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Villa La Angostura y un leve desvío a Chile

Ayelen

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Disfrutamos a pleno de nuestra extensa estadía en Las Golondrinas, siendo cómodamente hospedados en la casa de Eduardo y Nerina, visitando los lugares más hermosos que la naturaleza patagónica nos ofrecía, recorriendo diversos parques y sobre todo, aprovechando poder dormir en un colchón. Pero era hora de seguir viaje, aún nos quedaban miles de kilómetros por recorrer y rincones por descubrir, por lo que debíamos seguir la marcha.

Aquella mañana nos despedimos melancólicamente de Eduardo y Nerina y de sus tres bellas perras y partimos siguiendo la ruta 40 hacia el norte, dejando atrás el bello poblado de El Bolsón. Luego de una rápida parada en Bariloche, continuamos los siguientes 80 Km, hasta llegar a nuestro objetivo, Villa La Angostura.

Siguiendo la tradición de todas las localidades de la Patagonia argentina, Villa La Angostura tiene ese encanto particular, sus cabañitas de techos en dos aguas y sus negocios de madera, rodeados de pinos y montañas, recuerdan a una ciudad suiza (o al menos, así creo que deben ser los poblados en Suiza :big-grin: ).

Después de tanto tiempo durmiendo cómodamente en una cama, había llegado el momento de volver a nuestra querida carpa, por lo que buscamos un sitio adecuado para ello. Llegamos así a un camping municipal, ubicado a orillas del Lago Correntoso. Ingresamos a las extensas playas de tierra con varios pinos y algunas mesitas, completamente desiertas (porque a nadie se le ocurre acampar un helado día de otoño) y armamos la carpa. Aquella sería la prueba de fuego para evaluar nuevamente el colchón inflable con bajas temperaturas. Esta vez, contrario a lo que viviéramos en Ushuaia, decidimos colocar dos aislantes debajo del colchón, para separarlo del suelo, y sobre el colchón una manta polar, que sería nuestra salvación. Sobre ella, dormidos dentro de nuestras bolsas y fue todo un éxito. Aquella noche, a pesar del fuerte y helado viento que soplaba contra la carpa, pudimos descansar calentitos y, desde aquella noche, ese es nuestro sistema para evitar congelarnos con el colchón inflable :D

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La vista privilegiada desde mi suite XD

Al día siguiente, con una mañana fresca y nublada, lamentablemente, decidimos recorrer el poblado. Nuestra idea era poder visitar el Parque Nacional Arrayanes, ubicado en la península de Quetrihué . Para llegar debíamos caminar o bien tomar una embarcación que salía desde la orilla del Lago Nahuel Huapi, pero la verdad es que el día amenazaba con una lluvia inminente y no queríamos desperdiciar así un lindo paseo. Así que simplemente nos limitamos a recorrer la costa del Nahuel Huapi.

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Hermosa vista del Lago Nahuel Huapi, desde Villa La Angostura

Ascendimos por un sendero que llegaba hasta lo más alto de una colina y desde allí pudimos contemplar la inmensidad del lago, sus bellos colores y las enormes montañas en el horizonte.

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Vista desde lo alto del lago Nahuel Huapi

Aquella noche el frio fue peor que la noche anterior. Acampando junto al Lago Correntoso, el viento soplaba fuerte y hasta nos fue imposible cenar, porque las temperaturas eran tan bajas que el agua para hacernos unos fideos, nunca llegó a hervir. Con unas pastas duras echadas a la basura y el estómago vacío, nos fuimos a dormir.

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Hacía un frio de locos!

El objetivo principal de nuestra parada en Villa La Angostura era cruzar a nuestro país vecino, Chile, a través de la localidad limítrofe de Osorno. Estaba ansiosa por desviar nuestro viaje hacia otro país. Si bien, dentro del territorio argentino había conocido lugares increíbles, tenía ganas de conocer otras costumbres, otras formas de vida, otras maneras de pensar…

Aquella mañana, entonces, levantamos campamento e iniciamos la ruta que nos llevaría hacia el cruce fronterizo. Una vez allí, realizamos el tedioso papelerío y cuando obtuvimos el permiso, comenzamos a viajar por las rutas chilenas.

Aquel paisaje era completamente distinto al argentino. El gigantesco cordón montañoso cordillerano, que separa físicamente los dos países, retiene la humedad y las lluvias del lado chileno, por lo que allí, todo el ambiente es mucho más húmedo y la vegetación es muchísimo más tupida.

