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Atravesando la Patagonia

Ayelen

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Mi nombre es Ayelen, es un nombre de origen mapuche que significa “Diosa de la alegría”, y, si bien intento hacerle honor la mayoría del tiempo, admito que suelo tener un carácter bastante fuerte. Vivo en la ciudad de La Plata, una ciudad universitaria muy bella, ubicada al sur de la provincia de Buenos Aires, Argentina. Estudio Biología, tengo muchos amigos, una linda familia y una gata preciosa llamada Luna. En definitiva, no puedo quejarme de la vida que llevo. Sin embargo siempre hubo algo que nunca había hecho: VIAJAR.

Lo deseaba constantemente, pero siempre tenía el mismo inconveniente: cuando tenía dinero, no tenía el tiempo, y cuando disponía del valioso tiempo, no contaba con el dinero. Por eso, cuando mi novio, Martin, me propuso viajar con él y recorrer Latinoamérica, supe que era una oportunidad que no podía dejar pasar, aunque me costara unos cuantos sacrificios. Fue una decisión difícil para mí, ya que el viaje requeriría de mucho tiempo, así que me vi obligada a dejar el trabajo que tenía hacía cuatro años, cancelar mi contrato de alquiler, mudar mis cosas a la casa de mis padres (gata incluida :( ), dejar la universidad en pausa… en fin, decidí “quemar naves” e iniciar esta aventura. Valdría la pena.

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Los últimos preparativos antes de partir

La particularidad de este viaje es que nuestro medio de transporte es una moto, una Honda Transalp modelo 89. Sí, la moto tiene casi mi edad, y es una reina en la ruta.

Sólo podemos llevar lo esencial. La moto tiene dos valijas laterales donde guardamos nuestra ropa, un baúl donde llevamos herramientas y demás accesorios para la moto, mochilas con comida y utensilios de cocina, carpa, bolsas de dormir y aislantes. La pobre va realmente cargada, y así es como se convirtió en nuestro hogar en los últimos meses. Nos costó muchas horas de organización, muchas cuentas a realizar, algo de ahorro, trámites finales… pero al fin, a mediados de febrero, la moto fue cargada e iniciamos este increíble viaje que hoy me dispongo a compartir con ustedes.

 

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Nuestra pequeña

Esa mañana cuando me desperté, el cielo estaba bastante nublado, y la humedad era realmente insoportable, lo que es normal para esa época en la ciudad de La Plata. Pero a pesar de la gris advertencia climática que se abalanzaba sobre nuestras cabezas, decidimos marcharnos. Fue un momento que no me voy a olvidar nunca, ya que la mezcla de nervios, ansias, y temor que se experimentan al iniciar un viaje es única. Me sorprendió no sentir melancolía al ver cómo dejábamos atrás la ciudad en la que había vivido los últimos 7 años, y a la cual no tengo idea cuando regresaré.

Viajar en moto es una experiencia muy particular, quienes lo hayan hecho me entenderán y quienes no, intentaré transmitirles de la mejor manera lo que se siente.

En una moto, uno es parte del vehículo. Uno es el parabrisas, las puertas, ventanas y demás carrocería a la que estamos acostumbrados si nos movemos en cuatro ruedas, por eso, sobre una moto, estas en estrecho contacto con el medio ambiente que se recorre. Dicho de otra manera (quizás menos poética), no hay nada que te proteja de lluvias, nevadas, vientos o eventuales caídas, como aprendí en este tiempo. Aun así, esta característica, que en climas hostiles pueden tornarse un verdadero calvario, también suma el extra de orgullo y satisfacción que uno siente cuando logra recorrer varios kilómetros y llegar finalmente a destino, porque les aseguro que no es lo mismo viajar 5 horas en la comodidad y calidez de un auto, que hacerlo arriba de una moto. Supongo que esa cualidad de SENTIR el viento golpeándonos, el aroma de la tierra cuando atravesamos grandes plantaciones, los pájaros volando al costado de la ruta, la lluvia mojándonos, la nieve congelándonos, la carretera pasando veloz debajo nuestro, sentir todo sin ningún límite que te separe del exterior, esa sensación de libertad es lo que más me gusta de viajar en moto y lo que más disfruto.

Mi papel en este viaje es de copiloto y con ello corro con grandes ventajas, ya que no tengo que estar necesariamente concentrada en manejar, y tengo mucho tiempo para hablar conmigo misma. Porque eso es básico: a menos que tengas esos costosos cascos con intercomunicadores (cosa que no es nuestro caso); viajar en una moto te deja mucho tiempo para pensar y créanme, puede ser tedioso al principio, pero se ha convertido en una gran terapia personal.

