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  1. 1 punto
    Estábamos sólo a pocos kilómetros de traspasar, literalmente, la Cordillera de los Andes… así de increíble como suena sería el Paso Garibaldi. Este tramo de la carretera, es el único que atraviesa la gigantesca cadena de los Andes fueguinos, el tramo austral y final de la extensa cordillera. Salimos de Tolhuin con muchísimo, muchísimo frío. Yo llevaba puesta prácticamente toda la ropa que podía caberme encima (realmente parecía un muñequito rechoncho) y, sin embargo, el viento helado en pocos segundos sobre la ruta ya me había congelado el cuerpo. Pero definitivamente, quien se llevaba la peor parte era Martin. A pesar de llevar puestos unos abrigados guantes especiales, el frío viento que le pegaba de frente comenzó de a poco a congelarle las manos, y puedo asegurarles que eso, en pocos minutos llega a doler. Por ello, sólo unos pocos kilómetros más adelante, exactamente justo antes de ingresar al Paso Garibaldi, nos vimos obligados a detenernos al costado de la ruta. Descendimos de la moto, frotándonos enérgicamente las manos, para generar algo de calor, en un lugar donde había sólo una pequeña casilla rodeada de campos de agricultura. En ese momento noté pequeñísimos copos en mi cabello, una leve nevisca comenzaba a caer desde el cielo, y la verdad es que no sabía si emocionarme por ser la primera “nevada” del viaje o largarme a llorar porque eso significaba que hacía mucho frío. Cuando pudimos elevar al menos un poco la temperatura de nuestros cuerpos, quisimos volver a la marcha y fue en ese momento, cuando la tragedia aconteció: la moto no arrancaba. Martin intentó una, dos, tres, cuatro, cinco veces… y la moto no encendía, como si su batería estuviese completamente muerta. La cara de Martin expresaba una mezcla de angustia y asombro y yo, simplemente estaba parada al lado completamente desconcertada y sin saber qué hacer. Hasta ese momento, la pequeña no nos había fallado y me costaba creer que justo en ese momento surgiera algún problema…tan cerca de llegar. Estuvimos minutos que fueron realmente eternos bajo esa lluvia de agua nieve que caía lentamente, intentando hacer todo lo que estaba a nuestro alcance, pero no hubo caso, la moto no quería arrancar. La desesperación empezaba de a poco a invadirnos, cuando divisamos a unos metros un grupo de hombres en la ruta. Sin más, Martin se acercó a pedirles ayuda y de inmediato se dispusieron a empujar con fuerza. Cuando el motor volvió a rugir sentí un alivio incomparable. Corriendo de felicidad, me monté a la moto y comenzamos el cruce por la cordillera. El frío seguía siendo espantoso, como podrán imaginar, pero el paisaje que comenzábamos a ver delante de nosotros era tan increíble que opacaba todo lo demás. La ruta se desplegaba de forma sinuosa bordeando las montañas, en un recorrido de curva y contracurva. Hacia un costado, teníamos el formidable cordón andino, que nacía a pocos metros de la carretera, y se elevaba varios metros imponentemente. Todas las montañas estaban completamente tapizada de verde solo hasta el pico, que ya se encontraba cubierto de nieve. Del otro lado, a medida que íbamos subiendo en altura por el ondulante camino, comenzaba a formarse un filoso precipicio, y la vista era cada vez más impresionante. El frondoso bosque se extendía revistiendo todo de un verde intenso y bordeaba un gigantesco espejo de agua, el Lago Escondido. Paso Garibaldi Admito que iba tiritando sobre la moto, mientras el gélido viento nos pegaba, pero aún así tomé coraje para sacarme un guante e intentar filmar con mi celular apenas unos pocos minutos de ese increíble recorrido. Les puedo asegurar que mis dedos se congelaron en cuestión de segundos. El bosque entre las montañas Con tanto espectáculo surgiendo continuamente a mi alrededor, no estaba prestando atención a un grave problema que sucedía simultáneamente en ese momento: la moto seguía fallando. Sólo después de algunos minutos sobre el camino, empecé a notar que avanzábamos a una velocidad demasiado lenta para estar transitando por una ruta. Seguíamos doblando una y otra vez en curvas, bordeando montañas y más montañas con el bosque tupido extendiéndose por entre ellas, cuando pasamos un paraje turístico y Martin decidió rendirse y detenerse a un costado de la carretera. Cuando me bajé de la moto, con el tono más desolador que alguna vez escuché me dijo que la moto no estaba funcionando correctamente, estaba perdiendo potencia, y de seguir así, no