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Showing content with the highest reputation on 07/19/14 en toda la comunidad

  1. 2 puntos
    Llegar a la provincia de Tierra del Fuego es una gran travesía. Dada su posición geográfica, se debe salir de Argentina y arribar a territorio chileno, luego atravesar la Patagonia chilena, que parece un sitio olvidado en un extremo del mundo, después embarcarse y cruzar el estrecho de Magallanes para encontrarse finalmente con kilómetros y kilómetros de un camino ondulado de ripio. Es un recorrido muy particular. Esa mañana, luego de pasar la noche en el volcán de la reserva Laguna Azul, y a sólo pocos minutos de allí, asentadas en el medio de la inmensidad patagónica, nos encontramos con las oficinas del paso fronterizo y con el decepcionante panorama de una gran fila de autos. El trámite se hizo muy largo, al parecer ese fin de semana largo varios habían tenido el mismo plan de escape, y las oficinas de frontera se habían visto desbordadas de trabajo. Fueron tres horas de espera interminable, trámites, papeleos y documentos. Cuando al fin obtuvimos el permiso legal para ingresar al país vecino, continuamos por la ruta, cruzándonos en el camino con varios viajantes que también manejaban motos y que saludaban de manera cómplice al pasar. El camino no cambió mágicamente aunque ahora transitábamos por otro país (quizás debo confesar que inocentemente, esperaba encontrarme con algo novedoso..jeje), la estepa patagónica seguía extendiéndose a los costados de la carretera igual de vasta y llana que siempre. La temperatura ahora era aún más baja, ya comenzaba a encimarme ropa, calzas térmicas, sobre calzas de lana, pantalón, camiseta, campera y guantes…sobre la moto, el frio austral comenzaba a ser un poco complicado de soportar. La ruta asfaltada continúo hasta que llegamos al embalse en el estrecho de Magallanes. El camino terminaba básicamente en el agua. Varios autos esperaban en fila y justo en la orilla, una gran balsa con sus compuertas bajas aguardaba el ascenso de los vehículos. Arribamos, avanzando sobre la rampa que rugió metálicamente con nuestro peso y ubicamos la moto entre unos autos, sobre la ancha plataforma de la balsa. Mientras algunos vehículos continuaban subiendo, obedeciendo las indicaciones de un operario chileno, dejamos la moto y nos dirigimos a unas escaleras que ascendían hasta la parte superior de la embarcación, a un pequeño balcón desde donde se podía ver el estrecho de Magallanes en su totalidad. El día estaba nublado y gris y corría un viento bastante frio, que arrastraba ese peculiar olor a mar. El estrecho de Magallanes, desde la balsa. El operario se acercó a nosotros y nos preguntó por el viaje y la moto que había llamado su atención, pero apenas le presté atención. Todo alrededor me parecía tan extraño. Estar a punto de embarcarme para al fin llegar a Tierra del Fuego, el llamado “fin del mundo”… jamás había imaginado en mi vida que llegaría tan lejos, y mucho menos de la forma en que lo haría. Las compuertas se cerraron, y un movimiento brusco indicó el comienzo del viaje. La balsa se movía realmente rápido. Apoyada por sobre la baranda solo miraba maravillada el mar llano extendiéndose delante de nosotros, que se confundía en el horizonte con el cielo gris, mientras que el frio viento me pegaba en la cara. Por sobre el ruido del motor, y el ruido de la balsa rompiendo en el mar, me llegó la voz del chileno que seguía hablando con Martin y le aconsejaba que estuviera atento porque era probable que aparecieran toninas en el agua. Mi emoción llegó a un punto máximo cuando, por entre el oleaje del mar, quizás atraídas por el ruido o por su simple naturaleza curiosa, comenzaron a divisarse veloces manchas blancas. Toninas nadando al lado de la balsa Las toninas, delfines de llamativos colores blanco y negro, empezaron a aparecer de a pares, nadando velozmente al lado de la balsa, saltando por sobre el agua. Una hembra con su cría nadaba tan rápidamente que prácticamente se movía a la par de la balsa. Jamás había visto a esos bellos animales tan de cerca, y verlos nadar tan armoniosamente al lado nuestro, como dándonos la bienvenida a la isla, me llenó de una