Fue entonces que el 19 de febrero iniciamos este viaje, hace ya casi cuatro meses. Nuestra meta inicial era llegar a Ushuaia, la ciudad más austral del mundo, y lo haríamos viajando a través de la ruta 3, carretera que nace en el Obelisco de la Capital Federal de Buenos y finaliza en Bahía Lapataia, Tierra del Fuego, siendo un total de 3 mil km. interrumpidos únicamente en un punto: el estrecho de Magallanes. Es una ruta tradicional muy conocida y muy elegida por viajeros.

Saliendo de La Plata, el paisaje va dejando atrás su apariencia de ciudad para convertirse en campo, extensas llanuras de pastura para agricultura y ganadería, donde cada tanto se divisa algún grupo de vacas u ovejas pastando. Ese sería nuestro paisaje durante los siguientes días.

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Los campos de Buenos Aires

Los primeros kilómetros dentro de la provincia de Buenos Aires fueron bastante moviditos. Viajamos en dos ocasiones bajo una cortina de lluvia constante, tuvimos nuestro primer problema técnico con la moto, al romperse el sistema de trabavolante que posee por seguridad, y mi primera experiencia con un hostel, con el hostel de la ciudad de Bahía Blanca, para ser más precisa, dejó mucho que desear (ya está incluida en mi lista negra), por lo que uno podría concluir que claramente empezamos con el pie izquierdo.

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La primera tormenta que atravesamos en el camino

Pero, frente nuestro se abría un mundo nuevo, lleno de lugares por descubrir y personas por conocer, experiencias por vivir, y eso nos daba el suficiente ánimo para seguir.

Nuestra primera parada a pasar la noche fue aproximadamente a 300 km. de nuestro punto de partida, en la pequeña villa turística y balnearia Costa del Este, donde nos esperaban Pablo, el hermano de Martin y su novia Rita con unas ricas pizzas caseras. A pesar del cansancio que pesaba sobre mí por todo lo estresante de un primer día inicial de viaje, recuerdo haberme ido a dormir muy feliz esa noche. Era una sensación rara, después de haber estado años sumida en una rutina, sabiendo exactamente que me deparaba cada monótono día con el trabajo y las clases de la universidad, de repente no saber dónde íbamos a estar ni qué nos íbamos a encontrar en los siguientes días, donde todo podía pasar, me llenaba de una exaltación extraña y alegre.

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Costa del Este

Los siguientes dos días, fuimos alojados en el departamento céntrico del padrino de Martin, Eddy, y su mujer Vivi, en la inmensa y ruidosa ciudad de Mar del Plata. Personalmente no es mi lugar favorito, pero debo admitir que es una city muy importante. Miles de propuestas culturales, teatros, cines, grandes peatonales con arte callejero, negocios, restaurantes ofreciendo diferentes delicias marítimas como plato principal, conforman el gran y MUY concurrido centro de la ciudad costera. También posee una costanera muy bella, entre altos edificios y hoteles glamorosos y extensas playas que conforman el conocido balneario turístico de la ciudad, un lugar muy lindo para salir de noche a tomar alguna cerveza o comer algo.

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Mar del Plata

Recién al quinto día de haber iniciado el viaje, éste se pondría realmente animado y más interesante. Después de la parada obligada a pasar la noche en la ciudad de Bahía Blanca, dejamos atrás al fin la provincia de Buenos Aires, para ingresar a la provincia de Río Negro.

El paisaje comenzó a cambiar de a poco. Ahora veíamos un poco menos verde, colores más apagados, arbustos más pequeños… de a poco íbamos adentrándonos en la famosa estepa pampeana. Nunca imaginé que sería tan aburrida! Prendida a la parte de atrás de la moto, me mantuve atenta hacia cualquier movimiento, quería ver aves nuevas o algún que otro animalito corriendo al costado de la ruta…. Pero nada. Luego de los primeros cien kilómetros realmente me resigné, fue un trayecto muuuy aburrido. Pero por suerte, el clima comenzaba de a poco a acompañarnos (aunque sería por poco tiempo) y ese día viajamos sin lluvia, al menos.