llegaríamos a Ushuaia, corriendo el riesgo de quedar varados en medio de las montañas y el frío, por lo que era preferible resguardarse en aquel complejo y llamar un remolque. Empujamos la moto hasta el estacionamiento y buscamos reparo del frío en un pintoresco restaurant construido en aquel lugar, probablemente para los esquiadores que visitan la zona en épocas invernales. Ni el mismo calor de una gran estufa a leña pudo mejorar nuestro ánimo. Fue el almuerzo más triste que puedo recordar, me era imposible asimilar que después de tanto recorrido, y estando tan cerca de llegar, la moto hubiera fallado así. Para empeorar la situación, la señal de comunicación era muy débil en ese lugar, por lo que tampoco podíamos comunicarnos con la empresa aseguradora de la moto, para pedirles que nos envíen una grúa de emergencia. Y fue en ese momento, que agradecí haber conocido en Río Grande a Melisa y Gabriel. Esta joven pareja que curiosamente se nos había acercado cuando nos vio llegar sobre la moto a la estación de servicio, era nuestra única salvación, siendo ellos las únicas personas que conocíamos en Ushuaia. Le enviamos un mensaje de texto, que era lo único que nos podía comunicar dada la mala señal del lugar, a Gabriel y éste de inmediato se encargó de llamar a la grúa y organizar todo para el “rescate”. La espera no fue muy larga, y en poco tiempo un robusto remolque ingresaba a la playa de estacionamiento del paraje. Atrás del mismo, llegaban Gabriel y Melisa en su auto. Saludé agradecidamente a eso dos extraños que sin problemas se habían acercado a ayudarnos, aun sin conocernos! La moto fue subida a la grúa, y Martin fue con ella, mientras yo me subí con todo el equipaje al auto de los chicos. Recuerdo los siguientes kilómetros perfectamente por todos los sentimientos encontrados y totalmente opuestos que sentí. Por un lado, atravesar esa ruta, con las montañas abriéndose paso y el frondoso bosque tapizando todo el paisaje era increíble. Pegada a la ventanilla del auto, mis dos ojos no me alcanzaban para contemplar tal maravilla natural y la emoción que sentía por llegar a Ushuaia iba aumentando en mi pecho. Pero por otro, cuando miraba hacia atrás, veía el camión de remolque y en el asiento del acompañante a un muy apesadumbrado Martin. Yo sabía lo mucho que le disgustaba entrar a la ciudad en remolque, y no en la moto como lo habíamos soñado y eso no dejaba de angustiarme. La entrada a Ushuaia Así, sólo pocos kilómetros más adelante ingresábamos a Ushuaia. La ciudad, en mi opinión, se lleva todos los adjetivos de belleza que conozco. Cientos de casitas se extienden sobre las costas del canal Beagle, y son rodeadas por el gigantesco cordón de montañas de los Andes fueguinos, que se eleva imperiosamente en el horizonte, dándole a esa imagen digna de una postal, un aire realmente magistral. Andes Fueguinos Mientras el auto ingresaba a la ciudad, tomando transitadas calles, las enormes montañas que se elevaban en el horizonte se reflejaban en el vidrio del auto, y para mí, que iba con la nariz pegada a la ventana, todo se veía en cámara lenta, como en una película. Estaba completamente maravillada con el paisaje y con el hecho de que finalmente habíamos llegado….A pesar de todo, habíamos llegado. La ciudad de Ushuaia La moto y todo nuestro equipaje fueron resguardados en la casa de Gabriel y Melisa, era domingo y deberíamos esperar al día siguiente para buscar un taller mecánico. Yo estaba exaltadísima y quería recorrer todo inmediatamente, y a pesar de que Martin aún estaba con su orgullo golpeado, nos encaminamos hacia la zona céntrica de la ciudad para buscar hospedaje. La ciudad de Ushuaia es bastante particular por varias características obvias que saltan a la vista de inmediato, y una de ellas, es su ubicación al pie de las grandes montañas, por lo que muchas calles son extremadamente empinadas, y las viviendas y negocios se construyen adaptándose a esta inclinación. La calle principal céntrica de la ciudad recorre paralelamente el largo de las montañas algunas cuadras, y las calles que la cortan bajan en pendiente hasta la costa del Beagle. Ushuaia es, obviamente, una ciudad muy turística. Sobre la avenida principal se alzan pintorescos negocios, todos los cuales mantienen el mismo estilo de construcción alpina y que ofrecen una alta gama de productos que van desde abrigadas prendas hasta pequeños adornos, todo dedicado al turista consumidor. También nos cruzamos con muchos restaurantes y confiterías, y alojamientos de