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La llegada a la Isla de Tierra del Fuego

Ayelen

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Llegar a la provincia de Tierra del Fuego es una gran travesía. Dada su posición geográfica, se debe salir de Argentina y arribar a territorio chileno, luego atravesar la Patagonia chilena, que parece un sitio olvidado en un extremo del mundo, después embarcarse y cruzar el estrecho de Magallanes para encontrarse finalmente con kilómetros y kilómetros de un camino ondulado de ripio. Es un recorrido muy particular.

Esa mañana, luego de pasar la noche en el volcán de la reserva Laguna Azul, y a sólo pocos minutos de allí, asentadas en el medio de la inmensidad patagónica, nos encontramos con las oficinas del paso fronterizo y con el decepcionante panorama de una gran fila de autos. El trámite se hizo muy largo, al parecer ese fin de semana largo varios habían tenido el mismo plan de escape, y las oficinas de frontera se habían visto desbordadas de trabajo. Fueron tres horas de espera interminable, trámites, papeleos y documentos.

Cuando al fin obtuvimos el permiso legal para ingresar al país vecino, continuamos por la ruta, cruzándonos en el camino con varios viajantes que también manejaban motos y que saludaban de manera cómplice al pasar. El camino no cambió mágicamente aunque ahora transitábamos por otro país (quizás debo confesar que inocentemente, esperaba encontrarme con algo novedoso..jeje), la estepa patagónica seguía extendiéndose a los costados de la carretera igual de vasta y llana que siempre. La temperatura ahora era aún más baja, ya comenzaba a encimarme ropa, calzas térmicas, sobre calzas de lana, pantalón, camiseta, campera y guantes…sobre la moto, el frio austral comenzaba a ser un poco complicado de soportar.

La ruta asfaltada continúo hasta que llegamos al embalse en el estrecho de Magallanes. El camino terminaba básicamente en el agua. Varios autos esperaban en fila y justo en la orilla, una gran balsa con sus compuertas bajas aguardaba el ascenso de los vehículos. Arribamos, avanzando sobre la rampa que rugió metálicamente con nuestro peso y ubicamos la moto entre unos autos, sobre la ancha plataforma de la balsa. Mientras algunos vehículos continuaban subiendo, obedeciendo las indicaciones de un operario chileno, dejamos la moto y nos dirigimos a unas escaleras que ascendían hasta la parte superior de la embarcación, a un pequeño balcón desde donde se podía ver el estrecho de Magallanes en su totalidad. El día estaba nublado y gris y corría un viento bastante frio, que arrastraba ese peculiar olor a mar.

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El estrecho de Magallanes, desde la balsa.

El operario se acercó a nosotros y nos preguntó por el viaje y la moto que había llamado su atención, pero apenas le presté atención. Todo alrededor me parecía tan extraño. Estar a punto de embarcarme para al fin llegar a Tierra del Fuego, el llamado “fin del mundo”… jamás había imaginado en mi vida que llegaría tan lejos, y mucho menos de la forma en que lo haría. Las compuertas se cerraron, y un movimiento brusco indicó el comienzo del viaje. La balsa se movía realmente rápido. Apoyada por sobre la baranda solo miraba maravillada el mar llano extendiéndose delante de nosotros, que se confundía en el horizonte con el cielo gris, mientras que el frio viento me pegaba en la cara. Por sobre el ruido del motor, y el ruido de la balsa rompiendo en el mar, me llegó la voz del chileno que seguía hablando con Martin y le aconsejaba que estuviera atento porque era probable que aparecieran toninas en el agua. Mi emoción llegó a un punto máximo cuando, por entre el oleaje del mar, quizás atraídas por el ruido o por su simple naturaleza curiosa, comenzaron a divisarse veloces manchas blancas.

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Toninas nadando al lado de la balsa

Las toninas, delfines de llamativos colores blanco y negro, empezaron a aparecer de a pares, nadando velozmente al lado de la balsa, saltando por sobre el agua. Una hembra con su cría nadaba tan rápidamente que prácticamente se movía a la par de la balsa. Jamás había visto a esos bellos animales tan de cerca, y verlos nadar tan armoniosamente al lado nuestro, como dándonos la bienvenida a la isla, me llenó de una emoción que no pude contener y admito que se me escaparon algunas lágrimas de felicidad.