emoción que no pude contener y admito que se me escaparon algunas lágrimas de felicidad. El cruce duró apenas unos minutos, y cuando menos me lo esperaba, la moto estaba descendiendo de la balsa y llegábamos, al fin, a la isla de Tierra del Fuego, dentro de Chile aun. La alegría se percibía en nuestras caras, que, a pesar del frío y del día gris, no paraban de reflejar sonrisas inmensas de oreja a oreja. Descendiendo de la balsa Después de varios días de atravesar campos y caminos, finalmente habíamos llegado a Tierra del Fuego, nuestra primera meta en este viaje que tanto habíamos soñado los dos. Delante de nosotros se abría un camino desconocido para ambos, lo que nos llenaba de ansias y curiosidad. La ruta seguía asfaltada sólo hasta un pequeño pueblo llamado Cerro Sombrero, donde nos vimos obligado a cargar el tanque de la moto. Desde allí, nos esperaba un largo, largo camino de ripio. Camino de ripio, en Chile El camino de tierra no fue fácil, porque había mucha piedra suelta y la moto perdía el equilibrio fácilmente, por lo que había que avanzar despacio. Ese día conocí realmente lo difícil que es un camino de ripio y se convirtió en mi primer enemigo de la carretera (luego, se sumarían algunos más…). A pesar de que la moto, con sus cubiertas y demás, está preparada para este tipo de camino, también llevaba mucha carga encima, así que debíamos ser cautelosos. Además era una ruta muy poco transitada, y no había casi ninguna población en las cercanías. A los lados de la ruta, ahora veíamos inmensas extensiones de campos cercados, con pastos verdes ondeándose por el viento. Algunos pequeños arroyos corrían por entre la vegetación y a lo lejos podían verse inmensos cerros, elevándose en el horizonte y comenzábamos a ver las primeras montañas. El camino se fue convirtiendo en un interminable trayecto ondulado, donde cada tanto podíamos divisar alguna casita perdida en el medio de esos campos o algún rebaño de ovejas pastando, pero nada más. La moto vibraba intensamente bajo el irregular suelo y cada tanto resbalaba peligrosamente hacia los costados, haciendo que yo me aferrara a la campera de Martin y cerrara los ojos, esperando la caída, pero por suerte tengo un experto al mando y salimos ilesos de ese trayecto. El interminable camino de ripio. No recuerdo cuanto tiempo exacto nos tomó cruzar toda esa interminable ruta, pero se me hizo eterno, nosotros dos solos sobre la moto atravesando esos anchos campos en la zona más austral del mundo. Así fue como arribamos al fin al cruce de San Sebastián, donde luego del papeleo, rápido esta vez, volvimos a ingresar a Argentina. Para mi gran alivio, la ruta volvía a ser asfaltada y ahora podíamos ir más tranquilos y relajados. Sin embargo, aún nos faltaban varios kilómetros por recorrer hasta llegar a la primera ciudad de la isla, Rio Grande. El viento empezaba a soplar cada vez más fuerte y yo cada vez me hacía más pequeña para acobijarme tras la espalda de Martin. Para hacer la travesía más complicada aún, una fina lluvia comenzaba a caer desde el nublado y gris cielo. La ruta ya dentro de Argentina era mucho más transitada, sobretodo por grandes camiones de carga. Comenzamos a bordear la costa del mar, a pocos kilómetros de la entrada de la ciudad y de repente esa pequeña llovizna se transformó en una lluvia intensa y constante. De a poco empecé a sentir mis pantalones mojados y parte de la campera. Las gotas se acumulaban en el visor del casco y se filtraban hacia adentro, así que ya nada me protegía de estar mojada. El frio viento que nos golpeaba en la ruta empezó a hacerme tiritar, y ya no veía las horas de llegar. Empapados de pies a cabeza entramos en la ciudad de Rio Grande. Cuando nos cruzamos con la primera estación de servicio, bajamos en busca de reparo de la lluvia y de un poco de calor. Casi temblando y completamente mojados ingresamos al coffe shop de la estación, para cambiar nuestras ropas mojadas y elevar un poco nuestra temperatura con alguna bebida caliente. La ciudad de Rio Grande, en Tierra del Fuego Mientas esperábamos que la lluvia cesara, decidimos que luego de semejante día de viaje, lo mejor sería buscar un alojamiento para descansar bien, y al día siguiente buscar un