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  1. 4 puntos
    Hace un poco más de diez años que había visitado la provincia de Misiones para ir a un congreso cuando era estudiante de la carrera de la carrera de Licenciatura en Turismo... Estuve algunos días en la capital, la ciudad de Posadas y dos noches en Iguazú. En este momento todavía las Cataratas de Iguazú no habían sido declaradas como Maravilla Natural, no había una gran cantidad de turistas. A decir verdad, cuando fui al parque con mis compañeros estábamos solamente nosotros. Vale aclarar, que era temporada baja, era el mes de mayo. Hacía bastante tiempo que tenía ganas de regresar, por eso, en el mes de enero pasado, decidí tomarme mis vacaciones de verano en las Cataratas. Organicé un tour que empezó en Salta y terminó en Iguazú. Decidimos dedicarle 5 noches a la ciudad de Iguazú ya que sabemos que es una de clima subtropical donde puede haber abundantes lluvias que impidan salir a recorrer el parque. Llegamos a destino y nos recibió una lluvia afortunadamente no muy intensa. De todas formas, es bastante frecuente que corramos con esa suerte... siempre los destinos que visitamos nos reciben con lluvia pero los días siguientes suelen tener unas condiciones climáticas espectaculares, así que no nos preocupamos. El primer día que llegamos, teníamos pensado visitar el Parque pero con la lluvia no era un buen plan. Entonces, optamos por cruzar la frontera y visitar Ciudad del Este en Paraguay. Es una ciudad que tiene la fama de ser un destino de compras ya que es una zona franca, libre de impuestos. Tomamos un colectivo y en menos de una hora estábamos en destino. Creo que no hay palabras para describir a este sitio... Es una ciudad cargada de comercios, de carteles, de vehículos, de gente, de ruido ambiente... Una ciudad totalmente caótica en la que no existen semáforos que orden el tránsito. Afortunadamente, fuimos con información de los mejores lugares para comprar y también teníamos en mente que comprar con el modelo ya elegido. Creo que no hay otra manera de visitar esta ciudad si no es con información previa... Hay muchísimos lugares, vendedores ambulantes y carteles que compiten entre sí. Es recomendable ir temprano, ya que todos los lugares cierran a las 16:00 de la tarde porque suelen abrir muy temprano en la mañana y trabajan en horario de corrido. Nosotros llegamos con el tiempo muy justo pero por suerte llegamos a conseguir lo que teníamos planeado, una cámara de fotos de viaje. El objetivo principal del viaje era visitar el Parque Nacional Iguazú... También nos interesaba conocer el Parque del lado de Brasil... Fuimos un día del lado de Brasil fue un paseo muy corto porque teníamos que regresar temprano para tomar el colectivo. La vista es muy distinta a la vista del lado argentino, ya que las pasarelas están muy cerca de las Cataratas, pero el parque en este lado es mucho más pequeño. No volvería a visitarlo, pero si volvería una y otra vez al lado argentino ya que aquí el parque es muchísimo más grande y como los colectivos pasan hasta más tarde, se puede estar disfrutando del paisaje hasta las 17:00. Un dato muy importante para quienes deseen visitar las Cataratas, es que comprando la entrada para dos días consecutivos, el segundo día sale la mitad de precio. Desde Iguazú se pueden hacer muchas excursiones como por ejemplo visitar las Ruinas de San Ignacio un sitio arqueológico muy interesante, visitar las Minas de Wanda y comprar piedras semipreciosas, etc. Era verano, días de calor intensos cargados de húmedad, por lo que no tenía mucho interés en realizar excursiones de días completos. Nos quedaba un día libre, aprovechamos para conocer la ciudad de Foz de Iguazú. Visitamos un Shopping y recorrimos la ciudad. A decir verdad, la ciudad no me pareció muy llamativa pero siempre me resulta interesante conocer distintas ciudades del mundo. Consejos importantes para quienes deseen visitar Iguazú Conviene destinarle al menos dos días para recorrer todo el parque en el lado argentino es posible que un día no alcance para conocerlo completo. Es aconsejable evitar la temporada alta ya que es un destino muy turístico por lo que en enero y mitad de julio suele haber más cantidad de gente que en otros meses. Resulta óptimo dejar días libres porque es una zona de clima subtropical, pueden tocar días de lluvia en los que no sea la mejor opción visitar el Parque. En el Parque se pueden comprar souvenires, hay varios restaurantes, kioscos y cafés. No hay que olvidar el protector solar, repelente y anteojos de sol. Por supuesto, es necesario llevar calzado cómodo. Aconsejo que al llegar al Parque, lo primero que hagan sea visitar la Garganta del Diablo, es el paseo que está un poco más alejado comparado con el resto de los circuitos, sumado a ello es el más imponente. Para llegar hasta allí se puede ir caminando o sino el trencito ecológico del Parque, es muy lindo y pintoresco. La cena show que se ofrece en Foz de Iguazú es imperdible! Se puede disfrutar de un espectáculo de danzas con música regional mientras se pueden degustar cientos de platos. Para visitar las Cataratas se recomienda un mínimo de 4 noches. Para quienes deseen estar en contacto con la naturaleza en su máximo esplendor, pueden realizar el sendero Macuco, para ello es imprescindible llevar agua y alimentos ya que en ese trayecto no existen kioscos ni lugares de ventas de alimentos.
  2. 4 puntos
    Se trata de una fiesta muy antigua que continúa realizándose, la misma comienza con la tradición del desentierro del diablo y se celebra en todos los pueblos de la Quebrada de Humahuaca. Para disfrutar del Carnaval de Jujuy, especialmente el de la Quebrada de Humahuaca, hay que prepararse para disfrutar de la espuma, el papel picado, el talco, la serpentina, el humo y que todo comience una y otra vez durante diez días. Los autos y casas también se tiñen de papel picado y espuma por lo que conviene estacionar en la entrada del pueblo. La fiesta tiene lugar en varios lugares de la región, también se celebra el carnaval en otros destinos del país y del mundo... El Carnaval de la Quebrada tiene su encanto, especialmente entre los pueblos y destinos que se encuentran entre San Salvador de Jujuy y Humahuaca. Los epicentros del carnaval norteño son Tilcara y la capital jujeña. También se hace notar la fiesta en la vecina localidad de Purmamarca. Es una fiesta en la que se invita a que todos sean parte y puedan disfrutar de las tradiciones andinas. Los ritos también prevalecen con el agradecimiento a la Pachamama, la madre tierra que preside según los lugareños, a todos los actos de la vida. Bastar con sumarse al Carnaval para conocer más sobre las tradiciones y cultura local. Forman parte del evento, los mojones, se trata de lugares sagrados para las comparsas, grupos reducidos de personas bien organizadas cada uno con sus diablos y músicos, banderas y demás insignias. También son característicos, los trajes de diablo con máscaras muy elaboradas en telas de distintos colores. Las fechas en las que se celebra el carnaval, varían año a año, pero siempre se realiza en el mes de febrero. Comienza con el desentierro del diablo y culmina con su entierro y quema. Conviene reservar pasajes con anticipación y organizarse. Lo principal es elegir en qué pueblo de la Quebrada uno quiere quedarse ya que trasladarse por las rutas de una sola mano, puede llegar a ser una tarea ardua. Es importante tener en cuenta, que el verano es época de lluvias en el norte de Argentina, por lo que hay que estar atento a los avisos, en ocasiones las rutas pueden cerrarse para mayor seguridad y porque las máquinas de viabilidad deben volver a reorganizar los caminos. Lo ideal es llegar antes de que inicie el Carnaval o salir muy temprano el día de inicio. Otro dato para tener en cuenta para quienes deseen hospedarse en San Salvador de Jujuy, es que en la capital de la provincia tienen lugar otros eventos como festivales, cenas shows y más. La oferta de entretenimiento es variada. En la localidad de Tilcara, desfilan las comparsas más importantes y las fiestas duran hasta el amanecer. La ventaja de hospedarse en Tilcara es que es centro del Carnaval norteño, la desventaja es la cantidad de ruido y de gente. El ruido es permanente, sobre todo en el centro y se extiende por varios días hacia la ladera de los cerros. No es momento para descansar, es ocasión de disfrutar, bailar y conectarse con las tradiciones. Cada pueblo de la Quebrada de Humahuaca celebra el Carnaval con características distintas. En Maimará, por ejemplo hay diversos desentierros del diablo, las comparsas suelen reunirse en sus sitios o mojones más retirados. En otras localidades las coplas dicen presente formando parte del entramado de la celebración. Las coplas son producciones orales y musicales que nacen como un modo de compartir experiencias y emociones. Como bien se sabe, el Carnaval nació en Europa y se trasladó a varias partes del mundo. En el mundo andino, es un tiempo de cosecha, de agradecimiento al Dios Cristiano y a las deidades de la naturaleza que según los lugareños cobran vida. Una de las principales características del Carnaval del Norte, es que es una celebración en que tanto turistas como lugareños forman parte activamente a diferencia de otros carnavales en donde la gente va sola de espectadora. Cómo llegar a Tilcara Tilcara se encuentra en la Quebrada de Humahuaca, a un lado de la Ruta Nacional 9 y el Río Grande. El acceso es muy fácil para los que se trasladan en auto. También hay distintos micros que conectan otras localidades vecinas y otras más alejadas. Conviene sacar pasajes con anticipación ya que la demanda de billetes en esta época es alta. Las distancias desde Tilcara son: 85 kilómetros de la ciudad de San Salvador de Jujuy, 26 kilómetros desde Purmamarca, 45 kilómetros la separan de Humahuaca y unos 202 kilómetros desde la ciudad de Salta. Se encuentra a un poco más de 1500 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires. Más información sobre Tilcara, el centro del Carnaval y de la Quebrada. Es un pueblo muy animado con turistas de distintas partes que lo visitan durante todo el año. Allí pueden encontrarse varios hoteles, peñas folclóricas, cafés, tiendas de artesanías y también agencias de viaje que ofrecen paseos y excursiones a otros lados del norte de Argentina y también en los alrededores del pueblo. Un paseo por Tilcara no estaría completo sin antes visitar el Pucará de Tilcara. Es el yacimiento arqueológico más importante de la Argentina. En el pasado supo ser una defensa y asentamiento de los habitantes precolombinos de la quebrada. Junto al Pucará de Tilcara se encuentra el Jardín Botánico donde se puede apreciar una amplia colección de plantas que crecen en las alturas de los cerros. Allí es posible conocer toda la variedad de Cactus y crasas de la región.
  3. 4 puntos
    Hacía bastante tiempo que venía investigando y leyendo sobre los destinos del Norte de Argentina, era un viaje que venía posponiendo desde hace bastante tiempo hasta que en enero decidí hacerlo realidad. Al principio, me parecía un poco rara la idea de ir al Norte en enero ya que es una zona bastante cálida, contrario a mis expectativas el calor no fue excesivo, es más hubo días bastante frescos. Comenzamos el viaje por la capital de Salta, ciudad que lleva el mismo nombre y es apodada "La Linda". Como de costumbre, casi siempre que llegó a un lugar me recibe la lluvia. No fue molestia ya que conseguimos rápidamente un taxi que nos trasladó hacia el centro. Luego de dejar las cosas, comenzamos a recorrer el centro y visitamos las postales más tradicionales... El Cabildo, los museos, la Plaza 9 de Julio y el Convento de San Francisco. Hicimos nuestra primer parada para probar la gastronomía del lugar comiendo empanadas salteñas. Mis preferidas fueron las de queso. En casi todos los lugares las cocinan en horno de barro, lo que les da un sabor muy diferente y especial. Al día siguiente hicimos una excursión para conocer Cafayate. No soy amante de las excursiones, porque duran bastante tiempo y sumado a ello implican levantarse muy temprano. Pero, no hay otra manera de conocer esta hermosa zona. Lo interesante no está en el pueblo, sino camino al pueblo donde se pueden ver unas formaciones rojizas muy llamativas, la Quebrada de las Conchas o también conocida como Quebrada de Cafayate. Durante el recorrido también paramos en una bodega tradicional de la zona y finalmente recorrimos el pequeño pueblito. Luego de pasar dos noches en la ciudad de Salta nuestro viaje seguía con destino a Tilcara. Para conocer los principales atractivos turísticos del Norte, una opción es alojarse en Salta y desde allí hacer todas las excursiones... Pero, como comentaba anteriormente me resulta muy estresante hacer tantas excursiones, por ello elegimos Tilcara, una localidad a mitad de camino entre Purmamarca, las Salinas y Humahuaca. Del pueblo no hay mucho para contar, a decir verdad, me decepcionó bastante, me lo imaginaba más pintoresco, mejor conservado, pero resultó todo lo contrario. De todas maneras, esto se olvida al disfrutar de los paisajes. Para quienes visiten Tilcara, recomiendo que se tomen unas horas para recorrer el Pucará, es un sitio arqueológico enmarcado en un hermoso paisaje de cactus y montañas. También se encuentra en el lugar, un Jardín Botánico con todas las especies representativas de la zona. La "meca" de mi viaje, era visitar el Salar llamado Salinas Grandes. Nunca había estado en un sitio así, un desierto blanco! Para llegar al Salar el punto de partida es la localidad de Purmamarca la cual se encuentra muy cerquita, un poco menos de una hora en colectivo. En Purmamarca hay varias postales imperdibles como el Cerro de los Siete Colores y el Paseo de los Colorados. Un tip muy importante! Si visitan con tiempo Purmamarca no dejen de subir al mirador "El Porito" desde allí se puede disfrutar de la mejor vista del Cerro de los Siete Colores. Llegar a las Salinas ya es todo un paseo en sí mismo, atravesamos la Cuesta de Lipán, un zigzagueante camino de montaña. Mientras hacíamos el paseo íbamos comiendo caramelos de coca para evitar "el mal de altura" o también conocido como "apunamiento". Creí que el camino sería más difícil pero fue todo lo contrario ya que está todo asfaltado y con unas vistas únicas!! En las Salinas estuvimos una hora, al bajar nos recibió la magia de dos arcoiris en el cielo!! Si o sí hay que ir con antejos... Intenté sacarmelos para poder disfrutar de la magia del paisaje blanco pero fue imposible. Nunca había estado en un lugar tan único. La fotografía es una de mis pasiones por lo que aproveché a tomar fotos y a conectarme con la magia del lugar. Desde Tilcara, como comentaba anteriormente, se puede visitar Humahuaca otra de las localidades de la Quebrada. Recorrimos el centro histórico y también visitamos su monumento. Otro paseo que se puede hacer desde aquí es visitar el Cerro Hornocal, es un cerro similar al de los Siete Colores, muy llamativo por su paleta de colores, también es conocido como Paleta de Pintor. Luego de pasar tres noches en Tilcara regresamos hacia Salta ya que nuestro próximo vuelo partía desde allí. Estuvimos dos noches más en las que aprovechamos a recorrer nuevamente el centro histórico y también visitamos el Cerro San Bernardo. Para subir al cerro y disfrutar de la vista de la ciudad hay dos opciones... Subir y bajar en teleférico o subir sus 1001 escalones. Elegí la opción de los escalones, por suerte son escalones cómodos y mientras se va subiendo se puede disfrutar de la vegetación y de las aves. El esfuerzo vale la pena para disfrutar de una hermosa vista del valle, de la ciudad rodeada de montañas llenas de vegetación. Nuestro viaje siguió rumbo a Iguazú... Como en todo viaje, siempre queda algo pendiente, en esta oportunidad nos quedó pendiente conocer Cachi. La idea era ir en excursión pero el verano es época de lluvia y había riesgos de no poder volver durante el día y perder el vuelo. Recomiendo que si visitan el Norte dejen varios días en el medio entre excursión y excursión o entre paseo y paseo ya que las rutas pueden cortarse por lluvias, especialmente durante los meses de verano. Mis impresiones sobre el Norte argentino Es una región con unas postales únicas, muy distintas a las que estaba acostumbrada a ver. Se puede visitar tranquilamente en verano, el calor no es excesivo, la única contra es que es una época de lluvias, sin embargo tuvimos mucha suerte porque no llovió mucho. De todas formas las lluvias suelen ser pasajeras. Los pueblos son muy antiguos, no tienen una buena gastronomía y oferta de actividades, pero aún así conviene parar en distintos sitios ya que hacer todos los paseos desde la ciudad de Salta implica muchas horas de viaje. A la hora de averiguar por excursiones, conviene preguntar en más de una agencia de viajes. Los precios suelen variar bastante. Lo mismo sucede con las casas que venden artesanías. No recomiendo alquilar vehículo. Manejar en el Norte en algunos tramos tiene dificultades. Es importante llevar efectivo, en casi ningún lado se acepta débito ni crédito. Las agencias y comercios que los aceptan suelen cobrar bastante recargo e interés. Para quienes no están acostumbrados a vivir en zonas altas, es conveniente comprar caramelos de coca o sino hojas para masticar y evitar el mal de altura. Otra cosa que nos resultó bastante efectiva es ir subiendo de a poco, es decir, evitar ir por ejemplo al segundo día de viaje a Humahuaca o los puntos más altos sobre el nivel del mar. Conviene aclimatarse con tiempo. La ciudad de Salta es un buen punto de partida.
  4. 4 puntos
    Copenhague es considerada como un modelo de urbanismo y diseño, es un sitio donde pueden encontrarse miles de ciclistas además de una interesante vida cultural, parques,lagos y una gran preocupación por la naturaleza. Un dato importante para mencionar es que Dinamarca es líder en reciclado y reutilización de la basura. Además, está en vías de convertirse en la primer capital del mundo libre de carbono.Esto quiere decir: manejo de la basura y su reutilización, energía renovable, techos y terrazas verdes, energía eólica, infraestructura pública inteligente y movilidad. Cada vez hay más bicis y autos eléctricos. Siguiendo con los datos de color, puede decirse que Copenhague había sido elegida la ciudad más feliz del mundo. El nivel de vida de Copenhague es muy alto. La educación y la salud son gratuitas, la inflación ronda el 1,4%, hay cero corrupción, la falta de trabajo tampoco es un tema preocupante para esta ciudad. El bienestar del país no se exhibe en objetos de lujo, sino que se basa en el concepto de felicidad, en saber disfrutar de la vida a base de planes sencillos y relajados, en soledad o en buena companía. Esto se resume en una sola palabra "hygge", un término muy difícil de traducir al español, pero que se basa en el hecho de que la felicidad está en las pequeñas cosas. Hygge es la agradable sensación que se respira cuando los daneses se reúnen en grupos. ¿Qué ver y que hacer en Copenhague? Una de las visitas imperdibles es visitar Nyhavn, un canal construido en el siglo XVII para unir el puerto con la ciudad. Está bordeado por casas de estilo holandés con distintos colores, representa una de las postales más características de la ciudad. En esta zona existen varios restaurantes donde se pueden comer platos típicos. Visitar la pastelería más antigua forma parte de los "must do" de esta hermosa ciudad nórdica. Esta panadería lleva deleitando a sus clientes desde al año 1870. Los Jardines del Tivoli es el nombre que lleva el parque de atracciones más antiguo del mundo y es uno de los lugares más turístico del país. Es una mezcla de atracciones de feria, luces, magia. Uno de los momentos más lindos para visitar este parque es durante la época navideña. Es toda una celebración donde pueden observarse cientos de miles de luces lo que convierten a los jardines en un lugar mágico. Christianshavn forma parte del centro de la ciudad de Copenhague, pero está separado por un puerto interior. Se trata de una zona dominada por canales, con un aire muy similar a Ámsterdam. Uno de los planes turísticos imperdibles, es alquilar un bote y remar por sus canales, conviene llevar todo lo necesario para hacer un picnic y según la época del año puede ser necesario llevar una manta también. Library Bar es otro sitio que no se puede dejar de visitar. Allí se encuentran estanterías de maderas llenas de libros antiguos, muchos de ellos primeras ediciones. El bar ofrece música en vivo y un ambiente ideal para el relax. Una de las fotografías que no puede faltar es la de la sirenita de Copenhague, es una escultura de bronce colocada sobre unas rocas que se adentran en el mar. Consejos para planificar un viaje por la capital danesa La mejor manera para moverse en la ciudad es alquilar una bicicleta, se pueden alquilar fácilmente y cuestan 14 euros por un día completo. Hay varios puntos donde se retiran y se pueden devolver. Existe una tarjeta local que permite tomar cualquier medio de transporte además de permitir visitar más de 80 atracciones de la ciudad. Es ideal para quienes van a estar en la ciudad por más de una noche ya que permite ahorrar bastante y brinda la posibilidad de conocer varias atracciones como su gran variedad de museos. Existen free tour en español, son ideales para hacer el primer día de viaje y tener una primera aproximación sobre la ciudad. Son tours gratuitos en los que se debe dejar una colaboración a voluntad. Para llegar desde el aeropuerto al centro de Copenhague existen varias opciones: bus, metro y tren, una de las maneras más cómodas si tu hospedaje se encuentra en la zona del centro es tomar el tren. Copenague es una ciudad cara, pero existen varias maneras de abaratar costos, como por ejemplo comprando comida en supermercados, sin embargo también existen buffets para comer los cuales suelen ser más baratos que algunos restaurantes. Para quienes deseen tomar unas cervezas, es importante prestar atención al happy hour. Conviene evitar el invierno ya que la temperatura suele ser muy fría. Para visitar la ciudad se necesitan al menos tres noches, aunque lo ideal sería dedicarle al menos cinco noches, pero todo depende de la cantidad de tiempo disponible. La moneda oficial es la Corona Danesa. Otra cuestión imprescindible tanto para visitar esta ciudad como cualquier otra, es siempre contar con seguro de viaje por cualquier imprevisto que pueda existir. Uno de los platos típicos que no deberías dejar de probar es smorrebrod, se trata de una comida típica para el lunch que consiste en un pan de sándwich con muchos cereales al que se le suele poner carne y verduras. Se debe tener especial atención con los horarios ya que las cocinas de los restaurantes suelen cerrar a las 22:00-. Los danes suelen cenar entre las 18:00 y las 21:00. Vale la pena dar una vuelta por el mercado situado cerca de la Opera donde se encuentran muchos puestos de Street Food similar al Mercado de San Miguel de Madrid.
  5. 4 puntos
    Con más de cinco millones de habitantes, Singapur se ha convertido en un icono mundial, es uno de los puntos imperdibles de Asia. Singapur es una ciudad estado localizada en una isla en el extremo más septentrional de Malasia, está compuesta por una isla principal, la Isla de Singapur y varias islas menores a su alrededor. Es un destino ecológico sustentable, pese a ser una ciudad densamente poblada, el 50% de la isla es ecológica, cuenta con espacios verdes y jardines botánicos. La ciudad cuenta con varios atractivos turísticos entre sus principales atracciones se encuentran…. Los Jardines de la Bahía es el mayor parque de singapur y el símbolo de la ciudad. Tiene una extensión de 101 hectáreas y allí pueden verse más de un millón de plantas de los cinco continentes. Además de las plantas también puede disfrutarse de varias estructuras como los super árboles, se trata de 18 gigantes de entre 25 y 50 metros de altura los cuales representan árboles. Parque de Merlion Merlion es una imagen mitad pez, mitad león. La cabeza de león representa al león que descubrió un príncipe y la cola de pez representa el pasado pesquero que tuvo la ciudad. Se dice que la mejor hora para visitar el Parque de Merlion es de noche, cuando los rascacielos de sus alrededores se encuentran iluminados. Clarke Quay A orillas del Río Singapur es una de las zonas más vivas de Singapur, allí pueden encontrarse varios restaurantes y tiendas comerciales. Vale la pena visitar este sitio tanto de día como de noche cuando las luces lo resaltan aún más. Boath Quay Es otra de las zonas más conocidas de Singapur donde se pueden encontrar varios restaurantes y bares. Civic District No todo es modernidad, la ciudad conserva parte de la historia en forma de monumentos, edificios y museos. Busniness District Un paseo por Singapur no estaría completo sin antes visitar uno de los centros financieros más importantes del mundo. Isla Sentosa A tan sólo 20 kilómetros del centro de la ciudad de Singapur, se encuentra Sentosa, una isla turística que recibe millones de personas al año. Sus principales atracciones son una extensa playa, un fuerte histórico de la Segunda Guerra Mundial, campos de Golf además de un parque temático de Universal Studios. Barrio Árabe En esta zona se encuentra una gran cantidad de mezquitas, templos y construcciones con estilo árabe. Además pueden visitarse varias tiendas repletas de telas, alfombras y perfumes. ¿Dónde alojarse en Singapur? Singapur ofrece una gran variedad de alojamientos con hoteles de diferentes categorías. Entre las mejores zonas para hospedarse se encuentra, el distrito de Riverside el cual se caracteriza por ser el corazón colonial de la ciudad. Allí pueden encontrarse varios museos, monumentos, restaurantes y cafeterías. Otro barrio sugerido para planificar la estadía es Chinatown, allí además de varios restaurantes y tiendas se encuentran templos e importantes museos como el Museo de la Reliquia del Diente de Buda y el Museo de Diseño Red Dot. Civic District, como se mencionó anteriormente aquí puede disfrutarse de la zona histórica de la ciudad, allí se emplazan edificios de arquitectura europea además de restaurantes y una animada zona comercial. Más información sobre Singapur El tiempo es bastante estable a lo largo de todo el año por lo que resulta difícil intentar separar las estaciones. La temperatura media anual oscila entre los 20º y los 30º. Las lluvias suelen ser bastante frecuentes, los meses de mayores precipitaciones son los meses que van de noviembre a enero. Por lo tanto, podemos afirmar que cualquier época del año se buena para visitar Singapur. ¿Cómo llegar? A pesar de ser un destino lejano para muchos países, es muy fácil llegar ya que se encuentra bien conectada con los países vecinos asiáticos y además vuelan importantes aerolíneas de todo el mundo. En cuanto a los sabores de Singapur, a pesar de ser un país joven, acabó absorbiendo platos de otras culturas y a la vez creó versiones que le dieron identidad propia. El plato nacional es llamado Chili Crab. La fruta nacional es durián, tiene un olor y sabor muy característico. En la ciudad pueden encontrarse sabores para todos los bolsillos con precios accesibles y también menúes realizados por importantes chefs. Un viaje por Singapur se puede combinar con otros destinos cercanos como por ejemplo, Malasia e Indonesia. Una de las preguntas más frecuentes a la hora de planificar un viaje es sobre los visados. Los ciudadanos de España y de los países hispanoamericanos junto con Brasil no necesitan visado para recorrer esta ciudad siempre y cuando el motivo principal del viaje sea hacer turismo. En cualquier caso, las autoridades exigen pasaporte válido, prueba suficiente de dinero para la estancia en Singapur, pasaje de vuelta o de continuación de viaje hacia otro país además de certificación contra la fiebre amarilla. En cuanto al transporte público, en la ciudad funciona una importante red de autobuses locales y un sistema de metro muy eficiente. Para pagar los billetes la mejor opción es comprar una tarjeta de transporte local. Los taxis son razonablemente baratos. Otra opción para quienes disfrutan de la autonomía es rentar un coche. La moneda oficial de Singapur es el dólar de Singapur. Lo más común y más cómodo es realizar todas las compras y pagos con tarjetas de crédito además es la mejor forma de ahorrar comisiones. Sobre el idioma, puede decirse que el mandarín, el mayo, tamil e inglés coexisten en Singapur como idiomas oficiales demostrando la mezcla sociocultural que existe en el país.
  6. 4 puntos
    Una de las actividades que van de la mano con viajar es tomar fotos… de paisajes, selfies, de construcciones, de momentos divertidos, de las comidas y de todo aquello que nos permita guardar un lindo recuerdo. Existen viajes de todo tipo, culturales, de aventuras, para conocer, para descansar, a una playa, a un paisaje remoto, a los destinos más populares, en familia, solos, en pareja, etc. ¿Quién no ha soñado con hacer un viaje específicamente para tomar fotos? A continuación te presentamos una lista de lugares ideales para hacer un safari fotográfico tanto para los amantes de la fotografía, como para los expertos y también los talentosos fotógrafos amateur. Por último, se mencionan algunos consejos útiles para planificar un viaje fotográfico con varios consejos y tips a tener en cuenta para que la experiencia sea única. África No importa el nivel de fotografía que se posea, un safari por África siempre proporcionará innumerables oportunidades de tomar la fotografía perfecta. Existen distintas propuestas las cuales varían según la agencia de excursiones contratada, conviene siempre hacerlo con guías profesionales quien además de tener experiencia y conocimiento en el comportamiento animal tengan experiencia personal en la fotografía. En África, generalmente los safaris suelen hacerse en vehículos y botes con asientos giratorios, compartimientos y lugares para montar la cámara y techos abatibles para brindar mayor flexibilidad y estabilidad. África tiene varios sitios espectaculares para planear un safari fotográfico, el principal es el Parque Kruger, es el sitio perfecto para encontrar a los cinco grandes, es decir leones, leopardos, búfalos, elefantes y rinocerontes además de varias especies de mamíferos y aves. Los safaris en África pueden hacerse en cualquier época del año, sin embargo la mejor época es en la estación seca la cual es durante los meses de junio a agosto, en esta época del año los animales son más fáciles de encontrar y observar. Cataratas de Iguazú El safari fotográfico en la selva es una excursión que se puede realizar durante la visita a las Cataratas del Iguazú del lado argentino. Estos paseos suelen tener una duración aproximada de 2 horas en los que se recorren aproximadamente 20 kilómetros en plena selva en vehículos especializados y descubiertos para poder fotografiar la magia de la naturaleza selvática. Durante el paseo suelen hacerse varias paradas y caminatas con guías intérpretes de la naturaleza. Es conveniente ir bien equipados con calzado de trekking y ropa cómoda para poder estar cómodos y sacar varias fotografías. Fotografiar aves en distintas partes del mundo Otra opción muy interesante es la fotografiar aves, existen varias opciones en distintas partes del mundo para hacer ello como es el caso de Borneo, la tercera isla más grande del mundo la cual cuenta con una imponente biodiversidad, dicen los expertos que allí pueden encontrarse más de 600 especies de aves. Cosa Rica es un destino perfecto para safaris fotográficos donde se pueden encontrar imponentes aves como tucanes, guacamayos y el quetzal. Otro sitio alucinante para los amantes de la naturaleza y la fotografía es la región de Florida de Estados Unidos, es el hábitat de diversas especies autóctonas. La región de Queensland en Australia es una inmersión en lo sorprendente con una gran variedad de espacios naturales donde se combinan selvas y playas. Consejos y claves para que la experiencia sea exitosa Conviene llevar valijas que puedan cerrarse de manera hermética para que impidan el ingreso de polvo y a su vez protejan el equipo de golpes. También son importantes los líquidos de limpieza para lentes, varias franelas y por supuesto abrigo. Los binoculares son elementos adicionales que sirven para reconocer el terreno. Algunas agencias de excursiones que organizan los safaris suelen proveer de binoculares. Cuando los viajes o paseos son largos, lo ideal es tener a mano varias baterías de repuesto. La ropa debe ser lo más cómoda posible. También es útil usar calzado de trekking. En los destinos de playa, los equipos deben transportarse a más de un metro del piso para evitar el contacto con la arena. Otro consejo muy importante para tener en cuenta, es que nunca conviene ponerlos en bolsas plásticas porque generan humedad. En paisajes de montaña, la precaución debe centrarse en los descuidos y posibles tropezones, por lo que es muy importante utilizar correas ya sea de muñeca o de cuello. En escaladas, vuelos en parapente o tirolesa, es necesario poner un segundo seguro con correa al cinturón. El tipo de lente para llevar al viaje depende de los intereses de cada viajero... Un lente gran angular será mejor para resaltar expresiones y mostrar paisajes amplios. Un lente teleobjetivo será de utilidad para acercarse a la fauna más escurridiza. Madrugar... En un viaje siempre hay que madrugar para aprovechar al máximo el tiempo, además en el caso de los avistamientos suelen ser más frecuentes en las primeras horas del día. En el caso de visitar un parque, siempre conviene ir acompañado de un guía, ellos saben por dónde conviene ir y en qué punto se pueden hacer los mejores avistamientos y por lo tanto mejores fotos. Silencio, esto quizas más que un consejo es una norma. Se trata de respetar la naturaleza, observar, mirar y estar en contacto con el lugar. Al mínimo ruido los animales pueden asustarse y alejarse. Además de los sitios mencionados, cualquier Parque Nacional o área protegida suele ser un buen sitio para tomar fotografías únicas, lo único que se necesita además de un buen equipamiento y de seguir los consejos anteriores es paciencia, para conectarse con la naturaleza, esperar el momento justo para hacer clic y tener la fotografía deseada...
  7. 4 puntos
    Para conocer la provincia de Salta lo ideal es hospedarse en su ciudad capital, la cual lleva el mismo nombre. Se recomienda visitar la ciudad por al menos una semana. Desde la Ciudad de Salta o también conocida como “La Linda” se pueden hacer varios paseos y excursiones para conocer los maravillosos paisajes del Norte de Argentina. ¿Qué ver en la ciudad de Salta? Salta es una ciudad conocida por su arquitectura española. Un recorrido por esta ciudad puede comenzar por su centro, la Plaza 9 de julio donde se encuentran varios cafés. En los alrededores de la plaza está la Catedral de Salta y el Cabildo. Cerca de esta zona se ubica el Museo de Arqueología de Alta Montaña donde se encuentran objetos que pertenecieron a los Incas. Otros puntos turísticos para conocer en la capital salteña son la Basílica de San Francisco muy popular por su fachada de color Terracota y su campanario. Se suman a los paseos turísticos el Teleférico en la periferia de la ciudad el cual permite subir a la cima del Cerro San Bernardo para obtener la mejor vista de la ciudad. Desde Salta además de hacer varias excursiones, una de las propuestas es tomar el paseo del famoso Tren a Las Nubes. De noche la ciudad invita a descansar en los bares para disfrutar de su gastronomía local y las llamadas peñas folclóricas. La ciudad de Salta es el punto de partida para realizar excursiones y conocer otros atractivos turísticos de la región del Noroeste de Argentina... Algunas de las excursiones que pueden hacer son: Excursión a Cafayate Una de las excursiones más tradicionales es visitar el pueblo de Cafayate, un sitio muy popular por sus viñedos y bodegas que producen el vino Torrontés. Es una de las ciudades más importantes del circuito de los Valles Calchaquíes, durante el recorrido se conocen otros escenarios naturales como La Garganta del Diablo y el Anfiteatro. Excursión Puna + Salinas Este recorrido suele durar más de 12 horas, porque durante el mismo se visitan varios lugares. Combina por un lado un viaje hacia San Antonio de los Cobres siguiendo por la Quebrada del Toro. Por el otro lado, una visita a la Quebrada de Humahuaca conocido el Pueblo de Purmamarca y el Cerro de los Siete Colores. El primer punto que se recorre es la Quebrada del Toro donde se puede apreciar el viaducto el Toro del Tren a las Nubes, siguiendo con el recorrido, otra de las paradas es en Santa Rosa de Tastil, allí se puede además de disfrutar del paisaje comprar artesanías. De camino a la Puna se pueden ver animales salvajes de la región como la vicuña. Una de las paradas más importantes del recorrido son las Salinas Grandes, un paisaje único e imponente. Antes de regresar se visita Purmamarca y su llamativa postal del Cerro de los Siete Colores, se trata de un sitio que enamora por su belleza natural y también por su arquitectura sencilla de calles angostas. Cachi Cachi es un pintoresco y pequeño pueblo ubicado al Noroeste de los Valles Calchaquíes, la excursión se realiza pasando por la Cuesta del Obispo. Es una de las actividades clásicas para realizar desde Salta. Durante el recorrido se puede conocer el Parque Nacional Los Cardones. Iruya Desde la ciudad de Salta puede hacerse una excursión para conocer la localidad de Iruya, es una excursión bastante larga que suele durar dos días. Se trata de un pueblo que parece detenido en el pueblo, rodeado de montañas. Para quienes son más aventureros, Salta ofrece la posibilidad de realizar excursiones y disfrutar del turismo aventura en sus escenarios naturales. Una de las propuestas que se ofrecen, es realizar un circuito por las yungas, se pueden realizar distintas caminatas por varios senderos. Otras actividades son cabalgatas y rafting en el Río Juramento. Para los amantes del trekking también hay opciones para disfrutar de una caminata mientras se admira el paisaje de la exuberante vegetación y montañas. Tips para viajar a Salta Cualquier época del año es ideal para visitar Salta. Durante el verano, la temperatura promedio es de 25º grados. Durante la noche es necesario abrigarse ya que suele refrescar. Los inviernos suelen ser bastante cálidos comparados con otras regiones del país. Lo ideal es dedicarle al menos una semana a la ciudad de Salta, no sólo para conocer la ciudad y hacer excursiones sino también para disfrutar de sus alrededores. Un imperdible es subirse al teleférico de San Bernardo para obtener las vistas más lindas de la ciudad. El Cerro San Bernardo es un atractivo en sí mismo. Durante el camino se pueden apreciar cascadas artificiales. Para quienes viajan con tiempo, lo ideal es hacer excursiones. Conviene dejar días de descanso en el medio, ya que suelen ser trayectos largos de 12 horas donde se visitan varios puntos turísticos. Otra alternativa para disfrutar de las distintas postales del Norte de Argentina es alquilar un auto. Se puede alquilar un alto en la ciudad de Salta y desde allí conocer los pueblos y distintas atracciones que la provincia ofrece. En un viaje por Salta, es imposible no disfrutar de la gastronomía típica como las empanadas, las humitas, el locro y los tamales. Los postres también son especiales como es el caso del queso con miel de caña y el dulce de cayote. Hay varias opciones de souvenires, lo más tradicional son los ponchos, la platería y los tejidos de lana de oveja y llama.
  8. 4 puntos
    Colonia, una ciudad antigua a ritmo slow Colonia del Sacramento es una ciudad de Uruguay, es un destino ideal para una escapada de fin de semana. Allí se respira el aire de la buena vida slow, del turismo de relax donde se puede disfrutar de hoteles de importantes cadenas hoteleras sin preocupaciones. También existen otras opciones low cost como departamentos y hoteles más económicos. Se trata de un lugar que se vende a los turistas como un enclave turístico de más de 300 años, cargado de historia con callecitas empedradas donde se asoma el río. Casas antiguas, árboles añosos y farolas forman parte del paisaje que invitan a un viaje en el tiempo. Una de las visitas obligadas de Colonia del Sacramento es hace runa parada en el antiguo almacén de ramos generales de 1905,donde llama la atención un largo mostrador de madera original con objetos de época. Colonia es una pequeña ciudad pero con varios atractivos y puntos turísticos para visitar, es un destino de escapada, pero para quienes viajan con más tiempo existen varios destinos cercanos para conocer como es el caso de la Ciudad de Buenos Aires, Carmelo y Montevideo. Empezamos por la ciudad de Colonia.. ¿Qué ver y qué hacer? Es interesante recorrer sus calles empedradas para descubrir su curioso trazada, el cual siempre se encuentra frente al río. Una parada que no puede dejar de hacerse es en la "Puerta de la Ciudadela" la cual se encuentra frente a la actual plaza. Esta entrada de piedra cuenta con un puente y es la que daba acceso a la ciudad detrás de los muros de defensa. El casco histórico de Colonia fue declarado como Patrimonio Mundial de la Humanidad por la UNESCO, un dato interesante es que por su singular preservación, sus calles han sido exteriores de varias películas de época. La postal más conocida de la ciudad es sin lugar a dudas la mágica "Calle de los Suspiros" debe su nombre a las historias del pasado, ya que años atrás supo ser una zona de burdeles donde iban los marineros que llegaban a la ciudad. En la actualidad es una calle muy angosta de piedras con casas muy bien conservadas. Una de las casas que se encuentra en la Calle de los Suspiros es una galería de arte que lleva el mismo nombre que la calle. Otras casas típicas que pueden visitarse son la casa del Virrey, la Basílica del Santísimo Sacramento con sus llamativas cúpulas y la Iglesia Matriz la cual tiene la fama de ser la más antigua del país. Se suma a la lista de los paseos imperdibles, conocer el faro de la ciudad, el cual fue construido en el año 1857 para alumbrar la bahía. Colonia al igual que otras ciudades antiguas e históricas, tiene una gran cantidad de museos en los que se puede conocer más sobre la historia del lugar. Muchos de sus museos se encuentran dentro de asombrosas casas antiguas. Uno de los museos más destacados es el Museo Portugués, donde se encuentra una gran cantidad de antigüedades, al igual que el Museo Español. Es interesante visitar el Museo del Azulejo el cual funciona en una pequeña casa de piedra que aún conserva sus paredes y pisos originales que datan de hace varios años atrás... No todo es historia, arte y antigüedades, también puede disfrutarse de sus playas tranquilas. Una propuesta interesante es conocer el pueblo en avioneta. Los pilotos privados de la ciudad ofrecen sobrevuelos por la costa, sobre el casco histórico y sobre la rambla. Además de una vuelta por el campo. El recorrido es para hasta tres pasajeros y dura unos 20 minutos aproximadamente. ¿Qué visitar cerca de Colonia? La costa de Colonia mira directamente a Buenos Aires, por lo que no es casualidad que varios viajeros combinen ambos destinos. Se puede llegar de una ciudad a otra en poco tiempo en embarcaciones privadas o también en barco de pasajeros que salen tanto desde Puerto Madero o Tigre en Buenos Aires hacia destino Carmelo, en el país de Uruguay. Buenos Aires Buenos Aires es una gran ciudad con muchos barrios históricos, sitios históricos, clásicas pizzerías, shoppings, museos, lugares donde puede disfrutarse de espectáculos de tango y más... Se dice que un viaje por Buenos Aires nunca está completo, es una ciudad tan grande que siempre queda algo para hacer. Una de las mejores maneras de recorrerlas es tomando un paseo en los colectivos turísticos que conectan las zonas y barrios más turísticos entre sí. Además de visitar Buenos Aires, pueden visitarse otras ciudades uruguayas como es el caso de Carmelo y Montevideo. Carmelo Carmelo se encuentra a menos de 100 kilómetros de Colonia, es una localidad muy pintoresca, otro destino ideal para el descanso y recargar energías. Es además un lugar recomendado para familias que viajan con niños. Allí puede disfrutarse de sus tranquilas playas las cuales son pequeñas pero perfectas para descansas. Durante la temporada alta, hay varios restaurantes y puestos de comida abiertos sobre la calle de la costanera donde pueden probarse platos típicos. El centro es pequeño, se encuentra alrededor de la Plaza Independencia rodeado de varios restaurantes económicos con menúes variados. La ciudad de Carmelo tiene su propia ruta del vino la cual no tiene para envidiarle a otros países con una gran variedad de bodegas las cuales pueden visitarse en cualquier época del año. Montevideo Montevideo es la ciudad más poblada de Uruguay, esta catalogada como una ciudad global. Cuenta con diversas actividades relacionadas con los estilos musicales de la región como el candombe y la murga uruguaya. El turismo es muy importante para la ciudad, allí pueden visitarse paseos históricos, disfrutar de sus playas y también del turismo agropecuario. En Montevideo se encuentran varias estancias turísticas, bodegas de vino y chacras. Colonia puede ser un destino de escapada de fin de semana, o un destino para pasar una semana completa y simplemente hacer relax y disfrutar de sus paseos históricos y playas. Para los viajeros que viajan con más tiempo las alternativas son varias y lo más importante es que todas se encuentran a pocos kilómetros de distancia.
  9. 4 puntos
    ¿Qué visitar en Puerto Iguazú? Esta ciudad es el punto de partida para conocer la Maravilla Natural de las Cataratas de Iguazú, del lado argentino. La ciudad se encuentra a tan sólo 17 kilómetros de las Cataratas. Desde el lado de Brasil pueden apreciarse las Cataratas desde otro ángulo más cercano. Una de las paradas más espectaculares que se descubre al pasear por el Parque es la Garganta del Diablo, sitio imperdible para una buena foto. Además de disfrutar del maravilloso escenario que regala la magia de las Cataratas, se puede aprovechar la visita a la ciudad para conocer otros atractivos como por ejemplo visitar el Orquidario, un vivero especializado en este tipo de flores, es una oportunidad para los turistas que buscan conectarse con la exótica naturaleza de la selva de la provincia de Misiones. En dicho predio, se cultivan más de 40 variedades de orquídeas tanto nativas como introducidas. Un paseo por esta región no estaría completo sin antes visitar la zona conocida como Triple Frontera, es un conocido trifinio internacional situado en el cruce de las fronteras entre Argentina, Brasil y Paraguay, cerca de las famosas Cataratas. En este sitio puede apreciarse la confluencia de las aguas de los Ríos Iguazú y Paraná, los cuales marcan los límites entre los países. Como en todo punto de encuentro, allí tienen lugar ferias de artesanos ideales para comprar productos regionales. Otros paseos que pueden hacerse son visitar las Ruinas de San Ignacio y las Minas de Wanda. Estos dos sitios pueden visitarse haciendo una sola excursión. Generalmente la primera parada suele hacerse en las Ruinas de San Ignacio de Miní, un conjunto monumental que tiene la particularidad de ser en la actualidad, la misión mejor conservada de la Argentina. Durante el recorrido se puede aprender más sobre la historia. Seguido de ello, la excursión suele continuar para explorar las minas de Wanda, una importante fuente de piedras semipreciosas explotada por mineros polacos. Ciudad del Este, una importante zona franca Ciudad del Este es una ciudad famosa por sus tiendas comerciales Se encuentra en Paraguay. Es un destino que muchos viajeros combinar con su visita a las Cataratas de Iguazú. Es la ciudad más grande de la Triple Frontera limita con Foz de Iguazu (en Brasil) y Puerto Iguazú (Argentina) Ciudad del Este se caracteriza por ser una ciudad comercial y también, en la actualidad por ser una ciudad industrial. Es conocida por ser una de las zonas francas más grandes de todo el mundo. Es el centro de compras más importante de Paraguay y también de la región. Diariamente muchos turistas de todo el mundo cruzan el Puente de la Amistad en la frontera para ir de compras. Luego de Asunción, es la segunda ciudad más importante del país, allí se encuentran varias empresas y una buena infraestructura turística para recibir a los turistas con varias opciones hoteleras. Existen modernos hoteles de primer nivel y grandes centros de compras, establecimientos gastronómicos, casinos y centros de diversión nocturna. Sobre el circuito de compras El circuito o sitio de compras en Ciudad del Este, no puede atribuirse a un único punto en el plano de la ciudad, podría decirse que el circuito abarca prácticamente la totalidad de su enorme centro. Una recomendación es comenzar el recorrido por una de las calles más importantes, la Avenida Adrián Jara. Luego conviene dirigirse hacia las arterias perpendiculares. Es un recorrido muy grande y completo donde pueden encontrarse muchas personas, negocios y ofertas. Suele haber cambios de tiendas y renovaciones, por lo que nunca los viajeros que la visitan más de una vez se irán con la sensación de no haber encontrado algo nuevo. Además de compras, en Ciudad del Este pueden hacerse otros paseos como por ejemplo visitar la Represa de Itaipú, una de las centrales hidroeléctricas más grandes del mundo. Es importante tener en cuenta que el ingreso a la misma es hasta las 16 horas. Desde allí, puede visitarse un mirador desde el cual se puede apreciar toda la obra y ver en frente a Foz de Iguazú. Al anochecer puede disfrutarse de un espectáculo de iluminación nocturna en verano suele realizarse a las 19:30 y en invierno a las 18:30. La visita a la Represa puede combinarse con un paseo por el Museo de la Tierra Guaraní. Tips e info útil Para poder conocer Iguazú, sus magníficas Cataratas y el resto de sus sitios turísticos se recomienda planificar un viaje al menos 5 días. La mejor época del año para visitar las Cataratas del Iguazú es entre marzo y mayo cuando termina la temporada de lluvias y no hace tanto calor como en pleno verano. Al terminar la temporada de lluvias, el nivel de agua de las Cataratas es deslumbrante, difícil de olvidar. Por ser una zona donde el tipo de clima es tropical, las temperaturas no descienden por debajo de los 23 grados en todo el año. La entrada al Parque incluye el paseo del Tren de la Selva, se trata de un tren ecológico. Su velocidad es menor a los 20 kilómetros por lo que es ideal para disfrutar del paisaje y tomar fotos. Al Parque se puede llegar en taxi, remis, vehículo particular, contratando una agencia de excursiones con un tour y también en bus. La empresa Río Uruguay presta el único servicio público de bus. Sale desde el Hito de las Tres Fronteras. Tiene una frecuencia bastante buena de 15 minutos.