demasiadas estrellas para nuestro reducido presupuesto de viajante. A pesar de la baja temperatura de ese día, las calles estaban abarrotadas de personas de un sinfín de nacionalidades: ingleses, franceses, rusos, japoneses, brasileros…. un verdadero popurrí de culturas. Los precios del lugar sinceramente nos escandalizaron un poco, puesto que no beneficiaba en nada nuestra moneda local, pero era perfecta para quienes llegaban con dólares. Al ver a refinadas señoras extranjeras con gruesas camperas atiborradas de bolsas de compras, supimos que nuestra estadía allí probablemente sería muy costosa. Luego de buscar y consultar en todos los hostels que nos cruzamos, nos decidimos por el Hostel Yakush, lugar que recomiendo totalmente. Amplias habitaciones, un lugar en común con cómodos sillones y libros, un comedor que se encontraba en un primer piso, sobre una esquina con grandes ventanales que daban justo al centro y, lo más importante, una buena calefacción continua. De este modo, aquel día de tantas emociones, pronto finalizaba. Construcciones alpinas iluminadas por las noches en el entro de Ushuaia A la mañana siguiente a primera hora, recorrimos gran parte de la ciudad en busca de un taller mecánico. Nos creímos afortunados al descubrir un taller oficial de Honda, la marca de la moto y plenamente confiados, trasladamos a la pequeña allí. Los mecánicos prometieron examinarla y comunicarse con nosotros en cuanto hubieran detectado la falla. Aún recuerdo que cuando nos fuimos del taller, dejando la moto allí, sentía un muy mal presentimiento…y todos saben que el sexto sentido de una mujer no se debe poner en duda. Aún así, no permitimos que esto nos desanime nuevamente, y recorrimos durante largo tiempo toda la costanera de la ciudad. El Beagle estaba realmente calmo ese día. Sobre el puerto se hallaban ancladas decenas de veleros y algunos barcos, mientras que escandalosas gaviotas sobrevolaban las embarcaciones. A lo lejos se elevaban altos riscos montañosos, con sus cumbres cubiertas de nieve. Veleros en el Canal del Beagle, Ushuaia El paisaje se reflejaba en el agua, y realmente parecía una pintura hecha por algún hábil artista. Inflamos nuestros pulmones con el frio aire austral y permanecimos largos minutos contemplando aquel lugar que nos era tan intrigante y emocionante a la vez. El puerto de Ushuaia Martin se dedicó a trabajar los siguientes días en las comodidades que ofrecía el Hostel, lo que me dio vía libre a mí para recorrer el centro y embelesarme con tantas chucherías que no podía comprar. Recuerdo vívidamente esa primera tarde que salí a caminar sola, con mis auriculares y música, sin poder dejar de sonreír y sintiendo esa felicidad pura que se siente cuando uno viaja. Repentinamente grandes copos blancos comenzaron a caer desde el cielo. Me detuve en seco en medio de la calle y levanté mi vista hacia el cielo, mientras un murmullo de entusiasmo general comenzaba a escucharse por las calles. Los miles de turistas, emocionados con esa inesperada nevada, comenzaban a sacar fotos y a filmar con sus celulares. La nieve rápidamente comenzó a acumularse en las calles y sobre los vehículos y yo estaba simplemente deslumbrada. Con mi música favorita sonando en mis oídos, caminé lentamente por las calles, mientras la nieve se acumulaba en mis cabellos. Para alguien que vive en zonas con épocas de nevadas, esto puede parecerle exagerado, pero para mí, que pocas veces había visto nevar, fue una experiencia casi mágica y un momento que perdurará por siempre en mi memoria. La nevada en la ciudad Recibimos noticias de la moto esa misma tarde. Al parecer todo se debió a una falla eléctrica que no permitía la recarga de la batería, pero nos aseguraban que el problema estaba resuelto. Completamente aliviados y felices, salimos velozmente hacia el taller, y regresamos con la moto, creyendo ingenuamente que nuestro viaje se normalizaría a partir de ese día, pero la ilusión nos duraría muy poco.
  2. 1 punto
    Una recomendación a todos los que piensen ir en coche y en verano, las carreteras de acceso suelen estar transitadas por autocaravanas y motocicletas (los moteros vienen de toda Europa hasta el 71º 10' 21"), ir con mucho cuidado, además hay renos que a veces invaden la calzada. Otra opción de alojamiento en el cabo Norte es el pequeño pueblo pesquero de Skarsvag que es la aldea más cercana al cabo y donde se pueden alquilar cabañas en el camping Kirkeporten Kirkeporten Camping
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