lugar adecuado para acampar y volver a nuestra habitual carpa. Como si de una señal divina se tratara, un grupo de jóvenes se acercó a nosotros, curiosos de vernos llegar en la moto, y se ofrecieron a indicarnos los distintos hoteles de la ciudad. Esa noche conocimos a Gabriel y Melisa, y hasta el día de hoy agradezco ese encuentro. Esta adorable pareja era originalmente de Ushuaia, la última ciudad en la isla, pero estaban de paseo por Rio Grande. Amablemente, nos indicaron los distintos hoteles de la zona y luego de visitar cada uno (algo espantados por lo elevado de los costos), llegamos a un lujoso hotel que casualmente tenían una promoción económica de sus habitaciones. Aún recuerdo nuestras caras cuando ingresamos a la gigantesca suite del hotel Status. En la habitación se lucían un televisor plasma enorme, calefacción centralizada, elegantes muebles de madera y una cama exageradamente grande. Era muy irónico pensar que la noche anterior habíamos acampado en medio de un gigantesco cráter de un volcán, completamente solos, y que esa noche estábamos en una lujosa habitación de un hotel cinco estrellas que hasta tenía un teléfono en el baño (¡¡en el baño!!). A pesar de que ningún hotel puede superar la belleza de acampar en un lugar al aire libre, admito que esa noche descansamos muy bien. Al día siguiente nos trasladamos a un hostel, donde pasaríamos los siguientes días, porque lamentablemente en Rio Grande no hay campings habilitados. Martin debió tomarse unos días para trabajar desde su computadora, así que nos vimos obligados a permanecer en la ciudad más de lo deseado. Rio Grande es una enorme ciudad, mayormente industrial, pero que no posee muchas opciones a la hora de disfrutar de nuevos paisajes o actividades. Para ser honesta, me aburrí bastante. Del volcán a una habitación 5 estrellas Nuestra siguiente parada, antes de llegar a Ushuaia, la ciudad más austral del mundo, era un pequeño pueblo llamado Tolhuin del que nos habían hablado maravillas. Impaciente, aguardé durante tres días en Rio Grande, hasta que finalmente una mañana juntamos nuestras cosas y retomamos la ruta. Relato Anterior:
  2. 2 puntos
    He creado este nuevo blog exclusivamente dedicado a la ciudad más grande del mundo: la Ciudad de México, el Distrito Federal de mi país. Hace dos años tuve la fortuna de vivir seis meses en esta interminable ciudad, gracias a un intercambio estudiantil que tramité desde mi universidad. Fueron los seis meses más largos y maravillosos de mi vida hasta ahora, y más adelante les contaré el porqué. En esta ocasión hablaré un poco sobre la escuela que alojó mis estudios durante mi quinto semestre como estudiante de Ciencias de la Comunicación, la Universidad Nacional Autónoma de México. Es la Universidad pública más grande e importante de Latinoamérica y una de las 100 mejores del mundo. Fue fundada como la Real Universidad de México en 1551, para convertirse en Nacional Autónoma en el siglo pasado. Actualmente tiene varios campus alrededor de la capital mexicana, pero el principal sigue siendo la Ciudad Universitaria, conocida también como CU. Ésta última se ubica al sur de la Ciudad de México y cubre un área basta de 7 km cuadrados, y en 2007 fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Mi primer reto al mudarme de una ciudad de 800,000 habitantes a una capital con más de 27 millones de personas, fue encontrar un sitio ameno para vivir. Como había sido aceptado en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, debía buscar un apartamento cercano, que me permitiese no tener que madrugar mucho. En México muchas clases en la escuela empiezan a las 7 am, y las distancias en el D.F. son más que gigantescas. Hallé un sitio a 15 minutos caminando de mi facultad, lo cual en D.F. es un milagro. No me gustaba del todo, pero tenía todos los servicios, era limpio y no era muy caro. Los apartamentos en esta zona suelen subir de precio, ya que CU se encuentra en el Pedregal de San Ángel, una zona un poco exclusiva dentro de la delegación Coyoacán, que es bastante cotizada. Al final, me di cuenta que vivir en Coyoacán fue lo mejor que pude hacer en esta ciudad. Mis primeros pasos en la universidad fueron un verdadero caos. La