  10. 4 puntos
    Portugal, es uno de los países más económicos de Europa, tiene destinos ideales para planificar una escapada de fin de semana y también opciones para quienes deseen dedicarle más días. Cuenta con ciudades antiguas y otras que combinan un casco antiguo con una elegante parte moderna. Además tiene varias playa y una rica gastronomía. Entre sus destinos principales se encuentran... Lisboa Todos los viajes suelen empezar por las capitales, por lo que no es una mala idea empezar a conocer este país por su ciudad más importante. Es una ciudad vibrante con un rico patrimonio histórico, barrios cargados de historia, monumentos y sus características fachadas de azulejo. Entre los puntos imperdibles de Lisboa, se encuentra la Plaza del Comercio, la más importante de la ciudad la cual funcionó en el pasado como puerta de la ciudad para el comercio marítimo, para conocer el lado bohemio de la ciudad el sitio a donde ir es el Barrio Alto. Un viaje por Lisboa no estaría completo sin antes visitar el Parque de las Naciones, la zona donde se desarrolló la exposición de 1998. Es una zona bien distinta ya que se caracteriza por ser moderna y con muchos espacios abiertos. Oporto Oporto es la segunda ciudad más importante de Portugal, luego de Lisboa. Es un destino muy elegido por los españoles que suelen tomarlo como destinos para escapada de fin de semana. Por la belleza de sus calles elegantes y estrechas y sus barrios ha sido declarada como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Uno de los puntos más importantes de la ciudad de Oporto, es la Plaza de la Libertad la cual conecta a la parte antigua de la ciudad con la parte moderna. A la hora de hacer compras, no puede faltar un paseo por la Rua Santa Catarina, una de las principales arterias comerciales. Para los amantes del café una parada casi obligada es pasar por Majestic, un elegante café que forma parte de la historia de la ciudad ya que fue inaugurado en los años 20, sentarse allí es sentirse parte de la historia de la ciudad. Algarve Se trata de un paraíso de Portugal que cuenta con playas de ensueño, pueblos pesqueros y un paisaje impactante. En la actualidad, es considerada como la región más turística del país, se encuentra al Sur del pais y abarca un pocos más de 150 kilómetros. Lo más característicos son sus costas con formaciones rocosas únicas. Tavira Uno de los destinos de playa más tradicionales del país es Tavira ubicado en la parte oriental del Algarve. Es un sitio de calles empedradas rodeadas de varios cafés y restaurantes familiares. Se caracteriza por un ambiente relajado ideal para disfrutar del descanso en las playas. Óbidos Óbidos se encuentra al Norte de la ciudad de Lisboa, es considerado como uno de los pueblos más bonitos de Europa, se encuentra rodeado por murallas del siglo XV. Su paisaje de casas blancas, techos rojizos junto con balcones y terrazas cargados de flores cautivan la atención de los viajeros. La ciudad puede visitarse tranquilamente en el día, la distancia en autobus de aproximadamente una hora desde Lisboa. Sintra Sintra fue declarada en el año 1995 como Patrimonio de la Humanidad, es un sitio realmente imperdible por sus playas y también por su arquitectura. Un viaje por Sintra no estaría completo sin antes recorrer su caso histórico. La ciudad de Sintra puede visitarse en el día desde Lisboa en tren. La distancia entre ambas ciudades es de apenas media hora y tienen muy buena frecuencia, ya que los trenes suelen salir cada 20 minutos. Otra manera de conocer Sintra, es haciendo una excursión con guía, para de paso conocer más sobre la historia del lugar. Info útil para planificar un viaje a Portugal El tipo de clima es del tipo Atlántico Mediterráneo, se caracteriza por ser lluvioso y frío en el norte. El sur es completamente distinto, es seco y caluroso. Por lo que la mejor manera de planificar un viaje sería eligiendo primero la zona que se desea visitar y luego viendo la mejor época del año. Para quienes deseen disfrutar de la vida nocturna, las ciudades más animadas son Lisboa y Oporto ya que cuentan con varias opciones y atractivos nocturnos. La moneda oficial, al igual que varios países de Europa, es el Euro. En cuanto a la cocina, la gastronomía es principalmente mediterránea con influencias de la cocina árabe, española y brasilera. Los platos tienen como ingredientes principales, el pan, los aceites, especias, quesos y carnes. No hay que olvidar, que el país tiene una destacada tradición vinícola. Viajar a Portugal, es una excelente oportunidad para probar sus vinos, los cuales son el resultado de las tradiciones introducidas en la región por civilizaciones antiguas como los fenicios, griegos, romanos y cartaginenses. La tradición del vino en Portugal data de varios años atrás, puede decirse que fue en la época del Imperio Romano, cuando el país comenzó a exportar sus vinos. Portugal es uno de los destinos más económicos de Europa, a la medida que nos alejamos de las zonas turísticas podemos encontrar mejores precios. Un lugar imperdible para ir de compras son los mercadillos donde pueden conseguirse las populares toallas y vajillas características del país. El idioma oficial es el portugués. A la hora de escoger alojamiento podemos encontrar varias opciones, desde exclusivos hoteles de lujos hasta casas rurales, pensiones, campamentos al aire libre, departamentos y hoteles de todas las categorías. Portugal es un país muy religioso, todos los años se celebran importantes fiestas religiosas como el Carnaval y la Fiesta de la Flor en Madeiras. Otros días importantes para agendar para quienes deseen participar de las fiestas son el 25 día de abril día en que se conmemora la Revolución de los Claveles y el 1 de diciembre, el Día de la Independencia.
  11. 4 puntos
    Miami es un destino ideal para disfrutar de sus playas. Es además un destino que ofrece otras atracciones turísticas como por ejemplo visitar y conocer paisajes únicos como es el caso del Parque Nacional Everglades. Las mejores playas de Miami Uno de los principales motivos para visitar Miami, además de las compras, son las playas. Existen distintas alternativas... playas llenas de gente, playas solitarias...Hay opciones para viajes en pareja, solitarios y también para viajes familiares. Una buena opción puede ser conocer las cualidades de cada una de ellas y elegir varias para visitar durante el viaje. La más famosa, South Beach La playa más famosa de Miami, sin lugar a dudas es South Beach. Es la playa más popular también en el mundo del cine. Esta playa se ubica en Ocean Drive, en los alrededores pueden encontrarse un montón de servicios para pasar el día. Parque de Bill Baggs La playa de Bill Baggs se encuentra en el sur de Key Biscayne, donde se sitúa el famoso faro del Cabo de Florida. Es un lugar especial para disfrutar de los deportes como la natación y el surf. Se suman a las opciones de paseo, realizar una visita guiada al faro de Bill Baggs. Esa playa es ideal para los viajeros que buscan playas tranquilas y con menos cantidad de gente. Haulover Beach, la playa nudista Esta playa es conocida por ser la única playa nudista legal de Miami. es además un lugar ideal para la práctica de sur. Crandon Park, la playa familiar Para viajes en familia, en especial con niños, una excelente opción es visitar Crandon Park, se caracteriza por ser una playa plana, es decir, hay que caminar mucho para llegar a la parte más honda. Matheson Hammock Park Siguiendo con las playas familiares, otra opción perfecta es esta playa escondida en Old Cutler Road. La playa está formada por un grupo de atolones artificiales formando una piscina. Consejos para disfrutar de las Playas de Miami Al igual que cualquier destino de sol y playa, es recomendable llevar protector solar. Conviene alejarse de las zonas dedicas al surf ya que las tablas pueden llegar a ser muy peligrosas. Es importante prestar atención a las banderas de colores. Cuando hay tiburones cerca de las playas suelen ponerse dos banderas de color rojas juntas. Tarjeta de atracciones en Miami Al igual que muchas ciudades turísticas del mundo, Miami cuenta con un pase de atracciones, puede ser una buena opción para quienes deseen visitar varias atracciones además, tiene la ventaja de permitir saltar esperas. Con la tarjeta de atracciones se pueden visitar varios puntos turísticos como por ejemplo museos, casas de los famosos a bordo de un llamativo autobus barco, entre otras opciones más. La tarjeta puede comprarse por un día, por dos o por más cantidad de días. Una de las preguntas que suele surgir a la hora de comprar un pase de atracciones, es si resulta rentable comprar la tarjeta de atracciones, la respuesta es según... Depende del viaje que cada persona tenga planeado... Si la idea es visitar playas o hacer shopping no es la mejor opción pero puede ser muy rentable para quienes deseen conocer otros puntos turísticos o hacer excursiones a Cayo Hueso o Everglades. Parque Nacional Everglades Se trata de un espacio de 6000 kilómetros cuadrados, es la zona más salvaje de los Estados Unidos.Es un terreno pantanoso que parece no tener fin. Allí habitan varios animales exóticos, este espacio ha sido declarado como Patrimonio de la Humanidad, Reserva de la Biósferea y también como Humedal de Interés Internacional Cayo Hueso Los cayos son una cadena de pequeñas islas que se encuentran unidas por puentes. Situada al sur de Florida más cerca de Cuba se encuentra esta pequeña isla tropical que en el pasado supo ser refugio de piratas y pescadores.Hoy en día se ha convertido en un lugar muy turístico. Para quienes deseen conocer Cayo Hueso, se recomienda recorrerla a pie o en bicicleta. La mejor manera de llegar a Cayo Hueso es alquilando un auto en Miami. El paisaje durante los 250 kilómetros es único. Para quienes no deseen manejar, existe la posibilidad de contratar una excursión organizada. Más info útil ¿Cómo ahorrar en Miami? En los últimos años se ha convertido en una ciudad más asequible con opciones para todos los bolsillos, sin embargo teniendo en cuenta algunos consejos y trucos se puede ahorrar bastante dinero... Uno de los principales consejos es reservar tanto el vuelo como el hotel con la mayor antelación posible. Existen otras opciones de alojamiento para quienes no deseen hospedarse en hoteles, los departamentos tanto privados como compartidos suelen ser una opción más económica comparado con los hoteles. Las tarjetas turísticas permiten ahorrar bastante dinero, en especial si la idea es conocer varios puntos turísticos. Utilizar transporte público, en Miami existen más de 800 autobuses que recorrer la ciudad. Es importante tener en cuenta que un billete común de autobús vale un poco más de 2 dólares. En caso de utilizar varias veces al día el transporte público, se puede optar por un pase diario el cual suele rondar los 5 dólares, casi 6.. Para utilizar esta opción se debe comprar una tarjeta. Generalmente las rutas de los metrobus suelen operar las 24 horas del día, por lo que tomar el transporte público es una buena alternativa. ¿Cuándo visitar Miami? En cuanto a la temperatura, los mejores meses para conocer Miami son los meses que van de noviembre a mayo, ya que es la época de días cálidos pero que no llegan a ser extremadamente calurosos.
  12. 4 puntos
    Tras casi siete meses trabajando en Lyon, mis fines de semana me habían permitido conocer Francia de norte a sur, mostrándome sus diferentes caras. Desde su lujosa ciudad capital y sus pueblos alemanes hasta las villas de la costa sur mediterránea. A tan solo dos semanas de finalizar mi contrato y antes de emprender otro gran viaje por Europa, Liane, Yan y yo sabíamos que debíamos hacer un viaje juntos antes de separarnos y dejar Lyon en los recuerdos. Liane, de Escocia, y Yan, de Madrid, eran prácticamente los mejores amigos que había hecho durante mis meses en el este de Francia. Liane trabajaba, al igual que yo, como asistente de idioma en un colegio público, mientras Yann hacía su maestría en la Universidad de Lyon. Así que antes de partir y enfrentarnos a la dura despedida, decidimos aventurarnos hacia el sur del país, siguiendo el Ródano hasta casi alcanzar su desembocadura, en la antigua ciudad de Aviñón. Yann tomó un tren un viernes por la mañana, y tras tomar mis útiles consejos, consiguió hospedaje usando por primera vez su perfil de Couchsurfing, justo en el centro de la ciudad. Yo por mi parte, tomé un Blablacar ese mismo día por la tarde, y arribé a Aviñón antes de que la noche cayera sobre ella. El mes de abril había traído consigo el calor que tanto ansiábamos después de un frío invierno. A mi llegada, Aviñón lucía como una muy cálida y verde ciudad. El conductor me dejó en el bulevar Saint-Lazare, justo al lado del río Ródano y del otro lado de la muralla. Aviñón es un ejemplo perfecto de una ciudad medieval. Y como toda urbe del medievo, sus murallas fueron construidas para defender al burgo. Hoy, la muralla sigue en un perfecto estado de conservación y da la bienvenida a cualquiera que se adentre en el ahora llamado centro histórico. Fue en una de las calles del casco viejo donde Yan me esperaba junto con nuestra Couchsurfer, una estudiante universitaria francesa que rentaba una casa de tres pisos, y que amablemente nos ofreció uno de sus cuartos para poder dormir. La noche pasó entre cervezas y una cena con nuestra anfitriona y sus amigos, hasta que a Yan y a mí nos venció en cansancio. Los bares y la gente con la que habíamos compartido la velada mostraron el nuevo lado de Aviñón, una villa bohemia con algunos hippies que se han sentido atraídos por su calma y verdes alrededores. Algunos murales y tiendas de productos orgánicos decoran ahora el casco antiguo y le da el toque millenial que hace que, aún siendo una ciudad vieja, atrae a muchos jóvenes a sus calles y su universidad. Pero nuestra caminata del sábado por la mañana nos dejó ver aquella Aviñón medieval de la que todos nos habían hablado. Sus casas de piedra, ventanales de estilo italiano y sus viejos campanarios son precisamente los elementos más característicos. Una ciudad que a primera vista se ganaba el apodo de “ciudad blanca”. Yan y yo nos detuvimos en un café, esperando a que el sol calentara un poco más el día y para tomar un merecido desayuno que calmara nuestro apetito. Las plazas públicas y comercios empezaban a llenarse de gente poco a poco. Aviñón es un destino famoso en toda Francia, y sin duda no éramos los únicos que habíamos decidido pasar nuestro fin de semana allí. Pronto nos encontramos con Liane y su amigo Dan, quienes habían viajado esa mañana desde Lyon. Dan estaba de visita desde Escocia, y aunque no se quedaría aquella noche en Aviñón, no quería perderse de una fugaz mirada a la ciudad provenzal. Las calles del centro nos llevaron hasta la plaza del Palacio, la explanada principal que marca el corazón de la urbe. A orillas de la plaza, los más conocidos restaurantes y comercios atraen a cientos de turistas cada día. Y edificios como el Hôtel des Monnais (o el Palacio de la Moneda) marcan también una diferencia entre la arquitectura medieval y la más cercana al Renacimiento. La plaza lleva su nombre gracias a la mayor joya de Aviñón, y lo que prácticamente la puso en el mapa desde hace más de siete siglos. El Palacio papal. Es bien sabido que desde el nacimiento del cristianismo en tiempos del Imperio Romano, la ciudad de Roma fue la sede de lo que después evolucionó al catolicismo. Pero como también es sabido, Roma y los Estados Pontificios se han enfrentado a grandes controversias dentro de su propio gobierno. En 1305, Clemente V fue elegido el nuevo papa, y tras su elección Roma cayó en un caos total. Huyendo de los problemas en la ciudad, en 1309 Clemente V decidió trasladar la curia papal a Aviñón, que en ese entonces era parte del Reino de Sicilia. En un principio, Clemente V vivió como invitado en un monasterio dominicano, hasta que su sucesor, Benedicto XII, comenzó la remodelación del antiguo palacio obispal en 1334, para convertirlo en un lugar digno para ser la residencia de un papa. El palacio papal de Aviñón es la construcción gótica más grande de la Edad Media. Ocupa más de 15 mil metros cuadrados, y sus muros tienen un grosor de hasta 5 metros. La ubicación geográfica fue elegida estratégicamente en un afloramiento de roca al lado del río Ródano. Así, es posible verlo desde casi cualquier punto de la ciudad, y representaba para los papas un símbolo del poder de la iglesia católica. Hoy, el palacio papal está abierto al público como un enorme museo, que contiene incluso un centro de convenciones. Nuestra visita comenzó por el claustro, tras cuyo patio central se yerguen cuatro pasillos con las típicas columnas góticas en punta de pico. En lo alto, la torre del homenaje aparece como figura característica de una fortaleza medieval. Todo el claustro está flanqueado por altas torres de defensa que aseguraban la seguridad del papa y de toda la curia católica. En sus interiores, se conservan algunos importantes frescos creados por los mejores pintores europeos de la época, todos dirigidos por Matteo Giovanetti. El palacio fue construido en dos fases. Así, a la primera construcción comandada por Benedicto XII se le conoce como el Palais Vieux (Palacio Antiguo) y a la segunda dirigida por Clemente VI se le llama el Palais Neuf (Palacio Nuevo). Como era costumbre, la construcción del palacio papal consumió una enorme cantidad de dinero. Por supuesto, el financiamiento provino de todos los reinos cristianos de la época. Mapa con la procedencia de los recursos financieros para construir el palacio papal. Muchos de los pasillos y cuartos del palacio papal parecen sacados de un típico castillo medieval. La torre de humo para la cocina, las escaleras de piedra en caracol y hasta su propio calabozo formaron parte del recinto desde la construcción del Palacio Antiguo. Siete fueron los papas que residieron en Aviñón desde 1309 hasta 1377, año en el que sucedió el Gran Cisma de Occidente. Tras años de controversias iniciadas por una difícil relación entre el Reino de Francia y el Papado, el papa Gregorio XI volvió a Roma y llevó de vuelta la Santa Sede a Roma. La elección de un nuevo papa en 1378 estuvo llena de conflictos internos, que acabó prácticamente con dos papas, Urbano VI en Roma y Clemente VII en Aviñón, este último denominado antipapa. Esto no solo dividió a la iglesia católica, sino a toda Europa occidental, cuyos reinos cristianos se dividieron, unos apoyando al Papado de Aviñón y otros al de Roma, sucediéndose cambios de bando en diferentes ocasiones. Tras casi medio siglo del cisma, el papa Benedicto XIII fue el último antipapa, después del cual Aviñón no volvió a albergar ninguna otra autoridad pontificia. Desde que la Santa Sede volvió a Roma, el palacio fue abandonado poco a poco. Y a pesar de su remodelación en 1516, el deterioro fue casi imposible de evitar. Aunado a ello, con la explosión de revolución francesa en 1789, el palacio fue tomado y saqueado por las fuerzas liberales, al mismo tiempo que Aviñón pasó a ser formalmente parte de Francia. Por fortuna, se entendió la importancia que el palacio de Aviñón tenía para la historia de occidente, y hoy sus edificios y torres se lucen como si el tiempo no hubiera pasado de largo. Desde los andadores de vigilancia en lo alto del claustro, pudimos apreciar la verdadera magnitud del palacio y sus defensas, todas construidas con la misma piedra blanca con la que fue levantada Aviñón entera. Las torres de vigilancia nos dieron las mejores vistas de la ciudad y su centro histórico, destacando por supuesto la plaza del palacio y su tan emblemático Palacio de la Moneda. El palacio papal no es la única construcción cristiana en Aviñón. Los campanarios que sobresalen entre los tejados del casco antiguo dejan entrever capillas que se yerguen entre sus laberínticas calles. Pero el campanario más famoso es el de la catedral de Aviñón, ubicada justo al norte del palacio papal. La catedral de Notre-Dame-des-Doms fue construida en el siglo XII, siendo el románico su estilo arquitectónico predominante. Aunque su tamaño no se compara con lo monumental del palacio papal, el campanario se ha hecho también un símbolo de la ciudad, coronado por una estatua de plomo dorado que representa a la Virgen María. Luego de una larga caminata por el complejo papal, decidimos bajar a la plaza central para almorzar algo en uno de los restaurantes que tienen las mejores vistas del centro. Con el estómago lleno, nos dirigimos al lado norte del río Ródano para visitar otra de las famosas atracciones de la ciudad, el puente de Aviñón. A primera vista, no parece un puente tan ostentoso ni de mucha importancia. De hecho, el puente ni siquiera llega al otro lado del río. La verdad es que solo quedan cuatro de los 22 arcos que alguna vez cruzaron el Ródano, uniendo a Aviñón con Villeneuve-lès-Avignon. El puente fue construido entre 1171 y 1185, y por muchos años fue la única manera de cruzar el río desde Lyon hasta la costa del Mediterráneo. El puente no solo unía dos ciudades, sino dos estados diferentes, ya que la orilla derecha pertenecía a los Estados Pontificios, mientras la izquierda era ya parte del Reino de Francia. Así, el puente era fuertemente custodiado en ambas orillas, y es la puerta de vigilancia del lado papal la que hoy queda como remanente, y que da la bienvenida a los turistas. A la entrada, fuimos recibidos con una de las canciones infantiles más célebres de Francia, Sur le pont d’Avignon. Se cree que la canción originalmente decía “sous le pont” (bajo el puente) y no “sur le pont” (sobre el puente), pues se piensa que la gente solía hacer bailes folclóricos bajo el puente en la isla de la Barthelasse, que corta al río Ródano en dos al norte de la ciudad, y que hoy sigue siendo un lugar de recreo. Desde el puente tuvimos las mejores vistas del campanario de la catedral y el palacio papal, que se asoman tras el follaje y las murallas de la ciudad. Volvimos a las calles del centro para despedir a Dan, quien debía volver a Lyon esa misma tarde. Liane, Yan y yo teníamos de hecho un plan bastante diferente para aquella tarde noche. Regresamos a la casa de nuestra couchsurfer solo para recoger nuestras mochilas. Le dejamos una nota dándole las gracias y nos dirigimos al supermercado para comprar los ingredientes de un buen picnic al estilo francés. Vino, una baguette, charcutería, queso, olivas y unas cervezas para saciar la sed serían nuestro mejor aperitivo para la tarde. Con todo preparado y un mapa en mano, caminamos por las viejas calles del centro dirigiéndonos de vuelta a la orilla norte del Ródano. Cruzamos el puente Edouard Deladier, el moderno pasaje peatonal y vehicular que une la ciudad con Villeneuve-lès-Avignon, desde el que tuvimos una hermosa vista del río y el antiguo puente. El camino nos llevó a la isla de la Barthelasse, la cual nos había sido muy bien recomendada como lugar de recreo. Nuestra intención no fue solamente hacer un picnic en la verde naturaleza que rodea Aviñón, sino dormir en ella en una casa de campaña. Pasar la noche alejados del bullicio de la ciudad, y solo con el sonar de los grillos y el viento soplando entre los árboles fue justo lo que necesitábamos para nuestra última noche juntos. A la siguiente mañana desayunamos en el área común, un buffet que estaba incluido en el precio del camping. Caminamos después hacia el otro lado del río, hasta alcanzar la torre Philippe-le-Bel, una antigua torre medieval que protegía a Villeneuve-lès-Avignon. Desde ella se asomaba la vecina ciudad de Aviñón, sobresaliente entre los bosques que rodean el área. Una larga caminata de vuelta al centro nos esperaba con nuestras mochilas al hombro, así que decidimos tomar un bus hasta las puertas de la muralla. El último sitio por visitar fue el parque del palacio papal, ubicado en la colina de Rocher des Doms. Desde allí pudimos apreciar la totalidad de la catedral en su lado norte, que domina el casco antiguo con la Virgen bendiciendo al pueblo entero. Pero las mejores vistas las tuvimos al otro lado, con el Ródano, el puente de Aviñón y la isla de la Barthelasse mostrando la cara más verde de la villa papal. Acompañamos a Yan a tomar su tren, mientras Liane y yo esperamos un Blablacar que nos llevaría de vuelta a Lyon. Mi última semana en la tercera ciudad más grande de Francia fue sin duda una dura despedida, que me hizo dejar atrás no solo una hermosa ciudad y su exquisita gastronomía, sino también excelentes amigos e historias que formarían buena parte de mis memorias de viaje. La mitad de la primavera marcó el final de mi contrato en el colegio Jean Perrin, y con ello me preparé para un mes y medio de viajes inolvidables. El norte de Europa me esperaba, con la esperanza de encontrarme con un soleado clima y más aventuras que escribir en mi diario.
  13. 4 puntos
    La Costa Azul es la región de Francia que recibe más horas de luz del sol durante todo el año, y eso no podía hacerme más feliz después de un gris y lluvioso invierno en Europa. Mi amigo Fabien me habían convencido de viajar al litoral sur para visitarlo en su nueva casa un fin de semana, ubicada en Menton, la última ciudad al este de la Côte d’Azur. En la misma Riviera francesa me había encontrado con Esther, quien se quedaba en Niza con su novio. Menton y Niza son dos ciudades parecidas, predilectas por los ancianos franceses para su retiro, gracias a su cálido clima, azules playas y tranquilo estilo de vida, sumado a sus coloridos centros históricos que hicieron de la región el nacimiento del turismo moderno durante el siglo XIX. Ambas se tratan de ciudades costosas, donde adquirir una propiedad se vuelve cada año un sueño más lejano para los jóvenes, aunque Fabien tuvo la suerte de poder conseguir un crédito inmobiliario para su apartamento en Menton. Por ello fue muy conveniente hospedarme en su casa y aceptar su oferta de recorrer la costa en su coche, ahorrando un par de euros y disfrutando de la visita con un excelente guía local, aunque no llevara viviendo en la riviera más allá de un año. Si bien Menton y Niza eran destinos de lujo para muchos, nada se comparaba con mi siguiente destino, a donde Fabien me llevó el domingo por la mañana. Entre ambas ciudades, la joya de la Côte d’Azur es sin duda Mónaco, una ciudad-estado que posee el récord como el segundo país más pequeño del mundo, después de El Vaticano. Si me costaba trabajo dimensionar la extensión de Mónaco, bastó con pararme en uno de los acantilados que lo rodean y mirar hacia abajo. Los dos kilómetros cuadrados comprendidos entre los riscos y el mar Mediterráneo conformaban la totalidad de su superficie. Literalmente, un país que cabe en una sola fotografía. Los acantilados de Mónaco estuvieron habitados desde la época de los fenicios por tribus de ligures, aunque el estado moderno se formó durante la Edad Media, cuando se convirtió en un principado dominado por una familia noble proveniente de Italia, los Grimaldi, que siguen gobernando el país hasta la actualidad. Las anexiones de Italia y Francia le fueron quitando poco a poco buena parte de su territorio, que pasó de 24 kilómetros cuadrados a solamente dos. No obstante, el Principado de Mónaco sigue manteniendo su soberanía, y a pesar de tener acuerdos de seguridad con Francia, puede considerarse como un país independiente. Sin duda, quería ser testigo de un país tan particular como aquel. No me cabía en la cabeza imaginar la vida en un estado de solo dos kilómetros junto a la costa. Y al llegar, una menuda estación de la policía monegasca marcó la frontera entre Francia y Mónaco. Fabien me contó que los controles migratorios son estrictos, pero se efectúan sobre todo dependiendo de la nacionalidad de la matrícula del coche. Al ver que el nuestro era francés, poco interés le dieron, y nos dejaron seguir adelante hasta alcanzar la costa de la ciudad. Muchos franceses e italianos trabajan en Mónaco, cuya economía es mucho mayor, como suele pasar con los diminutos principados y ducados de Europa, como Luxemburgo o Liechtenstein. Sin embargo, no cualquiera puede darse el lujo de vivir allí. Los precios de las viviendas y rentas inmobiliarias son simplemente inalcanzables, sobre todo para los jóvenes como Fabien. Así que recibir un sueldo monegasco y vivir en Francia es la mejor opción para muchos. Literalmente, cruzan a diario una frontera internacional para trabajar. Mónaco cuenta con dos estaciones ferroviarias, por donde pasan los trenes de la compañía francesa, la SNCF. Así mismo, comparte el Aeropuerto Internacional de Niza, recibe muchas cadenas de telecomunicaciones francesas y recibe por parte del ejército francés protección internacional, a pesar de contar con su propia policía. No se podía esperar que un país de 30,000 habitantes lo hiciera todo por sí mismo. Túnel hacia la estación ferroviaria de Mónaco. Aunque pagar derecho de estacionamiento en Mónaco no es nada barato, era nuestra mejor opción para no caminar desde fuera de la frontera. Así, conseguimos dónde aparcar en La Condamine, el barrio central de Mónaco que rodea al puerto. El malecón posee los hoteles más caros de la ciudad, así como muchos edificios residenciales de verdadero lujo, donde solo los más adinerados pueden permitirse vivir. La avenida también forma parte del famoso circuito del Grand Prix de Mónaco, uno de los circuitos de Fórmula 1 más célebres del mundo. Una estatua de un piloto en su antiguo modelo Ferrari conmemora la primera carrera realizada en 1929, desde cuando el Gran Premio de Mónaco comenzó a cobrar fama internacional. Cada mayo, las suntuosas avenidas de la ciudad se colman de turistas aficionados al automovilismo. Para mí, era difícil creer cómo un área urbana tan densamente poblada podía albergar una carrera de tan alta velocidad. Fabien me hizo saber que una multitud de accidentes han tenido lugar en Mónaco. Aun sin autos de Fórmula 1, el malecón de La Condamine era para mí uno de los más bellos paseos que había realizado a orillas del Mediterráneo. Y aunque el final de la cordillera de los Alpes toca la costa monegasca con sus torrenciales nubes, el sol se hace presente los 365 días en la Costa Azul. Mirar hacia abajo, a la bahía, era admirar un hermoso puerto lleno de yates y veleros, a los que muchos de sus dueños permiten subir por una gran cantidad de euros. A simple vista, el puerto de Mónaco no tenía muchas diferencias con el resto de los puertos que había podido contemplar en el Mediterráneo, como en Marsella, Niza, Menton, Barcelona, Valencia, Génova o Ibiza. Pero la historia de cada embarcación era suficiente para poner al puerto de Mónaco como el más costoso en todo el Mediterráneo. El mejor ejemplo de ello me lo llevé al mirar el fondo del embarcadero, donde el más grande de los yates se asomó por encima del resto. Se trataba del Ona, el 32° yate más grande del mundo. Propiedad del magnate ruso Alisher Usmanov, tiene una longitud de 110 metros, una tripulación de 48 personas, puede albergar hasta 20 pasajeros y su valor actual se estima en más de 800 millones de dólares. Tan solo estacionarlo en el puerto de Mónaco puede costarle a su dueño la cantidad de 50 mil euros al mes. Así que cuando digo que Mónaco es para los ricos, es porque va en serio. Aun con la pinta de cada monegasco que caminaba por la ciudad o la ostentosa fachada de cada edificio sobre el malecón, La Condamine no era precisamente el barrio que me mostraría lo más caro de Mónaco. Para ello existe Montecarlo. Es quizá el barrio más famoso de Mónaco. Incluso se llega a pensar de forma errónea que se trata de la capital del país. Recordemos que Mónaco mide solo 2 kilómetros cuadrados, así que la ciudad es su propia capital. Montecarlo se fundó en el siglo XIX, haciendo honor al príncipe que gobernaba en aquella época, Carlos III de Mónaco. Y aunque después se dividió es más distritos (hoy son diez distritos los que forman el país), el barrio es famoso por una cosa en especial: el Casino de Montecarlo. En 1850, la familia real estaba casi en la quiebra, tras haber perdido Menton y Roquebrune como parte de su principado, quienes se unieron a Francia tras la firma de un acuerdo. Así, al príncipe se le ocurrió una gran idea para reactivar su economía: legalizar el juego para los extranjeros y abrir un casino de renombre. Al parecer, el plan funcionó a la perfección, y hoy el Casino de Montecarlo es uno de los más famosos del mundo, a donde miles de turistas adinerados llegan día tras día a derrochar su dinero en sus lujosas instalaciones. El edificio exhibe los mejores detalles de la corriente Beaux Arts y el estilo imperial de Napoleón III de Francia. El complejo incluye también un teatro, una ópera y una casa de ballet, aunque la mayoría llega a él buscando la adrenalina de las apuestas. El casino no permite la entrada de los monegascos a los juegos de azar, como una forma de asegurar su economía. Y aunque Fabien y yo éramos oficialmente extranjeros, ni de broma juntábamos la suma necesaria para ingresar a sus salas de juego. Así que una partida de blackjack en un pequeño casino contiguo (menos ostentoso y más barato) fue suficiente para colmar mi apetito de apostar en Mónaco. Si bien no pude disfrutar de la opulencia de sus mesas, sus esculturas y fuentes decorativas, sus bocadillos en bandeja de plata y sus empleados perfectamente aliñados y perfumados, el Casino de Montecarlo me dejó en claro su valía. Bastó con echar un vistazo a su fachada. Y no me refiero solamente al fasto de sus columnas y estatuas blanquecinas, sino a la aparatosa fila de autos de lujo que se estacionaban frente a él. Aunque el casino cuenta, por supuesto, con un servicio de valet parking, tal parece que los más acaudalados pagan por estacionar su lujoso coche frente a la entrada principal. Ferrari, Maserati, Audi, Volvo y las más reconocidas marcas se lucían alineadas para el deleite de los turistas (o para su ineludible envidia). Tras perder quince euros en la mesa de blackjack, dimos marcha atrás de vuelta hacia el malecón, por donde descendimos hasta toparnos de nuevo con el puerto. Del otro lado de la ensenada los antiguos edificios del centro histórico se asomaban, llamándome para descubrir la otra cara de Mónaco, una más antigua y tradicional. Al alcanzar las tierras más bajas, el puerto se llena de bares y restaurantes que son la mejor elección para almorzar y refrescarse en la ciudad. Aunque la pinta de cerveza asciende a 7 euros (dos euros más que en París), no se pueden encontrar opciones más baratas. Mónaco, al igual que toda la Côte d’Azur, posee una gastronomía totalmente influenciada por la dieta mediterránea, especialmente la italiana. Así que bocadillos con tomate, queso y hierbas provenzales fueron lo más apetitoso que pudimos elegir. Al lado sur de la bahía Fabien y yo comenzamos a subir la Roca de Mónaco, un gran monolito posado sobre el mar Mediterráneo, sobre la cual se encuentra el distrito más antiguo de la ciudad, Monaco Ville. Conforme fuimos escalando a nuestras espaldas se fueron abriendo las mejores vistas del país, con La Condamine y el puerto expuestos en su totalidad, dominados por los últimos acantilados de los Alpes marinos que nos seguían amenazando con nubarrones de lluvia. La cara norte de la colina se corona por los restos de la antigua fortaleza que protegía a Mónaco de los enemigos, erigida durante la Edad Media, de cuando datan la mayoría de los edificios en su centro histórico. Aunque el actual Mónaco fue una posesión deseada por muchos de los antiguos imperios en el Mediterráneo, por el que pasaron los griegos, ligures y romanos, fue una dinastía de origen genovesa quien logró consolidar al principado hasta lo que conocemos el día de hoy. Los Grimaldi llegaron a Mónaco en 1297, y expulsaron a los güelfos (facciones que apoyaban al Sacro Imperio Romano Germánico) de una manera muy peculiar. Francisco Grimaldi logró cruzar la fortaleza que protegía a la ciudad vistiéndose de monje. Una vez dentro, abrió la puerta a su ejército y tomó Mónaco por la fuerza. Desde entonces, los Grimaldi se aliaron al Reino de Francia y servían fielmente a su monarquía. Con el apoyo de Francia, los Grimaldi lograron separarse de Génova y autoproclamarse como señores feudales de Mónaco, y más tarde, como un principado. Así, hasta la actualidad, el Príncipe de Mónaco es la figura política más importante del país. Y como todo estado moderno europeo, posee su propio palacio real. Aunque el Palacio del Príncipe de Mónaco pudiera parecer como cualquier otro en Europa, hay varios factores que lo diferencian del resto. Primero, su fortificación. Ya que Mónaco nunca fue un estado con un gran territorio, fue necesario fortificar la residencia real, a diferencia de las demás monarquías en Europa, donde Versalles, San Petersburgo o Buckingham no tenían tal necesidad, al poseer vastas posesiones terrenales. La segunda, es que la familia Grimaldi es la única familia real europea que ha vivido en el mismo palacio desde su nacimiento hace más de 700 años, ya que no tenían espacio para edificar más residencias. Así, mientras los Habsburgo, los Romanov y los Borbones construían nuevos palacios continuamente a lo largo de sus reinos, los Grimaldi tuvieron que conformarse con darle mantenimiento y seguir agrandando su mismo castillo. A finales del siglo XIX y principios del siglo XX, el palacio y su familia real no gozaban de tanta popularidad ni del mismo glamour que el resto de las ciudades de la Côte d’Azur, el nuevo destino turístico de los ricos. Pero ese lujo y ese glamour llegaron en 1956, cuando la estrella de cine Grace Kelly pasó de ser una actriz hollywodense a la Princesa de Mónaco más famosa hasta ahora. A pesar de todo, la familia real de Mónaco puede presumir ser la casa reinante más antigua de Europa, con 722 años de reinado continuo. El palacio y la monarquía poseen atractivos igual de relevantes que otros reinos europeos, como el célebre cambio de guardia, que se lleva a cabo todos los días a las 11:55 horas. Al otro lado de La Roca, otra pequeña bahía se abre entre los territorios que Mónaco se vio obligado a ganar al mar en los años 70s. El barrio de Fontvieille es el más nuevo de los distritos del país, y es sede de un pequeño pero importante embarcadero, de un helipuerto, de la conexión con el aeropuerto de Niza y del estadio de fútbol del Mónaco FC, que juega en la liga francesa. Al frente del palacio, el casco viejo de Mónaco se extiende en su totalidad. A pesar de ser una ciudad tan diminuta, en su zona medieval no se permite la entrada de autos que no sean locales, ni se permiten motocicletas después de las 22 horas. Así, los pocos autos que pueden encontrarse en sus calles son los de la policía monegasca. Las vías peatonales de Mónaco no tienen nada que envidiar al resto de los centros de las ciudades europeas. Tengo que decir que en ninguno de ellos los colores me habían cautivado más que en aquel mezquino principado del Mediterráneo. Mónaco nació y sigue existiendo con la ayuda de Francia, y eso se nota en la arquitectura de la ciudad. Un estilo renacentista combinado con algunas fachadas de porte italiano. Aunque quizá, el mayor logro arquitectónico del centro histórico sea el Museo Oceanográfico de Mónaco, ubicado justo frente al mar. Hogar de más de 400 especies de peces, el museo fue inaugurado en 1910 y sigue siendo uno de los más reconocidos del mundo. El famoso explorador e investigador marítimo Jacques Cousteau fue director del mismo durante varios años. Lamentablemente, no pudimos ser testigos de su fachada frontal, ubicada sobre el acantilado frente al mar, al que se puede acceder solamente sobre una embarcación. Pero no solamente el museo de ciencias marinas evocaba mi curiosidad, sino también la Catedral de San Nicolás, el principal centro religioso de Mónaco. Aunque la primera catedral fue erigida en el siglo XIII, la actual construcción data del siglo pasado, y es todo un tributo al estilo neorrománico, con una blanca y limpia fachada que posee incluso toques bizantinos. La catedral es el lugar preferido por la casa real para realizar la sepultura de los difuntos de la familia reinante. Así, en su interior pueden encontrarse las macabras tumbas de los príncipes anteriores, incluyendo los padres del actual Príncipe Alberto II. Antes de que el día avanzara más y la lluvia o la noche cayeran sobre nosotros, Fabien me llevó por un helado y comenzamos el descenso de vuelta a La Condamine. La ciudad parecía tranquila desde sus calles peatonales, pero al volver al melcón el tráfico y la vida urbana nos llevaron de vuelta al país más densamente poblado del mundo. Mónaco había sido una experiencia sin igual comparado con el resto de mis viajes. No solo se trataba de una ciudad, sino de un país contenido en una ciudad. Sus lujos, su historia y la manera en que aquel diminuto principado había conseguido sobrevivir tantos siglos me dejaron fascinado. Ahora era tiempo de regresar a Menton, desde donde volvería al otro día a mi vida de profesor en Lyon.
  14. 4 puntos
    Nueva York es una ciudad muy grande, con varias atracciones turísticas y lugares de interés. Conocer esta enorme su ciudad lleva bastante tiempo, para viajeros que visitan esta ciudad por varios días y también para inquietos que también deseen conocer los alrededores y otras ciudades cercanas hay varias propuestas... Visitar Boston en el día Si ya estuviste paseando varios días por Nueva York y aún te queda tiempo libre en tu viaje... ¿Por qué no planificar una escapada a alguna ciudad cercana? Una de las ciudades que puede visitarse desde Nueva York en el día es Boston. La ciudad de Boston ofrece una gran cantidad de atractivos como por ejemplo museos, edificios históricos, espacios verdes, centros de entretenimiento, espectáculos, buena gastronomía, etc. Uno de los paseos imperdibles de Bostón es hacer la ruta llamada Freedom Trail, en español: Senda de la Libertad. se trata de una ruta de 4 kilómetros a través del centro de la ciudad de Boston, la cual pasa por 16 lugares que son muy significativos para la historia de Estados Unidos. Otro de los imperdibles que ofrece esta ciudad es visitar el estadio de béisbol más antiguo del mundo. Entre los principales museos se encuentra, el Museo de la Ciencia donde pueden verse distintos elementos relacionados a la historia natural, desde temas de biología, hasta el pasado relacionado con los dinosaurios hasta llegar a temas y cuestiones super interesantes como son la luz y el color. Es un lugar para disfrutar con todos los sentidos. Para los viajeros que viajan con más tiempo o son amantes de los museos, un imperdible será el Museo de Bellas Artes, donde puede conocerse una colección con piezas de todo el mundo incluyendo obras de Picasso. Conocer la ciudad de Washington Entre Washington y Nueva York existen un poco más de 300 kilómetros, es decir unas 4 horas de ida y otras 4 horas de vuelta. Para los amantes de las series como por ejemplo, House of Cards o del cine, esta ciudad es un imperdible ya que ha formado parte de varias escenas. Existen colectivos que comunican las dos ciudades con pasajes que rondan entre los 20 y los 40 dólares. Una de las opciones para viajeros que van con poco tiempo es tomar un bus turístico. También existen excursiones para quienes prefieren que los pasen a buscar por su alojamiento y los lleven. Una de las fotos infaltables es en el monumento a Washington, un gran obelisco de 170 metros de altura. Y claro, un paseo por esta ciudad no estaría completo sin antes conocer La Casa Blanca. Otro de los iconos es el Capitolio, donde se encuentran el Senado de los Estados Unidos y también la cámara de representantes. Uno de los museos para visitar para quienes van con un poco más de tiempo, es el Museo Nacional del Aire y el Espacio. Visitar Washington lleva bastante tiempo de traslado, para quienes viajan a Nueva York por una semana lo ideal sería conocer la Gran Manzana y sus barrios a fondo, pero no hay que descartar este paseo puede ser una buena opción para quienes tienen ilusión de conocer esta ciudad que ha formado parte de varias series y películas y también para viajeros inquietos que aman conocer lo más que pueden en sus viajes. Catarátas del Niágara Las Cataratas del Niágara se encuentran localizadas entre las fronteras de Canadá y Estados Unidos. Son una de las atracciones naturales más impresionantes de todo el mundo. Entre las alternativas para conocer este destino natural se encuentran las excursiones, existen tours en español. Se puede optar entre autobús o avión. El autobús es lógicamente la forma más económica aunque la distancia es un poco larga (6 horas por trayectos) de todas maneras los autobuses son nuevos, cómodos, con Internet y cafetera. La otra opción es tomar un vuelo, la contra de esta alternativa es que es un tanto más cara. La decisión del medio de transporte no influye en la cantidad de tiempo disponible para visitar las Cataratas, el tiempo que se disfruta de las mismas es igual en cada una de las opciones. Filadelfia Otra de las ciudades que pueden visitarse desde Nueva York, es Filadelfia, una ciudad cargada de historia ya que allí se firmó la declaración de la Independencia que dio origen a los Estados Unidos como País es además la quinta ciudad más poblada del país y una de las más animadas. Esta ciudad puede conocerse a través de una excursión las cuales incluyen recogida por el hotel y guía de habla español. Otra opciones son, ir por cuenta propia en colectivo o en autobús,o alquilar un auto. La distancia a Filadelfia es de 160 kilómetros.
  15. 4 puntos
    Miami es un destino de sol y playa, ideal para descansar en sus aguas cristalinas y arena blanca, también es un destino meca para los amantes de las compras quienes visitan sus outlets. Más allá de la playa y los deslumbrantes malls, existen otras excursiones para hacer, para quienes viajan por varios días o para quienes desean conocer un poco más.. Una de las propuestas diferentes que ofrece Miami, es dar un paseo en barco para conocer las casas y mansiones de los famosos. Además de conocer a Miami por tierra, existe la posibilidad de conocer la ciudad por tierra y por mar en un solo día. Es una buena manera de conocer la ciudad de manera completa. ¿Te gustaría conocer la Islas Bahamas? Desde Miami se puede realizar una excursión de dos horas para llegar a las Islas Bimini. Las excursiones suelen comprender el traslado y tiempo libre desde la mañana hasta la tardecita. Es importante tener pasaporte ya que se trata de un viaje internacional. Es recomendable chequear previamente si se necesita un visado para ingresar. Miami es una ciudad de contrastes con varios barrios diferentes, una de las propuestas es conocer en el día la zona de la Pequeña Habana, los distritos financieros y los barrios de Art Decó y Coconut Grove. Los Everglades forman parte de la Florida, a través de una excursión puede conocerse esta zona que tiene la fama de ser la más salvaje de los Estados Unidos. Se pueden recorrer los humedales y deslumbrase con la naturaleza en todo su esplendor. Para viajeros que van a estar varios días en Miami es recomendable adquirir la tarjeta de Go Miami Card, ya que la misma permite acceder a 28 atracciones diferentes incluyendo el Centro Espacial Kennedy y también los Everglades. Incluye además el autobús turístico, medio de transporte super recomendable para conocer cualquier ciudad y además ir escuchando con auriculares sus novedades e historia. ¿Quién no ha soñado nunca con el magnífico mundo de Disney? Este famoso parque temático atrae a adultos y también a niños y adolescentes. Cada uno de los parques cuenta con múltiples atracciones y espectáculos. Es importante decidir previamente cuál visitar ya que conocerlos todos en un mismo día resultará imposible. Una interesante alternativa para parejas, es vivir una noche única abordo del busque Island Princess donde además de disfrutar de unas vistas únicas de la costa de Miami, se puede además bailar al compás de música en vivo durante todo el viaje. El trayecto dura una hora y veinte minutos y se recorren las islas donde se ubican las mansiones de los famosos. En Miami sentirse astronauta por un día también es posible, realizando una excursión al Centro Espacial Kennedy. Durante esta excursión se visitan las bases de lanzamiento de la NASA en el Cabo Cañaveral ubicado en la parte este de Florida. Para familias con niños una linda idea es visitar el Museo Infantil de Miami situado en la Isla Watson. No importa si los pequeños no saben inglés, se puede disfrutar perfectamente en español. Siguiendo con los museos, el Museo de Arte es otro sitio de interés, el edificio es una obra de arte en sí mismo, es una de las postales más fotografiadas de la ciudad por su precioso jardín vertical. En el interior pueden encontrarse más de 1800 obras de arte de artistas de todas partes del mundo. Para los aficionados al mundo de los autos, una visita obligada es recorrer el sitio llamado Miami Auto Museum at the Dezer Collection. Es el museo más grande de automóviles de América con 1200 vehículos, pueden verse además coches que fueron utilizados en películas de Hollywood... Los vehículos originales de James Bond, el de los Cazafanstamas e inclusive el batmóvil. La ciudad de Miami cuenta además con un pequeño Jardín Botánico, llamado Miami Beach Botanical Garden, se trata de un pequeño jardín que puede recorrerse en menos de media hora pero que vale la pena visitar. Se encuentra situado cerca del Memorial Holocausto, otro sitio también interesante para recorrer. En el Jardín Botánico pueden verse tortugas, mariposas y fuentes de agua. Es un lugar ideal para tomarse una pausa y descansar. Pero si lo que más te atrae son los trenes, entonces el sitio a visitar es Gold Coast Railroad Museum, un museo especial y diferente, el cual alberga una colección de vagones históricos y objetos relacionados con el mundo de los trenes. Siguiendo con las propuestas distintas, se suma el Museo de Arte Erótico, donde además de una colección privada pueden verse artefactos de distintas épocas y lugares del mundo. Para conocer Miami a fondo hace falta dedicarle varios días, las propuestas son muchas ya que van desde conocer sitios naturales, museos de distintas temáticas y estilos, sitios espaciales, llegar al enigmático mundo de Disney, recorrer sus diferentes zonas y barrios, entre otras propuestas más. Es aconsejable elegir cuáles son las excursiones que se desean realizar y qué lugar se prefieren visitar para elegir el pase de bus turístico o tarjeta de atracciones más conveniente. Un consejo importante es sacar la cuenta del valor de cada excursión para hacer un mejor análisis! La mayoría de los sitios mencionados pueden visitarse en una excursión con traslado, otra opción es rentar un coche para tener más autonomía y libertad.