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La Patagonia

Caída la tarde, llegábamos a la ciudad de La Grutas, buscamos un camping y rápidamente corrimos a la playa para aprovechar los últimos rayos de sol. Bordeadas por grandes paredes de piedras de diversas formaciones, producto de la erosión del agua misma, se encuentran las playas, a las que uno accede bajando por escaleras construidas entre las formaciones rocosas. Aun había gente bañándose y pescando, a las cuales nos unimos haciendo una pequeña caminata al costado de la orilla. Después de tantas horas de viaje, pisar la arena descalzos y correr entre las pequeñas olas que rompían era nuestra recompensa.

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Las Grutas

Una rápida compra en un supermercado y al camping. Aun me da vergüenza recordar que apenas si sabía cómo armar una carpa, pero en poco tiempo la que sería nuestro hogar dulce hogar en los siguientes meses estuvo lista, con colchón inflable y bolsas, y tuvimos nuestra primer cena: unos deliciosos sándwiches.

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Las playas de Las Grutas

A la mañana siguiente, emprendimos la marcha, luego de desarmar y guardar todo en su lugar como un rompecabezas, y tomamos nuevamente la ruta 3. Después de 150 km. de pura Patagonia pasando velozmente a nuestro alrededor, pasamos a la provincia de Chubut y de repente el paisaje se llenó de vida. Podíamos ver pequeñas aves, las martinetas correr entre los bajos pastos al costado de la carretera. Después empezaron a aparecer choiques (que son parientes lejanos del avestruz, mucho más pequeños y de plumaje gris) y muuuuchos guanacos observándonos pasar desde los montes. Al fin el paisaje se volvía interesante y yo era feliz!

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Guanacos :)

Junto con los pequeños animalillos que le pusieron un poco de onda al paisaje, también apareció un fuertísimo viento. Ya habíamos sido advertidos de los fuertes vientos de esa zona de la Patagonia, pero realmente nos tomó por sorpresa. Si bien, en mi privilegiado lugar de la moto no me choco con el viento totalmente, porque Martin es quien maneja y es él quien, pobre, tiene que luchar contra las ráfagas de frente, tampoco es que voy encerrada en una burbuja y les aseguro que el viento soplaba realmente fuerte. Íbamos prácticamente a 45 grados y pasar camiones era una odisea, así como cada camión que nos pasaba de frente hacia la dirección contraria suponía un golpazo de viento. No hace falta aclarar que confío en las habilidades para manejar de mi novio, porque de otra manera hubiera muerto de pánico al notar como el viento nos arrastraba de un lado para otro.

Finalmente, llegamos a nuestro siguiente destino. Un cartel al costado de la ruta nos indicaba que pocos kilómetros delante se encontraba Puerto Madryn. Paramos antes, en un mirador que se encontraba en lo alto. La ruta luego iba bajando hasta llegar a la inmensa ciudad que desde el mirador se veía completamente. Varios jotes de cabeza colorada nos daban la bienvenida planeando en lo alto.

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Jote de cabeza colorada planeando en lo alto en la entrada de Puerto Madryn

Lo primero que se me vino a la mente era cómo semejante ciudad podía alzarse en el medio de la nada misma?? La estepa patagónica se extendía en todas direcciones, modificando apenas su relieve con ciertas ondulaciones, pero tan árida y opaca como había sido el paisaje en los últimos días, y de repente era cortado por esa gran ciudad, a la orilla del Atlántico.

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La ciudad de Puerto Madryn, vista desde el mirador

Nos subimos a la moto y emprendimos los últimos kilómetros para entrar a la ciudad ansiosos. Martin trabaja en Informática y tendría que trabajar en unos proyectos, lo que suponía quedarnos varios días en Puerto Madryn, así que yo tendría tiempo de recorrer, conocer y sacar fotos. Además, muy cerca de de allí se encuentra la gran península de Valdés, famosa por sus áreas de lobería, elefantes marinos y avistaje de ballenas. Mi pequeña bióloga interior estaba deseosa de verlo TODO.

Habíamos iniciado nuestro viaje con algo de mala racha, pero de a poco, nos íbamos encontrando con mejores aires y aun nos faltaban muchas cosas por vivir.

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Hola Ayelen!! Créeme que no tengo palabras para expresar la emoción y las ganas de viajar libremente que me has logrado transmitir :) Solo puedo decirte que me siento como cuando era pequeña y empezaba a leer una emocionante historia de aventuras que al poco me veías corriendo por el bosque junto con mi perro Tane creando mis propias e imaginarias aventuras ^_^

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Hola Ayelen!! Créeme que no tengo palabras para expresar la emoción y las ganas de viajar libremente que me has logrado transmitir :) Solo puedo decirte que me siento como cuando era pequeña y empezaba a leer una emocionante historia de aventuras que al poco me veías corriendo por el bosque junto con mi perro Tane creando mis propias e imaginarias aventuras ^_^

 

MUCHAS GRACIAS!! Intentare poner lo mejor de mi para transmitir esa misma energia siempre! Gracias por la oportunidad!