circulación de transeúntes es continua y no se detiene nunca. Todo el campus cuenta con servicio de transporte gratuito, el cual funciona a la perfección. No obstante, los autobuses no se dan abasto, y todo el tiempo van llenos a tope. Así que la primera vez tuve que ir colgado de la puerta (lo cual es muy común en las grandes ciudades de mi país). Las calles de CU son todas curvas. Al principio me confundieron mucho, pues para mí todo simulaba un laberinto. En verdad que todo el campus parecía del tamaño de mi ciudad, y eso me asustaba mucho. Pero poco a poco uno se va acostumbrando. La UNAM es conocida por la fuerte identidad de sus estudiantes y maestros con su institución. Su imagotipo es la cara de un puma, y todos se llaman a sí mismos pumas, incluyendo a su equipo de fútbol, que juega en la primera liga nacional. Todos se sienten muy orgullosos de formar parte de ella, y al final entendí por qué. Pero no quiero parecer un nerd hablando del excelente nivel educativo y las miles de certificaciones de la escuela, sino de lo que puede atraer a cualquier visitante en la ciudad. Ciudad Universitaria se considera la quinta Universidad más atractiva al turismo cultural a nivel mundial, y tiene sus razones. Su campus central fue construida por los mejores arquitectos mexicanos del siglo XX. Una de sus maravillas es la Biblioteca Central. Su exterior fue diseñado por el artista Juan O'Gorman, y está hecho con piedra volcánica (bastante común en los suelos del sur del D.F.) y piedras de todo el país, lo que lo convierte en uno de los mosaicos más grandes del mundo. Los murales representan el pasado prehispánico, el pasado colonial, el mundo contemporáneo y la Universidad y el México Moderno. Una de sus características principales es la fuente de roca que tiene forma del rostro de Tláloc, dios azteca de la lluvia. Hoy en día miles de estudiantes de toda la ciudad hacen consultas en este inmenso acervo bibliográfico. Cabe mencionar que la facultad de Filosofía y Letras se encuentra a un lado; por ello, es común ver en su exterior a los neohippies y algunos artistas o intelectuales fumando marihuana y tabaco. Detrás de la Biblioteca Central se encuentra un gran campo de césped verde, donde los estudiantes se relajan con distintas actividades: yoga, fútbol, baile, juegos de apuestas, cigarrillos, lectura, música, artes visuales, improvisaciones actorales e, incluso, momentos íntimos entre parejas. Para mis amigos y para mí, fue el sitio perfecto para hacer nuestras tardes de picnic. Este campo es, también, el punto de reunión para los meetings sociales. La UNAM es el centro de movimientos sociales más importantes en el país, como el de 1968 y el reciente movimiento #YoSoy132, del cual yo formé parte y les invito a leer sobre él, pues no quiero politizar el asunto en este blog de viajeros Alrededor del campo se encuentran la mayoría de las facultades: medicina, ingeniería, arquitectura, derecho, filosofía, psicología, odontología, economía y el centro de idiomas. Como era de esperarse, la facultad de Ciencias Políticas y Sociales está alejada de todas. Tenemos un poco de fama de ser revoltosos y fiesteros. En fin, es el síndrome universitario. Al Oeste de la ciudad se encuentra el complejo olímpico, que alojó las olimpiadas de 1968. El estadio es bastante atractivo. Es el más grande de México y también luce murales de piedra. El sur es la zona más nueva de la ciudad. Allí, de entre el bosque, emerge la facultad donde yo estudié un semestre . Debo decir que también es común encontrarse con neohippies (de sociología) hipsters (de comunicación) "comunistas" (de ciencias políticas) e intelectualoides (que incluye a todas las áreas). La verdad es que la diversidad cultural de la UNAM es mágica, pues te encuentras a todo tipo de personas, cada una con una identidad marcada de pies a cabeza. Todos suelen ser muy expresivos. Una de las cosas que me llamó mucho la atención, es la facilidad con la que se puede compra marihuana dentro del campus, pues al poseer una filosofía de "amor a la humanidad", a todo ser humano (e incluso animal) se le permite la entrada al campus. No por ello es peligroso, hay un respeto mutuo. En la punta extrema sur de CU se halla el