  16. 4 puntos
    Hacía bastante que no planificaba un viaje al Sur de mi país, aunque ya viajé varias veces, no he terminado de recorrerlo... Tiene muchos lugares turísticos, otros no tanto y muchas cosas para ver y para hacer, en un sólo viaje es prácticamente imposible conocerlo completo. Esta vez no quería un viaje de muchas idas y vueltas, con varias paradas, varios hospedajes, varias veces de armar y desarmar valijas, sino que quería viajar más tranquila, con la famosa modalidad de slow travel. Considero que para conocer un destino hay que estar varias noches, sino es una simple “pasada por el lugar”. El Chaltén tiene el apodo de Capital Nacional del Trekking, esto es así porque tiene varios caminos para hacer con vistas a imponentes paisajes. Sabía que iban a ser seis largos días donde más que descansar, iba a sentirme parte del paisaje. Armé el equipaje con los bastones de trekking, calzados apropiados y ropa cómoda... El primer día, como en todo viaje sirve para ubicarse y acomodar el equipaje. Es un pueblo muy pequeño con muy pocas cuadras, pero con una gran cantidad de negocios, todo en función del turismo. El Chaltén es un lugar único y muy especial. Está dentro de un parque, el Parque Nacional los Glaciares, es un pueblo que vive exclusivamente del turismo y que se fundó hace muy poquito, en el año 1985. Como está en un Parque Nacional, no tiene aeropuerto, para llegar lo más cómodo es tomar un avión hasta El Calafate y desde allí un transfer. En mi caso, el viaje había sido bastante largo, desde mi ciudad, Mar del Plata a la Capital Federal, desde allí a El Calafate y finalmente a El Chaltén, unas cuantas horas de viaje y otras tantas en espera... El segundo día que llegamos, El Chaltén amanecía con un día único, soleado, sin viento (cosa bastante rara para tratarse de la Patagonia) y con una muy buena temperatura. Después de desayunar en el hotel salimos a caminar con rumbo al Cerro Torre. Hay varios circuitos de trekking, este está considerado como de dificultad intermedia. Es un trayecto de 22 kilómetros, está calculado para hacerse entre 5 y 6 horas. Así que salimos temprano, equipados con todo lo necesario para pasar el día, agua, frutas, un almuerzo liviano. Un consejo importante que nos habían dado los lugareños es que, el agua que se encuentra en el camino en los arroyos y cascadas es natural y que no es necesario entonces trasladar varias botellas de agua, basta con llevar una y recargar. Creo que nunca había tomado una agua tan rica y fresca Otra de las caminatas que se pueden hacer en este pueblo de montañas, es ir al Fitz Roy, es la meca de los escaladores y el camino más buscado por los amantes de las caminatas o del senderismo. Hubiera estado muy bien tener un día de descanso entre caminata y caminata, pero estaba anunciado mal tiempo para los días siguientes. Dicen los lugareños que un día de sol, despejado y sin viento, no se puede desaprovechar... A pesar del cansancio, luego del desayuno volvimos a salir. Para llegar al inicio del camino es conveniente tomar un minibus. Una vez llegado al punto de inicio nos esperaban unas nueve horas de caminata. Son unos 25 kilómetros. Lo bueno es que era verano y en verano en el sur, oscurecer después de las 22:30. De todas maneras salimos temprano para que no nos agarrase la noche en el camino. Durante la primera hora, la pendiente del camino es algo pronunciada, tuve que ir haciendo pausas para evitar la sensación molesta de falta de aire. Los ñires forman parte del paisaje junto con arroyos. Lo más lindo, el silencio y el aire puro. El punto más difícil del camino, es una pendiente empinada, la cual debe tener aproximadamente unos 400 metros. Demanda, según los carteles una hora de esfuerzo, ante mi falta de experiencia en este tipo de "travesías" me tomo una hora y media. De todas maneras cada segundo de esfuerzo valió la pena para disfrutar de La Laguna de los Tres con unos imponentes cerros de fondo. Después de tanto andar, era hora de sentarse a descansar, contemplar y hacer un picnic disfrutando tal hermosa postal. Una vez finalizado el almuerzo tuvimos que emprender el regreso, en total fueron aproximadamente nueve horas de caminata, a pesar del cansancio se disfruta igual, a lo largo del camino aparecen distintas postales que son realmente únicas. Los días siguientes fueron más tranquilos en cuanto a caminatas y exigencias físicas. Hicimos el paseo más sencillo, visitar el Chorrillo del Salto y lógicamente probar su exquisita agua pura de deshielo. A los días siguientes el tiempo empeoró , pero no fue un impedimento para seguir paseando.... Hicimos una excursión al Lago del Desierto, otro paraíso natural con senderos para caminar, afortunadamente mucho más sencillos. También visitamos los miradores desde donde se puede ver el pequeño pueblo rodeado de montañas que marcan sus límites naturales. Hubiera faltado más tiempo para recomponerse y hacer la tercera caminata larga que propone este destino, visitar el Pliegue Tumbado, pero de todas formas es lindo que siempre quede algo pendiente para planificar una vuelta ... El Chaltén es un pueblo único, al que seguramente en otra oportunidad volveremos!
  17. 4 puntos
    San Francisco, es una de las ciudades imperdibles del Oeste de Estados Unidos, con varios paseos y propuestas interesantes para planificar unas vacaciones únicas. Es una ciudad multicultural con varios barrios para recorrer, museos y sitios cargados de historia los cuales se combinan con modernas estructuras. ¿Qué ver en San Francisco? La postal más representativa de la ciudad es el famoso Golden Gate con 2,7 kilómetros de longitud y 227 metros de altura, es uno de los puentes colgantes más largos y altos del mundo. Es por supuesto ,todo un símbolo de la ciudad. Puede verse desde varios lugares, pero el mejor punto para disfrutar de la vista del gigantesco puente es el Mirador H. Dana Bowers que además de las vistas privilegiadas de la estructura y de la bahía cuenta con otros atractivos como la estatua llamada Tje Lone Sailor Memorial y la Rosa de los Vientos una figura utilizada para mostrar la orientación de los puntos cardinales. Otro de los imperdibles puntos de la ciudad de San Francisco es la zona vieja del puerto, un lugar bastante turístico. Es una zona de múltiples actividades donde se puede visitar el viejo acuario de la Bahía, entrar en la historia de la II Guerra Mundial o simplemente tomar el barco para hacer un crucero por la bahía. Se suma a la lista de sitios imperdibles el Museo del Cable Car, es el lugar ideal para conocer más sobre como funciona el medio de transporte más entrañable de la ciudad. Se puede ver la enorme maquinaria sobre la que giran los cables que hacen que los tranvías circulen por todo San Francisco. Además, es posible ver antiguos tranvías. La zona más animada y comercial lleva el nombre de Union Square y se ubica en pleno centro de la ciudad. Conserva su papel como centro ceremonial de la ciudad, actuando como punto de reunión para eventos públicos, protestas y exposiciones de arte. En las cercanías de la plaza se sitúan las mayores tiendas. Es interesante dedicar un rato para conocer el entorno y caminar por las calles cercanas. Un interesante barrio para recorrer es Chinatown, podría decirse que es como si se tratase de una ciudad dentro de otra ciudad. Allí las fachadas coloridas, los farolillos, templos y restaurantes se apoderan del escenario con cientos de tiendas. El mejor momento del día para realizar un recorrido por el barrio chino es al mediodía cuando todas las tiendas están abiertas. Un dato curioso es que las famosas galletas de la fortuna que se sirven en los restaurantes chinos no fueron inventadas en China, sino que fueron horneadas por primera vez en San Francisco, por lo que vale la pena vivir la experiencia de sentarse a comer y recibir una galleta que pertenece a las dos culturas.... Todos los barrios parecen ser postales o cuadros, pero uno de los más emblemáticos y particulares es Alamo Square, llamado en nuestro idioma, Plaza del Álamo. Por su estética ha sido escenario de varias películas y series de televisión. Las casas victorianas de diferentes colores se apoderan de todas las miradas y llaman la atención de todos los viajeros. Algunos consejos para planificar tu viaje a San Francisco A la hora de planificar un viaje surgen muchas preguntas, como por ejemplo, cuál es la documentación necesaria, idioma, moneda, precios, cuáles son las fechas especiales entre otras preguntas más... En cuanto a la documentación necesaria, la misma dependerá del país de procedencia de cada viajero, por ejemplo los ciudadanos españoles para estancias menores a 90 días no necesitan visado, solamente deben rellenar un formulario de entrada y tener el pasaporte vigente. Hay varios países exentos de visa, mientras que otros deben realizar el trámite para obtenerla. El idioma oficial es el inglés, sin embargo el español es un idioma bastante hablado. En cuanto a los precios, San Francisco es más económica que otras ciudades turísticas de los Estados Unidos como por ejemplo Nueva York Algunos ejemplos de precios... Los billetes de metro tienen un valor promedio de 2,50 USD Una cena en un restaurante estándar tiene un precio desde 40 dólares en adelante Las entradas a los museos varían entre 15 y 35 dólares Una interesante opción si la idea es visitar varias atracciones es obtener la tarjeta turística Go San Francisco Card la cual tiene un precio de aproximadamente 67 dolares. A la hora de ir a cenar o almorzar, es importante tener en cuenta que muchos trabajadores subsisten gracias a las propinas, es habitual dejar entre un 10% y 20% del valor de la cuenta. El tiempo en San Francisco Los mejores meses para visitar la ciudad de San Francisco son de mayo a septiembre, ya que son los meses menos lluviosos. Es importante tener en cuenta que San Francisco se caracteriza por su clima mediterráneo con suaves inviernos húmedos y los veranos suelen ser muy secos. El verano en San Francisco no es demasiado caluroso, en esta época las temperaturas oscilan entre los 10º y los 21 º.
  18. 3 puntos
    El transcurso de una vida urbana puede fácilmente tornarse en algo rutinario, incluso en la grandeza de la Ciudad de México donde, no importa cuándo, siempre se encuentra algo por hacer. Si bien, la rutina es algo que se puede fácilmente esquivar en la capital mexicana, hay algo de lo que es imposible escapar. La contaminación y la gente. Un pacífico fin de semana, a solas en el aire fresco, es una demanda de colosales magnitudes en una de las metrópolis más pobladas del mundo. Pero hay algo que la hace única, a pesar de su estresante e incesante actividad. Hace casi 700 años, los mexicas (mejor conocidos como aztecas) decidieron construir su capital en uno de los más bellos paisajes del Aztlán, la tierra que ellos consideraban su mundo. Fue en un islote, en medio de un lago rodeado por montañas, donde fundaron Tenochtitlán, lo que hoy todos conocemos como Ciudad de México. Los alrededores de Tenochtitlán están cercados de impresionantes paisajes naturales, que dejaron en claro por qué Mesoamérica fue y será el cuerno de la abundancia. Es así que escapar de la ajetreada vida capitalina es, incluso hoy, una tarea fácil. Aquella vez, la decisión para reposar un fin de semana fue tomada por Sediel, uno de mis mejores amigos con cuya novia haríamos el viaje. Con una tienda de campaña casi nueva, un saco de dormir y una mochila sedienta por querer ser utilizada, el estado de Hidalgo fue lo que atrajo nuestra atención. Contiguo al Estado de México, Hidalgo cuenta con pueblos coloniales, grutas, aguas termales, bosques, cañones, cascadas, minas y un sinfín de interesantes propuestas de aventura. Y muy cerca de Pachuca, su capital, el pueblo de Huasca de Ocampo fue el destino elegido. La pequeña localidad nació en la época colonial española, cuando la producción minera atrajo a adinerados hacendarios europeos, que usaron la mano de obra indígena para la explotación. El pueblo creció alrededor de cuatro grandes haciendas, y aunque en el declive de la zona (cuando México se volvió independiente) muchos edificios quedaron casi en ruinas, en el siglo pasado se restauró para hacerlo un pueblo de paseo para turistas. Son varias cosas que hacen especial a Huasca. Su café, sus leyendas (que incluyen a duendes y brujas) y, sobre todo, su hermosa situación geográfica. Ubicada entre la Sierra de Pachuca y el Valle de Tulancingo, los paisajes aledaños a Huasca son un deleite visual, perfecto para los cazadores de un reposo en la naturaleza. Así que en vez de quedarnos mucho más tiempo en Huasca decidimos seguir nuestra ruta hasta los prismas basálticos, uno de los principales atractivos del valle. Huasca se emplaza en el oriente del Eje volcánico transversal, una cadena de volcanes que atraviesa el país de este a oeste y lo corta por su parte central. Hace un par de millones de años, el enfriamiento del escurrimiento de lava que se generó en esta zona formó columnas de basalto que tomaron formas de prismas pentagonales y hexagonales. El resultado es hoy una maravilla. El conjunto de prismas encimados entre sí parecen una estructura de legos. Es difícil creer que la naturaleza haya creado formas tan inorgánicas por sí sola. Accedimos a los prismas bajando unas escaleras que llevan hasta un pequeño corredor, por donde cae un arroyo. El agua es traída desde los ríos y las presas que alimentan de agua la comunidad de Santa María Regla, a la que pertenecen las columnas. Aunque algunas de las pequeñas cuatro cascadas fueron arrastradas hasta allí por el hombre, no hay mejor manera de darle un toque más encantador a un lugar como aquel que con caídas de agua. El arroyo culmina en un pequeño estanque, al que se debe acceder desde la hacienda contigua. Es la llamada Cascada de la Rosa. Este lugar fue visitado y estudiado incluso por personajes como Alexander von Humboldt, durante sus viajes por América Latina. La UNESCO nombró al sitio como uno de los 30 geoparques de la Red global de geoparques. Aunque ya había sido testigo de columnas basálticas del mismo estilo en Islandia, verlas en México no hizo más que reafirmar que es un país que lo tiene todo. Antes de que se hiciera más tarde, era momento de decidir dónde debíamos acampar. La zona de Huasca de Ocampo posee múltiples sitios para hacerlo. Pero al ser el último fin de semana del verano estudiantil, los campings y balnearios estaban repletos. El pueblo no era una buena idea para huir del bullicio. Y con ganas de un contacto mucho más natural, decidimos escuchar la sugerencia de un chofer. Unos kilómetros al norte, lejos de la carretera, había un lugar llamado Peña del Aire. Nada habíamos escuchado sobre él. Incluso, encontrarlo en Google Maps no fue del todo fácil. La información en internet era casi escasa. Pues bien, eso lo hacía el lugar perfecto. Según se nos dijo, pocas personas llegaban hasta la peña, ubicada al borde un acantilado bajo el cual se extendía un enorme cañón. Y en lo alto, una zona de camping era ideal para pasar la noche, lejos de las luces, del ruido y de cualquier contacto humano. Aceptamos así un viaje en taxi hasta la peña. Y tras un arduo viaje por un feo y estrepitoso camino de ripio, el chofer nos dejó en un centro de visitantes, que no era más que una palapa. Peña del Aire es un parque ecoturístico protegido. Hay pocas casas y propiedades privadas dentro del terreno. Las únicas construcciones son casetas de vigilancia, cobranza y algunos puestos de comida y tiendas. A solo unos pasos de aquel puesto de visitantes se abrió ante nosotros un enorme cañón, parte de la Sierra de Pachuca. El nombre Peña del Aire se debe, precisamente, a una gigantesca peña que se yergue en uno de los costados de la barranca. Y sí, de hecho, parece que flota en el aire. Estas formaciones rocosas son características de las barrancas de la Sierra Oriental. Y el sitio perfecto para un centro ecoturístico. Una tirolesa de unos 70 metros de largo se tiende al lado de la peña y permite a los visitantes volar sobre el abismo. En la parte más baja, un río dibuja el camino del valle, junto al cual solo una pequeña iglesia se posa junto a un par de campos de cultivo. Al mirar abajo, creímos que sería un excelente lugar para acampar. Comenzamos el descenso con mochila al hombro, cuidadosos de seguir el mezquino sendero que nos guiaba. El calor era sofocante, pero valía la pena hacer el intento. Las vistas desde las laderas eran sencillamente magníficas. La vegetación parecía hacerse cada vez más verde y, a decir verdad, no era lo único colorido que apareció en nuestro camino. El curso nos llevaba por todo el costado de la barranca, pero poco simulaba bajar al río. Aunque los lugareños nos habían asegurado un rápido descenso, la travesía era más larga de lo esperado. Antes de seguir, supimos que algo no resultaría. Esperábamos el arribo de dos amigos más, y en lo bajo de la barranca la señal de telefonía era escasa. Sería mucho más fácil encontrarlos en lo alto del acantilado. Volvimos entonces, entregados al calor de la tarde que, por cierto, no tardaría en esfumarse para dar paso a un fresco atardecer. La planicie superior fue el mejor lugar para montar el campamento. Un terreno llano, pastoso y fresco donde, al parecer, seríamos los únicos en pasar la noche. Nuestros amigos no tardaron su arribo, por suerte, antes del ocaso. Y con las tres tiendas una junto a la otra, fue momento de armar la hoguera. Una pila de malvaviscos y roles de canela fue el menú perfecto para el atardecer, que tras un cielo nublado se esfumó sin mucha presencia. Pero aquellas nubes de tormenta, cuyos relámpagos eran lo único que iluminaba el horizonte nocturno, crearon la atmósfera perfecta para las historias de terror que se avecinaban. Huasca de Ocampo es el sitio perfecto para alguien como Sediel, un fanático de las criaturas de fantasía. El pueblo está lleno de leyendas sobre duendes y brujas que moran los bosques circundantes, y que han hecho sus apariciones en repetidas ocasiones. De hecho, cuenta con su propio museo de los duendes. Y vaya que nuestro campamento simulaba ser su hogar, con una torre de metal en forma de sombrero que, de hecho, albergaba los únicos baños disponibles, a los que nadie se atrevía a entrar una vez caída la noche. Cuando el fuego se fue consumiendo, una extraña luz apareció detrás de los arbustos. Un color amarillo fluorescente de forma redonda se movía con delicadeza, y de repente palpitaba como el latido de un corazón. No le prestamos mucha atención, quizá era alguien con una linterna. Tras pocos minutos se esfumó sin darnos cuenta. A la siguiente mañana, los lugareños nos contarían que se trataba de una bruja. Aparecer como pequeñas centellas era su especialidad en aquella zona. Pues bien, al menos no decidió visitar nuestro campamento. El alba fue bastante frío. El sereno dejó nuestras carpas más que húmedas por fuera. Y no había nada que deseáramos más que un café caliente. Pero habría que esperar la apertura de los puestos. Entretanto, un temprano despertar fue la mejor decisión grupal tomada para poder ser testigos de un hermoso amanecer. El sol se levantó sobre la sierra oriental, iluminando tenuemente la figura de cada barranca del cañón. Nada, sino el cantar de las aves, se podía escuchar en el abismo. Es lo que un grupo entero de capitalinos buscaba lejos de la metrópoli. La serenidad de una fría y verde mañana. Pero acompañada de un café de olla a la apertura del primer puesto, todo fue incluso mejor. Luego del desayuno fue momento de bajar a la peña, y contemplar el valle dibujado por los primeros rayos del sol. La bruma de la mañana poco a poco se retiraba, y dejaba al desnudo la vitaleza de un cañón que podía apaciguar todo pensamiento y todo presente. Escalar la peña no era una opción segura, pero hasta la poca altura que pudimos llegar fue suficiente para sentirnos satisfechos en nuestro viaje. Disfrutar de la barranca sin la presencia de turistas durante la noche y la mañana fue una excelente decisión, que nos daría el respiro necesario para volver a la vida de una colmada ciudad.
  19. 3 puntos
    Collonges La Rouge, un rojizo pueblo medieval Se trata de una comuna y población francesa que cuenta con un poco menos de 500 habitantes. El apodo de la ciudad es la Rouge, en español, la roja, esto se debe a muchos de sus edificios que fueron construidos con piedras de rodeno una arenisca rojiza. Esta considerado como uno de los pueblos medievales más espectaculares de Francia, ofrece además la posibilidad de visitar la capilla de los Penitentes de comienzo del siglo XV. También puede visitarse un museo de artes populares. Se suma a la lista de puntos para visitar, la Iglesia de Saint Pierre. Para visitar esta pequeña ciudad roja, se puede ir desde Toulouse, se encuentra a solo dos horas en auto. Carcassonne y su castillo Esta pequeña ciudad amurallada se encuentra también cerca de la ciudad de Toulouse. Su principal atracción es su castillo y muralla la cual puede visitarse durante una tarde. Cesky Krumlow, una encantadora ciudad medieval Esta ciudad puede visitarse desde Praga, en auto se demora aproximadamente unas dos horas y media en llegar. Este encantador sitio tiene varias áreas para descubrir. La zona más impactante sin lugar a dudas es la ciudad vieja, es la zona que se encuentra dentro del meandro que forma el río Moldava. Para viajeros que solo cuentan con un día para pasear por la ciudad, lo ideal es recorrer la Ciudad Vieja y el castillo. Por la ubicación de Cesky Krumlov se puede llegar desde Viena y también desde Munich. Una de las perlas de la Toscana, San Gimignano San Gimignano es una ciudad italiana ubicada sobre una colina en la región de la Toscana al suroeste de la ciudad de Florencia. Se encuentra a tan sólo una hora en coche desde Florencia y desde Siena. Es una ciudad cargada de historia, sus orígenes se remontan al siglo XII época en la que tuvo un gran auge por encontrarse en camino hacia Roma. San Gimignano se encuentra rodeada por una muralla con estrechas calles peatonales donde no acceden los vehículos. Entre los imperdibles se encuentra su calle principal, la Vía Diacceto y sus plazas centrales con sus antiguas torres que conforman rascacielos medievales. Besalú, una muestra del mundo medieval catalán Calles y fachadas empedradas son las principales características de este sitio donde pueden encontrarse postales de la Edad Media. Entre los sitios imperdibles para visitar se encuentran el puente románico y sus varios monumentos. En la judería pueden visitarse los baños medievales, es un paseo ideal para conocer más sobre la historia del lugar. Conques, una parada obligada para los peregrinos Este pueblo se encuentra en la región de Occitania al Sur de Francia. Una de sus particularidades más llamativas es que durante el año residen apenas 90 habitantes pero por estar situado en el Camino de Santiago Francés, cada año recibe a medio millón de visitantes, de los cuales muchos de ellos son peregrinos. Conques se encuentra a menos de 200 kilómetros al norte de Toulouse. La mejor manera de empezar a descubrir Conques es subir al mirador desde donde se pueden sacar las mejores fotos panorámicas. Para conocer más sobre la historia del lugar, es posible contratar una visita guidas en la oficina de turismo, las cuales tienen una duración de aproximadamente 35 minutos. Santillana del Mar Es un sitio conocido como "la villa de las tres mentiras" porque ni es santa, ni es llana ni tampoco tiene mar. Pese a ello, sus adoquinadas calles de piedras deleitan a todos sus visitantes, a cada paso puede verse una casona, un palacio o una iglesia. Santillana del Mar se encuentra a sólo 30 kilómetros de Santander, es considerada como un museo vivo de una villa medieval la cual se encuentra desarrollada entorno a la Colegiata de Santa Juliana. La mayoría de sus edificaciones arquitectónicas datan de los siglos XIV al XVIII. El paseo por Santillana del Mar puede complementarse con una visita a la Cueva de Altamira ya que se encuentran solamente a dos kilómetros de distancia. Tallín, una ciudad de cuento de Hadas La capital del país de Estonia fue catalogada como Patrimonio Mundial de la Humanidad. Sus edificios, iglesias góticas, torres y murallas medievales permiten remontarse al pasado. El principal atractivo turístico es su casco antiguo medieval, también ofrece a sus visitantes otras atracciones turísticas como balnearios y saunas. En verano puedo completarse el recorrido visitando las playas de los distritos de Pirita y Haabersti. Núremberg Situada en la región de Baviera es un pueblo europeo cuya historia y cultura se ven reflejadas en sus fachadas y estilo medieval perfectamente conservado. Un paseo por Núremberg no estaría completo sin antes visitar su castillo imperial. Una de las postales más lindas para fotografiar es desde el puente del verdugo, se trata de la postal medieval más representativa del lugar junto con su puente y Torreón. Una de las mejores épocas del año para visitar este sitio es durante la Navidad para visitar su mercado navideño. Berna La capital Suiza,es una de las ciudades que guardan en sus calles memorias medievales, uno de los principales puntos para recorrer es su centro histórico donde se puede encontrar la Torre de la Catedral. Una de las fotos que no puede faltar en un viaje por Berna es la de su Torre del Reloj. Para apreciar mejor la ciudad el punto a visitar es el Mirador de Berna donde se puede apreciar una estupenda vista del casco viejo de la ciudad, el mejor momento para disfrutar de esta vista es en verano o primavera. Para hacer este paseo se debe realizar una caminata cuesta arriba, pero el esfuerzo realmente vale la pena.
  20. 3 puntos
    Con una ruta dibujada al norte desde que arribé a Londres una semana antes, era inevitable resistirse a cruzar el antiguo trazo del muro de Adriano, que durante años marcó el límite boreal del Imperio romano dentro de Britannia, una de sus provincias más preciadas. Descansado un par de días en Durham, eran solo 100 kilómetros los que me restaban para salir de Inglaterra, pues al norte, una invisible frontera marcaba el inicio de Escocia. Después de pasar siete meses en Francia y de la amistad que forjé con Liane, una chica escocesa, era imposible que mi rumbo no pretendiese culminar en las tierras septentrionales del Reino Unido. Y fue allí a donde tomé mi autobús. El Reino Unido es un país bastante complicado de entender. Planear mi viaje no fue, por tanto, lo más fácil con lo que pude enfrentarme. ¿Por qué ninguno de los escoceses que había conocido hasta entonces se definía así mismo como british? De hecho, ¿cuál es la palabra verdadera para definir la nacionalidad de las personas del Reino Unido? Es más, ¿es el Reino Unido un país? Bastante complejo había de ser comprenderlo. Y aunque toda la vida había escuchado hablar de Escocia, ¿era Escocia un país, o solo una provincia del Reino Unido? No podía dirigirme a las tierras altas de la Gran Bretaña sin antes comprender un poco más sobre la historia y el funcionamiento de este país insular. El Reino Unido es, después de todo, un país soberano. Pero el reino se compone, de hecho, por cuatro países o naciones integrantes, que gozan de cierta soberanía dentro del mismo: Inglaterra, Gales, Escocia e Irlanda del Norte. Así, el nombre oficial del estado es Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte. Gran Bretaña, como muchos saben, es el nombre de la isla principal del reino, donde se encuentran Inglaterra, Gales y Escocia. Irlanda del Norte es la cuarta nación, ubicada al norte de la República de Irlanda, y ambos países comparten la isla de Irlanda. Por tanto, es un error común confundir los gentilicios. Un irlandés es cualquiera que haya nacido en la isla de Irlanda, aunque se usa más bien para los nacidos en la República de Irlanda. Alguien nacido en Irlanda del Norte es un norirlandés. Sin embargo, los norirlandeses pueden también ser británicos, ya que es el gentilicio oficial para todos los nacidos en el Reino Unido. Pero cuidado, porque un inglés es exclusivamente la persona nacida en Inglaterra, excluyendo a Escocia, Gales e Irlanda del Norte. Así, los norirlandeses, ingleses, galeses y escoceses son todos a su vez británicos, pues forman parte del Reino Unido. Pero es extraño encontrar un galés, norirlandés o escocés que se defina a sí mismo como británico. Y esa es la primera viva muestra del sentido independentista que recorre el país. El Reino Unido no es muy unido. De eso me di cuenta rápidamente. Y si las cuatro naciones se encuentran unidas se debe a la fuerza que ha ejercido Inglaterra sobre sus reinos vecinos a lo largo de la historia, pues hasta el momento, es el integrante más poderoso. Debía entonces estar consciente que aquella tarde me estaba adentrando en algo distinto. Seguía en el suelo del Reino Unido; seguía en el suelo de Gran Bretaña; pero estaba entrando en Escocia, una nación completamente diferente. Al bajar del autobús en la estación central caminé a través del centro histórico de Glasgow, la ciudad más grande de toda Escocia, donde pasaría un par de días hospedado por Gaz, un chico local que aceptó mi solicitud en Couchsurfing. La primera impresión que tuve de él quizá no fue la mejor. Los estereotipos sociales que innegablemente recorrían todavía mi cabeza forjaron los primeros prejuicios sobre su persona, basado solamente en sus fotos de perfil. Un corte de mohicano, perforaciones por todo el cuerpo y tatuajes que cubrían hasta su cráneo, mientras se le veía parado bajo puentes y lotes baldíos llenos de basura y pintando obras de grafiti con botellas de aerosol. Pero sus referencias eran bastante buenas. Al parecer, uno de los mejores anfitriones que se podía encontrar en Glasgow. El punto de encuentro fue al frente de un edificio corporativo del centro financiero, de donde Gaz salió vestido tal y como lucía en sus fotos. Me saludó con entusiasmo y me ofreció ir por el almuerzo. Quizá es que nunca había visto a alguien con tal pinta trabajar en una oficina tan moderna y lujosa como aquella. Al menos no en México. Pero de entrada, eso me daba gusto. Era la viva muestra de la poca discriminación que en Escocia se hace por la apariencia de las personas. Al pasearnos al lado de restaurantes de comida rápida y bares, la elección de Gaz fue un restaurante vegano. Sí, aquel escocés con pinta de chico malo estaba en su transición para convertirse en vegano. Mis prejuicios poco a poco se empezaron a desmoronar. Gaz no fumaba, no se drogaba, no comía carne y rara vez bebía alcohol (a excepción de un whisky o una cerveza ocasional, después de todo, es escocés de nacimiento). Luego de un plato de lentejas y verduras con un poco de pan, caminamos hasta su casa, ubicado en una de las zonas residenciales no muy lejos del centro, llamada Dennistoun. Las casas de aquel barrio simulaban mucho el estilo de vida de los suburbios de Estados Unidos, con una verde y pacífica calle donde reinaba la tranquilidad, muy cerca, pero lejos del bullicio de la gran metrópoli escocesa. Más adelante, la fachada de los hogares cambió. Esta vez por edificios con una notable influencia de la arquitectura victoriana. Ahora me sentía mucho más en Escocia, país que también vivió el gobierno de la reina Victoria. En uno de aquellos bellos edificios victorianos es donde vivía Gaz. Su apartamento, una vez más, destruyó mis estereotipos. Un espacioso y limpio departamento donde la luz entraba por cada hueco era algo que pocos se imaginarían de alguien como él. No me cabía duda entonces del porqué tantas referencias positivas colmaban su perfil. Cuando por fin pude dejar mi mochila y liberar mis hombros de su peso, salimos a dar una caminata y disfrutar del sol que alumbraba Glasgow aquella tarde. No muy lejos de Dennistoun pasamos frente a la Wellpark Brewery, una de las fábricas de cerveza más viejas de Glasgow. Fundada en 1740 por dos hermanos creadores de la filial Tennent Caledonian, dentro de sus instalaciones se producen alrededor de 10 marcas de cerveza, siendo la más famosa la Tennent Lager, la cerveza líder en Escocia, que abarca el 60% de las ventas. La creación de cerveza en la zona data, de hecho, desde 1556, casi cinco siglos atrás. Aunque la compañía nacería 200 años más tarde. Hoy, es la mayor exportadora de cerveza escocesa en el mundo. No podíamos resistirnos entonces a entrar a uno de los bares del East End en Glasgow y probar una buena Tennent, que apaciguó por un rato el calor que se sentía aquel día. Detrás de la Wellpark Brewery y luego de un tarro de cerveza, Gaz me llevó hasta una colina baja que domina el este de la ciudad, donde se encuentra la necrópolis. ¿Por qué diablos me llevaría a un cementerio? Era quizá la pregunta. Pero la Necrópolis de Glasgow es mucho más que eso. Inaugurada en 1883, sus planificadores se inspiraron en el cementerio Pere laChaise de París, que más que un simple panteón es un hermoso parque público. El concepto de cementerio-jardín recorrió varias ciudades europeas, y en el Reino Unido sucedió sobre todo durante la ostentosa época victoriana. Es por ello que las tumbas que atestan la necrópolis son verdaderos monumentos mausoleos que, a decir verdad, fueron construidos por los mejores arquitectos escoceses de la época. Muchas de las 50 mil personas que han sido enterradas en la colina fueron gente que gozó de privilegios económicos, y pudieron costear un digno monumento que los acompañara en la otra vida. No obstante, a muchos de los ciudadanos de Glasgow que allí residen el ayuntamiento los apoyó con fondos públicos para su entierro. Con cementerios como los victorianos de Europa hasta dan ganas de morirse. Lo mejor de todo, es poder hacer un picnic o tomar una clase de acroyoga (como hicimos nosotros) sin el miedo que recorre las entrañas por pararse sobre los difuntos. Como dije, la necrópolis es mucho más que solo muertos enterrados bajo tierra. Y justamente al lado del cementerio llegamos a la catedral de Glasgow, o catedral de San Mungo, el sitio más visitado por los turistas en la ciudad. El templo es una de las iglesias medievales mejor conservadas en el Reino Unido. Tuvo la suerte de no ser destruida durante la guerra de la Reforma protestante, ya que nació bajo el culto católico, pero pasó a ser parte de la iglesia de Escocia. Fue durante el siglo XVI cuando muchos reinos europeos decidieron cortar relaciones con el papado de Roma y fundar su propio culto, inspirados por la tesis de Martín Lutero. Así, Inglaterra hizo su propia iglesia (la iglesia anglicana), mientras Escocia fundó la suya. Aunque hoy ambas naciones forman parte del mismo reino, no comparten la religión. Y mientras la reina Isabel II es la cabeza de la iglesia anglicana, no lo es de la iglesia de Escocia, que funge como un ente independiente. La arquitectura gótica de la catedral es el fiel testigo de que Escocia nunca se quedó atrás ante el poderío arquitectónico y político de sus vecinos en Europa. Y si no fuera por compartir tierras con Inglaterra, sería hoy quizás un poderoso país independiente y una potencia occidental. Antes de que el sol se escondiera volvimos al apartamento, no sin antes comprar algo para la cena. Y una degustación de whisky al lado de Gaz sería el vaso ideal que necesitaba para conciliar mejor el sueño. Al siguiente día nos tocó el turno de recorrer el centro histórico de la ciudad. A diferencia de la catedral, el casco antiguo no data del medievo, ni siquiera de la Reforma protestante. En cambio, muchos de sus edificios fueron construidos durante el siglo XIX. Aunque antes de 1707 Escocia fue un reino independiente, nunca sus ciudades gozaron de tanto poder como lo hicieron durante la época victoriana. Y es que la reina Victoria marcó el punto álgido de la revolución industrial. En aquel tiempo, Glasgow llegó a ser considerada la segunda ciudad del imperio, después de Londres, por supuesto. Los astilleros que se erigieron en la preciada ubicación junto al río Clyde, así como la extracción de carbón y hierro, y las fábricas de algodón y textiles, marcaron una escalación económica sin precedentes en Escocia y en el mundo. Los principales edificios del centro lucen así una increíble arquitectura victoriana. Es el caso de la Plaza George, la principal explanada de la ciudad. Aquel día, un puñado de ramos de flores adornaban el jardín alrededor de la columna principal. Era un mensaje de solidaridad y pésame para las víctimas de los ataques terroristas sucedidos apenas unos días antes en Manchester. El Estado islámico se autoproclamó autor del ataque que dejó al menos 22 personas muertas durante un concierto de Ariana Grande en la Arena de la ciudad. Los escoceses pueden ser separatistas y sentir a veces un gran recelo contra Inglaterra. Pero, después de todo, siguen siendo seres unidos y pacifistas. Más adelante llegamos a la Galería de Arte Moderno, que se alberga en un exquisito edificio neoclásico del siglo XVIII. Glasgow es la capital cultural de Escocia. Su escena artística tiene de todo un poco. La calle Buchanan, por ejemplo, fue una viva muestra de ello. Rodeada de tiendas, museos, restaurantes y bares, el ambiente vivo que se respira en esta avenida peatonal del centro deja al desnudo la sonrisa del pueblo escocés. Los bares y salones de música han visto pasar a multitudes de solistas y bandas que han alcanzado gran fama, tal es el caso de Oasis y los Snow Patrol. Un poco más hacia el sur, al lado del río Clyde, llegamos a Glasgow Green. el mayor y más bonito de los parques de la ciudad. La bienvenida nos la dio el monumento que conmemora los Juegos de la Mancomunidad del 2014, un evento deportivo que se lleva a cabo cada cuatro años entre todos los miembros de la Commonwealth. Glasgow es también la capital deportiva de Escocia. Al fondo llegamos al People’s palace, un museo que muestra la historia de la ciudad y cómo la revolución industrial la llevó hasta el puesto que ocupa ahora. Lo mejor de todo fue, sin duda, el invernadero de cristal que se yergue en su exterior. Pero la belleza artística de Glasgow no me había mostrado todavía su mejor cara. Hacía falta dar un paseo por las comunes y corrientes calles de sus distritos. Bastaba solo alzar un poco la vista para darse cuenta que Glasgow es, también, la capital del grafiti y los murales. Ahora entendía por qué Gaz tenía tantas fotos frente a los muros pintados con aerosol. Es que esas pequeñas latas de pintura representan un verdadero espíritu para los locales de la urbe escocesa. Desde figuras deportivas hasta artistas musicales, las paredes de Glasgow hablan por sí solas. Y si la gente me había hecho pensar en Escocia como un lugar lluvioso, frío y gris, el street art del que estaba siendo testigo me decía todo lo contrario. Con antecedentes mexicanos tan majestuosos, como Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros, era imposible no quedar anonadado ante la belleza de aquellas pinturas. Los murales de Glasgow fueron la mejor manera de pasar mi último día en la ciudad. Y aunado a la hospitalidad de Gaz, Escocia había sido hasta ahora un lugar del que difícilmente podía evitar enamorarme. Y faltaba lo mejor, pues al siguiente día los castillos, el parlamento y la silla de Arthur me transportarían a las locaciones de Danny Boyle y Trainspotting.
  21. 3 puntos
    Una de las cosas que más pregunta la gente es: ¿cómo consigo una beca para estudiar en el extranjero? Primero habrá que dejar una cosa en claro, y perdón si le rompo el corazón a alguien. Las becas están hechas para “buenos estudiantes”. Si nuestras calificaciones han sido malas quizá debamos olvidarlo y pasar de este artículo. El mundo de las becas puede ser un laberinto donde muchos se pierden y no encuentran la respuesta. Se desesperan y lo dejan pasar. Si es tu caso, ¡felicidades!, el sistema burocrático ha logrado tener un postulante menos. No debemos dejar que la burocracia nos detenga. Conseguir una beca implica mucho, muchísimo papeleo. Y si no te haces su mejor amigo y no puedes con ello, entonces buena suerte.. Lo primero es saber dónde buscar las becas. Hoy con nuestro amigo llamado internet las cosas son más fáciles de lo que muchos creen. En muchos países, los portales web del ministerio de relaciones exteriores suele publicar una lista por países, el tipo de beca que oferta y la fecha de apertura/cierre de la convocatoria. Si ya está abierta podremos dar clic y leerla. Estas becas son financiadas por el país o universidad de destino y cada uno tiene diferentes criterios, entre los que se encuentra la mayoría de las veces hablar su idioma. Para becas en Europa (dirigidas también a ciudadanos no europeos) existen las becas Erasmus Mundus. Financiadas por la Unión Europea, ofrecen maestrías y doctorados a estudiantes destacados alrededor del mundo, sobre todo del tercer mundo (lo que para Erasmus significa todos aquellos que no hayan nacido en Europa). Cabe mencionar que la competencia es dura, ya que prácticamente cualquier egresado de cualquier universidad del mundo con buenas calificaciones y que hable los idiomas requeridos puede tramitar la beca. Pero la recompensa es buena, hasta 2,000 euros de manutención al mes, sumado a la exoneración de matrículas, vuelo redondo y seguro médico incluido. Para los latinoamericanos exclusivamente, existe la Fundación Carolina, una asociación española que otorga becas de estudio de posgrado en universidades públicas y privadas en España. Cada una ofrece diferentes montos. Algunas de ellas cubren solo el vuelo, seguro médico y un descuento en la matrícula, mientras otras pagan incluso una manutención mensual de casi 700 euros. En todos los casos debe quedarnos claro cuáles son los requisitos de aceptación. Todas las convocatorias tienen un apartado que dice “Esta beca va dirigida a…”, donde podremos descubrir si es para nosotros o no. Si cumplimos con sus demandas habrá que leer qué documentos requieren. Y aquí vienen algunos trucos. Si bien casi todas las convocatorias suelen ser muy estrictas (sobre todo con la fecha de recepción de documentos) hay algunas cosas con las que podemos jugar. Por ejemplo, si nos piden dos años de experiencia laboral comprobable y no la tenemos, pero estamos trabajando en este momento, podemos pedirle ayuda a nuestro jefe para que redacte una carta donde diga que hemos estado con ellos por dos años o más. Todo dependerá de qué tan bien nos llevemos con él. O cuando en la convocatoria diga “dirigido a estudiantes con estudios superiores en lenguas o afines…” podremos argumentar en nuestra carta de motivación por qué nuestra carrera es “afín” a la lingüística. Esto no nos asegura el éxito, pero no perdemos nada con intentarlo. Las mentiras aplican también para las entrevistas. Hay que saber venderse. Si tenemos que convencer a un comité de por qué nosotros somos los indicados para recibir la beca, habrá que decir lo necesario. Y lo más importante será siempre parecer seguro. Para los idiomas casi siempre nos pedirán el nivel B2 para los estudios en países no hispanohablantes. Y en eso así que no habrá trampa. Así que será mejor conseguir al menos el TOEFL o IELTS para acreditar, al menos, el inglés. Hay que saber siempre quién financiará la beca y por qué monto. Y mucho cuidado. Hay que leer bien si la beca es reembolsable o no. Es decir, si se trata de un financiamiento que después tendremos que regresar (como en el caso de muchos bancos y fundaciones privadas) o si es un apoyo no reembolsable. Cabe decir que los trámites no son cubiertos por la beca ni nos aseguran ser aceptados. Y muchas veces implican muchos gastos (certificaciones, traducciones, apostillados, visas, viajes). Lo mejor será siempre tener ahorrado una buena cantidad de dinero. Estas no son todas las becas habidas y por haber. Hay muchas escondidas en internet. Hallarlas no es fácil.. Conseguir dinero gratis no tiene por qué ser fácil. Y un último consejo: si nos rechazan, digamos no al drama. No siempre se gana y podremos intentarlo en otra ocasión. A mí me tomó dos convocatorias poder trabajar en Francia. La vida no es fácil. Si lo fuera sería muy aburrida.