Atravesando la espesa neblina húmeda, comenzamos a transitar el camino para llegar a la ciudad de Osorno. A pesar de que para ese entonces, ya tendríamos que haber estado acostumbrados, una potente lluvia nos sorprendió en el medio del camino. Aquel clima podía ser más selvático, pero el frio era igual de helado que en la Patagonia argentina, y encima, mojados, la cosa se puso bastante complicada.

Martin iba disfrutando el viaje, y cada tanto lo escuchaba emitir algún suspiro de asombro ante lo que realmente era un paisaje increíble con montes rodeados de vegetación y a lo lejos enormes montañas envueltas en bruma y cubiertas de verde…. Pero la verdad, es que yo iba hecha un bollito detrás de su espalda, temblando y llorisqueando, sin poder disfrutar absolutamente nada de todo eso.

Al caer la tarde, llegamos a la ciudad de Osorno. Una ciudad que nos recordó bastante a Bahía Blanca, una localidad bonaerense de nuestro país. Muchas casas, negocios y un día bastante gris provocaron que realmente Osorno no me pareciera la gran cosa. Pero ya caía la noche y debíamos buscar un hospedaje para pasar la noche. Encontramos uno barato, después de largas horas de búsqueda porque nos era difícil explicar qué era un hostel. Evidentemente allí, el concepto de habitaciones compartidas no era utilizado a menudo.

Nos acomodamos en unahabitación de un hospedajefamiliar y salimos a recorrer en busca de algo para llenar nuestros estómagos. Llegamos a una enorme peatonal con muchísimo movimiento y muchos vendedores ambulantes. Nos cruzamos con un shopping (un “CHoping” como dirían mis amigos chilenos :D ) y buscamos un local de comida rápida. Y allí conocí al amor de mi vida. Los italianos, son la comida chatarra típica de Chile, que no es más que un hotdog (un pancho, se diría en Argentina), con palta, tomate y mayonesa…. Pero es LA Gloria. Desde aquella noche, quería alimentarme todo el tiempo de esos italianos!

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mmmm.... italianos (con la voz de Homero Simpson)

Una vez satisfechos, retomamos el camino al hospedaje y cruzamos la gran plaza principal en cuyo centro había un gran estanque con un sistema de aguas danzantes y luces de colores cambiantes que iluminaban armoniosamente la fuente, todo un espectáculo que embelleció un poco la impresión que en principio me había llevado de aquella ciudad chilena.

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Fuente de colores en Osorno

Desde Osorno debíamos recorrer alrededor de mil kilómetros hasta llegar a nuestro siguiente objetivo: la gran capital de Santiago de Chile. Muy temprano a la mañana siguiente, con el sol apenas asomando, emprendimos camino por la ruta n° 5 que conecta el país de sur a norte. Fue un recorrido reeeecto y laaaargo.

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Rutas de Chile

Fuimos atravesando sectores con muchísima vegetación tupida que se asomaba hacia la carretera, y luego grandes campos sembrados. A diferencia de la extensa Patagonia argentina, sobre esta ruta veíamos poblados y casas constantemente y muchas de ellas ofrecían comidas típicas de Chile al paso. Recuerdo que lo que más leía eran carteles de “Mote con huesillo”. Intrigada, fui todo el camino imaginando qué clase de comida sería esa.

Al caer la tarde, debimos buscar un lugar para pasar la noche. Lamentablemente en Chile, las cosas son bastante estrictas y no se nos permitía acampar al costado del camino como en otros lugares. Llegamos a una estación de servicio y preguntamos si nos daban permiso para armar campamento en un descampado contiguo. Tampoco nos aconsejaron acampar allí, pero nos indicaron que a pocos metros se alquilaban unas habitaciones, por lo cual, ya resignados nos dirigimos hacia allí.

Un adolescente se asomó cuando nos oyó acercarnos con la moto y al preguntarle el precio por una habitación, recuerdo que nos llamó la atención que nos respondiera “1000 pesos chilenos el rato”. Pero aunasí, exhaustos, accedimos, porque lo único que queríamos era recostarnos.

Cuando llegamos a la “cabañita”, entendimos todo. Aquello no era más que un burdo motel al costado de la ruta, un lugar para quienes quieren pasar un momento…romántico. No hicimos más que reírnos de la situación bizarra, mientras nos asombrábamos del espejo del baño con insinuantes formas y mirábamos con algo de desconfianza las sábanas de la cama. Finalmente dormimos sobre la cama, pero metidos en nuestras bolsas :D

Al día siguiente emprendimos los últimos kilómetros y, por fin, luego de dos días de viaje, llegamos a la ciudad de Santiago de Chile.

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La ciudad de Santiago de Chile

Siempre imaginé que sería una ciudad gigantesca, pero la realidad, nuevamente, superó de manera total mis expectativas. Capital Federal, el centro de Buenos Aires es un poroto al lado de esa inmensa metrópolis.