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El cruce duró apenas unos minutos, y cuando menos me lo esperaba, la moto estaba descendiendo de la balsa y llegábamos, al fin, a la isla de Tierra del Fuego, dentro de Chile aun. La alegría se percibía en nuestras caras, que, a pesar del frío y del día gris, no paraban de reflejar sonrisas inmensas de oreja a oreja.

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Descendiendo de la balsa

Después de varios días de atravesar campos y caminos, finalmente habíamos llegado a Tierra del Fuego, nuestra primera meta en este viaje que tanto habíamos soñado los dos. Delante de nosotros se abría un camino desconocido para ambos, lo que nos llenaba de ansias y curiosidad.

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La ruta seguía asfaltada sólo hasta un pequeño pueblo llamado Cerro Sombrero, donde nos vimos obligado a cargar el tanque de la moto. Desde allí, nos esperaba un largo, largo camino de ripio.

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Camino de ripio, en Chile

El camino de tierra no fue fácil, porque había mucha piedra suelta y la moto perdía el equilibrio fácilmente, por lo que había que avanzar despacio. Ese día conocí realmente lo difícil que es un camino de ripio y se convirtió en mi primer enemigo de la carretera (luego, se sumarían algunos más…). A pesar de que la moto, con sus cubiertas y demás, está preparada para este tipo de camino, también llevaba mucha carga encima, así que debíamos ser cautelosos. Además era una ruta muy poco transitada, y no había casi ninguna población en las cercanías. A los lados de la ruta, ahora veíamos inmensas extensiones de campos cercados, con pastos verdes ondeándose por el viento. Algunos pequeños arroyos corrían por entre la vegetación y a lo lejos podían verse inmensos cerros, elevándose en el horizonte y comenzábamos a ver las primeras montañas. El camino se fue convirtiendo en un interminable trayecto ondulado, donde cada tanto podíamos divisar alguna casita perdida en el medio de esos campos o algún rebaño de ovejas pastando, pero nada más. La moto vibraba intensamente bajo el irregular suelo y cada tanto resbalaba peligrosamente hacia los costados, haciendo que yo me aferrara a la campera de Martin y cerrara los ojos, esperando la caída, pero por suerte tengo un experto al mando y salimos ilesos de ese trayecto.

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El interminable camino de ripio.

No recuerdo cuanto tiempo exacto nos tomó cruzar toda esa interminable ruta, pero se me hizo eterno, nosotros dos solos sobre la moto atravesando esos anchos campos en la zona más austral del mundo. Así fue como arribamos al fin al cruce de San Sebastián, donde luego del papeleo, rápido esta vez, volvimos a ingresar a Argentina. Para mi gran alivio, la ruta volvía a ser asfaltada y ahora podíamos ir más tranquilos y relajados.

Sin embargo, aún nos faltaban varios kilómetros por recorrer hasta llegar a la primera ciudad de la isla, Rio Grande. El viento empezaba a soplar cada vez más fuerte y yo cada vez me hacía más pequeña para acobijarme tras la espalda de Martin. Para hacer la travesía más complicada aún, una fina lluvia comenzaba a caer desde el nublado y gris cielo. La ruta ya dentro de Argentina era mucho más transitada, sobretodo por grandes camiones de carga. Comenzamos a bordear la costa del mar, a pocos kilómetros de la entrada de la ciudad y de repente esa pequeña llovizna se transformó en una lluvia intensa y constante. De a poco empecé a sentir mis pantalones mojados y parte de la campera. Las gotas se acumulaban en el visor del casco y se filtraban hacia adentro, así que ya nada me protegía de estar mojada. El frio viento que nos golpeaba en la ruta empezó a hacerme tiritar, y ya no veía las horas de llegar.

Empapados de pies a cabeza entramos en la ciudad de Rio Grande. Cuando nos cruzamos con la primera estación de servicio, bajamos en busca de reparo de la lluvia y de un poco de calor. Casi temblando y completamente mojados ingresamos al coffe shop de la estación, para cambiar nuestras ropas mojadas y elevar un poco nuestra temperatura con alguna bebida caliente.