  22. 3 puntos
    Aquel 13 de mayo parecía ser el día. Un nublado pero tranquilo día en el que por fin podría continuar el camino que había trazado para aquel viaje. Un viaje hacia el este de Islandia, a donde había querido cruzar desde hacía tres días para alcanzar su laguna glaciar. Desde que llegué a Reikiavik, se pronosticó una fuerte tormenta que finalmente azotó el sur de la isla y que impidió el paso por sus carreteras. Lluvias torrenciales, vientos de más de 100 km/h, nubes de arena y algunas ráfagas de nieve golpearon con fuerza algunas comunidades islandesas, dejando en su rastro automóviles sin vidrios y varias ventanas dañadas. Mi amigo Loïc, a quien había conocido en Francia aquel año, fue uno de los que quedaron atrapados en Vík, la ciudad más septentrional de la isla. Encerrado en el comedor de un camping, fue el fiel testigo que me advirtió no acercarme al pueblo hasta que la tormenta se disipara. Y ese día la tempestad por fin se esfumó. Al menos, eso parecía. Con la buena noticia que recibí de Loïc, quien ya había zarpado hacia la costa oriental, me levanté con un excelente ánimo por la mañana, mi tercer amanecer en el camping de Selfoss, una de las pocas comunidades donde la tormenta no llegó. Me apresuré a coger un lugar en el comedor para tomar mi desayuno, pues las multitudes no se hacían esperar. Y entre ella pronto arribaron Enni y Lauri, una pareja de finlandeses que había conocido la noche pasada. Habíamos cenado con Ashley, la canadiense con la que me aventuré por las montañas para alcanzar un río de aguas termales. Ahora, con la tormenta disipada, los tres se dirigían hacia Vík, cada uno en su respectivo coche. Esta vez, acepté el aventón por parte de los finlandeses, quienes querían recompensarme por la cena que les preparé la noche anterior. Recogí entonces mis cosas para colocarlas en la cajuela de su camioneta. Mi tienda de campaña nunca había logrado secarse. Parecía que esperar los rayos del sol en Islandia se trataba casi de una utopía. El olor a humedad era una constante dentro del coche. Pero no había mucho que pudiéramos hacer. Nada que no fuera encender la calefacción a todo lo que daba. El frío matutino y las nubes en el cielo no ayudaban mucho a calentarnos. Me despedí de Ashley, con la seguridad de que nos toparíamos en el camino. Y con la esperanza de un buen clima por delante, Lauri nos condujo hasta la cascada de Seljalandfoss, que por cierto, ya había visitado dos veces en la misma carretera. Mientras Enri y Lauri fotografiaban la cascada, que ya bastante había admirado por todos sus ángulos, decidí adentrarme en las cuevas de sus acantilados. Seljalandfoss es la mayor de las cascadas que caen por aquel risco que divide las tierras altas de las tierras bajas. Los saltos de agua son algo común en Islandia, y encontrarse con uno no es una sorpresa para muchos. Seguimos por la ruta número 1, la autopista circular que bordea la costa de la isla y que pasa por muchos de sus principales atractivos naturales. Conducir por la ruta 1 islandesa es una completa maravilla. Basta con mirar por las ventanas y dejarse fascinar por los paisajes que circundan las tierras bajas. Islandia es una mezcla de montañas nevadas, verdes y vivos pastizales de baja altura, cabañas de madera, granjas de caballos, ríos y cascadas, que poco hacen a uno imaginar que se encuentra a solo unos cuantos kilómetros por debajo del círculo polar ártico. La gran pregunta de muchos es, ¿por qué los vikingos bautizaron con esos nombres a Groenlandia e Islandia? Grønland significa “tierra verde”, mientras Ísland significa “tierra de hielo”. Basta con ver un par de fotografías para darse cuenta de que, contrario a sus nombres, Islandia es una tierra verde, mientras Groenlandia es una tierra de hielo. Algunos piensan que Erick el Rojo bautizó así a Groenlandia porque la descubrió durante el verano, cuando la parte sur de la isla no se cubre de nieve y deja crecer algunos verdes pastizales. No obstante, otros historiadores afirman que fue una estrategia para atraer colonos provenientes de Islandia, con la falsa promesa de que Groenlandia era una tierra más verde. La realidad, es que Islandia es una tierra tanto verde como de hielo. Y no solo eso, sino también una tierra de fuego. La isla se encuentra justo en medio de la falla tectónica que divide la placa norteamericana de la placa euroasiática, lo que la dota de una enorme actividad geotérmica. Eso incluye un puñado de volcanes, muchos de los cuales son sumamente activos. La carretera 1 nos llevó frente al volcán Eyjafjallajökull, el responsable de la última erupción volcánica que ha acontecido en Islandia, y cuya nube de humo dejó al norte y centro de Europa incomunicada por vía aérea. Lauri tomó una desviación hacia Raufarfellsvegur, una pequeña ruta que nos adentró en las montañas. Él y Enni habían escuchado sobre una piscina termal al aire libre que valía la pena conocer. Lo interesante de ella, es que se trata de una piscina abandonada. Aparcamos el coche justo donde la carretera desaparece, y se convierte en una explanada de suelo rocoso atravesada por un arroyo de baja altura. El agua corre desde los picos nevados que se elevan al norte de Raufarfellsvegur, una comunidad de verdes laderas que a simple vista parecían desiertas. No había señales de un sendero, y poca información en Google Maps que nos indicara de la existencia de una piscina en aquel rincón de la cordillera. Pero un par de coches estacionados metros atrás nos habían dotado de esperanzas. Sin un rumbo fijo que seguir, caminamos hacia las colinas, aguardando alguna seña que nos guiara. Y llegó justo cuando una pareja de turistas apareció por detrás de los cerros. Había que caminar aproximadamente un kilómetro para toparse con Seljavallalaug, la piscina abandonada, según nos explicaron quienes venían de regreso. Eso incluía subir por las empinadas paredes de piedra y resbalosos pastizales. Aunque la recompensa era indudable: una increíble vista hacia las montañas que marcan el comienzo de las tierras altas islandesas. El camino hacia el norte lleva directamente hacia el volcán Eyjafjallajökull y su cráter activo, rodeado de glaciares por los que difícilmente podría uno caminar. Pero aquello no haría falta, ya que en poco tiempo nos topamos con Seljavallalaug. La piscina de 25 metros resulta ser una de las más antiguas de Islandia, construida en 1923 para la pequeña comunidad de Saljavellir. Pero ahora que los habitantes tienen una nueva pileta para sus clases de nado, Seljavallalaug ha quedado en el abandono. Pero es precisamente su abandono lo que la convierte en un punto turístico para muchos, lo que nos incluía a nosotros. La bienvenida nos la dio un precario y diminuto edificio a medio pintar, donde un par de oscuros y fríos cuartos de piedra sirven de vestidores. Así, tuvimos que despojarnos de nuestra ropa sin el abrazo de la calefacción. Por suerte, el viento no atacaba el valle aquel día. Salir semidesnudo entre las heladas montañas tiene su encanto, después de todo. Poco a poco nos sumergimos en la alberca, que para nuestra sorpresa, no era una piscina de aguas termales. ¡Habíamos sido timados! Es verdad que el agua proviene de los arroyos que escurren de las montañas. Pero la temperatura del río más caliente en la zona no se equipara en lo absoluto con el agua termal. Aún así, no se puede decir que se trata de aguas glaciares. Luego de algunos minutos, era una mejor decisión quedarse dentro del agua que fuera. Cualquier contacto con el exterior era casi un peligro de hipotermia. El suelo y las paredes de la piscina estaban llenas de un resbaloso y desagradable moho que se adhería a nuestros pies como en una película de terror. A penas una vez al año, cada verano, a Seljavallalaug se le da mantenimiento, gracias a los pocos donativos que dejan los visitantes en un pequeño buzón a la entrada. A pesar del hongo, el frío y el abandono, nadar a los pies de las montañas es una sensación indescriptible, que poco se compara a una película de terror, cosa que muchos buscan al llegar a Seljavallalaug. Para mí, después de todo, se trataba de un paraíso. Aunque en 2010 la piscina, como el resto de sus alrededores, fueron cubiertos completamente por cenizas luego de la explosión del Eyjafjallajökull, gracias al trabajo de voluntarios hoy Seljavallalaug se encuentra de nuevo abierta al público. Eso sí, al pie de un volcán activo, es como nadar a unos pasos del infierno. Una vez secos y vestidos, caminamos de vuelta a la camioneta, intentando no resbalar con las piedras y el arroyo que por ellas escurría. Manejamos por media hora directamente hasta Vík, la ciudad más septentrional de Islandia, a 30 kilómetros al este de Seljavallalaug. Desde hacía tres días que me había propuesto arribar, pero la tormenta de la que me advirtió mi amigo Loïc lo había hecho imposible. Pues bien, al fin estaba en el lugar, donde algunos autos y casas habían perdido casi por completo sus ventanas a causa de los fuertes vientos. Nos dirigimos directamente hasta el camping. Como los primeros en arribar, pudimos elegir el sitio más privilegiado para dormir aquella noche. Aunque la tormenta se había disipado, al menos de forma oficial, el viento todavía soplaba desde el norte. Decidimos colocar nuestras carpas lo más cercano a las rocas de un acantilado, esperando que así nos protegiera lo más posible de las ventiscas. Aunque el cielo se cubría de una ligera niebla, el tiempo parecía haber mejorado mucho. A pesar de lo que me había contado Loïc, aquel día Vík parecía casi un paraíso. Por ello decidimos comer en el jardín del camping. Hacía días que no disfrutábamos de una comida al aire libre, y sobre aquellos verdes campos era simplemente el momento ideal. Nos apresuramos para ir al supermercado antes de que cerrara, y compramos algunos víveres para la noche y los siguientes días. Aunque anteriormente había ya cogido algunos remanentes de comida enlatada y embolsada en el camping de Selfoss. Vík es una comunidad muy pequeña en la costa sur, pero muy famosa por los atractivos naturales que la rodean, mismos que nos dimos a la tarea de conocer antes de que el sol empezar a caer. A un par de kilómetros al oeste, detrás del acantilado que gobierna Vík, se encuentra Reynisfjara, una de las playas no tropicales más bellas y fascinantes del planeta. ¿Qué hace a Reynisfjara tan especial? Pues muchas cosas. Entre las más destacadas, su alucinante arena negra. Cuando uno piensa en la palabra “playa” quizá se viene a la mente una isla tropical paradisíaca, con aguas azules y tranquilas, arena blanca y suave, y un mogollón de palmeras donde se puede tomar una siesta sobre una hamaca. Reynisfjara es todo lo contrario. Debo decirlo, es uno de los sitios más tenebrosos que he visitado en mi vida. Caminar sobre la oscura arena rocosa que crujía al pisar de mis botas; el estruendo de las fuertes olas y su espuma al golpear contra la abrupta costa y los acantilados volcánicos; la figura de los turistas que desaparecían cual fantasmas, al difuminarse en la neblina que empezaba a cubrir el paisaje, sin un mínimo indicio de los rayos del sol que se posaba en alguna parte sobre la bruma. Y claro, el frío viento que soplaba del norte combinado con la húmeda brisa marina del Atlántico norte. La playa de Reynisfjara es increíblemente célebre en Islandia; así mismo, tiene la mala fama de ser uno de los sitios más peligrosos de la isla. Algunas de las olas que azotan la costa sur reciben el nombre angolsajón de sneaker waves. Son olas extremadamente engañosas y asesinas, ya que se esconden detrás de las olas ordinarias y arriban a la costa con una enorme fuerza, arrastrando al mar lo que se tope en su camino, dándole pocas probabilidades de volver a tierra. El número de víctimas mortales que estas olas han cobrado en Reynisfjara es alto, y su mayoría siguen siendo turistas. Visitantes despistados que hacen caso omiso de los letreros de advertencia, que previenen no acercarse demasiado al mar, no subirse a las rocas cercanas, incluso no tomarse selfies ni darle la espalda al océano. Es un bello espectáculo, pero la madre naturaleza es brava, y asesina. Mar adentro, un grupo de tres peñascos son una de las postales más famosas de la costa sur. Los islotes de Reynisdrangar alguna vez fueron parte del acantilado, pero la erosión jugó con ellos hasta dejarlos aislados de la tierra. La leyenda local cuenta que tres troles se aventuraron al mar para arrastrar los barcos hacia la orilla durante la noche. Y sin percatarse que se hacía de día, el sol los petrificó y se convirtieron en roca para la eternidad. Ahora sirven como los guardias de la costa. Pero las rocas más famosas de Reynisfjara se encuentran en tierra. Las hálsanef, las columnas hexagonales de piedra volcánica que fácilmente nos recordaron al órgano de una enorme catedral. Es común ver a los niños brincando de una piedra a otra, como si tocasen el organillo para la multitud. Los hálsanef se encuentran en la pared del acantilado, que también da forma a una misteriosa y tenebrosa cueva que parecía ser el único refugio del viento. Pero, a decir verdad, no es un refugio nada seguro, pues durante la marea alta la cueva suele llenarse de agua salada. Y nadie querría estar dentro de ella mientras las sneaker waves azotan sin piedad su interior, por lo que las precauciones para los turistas también se hacen notar por todo el camino. Volvimos andando por la playa para coger nuevamente el coche. Ya que la neblina se hacía cada vez más espesa, lo que había hecho oscurecer la tarde, decidimos visitar de una vez la otra punta de la península. Los acantilados de Dyrhólaey. Estas formaciones de roca eran realmente una pequeña isla, que se han unido a Islandia por las playas que los rodean. Caminar hacia la cima muestra desde otro ángulo la verdadera fuerza del Atlántico norte, cuyo estruendo combinado con el viento del norte es lo único que podía oírse una vez en el sendero. En realidad, toda la zona es una reserva natural protegida, que desde mayo hasta junio tiene la entrada de visitantes prohibida debido a la reproducción de las aves migratorias que anidan en las paredes de sus riscos. Eran ya mediados de mayo, y por suerte la reserva todavía estaba abierta. Y vaya si notamos que mayo había llegado, pues los frailecillos habían ya comenzado a crear sus nidos en las laderas. Estas aves son más diminutas de lo que alguna vez pensé. Típicas del Atlántico norte, los puffins (como se les conoce en inglés e incluso en islandés) se han convertido en el animal nacional de Islandia, y verlo tan de cerca fue todo un privilegio. En la cima del acantilado se encuentra un faro, que marca el punto más alto de la caminata. Aunque hoy ya no funciona como lo hacía en el siglo XX, es posible rentarlo como un hotel rural, donde pueden hospedarse hasta cinco personas. Lo más impresionante es la vista que aquel faro ofrece. Al oeste, otra extensa playa de arena negra donde la marea baja dejaba al desnudo los contrastantes colores de Islandia. Y al este, el arco de Dyrhólaey, una famosa formación rocosa que marca el punto más al sur de toda la isla. Allí en lo alto, notamos cómo la niebla había cubierto casi la totalidad del paisaje, haciendo casi imposible ver el horizonte del mar. El frío se había agudizado y el viento nos sacudía con cada vez más fuerza. Pero la tormenta había acabado, al menos eso nos habían dicho. Sin más riesgos por tomar, decidimos volver a la camioneta y regresar lo más pronto posible a Vík. Necesitábamos ver cómo se encontraban nuestros dormitorios para aquella tétrica noche. El camping se había colmado poco a poco de otros visitantes. Pero las tiendas de campaña se mecían hacia un costado con la fuerza de las rafagas, que habían incrementado en pocas horas. Mi cara lo dijo todo, esa sería una noche muy difícil. Ahora entendía por qué Loïc me había advertido no venir a Vík, la ciudad más ventosa de la isla. Me apresuré a encontrar algunas piedras pesadas para colocarlas dentro de mi carpa. Si debía dormir allí aquella noche, debía protegerla con algo más que solo un puñado de estacas sobre la húmeda tierra. Entramos al comedor del camping para refugiarnos del frío y de las gotas de lluvias que el viento había empezado a traer consigo. Sacamos nuestros víveres y cocinamos algo caliente para la cena. Un guisado de salchichas con tomate que calmó nuestro grueso apetito. Al acabar la cena, el sonido que emanaba del techo del comedor no era nada alentador. La lluvia parecía traer consigo rocas, que hacían sonar la madera y la lámina como si fueran a explotar en cualquier inesperado momento. El camping estaba en remodelación, y la calefacción en el comedor no era suficiente. El frío era inevitable, pero mejor que estar afuera con el viento amezando con volarlo todo. Al caer la noche, salir al exterior era enfrentarse a la furia del Ártico. Muchos de los campistas nos miramos los unos a los otros y tomamos una decisión en un silencio unánime. Dormiríamos en el comedor. Preferíamos pasar frío en el suelo de madera y protegidos del viento, que arriesgarnos a pasar la madrugada bajo una carpa, que cada vez parecía más débil ante la tempestad. Entonces nos dimos cuenta de lo que significa para los islandeses una “mejora en el pronóstico del tiempo”. Otra vez, Islandia nos dejó en claro que no se puede jugar con su clima. Y la lección me quedaría todavía más clara a la siguiente mañana.
  23. 3 puntos
    No es necesario restringir la frecuencia de viajes o disminuir la cantidad de días de visita a un destino para ahorrar, basta con tener en cuenta algunos simples tips y fundamentalmente organizarse, de esta manera se puede realizar un viaje “low cost” sin perder la oportunidad de conocer... Algunos consejos para tener en cuenta... Comprar el pasaje con anticipación En el caso de los vuelos, cuanto más anticipación exista entre la fecha de compra y la fecha de viaje, el ahorro será mayor. Lo mejor es comprar el vuelo lo antes posible, analizando las tarifas de los distintos buscadores y páginas de vuelos. Siempre resulta más barato comprar online en lugar de ir a una agencia o a la oficina de las aerolíneas. Sobre el alojamiento A la hora de viajar las opciones de alojamiento son muchas, desde hoteles de distintas categorías, departamentos, campings, estancias turísticas, etc. Una opción muy económica es Airbnb, permite alquilar departamentos enteros o compartidos (según los gustos de cada viajero) a un precio más económico que un hotel. Además, reservando con anticipación las estancias suelen ser más económicas. Otra alternativa es realizar intercambio de casas, existen varias plataformas que posibilitan el intercambio. Salir del circuito turístico también ayuda a ahorrar. Los hospedajes, cualquiera sea el tipo, siempre serán más caros en los puntos más turísticos, puedes optar por alojarte lejos de ellos pero en un sitio donde haya buenas conexiones de transporte. Comer como un autóctono Muchos supermercados suelen ofrecer comidas ya listas e inclusive espacio para sentarse a comer. Otra opción, es disfrutar de la gastronomía local en puestos de comida al paso. Para quienes se hospedan en casas o departamentos, una excelente alternativa puede ser ir al supermercado y hacer las compras como en casa, no sólo permitirá ahorrar sino que podrás descubrir nuevos alimentos, especias y más. Además, en muchas ciudades del mundo se venden alimentos ya preparados para calentar y simplemente sentarse a comer! Ahorrar con el cambio de divisa Sacar dinero de un cajero en un país distinto al nuestro tendrá muchos cargos. Se puede optar por utilizar las tarjetas de débito y crédito en los locales para realizar los pagos. Si es necesario cambiar dinero, lo mejor es evitar los aeropuertos ya que suelen tener tasas de cambio más altas que en otros puntos de las ciudades. Temporada baja vs temporada alta Los vuelos y precios de los distintos servicios turísticos varían según la época del año. En caso de poder viajar en cualquier época conviene siempre elegir la temporada baja, además de precios más accesibles habrá menos turistas, menos espera en las atracciones turísticas. Una fecha económica por excelencia para tomar un vuelo suele ser Navidad. Es importante tener en cuenta que el precio de los vuelos varía considerablemente no sólo en función del mes, incluso la hora del viaje. Volar con escalas Este punto es quizás más discutible, están quienes no desean perder tiempo durante un viaje y quienes no tienen problema en hacer escalas. Generalmente cuanto más escalas tenga el viaje será más económico. Existen varias compañías de vuelos, algunas de ellas son low cost, ofrecen menos servicios pero son mucho más económicas. Pesar el equipaje antes y después Lo ideal para evitar el exceso de equipaje es pesarlo antes de salir de casa y también antes de emprender la vuelta. Existen balanzas de bolsillo, son livianas y pueden ayudar a ahorrar bastante dinero. No hay que olvidar que pagar el exceso de equipaje en el aeropuerto suele ser mucho más costoso que pagarlo online. Utilizar transporte público Nuevamente podemos decir que "hacer vida de local" te ayudará a ahorrar. Muchas ciudades y destinos del mundo cuentan con tarjetas para contratar el trasporte público para ser usadas de manera semanal. Esto siempre resulta más económico que comprar cada vez que se necesita un pasaje. Es importante, siempre llevar una foto carnet, en algunos destinos como por ejemplo Paris, se suele requerir una foto carnet para poder adquirir la tarjeta de transporte. Flexibilidad Si tu deseo es conocer, viajar y te gusta más de un sitio, puedes dejar que las ofertas decidan el próximo destino, o elegir un país económico que no tenga un costo de vida muy alto. Free tour Muchas ciudades suelen ofrecer la experiencia de caminatas guiadas, se trata de recorridos con un guía local especializado. No son tour totalmente gratis, sino que al finalizar el mismo se debe dar un pago a voluntad al guía. Pases de atracciones La planificación lo es todo. Vale la pena tomarse el tiempo de averiguar que paseos y atracciones tiene el destino que visitaremos para calcular el costo que tendremos en entradas. Muchas ciudades ofrecen pases de atracciones a un precio más accesible que el de comprar las entradas por separado. Atracciones gratuitas Muchos museos y atracciones suelen tener un día o un horario en el que son gratis. Para ello es necesario consultar previamente la página web para estar informados. Seguro de viaje En algunos países suele ser un requisito de entrada, pero es fundamental tener en cuenta que por más que no lo sea, siempre es útil tener un seguro para cualquier emergencia o situación que se pueda presentar. En algunos países la medicina puede ser muy costosa y tener un seguro puede representar un gran ahorro. Reembolso de impuestos La mayoría de los países ofrecen la devolución del IVA y de otros impuestos para compras de sumas altas o compra de artículos de electrónica. Conviene asesorarse con los vendedores para poder realizar los trámites correspondientes antes de emprender la vuelta. Siguiendo estos consejos,es posible organizar un viaje sin invertir grandes cantidades de dinero. Podemos afirmar que lo principal es la planificación e informarse lo más posible sobre el destino que visitaremos.
  24. 3 puntos
    Luego de haber pasado una noche en medio una tempestad, cobijado solo por el menudo calor que mi saco de dormir me procuraba, despertar bajo mi endeble carpa en el camping de Selfoss fue todo un placer. La ciudad ubicada en el suroeste de Islandia era de las pocas zonas que no estaba siendo golpeada por la tormenta que azotaba el sur de la isla, misma que me había impedido seguir adelante con mi travesía. El cantar de los pájaros y el sereno de la fría mañana fue indudablemente una más apacible forma de comenzar mi día, que en las tierras bajo el círculo polar comenzaba alrededor de las 4 de la mañana, cuando el sol deja ver sus primeros rayos para permanecer casi 20 horas sobre la isla. Con el sueño apartado, la sala común se llenaba poco a poco de campistas que preparaban su desayuno. Y llegar antes que todo tuvo sus grandes ventajas. Una enorme caja en el salón, equipado con cocina, muebles, varios comedores y conexión a internet, invitaba a los huéspedes a dejar las cosas que ya no necesitaran. Selfoss era la última parada de muchos antes de volver a Reikiavik y coger su vuelo de vuelta a casa. Al mismo tiempo, nos exhortaba a coger libremente lo que pudiésemos necesitar para nuestro viaje. Un paquete de salchichas, tomates, spagueti, un frasco de salsa boloñesa, papas, verduras. Conseguir gratis todo aquello en Islandia era casi un milagro. Pero el mayor regalo fue sin duda una cobija. Un voluptuoso cobertor que me brindaría el calor extra tan necesario durante los siguientes días en la remota y fría isla. Pasadas las 6 de la mañana Sebastián entró a la sala común. Él, junto con su van perfectamente equipada, me habían salvado de la tormenta la tarde anterior. Y aquella mañana, Sebas volvió a ofrecerme un ride, esta vez solo hasta la carretera 1, donde podría comenzar a pedir un aventón. Acepté su invitación, y tras desmontar mi carpa, todavía húmeda por el sereno, me reuní con él en el estacionamiento. Nos despedimos a orillas de la autopista y empecé a alzar mi dedo pulgar, esperanzado de, esta vez, poder cruzar hacia el este. Una pareja de chicos franceses detuvo su coche frente a mí. Después de casi un mes de haber dejado Francia, hablar con aquel par me trajo algo que necesitaba, además de un ride que agradecí de antemano. Paramos en la oficina de información turística de Hella, la siguiente comunidad sobre la autopista 1. Habríamos de saber las condiciones del clima y si las carreteras hacia el este se encontraban abiertas. En efecto, las rutas hacia el interior de la isla se encontraban cerradas, una mala noticia para los franceses, quienes planeaban escalar al volcán Hekla por el sendero que hasta entonces permanecía cerrado al público por la nieve. Pero la autopista costera hacia el este ya había sido abierta al tránsito, aunque la tormenta todavía no acababa. Nos aventuramos así conduciendo hacia el oriente. Los franceses habían reservado una noche en un hostal de Vík, a donde yo pretendía llegar para encontrarme con mi amigo Loïc. En el camino nos detuvimos en Seljalandsfoss, la cascada que había visitado fugazmente la tarde anterior, en cuyo camping no se me permitió acampar. Con tiempo de sobra y una ligera mejora en el clima, era tiempo de conocer otra pequeña porción de Islandia y su belleza natural. La cascada de Seljalandsfoss es una de las más famosas del país, fácil de encontrar en cualquier postal o imagen publicitaria de Islandia. La caída de 60 metros del río Seljalands marca el límite entre las tierras altas y las tierras bajas de la costa, con una pared vertical que forma una enorme meseta junto al océano y justo al lado de la autopista 1, lo que la hace muy accesible al turismo. Pero la fama de Seljalandsfoss no recae solamente en su cercanía a la carretera o los verdes campos que la encaran, sino a la cueva que se esconde tras sus aguas. Es una de las pocas cascadas donde el público puede prácticamente adentrarse. Un pequeño sendero circular rodea la cueva y permite tener otra perspectiva del salto de agua, una que definitivamente no se obtiene todos los días ni en cualquier lugar. El encanto que ofrece una caída de agua natural es indescriptible. Pero la magia de admirarla desde dentro es algo que solamente Islandia ha podido darme hasta el momento. Sentir la helada brisa de la cascada en nuestra cara no era la mejor ni más esperada sensación, pero necesaria para poder cruzar la cueva y seguir nuestro camino hacia los campos contiguos. La meseta irrumpe el camino para el mismo arroyo que se desplaza en diferentes caminos, lo cual crea un par de cascadas de menor volumen en la parte norte de la pared de piedra. Con ayuda de nuestras propias manos fue posible escalar el muro para tener un fotografía más cercana de la caída de agua. Con el sol brillando en un cielo despejado, mis esperanzas de llegar a Vík con una tormenta disipada aumentaban todavía más. Las aguas del río Seljalands, que dan lugar a las cascadas, viajan hasta el océano provenientes de los glaciares del Eyjafjallajökull, un volcán cercano al que llegamos apenas unos kilómetros más adelante. Sí, Eyjafjallajökull es una palabra nada fácil de pronunciar. Yo tuve que mirar un video de YouTube repetidas veces para aprender a hacerlo. Aún así, es un nombre que muchos europeos no olvidarán. El 14 de abril del 2010 este pequeño pero potente volcán, uno de los más activos y antiguos de Islandia, tuvo una erupción de carácter explosiva que causó el deshielo de sus glaciares, la inundación de los ríos cercanos y la evacuación de las zonas aledañas. Aunque las consecuencias no fueron tan catastróficas como la de otros volcanes en el mundo, la nube de ceniza de 250 millones de metros cúbicos se alzó hasta los once kilómetros de altura, y cubrió una vasta área que dejó al noroeste y centro de Europa incomunicado por vía aérea. El cierre del espacio aéreo y la cancelación de más de 20 mil vuelos causó la furia de miles de europeos y turistas, quienes quedaron atrapados en el continente por varios días gracias a este pequeño volcán. Algunos kilómetros más adelante del Eyjafjallajökull llegamos a Skógafoss, una más de las decenas de cascadas que pueblan Islandia. Aunque quizá menos impresionante que otras, se trata de una de las mayores cascadas del país, con 25 metros de ancho y 60 de alto. La misma meseta que marca el límite entre las tierras altas y bajas es la que intercepta el camino del río Skógá y da nacimiento a este salto, que ubicado también junto a la carretera es uno de los más visitados por los turistas. La cantidad de espuma generada por las cascadas como la de Skógafoss suelen crear fácilmente la ilusión de un arco iris en sus cercanías. Pero con el sol ahuyentado entonces por las nubes era difícil poder divisarlo. De hecho, el clima comenzó a empeorar una vez en Skógar, la comunidad aledaña. Los vientos se habían intensificado, haciendo a su vez bajar la temperatura. Unas escaleras nos llevaron hasta la punta de la meseta, donde pudimos admirar la cascada desde su punto más. elevado. Las tierras altas de Islandia y sus verdes paisajes invitan a cualquier a recorrer sus senderos, que bien señalizados llegan hasta los glaciares de las grandes montañas. Pero la senda era completamente inaccesible en aquel momento. La densa niebla cubría todo a nuestra vista a pocos metros de distancia. Y el viento, por supuesto, golpeaba con todavía más fuerzas en la cima de la meseta, donde ninguna pared de roca rompía las ventiscas. Mi paciencia con el viento estaba llegando a su límite. Así que descendimos de vuelta al estacionamiento. En el centro de visitantes, bajo un mezquino techo de madera, un ciclista había montado su casa de campaña. La pequeña casucha lo protegía del viento y la lluvia que había empezado a caer. Me acerqué a hablar con él solo para descubrir que la tormenta en el este había incluso empeorado. Las carreteras fueron abiertas, se supone que la tormenta debía haber mejorado —expresé—. Esto es Islandia —replicó con toda razón—. Volví con los franceses a su coche, temeroso de seguir el camino al este por el clima que nos pudiese aguardar. Aunque la autopista estuviera abierta, una tormenta no es buena idea cuando la única alternativa para pasar la noche es una tienda de campaña. Así, los franceses siguieron conduciendo hacia el oriente, donde la niebla se hacía cada vez más espesa, y el viento incrementaba sus rachas. Sus intenciones de visitar el glaciar Mýrdalsjökull, unos kilómetros adelante, pasaron a segundo plano. Salir del auto era una misión imposible. Aparcaron el coche en un parking junto a la playa. El vehículo se movía, aún estacionado, golpeado por los fuertes vientos que lo meneaban como solo un juguete. Decidí entonces hacer una llamada. Si pensábamos llegar hasta Vík, debía hablar con una persona que estuviera en Vík. Loïc cogió mi llamada. El ruido en la línea telefónica no era estática. Era el ruido de la tormenta que golpeaba el techo de su camping sin piedad. Su mensaje fue muy claro: ¡no vengas a Vík! Hay vidrios rotos en los coches, y cosas volando por los aires. La visibilidad es nula. No creo que sea una buena idea seguir hacia el este —les hice saber—. Aunque la ruta esté abierta, conducir en estas condiciones es sumamente peligroso. Y Vík es el centro de la tormenta. Ambos tenían una reservación en un hostal de Vík, que no pensaban perder. Por mi parte, con mi cartera inhabilitada para pagar una cama en un cuarto compartido, no pretendía pasar la noche en una tienda de campaña en medio de aquella tempestad. Te llevaremos de vuelta a Skógafoss y será mejor que desde allí pidas un ride de regreso al oeste —me ofrecieron como última alternativa, que por supuesto, no me atreví a rechazar—. Me despedí de ellos frente a la belleza de la cascada y deseé toda la suerte para enfrentarse a aquella tormenta. El campista tenía razón, esto es Islandia, y no se puede jugar con el clima. Un grupo de polacas que trabajaban temporalmente en el centro de visitantes de Skógafoss me recogió en la carretera. Manejarían hasta Reikiavik, pero les pedí dejarme en Selfoss. Si la tormenta seguía en pie, sería mejor acampar en un lugar seguro como el que me ofrecía el camping de aquella pequeña ciudad. Por la tarde, cenando en la sala común del campamento, conocí a Ashley, una chica canadiense que celebraba sus últimas vacaciones en Islandia antes de comenzar un nuevo trabajo en Toronto. Su objetivo era, al igual que el mío, viajar al este de la isla. Llevo dos días intentando cruzar, pero hay una tormenta que es imposible atravesar —le dije, rompiendo sus ánimos instantáneamente—. Ambos acordamos aguardar a la siguiente mañana para revisar el pronóstico del tiempo y el estado de las carreteras hacia Vík. Basado en ello, tomaríamos una decisión al respecto. Quizá debíamos abandonar la idea de dirigirnos al este y optar por el norte de la isla. Pero esperanzados aún, dejamos que la noche conciliara nuestras expectativas. Una noche más en que el clima de Islandia mostró su increíble fuerza.
  25. 3 puntos
    Conciliar el sueño casi a las 11 de la noche, cuando el sol se metió tras el horizonte, no fue una tarea tan difícil como había pensado. En medio de las montañas nevadas del parque nacional Þingvellir fue donde puse a prueba por primera vez el equipo con el que me había aventurado a viajar hasta Islandia, un país de extremos a escasos metros del círculo polar ártico. Un saco de dormir que soportaba temperaturas de 5 grados, una manta de primeros auxilios para calentar mi cuerpo en emergencias, ropa interior térmica, botas todo terreno, una liga para cubrir mi cabeza y mis orejas del viento. Todo parecía excelente, aquella noche no pasé tanto frío. Pero había algo que debí haber previsto con mucho mayor detalle: mi tienda de campaña, una carpa que sería mi hogar por al menos una semana. A las 4 a.m. la luz del sol se asomó por el este. Sí, un país de extremos, donde el invierno deja apenas dos o tres horas de luz, mientras el verano ilumina por casi veinte. Pero no fueron los tenues rayos solares los que ahuyentaron mi sueño a tan temprana hora, sino las potentes ráfagas de viento que azotaban sin piedad las paredes de mi tienda y la levantaban con vehemencia del firme suelo donde se posaba. Chubascos helados caían con vigor y creaban un ensordecedor estruendo que me apartó bruscamente de mi apacible sueño. El miedo recorrió mis entrañas, y me impidió abrir los ojos. No me atrevía a mirar hacia el techo y observar cómo mi única casa se estremecía con debilidad ante la fuerza del clima ártico. El pronóstico del tiempo había cumplido su promesa. Como bien me lo dijo una conductora local la tarde anterior, vientos del norte, lluvia y nieve se esperaban para los próximos días. Vaya que ahora extrañaba la calidez de mi ciudad natal en el trópico mexicano. A pesar de todo, logré soportar un par de horas recostado, cubierto de pies a cabeza con mi saco de dormir, y con los ojos bien envueltos para intentar ignorar lo que a mi alrededor acontecía. Pero había algo de lo que sin duda no podía escapar. El agua empezó a filtrarse por las paredes y por el suelo de mi tienda. Una tienda por la que pagué poco más de 20 dólares en un Walmart. Una tienda con un solo forro que, por supuesto, debí adivinar que no ganaría una cruel batalla contra el clima polar. Llegó entonces el momento de encarar el miedo. Abrí por fin los ojos. Ambos párpados se separaron para encontrarse con una terrorífica escena. Mi casa se estaba inundando. Antes de que el agua llegase hasta mi mochila, reposada a mi lado derecho, saqué de ella mi abrigo rompevientos y lo coloqué con rapidez encima de mi cuerpo. Me puse las botas, cogí la mochila y el saco de dormir, que para entonces ya estaba empapado por debajo. No había tiempo que perder, y si no quería terminar como el suelo de mi casa, debía huir aprisa de aquella pecera. Al abrir la puerta me enfrenté a una dura realidad, todavía peor que la que sucedía dentro de mi tienda. Los charcos de lodo se habían esparcido, el agua caía casi de forma horizontal por la fuerza del viento, mi saco de dormir casi vuela junto con la tormenta, que azotaba sin clemencia cada cabeza bajo ella. Eso era la verdadera Islandia. Sin pensarlo dos veces, cerré la puerta tras de mí y corrí velozmente hacia la lavandería del camping. Sabía que era el sitio más seco que podría encontrar, cerrado casi herméticamente, donde podría encontrar una fuente de calor. Una vez dentro, extendí mi saco a lo largo para dejar que se secase un poco. Por suerte, mi mochila estaba casi intacta, y mis cosas a salvo de la humedad. Sin más remedio, me senté temblando de frío sobre el piso de madera. ¿Debía salir y tratar de rescatar mi tienda? Quizá, pero en ese momento lo que menos quería era volver a enfrentarme a la feroz tormenta. Así que lo dejé a la suerte. Si mi casa sobrevivía o no, sería ahora una decisión de la madre naturaleza. Una media hora más tarde llegó a la lavandería Jack, uno de los chicos californianos que habían acampado conmigo y con su grupo de compañeros universitarios. Al parecer, era su turno de preparar el desayuno. Pero con una cocina al aire libre con apenas un techo de madera encima, parecía una tarea imposible. Aun así, puso todos sus esfuerzos en cocer un poco de fruta para un potaje, para que al despertar sus amigos (quienes por cierto, seguían en sus tiendas bajo la tormenta), pudieran comenzar el día con energías. Jack parecía mucho más preparado que yo, con un impermeable de cuerpo entero que cubría incluso sus zapatos. Su ropa debajo se mantenía completamente seca. La tempestad no paró sino hasta las 7 de la mañana, cuando pude al fin salir a reconocer los daños. ¡Mi casa seguía viva, y estaba de pie! Finalmente, esos 20 dólares parecían haber servido de algo. Aunque eso sí, su único forro no resistió la filtración del agua. Mientras el resto de los chicos salían de sus guaridas sanos y salvos para tomar su desayuno, yo desmontaba mi casa y la llevaba a la lavandería. La tormenta había terminado, pero en un lugar como Islandia, no confiaba en que la calma durara por mucho tiempo. El grupo de californianos se despidió de mí cerca de las 8 a.m. Y una vez que mi casa se escurrió un poco sobre el suelo de la lavandería (con la falta de sol, era mi única alternativa), empaqué mis cosas y salí del camping, todavía enlodado por la lluvia. Me dirigí entonces a un costado de la carretera para seguir mi camino por el golden ring, uno de los circuitos turísticos más famosos de Islandia. Alcé mi dedo y me mostré firme ante un cielo todavía nublado y amenazador. Luego de solo tres minutos, un señor paró y me invitó a subir. No deberías estar aquí parado esta mañana, el clima es una locura —me dijo consternado—. Es mi única alternativa, y hay que seguir adelante —le contesté con seguridad—. El hombre vivía en Laugarvatn, una comunidad unos kilómetros al noreste, sobre la carretera 37 que seguía el ‘círculo dorado’. Me dejó en la salida del pueblo, sobre la autopista. Allí, el viento y la lluvia volvían a azotar, aunque con un poco menos de fuerza que en Þingvellir. Y como aún era muy temprano para empezar a cazar un ride con los turistas hacia mi próximo destino, decidí refugiarme en un mini supermercado, donde un café con galletas apaciguaron mi ayuno. Tras media hora de reposo volví a la carretera y me dispuse a coger un aventón, que llegó a mí en menos de dos minutos. Islandia era sin duda un país amigable con los hitchhikers. Una pareja de testigos de Jehová provenientes de Selfoss, al sur del país, me llevaron hasta una granja muy cerca del valle Haukadalur, justo donde se encontraba mi siguiente parada. El viento parecía haber parado un poco a los pies de aquella granja, aunque el clima parecía aún amenazador. Y con mi dedo al aire cogí mi tercer aventón de la mañana luego de solo cinco minutos en la carretera. Los pasajeros eran esta vez dos turistas, que momentos antes había visto sentados ante una mesa del supermercado disfrutando, al igual que yo, un café caliente. Se trataba de una pareja alemana que, vaya historia, estaban celebrando su luna de miel. Nunca pensé que en medio de un romántico viaje dos personas se detuviesen a recoger a un mochilero desconocido en la autopista. Pero eran alemanes, y su amabilidad nunca paraba de sorprenderme. Provenientes de Heidelberg (mi ciudad favorita en toda Alemania), las anécdotas no se detuvieron en todo el trayecto. Y ante las distracciones, aquel viaje casi nos cuesta una enorme suma de dinero, y es que una oveja se atravesó frente a nosotros. Atropellar a una cabeza de ganado en Islandia se paga con una enorme multa, además de tener que cubrir los gastos del animal muerto con su dueño. Menos mal que teníamos un conductor precavido que se detuvo justo a tiempo ante el lanudo borrego. Poco después del infortunado susto arribamos al valle Haukadalur, donde estacionaron el coche y bajamos a nuestra próxima visita. El valle es uno de los lugares más famosos de Islandia por un buen motivo: es el hogar de los géiseres, una de las mayores atracciones de la isla. Los géiseres son una especie de fuente termal que emite una columna de agua caliente y de vapor al aire, algo así como una piscina que explota periódicamente. Un géiser requiere de varios elementos hidráulicos y geológicos para su formación, y eso los convierte en un evento nada común, con menos de mil géiseres en todo el planeta. Pues bien, al ser Islandia uno de esos escasos lugares en el mundo, era algo que no podía perderme. La entrada al parque de los géiseres en Haukadalur está marcada por un sendero acordonado y por varios trabajadores que vigilan que, bajo ninguna circunstancia, alguien se atreva a cruzar los límites del camino. El agua que emana de los géiseres hierve a más de 90°C, una temperatura con la que nadie desearía quemarse. Además, el hospital más cercano está a 62 kilómetros de distancia, algo bueno de saber para los despistados. La palabra géiser proviene precisamente del idioma islandés, ya que el más famoso de ellos en aquel parque es llamado Geysir, el más antiguamente conocido en el mundo, y que proviene a su vez del verbo geysa (emanar, erupcionar). El Geysir es capaz de lanzar agua a más de 80 metros de altura, aunque es raro tener la suerte de verlo erupcionar. Ha pasado incluso años sin lanzar una gota de agua al aire. Por fortuna para los ansiosos turistas existe el géiser Strokkur, que aunque más pequeño, erupciona entre cada 5 u 8 minutos, alcanzando una altura promedio de 20 metros. Las erupciones son provocadas por el contacto del magma subterránea con el agua, que suele quedar estancada en los conductos del géiser tras las lluvias. Ya que los conductos suelen ser largos, el agua en la parte baja comienza a alcanzar su punto de ebullición, mientras aquella en la superficie se enfría rápidamente. Puesto que el agua no encuentra salida más que por un pequeño orificio en el suelo, viaja hasta ella por las rocas porosas del subterránea y actúa tal como una olla de presión, liberando con gran energía el vapor y el agua caliente en su interior. Luego de ello, el agua cae de vuelta en el agujero y el ciclo se repite. Un espectáculo natural digno de admirar. Luego de un par de hermosas explosiones del Strokkur, volvimos al auto y seguimos el camino hacia el norte, donde la última atracción del círculo dorado nos esperaba. Junto a un grupo de gigantescos camiones de montañistas los alemanes estacionaron su modesto automóvil. Al bajar, sentimos rápidamente como el viento había comenzado a azotar despiadadamente desde el norte. Ya que el centro de visitantes y las escaleras bajaban hacia el sur, debíamos cogernos de las manos para no perder el equilibrio. Nunca creí que vería vientos tan fuertes como de los que fui testigo durante un huracán en mi ciudad natal, por allá del 2010. Aunque aquello no era un huracán, era solo el Ártico. Las escaleras nos llevaron hasta las orillas del río Hvitá, que al encontrarse con un cañón forma la cascada de Gullfoss, una de las cataratas más famosas de Islandia. El río corre en dirección sur y llega desde los glaciares en las montañas centrales, aunque el cañón interrumpe bruscamente su camino y hace que gire hacia el este. El estruendo de la catarata hacía imposible escucharnos entre nosotros mismos. Toda comunicación para tomarnos fotos y seguir el camino era a través de la mímica. En ese momento, el viento del norte se mezclaba con el viento y la brisa empujados por el río y la gigantesca catarata. Y aunado a las charcos de agua en el suelo, no era nada fácil moverse por aquellos senderos. Tomar una foto que no saliese movida por la fuerza del viento que empujaba nuestras manos era otra ardua tarea en la que nos vimos envueltos. Pero capturar aquella belleza lo valía ante todo. El círculo dorado es una de las rutas más turísticas de Islandia, y no cabía duda del porqué. Una falla tectónica, géiseres y una catarata glaciar representan las maravillas naturales más características de la isla, razón que me había llevado hasta sus hostiles tierras. De vuelta en el coche, los alemanes condujeron hacia el sur. Se dirigían de vuelta a Reikiavik, donde pasarían su última noche. Yo por el contrario, pretendía seguir mi camino hacia el este y tratar de darle la vuelta entera a la isla en los siete días que me quedaban por delante. Al alcanzar la autopista uno los alemanes me bajaron en Selfoss, una de las mayores comunidades en el suroeste de Islandia. El clima era templado y bastante tranquilo a mi parecer. Un buen amigo que había hecho en Francia, Loïc, se encontraba también en tierras islandesas, viajando como mochilero y tratando de rodear la isla. Pero un mensaje de texto aquella tarde me hizo saber que se encontraba atrapado. Había llegado hasta Vík, la ciudad más septentrional de Islandia ubicada 130 kilómetros al sureste de Selfoss. Famosa por ser el lugar donde con más fuerza azotan los vientos, se había detenido en un camping, donde una cocina techada fue su único refugio ante una fuerte tormenta que golpeaba el sur de la isla. Mi objetivo así, era acercarme lo más al este posible, donde la tormenta no azotara con tanta fuerza y donde pudiera acampar de forma tranquila. Luego de comer un subway (que por seis euros, era sin duda lo más barato que podía obtener) me acerqué a la oficina de información turística de la ciudad. Me dijeron que, en efecto, una tormenta azotaba el sur de la isla un poco más al este, pero que al menos podría llegar hasta Seljalandfoss, una de las cascadas más bellas, donde una de las californianas que había conocido la noche anterior me había recomendado un buen camping. Caminé entonces hacia la salida del pueblo y comencé nuevamente a pedir un aventón. Esta vez, me recogió un islandés que no hablaba inglés. Así que tras un viaje en silencio me dejó en Laugaland, 30 kilómetros adelante. Otro conductor me dejó en Hella, unos diez kilómetros que me acercaban cada vez más. Sin embargo, me hizo saber que más hacia el este las carreteras habían sido cerradas debido a la tormenta. Pues bien, no pretendía pasar más allá de Seljalandfoss, a donde me dijeron que podría llegar. Fue un húngaro quien me recogió en la comunidad de Hella. Al presentarse conmigo, me dijo que vivía por el momento en Hafursey, una ciudad más al este de Vík, donde se encontraba Loïc. Enterado del estado del tiempo, sabía que llegar a casa aquella tarde podía ser imposible. Pero quería al menos intentarlo. Al llegar a Seljalandfoss, un par de patrullas cerraban el paso. No era posible seguir más adelante. La tormenta era más fuerte de lo esperado y la visibilidad completamente nula. Adentrarse en la carretera sur era un peligro que nadie debía correr. Con la suerte del lado de ninguno, el húngaro dio marcha atrás y volvió hacia Hella para buscar dónde pasar la noche. Yo por mi parte había llegado a mi destino. Seljalandfoss no es una ciudad, ni siquiera una pequeña comunidad. Es una cascada más que marca el límite entre las tierras altas y bajas de la isla. Su nombre se lo otorga el río Seljalandsá, que al toparse con la pared vertical cae 60 metros hasta una escollera, ubicada casi junto al océano. Allí, frente a aquella hermosa cascada, era donde me habían recomendado acampar. Uno de los campings más bellos de toda Islandia, me habían dicho los californianos. Pero al llegar a la recepción, las malas noticias no se hicieron esperar. El camping estaba cerrado debido a la tormenta. Aunque la enorme pared de las cascadas parecían cubrir el lugar del viento, en Islandia simplemente nunca se sabe. Y así, sin un lugar donde dormir, me vi obligado a volver a la carretera y pedir un aventón de vuelta al oeste. Una pareja de ingleses de edad avanzada me recogieron luego de que los policías los forzaran a regresar. Ambos tenían reservaciones en un hotel de Vík, el ojo del huracán en aquel momento, a donde les era imposible llegar. Un poco desmotivados los tres debido a las inoportunas inclemencias del clima, volvimos hasta Hella, donde se estacionaron fuera de un hostal para pedir una habitación donde pasar la noche. Sabía que aquel alojamiento podía ser una opción para una pareja de jubilados, pero no para un mochilero como yo. Aún así, algo temeroso de acampar a la intemperie, pregunté el precio de una habitación compartida. 50 euros era lo que costaba un rincón en un cuarto con mi saco de dormir. ¡50 euros! Los ingleses me miraron y sonrieron, sabiendo que se trata de un precio exorbitante para mí. Así que di las gracias y volví a la carretera para coger otro ride. Sabía que en Selfoss había un camping municipal, y con el escaso viento que soplaba en la ciudad, sería quizá mi mejor opción hasta que se calmase el clima. Un español llamado Sebas pasó en su vagoneta, donde pasaba las noches en un camastro de la parte trasera. También venía huyendo de la tormenta de Vík, y con una aplicación islandesa que le servía para encontrar campamentos donde estacionar su auto, me recogió y buscamos juntos un buen camping que pudiese darnos alojo a ambos. Condujimos más de una hora por las tierras altas y bajas de la costa sur. Cada camping que visitábamos seguía el mismo patrón. Una pequeña cabina con baños y un buzón donde dejar el dinero. Sin cocina, sin sala común, sin techo donde resguardarse. Solo baños. Ni un solo coche o tienda de campaña aparcaban en ellos. Temerosos de lo que aquello podía significar y con el clima que se avecinaba, decidimos seguir todavía más al oeste, hasta que llegamos nuevamente a Selfoss, donde todo había comenzado. Nos dirigimos sin pensarlo hacia su camping municipal, cuyas cómodas instalaciones y falta de vientos lo hicieron el lugar más seguro para pasar la noche. Monté mi casa, que para entonces ya se había secado. Y luego de un rato en la sala común charlando con Sebastián, me introduje en mi tienda para otra fría noche en Islandia. Aquel día el clima del Ártico me mostró que con él nadie puede jugar. Pero mi perseverancia era mayor, y no me daría por vencido hasta al menos alcanzar Vík, donde mi amigo Loïc se había quedado varado.