Debíamos dirigirnos a una dirección determinada, ya que nos estaba esperando la genial Loretta, amiga de Martin, en su casa. Ingresamos a Santiago justo por el lado opuesto de donde debíamos llegar, por lo que debimos atravesar toooooda la ciudad. Manojo de edificios y edificios, negocios, gente! Mirase por donde mirase aquella enorme ciudad crecía en todas direcciones.

 

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Y autopistas. Por todos lados autopistas que cruzaban la ciudad por encima, sostenidas por robustas columnas, iban y venían comunicando la city de un punto a otro, y por donde los vehículos avanzaban velozmente. Algo mareados y después de varias consultas, finalmente llegamos a la casa de Loretta.

No recibió una hermosa mujer de rubios rulos y típico y encantador acento chileno, que nos dio la bienvenida con unas buenas cervezas y algo para comer. Nos hospedaríamos en la casa de su novio (o pololo como le dicen allí :big-grin: ), Daniel Zaterio, un chileno que, así, sin más, sin siquiera conocernos, pero con toda la confianza nos dejaba su departamento unos días… un genio!

Loretta es otra amante de los vehículos de dos ruedas, y junto a su novio poseen dos inmensas y preciosas BMW, con las cuales nos condujeron hacia el departamento céntrico donde nos hospedaríamos. Pronto descubrí que para los amantes de las motos como lo eran aquellos tres conductores con los que viajaba, esas anchas autopistas se convertían en vertiginosas pistas de carreras. Seguir a Loretta no era tarea fácil porque aquella temeraria muchacha corría a altas velocidades, haciendo rugir el motor de su BMW mientras esquivaba autos y buses… Pero admito que fue divertido.

Zaterio vive en un barrio llamado Escuela Militar, una zona muy ostentosa ( si no LA MAS ostentosa ) de Santiago, llena de bancos, hombres en trajes y autos lujosos. Irónicamente allí caímos los dos, con la moto atiborrada de cosas cual circo y hechos un desastre después de dos días de incesante viaje…Como que contrastábamos un poquito con el paisaje.

En Chile es común transitar en moto, pero todas son de último modelo y de la más alta gama, por lo que en poco tiempo nos acostumbramos a que la gente se acercara curiosa o nos mirara pasar sorprendidos con nuestro modelo 89, que debía ser una reliquia para ellos :huh:

Caminamos mucho por las calles de Escuela Militar y a mí me dio la sensación de haber regresado a Buenos Aires. Anchas y limpias calles, llenas de apurados transeúntes muy compenetrados en conversaciones con sus celulares, empresarios desayunando en alguna lujosa confitería con sus laptops, enormes edificios de fina arquitectura… Todo allí rebosaba de riqueza y capitalismo.

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Esculturas del Barrio Escuela Militar, en Santiago de Chile

Aun así, todo me parecía tan nuevo que iba casi saltando de un sitio a otro, llena de curiosidad. Lo que más nos llamó la atención fue encontrar grandes mercados subterráneos. Como si de estaciones de subtes se trataran, varios metros de negocios y confiterías se extendían por debajo de las grandes avenidas céntricas.

Una tarde de aquellas, ascendimos con la moto por el cerro San Cristóbal por un camino sinuoso que corría por la pendiente de la colina y finalizaba justo en la cima. Allí, contemplando la vista de aquella enorme ciudad que parecía no acabar nunca, probé finalmente el famoso “Mote con huesillo”: un delicioso y dulce jugo de almíbar de durazno con granos de maíz… muy nutritivo y sumamenterico!.

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Tomando "mote con huesillo" en la cima!

Unos de nuestros últimos días en Chile, decidimos dedicarlo a visitar la costa, por lo que viajamos unos 123 km, hasta llegar a la localidad de Valparaíso. Acostumbrada a las pintorescas ciudades costeras de Argentina, aquello me impactó un poco, sobre todo la extensa población invadiendo todos los cerros, extendiendo la ciudad en alturas. Muchas personas caminando por las calles, mucho tránsito y mercados por todos lados, la convertían en una ciudad con mucho movimiento. Valparaíso es, en realidad, una ciudad portuaria, por lo que no posee playas.

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Viña del Mar, sin embargo, es conocida por poseer unas encantadoras playas y queda exactamente al lado de Valparaíso, por lo que recorrimos la costa del Pacífico, hasta llegara unos miradores increíbles, donde tuvimos el gusto de observar el atardecer.

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Grandes pelicanos de enormes picos descansaban en las rocas, mientras el sol se ocultaba lentamente tras el mar encendiendo el cielo.