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    1. AlexMexico
      Último Relato

      El transcurso de una vida urbana puede fácilmente tornarse en algo rutinario, incluso en la grandeza de la Ciudad de México donde, no importa cuándo, siempre se encuentra algo por hacer.

      Si bien, la rutina es algo que se puede fácilmente esquivar en la capital mexicana, hay algo de lo que es imposible escapar. La contaminación y la gente. Un pacífico fin de semana, a solas en el aire fresco, es una demanda de colosales magnitudes en una de las metrópolis más pobladas del mundo. Pero hay algo que la hace única, a pesar de su estresante e incesante actividad.

      Hace casi 700 años, los mexicas (mejor conocidos como aztecas) decidieron construir su capital en uno de los más bellos paisajes del Aztlán, la tierra que ellos consideraban su mundo. Fue en un islote, en medio de un lago rodeado por montañas, donde fundaron Tenochtitlán, lo que hoy todos conocemos como Ciudad de México.

      Los alrededores de Tenochtitlán están cercados de impresionantes paisajes naturales, que dejaron en claro por qué Mesoamérica fue y será el cuerno de la abundancia. Es así que escapar de la ajetreada vida capitalina es, incluso hoy, una tarea fácil.

      Aquella vez, la decisión para reposar un fin de semana fue tomada por Sediel, uno de mis mejores amigos con cuya novia haríamos el viaje. Con una tienda de campaña casi nueva, un saco de dormir y una mochila sedienta por querer ser utilizada, el estado de Hidalgo fue lo que atrajo nuestra atención.

      Contiguo al Estado de México, Hidalgo cuenta con pueblos coloniales, grutas, aguas termales, bosques, cañones, cascadas, minas y un sinfín de interesantes propuestas de aventura. Y muy cerca de Pachuca, su capital, el pueblo de Huasca de Ocampo fue el destino elegido.

      La pequeña localidad nació en la época colonial española, cuando la producción minera atrajo a adinerados hacendarios europeos, que usaron la mano de obra indígena para la explotación.

      El pueblo creció alrededor de cuatro grandes haciendas, y aunque en el declive de la zona (cuando México se volvió independiente) muchos edificios quedaron casi en ruinas, en el siglo pasado se restauró para hacerlo un pueblo de paseo para turistas.

      Son varias cosas que hacen especial a Huasca. Su café, sus leyendas (que incluyen a duendes y brujas) y, sobre todo, su hermosa situación geográfica.

      Ubicada entre la Sierra de Pachuca y el Valle de Tulancingo, los paisajes aledaños a Huasca son un deleite visual, perfecto para los cazadores de un reposo en la naturaleza. Así que en vez de quedarnos mucho más tiempo en Huasca decidimos seguir nuestra ruta hasta los prismas basálticos, uno de los principales atractivos del valle.

      Huasca se emplaza en el oriente del Eje volcánico transversal, una cadena de volcanes que atraviesa el país de este a oeste y lo corta por su parte central. 

      Hace un par de millones de años, el enfriamiento del escurrimiento de lava que se generó en esta zona formó columnas de basalto que tomaron formas de prismas pentagonales y hexagonales. El resultado es hoy una maravilla.

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      El conjunto de prismas encimados entre sí parecen una estructura de legos. Es difícil creer que la naturaleza haya creado formas tan inorgánicas por sí sola.

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      Accedimos a los prismas bajando unas escaleras que llevan hasta un pequeño corredor, por donde cae un arroyo. El agua es traída desde los ríos y las presas que alimentan de agua la comunidad de Santa María Regla, a la que pertenecen las columnas.

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      Aunque algunas de las pequeñas cuatro cascadas fueron arrastradas hasta allí por el hombre, no hay mejor manera de darle un toque más encantador a un lugar como aquel que con caídas de agua.

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      El arroyo culmina en un pequeño estanque, al que se debe acceder desde la hacienda contigua. Es la llamada Cascada de la Rosa.

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      Este lugar fue visitado y estudiado incluso por personajes como Alexander von Humboldt, durante sus viajes por América Latina. La UNESCO nombró al sitio como uno de los 30 geoparques de la Red global de geoparques.