  26. 3 puntos
    A principios de mayo la nieve en la mayoría de las ciudades de Europa se había esfumado. La primavera se había anunciado con esplendor aquel año y un delicioso clima corría por todo el continente. Incluso en los rincones de la húmeda y fría cordillera noruega el sol me había sonreído con ventura, y tras cuatro días en Estocolmo me sentía totalmente satisfecho del goce del que Escandinavia me había hecho acreedor. A mitad de la primavera, muchos se habrían decidido por disfrutar de ciudades floreadas, llenas de canales y arboledas donde Europa pudiera ofrecer sus mejores y coloridas postales. La tranquilidad que llega cuando el invierno culmina. Pero mi decisión fue un poco más brusca. Bastante brusca, me atrevería a decir. Aquella última noche en Estocolmo cogí un autobús hacia el norte, con rumbo al aeropuerto internacional de Arlanda. El abordaje fue el más tranquilo que jamás hubiera vivido. Solo 10 personas íbamos a bordo de aquel Airbus a319, y claro, no podía estar más feliz de tener el avión casi totalmente para mí. Pero mi vuelo no se dirigía al sur. No me encaminaba hacia la calidez de latitudes más meridionales. Mi destino no era ni siquiera las tierras continentales. Volaba con rumbo al noroeste, dos husos horarios hacia el occidente, a donde solo los vikingos se atrevieron a embarcarse hace más de un milenio desde las costas del Báltico. Aunque la oscuridad había inundado Estocolmo, al elevarse el avión a más de 8 mil metros un haz de luz entró por mi ventana. Era el sol de medianoche que se asomaba desde el Ártico. Y aunque iluminaba también las montañosas tierras nórdicas, una densa niebla lo cubría todo debajo de nosotros. Tres horas pasaron para atravesar el mar de Noruega y el mar del Norte, y ganándole la carrera al tiempo, el avión comenzó a descender poco a poco entre una espesa niebla. El gris del exterior era simplemente aterrador. Ni las franjas del litoral, ni la torre de control, incluso las luces de la pista de aterrizaje eran escasamente percibidas por los ojos humanos a bordo. El piloto llevó a cabo un descenso prácticamente a ciegas, guiado por la eficiente base aérea. Sus exitosas maniobras nos llevaron a salvo hasta el aeropuerto de Keflavík, ubicado en un cabo al suroeste de Islandia. A una latitud de 64º 08' N, era el sitio más septentrional en donde hubiera estado parado. Mi viaje de primavera sería, así, una fría aventura en aquella remota isla, a unos cuantos kilómetros por debajo del círculo polar ártico. Aunque durante mayo las horas de oscuridad en Islandia son escasas debido a su posición geográfica, a la medianoche, hora en que recogí mi maleta en la cinta transportadora del aeropuerto, la penumbra era total. Y aunado a la niebla que acompañaba a la noche, el exterior no era algo apetecible por disfrutar. Me dirigí rápidamente al estacionamiento, donde el último autobús de conexión con la ciudad saldría unos minutos después. Casi una hora más tarde, a 40 kilómetros al este, llegamos a Reikiavik, la capital de Islandia, que hasta hoy ostenta el título de la capital más septentrional del mundo. Por fortuna, el autobús condujo hasta el centro de la metrópoli, desde donde pude caminar cuesta arriba por sus empinadas calles hasta alcanzar la casa de Gisli, un estudiante que contacté por Couchsurfing y que me hospedaría por un par de días en su apartamento. Gentilmente, aguardó hasta casi las 2 de la mañana por mi arribo. Al parecer yo era su primer huésped, y no podía decepcionarme ante la calidez de los islandeses. Gisli vivía en el segundo piso de una típica casa islandesa, construida con una especie de material de lámina de colores vivos, y un tejado en picada que ayuda a que la nieve resbale y se derrita durante las nevadas del invierno. Alquilar un piso en Reikiavik, según me contaba, se había vuelto sumamente caro, sobre todo después de la crisis que Islandia enfrentó en 2008 y 2009. Pero sus padres le apoyaban lo suficiente para que pudiera finalizar sus estudios en la capital. Como la primera verdadera ciudad que se fundó en la isla por parte de los noruegos en tiempos medievales, Reikiavik se ha vuelto el centro industrial, financiero, político y cultural de Islandia. Con 200 mil habitantes, su área metropolitana alberga a dos tercios del país entero. Era más que raro hallarme en un país cuya población nativa es menor al número de turistas que alberga. La niebla del día anterior había dado paso a un clima frío esa tarde, aunque aquello era bastante normal. Después de todo me encontraba al sur de Islandia, a unos cuantos kilómetros del círculo polar. Pero con el tiempo limitado, no podía dejar que el clima me hiciera perder tiempo y salí a conocer la ciudad. A pesar de encontrarse a latitudes equiparables al norte de Alaska y el Yukón, Islandia posee un clima subpolar oceánico templado. Sus temperaturas de hecho no bajan tan drásticamente, y el invierno puede presentar apenas -10°, un clima más cálido que el que viví en el invierno de Berlín o Polonia. La isla es así bastante habitable no obstante su situación geográfica, y se lo debe nada menos que al Golfo de México. La corriente del Golfo arrastra masas de agua y aire cálidas desde el trópico que contrarrestan la frialdad del Ártico. Las costa de Islandia se mantienen libre del hielo todo el año, algo impensable en otros lugares a la misma latitud. Caminar por Reikiavik era para mí como andar por una ciudad en miniatura construida con legos. El ambiente tan tranquilo, el escaso tráfico y los pequeños edificios que le dan vista a la urbe apenas podían compararse con una modesta comarca en otros países. Sin duda era la capital más tranquila que jamás hubiese visitado. Me preguntaba repetidas veces con qué interés llegaron los primeros residentes a aquella remota parte del mundo. Es bien sabido que los vikingos eran asiduos y expertos navegantes, lo que los llevó a conquistar y saquear múltiples territorios en la Europa continental. Pero los vikingos escandinavos se aventuraron más allá, mucho antes de que Galileo demostrara que la Tierra es esférica y antes de que los españoles arribaran al continente americano. Los fuertes vientos del mar del Norte llevaron a Erik el Rojo, un explorador noruego, hasta las deshabitadas islas del ártico, a las que él mismo bautizó como Islandia y Groenlandia. El comerciante vikingo convenció fuertemente a varios noruegos de emigrar hacia la ‘Tierra verde’ para colonizar la isla. Así, el nombre de Ingólfur Arnarson pasó a la historia del país como el primer residente permanente de Islandia, y fundador de Reikiavik, ya que allí estableció su hacienda. Ingólfur es considerado el creador de Islandia como país, ya que tras su colonización se estableció el Alþing, un parlamento legislativo que es nada menos que el parlamento más antiguo del mundo entero todavía en existencia, y con ello se dio paso a la Mancomunidad islandesa, que luego formaría parte del Reino de Dinamarca-Noruega. Estatua de Ingólfur Arnarson. El parlamento se fundó primeramente en la región de Þingvellir (hoy un parque nacional que ningún parecido tiene con un centro político estatal), y fue hasta el siglo XIX cuando se trasladó a Reikiavik, lo que la convirtió en capital. Hasta el día de hoy, el parlamento se sitúa en el Alþingishúsið, el palacio parlamentario, que a mi parecer, es el más pequeño que jamás avisté. Con la cristianización de Escandinavia y los países nórdicos, no pasaría mucho tiempo para que Islandia abandonara también el paganismo y fuera evangelizada, lo que ocurrió alrededor del año 1000. El rey Cristián III de Dinamarca impuso el luteranismo luego de la Reforma de Lutero en Europa continental. Y aunque Reikiavik posee todavía una catedral católica, la catedral más importante para los islandeses es la Catedral luterana. Aunque no tiene absolutamente nada de monumental e impresionante comparada con el resto de las catedrales, aquel modesto templo posee más un valor simbólico que arquitectónico y religioso para todos los islandeses, pues allí se celebró el establecimiento del Reino de Islandia y se entonó el himno nacional por primera vez, lo que en el siglo XIX comenzaría con el movimiento independentista que hizo de Islandia un país soberano a mediados del siglo XX. Pero como toda ciudad cristianizada, Reikiavik tiene también un campanario del cual estar orgullosa. Y el título se lo da la Hallgrímskirkja, la iglesia y el edificio más alto de toda Islandia. La curiosa forma de su torre de 75 metros de altura se dice que fue inspirada por el movimiento de lava basáltica que caracteriza a la isla. Así, aquellos blancos pilares son visibles desde casi cualquier lugar de la ciudad y da una bienvenida a los turistas que encuentran en ella una mezcla de la cultura religiosa y los maravillosos paisajes naturales de este remoto país. Curiosamente, una figura pagana se yergue frente a la iglesia. La estatua de Erik el Rojo situada en lo alto de la colina celebra el descubrimiento de la isla, y frente a él desciende la totalidad del centro histórico de Reikiavik, por donde me dispuse a caminar aquella fría tarde. Aunque Islandia es un país mayoritariamente cristiano, poco a poco ha ido creciendo el número de ateos en la isla. Pero lo más sorprende son los movimientos neopaganos que poco a poco van cobrando fuerza. Estos ritos traen de vuelta las tradiciones y creencias de los pueblos vikingos que poblaron el lugar hace siglos. Y su influencia no se nota solamente en la religión, sino en el estilo de vida mismo de los jóvenes islandeses. La publicidad por las calles muestra a modelos con rasgos vikingos, y los mismos espectáculos musicales y teatrales intentan rescatar las sagas vikingas bajo las cuales se ha construido la historia del estado islandés. La moda entre los jóvenes son las barbas largas, abrigos voluminosos de piel y beber cerveza en enormes tarros de madera. Los vikingos, sin duda, siguen vivos en las tierras nórdicas. Por supuesto, todo se adecua a su tiempo. La vida “vikinga” de la juventud se ha transformado a los estándares del siglo XXI y la modernidad de Islandia como un país del primer mundo. Reikiavik se muestra hoy como un centro artístico posmoderno bastante fuerte. Entre otras muchas ciudades europeas, es una ciudad de murales. Los frescos en las paredes del centro metropolitano son la cara moderna de Islandia hacia el mundo exterior. Sus colores y formas sitúan a Reikiavik como una urbe a la vanguardia. No se puede ignorar la excentricidad que artistas nativos como Björk han puesto de moda en el mundo entero. Otra de las excentricidades características de esta tierra nórdica que llama mucho la atención de los turistas es su extraño idioma. El islandés es la lengua que menos ha cambiado desde que evolucionó del nórdico antiguo, familia a la que pertenecen también el noruego, el sueco y el danés. Aunque la lengua viva que más se le parece hoy es el feroés, hablado en las islas danesas de Feroe. Las palabras islandesas se fueron acoplando al alfabeto latino, aunque conserva todavía algunas rúnicas de las lenguas germánicas, como la Þ, siendo el único idioma del mundo que usa este caracter (que vamos, ni siquiera sé cómo pronunciar). Leer los vocablos islandeses es una situación de terror. Ejemplo de ello fue la relevante explosión que tuvo el volcán Eyjafjallajökull en 2010 y que dejó a buena parte de Europa sin tráfico aéreo, debido a la nube de cenizas que provocó la intensa erupción. En fin, no hace falta imaginarse el sufrimiento de los conductores televisivos de toda Europa al intentar pronunciar Eyjafjallajökull para dar a conocer la noticia a los televidentes. Las calles del barrio Miðborg constituyen el centro histórico y gubernamental de Reikiavik. Orillado por coloridos edificios, representa el núcleo turístico de la ciudad. Sus estrechas vías, muchas de ellas peatonales, me llevaron cuesta abajo hasta el estanque de Tjörnin, un pequeño lago alrededor del cual se desenvuelve el casco principal de la capital. El Stjórnarraðið se encuentra muy cerca al lago, y se trata de la sede del poder Ejecutivo, donde se encuentra el Consejo de Ministros. A diferencia de sus países nórdicos hermanos, Islandia abandonó la monarquía y se decidió por ser una república. Y claro, su palacio de gobierno no es nada de ostentoso comparado con los palacios reales de Escandinavia. El Ayuntamiento es otro de los edificios importantes, donde aproveché para refugiarme un rato del frío y pedir alguna información en la oficina de turismo. Reikiavik era solo mi primera parada en Islandia y necesitaba algo de orientación sobre su geografía. Bajando las colinas hacia el norte de la península donde se enclava el centro, alcancé el puerto marítimo de Reikiavik, principal actividad industrial del país. Desde los embarcaderos pude apreciar el Harpa, el centro de conciertos y conferencias que se ha convertido en el núcleo cultural de la isla, y que le da otro gran toque de modernidad al país. Los barcos y cruceros son algo típico de observar en el fiordo que se abre al norte de la capital, donde los paisajes montañosos se empezaron a asomar cuando las nubes se esfumaron y el sol al fin me sonrió algunas horas. Más al este, caminando por su malecón, la ensenada de Reikiavik me dio mi primer acercamiento a la accidentada geografía que me esperaba en Islandia. Volar hasta aquella remota isla no había sido sin duda para visitar su capital solamente, sino para dejarme sorprender por las maravillas naturales que solo un sitio como aquel podía darme. Si bien Islandia es considerada parte de Europa por su similitud cultural e histórica, la isla se posa justamente en medio de las placas tectónicas Euroasiática y Norteamericana, lo que geológicamente la coloca en ambos continentes. Con una falla que parte al país justo por la mitad, no es de sorprender que la actividad volcánica, sísmica y geotérmica sea lo que caracteriza a Islandia, y lo que la ha puesto en el mapa como uno de los destinos turísticos predilectos de los mochileros. Y justo con dos mochileros es que me había quedado de ver aquella noche para intercambiar nuestros planes y tomar alguna copa. Pero antes de ello volví a casa de Gisli para cenar con él. Preparar la cena para mi anfitrión siempre ha sido un placer. Es la mejor forma para agradecer su hospitalidad. Pero comprar los ingredientes para una simple cena en Islandia fue un pequeño roce a un paro cardiaco. Los precios en la isla están simplemente por las nubes. Y no solamente por la proveniencia de sus productos importados (la mayoría lo son), sino por la inflación que la crisis del 2008 dejó en su canasta básica. 4 euros por una lata de atún, 3 euros por un chocolate y la inexistencia de la venta de alcohol en supermercados (ya que la ley controla su venta libre para prevenir las adicciones) hizo de mi noche algo un poco difícil. Así que un simple platón de pasta tendría que ser suficiente para ambos. Tras aquella experiencia no sabía qué esperar de la vida nocturna de Reikiavik y de sus precios. Al reunirme con Alessandro y Catherine, dos couchsurfers que habían arribado a la ciudad aquel mismo día, visitar un bar local me dio algo de escalofríos. En efecto, el precio promedio de una pinta de cerveza es de nada menos que diez euros. Diez euros por un vaso mediano de cerveza. Finalmente creo que el alcohol sería lo que menos buscaría beber en Islandia. Pero la noche se pasó divertida. Entre risas y música de origen neopagano, los bares de Reikiavik nos dejaron en claro a los turistas que la moda vikinga tiene un enorme peso. Un juego de ruleta le trajo bastante suerte a uno de los jóvenes locales que bastante borracho estaba ya. Y ocho cervezas gratis por una ronda de aquel inocente juego nos dio el privilegio de recibir un tarro de cerveza gratis a Alessandro, Catherine y a mí. Era obvio que aquel chico islandés no podría solo con ocho tarros de cerveza. Mientras volvíamos caminando cuesta arriba a nuestro hospedaje, ambos me contaron los planes que tenían para recorrer la isla y sus paisajes naturales. Habían rentado una van y la recogerían al siguiente día. Conducirían y dormirían en aquel vehículo perfectamente equipado para la vida en las carreteras árticas. Pero por las fechas en que pensaban hacerlo, no me sería posible unirmeles. Aquello significaba que mi travesía por Islandia la haría solo, al fracasar en mi búsqueda por un acompañante para mi aventura. Y con poco dinero para rentar un coche, la decisión estaba tomada. Haría mi trayecto pidiendo aventones en la carretera. Un viaje más con solo mi mochila y el hitchhiking de mi dedo pulgar. Con una tienda de campaña, un saco de dormir nuevo, ropa térmica, un rompevientos y botas para la nieve, la siguiente mañana sería el inicio de una inusitada hazaña, que me mostraría que con Islandia no se juega tan fácil. Pero la satisfacción de un viaje por una isla del ártico nadie me la quitaría jamás.
  27. 3 puntos
    Templos cristianos en madera negra, cuervos azulados, un enorme puñado de inmigrantes árabes, un sauna sobre las heladas aguas del Báltico, pepperoni de alce, carne de ballena, fiordos milenarios en la costa atlántica, un sinfín de figuras y estatuas de trolls, elfos y enanos. Hasta ahora la península escandinava me había dado lo que, con muchas ansias, había esperado de ella. Sumado a ello, me había llenado de placeres que poco pude aguardar, entre ellos un suculento y soleado clima que había hecho de mis días hasta ahora los mejores en mi viaje por Europa. Aunque poco deseaba marcharme de Bergen, de sus increíbles paisajes montañosos y de la calidez de mis anfitriones en la ciudad noruega, lo que tenía por delante me alentaba a partir. Y así, aquella noche me despedí de Angélica y Aleks, y tomé el tram con dirección al sur para llegar al aeropuerto internacional de Flesland. Aún siendo las 9 pm, el sol brillaba al otro lado de ventanas del avión como si fuese un amanecer. Y poco después de despegar en el fondo se asomó un paisaje alucinante. La cordillera de los Montes Kjolen aparecía ahora desde otro ángulo, uno que los rayos solares me dieron el goce de apreciar en su máxima desnudez. Pero las montañas quedarían atrás por un par de días. Era momento de volver a la gran ciudad, y cerca de las 22:15 horas mi vuelo aterrizó en Estocolmo. El tráfico en el aeropuerto era mayor del que había esperado. No aguardaba hallar tal cantidad de gente una noche entre semana. Pero la capital sueca es la mayor urbe de Escandinavia, y pronto descubriría su importancia. Tomé un shuttle bus hacia la estación central de la ciudad, donde Logan aguardaba por mí. Aquel chico francés que estudiaba su máster en Estocolmo había sido el único couchsurfer en aceptar mi solicitud de estadía por cuatro días. Después de ocho meses en Francia, sabía que los franceses no me decepcionarían. Cogimos el metro hasta su casa, en una residencia estudiantil del campus norte de la universidad. Ahora comenzaba a resentir los altos precios escandinavos de los que tanto había escuchado. 4 euros el viaje sencillo, era simplemente el metro más caro que había costeado en mi vida. Aunque la vida estudiantil seguía siendo atractiva, había pasado ya varios días hospedado en campus universitarios en Dinamarca. Era momento de salir y explorar la ciudad por mi cuenta, cosa que hice a la siguiente mañana, cuando el hambre despertó mi estómago y mi paladar. Extrañamente, Escandinavia resultó ser el único lugar en Europa donde encontré tiendas de la cadena 7-Eleven, y Suecia parecía ser el país donde más se había esparcido la multinacional. Si bien prefiero los productos naturales, los combos que 7-Eleven ofrecía en Estocolmo fueron irresistibles, y la manera más barata de llenar mi estómago. Por cuatro euros, la tienda ofrece dos piezas y una bebida. Aquella mañana una manzana, una dona y un café fue lo más barato que pude conseguir para saciar mi hambre. Tomé el metro hacia el centro de la ciudad, y descendí justo en la estación central, donde el bullicio y el gentío fue todavía mayor al que me había topado la noche anterior en el aeropuerto. La estación central se encuentra en el área comercial de Estocolmo, una zona más moderna y sumamente viva donde todos los días convergen locales y turistas en una guerra de transeúntes, una bastante educada, me atrevería a decir. Pero unos pasos más al sur el viejo Estocolmo comienza a aparecer, con exquisitos edificios del siglo XIX que ponen en alto la ciudad como una verdadera capital europea. El Palacio de la Ópera es un gran ejemplo de la arquitectura neoclásica que imperó en Estocolmo y que la puso en el mapa como una prominente metrópoli desde hace dos siglos. Al cruzar uno de los tantos puentes que atraviesan los canales de Estocolmo (y que la convierten en una más de las Venecias del Norte), me adentré de lleno en el centro de la ciudad, formado por tres pequeñas islas que dividen el delta del lago Mälaren del mar Báltico. La más pequeña de ellas es Helgeandsholmen, cuyo único edificio ocupante es el Palacio del Parlamento sueco, el Riksdag. Suecia, como el resto de los países nórdicos, tiene un enorme respeto por su gobierno y sus representantes políticos, Así, el parlamento es uno de los más queridos en el mundo por sus ciudadanos. Suecia encabeza también la lista de los países con menor índice de corrupción. El estilo barroco de la casa parlamentaria es otro buen ejemplo de la envergadura con la que la capital sueca salió a flote a pesar de la competencia que representaban las demás monarquías europeas. Después de todo, fue Suecia quien rompió la Unión de Kalmar una vez terminado el medievo, heredando así al mundo los cinco países nórdicos que hoy conocemos, en lugar de uno solo que pudo haber sobrevivido de no haber sido por la separación de los suecos. Fue precisamente durante la Edad Media cuando Estocolmo se fundó, y el mejor homenaje a aquella época lo rinde el Museo de Estocolmo medieval, ubicado prácticamente bajo tierra en ese pequeño trozo de isla donde me encontraba parado frente al parlamento. Ya que el acceso era gratuita, no dudé en entrar a conocer la historia que resguardaban aquellos túneles subterráneos. La razón de su peculiar ubicación es que el museo está posado sobre las ruinas arqueológicas de la antigua ciudad medieval, que todavía resguarda los restos de la muralla que rodeó la pequeña Estocolmo entre 1250 y 1520. La ciudad no llegaba más allá de las dos pequeñas islas que hoy conforman el centro de Estocolmo, pero representó una gran hazaña para el reino de Suecia una vez extinta la era vikinga, ya que controlaba el comercio entre el mar Báltico y los lagos interiores de la península, gracias a su increíble conexión por vía fluvial. El museo muestra algunas figuras reales encontradas durante las excavaciones, como los rostros de los antiguos reyes tallados en piedra, y algunos de los manuscritos antes de que Gutenberg revolucionara el mundo con la imprenta. Los restos de algunas embarcaciones dejan en claro la herencia que los vikingos dejaron a la sociedad monárquica sueca de la Baja Edad Media. Al igual que Copenhague y Oslo, la situación geográfica de Estocolmo fue clave para las hazañas marítimas. Una de las figuras más conocidas en el museo es una pequeña estatua de San Jorge, quien se muestra cabalgando su caballo y asesinando al dragón a quien, cuenta la leyenda, asesinó para salvar a toda una ciudad. El mito de San Jorge, un santo procedente de la Capadocia que fue canonizado luego de ser decapitado por no renunciar a su fe cristiana durante la época del Imperio Romano, ha traspasado tiempos y fronteras. Y al igual que muchos europeos, los suecos le tenían un enorme respeto, ya que lo veían como protector de los caballeros y los guerreros del medievo. Pero las figuras que quizá llamaron más mi atención fueron las escenas de la cotidianeidad que Estocolmo vivía durante aquellos años. Skedna Gertrude era la carnicera de la ciudad, y curiosamente, sus ganancias eran iguales a la de los hombres, algo sumamente raro en la época. Y el zapatero en su taller, quien se dice podía realizar un par de zapatos por día, algo muy distinto a la producción en masa de la época contemporánea. Antes de que el día avanzara más, preferí no confiarme del sol que abrasaba la ciudad aquel día, y quise aprovechar la soleada tarde para caminar al aire libre. Crucé entonces otro puente hacia la isla contigua de Stadsholmen, la más grande del centro de Estocolmo y donde se emplaza Gamla Stan, el casco antiguo de la ciudad. Gamla Stan es el sitio donde Estocolmo nació, más precisamente durante el siglo XII. Y aunque muchos de los edificios originales fueron demolidos o remodelados, hoy el barrio sigue conformándose por callejuelas de estilo medieval. Al ser el distrito que atrae a más turistas en toda la ciudad, Gamla Stan está repleta de tiendas, cafeterías, restaurantes y algunos hoteles. Aunque posee también muchos de los edificios más célebres de Estocolmo y toda Suecia. El Museo Nobel es uno de ellos. Presenta a los laureados con el galardón Nobel desde 1901, así como la vida de Alfred Nobel, uno de los ciudadanos suecos más reconocidos a nivel mundial. El museo se ubica justo en la plaza Stortorget, la más antigua de la ciudad y el corazón desde donde se desarrolló el resto de Estocolmo desde su nacimiento. Pero el edificio más famoso y quizá el más importante en Gamla Stan es el Palacio Real, la residencia oficial y el mayor de los palacios de la realeza sueca. Aunque la residencia donde realmente viven los reyes de Suecia y su familia se encuentra en Drottningholm, el de Estocolmo funge como el palacio oficial, y es donde se llevan a cabo las funciones del rey como jefe de estado, así como alojar a los asistentes personales y administrativos de la familia real. Al llegar al sur de Gamla Stan, a la orilla de uno de los canales que la delimitan, la isla contigua de Södermalm apareció. Y es allí donde aparcan los cruceros que traen a los turistas a visitar la mayor ciudad de Escandinavia. Un puente vehicular y peatonal une a ambas islas. Y por recomendación de la oficina de turismo, una breve visita a Södermalm valía la pena. Se trata de un barrio un tanto más bohemio con numerosos cafés, restaurantes y galerías de arte independientes, lo que le da el toque hipster y juvenil al centro de la ciudad. Pero quizá lo mejor de Södermalm son sus colinas a la orilla del canal, desde donde se tienen las mejores vistas de Gamla Stan y de los campanarios de sus iglesias. Por la noche volví hasta el campus universitario, donde me reuní nuevamente con Logan y cenamos una pizza con dos de sus amigos, un sueco y una peruana que había decidido mudarse a Suecia porque le encanta la oscuridad del invierno. Ambos, fervientes amantes del black metal escandinavo. Al siguiente día me dirigí hacia la zona este de la ciudad, comenzando por una breve visita al Museo de Historia Sueca, que también ofrecía entrada gratuita al público general. Aunque el museo va dirigido un poco más hacia el público infantil, ya que muestra juegos y muestras interactivas, fue una buena manera de sumergirme en la forma en que Suecia y la población escandinava se desarrolló desde la era vikinga. Las maquetas de los antiguos asentamientos y las figuras a escala de los drakkar son un ejemplo de cómo el pueblo vikingo se desarrolló en estas tierras desde la Alta Edad Media. Y tras la llegada y el triunfo del cristianismo a la península, Suecia pasó a ser un reino más que obedecía al papado de Roma, aunque el paganismo y las tradiciones vikingas perduraron para siempre. Unos metros hacia el sur desde el Museo de Historia alcancé la riviera de otro de los tantos canales de Estocolmo. Aquel que divide la parte continental de la ciudad de Djurgården, otra de las islas de la ciudad. Djurgården es una isla que, casi en su totalidad, contiene un parque urbano, lo que la convierte en el barrio más apreciado por los locales para poder relajarse y alejarse del bullicio de la capital. Pero para los turistas, Djurgården es mucho mejor conocido por alojar varios de los mejores museos de Estocolmo, y que son de gran interés para muchos. El Museo Nórdico, por ejemplo, se encarga de presentar la historia del pueblo sueco ubicada específicamente entre finales de la Edad Media y la Edad Contemporánea. El Museo Skansen es uno de los más apreciados, ya que se trata del primer museo al aire libre del mundo. Contiene representaciones de la vida cotidiana de los suecos durante los últimos siglos. Incluso hay actores disfrazados que simulan el día a día de su época. El Museo Vassa es quizá el orgullo de Estocolmo y de toda Suecia. Es el museo más visitado de toda Escandinavia. Presenta al único navío del siglo XVII que ha sobrevivido intacto hasta nuestros días. El Vassa, fue un buque de guerra que naufragó apenas después de haber zarpado desde Estocolmo. En el siglo XX, el barco pudo recuperarse y hoy se presume casi ileso en la isla de Djurgården. Y aunque no sea el de mayor afluencia, el Museo Abba es también uno de los más queridos. Y es que no hay grupo musical sueco más famoso en el mundo que este peculiar cuarteto pop de los años 70s. Djurgården posee también un parque de diversiones, y es justo desde allí donde zarpan los ferrys al resto de la ciudad. Por 4 euros el boleto sencillo en el transporte público de Estocolmo, lo que menos podía esperar es que los ferrys estuviesen incluidos en el precio. Así, pude al fin presumir que di al menos un paseo en bote por los canales de Estocolmo. No se puede visitar la Venecia del Norte sin navegar por sus aguas. Volví nuevamente a Gamla Stan para un último paseo, antes de volver con Logan para cenar juntos en la residencia. Los siguientes días en Estocolmo los pasaría tomando clases de acroyoga y kung fu en las enormes explanadas de sus parques. El sol me sonrió como nunca y esperaba que así permaneciera para los siguientes días, pues me esperaba una larga travesía por uno de los lugares con los climas más hostiles en el planeta.
  28. 3 puntos
    Haberme adentrado a Noruega era quizá la decisión más cara que había tomado en mi viaje por Europa. Los países nórdicos me habían intimidado bastante por la fama que tienen como los más costosos del mundo, junto con Suiza y Japón. Eran precisamente los viajes que solo Couchsurfing me permitía hacer. Con el precio del hospedaje fuera de la jugada, conocer un poco de Escandinavia era más fácil de lo previsto. Pero aunque Oslo había sido hasta ahora una ciudad de precios asequibles, había algo que me preocupaba. Tenía ya un vuelo reservado desde Estocolmo hasta Islandia una semana más adelante. Y entre Oslo y Estocolmo había planeado visitar Bergen, la segunda ciudad más grande de Noruega, ubicada en la costa atlántica y rodeada de hermosos fiordos. Pero por alguna extraña razón había olvidado comprar mis pasajes de Oslo a Bergen y de Bergen a Estocolmo. Dany, mi anfitrión en Oslo, me hizo saber que aquel fin de semana se trataba de un puente vacacional, y los precios por ende podrían incrementar súbitamente. Blablacar no funcionaba en Escandinavia, y por el contrario, existía GoMore, una aplicación para compartir coche. Pero todos los viajes estaban llenos. Llegar en tren hasta Bergen parecía estrepitosamente caro, y las aerolíneas de bajo costo no son algo tan común en aquel lugar del mundo. Mi desespero era desmesurado, y estuve a punto de dejar escapar Bergen y dirigirme directamente hacia la capital sueca. Pero mis deseos eran mayores, y luego de una intensa búsqueda, un boleto de bus de 550 coronas hasta Bergen y un vuelo de 68 euros hasta Estocolmo me dejó satisfecho, aunque aquello significaba que pasaría un día entero viajando hacia el oeste, con la luz del día sobre el techo mientras el autobús me llevaba 460 kilómetros hacia la costa. No había más remedio, y así emprendí mi viaje dejando atrás la capital noruega la mañana de un 30 de abril. Me había propuesto aprovechar aquel prolongado viaje para trabajar a bordo con mi ordenador. Pero no tardé en darme cuenta que el trayecto hacia Bergen sería algo digno de admirar. Aunque la zona este de Noruega es un terreno llano, Oslo se emplaza justo al comienzo de los Montes Kjolen, la cordillera que atraviesa el país de norte a sur. Pero las bajas colinas de Oslo no se comparaban en nada con la belleza orográfica que le da a Noruega su peculiar forma geográfica y división política. Un vistazo por la ventana era suficiente para atestiguarlo. Por suerte para mí, aquella mañana el cielo estaba completamente despejado. El sol brillaba como no lo había visto brillar en muchos días sobre Europa, y con los rumores sobre lo lluvioso que puede ser el centro y oeste del país, yo no podía sentirme más afortunado. Los bosques y montañas de Noruega se han convertido un buena parte de su identidad. No me cabía duda del porqué es una gran tradición para sus habitantes tener una cabaña de madera fuera de la ciudad. Con paisajes tan hermosos, cualquiera aceptaría tal proposición. Aquella vasta y bella cordillera es tan famosa que ha dado pie a leyendas y cuentos conocidos en todo el mundo, como el troll de las montañas (del que se supone que existe una fotografía real) y La Reina de las Nieves (cuento del cual se inspiró Disney para crear Frozen). No esperaba encontrar colinas cubiertas de nieve en plena primavera. El mes de mayo estaba por empezar y al parecer las bajas montañas no habían dejado escapar el tapiz blanco que cubría todavía sus faldas. Aunque en algunos otros puntos es deshielo se empezaba a notar, y eran solo las cimas de los cerros que se cubrían todavía con la densa nieve. Divisar las pequeñas y pintorescas casitas de madera que que se posaban junto a las decenas de lagos que rodeaban la carretera me generaba una enorme envidia. Pasar toda una vida en la costa tropical de México hacía inevitable aquel anhelo. Pero el ser humano siempre ansía lo que no tiene. Cualquier escandinavo nos dirá que su mayor sueño es una casa frente a una playa tropical. Nada que yo pudiera realmente envidiar. Cuando la autopista fue ascendiendo poco a poco la nieve comenzó a cubrirlo todo a ambos costados. Parecía un verdadero invierno. El autobús empezó a hacer paradas continuas, en cada cual bajaba una o dos parejas de personas que cargaban consigo su equipo de esquí. La zona centro del país resultó ser uno de los lugares predilectos por muchos para practicar deportes de invierno. Y aunque ganas no me faltaban para bajarme y acompañarlos, la renta de un equipo de esquí no es nada barata, así que nada mejor que seguir mi camino. Pero unos kilómetros más adelante el autobús se detuvo por completo y el chofer nos invitó a bajar. Y allí, en medio de las montañas con solo la carretera y un par de baños públicos, arribó otro autobús en el que tuvimos que trasbordar. La capa de nieve poco a poco empezó a desaparecer, pero el paisaje se fue convirtiendo en algo cada vez más extraordinario. Sentarme sobre el cómodo asiento de ese autobús por el que desembolsé 50 euros me hacía sentir que había pagado un verdadero paseo turístico. Con aquella carretera que atravesaba los más hermosos paisajes noruegos, no había necesidad alguna de contratar un tour. No tardamos en alcanzar los fiordos, accidentes geográficos que significan para Noruega la mayor parte de de los ingresos del turismo internacional. Los fiordos son cañones que rodean rías de agua salada que se adentran desde el mar, y cuyo origen se remonta a millones de años atrás, cuando aquellos enormes huecos eran ocupados por gigantescos glaciares. Nueva Zelanda, Islandia y Noruega son quizá los países que mayor fama gozan por sus fiordos. Y aunque en la mayoría de los casos es necesario contactar a una agencia turística para poder navegar sobre ellos o apreciarlos desde la costa, mi fortuna fue tanta que aquella carretera nacional bordeaba los mejores fiordos del país. A la orilla de aquellos monumentales cañones se situaban, sorprendentemente, algunas pequeñas comunidades. En su mayoría constaban de apenas un puñado de casitas, una capilla y un muelle para atracar las embarcaciones. El autobús se detuvo en una de esas singulares poblaciones, y nos dio un par de minutos para ir al baño, estirar las piernas y comprar algo de comer. Yo por mi parte, sabía que debía aprovechar el momento para sentarme a sus márgenes y fotografiar la majestuosidad del fiordo. Luego de más de una veintena de países visitados sabía que no cualquier autopista goza de aquellas privilegiadas vistas de forma gratuita. Más adelante alcanzamos la orilla de otro estuario. Pero en esta ocasión el chofer no se detuvo frente a una cafetería. Siguió su camino de largo hasta detenerse al interior de un ferry. En un país con una geografía tan accidentada como Noruega, son necesarios miles de puentes y túneles para ahorrar tiempo y dinero y no tener que bordear los profundos fiordos. Pero el ferry es otra barata y rápida opción. Así, poco a poco nos fuimos alejando del embarcadero para dirigirnos al otro lado de la costa. Y a bordo de un ferry que navegaba en mitad de un fiordo, no podía permitirme quedarme adentro del bus. Pedí entonces al chofer poder bajar y caminar por la cubierta, mientras fotografiaba las maravillas a mi alrededor. Un yate, un paseo en kayak o un bungee desde lo alto de un acantilado debe ser sin duda una experiencia única. Pero con un presupuesto tan bajo como el mío, poder navegar por un fiordo noruego fue mucho más de lo que esperaba de aquel viaje. Un trayecto que sigo considerando el mejor de mi vida hasta ahora. Llegué a la estación central de Bergen a las 8 de la noche, todavía con un radiante sol sobre la ciudad, que en esa época se oculta después de las 10 pm. Angélica me recogió en el andén. Ella y su novio serían mis anfitriones de Couchsurfing durante los siguientes días. Cogimos juntos el tranvía hacia su casa en el oeste del condado, mientras me contaba un poco sobre ella. Angélica resultó ser una excelente hablante del español. Aunque nació en Polonia, vivió muchos años en Valencia junto con sus padres. Y aprovechando su dominio de idiomas, se dedicaba ahora a dar clases particulares de noruego y español. Aunque bastante lejos del centro de la ciudad, al llegar a su casa supe que era afortunado de hospedarme allí. No todos los días se puede uno quedar en una pintoresca y típica casa noruega de madera. Su novio, Aleks, me dio la bienvenida, y me llevó hasta el jardín trasero, donde otros dos couchsurfers alemanes acababan de llegar y preparaban la cena. Una sopa de lentejas, pan de la India, plátanos asados y un platón de arroz fue un excelente menú después del largo viaje que tuve aquella tarde. Luego de la cena, los alemanes montaron su tienda de campaña en el jardín. ¿Por qué no duermen adentro y evitan pasar frío? —les pregunté—. Porque la sala está reservada para los rusos que llegan en unos minutos. Angélica y Aleks eran quizá los miembros más activos de Couchsurfing en Bergen. No cualquiera acepta hospedar a cinco personas la misma noche. Y como bien lo dijeron, la pareja de rusos llegó a la brevedad. Habían arribado aquella mañana, y pasaron toda la tarde escalando las colinas alrededor de Bergen. Al verlos llegar, todos nos quedamos estupefactos ante el rostro del chico. Estaba completamente hinchado, y de un vivo y radiante color rojo. Era sin duda una severa reacción alérgica. Sin bloqueador solar encima, aquel ruso de piel blanca como la leche había cometido un grave error, y aquellas quemaduras eran merecedoras de un tratamiento médico. Con lo mucho que se dice que se llueve en Bergen se me hacía imposible creer que aquellas quemaduras hubieran sido causadas por el sol de primavera sobre la ciudad. Así me anticipé al calor que colmaría la costa noruega por los siguientes días. Para mí no había, de hecho, nada mejor. A la siguiente mañana desayunamos juntos un potaje de trigo con canela y frutas y sandwiches de queso con salsas. Los rusos se fueron pronto (aquel chico necesitaba de verdad visitar a un médico). Yo por mi parte, tomé el tranvía rumbo al centro de la ciudad. Bergen, al igual que Oslo, está rodeado por colinas de baja altura. que son fácilmente visibles desde el centro de la ciudad. La historia e importancia de Bergen en Noruega radica básicamente en su puerto. Si bien Oslo es la mayor ciudad de Noruega, la ubicación de Bergen en la costa del océano Atlántico la convierte en una urbe sumamente estratégica para el comercio, la navegación y la guerra. No es de extrañarse entonces que el puerto natural de Bergen sea el mayor del país, y que reciba a centenas de cruceros de todas partes del mundo, llenos de turistas deseosos de dar un paseo por su célebre malecón. Aquel día era el primero de mayo, y en Noruega, al igual que en muchos otros países, se festeja el Día del Trabajo. Como un importante día feriado, aquella mañana del lunes la plaza central se llenaba de espectáculos callejeros, pequeños conciertos, y algunas banderas anunciaban un desfile que se llevaría a cabo más tarde por las calles del casco antiguo. Mientras aquel desfile daba inicio decidí visitar una de las mayores atracciones turísticas y comerciales de Bergen: el mercado de pescado. Noruega es mundialmente famosa por su industria pesquera y por sus productos marinos, que exportan a todos los rincones del mundo. Aunque es de saberse que sus pescados y mariscos no son nada baratos, los fanáticos de la comida marina acuden a este mercado para deleitarse con los excéntricos platillos y productos que en él se pueden encontrar. Desde anguilas eléctricas y aceite de foca hasta carne de ballena. Esto último representa quizá la mayor controversia de Noruega a nivel mundial, ya que solo otro país del planeta apoya la caza de ballenas: Japón. Para mi desfortunio, ningún negocio de pescados ofrecía muestras gratuitas, e indispuesto a pagar las exorbitantes cantidades de dinero, me fui del mercado sin probar un solo bocado. Pero antes de salir, una chica se me acercó, ofreciéndome degustar el salchichón de alce. Vaya si los noruegos estaban obsesionados con la carne de alce. Al otro lado del viejo embarcadero las casitas de colores en madera del malecón crean la postal más famosa de Bergen. Se trata de Bryggen, el más antiguo barrio de la ciudad, donde se reunían los comerciantes marítimos que provenían de todos los rincones de la Liga Hanseática, una comunidad comercial y defensiva del mar Báltico y el mar del Norte que por varios años representó la principal actividad económica de Europa. Aunque junto a las coloridas casitas se ubican ahora edificios de una arquitectura similar, pero construidos en piedra, las edificaciones en madera son las originales que formaron Bryggen, y que incluso han sido declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Y para apreciarlas más de cerca le di la vuelta al malecón para posarme frente a ellas. Por la naturaleza de su materia prima, Bryggen ha sufrido varios incendios a lo largo de su historia, y las casas que hoy se yerguen en el malecón datan del siglo XVIII, posterior al último incendio que arrasó con el conjunto. Adentrarse al interior de Bryggen es un verdadero viaje en el tiempo. Aunque los edificios resguardan hoy restaurantes y tiendas turísticas, su arquitectura, completamente en madera, muestra la veracidad de cómo se vivía en Bergen hace tres siglos. Parecía un pueblo del viejo oeste, solo que rodeado de montañas y bosques en vez de un infernal desierto de arena. Los bustos de alces y renos eran animales disecados de verdad, muestra de lo importante que ha sido la caza de estas especies en la península para el sustento de sus habitantes. El sonido de las batucadas me llamó de vuelta al malecón, así que corrí para encontrar un lugar en la acera y poder disfrutar del desfile del Día del Trabajo. Aunque es algo que ya he visto varias veces en México, no es lo mismo mirarlo con la bandera noruega ondeando en lo alto de los marchantes. Y la banda de guerra real de Noruega es algo imposible de ver en un desfile de trabajadores mexicanos. Pero aquel desfile iba mucho más allá del apoyo a los derechos del trabajador y los sindicatos. Noruega es un país que acoge a miles de refugiados, y su presencia se hizo notar con carteles que exigían el final de la guerra en Siria o la liberación de Palestina por parte del gobierno israelí. Incluso me volví a topar con la bandera republicana de España, que había visto en grupos separatistas de Galicia durante mis meses en Santiago de Compostela. Feministas, comunistas y varias minorías se hicieron notar como parte de la fuerza laboral noruega. Luego de una hamburguesa y un helado en un parque del centro, volví a casa de mis anfitriones para unirme a la cena que preparaban con sus amigos polacos. Por alguna razón, los polacos son una de las más grandes comunidades de inmigrantes en Noruega. Una sopa de verduras y muchas salchichas saciaron nuestro apetito. Y luego de un par de cervezas nos fuimos a la cama. Aleks y Angélica vivían en un suburbio a las afueras de Bergen, llamado Paradis. Al parecer no había muchas cosas interesantes por hacer alrededor, pero bastó con googlear un par de palabras y encontrar una atracción que no podía perderme, y que estaba a tan solo un kilómetro al norte. Caminé entonces unos quince minutos hacia Fantoft, siguiendo una carretera y adentrándome en un profundo y solitario bosque, que con un ligero viento y el sonar de la hojarasca por el suelo, debo confesar que fue bastante tenebroso. En mitad de aquel bosque apareció la iglesia de Fantoft, una de las tantas Stavkirke en Noruega. Los Stavkirke son antiguos templos cristianos construidos en madera que fueron muy comunes durante la Edad Media en el norte de Europa. Hoy, la gran mayoría que aún quedan en pie se encuentran confinadas en Noruega, siendo la mayor de ellas (la iglesia de Urnes) Patrimonio de la Humanidad. Algunos creen que tienen orígenes paganos provenientes de los pueblos vikingos (y vaya que lo parece). Incluso, hace pocos años algunos de estos templos fueron utilizados para cultos paganos que resurgieron en Escandinavia. Para mi suerte, una de las Stavkirkes se encontraba en Bergen, a unos cuantos pasos de la casa de mis anfitriones. La imponencia de su arquitectura y sus sombríos colores me llevaron sin duda a un oscuro cuento nórdico, especialmente a una partida de uno de mis videojuegos favoritos (Age of Mythology), donde los dragones y los gigantes de las montañas defendían sus templos ante los pueblos enemigos. Pero aquella Stavkirke se trataba simplemente de una reconstrucción datada de los años 90s, aunque el templo original se erigió en 1150. La razón, es que muchas de estas iglesias fueron objeto de incendios provocados intencionalmente por los grupos de black metal noruego. La de Fantoft, lamentablemente, no fue la excepción. Volví a casa con Aleks y Angélica para tomar el almuerzo. Luego de ello me dirigí de nuevo al centro de Bergen. Esta vez me dispuse a subir a una de las siete colinas que rodean la ciudad. La montaña de Fløyen es la de más fácil acceso y más visitada por los turistas. En buena parte, porque es la única que posee un funicular que transporta fácilmente hasta su cima, a unos 320 metros de altura. Pero yo decidí caminar. Tras veinte minutos cuesta arriba la cima y el centro de visitantes aparecieron frente a mí, dejando a mis pies la mejor vista de Bergen, de sus montañas y su bahía. Muchos de los turistas aquella tarde habían bajado de los cruceros que se aparcaban en el puerto. Bergen recibe cruceros de todo el mundo literalmente a diario. La tarde era bastante calurosa. Nunca creí ser capaz de pasearme con una bermuda y una playera por una ciudad noruega. Pero el sol era ardiente, y el bochorno uno que rara vez había sentido en Europa. Antes de bajar me di una vuelta por los parques en la cima de Fløyen, bastante concurridos por las familias. La temática, como de costumbre, eran los trolls. Aunque bastante tenebrosos para muchos, los niños noruegos parecen estar acostumbrados a estos escalofriantes seres míticos de Escandinavia, con los que se regocijaban a las risas. Descendí la colina, esta vez tomando un rumbo diferente, adentrándome en las callejuelas de un barrio residencial donde otro puñado de casas de madera aparecieron a la vista. Esta vez los colores no eran tan vívidos, y el blanco era el único predominante en las fachadas. Pero la bella arquitectura de las casas noruegas no se comparaba con nada que hubiera visto antes. Cogí el tram de vuelta a casa, donde me reuní con un nuevo grupo de couchsurfers, tres chicas polacas que habían llegado de visitar uno de los fiordos. Al parecer, habían corrido con tanta suerte que se habían hospedado en casa de un couchsurfer que resultó ser dueño de un yate, en el que las llevó a navegar por los fiordos de la costa oeste. ¡Vaya envidia! Pasamos la noche con un plato de pasta y tragos de vodka. A la siguiente mañana, las invitadas me recomendaron una última visita por la zona: Gamlehaugen, una antigua residencia real que hoy se ostenta como parque público. Lo que antes era una granja fue adquirida por el magnate Christian Michel en 1898. Dueño de varios barcos, Christian llegó a convertirse en el Primer Ministro de Noruega, y es hasta el día de hoy el político más prominente que ha tenido el país, ya que ayudó a que el estado lograra su independencia de Suecia en 1905. A orillas de una ensenada de agua salada, la residencia de Christian Michel fue una excelente opción para mi última tarde en Bergen, con las risas de los adolescentes y las casas de hobbits que parecían sacadas de un cuento de hadas. Aquella noche me dirigí al aeropuerto para tomar mi rumbo de vuelta a Suecia. Bergen y sus fiordos me habían dado el toque natural que mi viaje necesitaba. Ahora era momento de volver a otra gran ciudad, la más grande de toda Escandinavia.