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Bajamos hasta las arenosas playas hasta que la noche cayó en la ciudad y me animé a mojar mis pies en el Océano Pacifico, a pesar del frío.

La verdad era que habíamos conocido personas de un increíble corazón y una gran hospitalidad como Loretta, Zaterio y sus amigos que nos presentaron y que la ciudad nos ofrecía millones de cosas para recorrerla incansablemente, pero nuestros días en Chile fueron pocos, ya que, por empezar, el cambio de moneda no nos estaba favoreciendo para nada y llevábamos muchos gastos y además, debíamos continuar nuestro viaje.

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Así que una mañana, luego de un abundante desayuno que incluyó mi nueva adicción: La deliciosa palta, nos despedimos de Loretta, Zaterio y "El Cazador" (otro gran amigo de Martin) y emprendimos el regreso a nuestras tierras a través de la provincia de Mendoza.

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2 Comentarios


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Qué inocente tu mente al no captar el mensaje de "1000 pesos el rato" jajaja, eso se usa mucho también en México xD

 

Me quedé con muchas ganas de saber más de Valparaíso y Viña del Mar :( pero supongo que tendré que verlo con mis propios ojos algún día jeje

 

Muy buen viaje :)

  • Muy Bueno 1

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    1. AlexMexico
      Último Relato

      El transcurso de una vida urbana puede fácilmente tornarse en algo rutinario, incluso en la grandeza de la Ciudad de México donde, no importa cuándo, siempre se encuentra algo por hacer.

      Si bien, la rutina es algo que se puede fácilmente esquivar en la capital mexicana, hay algo de lo que es imposible escapar. La contaminación y la gente. Un pacífico fin de semana, a solas en el aire fresco, es una demanda de colosales magnitudes en una de las metrópolis más pobladas del mundo. Pero hay algo que la hace única, a pesar de su estresante e incesante actividad.

      Hace casi 700 años, los mexicas (mejor conocidos como aztecas) decidieron construir su capital en uno de los más bellos paisajes del Aztlán, la tierra que ellos consideraban su mundo. Fue en un islote, en medio de un lago rodeado por montañas, donde fundaron Tenochtitlán, lo que hoy todos conocemos como Ciudad de México.

      Los alrededores de Tenochtitlán están cercados de impresionantes paisajes naturales, que dejaron en claro por qué Mesoamérica fue y será el cuerno de la abundancia. Es así que escapar de la ajetreada vida capitalina es, incluso hoy, una tarea fácil.

      Aquella vez, la decisión para reposar un fin de semana fue tomada por Sediel, uno de mis mejores amigos con cuya novia haríamos el viaje. Con una tienda de campaña casi nueva, un saco de dormir y una mochila sedienta por querer ser utilizada, el estado de Hidalgo fue lo que atrajo nuestra atención.

      Contiguo al Estado de México, Hidalgo cuenta con pueblos coloniales, grutas, aguas termales, bosques, cañones, cascadas, minas y un sinfín de interesantes propuestas de aventura. Y muy cerca de Pachuca, su capital, el pueblo de Huasca de Ocampo fue el destino elegido.

      La pequeña localidad nació en la época colonial española, cuando la producción minera atrajo a adinerados hacendarios europeos, que usaron la mano de obra indígena para la explotación.

      El pueblo creció alrededor de cuatro grandes haciendas, y aunque en el declive de la zona (cuando México se volvió independiente) muchos edificios quedaron casi en ruinas, en el siglo pasado se restauró para hacerlo un pueblo de paseo para turistas.

      Son varias cosas que hacen especial a Huasca. Su café, sus leyendas (que incluyen a duendes y brujas) y, sobre todo, su hermosa situación geográfica.

      Ubicada entre la Sierra de Pachuca y el Valle de Tulancingo, los paisajes aledaños a Huasca son un deleite visual, perfecto para los cazadores de un reposo en la naturaleza. Así que en vez de quedarnos mucho más tiempo en Huasca decidimos seguir nuestra ruta hasta los prismas basálticos, uno de los principales atractivos del valle.

      Huasca se emplaza en el oriente del Eje volcánico transversal, una cadena de volcanes que atraviesa el país de este a oeste y lo corta por su parte central. 

      Hace un par de millones de años, el enfriamiento del escurrimiento de lava que se generó en esta zona formó columnas de basalto que tomaron formas de prismas pentagonales y hexagonales. El resultado es hoy una maravilla.

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      El conjunto de prismas encimados entre sí parecen una estructura de legos. Es difícil creer que la naturaleza haya creado formas tan inorgánicas por sí sola.