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La ciudad de Rio Grande, en Tierra del Fuego

Mientas esperábamos que la lluvia cesara, decidimos que luego de semejante día de viaje, lo mejor sería buscar un alojamiento para descansar bien, y al día siguiente buscar un lugar adecuado para acampar y volver a nuestra habitual carpa. Como si de una señal divina se tratara, un grupo de jóvenes se acercó a nosotros, curiosos de vernos llegar en la moto, y se ofrecieron a indicarnos los distintos hoteles de la ciudad. Esa noche conocimos a Gabriel y Melisa, y hasta el día de hoy agradezco ese encuentro.

Esta adorable pareja era originalmente de Ushuaia, la última ciudad en la isla, pero estaban de paseo por Rio Grande. Amablemente, nos indicaron los distintos hoteles de la zona y luego de visitar cada uno (algo espantados por lo elevado de los costos), llegamos a un lujoso hotel que casualmente tenían una promoción económica de sus habitaciones.

Aún recuerdo nuestras caras cuando ingresamos a la gigantesca suite del hotel Status. En la habitación se lucían un televisor plasma enorme, calefacción centralizada, elegantes muebles de madera y una cama exageradamente grande. Era muy irónico pensar que la noche anterior habíamos acampado en medio de un gigantesco cráter de un volcán, completamente solos, y que esa noche estábamos en una lujosa habitación de un hotel cinco estrellas que hasta tenía un teléfono en el baño (¡¡en el baño!!). A pesar de que ningún hotel puede superar la belleza de acampar en un lugar al aire libre, admito que esa noche descansamos muy bien.

Al día siguiente nos trasladamos a un hostel, donde pasaríamos los siguientes días, porque lamentablemente en Rio Grande no hay campings habilitados. Martin debió tomarse unos días para trabajar desde su computadora, así que nos vimos obligados a permanecer en la ciudad más de lo deseado. Rio Grande es una enorme ciudad, mayormente industrial, pero que no posee muchas opciones a la hora de disfrutar de nuevos paisajes o actividades. Para ser honesta, me aburrí bastante.

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Del volcán a una habitación 5 estrellas

Nuestra siguiente parada, antes de llegar a Ushuaia, la ciudad más austral del mundo, era un pequeño pueblo llamado Tolhuin del que nos habían hablado maravillas. Impaciente, aguardé durante tres días en Rio Grande, hasta que finalmente una mañana juntamos nuestras cosas y retomamos la ruta.

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No puedo imaginarme esa lluvia golpeándolos de frente en la moto. En fin, son aventuras. Mucha suerte en su viaje camino a Ushuaia :)

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¡ Qué paisajes hermosamente desolados, entiendo que tras varias horas se vuelven monótonon pero a mi me fascinan !

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jejeje... y el peor frio aun no lo habia pasado.... Llegué al punto de llorar!! pero lo contaré mas adelante :)

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Que espectacular Ayelen! Me llegué incluso a imaginar como se siente andar en parajes tan desolados. 

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    1. AlexMexico
      Último Relato

      El transcurso de una vida urbana puede fácilmente tornarse en algo rutinario, incluso en la grandeza de la Ciudad de México donde, no importa cuándo, siempre se encuentra algo por hacer.

      Si bien, la rutina es algo que se puede fácilmente esquivar en la capital mexicana, hay algo de lo que es imposible escapar. La contaminación y la gente. Un pacífico fin de semana, a solas en el aire fresco, es una demanda de colosales magnitudes en una de las metrópolis más pobladas del mundo. Pero hay algo que la hace única, a pesar de su estresante e incesante actividad.

      Hace casi 700 años, los mexicas (mejor conocidos como aztecas) decidieron construir su capital en uno de los más bellos paisajes del Aztlán, la tierra que ellos consideraban su mundo. Fue en un islote, en medio de un lago rodeado por montañas, donde fundaron Tenochtitlán, lo que hoy todos conocemos como Ciudad de México.

      Los alrededores de Tenochtitlán están cercados de impresionantes paisajes naturales, que dejaron en claro por qué Mesoamérica fue y será el cuerno de la abundancia. Es así que escapar de la ajetreada vida capitalina es, incluso hoy, una tarea fácil.