novedoso Centro Cultural Universitario, un complejo rodeado por una maravillosa reserva ecológica. Cuenta con dos teatros, dos salas de cine, una sala de danza y una famosa sala de conciertos. También hay un camino de esculturas contemporáneas, en medio del frondoso bosque. Esta es una de mis zonas favoritas, pues desde ciertos puntos de altura se pueden apreciar las montañas que rodean al Distrito Federal. Además, el sur de la ciudad está vigilado por la majestuosidad del volcán Ajusco, que luce desde varios sitios del valle central de México. Y si hablamos de gastronomía, en cada facultad existen cafeterías que ofrecen comidas enteras por precios baratos. En la Facultad de Ciencias Políticas yo pagaba 27 pesos (aproximadamente 2 dólares) por un menú completo que dejaba mi panza a reventar. Además, alrededor y fuera del campus existen innumerables puestos de calle (¡cuidado! muchos no son nada higiénicos, y si no les gusta el picante, recuerden pedir sin chile). La Ciudad Universitaria es atravesada por la Avenida Insurgentes (el Brodway de México). Llegar a ella es muy fácil. Tiene varias formas de acceso: el metro, metrobus, trolebus, varias líneas de microbuses y combis. Si lo que disfrutan en la ciudad es un rato al aire libre, estar rodeados de naturaleza, tardes de deportes, obras de teatro, senderismo, espectáculos al aire libre, el olor a rocío regado en el pasto, un buen libro y un café, o simplemente el ambiente estudiantil, les recomiendo mucho visitar la Ciudad Universitaria. Es algo que no deben perderse
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    No sé si alguien se ha dado cuenta, pero es ocho de julio y está lloviendo en media España. Eso malo no es, porque así por las noches pues hace fresquito y no cuesta dormir, ni los mosquitos te molestan y si no abres la ventana pues no escuchas al vecino roncar, visto desde este punto parecen todo ventajas, pero no…Esto de tener el tiempo cambiante nos hizo cambiar los planes a última hora, y en vez de irnos a la montaña pues decidimos bajarnos a Granada andando por la acequia del río Aynadamar, aunque para ser sinceros, el río sólo se ve en un tramo, en la mayor parte del camino no se ve. Nuestro camino empezó en el parque Federico García Lorca de Alfacar, a los pies de la sierra de Alfacar. Al que no se sitúe, Alfacar es un municipio de Granada de casi seis mil habitantes, a pocos kilómetros de la ciudad, por el que se puede acceder perfectamente por la A92. Dejamos el coche en el citado parque, y desde allí nos fuimos andando por la carretera, que en el pueblo la conocen como la “ruta del colesterol”, porque vecinos de de ambos pueblos (Alfacar y Viznar) pasean por allí para hacer un poco de ejercicio. La historia cuenta que Federico García Lorca fue fusilado en un monte entre estos dos pueblos, y en un desvío de la carretera sube una pendiente hasta el monumento en honor de los fusilados, y allí que fuimos. El sitio no es gran cosa, hay una cruz enorme en el suelo y unas placas con los nombres de los supuestos fusilados y enterrados allí en el sitio. Lo mágico es sentarte en uno de los bancos que hay y pensar lo que hace más de ochenta años pasó. El silencio sepulcral sólo lo rompe el canto de los pájaros…o eso creíamos, porque estando allí reflexionando sobre lo que esas placas y esa cruz significan se escucharon unos tiros, y claro, entre el sonido de disparos y el sitio que era pues salimos por patas, luego nos enteramos que cerca hay un coto de caza, y claro, ya tenía todo más lógica pero en un principio el susto nos lo llevamos. Continuamos andando hacia Viznar, se puede hacer por el asfalto o por la orilla de la acequia, yo recomiendo la orilla, el camino y el paisaje es más bonito. Vimos un burro y un caballo de lejos que parecía el portal de belén. Llegamos al pueblo, hay que tener cuidado de no perdernos y coger la calle correcta que nos lleva a nuestro camino. No tiene perdida, nosotros tuvimos que preguntar porque bajamos hasta la plaza de la Iglesia y torcimos a la derecha, y no hay que bajar hasta la plaza, antes de la cuesta empinada girar a la izquierda. La calle es reconocible porque deja de ser calle asfaltada y se ve una granja al fondo, como nota