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      Accedimos a los prismas bajando unas escaleras que llevan hasta un pequeño corredor, por donde cae un arroyo. El agua es traída desde los ríos y las presas que alimentan de agua la comunidad de Santa María Regla, a la que pertenecen las columnas.

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      Aunque algunas de las pequeñas cuatro cascadas fueron arrastradas hasta allí por el hombre, no hay mejor manera de darle un toque más encantador a un lugar como aquel que con caídas de agua.

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      El arroyo culmina en un pequeño estanque, al que se debe acceder desde la hacienda contigua. Es la llamada Cascada de la Rosa.

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      Este lugar fue visitado y estudiado incluso por personajes como Alexander von Humboldt, durante sus viajes por América Latina. La UNESCO nombró al sitio como uno de los 30 geoparques de la Red global de geoparques.

      Aunque ya había sido testigo de columnas basálticas del mismo estilo en Islandia, verlas en México no hizo más que reafirmar que es un país que lo tiene todo.

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      Antes de que se hiciera más tarde, era momento de decidir dónde debíamos acampar. La zona de Huasca de Ocampo posee múltiples sitios para hacerlo. Pero al ser el último fin de semana del verano estudiantil, los campings y balnearios estaban repletos. 

      El pueblo no era una buena idea para huir del bullicio. Y con ganas de un contacto mucho más natural, decidimos escuchar la sugerencia de un chofer.

      Unos kilómetros al norte, lejos de la carretera, había un lugar llamado Peña del Aire. Nada habíamos escuchado sobre él. Incluso, encontrarlo en Google Maps no fue del todo fácil. La información en internet era casi escasa. Pues bien, eso lo hacía el lugar perfecto.

      Según se nos dijo, pocas personas llegaban hasta la peña, ubicada al borde un acantilado bajo el cual se extendía un enorme cañón. Y en lo alto, una zona de camping era ideal para pasar la noche, lejos de las luces, del ruido y de cualquier contacto humano.

      Aceptamos así un viaje en taxi hasta la peña. Y tras un arduo viaje por un feo y estrepitoso camino de ripio, el chofer nos dejó en un centro de visitantes, que no era más que una palapa.

      Peña del Aire es un parque ecoturístico protegido. Hay pocas casas y propiedades privadas dentro del terreno. Las únicas construcciones son casetas de vigilancia, cobranza y algunos puestos de comida y tiendas. 

      A solo unos pasos de aquel puesto de visitantes se abrió ante nosotros un enorme cañón, parte de la Sierra de Pachuca.

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      El nombre Peña del Aire se debe, precisamente, a una gigantesca peña que se yergue en uno de los costados de la barranca. Y sí, de hecho, parece que flota en el aire.

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      Estas formaciones rocosas son características de las barrancas de la Sierra Oriental. Y el sitio perfecto para un centro ecoturístico.

      Una tirolesa de unos 70 metros de largo se tiende al lado de la peña y permite a los visitantes volar sobre el abismo. 

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      En la parte más baja, un río dibuja el camino del valle, junto al cual solo una pequeña iglesia se posa junto a un par de campos de cultivo. Al mirar abajo, creímos que sería un excelente lugar para acampar.

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      Comenzamos el descenso con mochila al hombro, cuidadosos de seguir el mezquino sendero que nos guiaba. El calor era sofocante, pero valía la pena hacer el intento.

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      Las vistas desde las laderas eran sencillamente magníficas. La vegetación parecía hacerse cada vez más verde y, a decir verdad, no era lo único colorido que apareció en nuestro camino.

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      El curso nos llevaba por todo el costado de la barranca, pero poco simulaba bajar al río. Aunque los lugareños nos habían asegurado un rápido descenso, la travesía era más larga de lo esperado.

      Antes de seguir, supimos que algo no resultaría. Esperábamos el arribo de dos amigos más, y en lo bajo de la barranca la señal de telefonía era escasa. Sería mucho más fácil encontrarlos en lo alto del acantilado.

      Volvimos entonces, entregados al calor de la tarde que, por cierto, no tardaría en esfumarse para dar paso a un fresco atardecer.

      La planicie superior fue el mejor lugar para montar el campamento. Un terreno llano, pastoso y fresco donde, al parecer, seríamos los únicos en pasar la noche.

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      Nuestros amigos no tardaron su arribo, por suerte, antes del ocaso. Y con las tres tiendas una junto a la otra, fue momento de armar la hoguera.

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      Una pila de malvaviscos y roles de canela fue el menú perfecto para el atardecer, que tras un cielo nublado se esfumó sin mucha presencia.

      Pero aquellas nubes de tormenta, cuyos relámpagos eran lo único que iluminaba el horizonte nocturno, crearon la atmósfera perfecta para las historias de terror que se avecinaban.

