el trencito ecológico del Parque, es muy lindo y pintoresco.

      La cena show que se ofrece en Foz de Iguazú es imperdible! Se puede disfrutar de un espectáculo de danzas con música regional mientras se pueden degustar cientos de platos.

      Para visitar las Cataratas se recomienda un mínimo de 4 noches. 

      Para quienes deseen estar en contacto con la naturaleza en su máximo esplendor, pueden realizar el sendero Macuco, para ello es imprescindible llevar agua y alimentos ya que en ese trayecto no existen kioscos ni lugares de ventas de alimentos. 

    3. Perdido en el sureste de México, casi al borde del mar y ubicado junto al río Papaloapan, se ubica uno de los pocos pueblos del país declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

      A solo 90 kilómetros al sur de la ciudad de Veracruz, este colorido pueblo aparece en medio de una región tropical y cálida, cuyo único respiro del infernal calor es la brisa que carga consigo el río.

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      Visitarlo en verano un par de veces quizá no fue la mejor idea. Pero el solo hecho de estar allí significa un refresco del movimiento de la ciudad.

      Tlacotalpan surgió como un asentamiento del pueblo totonaca, una civilización mesoamericana prehispánica que se asentó en buena parte de la costa del Golfo de México. Su nombre significa “entre aguas”.

      Pero fue con la llegada de los españoles que el pueblo creció y tomó forma, desde que Pedro de Alvarado recorrió el Papaloapan río arriba, descubriendo que Tlacotalpan podría ser un buen puerto fluvial para el transporte de mercancías al Imperio Español.

      Así fue como surgieron dos grandes haciendas en la zona, que aunque corrieron el riesgo de ser abandonadas, hicieron que en algún momento la población de españoles creciera. Y sumado a la importación de esclavos negros africanos desde el puerto de Veracruz, Tlacotalpan tomó la raíz multicultural y multiétnica que posee hasta el día de hoy.

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      El pueblo es el corazón del son jarocho y los jaraneros, estilos musicales provenientes del Caribe y que fueron desarrollados en la mayor parte de la costa del Golfo gracias a los afrodescendientes.

      La misma palabra “jarocho” define a las personas provenientes de la región del Sotavento, sobre todo aquellos de piel oscura que usaban jaras como método de pesca. Y esas raíces extranjeras finalmente se impregnaron en la zona alrededor de Tlacotalpan.

      Músicos con sus típicos trajes blancos, con sombreros de paja y pañuelos rojos caminan por las calles ofreciendo coplas. Mientras en las noches llegan los huapangos, fiestas donde el son jarocho es el invitado principal.

      Pero el mayor atractivo del pueblo es sin duda su arquitectura vernácula, es decir, que las construcciones fueron hechas de forma auténtica por los habitantes nativos con materiales de la zona.

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      En 1714 el río se desbordó, y en 1788 un incendio arrasó con muchas de las casas. Es por ello que se ordenó que a partir de entonces todo edificio fuera alzado con mampostería. 

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      Y desde aquella época, un lejano siglo XVIII, las típicas casonas con arcos y pilares se han mantenido en pie.

      Luciendo los vivos colores de México, cada casa es un ejemplo de lo que puede lograrse de forma artificial, respetando siempre lo natural.

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      Cada teja, cada muro, cada columna, cada acera, fueron construidos con los materiales que la propia cuenca del Papaloapan le otorgó a la ciudad. Y se convirtió con los años en el orgullo de los tlacotalpeños.

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      Aunque el puerto fluvial perdió su importancia con la llegada del ferrocarril, el río ha sido siempre parte vital de Tlacotalpan. No solo como medio de transporte, sino al aportar el agua para los cultivos, la ganadería, los pobladores, regular el clima y para la pesca.

      Tomar una balsa para dar un paseo por sus aguas es uno de los mayores atractivos hoy en día.

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      Aunque para ser sincero, la magia de la mampostería y la arquitectura vernácula se esfuma de inmediato.

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      En su lugar, es suplantada por modernas mansiones pertenecientes a la clase alta de Veracruz. Políticos y empresarios han construido sus casas de verano en la riviera, y los yates estacionados en su orilla confirman su poder adquisitivo.

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      Aún así, no está de más un recorrido por el emblemático Papaloapan, que transporta sus aguas desde las tierras de Tuxtepec.

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      El propio río sirve para bendecir la ciudad cada 2 de febrero, cuando las fiestas patronales llegan con la Virgen de la Candelaria.

      Una estatua de la virgen es transportada en una balsa y otorga su bendición al pueblo para evitar inundaciones y otras calamidades, que suelen ser comunes en esta zona tropical.

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      Las fiestas van acompañadas de ferias, mercados de comida callejera, huapangos y hasta un embalse de toros, que son soltados libres por las calles de la ciudad luego de cruzar el río junto a los ganaderos.

      La iglesia es uno de los puntos icónicos de la ciudad, ubicada en la plaza central, o zócalo, como se le conoce en México.

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      Esta explanada crea el plano urbanístico típico de una ciudad colonial española. Un cuadrante central con una alameda, junto a la cual se posa el templo católico y su campanario.

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      Junto a ella, el palacio municipal que funge como poder político, y que servía para demostrar a los antiguos indígenas quién tenía el poder sobre ellos.

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      Tras el zócalo, las calles perpendiculares se trazaron desde el río al interior de las tierras que lo orillan, formando las cuadras empedradas que dibujan hoy la totalidad de Tlacotalpan.

      La tejas en lo alto de las casas otorgan una fresca manera de protegerse del sol. El aire acondicionado no es tan común en esta zona. Pero los corredores y patios centrales son suficientes para ventilar los interiores.

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      Es común encontrar bancas y mecedoras en los pasillos exteriores de las casas, donde los vecinos se sientan a compartir un torito por las tardes, la bebida tradicional hecha a base de alcohol de caña.

      Para mí y mis amigos, la bicicleta fue la mejor manera de recorrer el pueblo. Al fin y al cabo, su terreno plano puede ser bastante bien aprovechado sobre dos ruedas.

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      Un lugar donde los niños todavía corren por las calles, los músicos se pasean por tiendas y restaurantes, los mariscos frescos se sirven en platos calientes y las botellas heladas de torito refrescan del calor.

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      Tlacotalpan se ha ganado con creces, y sin lugar a dudas, su título como Patrimonio de la Humanidad, al combinar tres etnias y culturas en un pequeño lugar.

      Sus casonas vernáculas y vivos colores son el mejor ejemplo de lo lindo de México. Un mágico y perdido lugar entre las selvas tropicales del sur.

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