  29. 3 puntos
    Muchos creen que es fácil partir al extranjero para trabajar fuera por un tiempo (o quizá para siempre). Pero las cosas no son como en las películas ni como en Facebook. Allí mostramos nuestra mejor cara, la parte feliz. Nunca la parte mala, ni todo lo que pasamos para estar donde estamos. Así que aquí algunas cosas de la dura realidad para trabajar en el extranjero. Una cosa debe quedarnos en claro: EN TODOS LOS PAÍSES HAY DESEMPLEO. En algunos menos, en otros más. Así que no se puede esperar encontrar trabajo en un día. ¿Cuáles son los pasos para trabajar fuera? Bien, tenemos varias opciones. La segura y la insegura. La insegura es salir de nuestro país sin ninguna oferta ni plan a futuro. Llegar a nuestro destino y empezar a buscar. Pero he aquí el problema. Si llegamos solo con nuestro pasaporte entraremos en calidad de turistas. Legalmente no tendremos el permiso de trabajar. Y conseguir un permiso de trabajo una vez estando en el país será muy complicado. Sino pregúntenselo a todos los latinos que han cruzado la frontera hacia Estados Unidos. ¿Pero podemos trabajar sin permiso? Sí, pero solo obtendremos trabajos informales, y eso con mucha suerte. Un empleo sin contrato. Dígase camarero, servicios de limpieza, trabajador doméstico. Y si tenemos algún problema del tipo laboral no podremos defender nuestros derechos, porque legalmente no estamos aptos para hacerlo, sin mencionar que no podremos exigir un sueldo decente. Además, como turistas se nos dará un límite de tiempo de estancia de unos tres meses, dependiendo del país. Y si nos quedamos más tiempo del que nos dieron, al salir tendremos que pagar una multa nada barata. Se nos podrá deportar y se nos podrá negar la entrada al país en el futuro. Y si decidimos nunca salir, entonces seremos oficialmente inmigrantes ilegales. Y yo creo que a nadie le gustará saber realmente cómo es la vida de un ilegal en otro país. La forma segura es hacerlo con una visa de trabajo. Es el visado que nos permite laborar legalmente en territorio extranjero y lo podemos obtener en el consulado de nuestro país destino. ¿Cómo obtener un visado de trabajo? Debo advertir que puede no ser tan fácil. Entre todos los documentos (que pueden incluir grados de estudios, actas de nacimiento, cartas de antecedentes no penales, muchas veces traducidas al idioma nativo) se nos pedirá siempre un contrato de trabajo. Sí, debemos obtener un contrato en nuestro destino antes de salir de nuestro país. ¿Cómo hacerlo? No hay respuesta. Cada quien debe arreglárselas para conseguir el contrato. Buscando en internet, enviando CVs, cartas de motivación, usando contactos o conocidos en el extranjero. El proceso de búsqueda de trabajo en todos los países suele ser el mismo de siempre. Pero algunas empresas pueden ser más estrictas en sus requisitos. Por ejemplo, muchas veces algunos países no nos dejarán ejercer una profesión que no es la nuestra. En Estados Unidos casi nunca podremos dar clases si no tenemos un título en pedagogía, enseñanza o similar. O en Noruega no podremos hacer marketing si nunca estudiamos marketing. Así que si cumplimos los requisitos, logramos tener una entrevista online y la empresa nos acepta, ¡felicidades! El siguiente paso será que la empresa nos envíe una carta de aceptación o contrato, donde se especifique el tiempo por el que nos contratarán. Con ello podremos tramitar el visado en el consulado. Y cabe aclarar: los consulados siempre tienen el poder de decidir si nos otorgan o no el permiso. Si hay algo que no les parece de nosotros podrán negarnos la visa. Aun cuando la empresa ya nos haya enviado un contrato. Y esto es muy común con el Consulado de Estados Unidos. Finalmente, si hemos sido contratados y conseguido la visa no quiere decir que podremos vivir para siempre en el país. La visa de trabajo tiene una fecha de vigencia que coincide con el término del contrato. Luego de ello estamos obligados a salir. Si el empleador decide renovar nuestro contrato entonces podremos prolongar nuestra estancia en la oficina de migración. Y si nuestro objetivo es conseguir la ciudadanía, sepan que tomará algunos años. Aunque la forma más rápida será siempre casarse con un nacional, si en verdad encuentran el amor o arreglan un matrimonio por dinero (no lo hagan). Existen algunos programas que nos facilitan el trámite o nos pueden conseguir un contrato más rápidamente. Y de ellos hablaré después.
  30. 3 puntos
    Un par de días en Malmö habían significado una verdadera e inesperada aventura con la que me di a mí mismo la bienvenida a la península escandinava. Atravesar las islas danesas hasta el puente que las une con Suecia solo pidiendo aventones en la carretera fue algo sin duda bastante inusitado. Pero nadar desnudo en el mar Báltico bajo aguas de 6°C me sorprendió más de lo esperado. Los cuervos, un puente colgante, el horizonte de Copenhague al otro lado del mar, la gran comunidad de inmigrantes iraquíes, un rascacielos torcido, un sauna sobre la playa. Cada pequeña cosa me produjo un exquisito sabor de boca que dejaría a Escania y a Suecia en el bagaje de mis buenas memorias de viaje. El jueves por la mañana almorcé en un restaurante oriental con Andreas, quien me alojó en Malmö y me mostró la dicha de los saunas suecos. Luego de un plato de falafel me condujo hasta la estación central, donde lo despedí para luego tomar mi autobús hacia la frontera noruega, a más de 500 kilómetros hacia el norte. Con más de siete horas de camino sabía que una buena lista de reproducción y un puñado de snacks alivianarían la pesadez del viaje, aunque los autobuses escandinavos no le piden nada al resto de las compañías europeas (lo que incluye el precio, que de hecho, no fue tan caro). Pero tras unas horas a bordo, las imágenes al otro lado de la ventana me hicieron saber que aquel trayecto no sería, en absoluto, algo aburrido. Al contrario de todo, Escandinavia comenzaba a dejarme ver la belleza natural que atrae a tantos turistas a sus costosos rincones. De nada me arrepentí más que de haber dejado mi cámara en el equipaje debajo del autobús. Pero los bosques de coníferas a mi alrededor me hicieron olvidar todas mis preocupaciones al instante. El verde y exuberante follaje del bosque que rodeaba la carretera E20 me dejó muy en claro el respeto que Suecia le tiene a la madre naturaleza. Y al llegar a Noruega las cosas no cambiaron mucho. Noruega es el primer país del mundo que prohibió la tala de árboles, argumentando que como parte de su modelo nórdico de bienestar, la naturaleza forma una pieza esencial en la calidad de vida de sus habitantes. No es de extrañarse que Noruega figure como el país con el más alto índice de desarrollo humano en el mundo, mostrando no solo que es un país rico (situado en tercer lugar por su PIB), sino uno que se preocupa en demasía por el bienestar de sus ciudadanos. Aunque Noruega forma oficialmente parte del Espacio Económico Europeo y del Espacio Schengen, no pertenece a la Unión Europea. La mayoría de los noruegos no aprueba la adhesión del país a la UE, ya que creen que puede perjudicar su estado de bienestar. Simplemente parece ser que no lo necesitan. Y aunque el Espacio Schengen ha roto las fronteras europeas para crear un libre tránsito, una pequeña caseta de peaje con gendarmes de seguridad fue lo que nos dio la bienvenida al país. A pocos más de 100 kilómetros de la frontera nuestro autobús llegó a Oslo, la capital noruega en la que pasaría un fin de semana entero. Mi viaje en los países nórdicos dependía muchísimo de Couchsurfing. Sin esta red de anfitriones me habría sido imposible costear el hospedaje, que en Escandinavia puede subir hasta casi los 50 euros por noche en una habitación compartida. Y en efecto, había corrido con mucha suerte. Y en Oslo sería Danny quien me hospedaría por un par de días en su apartamento de soltero. Fuera de la estación central, donde el autobús me dejó cerca de las 10 de la noche, cuando apenas se había ocultado el sol en la ciudad, los rieles del tranvía me indicaron el camino. Con lo costoso que pueden llegar a ser las multas no podía arriesgarme a tomar el tram sin pagar el boleto antes. Pero los tranvías en Oslo ya no usan boletos. Todo se maneja por tarjeta o con una aplicación para smartphone. Imposibilitado de adquirir un boleto físico, decidí bajar la app y comprar el ticket en línea, cuyo código QR es válido por una hora e incluye toda el área metropolitana. Y por 33 coronas noruegas (unos 3.5 euros) arribé a casa de Danny antes de la media noche. Ver a Danny cenando alitas de pollo mientras mi estómago rugía de hambre no fue muy agradable. Pero no me atrevía a coger una sin su permiso, mismo que nunca llegó a ofrecer. Me conformé entonces con una barra de chocolate y una taza de té para poder dormir en su confortable sillón. Por la mañana Danny partió al trabajo. Aquel día me tocaría conocer la ciudad solo, y comencé caminando cuesta abajo por Grünerløkka, distrito residencial hoy lleno de cafeterías y bares, barrio mismo en el que me alojaba aquel fin de semana. Aunque el sitio solía resguardar a las familias de clase obrera, actualmente vivir allí no parece nada barato. Y así me lo confirmó Danny, quien se decidió por aquel apartamento solo por compartir los gastos con su ex novia. Ahora que estaba soltero, las cosas se habían vuelto más complicadas. Hospedarme en Grünerløkka fue todo un privilegio, con un balance perfecto entre el paisaje urbano y la naturaleza de Oslo. No tardé en darme cuenta de la fascinación que los noruegos tienen por los alces y los venados, animales que se han convertido en su símbolo nacional, a los que en muchos lugares de la capital rinden homenaje con imágenes y estatuas. Pero hay otro simbólico elemento que se esparce por todo Oslo y, de hecho, por toda Noruega: los trolls. Es quizá la criatura de la mitología nórdica que más fama ha cobrado alrededor del mundo. Han sido representados desde seres gigantes y malignos (como en la saga de Harry Potter) hasta pequeños, incomprendidos y tiernos seres antropomorfos, a los que mucha gente les ha tomado un especial cariño. Aunque los trolls casi siempre son personificados con rasgos bastante feos, muchos han llegado a ver aquella fealdad como algo dulce, y al igual que pasa con los duendes de los cuentos infantiles en Irlanda, la gente ahora los ama y los abraza como parte de su identidad nacional. Pero está claro que la mitología nórdica tiene gustos para todos. Guerreros de leyenda como Ragnar Lodbrok, poderosas bestias como los dragones y los cuervos, figuras femeninas como las valquirias, razas antropomorfas como los enanos o elfos y, por supuesto, el linaje completo de los célebres dioses de Asgard, entre los que se incluyen Loki, Odín y Thor. Las tiendas de souvenir de Oslo lo tenían todo para los coleccionistas y amantes de la historia de los pueblos escandinavos germánicos. Yo como siempre, me conformé con un pequeño vaso de shot. Aunque los dioses de Asgard que adoraban los vikingos han sido desplazados desde la Edad Media por el dios único de la cristiandad, fueron los mismos vikingos quienes fundaron el reino de Noruega y unificaron a sus pueblos en un solo estado. Hoy, la familia real que gobierna Noruega es la casa de Glücksburg, con el rey Harald V a la cabeza, y como toda monarquía tienen su propia y lujosa residencia, El Palacio Real de Oslo. A pesar de que Noruega es prácticamente el reino más rico de Europa en la actualidad, su palacio real no es tan ostentoso como otros, y no se compara con el resto de sus hermanos en el continente. Pero hay que recordar que Noruega se hizo independiente de Dinamarca hace apenas unos 200 años, tiempo en el que el palacio fue construido, y desde entonces el poder del país no creció de forma tan rápida. Con todo y ello, hay cosas que casi en ninguna monarquía europea cambian mucho, como su guardia real que, sorprendentemente, está formada en su mayor parte por adolescentes inexpertos que apenas y rebasan la mayoría de edad. La zona real de Oslo posee algunos otros atractivos e importantes edificios, no solo para los turistas, sino para el pueblo noruego. El Storting es uno de ellos. Construido en 1866, es donde la asamblea del parlamento noruego lleva a cabo sus plenarias. Es poco frecuente encontrar un país donde sus ciudadanos confíen tanto en los miembros de su parlamento. Bien, Noruega es uno de ellos. El Teatro nacional, o Nationaltheatret, es otro de los símbolos de los que los capitalinos y los noruegos se sienten orgullosos. El hermoso edificio neoclásico se remonta a 1829, aunque la apertura oficial fue hasta 1899. Y a pesar de que nació como una institución privada y atravesó varias crisis, el gobierno noruego pudo salvarlo y resguardarlo hasta nuestros días. El padre renacentista de la literatura danesa y noruega, Ludvig Holberg, se presume en una estatua a la entrada del teatro, poniendo en alto ante los visitantes el amor que los noruegos le tienen a su propia cultura. Más allá del palacio real, bajando las cuestas hacia el oeste de la ciudad, me adentré poco a poco en Frogner, el distrito más caro y lujoso de todo Oslo. Muchas de sus mansiones han sido las predilectas por varios países para instalar sus embajadas. Después de todo, parecía que solo un gobierno rico podía darse el lujo de vivir en aquella privilegiada zona junto al mar. Las colinas me llevaron hasta el embarcadero en uno de los estrechos del fiordo de Oslo, la bahía glaciar donde se posa la ciudad. Tras aquel pequeño muelle daba comienzo una península que se adentraba en la bahía, una zona boscosa donde parecía que la ciudad había terminado. Algunas pequeñas casas aparecían en el medio del bosque, y solo tras el montón de árboles de conífera se dejaban ver las señales de la capital. Y de pronto, la criatura que Noruega ha hecho su animal nacional apareció frente a mí. Un pequeño y solitario venado que vagaba por los prados del bosque, pastando libremente y sin mucho miedo a los depredadores. Nada me daba más gusto que saber lo bien que los habitantes de Oslo se habían acostumbrado a convivir con la naturaleza a su alrededor. Casi al toparme de nuevo con el mar, y antes de de adentrarme más en el bosque, me detuve en la primera carretera que visualicé para tomar el autobús de vuelta al centro de la ciudad. El cielo se estaba nublando y no quería que la lluvia me tomase por sorpresa. Caminé entonces por el Aker Brygge, un amplio malecón que representa el paseo más turístico de Oslo, con vista a las islas de la bahía y a las embarcaciones que navegan por todo el fiordo que forma parte de la zona urbana. Es en uno de esos ferrys que Anders Behring Breivik llegó a la isla de Utoya el 22 de julio del 2011 para cometer el ataque terrorista más mortífero que ha tenido Europa, donde murieron 77 personas, la mayoría de ellos niños y adolescentes que se encontraban de campamento en el islote y quedaron atrapados en él. Los atentados y la posterior condena al atacante de ultraderecha ha sido quizá el hecho más controversial en toda Noruega, ya que ante la respetada ley noruega el asesino fue condenado a solo 30 años en prisión, mientras que muchos civiles opinan que merece cadena perpetua e, incluso, la pena de muerte. Los tratos del gobierno noruego hacia sus presos son aplaudidos por casi todo el mundo. Allí, las cárceles (casi vacías) son verdaderos centros de readaptación, donde se trata al reo como un ser humano común y corriente y se le reintegra a la sociedad sin ser discriminado. Pero el caso de Anders, asesino de decenas de niños inocentes por una causa racista y xenófoba extrema, es simplemente algo que se salió de lo que todos los noruegos están acostumbrados en su país. Y precisamente uno de los símbolos de la paz por la que Noruega aboga es el Centro Nobel de Oslo, un museo ubicado en pleno malecón que presenta la lista de los premiados y la biografía de Alfred Nobel. Aunque este último es de nacionalidad sueca, tanto Noruega como Suecia son sedes de entrega del tan reconocido galardón internacional. La llovizna comenzó a pegar cada vez más fuerte contra mí. Y poco deseoso de mojarme en pleno malecón cogí el tranvía de vuelta a casa. Danny había dejado una tarea para mí. Sazonar con especias y sal una pata de cabra y meterla al horno. Aquella noche nos esperaba una reunión de Couchsurfing en su apartamento. Al parecer, él era uno de los miembros más activos de la comunidad en Oslo. Para ello, decidí colaborar con un cartón de cervezas, ya que no tuve tiempo de cocinar nada. En el supermercado, encontré un paquete de cerveza nacional noruega. Y el precio, de 20 coronas, no me sorprendió tanto. Pero al llegar a la caja todo cobró sentido. Las 20 coronas era el costo de cada lata, no del paquete de seis. Casi dos euros por cerveza fue sin duda el mayor precio que he pagado en toda Europa. Y mi sorpresa fue mayor empezada la reunión. Nadie parecía aceptar mis cervezas. Y la respuesta me la dio Angélica, una mexicana que vivía ahora en Oslo con su novio. Los noruegos no comparten el alcohol entre sí —me hizo saber—. Es muy caro en este país, por eso cada quien compra lo suyo. Aquel dato no me pareció la mejor forma de conocer a los noruegos, que después de todo sí que tienen un alto nivel de frialdad. Pero eran los anfitriones de la reunión, y no iba a quedarme con ese mal sabor de boca. La noche transcurrió entre charlas en inglés, comida y bebidas de todo el mundo. Noruega, al igual que Suecia, recibe una gran cantidad de inmigrantes de todo el mundo, y aquella reunión fue una gran muestra de ello. Mexicanos, uruguayos,polacos, estadounidenses, búlgaros, vietnamitas, iraníes y japoneses. No cabía duda de que Couchsurfing siempre es mejor que un costoso hotel. A la siguiente mañana nos levantamos bastante tarde. La fiesta nos había dejado derrotados. Luego de una rápida visita a su madre, Danny volvió por mí y me llevó hacia el norte de la ciudad, una zona montañosa que me hizo sentir todavía más con los pies en Noruega. Subimos andando la colina, que sorprendentemente a finales de abril todavía tenía restos de nieve sobre el suelo. Algunas cabañas de madera aparecieron entre los árboles. Según me contó Danny, es muy común entre los noruegos tener una cabaña en el bosque. Es necesario comprar al gobierno el terreno y conseguir el permiso para talar madera. Él mismo, me dijo, tiene una cabaña a una hora de la ciudad, que construyó desde cero junto con su ex suegro. Desde lo alto pudimos ver el fiordo de Oslo, el accidente geográfico por el que Noruega es tan famoso para el turismo de aventura. Los fiordos son una especie de cañones de origen glaciar que se formaron hace millones de años, cuando los glaciares se derritieron dejando a su paso bocas de agua marina que se adentran en el continente. Al otro lado de la colina, un hermoso espejo de agua dulce me deslumbró entre las altas coníferas. Aquel lago sirve como reserva de agua para la capital entera. Aunque parezca imposible que Oslo un día se quede sin agua, a eso se le llama verdadera prevención. En la cima del cerro llegamos a un restaurante-mirador, donde parecía que muchos capitalinos habían elegido asolearse en aquel hermoso y despejado día. Nos sentamos en una mesa y Danny pidió una pizza de alce. Así es, una pizza de alce. La caza de alces en Noruega está permitida, siempre con un permiso en la mano. Y aunque parezca raro, la posesión de armas por civiles también lo está, pero se trata solo de armas de caza de animales salvajes. Aquello sin duda fue una sorpresa para mí. Danny me contó que incluso su familia se dedica a la caza de alces. A pesar de todo, la regulación gubernamental es estricta, y así se cuida en gran medida la estabilidad de las poblaciones de cérvidos en los bosques del país. A decir verdad, la pizza no fue más que una pizza de pepperoni. Pepperoni de alce, por supuesto. Descendimos caminando nuevamente hasta conseguir tomar el tranvía, que nos llevó hasta el parque de Vigeland, en el oeste de la ciudad. El parque fue creado por el escultor noruego Gustav Vigeland por orden del ayuntamiento de Oslo a principios del siglo XX, y se ha convertido en el jardín más famoso de todo Oslo y Noruega. El parque está repleto de estatuas de figuras humanas que representan la vida cotidiana de toda persona: el nacimiento, la infancia, la adolescencia, el primer amor, la adultez, la familia, la vejez… El monolito central es una de las esculturas más célebres. Es una columna de granito con 121 cuerpos humanos esculpidos que entrelazados forman el bloque entero. Pero la parte más icónica es el puente, orillado por más de 50 esculturas que presentan diferentes facetas humanas. El niño enojado es la que más ha cobrado fama. Quizá sea por su tierna expresión, o por que todos se identifiquen con él. De cualquier forma, el niño enojado se ha convertido en un verdadero símbolo de Oslo. Caminamos de nuevo por el lujoso barrio de Frogner hasta alcanzar el embarcadero, que por fortuna aquel día no se cubría con nubarrones de lluvia. Incluso pudimos ver un par de cruceros navegando por el fiordo de Oslo, que posee la anchura y profundidad suficiente para atracar barcos de gran escala en sus orillas. Danny me llevó hasta Aker Brygge, donde el día anterior la lluvia no me había dejado disfrutar de la lujosa y activa vida que el barrio junto al mar ofrece en Oslo. Los modernos edificios son residencia de los habitantes más adinerados de la capital, pero también alojan centros comerciales, restaurantes, discotecas y museos. Al fondo del malecón, el edificio del Ayuntamiento resaltaba con sus dos icónicas torres. Aquella construcción alberga la entrega del Premio Nobel de la Paz año tras año, lo que lo hace también un importante recinto para los noruegos. Al otro lado de la bahía, la antigua fortaleza de Arkehus es uno de los pocos vestigios que la Edad Media ha dejado en Oslo. Antigua residencia de los reyes, hoy es un museo donde todavía se entierra a algunos miembros de la familia real al morir. Con una cerveza sobre el malecón, pasé mi última tarde con Danny admirando la belleza natural del fiordo de Oslo, su bahía y sus lejanos y boscosos islotes. Mi camino hacia el oeste de Escandinavia no había terminado, y si los bosques y montañas de la capital noruega me habían sorprendido, lo que estaba por ver al siguiente día no tenía comparación alguna.
  31. 3 puntos
    La deshidratación y una terrible jaqueca fueron el resultado final de una noche de sábado en Lyngby, a las afueras de Copenhague. Una fiesta en una residencia estudiantil de Dinamarca me mostró que la fama de los daneses y el alcohol es más que certera. Con la cabeza dando vueltas e intentando recuperar mis fuerzas con una botella de electrolito, fue como tuve que tomar un tren hacia la capital, donde cogí un autobús que me llevó 150 kilómetros hacia el oeste, hasta la isla de Fionia, unida a Selandia por el puente del Gran Belt, el tercer puente colgante más largo del mundo. Pocos kilómetros de tierra y agua separan a Dinamarca y al continente europeo de la península escandinava. La construcción de estos puentes colgantes significan una increíble reducción de tiempos y costos de transporte. Así que no fue necesario tomar un ferry hasta Fionia, y el bus me llevó directamente hasta Odense, capital de la isla. Odense es la tercera ciudad más grande del país. Mis saberes sobre ella eran vagos, pero su cercanía a Copenhague la hacía un destino atractivo. Además, no quería irme de Dinamarca habiendo visitado solamente su capital. A pesar del miedo que había en mí nacido por los altos costos de los países nórdicos, el transporte resultó más barato de lo esperado. Las distancias en Dinamarca no suelen ser muy grandes. Aunado a ello, las carreteras sin peaje son parte del estado de bienestar danés, uno de los muchos beneficios que el gobierno proporciona a sus habitantes. Cerca de las 7 pm el bus me dejó en una carretera en el sur de la ciudad. Mi anfitrión, Liron, me había mandado la ubicación de su casa. Otra vez, se trataba de una residencia estudiantil, junto al campus principal de la universidad de Odense, donde estudiaba letras y enseñanza de la lengua inglesa. Ya que el sol de primavera me sonreía con esmero (a esa latitud la luz solar se esfuma a las 9 pm en abril), decidí caminar hasta el campus, paseándome entre verdes senderos y tranquilos vecindarios. A mi arribo, parecía que volvía a la residencia que me acogió en Lyngby. Esta vez no estoy preparado para una fiesta universitaria, me dije. La resaca era suficiente como para querer solamente recostarme y descansar. Por fortuna, era domingo, y Liron me recibió con una cena que había preparado para sus compañeros de piso, quienes se disponían a disfrutar tranquilamente del clásico europeo: Barcelona contra Real Madrid. No había señales de cervezas que amenazaran mi sosiego. A la mañana siguiente el cielo despertó con furia, y dejó caer la lluvia sobre toda la isla de Fionia. Ni siquiera Liron quiso acudir a su clase matutina para no empaparse en el corto camino. Pero el sol de mediodía hizo de mi visita a la ciudad algo que valiese la pena. Y ya que Liron partiría a sus clases, no dudó en dejarme una de las bicicletas de la residencia para permitirme conocer Odense sobre ruedas. La avenida principal que conecta el campus universitario con el centro de la ciudad me mostró a sus orillas construcciones de ladrillo cobrizo que forman parte característica de la arquitectura danesa. Las iglesias de corte protestante construidas del mismo material dejaban al desnudo la fuerza que la reforma de Lutero trajo hasta la península varios siglos atrás. Al cruzar el río Odense, que atraviesa la ciudad de norte a sur, me adentré en su casco histórico, recibido por el Adelige Jomfrukloster, un antiguo convento que hoy pertenece a la Universidad del Sur de Dinamarca. Aunque Odense es una de las urbes más antiguas de Dinamarca (con más de mil años de haber sido fundada), sus edificios no conservan mucho de la historia medieval que vio nacer a la ciudad. En cambio, la mayoría de sus casonas permiten a uno viajar de vuelta al siglo XVI, época en que fueron edificadas. Muchas de las casas de la calle Overgade, por donde comencé mi andar, han convertido su vestíbulo en negocios que ofrecen a los turistas platillos, cafés, souvenirs e incluso museos. Overgrade fue la mejor manera de adentrarme a Nedergade, la zona del centro histórico donde, aunque se permite el tránsito de vehículos, conserva mucho más la esencia de la antigua Odense. La totalidad de las calles en Nedergade están adoquinadas, y es a veces difícil diferenciar la acera de la propia rúa. Al final uno quiere pasearse por cualquiera de las vías que en ella encuentra. Pero Nedergade se distingue sobre todo por las bellísimas casitas de madera que lucen sus magníficos y vivos colores, incluso en un día nublado como aquel. Las fachadas bajas con ventanales en madera, tejados triangulares en picada y áticos con chimenea hacían del centro de Odense un verdadero pueblito de cuentos. Y no era de extrañarse que aquella villa de ensueño hubiera inspirado algunos de los cuentos infantiles más célebres en el mundo. En mi caminar por Nedergade me topé con la casa más famosa de todas. El lugar que había visto nacer y crecer a Hans Christian Andersen. Aunque a los 14 años Christian Andersen habría de partir a Copenhague para intentar convertirse en un cantante de ópera, el mundo entero lo recordaría como el mejor escritor de cuentos infantiles de la historia. Si “El patito feo”, “La Sirenita”, “El soldadito de plomo”, “La reina de las nieves” y “El ruiseñor” traen a nuestra mente pasajes de nuestra infancia, se lo debemos todo a este enorme poeta y escritor que Odense tuvo la fortuna de acoger. Se dice que muchos de los cuentos escritos por Andersen fueron inspirados en la mitología nórdica. Aunque es verdad que sus múltiples viajes y amoríos con hombres y mujeres pudieron inspirar varios de sus pasajes. Suecia, Alemania, Turquía, Italia, Grecia y Malta fueron algunos de los sitios que el autor pudo visitar, a pesar de haber nacido en una pobreza casi extrema. Odense presume así hoy un museo entero dedicado a Hans Christian Andersen, que aunque está dirigido sobre todo al público infantil, es capaz de cautivar a cualquiera. Finalmente, seguro que alguno de los cientos de personajes creados por su imaginación y llevados a la televisión, cine y teatro, forman parte de nuestros recuerdos de la niñez. Las callejuelas de Nedergade me transportaron sin duda a alguno de sus cuentos. Quizá a “Las zapatillas rojas” o “El soldadito de plomo”. Pero Odense era por sí misma una ciudad que me hacía crear mi propio cuento en mi cabeza. Al cruzar hacia la parte oeste del casco antiguo el centro se convirtió en una enorme zona peatonal, que fue cambiando poco a poco el paisaje circundante. La zona de Vestergade es el área comercial del centro, donde las tiendas de ropa, restaurantes y comercios crean una atmósfera menos fantástica, pero todavía cálida y amena. El palacio del ayuntamiento y las oficinas del gobierno de Fionia se encuentran en su mayoría en este sector, conservando la arquitectura de ladrillos tan típica de Dinamarca. Y no había mejor ejemplo para ello que la catedral de San Canuto, una de las catedrales góticas más grandes de toda Europa. Aunque Dinamarca, al igual que el resto de los países nórdicos, no posee una enorme población católica, los vestigios de Roma y el papado siguen presentes hasta el día de hoy. Un buen hot dog al estilo danés, con pepinillos y salsa Remoulade, fue una excelente forma de aliviar el apetito, para luego dar un último paseo por Nedergade y sus casas encantadas. Me había quedado de ver con Liron después de sus clases en un supermercado central. Era mi turno de comprar los ingredientes para cocinar la cena para él y algunos de sus compañeros de piso. La sorpresa me la llevé cuando Liron no me dejó comprar nada, más que algunas bolsas de nachos para preparar mis chilaquiles. La mayoría de los ingredientes él los tenía en casa, y los que faltaban estábamos a punto de conseguirlos gratis. Cuando una parte de mí creyó que Liron estaba sugiriendo robar el supermercado, el shock se hizo todavía más fuerte al observar la siguiente escena. Liron se sumergió en el contenedor de basura en la parte trasera de la tienda, y comenzó a sacar productos caducados y a meterlos a su mochila. Se llama dumpster diving —me dijo—. Lo hacemos todo el tiempo mis amigos y yo. El dumpster diving era una práctica que sin duda había visto antes. En indigentes, personas pobres, niños trabajadores o drogadictos. Pero no era algo que me esperar de un grupo de estudiantes universitarios en Dinamarca. Los supermercados siempre tiran todos los productos caducados —Liron insistió en explicarme—. La verdad es que la mayoría de esos productos todavía son comestibles y están en muy buen estado de calidad. Mi mente no entendía qué necesidad tendrían aquellos chicos de comer cosas de la basura. Si algo me había sorprendido de Dinamarca era el esmero de su gobierno en preservar su estado de bienestar social. Los daneses pagan el mayor porcentaje de impuestos del mundo, casi de un 50%. Aquello le da a sus ciudadanos carreteras sin peaje, permisos de maternidad pagados de un año, salud pública, gratuita y de calidad para todos, subsidios de vivienda, desempleo, retiro de la vejez y una de las mejores educaciones del mundo entero. Cada estudiante mayor de 18 años (incluidos Liron y sus amigos) recibe 5,384 coronas danesas al mes (alrededor de 725 euros). Eso, sumado a que la universidad es gratuita, me hacía dudar seriamente sobre por qué necesitaban comer de la basura. Hacer el dumpster diving significaba para Liron y sus amigos no solamente ahorrar varias coronas danesas al mes, sino una manera de ayudar al planeta y disminuir el desperdicio de comida. Parecía que aquellos chicos habían entendido muy bien a su edad la fortuna de la que gozaban al vivir en Dinamarca, y desperdiciar comida los hacía sentir culpables de la pobreza que desafortunadamente muchos otros países atraviesan. Dinamarca es quizá el único país en donde la población ha protestado en contra de bajar los impuestos. Los daneses prefieren seguir pagando altos impuestos con tal de mantener su estado de bienestar. Eso demuestra la plena confianza que los ciudadanos tienen en su gobierno. Sin poner en duda las decisiones que vi aquella noche, preparé por primera vez una cena con productos caducados extraídos directamente de la basura. Y sobreviví a ello. Me atrevo a decir que el sabor y la calidad no fue nada desagradable, incluso la del pollo y el yogur que comí de postre. Superado la prueba, Liron me llevó con uno de sus amigos a disfrutar de mi última noche en Odense, bajo el calor de un bar local y acompañados de cerveza artesanal fabricada en la propia ciudad. Dinamarca me había sorprendido, no solo con su excelente calidad de vida, sino con la excelente calidad de sus anfitriones. Y aunque comer de la basura no fue algo que hubiese esperado, demostró todavía más que los daneses son personas increíbles. Ahora me tocaría descubrir las otras caras de Escandinavia. Los países nórdicos aguardaban por mí con más sorpresas bajo el cielo nórdico.
  32. 3 puntos
    La Patagonia de Argentina es una gran región con varios lugares para recorrer. Conocer toda la Patagonia puede llevar bastante tiempo o varios viajes. Allí pueden encontrarse pequeños pueblos, algunas ciudades más grande, Parques Nacionales, Reservas, montañas, lagos... Lugares para conocer en el oeste de la Patagonia Argentina El principal centro turístico del sur de Argentina es Bariloche, es un destino elegido por los egresados, parejas, familias... Es una ciudad con varias propuestas, su naturaleza ofrece distintas postales de playas, ríos, bosques, estepa. Los paisajes son ideales para los deportes de aventura, caminar o simplemente disfrutar de paisajes únicos y disfrutar del aire puro. Cerca de Bariloche se encuentra la pequeña y pintoresca localidad de San Martín de los Andes. San Martín de los Andes es un punto de partida para descubrir varios circuitos turísticos que van desde la clásica e imperdible Ruta de Los Siete Lagos, al Volcán Lanín y otras imponentes postales como el Cerro Chapelco. Siguiendo con el Oeste de la Patagonia se encuentran otros lugares para descubrir como es el caso de Caviahue, es un sitio ideal para esquiar. El cerro Caviahue cuenta con varios medios de elevación y varias pistas de esquí. Durante el verano el paisaje cambia por completo y se transforma en un lugar ideal para hacer senderismo y conectarse con la naturaleza. Cerca de Caviahue se puede visitar el centro termal de Copahue. Uno de los destinos turísticos del Sur de Argentina que recibe mayor cantidad de visitas de viajeros de todo el mundo es la localidad de El Calafate. La razón por la que tantas personas deciden pasar unos días de vacaciones en este sitio, es por ser la puerta de entrada para visitar el Parque Nacional Los Glaciares donde pueden disfrutarse de enormes glaciares como el famoso Perito Moreno. La forma de disfrutar de este paisaje son varias... desde caminatas sencillas por sus pasarelas hasta algunas opciones diferentes y especiales como caminar sobre el glaciar o hacer una navegación para ver los glaciares desde otros puntos de vista. Cerca de la localidad de El Calafate se encuentra El Chaltén, un encantador pueblo de montaña. Muchas personas deciden visitar este sitio en el día mediante una excursión y también están quienes pasan más de una semana allí. Lleva el apodo de la Capital Internacional del trekking, amantes del senderismo y de la escalada visitan este sitio durante los meses de verano. La meca es el Fitz Roy, luego de una ardua caminata puede llegar a verse este paisaje singular. Otro lugar que merece un alto en el camino es Esquel, una ciudad con la Coordillera de Los Andes como Telón de fondo, es el punto de partida para realizar varias excursiones como realizar un paseo en el emblemático tren La Trochita. A 12 kilómetros de la ciudad se encuentra el centro invernal La Hoya, ideal para los amantes del esquí, cuenta con varias opciones y además es uno de los centros de esquí más económicos del país. Desde la ciudad de Esquel puede visitarse uno de los Parques Nacionales más grandes de Argentina, el Parque Nacional Los Alerces, donde pueden verse árboles milenarios y espejos de aguas turquesas. Ushuaia tiene la particular de ser la ciudad más austral de todo el mundo. Tiene varios paseos y excursiones para hacer como por ejemplo recorrer su centro y caminar por la costanera. Una de las principales excursiones que ofrece la ciudad es navegar el Canal Beagle, una experiencia imperdible, al igual que visitar el Faro del Fin del Mundo. Otro paseo imperdible es visitar la ex Carcel del fin del mundo, se trata de un espacio que antiguamente durante los años 1904 y 1947 funcionó como carcel, tenía la particularidad de ser una de las más seguras del mundo y una de las más temidas. En la actualidad funciona como museo. Para conocer más sobre la fauna y flora local, un paseo que no puede faltar, es conocer el Parque Nacional Tierra del Fuego, se llega a destino en el famoso Tren del Fin del Mundo. Destinos turísticos del Este de la Patagonia Sobre el Este de la Patagonia también se encuentran varios puntos turísticos para conocer como es el caso de la localidad galesa de Trelew donde además de disfrutar de una rica merienda de té y tortas, se puede visitar la reserva de Punta Tombo para conocer más de cerca a los pingüinos. Desde Trelew se puede visitar en el día, la vecina localidad galesa de Gaiman, un pueblo donde parece que el tiempo no ha pasado. Siguiendo con los lugares costeros, se encuentra Puerto Madryn, sitio ideal para hacer avistaje de ballenas, pero también para conocer postales únicas y la fauna marina de la región. Existen otros destinos para recorrer como es el caso de la pequeña localidad de Puerto Pirámides, la cual se puede conocer en excursión junto con una visita por la Península. Si la idea es desconectarse y descansar, el destino para ir es entonces la localidad de Las Grutas, un destino de sol y playa que conserva el encanto y la tranquilidad de una pequeña ciudad. Tiene la particularidad de que la marea suele subir y bajar mucho durante el mismo día cambiando por completo el paisaje a la mañana y a la tarde. Comodo Rivadavia más conocida como Comodoro es la ciudad más habitada de Chubut ubicada sobre el este de la provincia. Algunas de sus propuestas turísticas que ofrece esta ciudad son, visitar la Plaza de la Soberanía conocida como el Jardín del Puerto, visitar el Mirador del Cerro Chenque y recorrer el Parque Marino Costero Patagonia Austral. Un paseo por esta ciudad no estaría completo sin antes visitar sus museos y también sus playas.
  33. 3 puntos
    Uno de los peores temores de todo viajero es enfermarse en el extranjero, sin nadie que nos cuide ni nos apapache. Y aunque es imposible controlar las enfermedades que pueden entrar a nuestro organismo, estos son algunos consejos básicos para nuestra salud al viajar. Recordemos que en muchos países comprar medicina en las farmacias puede ser difícil y muy caro, y muchas veces será imposible hacerlo sin una receta. No muchos cuentan con farmacias de genéricos, como pasa en Latinoamérica. En Europa y Norteamérica muchos medicamentos son de patente, ya que dominan la industria farmacéutica mundial, y no se venden tan fácilmente sin una prescripción. Así que un buen tip es llevar con nosotros una dotación de medicina básica en caso de sentirnos mal. Pasar los controles del aeropuerto con medicina no es complicado. Normalmente lo mejor es cargar con una receta que nos autorice tomar ese medicamento, sobre todo si se trata de una enfermedad crónica. En lo personal nunca me la han pedido. Así que llevar pastillas para dolores básicos es importante: fiebre, dolores de cabeza, contracciones musculares, enfermedades del estómago y la garganta. Nombres como paracetamol, ibuprofeno y las aspirinas son conocidos y aceptados en todo el mundo. Las vacunas serán imperativas cuando visitemos países donde existan enfermedades que en el nuestro no hay, como la malaria o la fiebre amarilla. Suele ser común en África, el sur de Asia y Latinoamérica, donde un repelente de insectos puede salvarnos la vida. Para ello habrá que investigar en la página web del Ministerio de Relaciones Exteriores, quienes nos deben decir qué es necesario para visitar cada país. Mucho cuidado. He visto gente pagar cientos de dólares por recibir las vacunas en su lugar de origen. Algunas veces deben ser gratuitas en el país receptor. Así que investiguemos antes de gastar. Las vacunas muchas veces son más una recomendación que una obligación. Así, ni el entrar ni al salir de Brasil nos obligarán a tener la vacuna de la fiebre amarilla. Pero no vacunarnos puede causar una nueva epidemia, como los recientes brotes de sarampión que llegaron a América desde Europa. Es una cuestión más de salud que de trámites de ingreso o salida. En cuanto a los seguros médicos, en teoría son obligatorios para viajar fuera de nuestro país. En teoría. He conocido muchos viajeros que nunca compran uno y aún así pasan el control migratorio. Yo mismo entré a Perú, Bolivia, Argentina, Chile y Brasil sin uno. Se trata de prevenir. No podemos saber cuándo tendremos un accidente o moriremos. Y en cuyo caso, un seguro de gastos médicos será lo más conveniente. ¿Podemos viajar sin comprarlo para gastar menos? Sí, pero nos arriesgamos a que nos nieguen la entrada, además de no tener servicios médicos que nos respalden. ¿Pero la salud es un derecho universal, no? En teoría. Pero la salud cuesta, y es muy cara. Algunos países nunca nos negarán atención médica ni nos pedirán un centavo a cambio, aunque no estemos inscritos al sistema de seguridad social, como en Argentina, Brasil, Cuba o los países escandinavos. Pero en muchos más, como Estados Unidos, podrán atendernos a cambio de una deuda gigantesca en caso de no estar asegurados. O literalmente podrán dejarnos fuera del hospital. Los seguros médicos de gastos mayores siempre especifican qué lugares del mundo no están cubiertos por su póliza, lo que incluye siempre a países en guerra. Y otra cosa, es que hay que mirar siempre la cantidad deducible. Si nuestro diagnóstico y remedio no supera esa cantidad, el seguro no dará ni un centavo a nuestros gastos. Cabe aclarar que la burocracia existe en todos lados, y sacar una cita con un médico en el servicio público puede darnos una espera igual de larga que en nuestro país de origen. Y muchas veces sin una cartilla o tarjeta de seguridad social del país ni siquiera nos la aceptarán. Pero un buen remedio es acudir a las facultades de medicina de las universidades. Normalmente ofrecen consultas gratuitas o muy baratas.
  34. 3 puntos
    Cuando fui elegido por el Ministerio de Educación francés para trabajar en Lyon algunos meses una de las cosas que más me alegró escuchar fue la privilegiada ubicación en la que se encuentra posada la ciudad. La confluencia de los ríos Ródano y Saône que esculpen dos colinas que dominan la metrópoli dan a Lyon el toque perfecto entre urbanización y naturaleza, lo que sin duda me regocijó de haber sido enviado allí en lugar de a ciudades como París. De hecho, desde la cima de la Croix Rousse y Fourvière, las dos colinas lionesas, se podía avistar a lo lejos la figura de los Alpes que custodian la frontera francesa. Algunos dicen que con mucha imaginación y esfuerzo, el Mont Blanc se aparecía en los días más despejados. A pesar de las recomendaciones de muchos, dejé pasar el invierno sin visitar una estación de esquí. Abril había llegado y mucha de la nieve se había derretido, aunque en los Alpes siempre existen picos cubiertos de nieve durante todo el año. Mi firme decisión de pasar por alto el esquí tuvo una sola razón: su alto precio. Por ello aproveché el invierno para visitar otros países que ansiaba conocer. No obstante, sabía que no dejaría pasar los Alpes franceses antes de partir de Francia. Y por ello decidí visitar Annecy. Las villas alpinas como Annecy son famosos destinos turísticos de fin de semana. Fue por eso que mi amiga Lianne y yo preferimos hacerlo un miércoles, día libre para ambos en la escuela donde trabajábamos. 130 kilómetros son los que separan a Lyon de Annecy, ubicadas en la misma región de Auvernia-Ródano-Alpes, aunque Annecy pertenece a otro departamento, el de la Alta Saboya. La Casa de Saboya fue una casa real europea que gobernó un estado independiente por varios siglos, territorio que actualmente forma parte de Francia. La mayor atracción de la Haute Savoie es nada menos que el Mont Blanc, la montaña más alta de toda Europa. Pero poco interesados en el alpinismo, Lianne y yo nos conformamos con admirar los Alpes desde tierras bajas. El tren hasta Annecy no tardó mucho en arribar. Y sin llegado el mediodía, nos dimos cuenta de que habíamos elegido un excelente día para la visita, que gozaba de un radiante sol y un liviano fresco que golpeaba desde el este. La estación central de Annecy está convenientemente ubicada justo al lado del casco antiguo, en el que pronto nos sumergimos en una tranquila mañana despejada de turistas. Las casitas de colores, los preciosos puentes de madera, los balcones llenos de flores y el reflejo de los mismos en los canales de agua cristalina pronto nos dejaron en claro el origen del apodo de Annecy: la Venecia de Saboya. Para ese entonces había perdido la cuenta de cuántas ciudades había ya visitado cuyo apodo fuera “la Venecia de algo”. Brujas, Ámsterdam, Colmar. Pero incluso después de haber estado en la propia Venecia, la belleza de pueblos como Annecy no se comparaba con ninguna del resto. No tardamos mucho en atravesar el centro histórico de la ciudad, que como capital de la Alta Saboya parecía bastante pequeña. Sus caminos nos llevaron hasta un malecón, que recorre un tramo de la orilla del lago de Annecy, el paisaje que todos buscan al viajar a este rincón de Francia. Es bien sabido por muchos el cuidado que Suiza tiene por preservar sus paisajes naturales. Pues bien, ese mismo extremo cuidado lo han copiado sus hermanos fronterizos para conservar lugares como el lago de Annecy. El claro azul de su superficie es testigo de la pureza de sus aguas, que caen directamente desde los picos nevados de los Alpes a sus orillas. El malecón ofrece a sus visitantes una gama de actividades acuáticas para disfrutar mejor del lago, como paseos en bote de remo, botes de motor, veleros e, incluso, practicar esquí acuático en los días cálidos. Ya que el sol todavía no alcanzaba su punto más cenital debido a la temprana hora, no nos era posible divisar la nieve de las montañas, que se perdía difuminada con el azul del cielo. Así que volvimos al centro para dar una caminata. A orillas del canal la iglesia de Saint François de Sales es una de los principales templos católicos que dominan el centro de la ciudad, aunque nada imponente comparado con otras parroquias de su estilo. Los cafés y restaurantes al lado del canal se habían comenzado a llenar de turistas y locales que buscaban un buen sitio para la hora del almuerzo. La razón por la que Lianne y yo teníamos libre los miércoles en Francia era la misma razón por la que muchos franceses podían darse la libertad de almorzar juntos aquel día. El gobierno francés decidió hace algunos años que las clases de educación básica finalizaran máximo a las 12 los días miércoles en todo el país, a diferencia del resto de la semana, en que muchos estudiantes se quedan en la escuela hasta las 5 o 6 de la tarde. Es la manera del gobierno de fomentar el tiempo en familia, brindándole a muchos trabajadores el beneficio de trabajar menos horas el miércoles para pasar más tiempo de calidad con sus hijos. Annecy es también sede de una famosa tienda de helados artesanales, que se han ganado la fama de ser de las mejores heladerías de Francia. Ofrece más de 70 sabores de helados en presentaciones que van desde una bola hasta nueve. ¿Nueve bolas de helado en una villa de los Alpes? Ni siquiera en un día tan soleado podía tentarme una oferta así. La primavera se hacía presente no solo en los floreados balcones del casco antiguo, sino en los árboles que con el viento dejaban caer sus pétalos rosados sobre las calles de piedra. Esas mismas rúas nos guiaron hasta la cima de una de las colinas a orillas del canal, donde se asomaba la torre del castillo de Annecy. Como toda buena urbe europea, Annecy cuenta con su propio castillo fortaleza, que fue residencia de los condes de Ginebra y de los duques de Genevois-Nemours en tiempos en que Saboya era un condado y ducado independiente. Las casitas a su alrededor traen a la mente sin duda a las viviendas de los Alpes Suizos. Su cercanía con el país helvético no solo se nota en sus moradas, sino en sus tradicionales platos como el fondue y la raclette. Y hablando de comida, el hambre se nos hizo presente pasado el mediodía, así que volvimos al centro por un par de bocadillos y un café para despistar el cansancio. En una de las cafeterías de la célebre calle Santa Clara, almorzamos bajo sus centenarias arcadas de piedra. Seguimos nuevamente de largo el canal por su floreado malecón, que para entonces se había llenado ya de vida por el ánimo de sus transeúntes. De regreso en la orilla del lago el sol había ya iluminado los picos de los Alpes, que hasta entonces nos dejaban ver el poder con el que custodiaban la ciudad. Las embarcaciones habían comenzado a zarpar para pasear a los más deseosos por la superficie de la cristalina laguna, sobre la que incluso se veía a un par de aventureros sobrevolando a bordo de un parapente. Sobre el famoso parque de los Jardines de Europa nos sentamos a comer un helado, mientras contemplaba por última vez la siempre extraordinaria cordillera alpina. Nos despedimos de la ciudad, no sin antes decirnos que no sería la última vez que contempláramos los Alpes, así como no sería la última vez que Lianne y yo viajaríamos juntos, ya que un fin de semana después nos reuniríamos para otra fugaz visita a un pueblo francés.