      Aunque ya había sido testigo de columnas basálticas del mismo estilo en Islandia, verlas en México no hizo más que reafirmar que es un país que lo tiene todo.

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      Antes de que se hiciera más tarde, era momento de decidir dónde debíamos acampar. La zona de Huasca de Ocampo posee múltiples sitios para hacerlo. Pero al ser el último fin de semana del verano estudiantil, los campings y balnearios estaban repletos. 

      El pueblo no era una buena idea para huir del bullicio. Y con ganas de un contacto mucho más natural, decidimos escuchar la sugerencia de un chofer.

      Unos kilómetros al norte, lejos de la carretera, había un lugar llamado Peña del Aire. Nada habíamos escuchado sobre él. Incluso, encontrarlo en Google Maps no fue del todo fácil. La información en internet era casi escasa. Pues bien, eso lo hacía el lugar perfecto.

      Según se nos dijo, pocas personas llegaban hasta la peña, ubicada al borde un acantilado bajo el cual se extendía un enorme cañón. Y en lo alto, una zona de camping era ideal para pasar la noche, lejos de las luces, del ruido y de cualquier contacto humano.

      Aceptamos así un viaje en taxi hasta la peña. Y tras un arduo viaje por un feo y estrepitoso camino de ripio, el chofer nos dejó en un centro de visitantes, que no era más que una palapa.

      Peña del Aire es un parque ecoturístico protegido. Hay pocas casas y propiedades privadas dentro del terreno. Las únicas construcciones son casetas de vigilancia, cobranza y algunos puestos de comida y tiendas. 

      A solo unos pasos de aquel puesto de visitantes se abrió ante nosotros un enorme cañón, parte de la Sierra de Pachuca.

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      El nombre Peña del Aire se debe, precisamente, a una gigantesca peña que se yergue en uno de los costados de la barranca. Y sí, de hecho, parece que flota en el aire.

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      Estas formaciones rocosas son características de las barrancas de la Sierra Oriental. Y el sitio perfecto para un centro ecoturístico.

      Una tirolesa de unos 70 metros de largo se tiende al lado de la peña y permite a los visitantes volar sobre el abismo. 

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      En la parte más baja, un río dibuja el camino del valle, junto al cual solo una pequeña iglesia se posa junto a un par de campos de cultivo. Al mirar abajo, creímos que sería un excelente lugar para acampar.

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      Comenzamos el descenso con mochila al hombro, cuidadosos de seguir el mezquino sendero que nos guiaba. El calor era sofocante, pero valía la pena hacer el intento.

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      Las vistas desde las laderas eran sencillamente magníficas. La vegetación parecía hacerse cada vez más verde y, a decir verdad, no era lo único colorido que apareció en nuestro camino.

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      El curso nos llevaba por todo el costado de la barranca, pero poco simulaba bajar al río. Aunque los lugareños nos habían asegurado un rápido descenso, la travesía era más larga de lo esperado.

      Antes de seguir, supimos que algo no resultaría. Esperábamos el arribo de dos amigos más, y en lo bajo de la barranca la señal de telefonía era escasa. Sería mucho más fácil encontrarlos en lo alto del acantilado.

      Volvimos entonces, entregados al calor de la tarde que, por cierto, no tardaría en esfumarse para dar paso a un fresco atardecer.

      La planicie superior fue el mejor lugar para montar el campamento. Un terreno llano, pastoso y fresco donde, al parecer, seríamos los únicos en pasar la noche.

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      Nuestros amigos no tardaron su arribo, por suerte, antes del ocaso. Y con las tres tiendas una junto a la otra, fue momento de armar la hoguera.

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      Una pila de malvaviscos y roles de canela fue el menú perfecto para el atardecer, que tras un cielo nublado se esfumó sin mucha presencia.

      Pero aquellas nubes de tormenta, cuyos relámpagos eran lo único que iluminaba el horizonte nocturno, crearon la atmósfera perfecta para las historias de terror que se avecinaban.

      Huasca de Ocampo es el sitio perfecto para alguien como Sediel, un fanático de las criaturas de fantasía. El pueblo está lleno de leyendas sobre duendes y brujas que moran los bosques circundantes, y que han hecho sus apariciones en repetidas ocasiones.

      De hecho, cuenta con su propio museo de los duendes. Y vaya que nuestro campamento simulaba ser su hogar, con una torre de metal en forma de sombrero que, de hecho, albergaba los únicos baños disponibles, a los que nadie se atrevía a entrar una vez caída la noche.