      Aquella vez, la decisión para reposar un fin de semana fue tomada por Sediel, uno de mis mejores amigos con cuya novia haríamos el viaje. Con una tienda de campaña casi nueva, un saco de dormir y una mochila sedienta por querer ser utilizada, el estado de Hidalgo fue lo que atrajo nuestra atención.

      Contiguo al Estado de México, Hidalgo cuenta con pueblos coloniales, grutas, aguas termales, bosques, cañones, cascadas, minas y un sinfín de interesantes propuestas de aventura. Y muy cerca de Pachuca, su capital, el pueblo de Huasca de Ocampo fue el destino elegido.

      La pequeña localidad nació en la época colonial española, cuando la producción minera atrajo a adinerados hacendarios europeos, que usaron la mano de obra indígena para la explotación.

      El pueblo creció alrededor de cuatro grandes haciendas, y aunque en el declive de la zona (cuando México se volvió independiente) muchos edificios quedaron casi en ruinas, en el siglo pasado se restauró para hacerlo un pueblo de paseo para turistas.

      Son varias cosas que hacen especial a Huasca. Su café, sus leyendas (que incluyen a duendes y brujas) y, sobre todo, su hermosa situación geográfica.

      Ubicada entre la Sierra de Pachuca y el Valle de Tulancingo, los paisajes aledaños a Huasca son un deleite visual, perfecto para los cazadores de un reposo en la naturaleza. Así que en vez de quedarnos mucho más tiempo en Huasca decidimos seguir nuestra ruta hasta los prismas basálticos, uno de los principales atractivos del valle.

      Huasca se emplaza en el oriente del Eje volcánico transversal, una cadena de volcanes que atraviesa el país de este a oeste y lo corta por su parte central. 

      Hace un par de millones de años, el enfriamiento del escurrimiento de lava que se generó en esta zona formó columnas de basalto que tomaron formas de prismas pentagonales y hexagonales. El resultado es hoy una maravilla.

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      El conjunto de prismas encimados entre sí parecen una estructura de legos. Es difícil creer que la naturaleza haya creado formas tan inorgánicas por sí sola.

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      Accedimos a los prismas bajando unas escaleras que llevan hasta un pequeño corredor, por donde cae un arroyo. El agua es traída desde los ríos y las presas que alimentan de agua la comunidad de Santa María Regla, a la que pertenecen las columnas.

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      Aunque algunas de las pequeñas cuatro cascadas fueron arrastradas hasta allí por el hombre, no hay mejor manera de darle un toque más encantador a un lugar como aquel que con caídas de agua.

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      El arroyo culmina en un pequeño estanque, al que se debe acceder desde la hacienda contigua. Es la llamada Cascada de la Rosa.

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      Este lugar fue visitado y estudiado incluso por personajes como Alexander von Humboldt, durante sus viajes por América Latina. La UNESCO nombró al sitio como uno de los 30 geoparques de la Red global de geoparques.

      Aunque ya había sido testigo de columnas basálticas del mismo estilo en Islandia, verlas en México no hizo más que reafirmar que es un país que lo tiene todo.

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      Antes de que se hiciera más tarde, era momento de decidir dónde debíamos acampar. La zona de Huasca de Ocampo posee múltiples sitios para hacerlo. Pero al ser el último fin de semana del verano estudiantil, los campings y balnearios estaban repletos. 

      El pueblo no era una buena idea para huir del bullicio. Y con ganas de un contacto mucho más natural, decidimos escuchar la sugerencia de un chofer.

      Unos kilómetros al norte, lejos de la carretera, había un lugar llamado Peña del Aire. Nada habíamos escuchado sobre él. Incluso, encontrarlo en Google Maps no fue del todo fácil. La información en internet era casi escasa. Pues bien, eso lo hacía el lugar perfecto.

      Según se nos dijo, pocas personas llegaban hasta la peña, ubicada al borde un acantilado bajo el cual se extendía un enorme cañón. Y en lo alto, una zona de camping era ideal para pasar la noche, lejos de las luces, del ruido y de cualquier contacto humano.

