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Showing content with the highest reputation on 09/12/18 en toda la comunidad

  1. 1 punto
    Mi única noche en Venecia, luego de comer la cena con mi compañero de cuarto, tomé el vaporetto a la Plaza de San Marcos para encontrarme con su vida nocturna. Pero al parecer, era prácticamente nula, algo que nunca me imaginé de una ciudad como aquella. Así que un pronto retorno al hostal en la isla de Giudecca me bastó para conciliar el sueño a tempranas horas de la noche. Al amanecer debía tomar un tren hacia Bolonia, en la contigua región de Emilia-Romaña. Despertar no fue difícil, y había anotado el horario en que el vaporetto pararía en la estación más cercana para llevarme a la central de Santa Lucía. Así que tras un rápido check-out, salí a la templada mañana a esperar por el ferry. Giudecca está aislada del resto de Venecia, y la única forma de acceder a ella es por una embarcación. Ningún puente la conecta de forma peatonal. Y como dije antes, en Venecia no existen los coches. El vaporetto no tardó en llegar, pero pronto me di cuenta que aquel iba en la dirección contraria, una vía más larga hasta llegar a Santa Lucía. Pero atravesaba el Gran Canal, y ver sus orillas al amanecer sería un bonito último regalo de Venecia. Al final de cuentas, también me llevaría hasta la estación de trenes, pensé. Y sin pensarlo dos veces, subí y me senté en su descubierta proa. Justo ese día comenzaba el invierno. Eran ya vacaciones escolares y el tráfico era exiguo. Tenía el barco casi para mí solo. Los edificios todavía se veían oscuros, pero el sol empezaba a levantarse en el este. El cielo se pintaba poco a poco de un azul rosáceo, y yo no hacía nada más que admirar ambas orillas de la ciudad. La cautivante escena me hizo olvidarme de mi reloj. Pero mi intuición me decía que ya era algo tarde. El ferry estaba tardando mucho más de lo que pensé en llegar a Santa Lucía, y tenía miedo de perder mi tren. La romántica escena se esfumó cuando el barco empezó a parar en cada una de las estaciones en el camino, así no hubiera nadie que quisiese bajar o subir. Y un vistazo a mi celular bastó para aceptar lo inevitable: estaba a punto de perder mi tren. No tenía muchas opciones. Estaba en Venecia, no existen los coches. Sólo podía seguir montado en el vaporetto o bajar y correr hasta la estación. Y con mi mochila al hombro, no iba a ser muy buena idea. Con la menuda esperanza de que por alguna razón el tren se hubiese retrasado, bajé corriendo del ferry cuando aparcó frente a Santa Lucía. Pero como predije, el tren se había marchado. Me acerqué entonces al centro de atención a clientes. La señorita me dijo que no tenía otra opción, más que comprar un ticket nuevo. Y aunque hubiese llegado más temprano, no iba a poder abordar, porque cuando compré el boleto en internet elegí la opción “Venecia Mestre”, y no “Venecia Santa Lucía”. La estación de Mestre se encuentra en tierra firme, y para llegar a ella debía haber cogido otro tren, o en su defecto, un autobús. Me vi entonces obligado a pagar 32 euros por mi trayecto. Pero no podía enojarme. Son gajes del oficio. Además, estaba en Venecia, nadie puede enfadarse con una ciudad así. Compré algo para desayunar a bordo y me senté a leer junto a la ventana del vagón. Al menos mis 32 euros valieron la pena, con tan cómodo y rápido viaje. Antes del mediodía llegué a la estación de Bolonia. Había reservado una noche en el Dopa Hostel, a unas 10 cuadras de la central, y muy cerca del centro histórico. A mi llegada, no era todavía momento de hacer mi check-in, pero pude, como siempre, dejar mi mochila en la bodega. Y en la sala del hostal, Paul y Laura, un mexicano y una colombiana, hacían su check-out. Debían tomar su tren a Florencia esa misma noche, así que pasarían esa última tarde en la ciudad. Y como no me venía nada mal algo de compañía, acepté recorrer con ellos el centro histórico. Mi amiga Antonia, una italiana con quien trabajaba en el colegio de Lyon en Francia, era quien me había ayudado a armar mi itinerario de viaje en Italia. Y habiendo estudiado cuatro años en la Universidad de Bolonia, recomendarme su antigua ciudad de residencia no era algo de extrañarse. Descrita por ella como una ciudad