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      Cuando el fuego se fue consumiendo, una extraña luz apareció detrás de los arbustos. Un color amarillo fluorescente de forma redonda se movía con delicadeza, y de repente palpitaba como el latido de un corazón.

      No le prestamos mucha atención, quizá era alguien con una linterna. Tras pocos minutos se esfumó sin darnos cuenta.

      A la siguiente mañana, los lugareños nos contarían que se trataba de una bruja. Aparecer como pequeñas centellas era su especialidad en aquella zona. Pues bien, al menos no decidió visitar nuestro campamento.

      El alba fue bastante frío. El sereno dejó nuestras carpas más que húmedas por fuera. Y no había nada que deseáramos más que un café caliente. Pero habría que esperar la apertura de los puestos.

      Entretanto, un temprano despertar fue la mejor decisión grupal tomada para poder ser testigos de un hermoso amanecer.

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      El sol se levantó sobre la sierra oriental, iluminando tenuemente la figura de cada barranca del cañón. Nada, sino el cantar de las aves, se podía escuchar en el abismo.

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      Es lo que un grupo entero de capitalinos buscaba lejos de la metrópoli. La serenidad de una fría y verde mañana. Pero acompañada de un café de olla a la apertura del primer puesto, todo fue incluso mejor.

      Luego del desayuno fue momento de bajar a la peña, y contemplar el valle dibujado por los primeros rayos del sol.

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      La bruma de la mañana poco a poco se retiraba, y dejaba al desnudo la vitaleza de un cañón que podía apaciguar todo pensamiento y todo presente.

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      Escalar la peña no era una opción segura, pero hasta la poca altura que pudimos llegar fue suficiente para sentirnos satisfechos en nuestro viaje.

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      Disfrutar de la barranca sin la presencia de turistas durante la noche y la mañana fue una excelente decisión, que nos daría el respiro necesario para volver a la vida de una colmada ciudad.

    2. flormdk
      Último Relato

      Hace un poco más de diez años que había visitado la provincia de Misiones para ir a un congreso cuando era estudiante de la carrera de la carrera de Licenciatura en Turismo... Estuve algunos días en la capital, la ciudad de Posadas y dos noches en Iguazú. En este momento todavía las Cataratas de Iguazú no habían sido declaradas como Maravilla Natural, no había una gran cantidad de turistas. A decir verdad, cuando fui al parque con mis compañeros estábamos solamente nosotros. Vale aclarar, que era temporada baja, era el mes de mayo.

      Hacía bastante tiempo que tenía ganas de regresar, por eso, en el mes de enero pasado, decidí tomarme mis vacaciones de verano en las Cataratas. Organicé un tour que empezó en Salta y terminó en Iguazú.

      Decidimos dedicarle 5 noches a la ciudad de Iguazú ya que sabemos que es una de clima subtropical donde puede haber abundantes lluvias que impidan salir a recorrer el parque.

      Llegamos a destino y nos recibió una lluvia afortunadamente no muy intensa. De todas formas, es bastante frecuente que corramos con esa suerte... siempre los destinos que visitamos nos reciben con lluvia pero los días siguientes suelen tener unas condiciones climáticas espectaculares, así que no nos preocupamos.

      El primer día que llegamos, teníamos pensado visitar el Parque pero con la lluvia no era un buen plan. Entonces, optamos por cruzar la frontera y visitar Ciudad del Este en Paraguay. Es una ciudad que tiene la fama de ser un destino de compras ya que es una zona franca, libre de impuestos. 

      Tomamos un colectivo y en menos de una hora estábamos en destino. Creo que no hay palabras para describir a este sitio... Es una ciudad cargada de comercios, de carteles, de vehículos, de gente, de ruido ambiente... Una ciudad totalmente caótica en la que no existen semáforos que orden el tránsito. Afortunadamente, fuimos con información de los mejores lugares para comprar y también teníamos en mente que comprar con el modelo ya elegido. Creo que no hay otra manera de visitar esta ciudad si no es con información previa... Hay muchísimos lugares, vendedores ambulantes y carteles que compiten entre sí. Es recomendable ir temprano, ya que todos los lugares cierran a las 16:00 de la tarde porque suelen abrir muy temprano en la mañana y trabajan en horario de corrido.

      Nosotros llegamos con el tiempo muy justo pero por suerte llegamos a conseguir lo que teníamos planeado, una cámara de fotos de viaje.

      El objetivo principal del viaje era visitar el Parque Nacional Iguazú... También nos interesaba conocer el Parque del lado de Brasil... 