      Aceptamos así un viaje en taxi hasta la peña. Y tras un arduo viaje por un feo y estrepitoso camino de ripio, el chofer nos dejó en un centro de visitantes, que no era más que una palapa.

      Peña del Aire es un parque ecoturístico protegido. Hay pocas casas y propiedades privadas dentro del terreno. Las únicas construcciones son casetas de vigilancia, cobranza y algunos puestos de comida y tiendas. 

      A solo unos pasos de aquel puesto de visitantes se abrió ante nosotros un enorme cañón, parte de la Sierra de Pachuca.

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      El nombre Peña del Aire se debe, precisamente, a una gigantesca peña que se yergue en uno de los costados de la barranca. Y sí, de hecho, parece que flota en el aire.

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      Estas formaciones rocosas son características de las barrancas de la Sierra Oriental. Y el sitio perfecto para un centro ecoturístico.

      Una tirolesa de unos 70 metros de largo se tiende al lado de la peña y permite a los visitantes volar sobre el abismo. 

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      En la parte más baja, un río dibuja el camino del valle, junto al cual solo una pequeña iglesia se posa junto a un par de campos de cultivo. Al mirar abajo, creímos que sería un excelente lugar para acampar.

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      Comenzamos el descenso con mochila al hombro, cuidadosos de seguir el mezquino sendero que nos guiaba. El calor era sofocante, pero valía la pena hacer el intento.

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      Las vistas desde las laderas eran sencillamente magníficas. La vegetación parecía hacerse cada vez más verde y, a decir verdad, no era lo único colorido que apareció en nuestro camino.

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      El curso nos llevaba por todo el costado de la barranca, pero poco simulaba bajar al río. Aunque los lugareños nos habían asegurado un rápido descenso, la travesía era más larga de lo esperado.

      Antes de seguir, supimos que algo no resultaría. Esperábamos el arribo de dos amigos más, y en lo bajo de la barranca la señal de telefonía era escasa. Sería mucho más fácil encontrarlos en lo alto del acantilado.

      Volvimos entonces, entregados al calor de la tarde que, por cierto, no tardaría en esfumarse para dar paso a un fresco atardecer.

      La planicie superior fue el mejor lugar para montar el campamento. Un terreno llano, pastoso y fresco donde, al parecer, seríamos los únicos en pasar la noche.

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      Nuestros amigos no tardaron su arribo, por suerte, antes del ocaso. Y con las tres tiendas una junto a la otra, fue momento de armar la hoguera.

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      Una pila de malvaviscos y roles de canela fue el menú perfecto para el atardecer, que tras un cielo nublado se esfumó sin mucha presencia.

      Pero aquellas nubes de tormenta, cuyos relámpagos eran lo único que iluminaba el horizonte nocturno, crearon la atmósfera perfecta para las historias de terror que se avecinaban.

      Huasca de Ocampo es el sitio perfecto para alguien como Sediel, un fanático de las criaturas de fantasía. El pueblo está lleno de leyendas sobre duendes y brujas que moran los bosques circundantes, y que han hecho sus apariciones en repetidas ocasiones.

      De hecho, cuenta con su propio museo de los duendes. Y vaya que nuestro campamento simulaba ser su hogar, con una torre de metal en forma de sombrero que, de hecho, albergaba los únicos baños disponibles, a los que nadie se atrevía a entrar una vez caída la noche.

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      Cuando el fuego se fue consumiendo, una extraña luz apareció detrás de los arbustos. Un color amarillo fluorescente de forma redonda se movía con delicadeza, y de repente palpitaba como el latido de un corazón.

      No le prestamos mucha atención, quizá era alguien con una linterna. Tras pocos minutos se esfumó sin darnos cuenta.

      A la siguiente mañana, los lugareños nos contarían que se trataba de una bruja. Aparecer como pequeñas centellas era su especialidad en aquella zona. Pues bien, al menos no decidió visitar nuestro campamento.

      El alba fue bastante frío. El sereno dejó nuestras carpas más que húmedas por fuera. Y no había nada que deseáramos más que un café caliente. Pero habría que esperar la apertura de los puestos.

      Entretanto, un temprano despertar fue la mejor decisión grupal tomada para poder ser testigos de un hermoso amanecer.