estudiantil, y una de las mejores capitales gastronómicas de Italia, simplemente no pude dejarla pasar. Me adentré así con Paul y Laura al centro histórico de Bolonia, uno de los cascos antiguos medievales mejor conservados y más grandes de Europa. El centro histórico está rodeado de parques y jardines numerosos, como el Parco della Montagnola, justo al lado del hostal donde nos alojábamos. Nuestra primera parada sería la Fuente de Neptuno, uno de los íconos de Bolonia. Pero al llegar a la Piazza del Nettuno, nos topamos con su sorpresiva ausencia. La fuente estaba en restauración y nada, más que las mallas a su alrededor, podían verse. La fuente fue construida en el siglo XVI para simbolizar el gobierno del nuevo papa, Pío IV. Bolonia perteneció por varios años a los Estados Pontificios, que hoy se reducen solamente a la Ciudad del Vaticano. Pero su fama va más allá de su monumental belleza. Según nos contaron, su creador quería esculpir a Neptuno con unos grandes genitales, pero la iglesia católica lo prohibió. Así que el artista, Juan de Bolonia, se las ideó para que, desde cierto ángulo, su meñique pareciera su pene. Y después de unos años, el papado mandó a poner unos pantalones de bronce a la estatua. Aún así, la fuente sigue siendo un ícono erótico hasta hoy, donde las ninfas en sus esquinas arrojan agua por los pezones. Fue lamentable no poder apreciar aquella curiosa escultura. Pero junto a ella, el Palazzo Re Enzo nos dejó en claro el fuerte carácter medieval que Bolonia sigue poseyendo, un edificio que ha permanecido en pie desde el año 1245. El palacio es en realidad solo una ampliación del contiguo Palazzo del Podestà, sede del gobierno local, cuyo campanario central avisaba a los pobladores de acontecimientos importantes. El ayuntamiento forma parte de los flancos de la Plaza Mayor de Bolonia, el núcleo de la ciudad, donde Paul, Laura y yo nos sentamos por unos momentos a admirar su imponencia. El sur del cuadrante, la basílica de San Petronio hace honor al santo protector de la ciudad, junto al que se encuentran también San Francisco y Santo Domingo. Aunque ninguno de nosotros sumamente católicos, no quisimos perder la oportunidad de verla por dentro. Aunque la misa que se llevaba a cabo nos imposibilitó tomar fotos de su interior. Nos introrudjimos bajo el Palacio del Banco, por un pasaje orillado por antiguos y coloridos edificios que datan también de la lejana Edad Media, pero que hoy alojan comercios locales de ropa y comida. Antonia me había contado que a su amada ciudad se le apodaba “Bologna la grassa”, ya que por su famosa gastronomía para los boloñeses era imposible dejar de comer. Y que no podía irme de allí sin haber probado algunos de sus mejores platillos. Así que cuando pasamos junto a la boutique-restaurante Tamburini, una de las más visitadas en el casco antiguo, no dudé en pedir a Laura y Paul unos minutos para echar un vistazo. Antonia me había recomendado su mortadella. Pero al parecer, Tamburini era realmente lo mejor de la ciudad, y el número en la lista de espera era muy lejano, y con sólo una tarde en Bolonia, decidí continuar la caminata y deleitar a mi paladar al finalizar el día. La misma calle nos llevó hasta el Palazzo della Mercanzia. A pesar de haber visto infinidad de edificios góticos en Europa, Bolonia parecía poder convertirse en mi ciudad gótica favorita, aunque sus colores ocre pudieran parecer algo aburridos para muchos. Y a tan sólo unos metros, Paul nos llevó hasta las dos torres, el mayor símbolo arquitectónico boloñés. Bolonia fue la verdadera ciudad de las torres en la Edad Media. La gente habla que en aquella época, llegar a Bolonia era casi como llegar a Nueva York, por la cantidad de enormes torres que se erguían dentro de sus murallas. Los historiadores creen que los torrejones fueron construidos por las familias locales como símbolo de poder y protección en una era donde los conflictos entre el Sacro Imperio Romano Germánico y el Pontificado eran cada vez más graduales. Hoy, dos de las torres que permanecen en pie son las más famosas para el turismo y los locales: la torre Garisenda y la torre Asinelli. Sus nombres provienen de las familias que, se cree, las mandaron a construir. La más alta de ellas, la Asinelli, rebasa casi los 