      Fuimos un día del lado de Brasil fue un paseo muy corto porque teníamos que regresar temprano para tomar el colectivo. La vista es muy distinta a la vista del lado argentino, ya que las pasarelas están muy cerca de las Cataratas, pero el parque en este lado es mucho más pequeño. No volvería a visitarlo, pero si volvería una y otra vez al lado argentino ya que aquí el parque es muchísimo más grande y como los colectivos pasan hasta más tarde, se puede estar disfrutando del paisaje hasta las 17:00. Un dato muy importante para quienes deseen visitar las Cataratas, es que comprando la entrada para dos días consecutivos, el segundo día sale la mitad de precio.

      Desde Iguazú se pueden hacer muchas excursiones como por ejemplo visitar las Ruinas de San Ignacio un sitio arqueológico muy interesante, visitar las Minas de Wanda y comprar piedras semipreciosas, etc. Era verano, días de calor intensos cargados de húmedad, por lo que no tenía mucho interés en realizar excursiones de días completos. Nos quedaba un día libre, aprovechamos para conocer la ciudad de Foz de Iguazú. Visitamos un Shopping y recorrimos la ciudad. A decir verdad, la ciudad no me pareció muy llamativa pero siempre me resulta interesante conocer distintas ciudades del mundo.

       

      Consejos importantes para quienes deseen visitar Iguazú

      Conviene destinarle al menos dos días para recorrer todo el parque en el lado argentino es posible que un día no alcance para conocerlo completo.

      Es aconsejable evitar la temporada alta ya que es un destino muy turístico por lo que en enero y mitad de julio suele haber más cantidad de gente que en otros meses.

      Resulta óptimo dejar días libres porque es una zona de clima subtropical, pueden tocar días de lluvia en los que no sea la mejor opción visitar el Parque.

      En el Parque se pueden comprar souvenires, hay varios restaurantes, kioscos y cafés.

      No hay que olvidar el protector solar, repelente y anteojos de sol. Por supuesto, es necesario llevar calzado cómodo.

      Aconsejo que al llegar al Parque, lo primero que hagan sea visitar la Garganta del Diablo, es el paseo que está un poco más alejado comparado con el resto de los circuitos, sumado a ello es el más imponente. Para llegar hasta allí se puede ir caminando o sino el trencito ecológico del Parque, es muy lindo y pintoresco.

      La cena show que se ofrece en Foz de Iguazú es imperdible! Se puede disfrutar de un espectáculo de danzas con música regional mientras se pueden degustar cientos de platos.

      Para visitar las Cataratas se recomienda un mínimo de 4 noches. 

      Para quienes deseen estar en contacto con la naturaleza en su máximo esplendor, pueden realizar el sendero Macuco, para ello es imprescindible llevar agua y alimentos ya que en ese trayecto no existen kioscos ni lugares de ventas de alimentos. 

    3. Perdido en el sureste de México, casi al borde del mar y ubicado junto al río Papaloapan, se ubica uno de los pocos pueblos del país declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

      A solo 90 kilómetros al sur de la ciudad de Veracruz, este colorido pueblo aparece en medio de una región tropical y cálida, cuyo único respiro del infernal calor es la brisa que carga consigo el río.

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      Visitarlo en verano un par de veces quizá no fue la mejor idea. Pero el solo hecho de estar allí significa un refresco del movimiento de la ciudad.

      Tlacotalpan surgió como un asentamiento del pueblo totonaca, una civilización mesoamericana prehispánica que se asentó en buena parte de la costa del Golfo de México. Su nombre significa “entre aguas”.

      Pero fue con la llegada de los españoles que el pueblo creció y tomó forma, desde que Pedro de Alvarado recorrió el Papaloapan río arriba, descubriendo que Tlacotalpan podría ser un buen puerto fluvial para el transporte de mercancías al Imperio Español.

      Así fue como surgieron dos grandes haciendas en la zona, que aunque corrieron el riesgo de ser abandonadas, hicieron que en algún momento la población de españoles creciera. Y sumado a la importación de esclavos negros africanos desde el puerto de Veracruz, Tlacotalpan tomó la raíz multicultural y multiétnica que posee hasta el día de hoy.

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      El pueblo es el corazón del son jarocho y los jaraneros, estilos musicales provenientes del Caribe y que fueron desarrollados en la mayor parte de la costa del Golfo gracias a los afrodescendientes.