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      El sol se levantó sobre la sierra oriental, iluminando tenuemente la figura de cada barranca del cañón. Nada, sino el cantar de las aves, se podía escuchar en el abismo.

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      Es lo que un grupo entero de capitalinos buscaba lejos de la metrópoli. La serenidad de una fría y verde mañana. Pero acompañada de un café de olla a la apertura del primer puesto, todo fue incluso mejor.

      Luego del desayuno fue momento de bajar a la peña, y contemplar el valle dibujado por los primeros rayos del sol.

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      La bruma de la mañana poco a poco se retiraba, y dejaba al desnudo la vitaleza de un cañón que podía apaciguar todo pensamiento y todo presente.

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      Escalar la peña no era una opción segura, pero hasta la poca altura que pudimos llegar fue suficiente para sentirnos satisfechos en nuestro viaje.

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      Disfrutar de la barranca sin la presencia de turistas durante la noche y la mañana fue una excelente decisión, que nos daría el respiro necesario para volver a la vida de una colmada ciudad.

    2. flormdk
      Último Relato

      Hace un poco más de diez años que había visitado la provincia de Misiones para ir a un congreso cuando era estudiante de la carrera de la carrera de Licenciatura en Turismo... Estuve algunos días en la capital, la ciudad de Posadas y dos noches en Iguazú. En este momento todavía las Cataratas de Iguazú no habían sido declaradas como Maravilla Natural, no había una gran cantidad de turistas. A decir verdad, cuando fui al parque con mis compañeros estábamos solamente nosotros. Vale aclarar, que era temporada baja, era el mes de mayo.

      Hacía bastante tiempo que tenía ganas de regresar, por eso, en el mes de enero pasado, decidí tomarme mis vacaciones de verano en las Cataratas. Organicé un tour que empezó en Salta y terminó en Iguazú.

      Decidimos dedicarle 5 noches a la ciudad de Iguazú ya que sabemos que es una de clima subtropical donde puede haber abundantes lluvias que impidan salir a recorrer el parque.

      Llegamos a destino y nos recibió una lluvia afortunadamente no muy intensa. De todas formas, es bastante frecuente que corramos con esa suerte... siempre los destinos que visitamos nos reciben con lluvia pero los días siguientes suelen tener unas condiciones climáticas espectaculares, así que no nos preocupamos.

      El primer día que llegamos, teníamos pensado visitar el Parque pero con la lluvia no era un buen plan. Entonces, optamos por cruzar la frontera y visitar Ciudad del Este en Paraguay. Es una ciudad que tiene la fama de ser un destino de compras ya que es una zona franca, libre de impuestos. 

      Tomamos un colectivo y en menos de una hora estábamos en destino. Creo que no hay palabras para describir a este sitio... Es una ciudad cargada de comercios, de carteles, de vehículos, de gente, de ruido ambiente... Una ciudad totalmente caótica en la que no existen semáforos que orden el tránsito. Afortunadamente, fuimos con información de los mejores lugares para comprar y también teníamos en mente que comprar con el modelo ya elegido. Creo que no hay otra manera de visitar esta ciudad si no es con información previa... Hay muchísimos lugares, vendedores ambulantes y carteles que compiten entre sí. Es recomendable ir temprano, ya que todos los lugares cierran a las 16:00 de la tarde porque suelen abrir muy temprano en la mañana y trabajan en horario de corrido.

      Nosotros llegamos con el tiempo muy justo pero por suerte llegamos a conseguir lo que teníamos planeado, una cámara de fotos de viaje.

      El objetivo principal del viaje era visitar el Parque Nacional Iguazú... También nos interesaba conocer el Parque del lado de Brasil... 

      Fuimos un día del lado de Brasil fue un paseo muy corto porque teníamos que regresar temprano para tomar el colectivo. La vista es muy distinta a la vista del lado argentino, ya que las pasarelas están muy cerca de las Cataratas, pero el parque en este lado es mucho más pequeño. No volvería a visitarlo, pero si volvería una y otra vez al lado argentino ya que aquí el parque es muchísimo más grande y como los colectivos pasan hasta más tarde, se puede estar disfrutando del paisaje hasta las 17:00. Un dato muy importante para quienes deseen visitar las Cataratas, es que comprando la entrada para dos días consecutivos, el segundo día sale la mitad de precio.