  35. 3 puntos
    El invierno había casi llegado a su fin. Las temperaturas habían subido poco a poco a lo largo de toda Francia. Y en Lyon, donde había estado viviendo los cinco meses anteriores, los parques y jardines habían empezado a poblarse de verdes follajes y coloridas flores. Aunque una chaqueta era todavía muy necesaria al salir por las mañanas y las noches, el sol finalmente nos sonreía a diario y reconfortaba a todos los lioneses, que habían esperado su llegada desde un húmedo noviembre. Mi viaje por Marruecos y Bélgica había sido fascinante. Y es que pocas veces se pasa de un desierto de dunas arenosas con té de menta y turbantes en la cabeza a laberintos arquitectónicos de canales y torrejones medievales acompañado de chocolates y cervezas. Con el arribo de la primavera y el calendario en cuenta regresiva antes del término de mi contrato, decidí aprovechar mis últimos fines de semana libres para conocer más de las riquezas que ofrecía Francia. Desde hacía ya algún tiempo, un chico llamado Fabien me había invitado a conocer su casa y su ciudad residencial en la costa sur del país. Oriundo de Lyon, se había mudado a Menton apenas ese mismo año, donde consiguió un buen trabajo como contador. Hacía poco menos de un año, Fabien había llegado hasta el sureste de México con Olivier, donde yo les di asilo en mitad de su viaje como mochileros por Centroamérica. Ahora era momento de regresar el favor, y tras la insistencia de Fabien acepté hacer aquel pequeño viaje a la Côte d’Azur, la riviera francesa de aguas azules. Menton es una ciudad muy pequeña de apenas 30,000 habitantes. No era muy fácil así encontrar autobuses que llegaran directamente desde Lyon, y los tickets de tren subían sus precios hasta las nubes. La mejor opción fue coger un Blablacar que me llevó hasta Niza, a 30 kilómetros de Menton. Fabien me recogió en la central de trenes en su coche y nos condujo hasta su nuevo apartamento en Menton, el que era su nuevo hogar. Cocinamos algo para la cena y Fabien preparó una shisha. Ya que el consumo de tabaco es un enorme problema de salud pública en Francia, muchas personas han adoptado las costumbres de los inmigrantes árabes en Europa. Y tras un par de fumes de la shisha, nos fuimos a la cama para empezar el siguiente día con energía. Cuando el sol tocó la costa de Menton el sábado por la mañana pude deleitarme nuevamente con las maravillas que el Mediterráneo siempre ofrece a quien visita su litoral. Tras un breve desayuno, Fabien y yo salimos a dar un paseo por las calles de la ciudad, que aunque no muy grande, uno no tarda mucho en darse cuenta de lo que atrae a miles de turistas y jubilados a esta zona del sureste francés. Menton es solo una de las varias localidades que conforman la Côte d’Azur de Francia. Junto con ciudades emblemáticas como Niza, Cannes, Saint Tropez y el Principado de Mónaco, la Costa Azul es el lugar preferido por muchos franceses y europeos para su retiro laboral. No fue extraño así que la mayoría de las personas que encontré por las calles aquella soleada mañana pasaran fácilmente de los 60 años de edad. ¿Entonces por qué Fabien había elegido Menton como lugar de residencia a sus tempranos 25 años? Es una cuestión de prioridades. Por fortuna para él, existe hoy mucho trabajo para los contadores en Francia. Tras su arribo desde América había sido aceptado en al menos tres vacantes en su país natal, incluyendo empleos en París, Lyon y Menton. La diferencia entre los salarios entre París y Lyon podían no variar mucho. Pero en Menton sí. Además de eso, la calidad de vida es muy diferente. Mientras París es la mayor metrópoli de Francia, donde muchos se despiertan, trabajan, comen y duermen, Menton ofrece un ritmo mucho más tranquilo a sus habitantes. Además, París y Lyon no habrían ofrecido las mismas facilidades crediticias para que comprase un apartamento. La crisis inmobiliaria está haciendo cada vez más difícil a nuestra generación adquirir una propiedad en cualquier parte del mundo. Así, Menton fue su mejor opción por el momento. Al final de cuentas, si algún día se aburriera y decidiera mudarse de ciudad, podría rentar su apartamento y seguir pagándolo a largo plazo. A pesar del casi inexistente ambiente juvenil en Menton, parecía una joya dorada para muchos, incluyéndome a mí. Sus vivaces colores, sus aguas turquesas, su radiante sol y la sonrisa de sus habitantes la ponían en el lado opuesto de París o Lyon. Menton se parecía mucho más, de hecho, a las ciudades italianas del Mediterráneo que a las grandes urbes francesas. Y no estaba muy alejado de la realidad. A solo cinco minutos hacia el este da comienzo la costa italiana. Menton es la última localidad del sureste francés, ubicada justo en la frontera con Italia. Frontera con Italia. Y de hecho, la ciudad y toda la Côte d’Azur pertenecieron por varios años al reino de Cerdeña, que después formaría parte del Reino de Italia. Pero Francia logró anexionarse toda la costa, a excepción de Mónaco, que mantuvo su autonomía a pesar de su diminuto territorio. Al este de la ciudad, justo al lado del antiguo puerto, da comienzo la ciudad vieja, de callejuelas verticales que suben los acantilados naturales y las fachadas de color ocre de sus casas. Los callejones peatonales del casco antiguo me trajeron a la mente los pueblos de la Liguria italiana. Me refiero a Cinque Terre, la imagen más famosa del Mediterráneo occidental. El corazón del centro histórico lo domina la iglesia de San Miguel Arcángel, la más grande de toda la Costa Azul de Francia. Su estilo y fachada de estilo barroco es exquisito para cualquiera de los visitantes. Pero nada maravilla más que la increíble vista que se tiene desde su explanada central, posada justo a orillas del litoral. Menton es también reconocida por sus jardines perfectamente cuidados. Muchos botánicos extranjeros introdujeron en esta ciudad especies tropicales, que crecieron sin impedimento debido al microclima que posee, entre el cálido Mediterráneo y los Alpes marinos. De hecho, es conocida como “la ciudad del limón”, ya que es la única zona de Francia donde crecen los limoneros. Cada año, en febrero, se celebra la Fiesta del Limón, donde se decoran carros alegóricos con toda clase de cítricos. Una verdadera obra de arte que forma parte de las principales festividades de la costa francesa, junto con el festival de cine de Cannes y el rally de Fórmula 1 en Mónaco. Menton y la Côte d’Azur son sin duda una zona de alto poder adquisitivo, donde no cualquiera puede darse el lujo de vivir. Los precios de las casas en esta zona incrementan año con año, y no por nada la mayoría de quienes la eligen son los ancianos, y no los jóvenes, que apenas dan comienzo a su vida laboral. Algunas propiedades en Menton son verdaderas mansiones, que parecen haber sido erigidas por los más poderosos jeques árabes. Fabien, por el momento, se conformaba con un pequeño estudio en lo alto de un edificio habitacional. Luego de una mañana de paseos por su ciudad, nos dirigimos al mercado local. Cercano el mediodía, decidimos que era tiempo de un bocadillo que saciara nuestro apetito antes de seguir con nuestra jornada. La comida en esta región de Francia se asemeja mucho más a la comida italiana. Después de todo, se trata de la costa sur. Y nada mejor para mí, pues la dieta mediterránea es de las más sanas a nivel mundial. Unos bocadillos con tomate deshidratado, ajo y queso ricotta llenaron nuestro estómago momentáneamente, así que volvimos al apartamento y cogimos de nuevo el coche. Era momento de dirigirnos al oeste y conocer más a fondo la Costa Azul. A tan solo 10 km de distancia Fabien se detuvo frente a unos acantilados, que dejaban bien marcado la típica orografía del litoral. A nuestros pies, sobre las laderas de aquellos riscos, apareció el Principado de Mónaco, el segundo país más pequeño del mundo, luego de El Vaticano. No podía creer que un país entero pudiera aparecer en una solo foto, tomada desde un acantilado a solo pocos metros de altura sobre la costa. Mónaco era sin duda más pequeño de lo que pensaba. Dos puertos, un pequeño cabo y un montón de edificios apilados entre sí formaban el Principado que hasta el día de hoy sigue conservándose como un estado independiente. A pesar de todo, Mónaco es uno de los países más ricos y caros del mundo. Sus habitantes son simplemente multimillonarios. Y es por eso que el gobierno es muy estricto con las leyes de registro civil. Y el mayor ejemplo de ello es el caso de mi amiga Liane. A pocos metros al sur de Mónaco, tuvimos la vista de Cap d’Ail, un pequeño cabo hogar de una diminuta localidad perteneciente a Francia. Cap d’Ail es el lugar donde los padres de mi amiga Liane (ambos del Reino Unido) solían vivir y trabajar en los años 90s. Conocedores de la naturaleza humana, esperaban el arribo de Liane después de 9 meses de gestación. Pero el parto vino adelantado, y a falta de un hospital en Cap d’Ail donde la madre pudiera dar a luz, se dirigieron rápidamente a Mónaco. Así, Liane nació oficialmente en Mónaco, pero la ley no concede la nacionalidad a nadie solamente por haber nacido en su territorio. Y como Mónaco no es Francia, Liane tampoco era francesa. Y al estar fuera del Reino Unido, no le fue adquirida la nacionalidad inglesa de forma inmediata. Así que tuvieron que pasar un par de meses para que Liane fuera oficialmente parte del Reino Unido. Sin duda, una de las mejores y más interesantes historias de un nacimiento que he escuchado. Fabien me propuso volver a Mónaco al día siguiente, y volvimos al auto para dirigirnos un poco más al oeste. De un lado, teníamos el cálido mar Mediterráneo. Y del otro, la cordillera de los Alpes de pronto apareció de la nada. Era increíble como viviendo en la costa sur de Francia, con tan solo conducir una hora al norte se pudiera llegar a una estación de esquí, que hasta entonces permanecía abierta gracias a los picos nevados de los Alpes. De hecho, la provincia entera donde nos encontrábamos se llama oficialmente Provenza-Alpes-Costa Azul, una de las más fantásticas mezclas de paisajes naturales de toda Francia. Tras pocos minutos en carretera llegamos a Niza, la ciudad más grande de la Côte d’Azur y quizá también la más turística de todas. A 30 kilómetros de la frontera con Italia, Niza había sido el lugar elegido por mi amiga Esther para reencontrarnos luego de varios meses sin vernos. Tras más de un año de trabajo como au pair en Estados Unidos, ahora se encontraba en mitad de su viaje como mochilera en Europa junto a su novio, quien venía de Suecia. El verano pasado nos habíamos visto en nuestra ciudad natal en México, y siete meses más tarde estábamos almorzando juntos en la Costa Azul. La mejor opción en esta ciudad fue sin duda la salade niçoise, una de las más deliciosas muestras de la dieta mediterránea. No era la primera vez que comía una ensalada nizarda, pero era la primera vez que lo hacía en Niza. Una fresca combinación de alcachofas, tomates, pimientos verdes, cebolla, aceitunas negras y huevo cocido, todo rociado con aceite de oliva y perfumado con albahaca, acompañada por un trozo de pan. Una exquisita forma de empezar mi tarde y de dar inicio a un agradable reencuentro entre amigos. Aunque no lo parezca, Niza es una ciudad muy antigua. Fue fundada hace más de 2 milenios por los griegos desde su colonia ya existente en la vecina Marsella. Niza siempre fue un lugar estratégico para el comercio marítimo, ya que se encuentra emplazada en la desembocadura del río Var, y los Alpes en el norte marcaron una fortaleza natural contra los invasores por tierra. Esto la llevó a ser parte de diferentes estados a lo largo de su historia, lo que incluye a los griegos, los romanos, Liguria, Saboya, Piamonte, el Reino de Cerdeña y, finalmente, Francia. Niza pertenece a Francia desde apenas 1860, cuando la invadió por la fuerza aprovechándose de las guerras italianas. Cuando Francia se anexionó la Costa Azul, la mayoría de sus habitantes eran italianos, quienes se vieron forzados a migrar al recién creado Reino de Italia. Francia prohibió el idioma italiano en Niza, clausuró los periódicos, encarceló a los opositores y obligó a todos a aprender el francés. Y si bien hoy es una de las urbes más prominentes del país, su historia deja en claro que su belleza no se debe exclusivamente a los franceses. Así, caminar por las calles de Niza fue para mí y mis amigos como pasearnos por otro pueblo de la costa italiana, lleno de colores, balcones y plazuelas abiertas bajo los rayos del sol. Los campanarios e iglesias ostentan el mismo estilo barroco que encontré en la basílica de Menton, típicos de las urbes italianas de la época moderna. Solo fuera del casco antiguo los bulevares y avenidas construidas luego de 1860 reflejan la Niza francesa, mucho más haussmaniana, con aceras amplias y edificios de piedra, muchos construidos también durante la belle époque. La ropa tendida en el exterior tomando el sol hasta secarse, sobre las plantas y macetas sembradas a orillas de balcones de fierro, me dejaron un exquisito sabor de boca que me trajo los mejores recuerdos de Italia, aunque estuviera oficialmente en territorio francés. No por nada Niza es considerado como el primer destino turístico de la modernidad. Desde finales del siglo XIX la ciudad fue elegida como la preferida de la Reina Victoria del Reino Unido para pasar sus periodos vacacionales. Con la facilidad del transporte traída con la revolución industrial, viajar a Niza y a la Côte d’Azur de Francia se convirtió en una tradición en la aristocracia y la burguesía del norte de Europa, quienes lo eligieron como su lugar de recreo por su clima cálido, sobre todo en invierno. De hecho, la calle más famosa de toda la ciudad nació gracias al ferviente turismo del que ha gozado Niza desde hace casi dos siglos. Se trata del Paseo de los Ingleses. La promenade des Anglais es la avenida que circula al lado de las turísticas playas de la bahía y se extiende por cuatro kilómetros. Fue construida por la importante comunidad inglesa que pasaba sus inviernos en Niza, financiada por ellos mismos. De esta forma, la belleza actual de la ciudad se debe también en gran parte a la influencia de los europeos ricos que llegaban hasta ella en busca de sol y de momentos de tranquilidad. Muchos de los edificios que orillan al Paseo de los Ingleses son lujosos hoteles y casinos que se construyeron durante la belle époque para acoger a los más adinerados visitantes, y aunque hoy Niza no es mucho más turístico que París o Londres, es un vivo recuerdo de cómo nació el turismo moderno. De hecho, el nombre Côte d’Azur fue creado por un escritor en esta esplendorosa época de explosión turística, quien usó el término heráldico “azur” que significa “azul” para llamar a esta paradisiaca región de Francia. Los ingleses, por su parte, la llamaban la French Riviera. Mi tropa y yo nos sentamos unos momentos sobre las blancas playas frente a la promenade, para deleitarnos con el sonar de las leves olas mientras comíamos un bocadillo de media tarde. Las playas europeas tienen mucho que envidiar a las ciudades tropicales, de eso no hay duda. Una cama de incómodas piedras y agua templada para mí no era nada que desear para unas vacaciones en el mar. Pero estando en Europa, no se podía pedir mucho más. A un costado de nosotros avistamos el monte Boron, una colina de unos 200 metros de altura que en épocas italianas fue utilizada como base militar. Hoy se colma de hermosos jardines y senderos de pinos que dan un toque diferente al trazo de la ciudad costera. Y desde lo alto se tienen las mejores vistas de Niza, su centro histórico y su litoral. Del otro lado del cerro aparece el antiguo puerto de Niza, muy similar al resto de los embarcaderos del Mediterráneo. Hoy el puerto sirve para que los más ostentosos habitantes aparquen sus yates y botes privados, en los que no dudan en pasear a los turistas que así lo deseen para hacer un poco más de dinero. Bajamos la colina y volvimos a la playa, donde vimos el atardecer hasta bien caída la noche, que iluminó Niza de una forma simplemente mágica. Me despedí de Esther y de su novio, a quienes ansiaba encontrar en otra parte del mundo en alguna otra ocasión. Por su lado, era momento de seguir con la aventura de un mochilero. Yo, por mi parte, regresé con Fabien a Menton para cenar, ver una película y volver a la cama. Si creía que el día me había mostrado lo más caro y aparatoso de Francia y su Costa Azul, debía esperar hasta adentrarme en Mónaco, la verdadera capital del lujo en Europa.
  36. 3 puntos
    Una pandilla de más de ocho países diferentes se despertó una mañana en un hostal de Brujas, compartiendo todos una indeseable sensación: la corpulenta resaca que una noche de fiesta en Bélgica es capaz de dejar. Una cata de las mejores cervezas belgas seguida de baile y más cerveza en un bar local los dejaron caer muertos en sus camas, de las que nadie quería levantarse para desalojar el hostal la siguiente mañana. Una argentina despertó bajo las mismas sábanas que un portugués. Un mexicano y una uruguaya salieron en busca de un desayuno que les quitara de encima el pesar del alcohol. Yo, por mi parte, reñía con mi traicionero reloj biológico, que ni en aquel día me permitió salir de la cama más allá de las 9 a.m. Mark y Andrew, los dos australianos que había conocido la noche anterior, partieron temprano hacia la estación central, para no perder la reserva de su tren a Amberes, a poco más de 100 km al este de Brujas. En esa misma ciudad, Fred esperaba mi arribo aquella tarde, a quien había contactado por Couchsurfing algunos días antes. Así que luego de darme un tiempo de espera en el lobby, me despedí del clan y me dirigí a la central de trenes, siguiendo los pasos del grupo de portugueses, que al parecer también habían elegido Amberes como su próxima escala. Cerca de la 1:30 de la tarde llegué a la ciudad, que me recibió con una de las estaciones de trenes más bellas que jamás haya visto. Aunque la primera estación de Amberes fue hecha en 1836, fue a finales del siglo XIX, entre 1895 y 1905, que el actual edificio fue construido. La enorme estructura que incluye una cúpula sobre la sala de espera fue diseñada por tres de los mejores arquitectos de la época, lo que la convierte en el mejor ejemplo de arquitectura ferroviaria de toda Bélgica. Si bien la época dorada de Amberes se sucedió hace unos cinco siglos, la ciudad quiso competir contra las grandes metrópolis de la belle époque, como París, Londres, Milán y Nueva York. Y aunque no logró su cometido, elementos como su estación de trenes son un gran ejemplo de la lucha que llevó por alcanzarlo. A unos pasos de la extraordinaria terminal, Fred esperaba por mí a bordo de su bicicleta. Llevaba ya varios años viviendo en Amberes, una de sus ciudades favoritas en toda Bélgica, me hizo saber. Y convenientemente para mí, su apartamento estaba a unas cuantas cuadras a pie. Un almuerzo en la comodidad de su casa y una ducha caliente por fin vencieron mis fuerzas, agotadas por la resaca de la noche anterior. Y quedarme a descansar era la mejor opción si quería conocer Amberes con la energía que se necesitaba. Así que aguardé al siguiente día para hacer mi recorrido turístico. Me encontré así la próxima mañana con Mark y Andrew, los australianos que no dejaban de llamarme “Sánchez”, y por una buena razón. La noche anterior, en medio de la juerga entre las cervezas belgas y la música, Mark se quedó mirándome fijamente. —¿Alguna vez alguien te ha dicho que te pareces al jugador Alexis Sánchez? —preguntó—. Sí, me lo han dicho varias veces —contesté con una sonrisa escondida. Y esa era la verdad. No era la primera vez que alguien me encontraba un parecido con Alexis Sánchez. Mis alumnos en Francia me lo decían todo el tiempo. Aunque siempre lo hacían después de saber que mi nombre es Alexis. Aquella noche en Brujas fue la primera vez que alguien me comparó con Alexis Sánchez sin antes saber mi nombre. — ¿Y cómo te llamas? —preguntó Andrew—. Me llamo Alexis —repliqué. Por supuesto, la cara de asombro de ambos por la increíble coincidencia era de esperarse. Sobre todo al ser fanáticos del fútbol europeo y de la Champions League. Después de todo, así como nosotros vemos a todos los chinos iguales, puede que algunas personas nos vean a todos los latinos de la misma forma. Caminé en su compañía hacia el centro histórico de Amberes, cuya primera vista fue la de una ciudad moderna. Una estrecha vía peatonal nos llevó hasta el frente del Boerentoren, la Torre de los campesinos, de 97 metros de altura, la construcción más alta de Amberes. El Boerentoren es un edificio art déco que no parece más atractivo que muchos otros en el mundo ni en Europa. Pero se trata nada menos que del primer rascacielos construido en el continente europeo, convirtiéndose en un ícono de la revolución arquitectónica en 1931, año de su nacimiento. Dos cuadras detrás del rascacielos llegamos a la Groenplaats, una explanada que marca el núcleo del casco viejo de Amberes. Y en su centro lo lidera el mayor ícono de la ciudad: Pedro Pablo Rubens. El reconocido pintor vivió la mayor parte de su vida en Amberes, donde tuvo su taller que hoy se exhibe como museo, y donde consagró a grandes discípulos, entre los que se encuentra Van Dyck. Entrada al taller de Rubens. Rubens fue un orgullo del Imperio Español, ya que durante su vida, Flandes y los Países Bajos estaban bajo el dominio ibérico gracias al matrimonio de Felipe el Hermoso con Juana I de España, a quienes le siguieron el famoso Carlos V y Felipe II. No obstante, los flamencos siempre sintieron a Rubens como un orgullo de Flandes, digno representante del barroco y de la escuela flamenca, a pesar de que la mayoría de sus obras fueron hechas para la casa real española, por lo cual muchas de sus pinturas se resguardan hoy en el museo del Prado, de las cuales tuve la fortuna de ser testigo. No es de extrañarse entonces que homenajes a Rubens se encuentren en cada esquina de Amberes, luciendo su busto como el mejor artista flamenco de la historia. Y sin duda una de las cosas que más nos llamaron la atención al posarnos frente a Rubens fue la imponencia de la torre que salía a sus espaldas, el campanario de la catedral de Amberes. Su hermosa fachada la convierte en una de las iglesias góticas más importantes de Europa, y con la magnitud de su torre no me extrañó encontrarla en la lista de los campanarios municipales de Bélgica y Francia inscritos como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. A unos pasos llegamos a la plaza central, la que solía ser la plaza del mercado en épocas antiguas. Al igual que la Grand Place de Bruselas, la explanada de Amberes deja al rojo vivo la más bella arquitectura que Flandes puede presumir. Altos edificios de tejados en triángulos estrechamente unidos unos a otros. En su centro se yergue una singular escultura, la fuente de Brabo. Cuenta la leyenda de la fundación de la ciudad, en la que el soldado Brabo combatió contra un gigante, y al derrotarlo arrojó su mano al río, dándole el nombre neerlandés a la nueva metrópoli, Antwerpen (hand werpen, algo como mano lanzada). Al lado de la Grote Markt apareció frente a nosotros el Ayuntamiento de Amberes, que aunque no más grandioso que el de Brujas o Bruselas, sigue siendo una magnífica pieza que mezcla estilos flamencos con italianos. Si bien su altura no es imponente, también se encuentra inscrita dentro de la lista de campanarios de Bélgica y Francia reconocidos por la UNESCO. A los costados de la plaza y en nuestro camino hacia el río, una pequeña tienda llamó la atención de los tres. Un pequeño comercio de papas fritas, que según nos habían dicho, era de los mejores de Amberes. Es muy cierto que a comparación de Francia, los belgas llevan una dieta mucho más pesada. Orgullosos de la cerveza y los waffles, las papas fritas no pueden quedarse atrás, y Flandes y todo Bélgica no pierden la oportunidad para recordarle al mundo que las papas “a la francesa” no son francesas, sino belgas. Pareciera que las papas fritas no tienen ninguna ciencia detrás de su elaboración. ¿Qué hay aparte de cortar, freír y salar patatas? Pues bien, la receta original es muy distinta al resto del mundo. Las papas deben freírse en grasa de ternera a una temperatura de 160°C hasta que las primeras papas floten en la superficie del aceite. Después se dejan reposar unos 5 minutos para luego freírlas por segunda vez, esta vez a 180°C, hasta que adquieran su color dorado. El hecho de servirlas en un cono de cartón es para que absorba el exceso de grasa. Un platillo apetitoso, pero sin duda muy calórico, y una gigantesca tentación para quien quiera perder peso y decida viajar hasta Bélgica. Yo, por mi parte, no pude terminar un cono mediano de papas, que acabaron en la boca de Mark. Seguimos andando hasta toparnos con el río Escalda, que rodea al centro histórico en su lado oeste. En sus orillas nos topamos con el castillo Steen, la construcción más antigua de Amberes, la única fortaleza medieval que queda en pie en la ciudad. Fue construido después de las incursiones vikingas durante la Edad Media. Es bien sabido que los pueblos nórdicos saquearon varias de las ciudades europeas, sobre todo las que dominaban en importancia en las costas. Aunque Amberes no figuraba como una de las urbes más admiradas de Europa en el medievo, durante el siglo XVI se convirtió en una prominente potencia comercial, llegando a controlar más del 10% de la economía mundial. Y eso no se debió a otra cosa que a su imponente puerto náutico, que se alzó en las orillas del Escalda, que conecta a la ciudad de forma natural con el Mar del Norte. Para tener una mejor vista del río y del paisaje de la ciudad, los australianos y yo decidimos subir a la terraza del Museum aan de Strom, un moderno edificio de ladrillos y cristal que se posa en el medio de un estanque artificial que se baña con las propias aguas del río. El edificio mide 60 metros de altura, y fue el lugar perfecto para disfrutar de una vista panorámica de Amberes. Aunque el cielo seguía nublado, la suerte corrió de nuestro lado. Y a pesar de un viento que soplaba con fuerza desde el océano, la lluvia no se azotó sobre nosotros. Desde lo alto pudimos ver a lo lejos las siluetas de las grúas y contenedores del puerto de Amberes, el segundo más grande de toda Europa y uno de los más grandes del mundo. En los tiempos en que Flandes floreció como una potencia gracias al dominio español en los Países Bajos, Amberes figuró como el puerto más importante del continente, monopolizando el comercio con trabajadores provenientes de Venecia, Portugal, España y Génova. No era de extrañarse que con la mezcla de las nacionalidades expertas en la navegación y el comercio mercantil, Amberes pronto marcara su lugar en el mundo. Al igual que las ciudades neerlandesas y flamencas que ya había visitado, Amberes también contaba con su propio Red lights district, el distrito de las luces rojas, donde la prostitución y las casas de sexo son algo común, aunque difícil de fotografiar. Y en un día como aquel, parecía bastante vacío. La caminata nos llevó hacia el sur del casco viejo, a la entrada del túnel de Santa Ana, que conecta la Vieja Amberes con la Nueva Amberes, una zona más residencial. El túnel fue inaugurado en 1931 y se conserva desde entonces con el mismo modelo original. Las mismas paredes, mosaicos, incluso las mismas escaleras eléctricas de madera, que fueron las primeras en toda Europa, marcando un hito más de la ingeniería. Nosotros por nuestra parte tomamos el ascensor, un gigantesco sube y baja donde caben 40 personas, incluso con sus bicicletas a bordo. Y es que es normal para los turistas cruzar el pasaje en bicicleta. Después de todo, es más largo de lo que parece, y desde el punto donde estábamos no lográbamos ver el final. No quisimos cruzar a pie y volvimos a la superficie, para perdernos un poco en la Kloosterstraat, una vía llena de tiendas de antigüedades y curiosidades. El barrio de la Kloosterstraat fue otro gran ejemplo del amor que le tienen los belgas a los murales y al grafiti, que aunque menospreciado por muchos, para mí es toda una obra maestra de arte. Incluso el famoso Tintín no tardó en aparecer nuevamente en una de las paredes, el cómic belga más querido por todos, después de Los Pitufos, por supuesto. Caminamos de vuelta al centro y encontramos un buen mercado gourmet donde almorzar, antes de que Mark y Andrew volviesen a su hostal y yo retornara a casa de Fred. Una vez más, me despedí de un par de buenos aventureros que mis viajes me había dado el placer de conocer. Ambos se dirigían ahora a Múnich para asistir un partido de del Bayern. Les deseé la mejor de la suerte, y que por fin algún día conocieran al verdadero Alexis Sánchez, y no a una versión falsa como yo. Esa misma noche volví a Bruselas para luego viajar a París, donde pasé mis últimos días de vacaciones de invierno antes de regresar a mis labores como maestro en Lyon. Bélgica me había dado un primer vistazo de la Europa del norte, y ahora que el clima comenzaría a hacerse cada vez más cálido, era momento de pensar en destinos más soleados y coloridos.
  37. 3 puntos
    El tiempo había pasado más rápido de lo esperado desde mi llegada a Francia. Mis vacaciones decembrinas en la península itálica estaban justo a la mitad, y algo me decía que aquel 24 de diciembre no iba a ser como el resto de mis Nochebuenas. La ciudad de Nápoles y el sur de Italia son famosos por sus soleada costa y sus mediterráneos paisajes, que las diferencian del resto de las metrópolis europeas. Cualquiera hubiera deseado una Navidad en la nieve con luces y mercados callejeros. Yo, por otro lado, elegí una alternativa mucho más rústica. Mi amigo Gianpiero se encontraba en la ciudad de vacaciones y me hospedaba en casa de su familia en la comunidad de Pozzuoli, un costero y pintoresco suburbio de Nápoles. Luego de un tradicional espresso cortado italiano para desayunar, Gianpiero me llevó por las calles que lo vieron crecer desde pequeño. La historia de Pozzuoli se remonta casi paralelamente a la historia de Nápoles. Ambos puertos importantes del Mediterráneo fundados por los griegos y conquistados por los cartagineses, hasta pasar a convertirse en colonias romanas. Estos últimos son los que dejaron más vestigios en esta zona del Golfo de Nápoles, y hoy, entre las casas de los vecinos actuales de Gianpiero y su familia, el Serapeo del antiguo Foro Romano se luce como si fuera un parque más en un barrio periférico. Las ruinas romanas son algo a lo que ya me venía acostumbrando en todas las ciudades italianas y muchas otras urbes europeas. Pero Pozzuoli tenía su propio encanto. Tiendas de conveniencia, vendedores ambulantes, niños en la calle, gritos que resonaban hasta la última de las rosáceas terrazas. Una costa azul turquesa, el sonar de las campanas del mediodía, una pintura descascarada en cada vetusta pared y un olor inolvidable como el de cualquier puerto marítimo. Esta oculta zona de Italia me hacía sentir sin duda mucho más cercano a la cultura latina. Y con un sol como el de aquella mañana de Nochebuena, todo reducto de nostalgia se esfumó por sus coloridos callejones. Y entonces Gianpiero me llevó hasta la principal atracción de Pozzuoli. El conglomerado de Rione Terra, el primer núcleo urbano habitado de la ciudad. Rione Terra es una zona posada en lo alto de un pequeño cerro junto a la costa del golfo de Pozzuoli, donde se establecieron los primeros habitantes por allá del siglo II a.C. Sus calles vieron la evolución paulatina de la arquitectura, religiosidad, costumbres y tradiciones napolitanas hasta el año 1970, cuando se decidió reubicar a todas las personas que allí vivían. La causa, un peligro de colapso por los movimientos volcánicos del suelo, que ponían en riesgo a todas sus construcciones por lo mal conservadas que se encontraban. Y llegó el año de 1980, cuando un terremoto causó severos daños y derrumbes en Rione Terra, donde afortunadamente nadie pereció gracias a las medidas de seguridad tomadas con anterioridad. Pero el gobierno no permitió que los eventos geológicos dejaran en el pasado al más importante de los barrios de Pozzuoli, y hoy se presume totalmente restaurado y abierto al público, como una nueva villa que conserva todavía su espíritu antiguo. Un cálido mediodía nos sonreía en el Mediterráneo y la madre de Gianpiero me invitó a comer un bocadillo en casa antes de seguir mi visita. Dos bolas de mozzarella de bufala campana, el queso mozzarella con denominación de origen napolitano. Cuando pienso en mozzarella no puedo evitar pensar en pizza. Una bolsa de plástico con ralladura de un queso blanco que se esparce sobre una gruesa masa con salsa de tomate. Pero el mozzarella napolitano no es así. Y dos simples bolas hervidas en una olla de agua caliente acompañadas de pan y jamón me demostraron el verdadero e inolvidable sabor del que me atrevo a decir, es el tercer mejor queso que jamás he probado (los dos primeros lugares debo reservarlos al comté y al camembert franceses, por supuesto). La familia Massaro comenzaba a llegar a casa para festejar aquella Nochebuena. Un padre, una madre y una hermana mayor formaban aquella típica familia italiana. Y el tío Angello no tardó en arribar por nosotros. Aprovechando su coche, Gianpiero me ofreció el mejor de los regalos que alguien me había ofrecido en una Nochebuena por mucho tiempo. Visitar las ruinas de la antigua y mítica ciudad de Pompeya, a sólo unos kilómetros al sur de Pozzuoli. Sin dudarlo, acepté la invitación, y el tío Angello nos condujo hasta el sur del golfo napolitano, en la otra punta de la zona metropolitana. Hay quizá varias cosas que vienen a la mente cuando uno piensa en Nápoles. Pizza, la mafia Camorra y el Vesubio. La historia entera de Nápoles no puede separarse de ninguno de estos tres elementos conocidos a nivel mundial. Y así como Nápoles ha sabido salir adelante a pesar de la mafia en sus calles, también ha sabido lidiar con el monte Vesubio, el volcán más peligroso del mundo. Existe una lista con los 16 volcanes de la década, que enumera los volcanes que representan más peligro en el mundo actual, por su constante actividad y por su cercanía a zonas pobladas. Así pues, Nápoles es la zona volcánica más densamente poblada del mundo, con más de tres millones de habitantes a su alrededor. La tranquilidad y felicidad con la que viven los napolitanos me dejó estupefacto. El Vesubio puede verse casi desde cualquier punto de la ciudad, y es un constante recordatorio del poder de la Tierra bajo nosotros. Su última erupción fue en 1944, y destruyó gran parte de la ciudad de San Sebastiano. Pero no cabe duda que su erupción más famosa fue la que tuvo lugar en el año 79 d.C., que sepultó por completo a la ciudad romana de Pompeya. Cuando nos adentramos en el municipio de Pompeya todo a mi alrededor me hablaba de una moderna y civilizada ciudad. Unas 25,000 personas habitan sus calles hoy en día, y la vida transcurre con normalidad. Pero la zona arqueológica es el vivo vestigio de lo que fue una prominente colonia romana por varias décadas, hasta que el incontrolable poder geológico la hizo pagar el precio de su extraña localización. Si bien Rione Terra en Pozzuoli es el mejor ejemplo de lo que una buena prevención puede resultar, Pompeya es la otra cara de la moneda. Una cara que, espero, ninguno de mis amigos napolitanos deba pagar en sus vidas. La entrada a la zona arqueológica por la Puerta Marítima estaba casi vacía. No muchos planean una visita a las ruinas romanas en Nochebuena, pensé. Y eso para mí no era más que una ventaja, que me avisaba lo tranquila que sería aquel paseo vespertino. Entrada a Pompeya por la Puerta Marítima. En aquel entonces, la vista desde aquella entrada a la ciudad daba directo al mar Mediterráneo. Pompeya fue también un puerto de cruce importante en aquella zona del Imperio Romano. Por muchos años se creyó que Pompeya y Herculano (ciudad también enterrada por la erupción) habían desaparecido por completo. Pero en el siglo XVIII las excavaciones arqueológicas en la zona descubrieron los restos de ambas metrópolis. Pompeya fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, debido al vívido testimonio que ofrece hoy sobre el trazado y la vida cotidiana de las antiguas ciudades romanas. El nivel de conservación de muchos edificios de Pompeya es simplemente envidiable. Algo simplemente increíble a mis ojos y al de cualquiera que se adentre en sus aposentos. Pensar que aquellas construcciones vivieron bajo las cenizas petrificadas por varios siglos y hoy es posible caminar sobre ellas como en cualquier otra urbe del mundo. Los primeros restos que aparecieron frente a nosotros fueron las termas suburbanas. Los baños públicos son una constante en las ciudades romanas, y Pompeya no se queda atrás. Pero estas termas eran más bien de una compañía privada, de una dimensión menor a los baños públicos del centro de la ciudad. Entrada a las termas suburbanas. Los arqueólogos creen que existía un espacio exclusivo para las mujeres. Sus paredes y suelos conservan, incluso, pinturas que decoraban los cuartos. Aunque muchos creen que la vida de Pompeya fue inmortalizada por la erupción del Vesubio, los expertos han demostrado que no es así. Antes del año 79, diferentes movimientos telúricos hablaban ya de lo que se avecinaba en un futuro cercano. Y en el 62 d.C. un terremoto destruyó varios edificios de la ciudad, Se cree que muchos pobladores abandonaron la ciudad. Algunos dejaron sus tesoros escondidos para cuando las cosas se calmaran poder volver por ellos. Así, las termas son algunos de los edificios que en el momento de la erupción se encontraban todavía en restauración para enmendar los daños del terremoto. Del mismo modo, el templo de Venus se encontraba en obras en el momento del siniestro. Muchos otros templos religiosos denotan la religiosidad de la que gozaba la ciudad, con monumentos construidos en honor al dios Júpiter, Apolo y una Basílica, el edificio religioso más importante de la antigua Pompeya. Restos del templo de Júpiter. La zona más alucinante es, como siempre, el foro, el corazón cívico y comercial de todas las ciudades romanas. Se encontraba rodeado de algunos templos y de columnas, algunas de ellas todavía en pie. Poseía en su centro estatuas del emperador, de la familia real y de algunos otros personajes importantes de la época. Las figuras que se encuentran en la zona arqueológica de hoy no son todas precisamente del siglo I d.C. Algunas son sólo recreaciones creadas por artistas para hacer ver al foro como normalmente se decoraba en el pasado. Durante las excavaciones se encontraron algunos objetos que los comerciantes exponían en el foro, y que dejaban ver la típica vida del centro de la ciudad. Incluso se encontró una queja escrita hecha por algún ciudadano en una de las tablillas públicas, donde suplicaba no hacer tanto ruido en las calles mientras las personas dormían. Desde el foro se asomaba el imponente monte Vesubio en el fondo, presumiendo su fuerza natural sobre toda Pompeya y el golfo napolitano, y recordándonos siempre el diminuto espacio que ocupamos los humanos en este mundo. Los maravillosos paisajes del foro eran igual de bellos que las calles empedradas de Pompeya, ladeadas por los restos de las casas donde antiguamente vivían sus ciudadanos. En una pequeña colina con vista al mar se erguía otro foro, llamado el foro triangular, que era un segundo núcleo cívico de la urbe. Junto a él, los edificios de espectáculos se encuentran todavía en decentes condiciones para su visita. Es el caso del teatro grande y el teatro pequeño, donde se llevaban a cabo eventos musicales, de teatro y poesía, al estilo del antiguo mundo griego helenístico. El cuartel de los gladiadores deja descubrir también la fuerte tradición romana de aquel famoso espectáculo romano. En Pompeya esta práctica fue prohibida durante 10 años por el emperador Nerón, debido a disturbios ocurridos en su anfiteatro. La zona arqueológica era más grande de lo que había imaginado. Aunque la mayoría de los edificios más emblemáticos se encuentran en la zona cercana a la puerta marítima. Más al fondo, son casi solo los barrios residenciales que exponen un poco del estilo de vida en los suburbios. Es en esta área donde se resguardan algunos de los cuerpos petrificados que se conservaron tras la erupción. Durante las excavaciones, muchos de estos restos tenían huecos en su interior. Los arqueólogos decidieron rellenarlos con yeso para reproducir las posiciones exactas de los lamentables y horribles últimos momentos de vida de aquellas infortunadas personas. Algunos cuerpos se hallaron cubriendo sus caras con pañuelos. Otros abrazando sus pertenencias más valuadas. Algunos otros junto a una botella de veneno, confirmando un suicidio. Y los perros guardianes aún amarrados en las puertas de las casas muestran el terror de vivir una erupción volcánica en carne propia. Con la tranquilidad de una Nochebuena en Pompeya, Gianpiero, Angello y yo nos sentamos a tomar un café en el restaurante del centro de visitantes, sin mirar la hora que marcaba entonces el reloj. Al salir, las puertas laterales del complejo estaban cerradas. No había más gente caminando por las calles. El sol comenzaba a ocultarse en el horizonte y verdaderamente teníamos miedo de que nos hubiesen dejado encerrados en Pompeya en plena víspera de Navidad. Gianpiero corrió y gritó en cada rincón, pidiendo a alguien ayuda para poder encontrar la salida. Hasta que una mujer salió del baño y nos llevó con sus llaves hasta la puerta principal, que se encontraba entonces ya cerrada. Sin más que agradecer por una tarde de paseo en la histórica ciudad romana, Angello nos condujo de vuelta a Nápoles, y me dejaron en la estación Garibaldi para tomar el metro. Aquel día la casa de Gianpiero estaba llena, y lo mejor para mí era quedarme en un hostal. Sin embargo, la calidez de los napolitanos no me permitiría pasar la Nochebuena a solas. Así que unas horas más tarde pasaron nuevamente por mí para llevarme a casa de la abuela, donde una deliciosa cena se servía ya en la mesa principal. Scarole. Un plato de scarole con típicas verduras de Campania. Un plato de spaghetti con almejas y tomate, cuya pasta por supuesto era artesanal, y no industrial. Spaghetti alle vongole. Dos platos de orata y bacalao, pescados típicos para la temporada navideña. Y para terminar, una barra de postres que me dejó con el estómago más que satisfecho. Higos con nuez y pistache, un zeppole (rosquilla azucarada), una torta cassata y el famoso struffoli. ¿Hay algo mejor que la comida de una abuela? Sólo quizá la comida de una abuela napolitana en Navidad. Sin importar que mi italiano fuera nulo, con el espíritu navideño y la traducción de Gianpiero, aquella Nochebuena fue sin duda una experiencia inolvidable (y exquisita, como todo en Nápoles). Al otro día, me tocaría recorrer la ciudad a solas. Así que al salir del hostal, subí hasta la colina del castillo, desde donde se tienen las mejores vistas de Nápoles. A pesar del contraste de su zona histórica con el nuevo y moderno barrio financiero, las panorámicas desde el castillo confirman la teoría de que Nápoles es la ciudad de las cúpulas. Una de las ciudades con más iglesias católicas en el mundo. Bajé una escalinata que me llevó hasta el quartieri espagnoli, el barrio español. Una zona que muchos no se atreverían a recorrer. ¿La razón? La alta presencia de la Camorra. Así como el Vesubio es parte de la vida napolitana, la mafia (conocida como Camorra) es desafortunadamente una realidad que sigue viva en la ciudad. Aquello no quiere decir que día a día haya tiros en las calles, gente muerta o secuestrada. Pero la Camorra está allí, a veces invisible a los ojos del ciudadano común. Una de las causas de la degradación de Nápoles y por lo que muchos italianos del norte temen visitar el sur. A pesar de que la Camorra carezca de un nivel jerárquico y bien organizado, como la Cosa nostra siciliana, el cobro de piso, el tráfico de droga y su indudable infiltración en la política y comercio de la ciudad hace difícil que Nápoles sobresalga al igual que muchas otras ciudades italianas. Para un mexicano como yo, la presencia de traficantes invisibles en las calles y barrios poco atractivos al turismo no eran razón para odiar aquella bella ciudad. Muchos menos en Navidad. La Vía Toledo me llevó hasta la Plaza Plebiscito, una de las más grandes de Nápoles. Desde allí es posible ver el castillo en lo alto y algunos edificios públicos emblemáticos. La plaza tiene su propio atractivo en dos estatuas de caballos posadas de manera paralela. Es una costumbre napolitana intentar caminar entre los dos caballos con los ojos vendados desde el principio de la plaza. Cuenta la leyenda que nadie lo ha logrado. Yo hice el reto y tampoco lo logré. El paseo marítimo lucía casi vacío, algo normal para ser Navidad. Pero me dejó contemplar imágenes inolvidables del golfo napolitano y el Vesubio como su guardián. El Volcán de Fuego en Guatemala, el Eyjafjallajökull en Islandia o el Kilauea en Hawai pueden parecer aterradores. Pero el Vesubio es para muchos geólogos uno de los peores monstruos terráqueos, que puede despertar en cualquier inoportuno momento de la vida de los napolitanos. Lo que para mí pareció una increíble postal navideña, para muchos científicos es un indudable riesgo. Una ciudad que ha sabido sobrellevar su vida a los pies de una viva caldera, es sin duda también una ciudad que debe ser visitada al menos una vez en la vida. Por su gastronomía, por sus paisajes, por su historia y, sobre todo, por su gente. Gianpiero, su familia y los napolitanos me dieron una de mis mejores vacaciones navideñas en mi vida. Al otro día por la mañana sería tiempo de partir, y volver al norte de Italia para adentrarme en el Renacimiento.