      La misma palabra “jarocho” define a las personas provenientes de la región del Sotavento, sobre todo aquellos de piel oscura que usaban jaras como método de pesca. Y esas raíces extranjeras finalmente se impregnaron en la zona alrededor de Tlacotalpan.

      Músicos con sus típicos trajes blancos, con sombreros de paja y pañuelos rojos caminan por las calles ofreciendo coplas. Mientras en las noches llegan los huapangos, fiestas donde el son jarocho es el invitado principal.

      Pero el mayor atractivo del pueblo es sin duda su arquitectura vernácula, es decir, que las construcciones fueron hechas de forma auténtica por los habitantes nativos con materiales de la zona.

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      En 1714 el río se desbordó, y en 1788 un incendio arrasó con muchas de las casas. Es por ello que se ordenó que a partir de entonces todo edificio fuera alzado con mampostería. 

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      Y desde aquella época, un lejano siglo XVIII, las típicas casonas con arcos y pilares se han mantenido en pie.

      Luciendo los vivos colores de México, cada casa es un ejemplo de lo que puede lograrse de forma artificial, respetando siempre lo natural.

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      Cada teja, cada muro, cada columna, cada acera, fueron construidos con los materiales que la propia cuenca del Papaloapan le otorgó a la ciudad. Y se convirtió con los años en el orgullo de los tlacotalpeños.

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      Aunque el puerto fluvial perdió su importancia con la llegada del ferrocarril, el río ha sido siempre parte vital de Tlacotalpan. No solo como medio de transporte, sino al aportar el agua para los cultivos, la ganadería, los pobladores, regular el clima y para la pesca.

      Tomar una balsa para dar un paseo por sus aguas es uno de los mayores atractivos hoy en día.

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      Aunque para ser sincero, la magia de la mampostería y la arquitectura vernácula se esfuma de inmediato.

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      En su lugar, es suplantada por modernas mansiones pertenecientes a la clase alta de Veracruz. Políticos y empresarios han construido sus casas de verano en la riviera, y los yates estacionados en su orilla confirman su poder adquisitivo.

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      Aún así, no está de más un recorrido por el emblemático Papaloapan, que transporta sus aguas desde las tierras de Tuxtepec.

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      El propio río sirve para bendecir la ciudad cada 2 de febrero, cuando las fiestas patronales llegan con la Virgen de la Candelaria.

      Una estatua de la virgen es transportada en una balsa y otorga su bendición al pueblo para evitar inundaciones y otras calamidades, que suelen ser comunes en esta zona tropical.

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      Las fiestas van acompañadas de ferias, mercados de comida callejera, huapangos y hasta un embalse de toros, que son soltados libres por las calles de la ciudad luego de cruzar el río junto a los ganaderos.

      La iglesia es uno de los puntos icónicos de la ciudad, ubicada en la plaza central, o zócalo, como se le conoce en México.

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      Esta explanada crea el plano urbanístico típico de una ciudad colonial española. Un cuadrante central con una alameda, junto a la cual se posa el templo católico y su campanario.

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      Junto a ella, el palacio municipal que funge como poder político, y que servía para demostrar a los antiguos indígenas quién tenía el poder sobre ellos.

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      Tras el zócalo, las calles perpendiculares se trazaron desde el río al interior de las tierras que lo orillan, formando las cuadras empedradas que dibujan hoy la totalidad de Tlacotalpan.

      La tejas en lo alto de las casas otorgan una fresca manera de protegerse del sol. El aire acondicionado no es tan común en esta zona. Pero los corredores y patios centrales son suficientes para ventilar los interiores.

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      Es común encontrar bancas y mecedoras en los pasillos exteriores de las casas, donde los vecinos se sientan a compartir un torito por las tardes, la bebida tradicional hecha a base de alcohol de caña.

      Para mí y mis amigos, la bicicleta fue la mejor manera de recorrer el pueblo. Al fin y al cabo, su terreno plano puede ser bastante bien aprovechado sobre dos ruedas.

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      Un lugar donde los niños todavía corren por las calles, los músicos se pasean por tiendas y restaurantes, los mariscos frescos se sirven en platos calientes y las botellas heladas de torito refrescan del calor.

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      Tlacotalpan se ha ganado con creces, y sin lugar a dudas, su título como Patrimonio de la Humanidad, al combinar tres etnias y culturas en un pequeño lugar.

      Sus casonas vernáculas y vivos colores son el mejor ejemplo de lo lindo de México. Un mágico y perdido lugar entre las selvas tropicales del sur.

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