100 metros, y su apertura al público permite conocer la verdadera Bolonia del medievo. Aquel rascacielos medieval era el primer monumento de vigilancia al que me introducía en mi vida. Su interior simplemente me cautivó, y me transportó a Gondor, y a las dos torres donde se libraron las batallas de la segunda saga de El Señor de los Anillos. Al llegar a su punta, la ciudad entera de Bolonia quedó a nuestros pies, como si esperase a ser vigilada por nosotros tres. Mirar a los cuatro puntos cardinales era inevitable, esperando a que una banda de orcos o ents apareciera para declararnos la batalla. Aunque para ser sincero, me di cuenta que yo hubiera sido el menos indicado para cuidar de una ciudad desde las alturas. El vértigo, a ni siquiera 100 metros de altitud, me estaba asesinando. Tanto que pedí a Paul tomar las fotos por mí. Aunque la cima de la torre está protegida con barrotes de metal, mirar abajo me daba escalofríos. La forma más eficaz para alguien como yo era caminar sin dejar de tocar las vetustas paredes de piedra. Aún con el miedo recorriendo mis venas, los antiguos tejados de Bolonia me hicieron ver que aquella breve escala no había sido en vano, y respondía a la teoría de Antonia del porqué era una de las ciudades preferidas para los universitarios en Italia. De hecho, la Universidad de Bolonia es considerada la universidad más antigua del mundo occidental, fundada en 1088, y se posa junto a las grandes casas de estudio de Europa, con universidades tan reconocidas como la de Oxford, París y Salamanca. Uno de cada diez habitantes de Bolonia es estudiante de su universidad. La misma ha visto pasar alumnos tan renombrados, como Dante Alighieri y Nicolás Copérnico. Bolonia era, después de todo, mucho más que sólo su salsa boloñesa. Bajamos los escalones, al seguro y menos vertiginoso nivel del suelo, para seguir con nuestra caminata vespertina. Mientras Paul y Laura se inclinaron por un gelatto, yo me decidí por un chocolate caliente en su mezquino, pero cálido mercado de Navidad. Diría que es lo más bello de viajar en diciembre en Europa. Los Christmas markets nunca decepcionarán a nadie. Subir y bajar las escaleras de aquella torre nos había agotado más de lo esperado, sobre todo con ropa tan pesada para cubrirnos del frío invierno, que recién había comenzado. Así que un par de callejuelas más fueron suficientes antes de volver al hostal a reposar un poco. Paul y Laura se detuvieron a comer en un 100 montaditos, una famosa franquicia española de bocadillos, vino y cerveza, de la que casi me había ya hartado cuando viví en Galicia. Yo no había viajado hasta Bolonia para comer tapas baratas, me dije. Así que invité a otro de los chicos que conocí en el hostal, Diego, a visitar L’Osteria dell’orsa, uno de los restaurantes que Antonia me había recomendado. Diego venía de Sevilla, y su deseo por probar tapas españolas era tan exiguo como el mío. Aunque nuestro apetito por la comida boloñesa era gigantesco para esa hora de la noche. Ir antes de las 8 fue una excelente idea, ya que la hora de la cena apenas empezaba, y L’Osteria estaba medianamente vacía. Pedimos una mesa para dos, y la mesera nos llevó al sótano, a una mesa donde fácilmente cabían diez personas. La tradición de L’Osteria es siempre compartir la mesa con desconocidos. Todo por el placer del buen comer. Unos pocos minutos después, el restaurante estaba a poco de su máxima capacidad. Casi ninguno tenía pinta de ser estudiante, pero aquello era normal. Era casi Navidad, y para entonces la mayoría de los universitarios se habían marchado a casa con sus familias. Mi sopa de tortellini relleno de manzo (carne de res) y capone con abundante queso parmesano fue una buena decisión, además de una solución barata al hambre. Y los tagliatelles con ragù (la famosa salsa boloñesa de tomate con carne molida) de Diego nos dejaron en claro que Antonia tenía razón. Bologna la grassa era una de las mejores capitales gastronómicas de Italia. Sin poder quedarme más tiempo, agradecí esa breve escala en aquel rincón del norte italiano. Pasé la noche bebiendo vino con los chicos del hostal, para al otro día tomar mi autobús hacia las faldas del Vesubio, donde Nápoles y mi amigo Gianpiero me darían una acogedora y deliciosa Navidad.