      Huasca de Ocampo es el sitio perfecto para alguien como Sediel, un fanático de las criaturas de fantasía. El pueblo está lleno de leyendas sobre duendes y brujas que moran los bosques circundantes, y que han hecho sus apariciones en repetidas ocasiones.

      De hecho, cuenta con su propio museo de los duendes. Y vaya que nuestro campamento simulaba ser su hogar, con una torre de metal en forma de sombrero que, de hecho, albergaba los únicos baños disponibles, a los que nadie se atrevía a entrar una vez caída la noche.

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      Cuando el fuego se fue consumiendo, una extraña luz apareció detrás de los arbustos. Un color amarillo fluorescente de forma redonda se movía con delicadeza, y de repente palpitaba como el latido de un corazón.

      No le prestamos mucha atención, quizá era alguien con una linterna. Tras pocos minutos se esfumó sin darnos cuenta.

      A la siguiente mañana, los lugareños nos contarían que se trataba de una bruja. Aparecer como pequeñas centellas era su especialidad en aquella zona. Pues bien, al menos no decidió visitar nuestro campamento.

      El alba fue bastante frío. El sereno dejó nuestras carpas más que húmedas por fuera. Y no había nada que deseáramos más que un café caliente. Pero habría que esperar la apertura de los puestos.

      Entretanto, un temprano despertar fue la mejor decisión grupal tomada para poder ser testigos de un hermoso amanecer.

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      El sol se levantó sobre la sierra oriental, iluminando tenuemente la figura de cada barranca del cañón. Nada, sino el cantar de las aves, se podía escuchar en el abismo.

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      Es lo que un grupo entero de capitalinos buscaba lejos de la metrópoli. La serenidad de una fría y verde mañana. Pero acompañada de un café de olla a la apertura del primer puesto, todo fue incluso mejor.

      Luego del desayuno fue momento de bajar a la peña, y contemplar el valle dibujado por los primeros rayos del sol.

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      La bruma de la mañana poco a poco se retiraba, y dejaba al desnudo la vitaleza de un cañón que podía apaciguar todo pensamiento y todo presente.

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      Escalar la peña no era una opción segura, pero hasta la poca altura que pudimos llegar fue suficiente para sentirnos satisfechos en nuestro viaje.

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      Disfrutar de la barranca sin la presencia de turistas durante la noche y la mañana fue una excelente decisión, que nos daría el respiro necesario para volver a la vida de una colmada ciudad.

    2. flormdk
      Último Relato

      Hace un poco más de diez años que había visitado la provincia de Misiones para ir a un congreso cuando era estudiante de la carrera de la carrera de Licenciatura en Turismo... Estuve algunos días en la capital, la ciudad de Posadas y dos noches en Iguazú. En este momento todavía las Cataratas de Iguazú no habían sido declaradas como Maravilla Natural, no había una gran cantidad de turistas. A decir verdad, cuando fui al parque con mis compañeros estábamos solamente nosotros. Vale aclarar, que era temporada baja, era el mes de mayo.

      Hacía bastante tiempo que tenía ganas de regresar, por eso, en el mes de enero pasado, decidí tomarme mis vacaciones de verano en las Cataratas. Organicé un tour que empezó en Salta y terminó en Iguazú.

      Decidimos dedicarle 5 noches a la ciudad de Iguazú ya que sabemos que es una de clima subtropical donde puede haber abundantes lluvias que impidan salir a recorrer el parque.

      Llegamos a destino y nos recibió una lluvia afortunadamente no muy intensa. De todas formas, es bastante frecuente que corramos con esa suerte... siempre los destinos que visitamos nos reciben con lluvia pero los días siguientes suelen tener unas condiciones climáticas espectaculares, así que no nos preocupamos.

      El primer día que llegamos, teníamos pensado visitar el Parque pero con la lluvia no era un buen plan. Entonces, optamos por cruzar la frontera y visitar Ciudad del Este en Paraguay. Es una ciudad que tiene la fama de ser un destino de compras ya que es una zona franca, libre de impuestos. 

      Tomamos un colectivo y en menos de una hora estábamos en destino. Creo que no hay palabras para describir a este sitio... Es una ciudad cargada de comercios, de carteles, de vehículos, de gente, de ruido ambiente... Una ciudad totalmente caótica en la que no existen semáforos que orden el tránsito. Afortunadamente, fuimos con información de los mejores lugares para comprar y también teníamos en mente que comprar con el modelo ya elegido. Creo que no hay otra manera de visitar esta ciudad si no es con información previa... Hay muchísimos lugares, vendedores ambulantes y carteles que compiten entre sí. Es recomendable ir temprano, ya que todos los lugares cierran a las 16:00 de la tarde porque suelen abrir muy temprano en la mañana y trabajan en horario de corrido.