      Desde Iguazú se pueden hacer muchas excursiones como por ejemplo visitar las Ruinas de San Ignacio un sitio arqueológico muy interesante, visitar las Minas de Wanda y comprar piedras semipreciosas, etc. Era verano, días de calor intensos cargados de húmedad, por lo que no tenía mucho interés en realizar excursiones de días completos. Nos quedaba un día libre, aprovechamos para conocer la ciudad de Foz de Iguazú. Visitamos un Shopping y recorrimos la ciudad. A decir verdad, la ciudad no me pareció muy llamativa pero siempre me resulta interesante conocer distintas ciudades del mundo.

       

      Consejos importantes para quienes deseen visitar Iguazú

      Conviene destinarle al menos dos días para recorrer todo el parque en el lado argentino es posible que un día no alcance para conocerlo completo.

      Es aconsejable evitar la temporada alta ya que es un destino muy turístico por lo que en enero y mitad de julio suele haber más cantidad de gente que en otros meses.

      Resulta óptimo dejar días libres porque es una zona de clima subtropical, pueden tocar días de lluvia en los que no sea la mejor opción visitar el Parque.

      En el Parque se pueden comprar souvenires, hay varios restaurantes, kioscos y cafés.

      No hay que olvidar el protector solar, repelente y anteojos de sol. Por supuesto, es necesario llevar calzado cómodo.

      Aconsejo que al llegar al Parque, lo primero que hagan sea visitar la Garganta del Diablo, es el paseo que está un poco más alejado comparado con el resto de los circuitos, sumado a ello es el más imponente. Para llegar hasta allí se puede ir caminando o sino el trencito ecológico del Parque, es muy lindo y pintoresco.

      La cena show que se ofrece en Foz de Iguazú es imperdible! Se puede disfrutar de un espectáculo de danzas con música regional mientras se pueden degustar cientos de platos.

      Para visitar las Cataratas se recomienda un mínimo de 4 noches. 

      Para quienes deseen estar en contacto con la naturaleza en su máximo esplendor, pueden realizar el sendero Macuco, para ello es imprescindible llevar agua y alimentos ya que en ese trayecto no existen kioscos ni lugares de ventas de alimentos. 

    3. Perdido en el sureste de México, casi al borde del mar y ubicado junto al río Papaloapan, se ubica uno de los pocos pueblos del país declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

      A solo 90 kilómetros al sur de la ciudad de Veracruz, este colorido pueblo aparece en medio de una región tropical y cálida, cuyo único respiro del infernal calor es la brisa que carga consigo el río.

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      Visitarlo en verano un par de veces quizá no fue la mejor idea. Pero el solo hecho de estar allí significa un refresco del movimiento de la ciudad.

      Tlacotalpan surgió como un asentamiento del pueblo totonaca, una civilización mesoamericana prehispánica que se asentó en buena parte de la costa del Golfo de México. Su nombre significa “entre aguas”.

      Pero fue con la llegada de los españoles que el pueblo creció y tomó forma, desde que Pedro de Alvarado recorrió el Papaloapan río arriba, descubriendo que Tlacotalpan podría ser un buen puerto fluvial para el transporte de mercancías al Imperio Español.

      Así fue como surgieron dos grandes haciendas en la zona, que aunque corrieron el riesgo de ser abandonadas, hicieron que en algún momento la población de españoles creciera. Y sumado a la importación de esclavos negros africanos desde el puerto de Veracruz, Tlacotalpan tomó la raíz multicultural y multiétnica que posee hasta el día de hoy.

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      El pueblo es el corazón del son jarocho y los jaraneros, estilos musicales provenientes del Caribe y que fueron desarrollados en la mayor parte de la costa del Golfo gracias a los afrodescendientes.

      La misma palabra “jarocho” define a las personas provenientes de la región del Sotavento, sobre todo aquellos de piel oscura que usaban jaras como método de pesca. Y esas raíces extranjeras finalmente se impregnaron en la zona alrededor de Tlacotalpan.