  2. 1 punto
    Una capital vertiginosa, ciudades en el norte ubicadas cerca de montañas y un gran conjunto de islas son algunas de las tantas propuestas que ofrece Tailandia. Tailandia, uno de los países que figura en la lista de exóticos, es una perfecta combinación de flores, budismo, respeto, sabores intenso, lluvia, calor... Es un país bastante poblado, tiene 69 millones de habitantes, de los cuales 12 millones viven en la capital. Existen varias religiones... budistas, musulmanes, católicos e hindúes. A la hora de planificar una visita es importante tener en cuenta que entre julio y septiembre llueve demasiado. Algunas de las propuestas turísticas de Tailandia son... Una ciudad de templos, palacios y mucho movimiento: Bangkok Bangkok es una ciudad intensa donde se pueden encontrar 320 templos además de una gran cantidad de palacios deslumbrantes. Uno de los más destacados es el Palacio Real, se trata de un conjunto arquitectónico formado por edificios utilizados como sede real desde el siglo XVIII hasta mediados del siglo XX. Es una ciudad de mucho movimiento, con autopistas gigantescas que por momentos pueden atascarse de vehículos, pese a ello no se escucha ningún bocinazo. Es interesante mencionar que es una ciudad en expansión, ya que cuenta con sistema de trenes elevados además de líneas de subte. Uno de los puntos imperdibles de Bangkok es pasear por la Avenida de los Reyes, es una réplica de Les Champs Élysées. Sobre esta avenida se encuentra el Museo Nacional. Siguiendo con la lista de lugares para conocer, se encuentra el famoso templo Wat Pho es muy famoso debido a que en su interior se encuentra el gran Buda reclinado, una figura que llama mucho la atención por tener unos 46 metros de largo y 15 metros de altura. Tailandia es sinónimo de templos... Otro de los templos que vale la pena visitar es el de Wat Arun su nombre significa Templo de la Aurora o Templo del Amanecer. La isla de Phuket La isla más conocida, la más grande y la que mayor cantidad de turistas recibe es Phuket, se encuentra conectada con la península tailandesa por carretera y también cuenta con un aeropuerto. Es la meca del turismo de sol y playa, es posible encontrar una gran cantidad de importes hoteles resort, actividades nocturna. Chiang Mai Otra de las ciudades que vale la pena visitar es Chiang Mai, se encuentra en el norte de Tailandia en una zona montañosa. Allí se pueden ver vestigios del pasado como murallas además de templos budistas. En la parte nueva de la ciudad existen tiendas de modas, sofisticadas galerías y una gran variedad de restaurantes y café. Entre los platos característicos del lugar se encuentra el plato llamado khao soi, fideos en curry. En algunos restaurantes se ofrecen shows musicales. Pattaya En la costa este del Golfo de Tailandia se encuentra Pattaya, una ciudad muy popular por sus playas. Años atrás fue simplemente una tranquila aldea pesquera, en la actualidad es un lugar muy animado con centros hoteleros, condominios, centros comerciales y clubes. Las playas son además escenarios perfectos para la práctica de deportes y paseos en motos de agua. Datos útiles para planificar un viaje por Tailandia El país tiene tres estaciones, el verano con altas temperaturas, entre 30º y 40º, de marzo a junio la época más lluviosa y el invierno (el cual se caracteriza por ser suave en cuanto a las temperaturas) de nombre a febrero. Esta última es la época considerada como temporada alta. Es importante verificar, si se necesita visa y vacunación contra la fiebre amarilla, esto dependerá del país de origen. Los templos por lo general cierran a las 17:00 horas. Otro dato... es necesario cuidar las monedas y guardarlas. En algunos lugares se debe pagar por utilizar el baño. La moneda oficial es el Bhat. Es posible cambiar euros y dólares por moneda local. Generalmente los locales comerciales aceptan tarjetas de crédito. Tailandia es un país seguro e ideal para cualquier tipo de turismo. Es un buen destino para planificar un viaje en pareja, luna de miel, disfrutar con amigos o por qué no, tomar la mochila e iniciar el primer viaje sólos, el sudeste asiático es muy popular para los mochileros por sus precios accesibles. Puede afirmarse que es un país económico, los restaurantes tienen buenos precios, las entradas para los sitios de interés son bastante accesibles comparadas con otras entradas del resto del mundo. Otro de los motivos por el cual planificar un viaje a Tailandia es por su gran variedad de propuestas,tiene una interesante oferta cultural, de naturaleza, mercados, compras, islas, playas paradisíacas y mucho más. La cordialidad de la gente se suma a los motivos por el cual planificar un viaje, es un destino muy amigable con el turismo, con gente dispuesta a ayudar a los turistas a pesar de las barreras idiomáticas.