      Nosotros llegamos con el tiempo muy justo pero por suerte llegamos a conseguir lo que teníamos planeado, una cámara de fotos de viaje.

      El objetivo principal del viaje era visitar el Parque Nacional Iguazú... También nos interesaba conocer el Parque del lado de Brasil... 

      Fuimos un día del lado de Brasil fue un paseo muy corto porque teníamos que regresar temprano para tomar el colectivo. La vista es muy distinta a la vista del lado argentino, ya que las pasarelas están muy cerca de las Cataratas, pero el parque en este lado es mucho más pequeño. No volvería a visitarlo, pero si volvería una y otra vez al lado argentino ya que aquí el parque es muchísimo más grande y como los colectivos pasan hasta más tarde, se puede estar disfrutando del paisaje hasta las 17:00. Un dato muy importante para quienes deseen visitar las Cataratas, es que comprando la entrada para dos días consecutivos, el segundo día sale la mitad de precio.

      Desde Iguazú se pueden hacer muchas excursiones como por ejemplo visitar las Ruinas de San Ignacio un sitio arqueológico muy interesante, visitar las Minas de Wanda y comprar piedras semipreciosas, etc. Era verano, días de calor intensos cargados de húmedad, por lo que no tenía mucho interés en realizar excursiones de días completos. Nos quedaba un día libre, aprovechamos para conocer la ciudad de Foz de Iguazú. Visitamos un Shopping y recorrimos la ciudad. A decir verdad, la ciudad no me pareció muy llamativa pero siempre me resulta interesante conocer distintas ciudades del mundo.

       

      Consejos importantes para quienes deseen visitar Iguazú

      Conviene destinarle al menos dos días para recorrer todo el parque en el lado argentino es posible que un día no alcance para conocerlo completo.

      Es aconsejable evitar la temporada alta ya que es un destino muy turístico por lo que en enero y mitad de julio suele haber más cantidad de gente que en otros meses.

      Resulta óptimo dejar días libres porque es una zona de clima subtropical, pueden tocar días de lluvia en los que no sea la mejor opción visitar el Parque.

      En el Parque se pueden comprar souvenires, hay varios restaurantes, kioscos y cafés.

      No hay que olvidar el protector solar, repelente y anteojos de sol. Por supuesto, es necesario llevar calzado cómodo.

      Aconsejo que al llegar al Parque, lo primero que hagan sea visitar la Garganta del Diablo, es el paseo que está un poco más alejado comparado con el resto de los circuitos, sumado a ello es el más imponente. Para llegar hasta allí se puede ir caminando o sino el trencito ecológico del Parque, es muy lindo y pintoresco.

      La cena show que se ofrece en Foz de Iguazú es imperdible! Se puede disfrutar de un espectáculo de danzas con música regional mientras se pueden degustar cientos de platos.

      Para visitar las Cataratas se recomienda un mínimo de 4 noches. 

      Para quienes deseen estar en contacto con la naturaleza en su máximo esplendor, pueden realizar el sendero Macuco, para ello es imprescindible llevar agua y alimentos ya que en ese trayecto no existen kioscos ni lugares de ventas de alimentos. 

    3. Perdido en el sureste de México, casi al borde del mar y ubicado junto al río Papaloapan, se ubica uno de los pocos pueblos del país declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

      A solo 90 kilómetros al sur de la ciudad de Veracruz, este colorido pueblo aparece en medio de una región tropical y cálida, cuyo único respiro del infernal calor es la brisa que carga consigo el río.

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      Visitarlo en verano un par de veces quizá no fue la mejor idea. Pero el solo hecho de estar allí significa un refresco del movimiento de la ciudad.

      Tlacotalpan surgió como un asentamiento del pueblo totonaca, una civilización mesoamericana prehispánica que se asentó en buena parte de la costa del Golfo de México. Su nombre significa “entre aguas”.

      Pero fue con la llegada de los españoles que el pueblo creció y tomó forma, desde que Pedro de Alvarado recorrió el Papaloapan río arriba, descubriendo que Tlacotalpan podría ser un buen puerto fluvial para el transporte de mercancías al Imperio Español.

      Así fue como surgieron dos grandes haciendas en la zona, que aunque corrieron el riesgo de ser abandonadas, hicieron que en algún momento la población de españoles creciera. Y sumado a la importación de esclavos negros africanos desde el puerto de Veracruz, Tlacotalpan tomó la raíz multicultural y multiétnica que posee hasta el día de hoy.