indicativa podría decir que en esa esquina vive una señora que tiene un perro muy muy muy pequeño, pero supongo que el perro crecerá, así que no sirve como indicación. Seguimos el camino y atravesamos la autovía por el puente que pasa por encima, a partir de ahí el terreno es de sendero. Hay varios cortijos destruidos, árboles curiosos y campos de almendros hasta llegar al Fargue, que es un barrio de Granada. La anécdota curiosa al pasar por allí, fueron unos jarrones, o botijos, o no sé como describirlos porque no sé lo que son, al pasar por una casa, en el patio había un jarrón grandísimo y nos quedamos mirando y de repente salió la mujer de la casa y nos echó una mirada que casi nos fulmina, yo no sé que se pensó la mujer, pero vamos que sólo mirábamos porque nos resulto curioso su jarrón, nada más. Antes de que llamara la mujer al ejercito pude echarle una foto, quizás no sea la mejor, pero oye, lo mismo alguien me dice que es lo que la señora aguarda con tanto celo en su casa. Salimos del Fargue y pasamos por la antigua fábrica de pólvora, bajamos la antigua carretera de Murcia, el camino no tiene pérdida, todo recto hasta llegar a una bifurcación que hay después de un bar. Cogemos el camino de la izquierda que nos llevará a la Abadía del Sacromonte. Ya simplemente es seguir la carretera asfaltada que lleva al sitio en cuestión. Hay que tener cuidado porque por allí pasan coches, bicicletas y si te descuidas hasta monopatines, pero vamos, tampoco es peligroso. Y antes de llegar a la Abadía he aquí uno de mis descubrimientos, un banco desde el cual puedes observar una puesta de sol preciosa de la Alhambra. No será el sitio con más glamour de Granada, ni el más seguro para pasear de noche, pero ya os digo que merece la pena sentarse allí a contemplar el paisaje. Y sino que hablen las fotos por si solas… Después de quedarnos allí embobados bajamos hasta la Abadía, que si estáis allí y de paso queréis entrar a visitarla, es una opción, hay que pagar cinco euros y esperar al turno de visita, porque son visitas guiadas, pero nosotros cuando llegamos ya se habían acabado, de todas formas tampoco íbamos a entrar, sólo la vimos por fuera. Una vez hechas las fotos oportunas y visto todo seguimos nuestro camino hacia el Sacromonte. He de decir que bajando hay una casa que llama mucho la atención, por su fachada, está decorada con flores y cosas de cerámica. La verdad es que llama la atención la decoración y yo con mi cámara en mano me disponía inmortalizarla hasta que leo un cartel que dice, “si sacas una foto de la fachada deja una donación”. Y me quedé pensando, ¿la saco o no la saco? y decidí no sacarla, porque no me parece bien que tu pongas tu fachada bonita y yo te la tenga que costear, porque por esa regla de tres, mi madre que es tan detallista, también tiene el porche de mi casa muy bonito con sus macetas, sus jarrones y su banco para sentarse, y la mujer pues no pone un cartel diciendo, “si lo miras deja donación”, al revés, alguna vez ha salido y se ha encontrado con que le faltaba alguna maceta, que por cierto, si alguna vecina/o lee esto, por favor dejen de llevarse macetas que no nos regalan los tiestos. Voy a seguir que me enrollo y me enfado. Al final decidí no echarle la foto a la fachada, y seguimos el camino hasta abajo. Aquí os dejo dos fotos de las cuevas del Sacromonte. Ya sólo nos quedó llegar al paseo de los tristes, comernos un helado en “Los Italianos” y coger el autobús de vuelta a casa. La ruta se puede hacer en zapatillas de deporte, no hace falta ni calzado ni ropa especial, sólo llevar agua y tener tiempo para cruzarse Granada en tres horas. Espero que os haya gustado el paseo, hasta la próxima!!!
  5. 1 punto
    No puedo imaginarme esa lluvia golpeándolos de frente en la moto. En fin, son aventuras. Mucha suerte en su viaje camino a Ushuaia
  6. 1 punto
    Sin querer desilusionarte a mí no me atrae ni pizca, no está mal para un día o dos como base para hacer rutas por la zona. Si no te he entendido mal, lo que tú quieres es un sito para desconectar y perderte. Esas dos cosas no creo que te las pueda ofrecer un albergue en un pueblo. Disculpa si me equivoco.
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