  3. 1 punto
    Encontrar el mejor lugar para comer sin gastar mucho dinero es algo difícil de lograr cuando viajamos. Y sinceramente la mejor comida siempre dependerá de nuestros gustos. Pero he aquí algunas de las cosas que he aprendido. Comer en la calle no es una experiencia gourmet, pero nos ahorra mucho dinero. La mejor manera de ahorrar es ir a los mercados. Así estemos en América Latina o Europa, los mercados nos ofrecen siempre productos locales y buenos ingredientes si queremos cocinar nosotros mismos. Aunque cabe decir que los mercados no funcionan de la misma manera en Europa que en América. Una cholita vendiendo truchas fritas en las calles de Copacabana, Bolivia. La mayoría de las ciudades y pueblos en Latinoamérica tienen un mercado central, o en cada vecindario un mercado local que abre todos los días desde muy temprano hasta casi llegada la noche. Los productos serán casi siempre más baratos que en un supermercado y de procedencia auténtica. Es decir, de las granjas más próximas. A diferencia de lo que muchos temen, las carnes, frutas, verduras y demás productos no son de mala calidad. Simplemente no tienen tantos químicos que el resto. Así que un plátano puede ponerse negro en dos días. Personalmente, eso me da más confianza que un plátano que nunca envejece. Mercado de Arequipa en Perú. En Europa, al contrario, no suele haber siempre un mercado principal. Las grandes centrales de abasto están regularmente alejadas de la ciudad, por lo que es difícil de llegar para un viajero. Pero es común encontrar mercados callejeros (que ojo, no se ponen todos los días ni están hasta la noche) en algunas avenidas o parques de la ciudad. Y allí podremos comprar también muchos productos locales. Cabe decir que los precios no siempre serán más bajos que en el supermercado. A veces es todo lo contrario, serán más caros. Esto es porque los granjeros en Europa están más consternados por una “buena calidad” del producto, por lo que usan más químicos para conservarlos u obtener sellos de calidad. Mercado Les Halles en Lyon, Francia. Por esto puedo decir que en Europa es más barato comprar en los supermercados. Cadenas como Lidl o Carrefour pueden encontrarse en muchos países, y su marca propia es siempre la de los precios más bajos. Si queremos probar los platillos locales en América Latina o Asia, por ejemplo, el mejor sabor lo encontraremos también en los mercados, o en algunos puestos callejeros, como las empanadas en Argentina, los tamales en Perú, las arepas en Colombia o los tacos en México. Una "tlayuda" en un mercado mexicano. Pero en Europa no suele ser así. No existen casi los vendedores ambulantes, salvo algunos como las crepas en Francia, los bratwrust en Alemania o las castañas durante el invierno. Y los mejores platillos los hallaremos siempre en restaurantes. Y tendremos que pagar normalmente un precio alto. Un costoso almuerzo en un restaurante de París. Un bratwrust caliente en las calles de Heidelberg es un buen y barato almuerzo en Alemania. ¿Qué recomiendo yo? Podemos siempre probar la comida local evitando costosos restaurantes. Quizá tendremos que aguantarnos las ganas de un steak a la fiorentina en Florencia o un pato a la naranja en Francia. Pero si elegimos la comida más sencilla será siempre más económico, como las tapas y pinchos en España, la repostería en una pâtisserie de Francia, las salchichas en un mercado alemán, fish and chips en Inglaterra y, claro, una pizza y un gelatto en Italia. Una pizza Margherita por sólo 4 euros en Nápoles. Un buen tip es hablar siempre con estudiantes locales. Los estudiantes en todo el mundo tienen siempre una constante: son más pobres y encuentran la mejor forma de ahorrar y comer bien. Un asado hecho por estudiantes argentinos en Salta. Así, nos dirán cuál es la taquería más rica y barata en México, la mejor peña para ir de fiesta en Argentina, las tapas más grandes y baratas en Granada, las papas fritas más pedidas en Bruselas. Un bocadillo de bacalao y una pinta de cerveza en Oporto, por sólo 2 euros. En Europa también hay lugares estilo cafeterías que ofrecen descuentos a estudiantes mostrando su credencial. Así que si tenemos cualquier tarjeta que nos acredite como uno ¡funcionará!
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