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      El pueblo es el corazón del son jarocho y los jaraneros, estilos musicales provenientes del Caribe y que fueron desarrollados en la mayor parte de la costa del Golfo gracias a los afrodescendientes.

      La misma palabra “jarocho” define a las personas provenientes de la región del Sotavento, sobre todo aquellos de piel oscura que usaban jaras como método de pesca. Y esas raíces extranjeras finalmente se impregnaron en la zona alrededor de Tlacotalpan.

      Músicos con sus típicos trajes blancos, con sombreros de paja y pañuelos rojos caminan por las calles ofreciendo coplas. Mientras en las noches llegan los huapangos, fiestas donde el son jarocho es el invitado principal.

      Pero el mayor atractivo del pueblo es sin duda su arquitectura vernácula, es decir, que las construcciones fueron hechas de forma auténtica por los habitantes nativos con materiales de la zona.

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      En 1714 el río se desbordó, y en 1788 un incendio arrasó con muchas de las casas. Es por ello que se ordenó que a partir de entonces todo edificio fuera alzado con mampostería. 

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      Y desde aquella época, un lejano siglo XVIII, las típicas casonas con arcos y pilares se han mantenido en pie.

      Luciendo los vivos colores de México, cada casa es un ejemplo de lo que puede lograrse de forma artificial, respetando siempre lo natural.

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      Cada teja, cada muro, cada columna, cada acera, fueron construidos con los materiales que la propia cuenca del Papaloapan le otorgó a la ciudad. Y se convirtió con los años en el orgullo de los tlacotalpeños.

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      Aunque el puerto fluvial perdió su importancia con la llegada del ferrocarril, el río ha sido siempre parte vital de Tlacotalpan. No solo como medio de transporte, sino al aportar el agua para los cultivos, la ganadería, los pobladores, regular el clima y para la pesca.

      Tomar una balsa para dar un paseo por sus aguas es uno de los mayores atractivos hoy en día.

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      Aunque para ser sincero, la magia de la mampostería y la arquitectura vernácula se esfuma de inmediato.

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      En su lugar, es suplantada por modernas mansiones pertenecientes a la clase alta de Veracruz. Políticos y empresarios han construido sus casas de verano en la riviera, y los yates estacionados en su orilla confirman su poder adquisitivo.

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      Aún así, no está de más un recorrido por el emblemático Papaloapan, que transporta sus aguas desde las tierras de Tuxtepec.

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      El propio río sirve para bendecir la ciudad cada 2 de febrero, cuando las fiestas patronales llegan con la Virgen de la Candelaria.

      Una estatua de la virgen es transportada en una balsa y otorga su bendición al pueblo para evitar inundaciones y otras calamidades, que suelen ser comunes en esta zona tropical.

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      Las fiestas van acompañadas de ferias, mercados de comida callejera, huapangos y hasta un embalse de toros, que son soltados libres por las calles de la ciudad luego de cruzar el río junto a los ganaderos.

      La iglesia es uno de los puntos icónicos de la ciudad, ubicada en la plaza central, o zócalo, como se le conoce en México.

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      Esta explanada crea el plano urbanístico típico de una ciudad colonial española. Un cuadrante central con una alameda, junto a la cual se posa el templo católico y su campanario.

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      Junto a ella, el palacio municipal que funge como poder político, y que servía para demostrar a los antiguos indígenas quién tenía el poder sobre ellos.

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      Tras el zócalo, las calles perpendiculares se trazaron desde el río al interior de las tierras que lo orillan, formando las cuadras empedradas que dibujan hoy la totalidad de Tlacotalpan.

      La tejas en lo alto de las casas otorgan una fresca manera de protegerse del sol. El aire acondicionado no es tan común en esta zona. Pero los corredores y patios centrales son suficientes para ventilar los interiores.

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      Es común encontrar bancas y mecedoras en los pasillos exteriores de las casas, donde los vecinos se sientan a compartir un torito por las tardes, la bebida tradicional hecha a base de alcohol de caña.

      Para mí y mis amigos, la bicicleta fue la mejor manera de recorrer el pueblo. Al fin y al cabo, su terreno plano puede ser bastante bien aprovechado sobre dos ruedas.

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      Un lugar donde los niños todavía corren por las calles, los músicos se pasean por tiendas y restaurantes, los mariscos frescos se sirven en platos calientes y las botellas heladas de torito refrescan del calor.

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      Tlacotalpan se ha ganado con creces, y sin lugar a dudas, su título como Patrimonio de la Humanidad, al combinar tres etnias y culturas en un pequeño lugar.

      Sus casonas vernáculas y vivos colores son el mejor ejemplo de lo lindo de México. Un mágico y perdido lugar entre las selvas tropicales del sur.

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