      Músicos con sus típicos trajes blancos, con sombreros de paja y pañuelos rojos caminan por las calles ofreciendo coplas. Mientras en las noches llegan los huapangos, fiestas donde el son jarocho es el invitado principal.

      Pero el mayor atractivo del pueblo es sin duda su arquitectura vernácula, es decir, que las construcciones fueron hechas de forma auténtica por los habitantes nativos con materiales de la zona.

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      En 1714 el río se desbordó, y en 1788 un incendio arrasó con muchas de las casas. Es por ello que se ordenó que a partir de entonces todo edificio fuera alzado con mampostería. 

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      Y desde aquella época, un lejano siglo XVIII, las típicas casonas con arcos y pilares se han mantenido en pie.

      Luciendo los vivos colores de México, cada casa es un ejemplo de lo que puede lograrse de forma artificial, respetando siempre lo natural.

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      Cada teja, cada muro, cada columna, cada acera, fueron construidos con los materiales que la propia cuenca del Papaloapan le otorgó a la ciudad. Y se convirtió con los años en el orgullo de los tlacotalpeños.

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      Aunque el puerto fluvial perdió su importancia con la llegada del ferrocarril, el río ha sido siempre parte vital de Tlacotalpan. No solo como medio de transporte, sino al aportar el agua para los cultivos, la ganadería, los pobladores, regular el clima y para la pesca.

      Tomar una balsa para dar un paseo por sus aguas es uno de los mayores atractivos hoy en día.

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      Aunque para ser sincero, la magia de la mampostería y la arquitectura vernácula se esfuma de inmediato.

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      En su lugar, es suplantada por modernas mansiones pertenecientes a la clase alta de Veracruz. Políticos y empresarios han construido sus casas de verano en la riviera, y los yates estacionados en su orilla confirman su poder adquisitivo.

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      Aún así, no está de más un recorrido por el emblemático Papaloapan, que transporta sus aguas desde las tierras de Tuxtepec.

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      El propio río sirve para bendecir la ciudad cada 2 de febrero, cuando las fiestas patronales llegan con la Virgen de la Candelaria.

      Una estatua de la virgen es transportada en una balsa y otorga su bendición al pueblo para evitar inundaciones y otras calamidades, que suelen ser comunes en esta zona tropical.

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      Las fiestas van acompañadas de ferias, mercados de comida callejera, huapangos y hasta un embalse de toros, que son soltados libres por las calles de la ciudad luego de cruzar el río junto a los ganaderos.

      La iglesia es uno de los puntos icónicos de la ciudad, ubicada en la plaza central, o zócalo, como se le conoce en México.

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      Esta explanada crea el plano urbanístico típico de una ciudad colonial española. Un cuadrante central con una alameda, junto a la cual se posa el templo católico y su campanario.

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      Junto a ella, el palacio municipal que funge como poder político, y que servía para demostrar a los antiguos indígenas quién tenía el poder sobre ellos.

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      Tras el zócalo, las calles perpendiculares se trazaron desde el río al interior de las tierras que lo orillan, formando las cuadras empedradas que dibujan hoy la totalidad de Tlacotalpan.

      La tejas en lo alto de las casas otorgan una fresca manera de protegerse del sol. El aire acondicionado no es tan común en esta zona. Pero los corredores y patios centrales son suficientes para ventilar los interiores.

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      Es común encontrar bancas y mecedoras en los pasillos exteriores de las casas, donde los vecinos se sientan a compartir un torito por las tardes, la bebida tradicional hecha a base de alcohol de caña.

      Para mí y mis amigos, la bicicleta fue la mejor manera de recorrer el pueblo. Al fin y al cabo, su terreno plano puede ser bastante bien aprovechado sobre dos ruedas.

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      Un lugar donde los niños todavía corren por las calles, los músicos se pasean por tiendas y restaurantes, los mariscos frescos se sirven en platos calientes y las botellas heladas de torito refrescan del calor.

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      Tlacotalpan se ha ganado con creces, y sin lugar a dudas, su título como Patrimonio de la Humanidad, al combinar tres etnias y culturas en un pequeño lugar.

      Sus casonas vernáculas y vivos colores son el mejor ejemplo de lo lindo de México. Un mágico y perdido lugar entre las selvas tropicales del sur.

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