  38. 3 puntos
    Mientras el resto de los viajeros con quienes me hospedé en Florencia tomaban un autobús hacia Roma para cumplir con la típica ruta turística de Italia, aquella mañana yo me dirigí hacia la costa mediterránea. Y aunque descendí del tren en Pisa, mi intención no era pasar el día allí. Aún con su famosa torre ladeada, yo me incliné por otra opción. Una que llevaba años esperando poder conocer. Mis vacaciones decembrinas casi llegaban a su fin. Italia había sido un cálido y barato destino para pasar la Navidad. Aunque para año nuevo pretendía estar de vuelta en Lyon. Retomar las clases el 2 de enero es siempre una tarea fuerte, y más valía estar bien descansado. Y viviendo no tan lejos de la frontera norte con Italia, la costa del mar de Liguria es escenario de otros de los múltiples Patrimonios de la Humanidad que el país resguarda, y que no quería perderme por nada del mundo. Así que tras pocos minutos de escala en Pisa cogí el próximo tren a La Spezia, una provincia perteneciente a la región de Liguria. La Spezia no tiene mucho para ver. Pero una enorme multitud de turistas llegaron esa mañana a su estación de trenes y esperaban junto a las vías por el próximo vagón. Caminé hacia el punto de información turística y pedí los precios para visitar Cinque Terre, los cinco pueblos más mágicos de la costa italiana. Debido a la fama que estas cinco pequeñas villas han tomado durante los últimos años, existen hoy diferentes paquetes para los turistas. Algunos incluyen un pase de tren válido por tres días, otros por una semana; pero el más solicitado es el pase de un día, mismo que compré por solo 13 euros. Con aquel ticket era posible durante todo el día tomar cualquier tren entre las ciudades de La Spezia y Levanto y bajar en cualquiera de las cinco estaciones, pertenecientes por supuesto a los cinco pueblos. Eran menos de las 9 de la mañana y los andenes estaban ya repletos, en su mayoría, por chinos, algo que no me sorprendía en lo absoluto. Así que mi primer trayecto desde la Spezia no fue algo confortable. 15 minutos en los que muchos de los pasajeros, incluyéndome, nos balanceábamos parados sin tener un soporte de dónde sostenernos, y respirando hacinados el mismo aire en el que muchos tosían. Aunque algunos tomaron la decisión de seguir de largo hasta la última estación para evitar la conglomeración de turistas, decidí bajar en Riomaggiore, la primera estación después de la Spezia y el más oriental de todos los pueblos. Los pueblos de Cinque Terre son originalmente pueblos de pescadores y campesinos, aunque hoy muchos de sus habitantes viven por supuesto del turismo. Aún así, mis primeros pasos en Riomaggiore me hicieron ver que la vida en aquel diminuto rincón del Mediterráneo acontece como en cualquier otro sitio, con comerciantes de frutos, ropa, bebidas y todos los oficios que a uno se le venga a la mente. Sin embargo, bastó avanzar un par de metros para descubrir que se trata de una villa italiana que nació hace poco menos de ocho siglos. Las fachadas de sus edificios denotan el cliché más vivaz de las ciudades mediterráneas de Italia, con coloridas pinturas y ventanas de madera que dejan filtrar la eterna luz solar. Era sin duda un paisaje que me recordaba a Marsella, sobre todo al barrio Le Panier en su zona centro. Pero al llegar a la costa todo cambió, y Cinque Terre dejó en claro la razón por la que se encuentra en la lista de patrimonios italianos. La particular geografía de la costa de Liguria no impidió a sus antiguos habitantes construir pueblos pesqueros a sus orillas, respetando siempre la ecología y el paisaje que los rodea. Aunque eso no es lo único sorprendente. Al voltear la mirada más allá de sus edificios, Riomaggiore dejó entrever las avanzadas técnicas de agricultura que sus pobladores desarrollaron para aprovechar los terrenos verticales en los que se encuentra emplazada. Así que no solamente se trataba de un mágico y colorido pueblo italiano, sino de una avanzada técnica de producción en un lugar sumamente pequeño. Caminar bajo o sobre los tejados de Riomaggiore fue simplemente una experiencia maravillosa. De aquellas que me hicieron abrir los ojos y darme cuenta de que estaba parado allí. Pero alejarse un poco del pueblo es una buena decisión. Aunque caminar por su embarcadero, sus cafeterías, sus tiendas y rúas son elementos exquisitos, la mejor vista de Riomaggiore se tiene desde los acantilados que la rodean, que dejan ver el conjunto de todo aquello en una misma y emblemática postal. Observar la costa mediterránea es siempre un deleite. Pero hacerlo desde Cinque Terre fue sin duda un momento memorable. Aunque el encanto de Riomaggiore es hipnotizante, la dimensión de los pueblos no permite a la compañía de trenes hacer decenas de trayectos por día. Junto con el boleto, la oficina de turismo me dio una tarjeta con los horarios de llegada y partida de los trenes hacia cada una de las estaciones, que normalmente salen en el transcurso de una a una hora y media. Así que para poder visitar los cinco pueblos de Cinque Terre en un solo día es importante no dejar pasar el próximo tren. Entonces caminé de vuelta a la estación y aguardé por el próximo vagón. Esta vez el tren iba casi vacío. Algunos turistas habían reservado una noche en Riomaggiore. Otros se maravillaron con su belleza. Otros quizá perdieron el tren. El siguiente pueblo a visitar fue Manarola, quizá el menos famoso de Cinque Terre. No muchos turistas gustan de quedarse allí. Su embarcadero es mucho más pequeño. Las posadas y restaurantes tienen vistas menos atractivas. Y desde su orilla nada más que el azul del mar y los acantilados son alcanzados por la vista. Sus calles, sin embargo, mantienen todavía el vivo colorido que caracteriza a Cinque Terre. Como adivinando el itinerario perfecto, el próximo tren no tardó más de 40 minutos en salir de la estación de Manarola. Mis opciones eran tomar ese o esperar una hora más para continuar al siguiente. Y esperando una mejor vista para la hora del almuerzo, continué hasta Corniglia, el tercero de los pueblos. Cinque Terre fue declarado Patrimonio de la Humanidad desde 1997. No sólo por sus pueblos, sino por la hermosa geografía en la que fueron construidos. A partir de entonces, se creó el Parque Nacional de Cinque Terre, por el que hoy existen senderos para llegar caminando de un pueblo a otro. Si bien los senderos deben ofrecer hermosos, pero agotadores paisajes a sus visitantes, un viaje en tren por Cinque Terre es una experiencia alucinante. La estación de Corniglia nos dejó justo frente a la costa de Liguria, a diferencia del resto de las estaciones, que se ubican más bien en túneles que penetran los acantilados de arenisca. Desde las vías se asomaban en lo alto las pintorescas casas que se acomodan en los precipicios, casi como obras perfectas de la naturaleza. Corniglia fue así, el más difícil y cansado de los pueblos. Para llegar a él debí subir varios escalones desde su estación, cargando siempre conmigo mi inseparable mochila, en la que transportaba temporalmente mi vida. Pero todo valió la pena al llegar a la cima, a las rúas de piedra custodiadas por floreados balcones y verdes ventanales de madera. ¿Cuánto costaría vivir en una de esas casas?, me pregunté. Vaya suerte con la que corrían aquellos afortunados que heredan una propiedad en una tierra tan mágica. Aunque para ser sincero, la mayoría de las personas locales simulaban tener más de 60 años. Personas que quizá eligieron Cinque Terre como la mejor opción para su retiro de la vida laboral. Corniglia era el vivo cliché de la postal mediterránea. Ciudades mal trazadas, adaptadas a la costa, con casas de diferentes tamaños, colores, materiales, formas, ornamentación. Un pueblo que demuestra que la imperfección a veces puede ser perfecta. Un pasillo desde la plaza principal me llevó a la abrupta costa de uno de los acantilados, bajo el que las olas de un azul turquesa golpeaban con esmero las piedras blanquecinas. No había mejor lugar para el almuerzo, pensé. Y volví a la plaza principal para buscar un lindo restaurante. Un buen plato de lasagna ragú no solo cambió mis ansias. Me dio un orgasmo bucal imposible de olvidar. Italia no es solo un viaje de turismo. Es una vivencia gastronómica que ni yo, ni nadie, querría que terminase nunca. Y así como nunca hubiera querido irme de Corniglia, era tiempo de moverme si quería conseguir ver las cinco tierras de Liguria. Y bajé los escalones hacia las vías del tren, que me llevaron a Vernazza, el penúltimo de los pueblos. Desde su entrada Vernazza parecía sin duda uno de los pueblos más turísticos y cotizados de todos. Las filas de turistas andando por su calle principal eran parte innata de su paisaje. Además, Vernazza es el lugar ideal para comprar uno de los múltiples recuerdos que los comerciantes venden de Cinque Terre. Camisas, tazas, imanes, postales, llaveros, alhajas, figuras en miniatura. No faltaban por supuesto los restaurantes y heladerías colmadas de asiáticos y niños que rogaban por otra bola de gelato. Pero la magia de la vía principal no estaba en ella, sino al final de su camino, cuando las piedras se topan con el mar. El embarcadero de Vernazza es sin duda el más hermoso de Cinque Terre, ya que deja ver cada uno de los elementos que forman parte de su encanto. Sus colores, sus acantilados, sus cultivos, su capilla, su ensenada, su gente. Y al voltear la cara hacia el otro lado, el último de los pueblos se asoma entre el verde de los riscos, iluminado por un sol que comenzaba a descender. Pero lejos del embarcadero, Vernazza resguardaba también otro atractivo del que pocos turistas se enteraban. Bastaba andar algunas calles hacia el este, serpenteando por sus callejones y escaleras de piedra, por el que muchos visitantes adoran perderse. Y un túnel bajo el acantilado conduce a la única playa de Vernazza, escondida del resto del pueblo por un risco que se cubría con una malla para evitar un posible derrumbe. Un baño en el Mediterráneo entonces por supuesto no era una opción. El invierno de diciembre no permite a muchos un agradable momento en sus aguas. Pero contemplar las olas al nivel del mar es siempre un deleite digno de agradecer. Volví rápidamente a la estación antes de que el próximo tren me dejase. Y pocos minutos después la locomotora apareció desde la oscuridad del túnel. Llegué a Monterosso poco antes de las 4 de la tarde. El más occidental y grande de los pueblos es una buena manera de terminar el recorrido. Desde el principio Monterosso mostró claramente que se trata del pueblo más fácil de recorrer, ya que cuenta con una larga línea de playas tras la que se posa un malecón turístico. Así que para andar por Monterosso no hacía falta subir y bajar muchos escalones, como en el resto de las villas construidas en terrenos muchos más escarpados. Monterosso me pareció lo más moderno de Cinque Terre, con coches estacionados en las orillas, calles de concreto, tiendas de conveniencia con una mayor cantidad de productos y hoteles mucho más prominentes. No obstante, sumergirse en sus calles seguía siendo una experiencia increíble. Si bien la señalización o su pequeño tráfico lo diferencian mucho, sus terrazas y callejones son inolvidables. Volví al malecón, donde parejas y grupos de amigos se aglomeraban para ver la puesta de sol, que comenzaba poco a poco muy cerca del risco contiguo que daba fin al parque nacional. Yo por mi parte pensé que admirar el atardecer en Vernazza sería una mejor idea. Los acantilados no estorbaban tanto a la luz del sol. Y seguro que ver su embarcadero iluminado por los colores de un ocaso sería algo que no querría perderme. Corrí entonces a la estación y tomé el tren de vuelta a Vernazza antes de las 5 de la tarde. Me apresuré a caminar hasta su embarcadero, que se encendía entonces con el rojo vivo del intenso sol. En efecto, no había nada que estorbara los rayos de luz. Solo las oscuras siluetas de las lanchas que navegaban, y la sombra de los turistas que se sentaban a la orilla del malecón. Contemplar un atardecer en aquellas circunstancias hacían cuestionarse la idea de tomar una foto. Quizá sentarse, sin pensar ni hacer nada, era una mejor decisión. Un momento para recordar mi visita a Cinque Terre. El 2016 estaba casi por terminar y aquella puesta de sol me dio uno de los mejores momentos de mi año, cuando otro de mis objetivos de viaje culminó por ser cumplido. Las luces de Vernazza poco a poco comenzaron a encenderse, dándole a Cinque Terre una vida diferente, llena de pizza, café, música relajante y velas en sus mesas. Un destino elegido por muchos como el más romántico del mundo. El último tren me llevó hasta Levanto, la ciudad al norte del parque nacional donde se da por terminado el ticket turístico. Allí compré un boleto para mi último destino en Italia, antes de volver a Francia para recibir el próximo año.
  39. 3 puntos
    La mejor manera de lidiar con el frío en Europa tenía una sola respuesta para mí: viajar. Las temperaturas no dejaban de descender recién comenzado el 2017, y si bien el invierno no es mi temporada favorita para viajar, no me quedaba más remedio para escapar un poco de mi rutina en Lyon. Así pasé un fin de semana en Toulouse, la ciudad rosa de Francia, que me regaló tardes soleadas en bicicleta por sus calles adoquinadas y fachadas de rojizos ladrillos, junto con mi amigo Benjamín, a quien había conocido en México. Pero antes de volver a Lyon, era imperativo hacer una escala a 100 kilómetros al este de Toulouse, en un pequeño pueblo de Occitania que creí que difícilmente me enamoraría más de lo que Toulouse había ya hecho. Aquel lunes, cuando todos los franceses volvían a su rutina normal de trabajo, yo había logrado pasar mi clase para el siguiente viernes. Con un día libre más, cogí el primer tren matutino hacia Carcassonne, y di las gracias a Benjamín por haberme hospedado por dos confortables noches. La estación central de Carcassonne era bastante pequeña, lo que me daba a entender la minúscula magnitud del pueblo, del que poco había leído en el pasado. Antes de salir y enfrentarme a la fría mañana exterior, tomé mi ya rutinario croissant con un café y un jugo de naranja, lo que se había vuelto mi típico desayuno francés. A solo unos pasos de la estación, el Canal du Midi volvió a aparecer frente a mí. Aunque poco sorprendente para los ojos de un hombre contemporáneo, el Canal du Midi fue la obra de ingeniería más revolucionaria del siglo XVII, ya que logró conectar por vía fluvial al océano Atlántico con el mar Mediterráneo. Las embarcaciones fueron el principal transporte en el mundo hasta la llegada del ferrocarril en el siglo XVIII, y aunque el Canal du Midi no se compara con la magnificencia del Canal de Suez o el Canal de Panamá, fue el precursor de estos, y por ello es hoy una atracción turística declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Aunque el Canal du Midi y sus esclusas me regalaban el reflejo de un hermoso cielo azul, no era aquello lo que me dejaría atónito aquella mañana, y con certeza no era lo que me había llevado hasta los rincones de ese pueblo del sur francés. Atravesé el centro de la ciudad baja, lleno de tiendas y comercios que apenas comenzaban a abrir sus puertas al público. En un sitio como aquel, un lunes por la mañana no tenía en absoluto la misma oscilante actividad que en el resto de las ciudades modernas. Al sur del centro de Carcassonne, un puente me atravesó al otro lado del río Aude, cuyo territorio conserva aún las casas medievales en la que solían vivir los habitantes de la ciudad. Hoy la mayoría son comercios dedicados al turismo. Restaurantes, posadas, tiendas de artesanías y souvenirs. Aunque poco se oye hablar de ella fuera de Francia, Carcassonne representa uno de los centros turísticos más visitados del país galo. La vista encima de la ciudad vieja me hizo ver el porqué. En lo alto de la colina adyacente, una enorme ciudadela con torres de castillo se posa todavía como si el tiempo se hubiera detenido, congelado diez siglos atrás. La ciudad histórica fortificada de Carcassonne es la ciudad medieval mejor conservada de Europa, y con mérito le ha hecho merecer el título de monumento histórico por el Estado francés y el de Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Para llegar a la ciudadela debí rodearla por algún tramo, a lo largo de una de las calles de la ciudad baja, hasta llegar a un jardín que antiguamente funcionaba como el cementerio de la villa, ubicado fuera de sus muros. La cara oriental de la ciudadela me dio la bienvenida con la Puerta de Narbona, la que fuera su principal entrada, donde una placa de la UNESCO informa a los visitantes que están a punto de ingresar a uno de los recintos arquitectónicos de mayor importancia de la Europa actual. Hasta aquel entonces, la lista de castillos que había ya visitado en Europa había crecido bastante. El castillo de Peñafiel, el alcázar de Segovia y el castillo de Neuschwanstein en Baviera me habían dejado boquiabierto. No era una tarea difícil, pensando que un chico mexicano no tiene la oportunidad de visitar verdaderos castillos en América, a excepción del castillo de Chapultepec en la Ciudad de México. Pero Carcassonne parecía ser algo diferente. Algo sencillamente monumental. No se trataba de un castillo. Se trataba de una ciudadela, de una ciudad medieval entera que me adentraría en carne propia a la antigua vida de los burgos. Para ello había que entender varias cosas primeramente. Carcassonne no había sido fundada durante el medievo. Es una ciudad que se remontaba a tribus celtas que habitaron la zona antes de que los romanos la tomaran como parte de la Galia, la provincia romana que abarcaba lo que hoy es Francia (donde vivían los galos, algo así como Asterix y Obelix). Fueron los romanos quienes comenzaron la fortificación de la ciudad, ante el peligro de las invasiones bárbaras. Los bárbaros eran aquellos pueblos del norte y centro de Europa, ante los que el Imperio Romano de Occidente sucumbio finalmente en el siglo V. Así fue como los visigodos tomaron Carcassonne y la incluyeron dentro de su reino, que abarcaba gran parte de la península ibérica y la mitad de la Francia actual. Los visigodos continuaron con la fortificación de la ciudad, haciéndola un mecanismo de defensa de la frontera norte de su reino. Aunque ello no impidió que la ciudad fuera invadida por los musulmanes cuando estos incursionaron en la península ibérica en el año 711. No obstante, el gusto le duró a los árabes hasta el año 752, cuando Carcassonne fue tomada por el ejército de los francos. Es desde entonces que Carcassonne quedó ligada de por vida a Francia. La Edad Media que todos tenemos en la mente, aquella con reyes, caballeros, castillos y calabozos, se sucedió más bien en la Baja Edad Media, entre los siglos XI y XV. Fue el auge del feudalismo en Europa. Si bien el feudalismo fue el modelo económico que suplantó al esclavismo de la Edad Antigua en toda Europa, tuvo su mayor apogeo en la Europa Occidental, entre los ríos Rin y Loira, específicamente en el Sacro Imperio Romano Germánico y el reino de los francos. Carcassonne fue así una pieza clave en la Francia medieval, ya que se encontraba en la frontera sur que separaba a toda la Europa cristiana del mundo islámico, que para entonces se extendía por casi toda España. El Imperio de Carlomagno (del que surgieron el Reino de Francia y el Sacro Imperio Romano Germánico) había heredado los títulos de nobleza con los que el poder de los estados se descentralizaría y daría pie a la época feudal. Marqueses, duques, condes, vizcondes, todos subordinados al rey, pero quienes tomarían el poder de sus propias tierras y darían comienzo a la Edad Media que todos conocemos. Carcassonne fue así elevada a la categoría de Condado, por lo que necesitaba un castillo condal. En la zona oeste de la ciudadela, tras caminar unas cuantas calles curvilíneas, me encontré con la entrada al castillo condal. Un castillo dentro de otro castillo. Dentro de la misma ciudadela, el castillo se construyó con una fosa a su alrededor, para proteger doblemente al conde y a la familia condal de posibles agresores. Un puente comunica con el patio principal, que se rodea de edificios que datan entre los siglos XII y XVIII. El castillo condal era por supuesto la residencia del conde, que ostentaba el título con mayor peso en la ciudad. Aunque el rey era la mayor condecoración en la Francia medieval (que sólo podía ser otorgada por herencia familiar o por el Papa, es decir, por Dios), el poder del rey estaba limitado. El rey elegía a sus nobles y les otorgaba un pedazo de tierra (el feudo), ante el cual los nobles tenían el poder absoluto. El noble a su vez elegía a sus vasallos (caballeros, hidalgos), que podían vivir dentro de las murallas de la ciudadela (el burgo) a cambio de prestar protección y servicio militar al señor feudal. Los miembros más ricos del pueblo, como los banqueros y algunos comerciantes, vivían también dentro del burgo. Ellos conformarían más tarde la clase burguesa. Así mismo, el pueblo llano pertenecía al feudo del noble, pero vivía fuera de los muros de la ciudadela. Campesinos, artesanos, ganaderos. Eran hombres libres ante la ley, pero no podían cambiar de feudo ni de estrato social. Aunque toda situación de desprivilegio se compensaba con la gloria del cielo cristiano. Era así como funcionaba la típica sociedad medieval feudal. Una sociedad basada en la agricultura, el autoconsumo, la vida rural y las guerras entre los caballeros de cada feudo. Podemos entonces imaginar que Carcassonne era solo un condado más del Reino de Francia. Un condado que parece haberse congelado en el tiempo. Pero así como aquel, cientos de condados, marquesados, ducados y señoríos se extendían por toda Europa durante los años que muchos apodan ahora el oscurantismo. Desde el castillo condal las escaleras de unas de sus nueve torres me llevaron hasta lo alto de las murallas. Muchas de aquellas torres habían sido ya construidas por los visigodos como mecanismos de defensa. Y cabe mencionar, que la ciudadela entera fue restaurada en el siglo XIX, después de décadas en el olvido por parte del gobierno francés. Así pude yo disfrutar de una caminata en el pasado. Un paseo solitario que parecía haberme llevado a uno de los más grandiosos sueños de mi infancia. Desde la muralla se tenía una vista de 360 grados de Carcassonne, lo que incluía el interior y el exterior de la ciudadela. En el sur de la misma, pude avistar por primera vez la Basílica de Saint-Nazaire, el principal templo católico de la ciudad y un elemento imprescindible en toda urbe medieval de Europa, que para entonces ya se había convertido en su totalidad en cristiana. Fue posible ver también las fachadas de teja de las pequeñas casas que se yerguen todavía en la ciudadela, donde vivía la baja nobleza y los burgueses en su época. Y es que es así, si hubiéramos vivido en la Edad Media, debíamos haber tenido mucha suerte para vivir dentro de uno de estos burgos, pues solo si se nacía en una familia noble o burguesa era posible una morada junto al señor feudal. Las mayores posibilidades apuntaban a nacer en una familia del pueblo pobre, que vivía fuera de la ciudad. Y aunque las vistas de la ciudad baja actual de Carcassonne (aquella fuera de la ciudadela) son hoy en día un deleite arquitectónico y paisajístico, siglos atrás sus calles se atestaban de ratas, enfermedades, suciedad e inmundicia. Las murallas de Carcassonne son en muchos aspectos un hito arquitectónico todavía vigente en el mundo. A decir verdad, es una ciudad doblemente amurallada, así que penetrar a su interior no era una tarea fácil para ningún ejército de caballeros. La primera muralla fue construida durante la época galorromana, de la que datan las torres con forma de herradura, un elemento típico de la que se conservan aún 17 en todo el perímetro. El resto de las torres y el segundo muro fueron construidos en la Edad Media, incorporando la forma cilíndrica icónica del medievo con techos en forma de cono. La postal de la Torre del Homenaje del castillo condal con la ciudad baja a sus pies fue simplemente magnífica, sumado a la perfecta elección de haber visitado la ciudadela un lunes de enero, en el que casi ningún turista se aparecía por aquellos rumbos. Carcassonne parecía también haber sido emplazada en uno de los más bellos puntos geográficos del sur francés, rodeada de verdes y fértiles llanuras y colinas bajas que delineaban un perfecto y nublado horizonte. Las líneas naturales de la muralla me llevaron a la punta sur de la ciudadela, hasta el Teatro Jean Deschamps, con forma de anfiteatro romano. Si bien durante los siglos de la Edad Media la cultura de la Edad Antigua quedó en el olvido, los reinos medievales europeos heredaron algunos elementos grecolatinos que permanecerían en la cultura occidental hasta la actualidad, como el Derecho romano, el cristianismo y las tragicomedias teatrales. Y como viva muestra de lo importante que era el cristianismo para los feudos medievales, la Basílica de Saint-Nazaire apareció justo frente al teatro, que se sigue ocupando hoy para espectáculos al aire libre. La basílica es un templo románico que más tarde incorporó algunos elementos góticos, tanto en su fachada como en su interior. Aunque gracias a su bella basílica, Carcassonne pareciera ser otra típica ciudad cristiana que obedecía las órdenes del papa en Roma durante el medievo, fue cuna de uno de los sucesos más drásticos en la historia del catolicismo. En el siglo XII un nuevo movimiento religioso llegó al oeste de Europa, estableciendo sus bases en el sur de Francia: el catarismo. Ni el papa, ni el rey de Francia, imaginaron que el catarismo se fuese a extender con tanta velocidad por aquella zona. Así que para frenar su expansión, el papa organizó, con el consentimiento del rey, la Cruzada albigense, con el objetivo de expulsar a los cátaros. Carcassonne no volvió a ser la misma, ya que su vizconde, así como muchos de sus subordinados, fueron acusados de herejía, y derrotados por la cruzada militar. La ciudad pasó a quedar en manos del rey de Francia. La persecución de los cátaros dio origen a la fundación de la Santa Inquisición, institución que nació primeramente en Francia y luego contó con el apoyo directo del papa. Aunque todos hemos escuchado un sinfín de historias sobre la Inquisición católica, la mayoría de ellas están mezcladas con mitos y realidades, como el número de muertes que provocó y el tipo de torturas que utilizó. Lo cierto es que la Inquisición dejó una clara huella en la iglesia católica, y Carcassonne fue parte del comienzo de aquella oscura época del cristianismo. Tras visitar la basílica volví en dirección al centro de la ciudadela, permitiéndome perderme en sus calles zigzagueantes que me dieron una idea de primera mano de cómo era la vida dentro de un verdadero burgo francés. Fachadas y calles de piedra, pozos de agua, letreros que dejaban saber el nombre de quién moraba dentro de cada una de sus casas. Sin el alumbrado público, algunos coches y mesas de sus restaurantes, Carcassonne podría pasar fácilmente por una recreación ficticia de película. No es de extrañarse que haya sido elegida como escenario para la filmación de varios largometrajes franceses que se suceden en épocas medievales. Fue en uno de aquellos acogedores y cálidos restaurantes donde me refugié algunos minutos del frío exterior y comí una cazuela de pato confitado, el platillo típico de Occitania, difícil de encontrar en otros lugares de Europa. Las callejuelas tortuosas y vacías de la ciudadela de Carcassonne fueron sin duda un exquisito viaje al pasado que me llevó a un sitio que sólo había experimentado antes en mi imaginación, quizá también en algún videojuego. Después de ella, difícilmente otra antigua ciudad europea me transportaría tan vivazmente a la misma época. Carcassonne había llenado cada uno de los muchos clichés que existen sobre las villas medievales, y me dejó en claro que saber poco es a veces lo mejor antes de viajar a un nuevo destino.
  40. 3 puntos
    Mis días y noches en Marruecos habían sido hasta ahora bastante satisfactorias, a pesar de la lluvia, el frío y la cantidad de azúcar en el té de la que nadie me había advertido. Fes y Marrakech, dos de las cuatro ciudades imperiales del reino, demostraron con creces lo que las había hecho grandes, y lo que las había puesto en el mapa aun tras la invasión de Francia y España durante el protectorado. No me cabía duda de por qué ambas figuraban como los destinos más turísticos de todo Marruecos, donde incluso en invierno enormes filas de mochileros llegan día tras día a las puertas de sus aeropuertos. Mi última noche en Marrakech no fue la excepción. Con el cuarto comunitario para mí solo, el riad Dar Radya me regaló un muy placentero sueño, mismo que necesitaba conciliar bien para seguir con mi aventura el siguiente día. Muy temprano, a las 7 de la mañana, desperté para comer mi último gran desayuno en el riad. Los huevos con pimienta, las crepas marroquíes con mantequilla y el té de menta en aquel hostal hicieron despertar mi cuerpo y mi paladar cada día que pasé bajo su ornamentado techo. Y aquella mañana lo hice junto a Bom, una chica coreana que también había madrugado. El encargado nos invitó a ambos a coger nuestras mochilas y nos condujo al exterior. Bom sería mi compañera de viaje en una nueva travesía que estaba a punto de emprender. La tarde anterior había preguntado al anfitrión sobre los tours que tenía disponibles para viajar hacia el este del país, una zona remota a la cual es algo complicado viajar con las compañías de autobuses. Me ofreció el paseo más famoso y atractivo, aquel que la mayoría de los turistas toman para disfrutar de Marruecos. Así, pasaría tres días a bordo de una van conociendo las montañas, los pueblos y los cañones del sureste de Marruecos, para terminar nada más y nada menos que en la entrada al desierto del Sahara. En una calle cerca de la medina se estacionaba una van blanca, que tenía una pinta de ser bastante vieja, pero en buen estado después de todo. El encargado del hostal nos invitó a subir, tras lo que nos deseó un excelente viaje. No tardó en llegar Alena, una joven rusa ojiazul cuyo inglés era ya bastante difícil de entender. A todos se sumaron Rafa y Silvia, una pareja de madrileños que parecían estar celebrando su retiro del mundo laboral. Nuestro chofer subió y nos dio los buenos días. Se presentó con un extraño nombre en un acento poco entendible, tratando de cambiar del inglés al español en empatía con los pasajeros. Sin más que esperar, emprendimos el viaje, que comenzó con un atasco de tráfico a las afueras de Marrakech. El día había comenzado fresco, como era normal en las mañanas de Marrakech. Pero parecía que podía despejar en el transcurso de la mañana. Tomamos la salida de la carretera al sureste de la ciudad, rodeada de paisajes llanos tras los que poco a poco la ciudad se fue fundiendo. La música árabe que el conductor había colocado de hecho nos arrulló a todos. Madrugar no era algo de lo que nos sentíamos muy felices, pero era la única forma de aprovechar el día entero. Luego de algunos minutos la camioneta comenzó a zarandear, llevándonos de un lado al otro en nuestros asientos y haciéndonos despertar de un breve pero conciliador sueño. Al abrir nuestros ojos el paisaje frente a nosotros se había transformado por completo, y una cadena montañosa de enorme magnitud se había hecho presente en el suelo bajo el que conducíamos. Habíamos entrado a los Montes Atlas, la cordillera que atraviesa Marruecos de este a oeste hasta encontrarse con la costa del Atlántico. La mayoría de los turistas viajan a Marruecos en busca de palacios árabes y de un paseo por las dunas del desierto más grande del planeta. Pero pocos se imaginan que entre aquellas dos maravillas, algo tan imponente como los Atlas se atraviesa en su camino. Los picos nevados en el horizonte nos hacían difícil de creer que de verdad nos encontrábamos en el norte de África, a pocos kilómetros de la ciudad roja y sus antiguas residencias reales. El chofer hizo una parada para permitirnos bajar y fotografiar la panorámica que se extendía bajo nosotros. Habíamos ya alcanzado cierta altura, y al poner un pie fuera el frío del que tanto había huido en Europa volvió a mi cuerpo como mil puñaladas en mi piel. Pero enfrentarse al helado viento merecía la pena, con tan magnífica postal que ni siquiera en Europa había podido tener aún. Las agencias de turismo de Marrakech ofrecen todas ese mismo trayecto. Era normal entonces que el 90% de los coches frente y tras nosotros fueran camionetas, cada una con un grupo de turistas deseosos de admirar los Atlas y sus blancas cimas. Todos juntos nos introdujimos al paso Tzi Ntichka, la carretera que atraviesa las montañas y que lleva al lado desértico de Marruecos. Las curvas se fueron haciendo cada vez más pronunciadas, y cuando menos nos dimos cuenta, estábamos manejando sobre la nieve. De hecho, nuestro guía nos contó que existen dos estaciones de esquí sobre las montañas, que entonces estaban abiertas para el deleite de los amantes del invierno. Un cielo tupido y nublado se posaba sobre nosotros; pero su trato fue el mejor al no soltar su furia sobre el grupo de turistas que ni con la lluvia se detendría de admirar la belleza de aquel valle. Nos detuvimos en un mirador al lado de la carretera, el más alto de toda la cordillera, tras el cual la autopista comienza a descender. El viento había cesado un poco y nos regaló así el mejor comienzo de nuestra jornada juntos por el sureste marroquí, donde los Atlas eran apenas una muestra de su esplendor. Cuando el coche comenzó el descenso el paisaje no tardó en cambiar. El suelo se teñía de un rojo cobrizo, pero las nubes no dejaban de aparecer. Pronto comenzó a llover. Menos mal que fue tras dejar las montañas atrás, pensamos todos. Pero nuestra siguiente escala no demoró en aparecer. Y la lluvia parecía no detener a los guías, que debían cumplir con un itinerario si querían recibir su pago. Sin paraguas ni el equipo adecuado para la lluvia, fuimos casi obligados a bajar del automóvil. Los madrileños no parecían estar muy contentos. Pero era eso o quedarnos en el coche y perdernos de un atractivo más del tour. Yo por mi parte me cubrí con mi capucha, y traté de ignorar la fría agua que caía sobre nosotros. El clima no es algo que podamos cambiar y no iba a permitir que arruinara mi viaje. En la entrada de un pueblillo nuestro chofer nos presentó con un guía local. Un hombre proveniente de una tribu bereber que era capaz de hablar árabe, inglés, francés y español. Cubierto con su chilaba, la lluvia parecía no afectarle en lo absoluto. Protege la cabeza del frío en invierno y del sol en el verano —me hizo saber—. Al final del viaje todos aprenderíamos del buen uso que se puede hacer de una chilaba en aquellas remotas tierras. Nos llevó hacia la parte trasera de un montón de casitas de arcilla, tras las cuales tuvimos una primera vista del ksar de Ait Ben Haddou. “Ksar” es una palabra utilizada en el Magreb, el norte y noroeste de África, para designar antiguas ciudades fortificadas construidas en oasis a lo largo del desierto. Es lo equivalente a un castillo en el mundo árabe. El Magreb estuvo habitada mucho antes de las invasiones árabes y musulmanas por los bereberes, tribus nómadas que vagaban por el desierto. Durante la Edad Media, muchas de estas tribus fueron convertidas al Islam, aunque adoptaron una visión muy particular de ella, diferente a la de los pueblos árabes. Fue en esta época cuando construyeron los ksar a lo largo de la franja norte de África. Ait Ben Haddou es uno de los mejores ejemplos de ello. Aunque la zona parece bastante seca, incluso con la lluvia que no cesaba para entonces, Ait Ben Haddou se encuentra junto al paso de un río, que proveía a la población de cultivos y palmerales, mismos que custodiaban desde lo alto de la fortaleza. Tras cruzar un puente, el grupo y yo nos adentramos en la ciudadela, cuyas calles laberínticas no distan mucho de las ciudades medievales europeas. Aunque claro está, la construcción de las mismas y su arquitectura poseen un estilo abismalmente distinto a la Europa del medievo. La totalidad de las casas del ksar están construidas con adobe, bajo las cuales todavía viven algunas familias, que se dedican sobre todo a la venta de artículos turísticos. Esas familias tienen la obligación, por ley, de respetar la arquitectura y trazado de la ciudad, que fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, como una de las mejores muestras de fortalezas bereberes en toda África. El lodo que caía de las propias paredes hacía muy fácil resbalar por aquella ciudadela. Yo, a diferencia de mi grupo, fui muy bien equipado con mis botines de senderismo, resistentes a todo terreno. No era muy agradable ver cómo los tenis se estropeaban con la abrupta combinación del agua con la arcilla. El ksar está tan bien conservado que ha sido elegido por múltiples estudios cinematográficos como escenario de películas que retratan los paisajes de África y Medio Oriente. Es el caso de La Momia, Alejandro Magno, El Gladiador, Babel e, incluso, algunos capítulos de Juego de Tronos. La lista de películas que han pasado por sus muros son exhibidos en una de las tiendas turísticas en el camino principal. El recorrido culminó en la cima del cerro sobre el que está construido la ciudad, donde se posa el antiguo granero que sustentaba a toda una población que bien supo defenderse por varios siglos en este remoto pero hermoso paisaje. El guía nos bajó hasta la entrada del pueblo, donde le dimos las gracias y una propina por su excelente traducción. Haber conocido Ait Ben Haddou había sido una experiencia maravillosa, pero haber estado en contacto con un verdadero bereber era sin duda mucho más excitante. El chofer nos encontró junto a su camioneta. Pero antes de volver a su interior, era ya hora del almuerzo. La lluvia había cesado y estábamos ansiosos por sentarnos en un buen y cómodo lugar donde también nos pudiésemos secar. Nos llevó a un restaurante local con el que, por supuesto, su agencia tenía un convenio. Bom, Alena, los madrileños y yo nos sentamos alrededor de una de las típicas mesas marroquíes y ordenamos nuestros platillos. La mayoría ordenó tajín, el platillo nacional de Marruecos. Yo, un poco cansado del tajín (luego de tres días de haberlo almorzado), preferí inclinarme por el omelette bereber. El plato en el que me lo dieron cubierto me hacía pensar que se trataba, en efecto, de una nueva especie de tajín. Pero al alzar la tapa resultó ser una tortilla de huevo con especias y verduras. Nada del otro mundo. Antes de volver al coche, donde sabía que pasaríamos al menos un par de horas sentados, pedí al chofer usar rápido el baño del restaurante. Lo que me encontré en su interior fue algo bastante insólito. Un hoyo en el suelo sobre una plataforma de porcelana que me hizo pensar que se trataba de una especie de mingitorio público. Pero un rollo de papel a su costado, un cesto de basura y un par de plataformas que parecían estar hechas para colocar los pies, descifraron su misión como letrina del restaurante. Los rumores sobre ello no habían aparecido hasta entonces. Algo curioso, sin duda. Pero difícil de utilizar para un occidental como yo. Aunque al evitar el contacto físico con la superficie parecía no ser del todo antihigiénica, además de respetar la postura natural del cuerpo humano. Marruecos seguía manifestando sus sorpresas, y nuevamente a bordo del carro, las joyas del desierto empezaron a aparecer tras las ventanas. Pocos kilómetros adelante llegamos a Ouarzazate, la ciudad capital de la provincia homónima, que habíamos recorrido ya por varias horas. El chofer se detuvo justo frente a la Alcazaba de Taourit, antigua fortaleza que protegía la población. La escala fue rápida, pero significativa. La ciudad es conocida como la puerta del desierto, ya que desde allí el paisaje circundante se torna todavía más árido. Pero la razón por la que muchos de los tours paran en Ouarzazate es por ser considerada la meca del cine en Marruecos. Los Atlas Estudios han dado cobijo a diversos estudios cinematográficos internacionales, en los que se han rodado filmes como Ásterix y Cleopatra, La Guerra de las Galaxias, El Gladiador y La última tentación de Cristo. La ciudad cuenta con un museo del cine, al que muchos turistas deciden entrar por un precio extra. Nosotros, sin muchas ganas de recorrer un museo a pie, decidimos seguir de largo hasta nuestro destino final de aquel día. Nos adentramos entonces al Valle del Draa, el río más largo de Marruecos que forma por su cauce un enorme valle rodeado de montañas bajas. Aún con la presencia del agua, el paisaje se hacía cada vez más árido. Para ese entonces el cielo se había despejado a medias y los rayos del sol calentaban la superficie. Antes del ocaso arribamos al pueblo de Zagoria, junto al Valle del Draa, donde dormiríamos aquella noche. El pueblo lucía ya un poco de verde vegetación en sus alrededores que daba algo de vida a aquel paisaje tan rojizo. El chofer dejó a la pareja madrileña en un hotel junto a la carretera principal y Alena, Bom y yo fuimos llevados a otro hotel de la zona, donde también durmió el conductor. Nunca esperé que el tour nos diera una habitación privada en un hotel tan lujoso. Una cama king-size para cada quien, con baño privado, un balcón con vista al valle, una piscina en la terraza y un restaurante decorado con coloridos tapetes bereberes, en el que tuvimos una cena totalmente pagada. El menú fue el de siempre, una sopa harira y un plato de tajín. Menos mal que por la tarde había decidido almorzar algo diferente. Bom y yo nos quedamos charlando con el resto de los viajeros que habían tenido la fortuna de hospedarse en nuestro mismo hotel, hasta que el sueño nos venció y nos llevó a la cama. Al otro día nos esperaba otra larga y cansada jornada por los valles, que nos llevaría a la verdadera entrada al desierto.
  41. 3 puntos
    Un tour perfecto iniciado en Bruselas en dirección al norte de Bélgica incluía las más increíbles ciudades de Flandes, la histórica región neerlandesa del país en la que me estaba adentrando en un intento por conocerla. Había pasado de recorrer la parte francófona del reino para sumergirme un poco más en las urbes flamencas, de las que tanto había leído y visto fotos de ensueño. Gante había sido la primera, y a pesar de la lluvia que no cesó en un día entero, dejó a mis ojos y a mi cámara más que pasmados. Los albergues juveniles en Bélgica son la mejor opción de alojamiento. El precio no cambiaba mucho de una ciudad a otra. Por unos 20 euros conseguí una cama al estilo tetris y un voluptuoso desayuno que pocas veces había visto en los hostales europeos. Era difícil dejar ir la mañana cuando se amanece en un sitio tan cálido. Pero a 50 kilómetros de Gante otra histórica ciudad flamenca aguardaba con sus calles empedradas por mí. Así que caminé a la estación central y cogí el siguiente tren a Brujas, a donde llegué 30 minutos más tarde pagando solamente 6 euros de pasaje. El hostal Lybeer no era muy diferente a los albergues de Bruselas y Gante. Un edificio antiguo, instalaciones modernas y cómodas, pero con decoraciones tradicionales de la Bélgica flamenca. Y lo mejor de todo, un afable recepcionista que me dio la bienvenida en español. Mi intento de seguir hablando francés en Bélgica se vio totalmente frustrado. El chico, en efecto, conocía el idioma. — No hables francés en Brujas —no tardó en decir—. En esta ciudad nació el movimiento en contra de los franceses, así que no es muy bien visto hacerlo, aunque hayan pasado ya varios siglos. El neerlandés es el idioma oficial, aunque el inglés y el español funcionaban a la perfección para él. Además, después de muchos años de haber vivido en Bolivia, era obvio que el chico extrañaba la lengua castellana. La mañana parecía bastante tranquila, tanto dentro como fuera del albergue. La llovizna no dejaba muchas ganas de pasearse por las rúas centrales, y nada mejor para acompañar el clima que una taza de café caliente con galletas. Mientras me senté en la sala común a leer y tomar un bocadillo, esperando a que la lluvia cesase, el encargado del hostal me invitó a participar aquella noche en la beer night que celebrarían en el hostal. Una cata de las más famosas cervezas belgas para sumergirse de forma tradicional en el arte de la bebida más consumida en Bélgica (después del agua, claro está). Para ese entonces, nadie se había asomado por los pasillos del hostal, y sin huéspedes que me acompañasen en una noche de birras, decidí confirmar mi asistencia un poco más tarde. Alrededor del mediodía la lluvia por fin paró, y fue momento de salir a recorrer Brujas, la ciudad flamenca más famosa en el mundo. Durante los últimos años, Brujas (Brugge o Bruges) ha adquirido una gran afluencia turística debido a su divulgación como el destino más pintoresco de Bélgica. Al igual que ciudades como Ámsterdam o Estocolmo, ha pasado a ser apodada “la Venecia del norte”, debido a la gran cantidad de canales presentes en la ciudad. Muchos de los rincones de Brujas me trajeron fácilmente a la cabeza las postales de Ámsterdam. Pero Brujas, como toda Flandes, tiene su esencia arquitectónica propia, que la distingue de los Países Bajos, reino al que perteneció durante varios siglos. Una de las piezas arquitectónicas únicas en Flandes, que la diferencian de los Países Bajos, son los beguinajes flamencos, a los que pronto llegué en el sur del casco viejo. Los beguinajes son complejos arquitectónicos que a nadie asombrarían. Un conjunto de casas con un patio central, en medio del cual se yergue una capilla de ladrillo que no parece más espectacular que cualquier otro templo cristiano. Lo interesante de los beguinajes, y lo que los llevó a estar inscritos en la lista de Patrimonios de la Humanidad por la UNESCO, es la historia que resguardan. Los beguinajes fueron comunidades autónomas de mujeres cristianas (llamadas beguinas) que surgieron en el norte de Europa en el siglo XII. Su labor no era solamente orar por Cristo, sino ayudar a los pobres, desamparados, enfermos, ayudar a la comunidad. Su autonomía fue tanta que eran capaces de vivir valiéndose por sí mismas, sin la ayuda de la Iglesia ni de los hombres. Es más, con el paso de los siglos, cuando el movimiento se expandió por toda Europa, rechazaron muchos de los dogmas eclesiásticos, al grado de darse la libertad de partir del beguinaje cuando quisieran para poder casarse y seguir con sus vidas. Esto les costó la persecución de la iglesia católica, quienes quemaron a varias de las beguinas en la hoguera, acusándolas de herejía. El movimiento así acabó refugiándose en la zona de Flandes, donde permanecen hasta hoy las últimas comunidades beguinas aún en funcionamiento. Hoy han perdido su sentido religioso, aunque siguen apoyando a las mujeres desamparadas, madres solteras, viudas, y hasta la actualidad, la presencia de hombres en sus aposentos no está permitida. Puede decirse así que las beguinas fueron precursoras de los movimientos feministas desde la lejana Edad Media. La mañana seguía refrescando, y aunque el cielo se tapizaba todavía con nubes, parecía que la lluvia ya no me amenazaba mi día. Los canales al sur del centro histórico me llevaron hasta el Minnewaterpark, un parque famoso por ser considerado el más romántico de la ciudad. Aunque sin personas en sus bancas ni hojas en sus árboles, a mi vista no parecía el mayor atractivo de Brujas. Así que seguí un poco más al norte, donde da comienzo el verdadero casco viejo. Y a su entrada me recibió el Red lights district. Como la mayoría de las ciudades neerlandesas, las ciudades flamencas también gozan de una apertura sexual envidiable por los países cristianos. Y aunque el distrito de las luces rojas de Brujas no tiene aparadores con prostitutas ni clubes sexuales como sucede en Ámsterdam, las vitrinas dejan entrever aquella libertad que atrae a tantos turistas. Pero los penes de chocolate no son las únicas esculturas que figuran por las calles del centro. Es bien sabido que el chocolate belga es de los mejores del mundo, y vaya que puede encontrarse en múltiples formas. Las confiterías daban paso del Red light district a las calles empedradas del centro, donde los comercios empezaban a abrir sus puertas a los turistas que a diario llegan a Brujas. Fuera a pie bajo la llovizna o en un paseo a caballo, una tarde en la ciudad flamenca más famosa es algo de lo que muchos no quieren perderse. La imagen de Les Schtroumpfs, mejor conocidos como Los Pitufos, seguía recordándome la importancia que tienen para los belgas sus tiras cómicas, de las que se sienten muy orgullosos. Fueran murales de TinTin en Bruselas o peluches de estos enigmáticos seres azules tras las vitrinas de Brujas, no puede negarse que Bélgica ha sabido competir contra Estados Unidos y Japón en el mercado de los cómics. La cerveza es sin duda otra de las buenas tradiciones belgas que ningún turista quiere pasar por alto (al menos aquellos que sí beben alcohol). Y en medio del casco antiguo la Brouwerij De Halve Maan es la mejor opción para sumergirse en el mundo de esta bebida. Es la cervecería con más antigüedad en Brujas. Nacida en 1856 y habiendo pasado por ya seis generaciones de la misma familia, la fábrica de la Media Luna es donde se elabora la Brugse Zot, la cerveza local con una alta fermentación de malta. Todos los días se ofrecen visitas guiadas, ya que se trata de un verdadero museo de la cerveza. Pero con la beer night que me esperaba en el hostal, preferí reservar mi sobriedad hasta llegada la noche. Los puentes y malecones de Brujas en los que pronto me vi inmerso la convirtieron sin lugar a dudas en una verdadera Venecia del norte, o al menos la Venecia de Bélgica. La increíblemente baja altura de terreno flamenco logró conectar a Brujas de forma natural con el mar, ya que de seguirse sus canales uno puede toparse con un pequeño puerto enclavado en la costa norte. Y aunque el mar no es el principal atractivo de Brujas, sus canales y sus puentes medievales vaya que lo son. Los edificios de ladrillo forman también parte esencial del paisaje de Flandes. El Site Oud Sint-Jan es un claro ejemplo de ello. Un antiguo hospital que hoy funciona como museo y centro de congresos. Desde su patio central el campanario de la iglesia de Nuestra Señora de Brujas se asomaba en toda su majestuosidad. Al igual que el resto de las ciudades flamencas, Brujas es una ciudad de las torres. La siguiente en aparecer en escena fue el campanario de la Catedral de San Salvador, el edificio religioso más antiguo de Brujas, datado de la Edad Media. Hogar de una obra de Miguel Ángel y de tumbas medievales, es quizá el edificio más visitado de la urbe. La belleza que me rodeaba había hecho algo imperceptible a mis ojos hasta entonces. En Brujas no hay palomas. Todas las ciudades europeas (de hecho, todas las del mundo) tienen un común denominador: palomas surcando sus cielos, defecando sobre la acera, sobre los coches, sobre la gente. Pero no en Brujas, una ciudad limpia y libre de heces en sus calles. La leyenda cuenta que hay dos halcones en lo alto del campanario de la catedral, mismos que con su furia espantan a las palomas del perímetro del casco antiguo. Verdad o mentira, nunca había pensado que los mejores guardianes de una ciudad podrían ser un par de aves. A pesar de la bellísima fachada gótica de la catedral construida a través de casi cuatro siglos, lo que más me maravillaba hasta entonces de Brujas era un simple paseo por sus calles. Cuando el cielo se despejó y el sol apareció, el malecón se empezó a colmar de visitantes ansiosos por un paseo en barca. Navegar por los canales de Brujas es casi tan emocionante como hacerlo en una góndola veneciana. Y aunque el invierno todavía se hacía presente en las copas deshojadas de los árboles, los pequeños brotes verdes en algunas ramas anunciaban con regocijo la cercanía de la primavera. El curso del agua y las pasarelas que lo orillaban me llevaron hasta la plaza central, rodeada por edificios públicos y el Ayuntamiento, un hermoso edificio casi renacentista. Tras las viejas fachadas de la plaza sobresalía en su magnitud el campanario de Brujas, la torre más alta de toda la ciudad, que domina su horizonte desde casi cualquier punto geográfico del centro. Pero antes de dirigirme al corazón urbano, decidí tomar el rumbo contrario, donde el centro histórico se vacía de turistas en su zona noreste. El barrio se convirtió poco a poco en un vecindario residencial y tranquilo. Muchas de las casas a mi costado parecían desvanecerse con el parecido a las del resto. Pero escondían un secreto poco perceptible. Ventanas falsas. En alguna época, el Reino de los Países Bajos cobraba impuestos por cada ventana que tuviera una casa, así como por la anchura de su superficie. Eso llevó a muchas personas a construir casas largas y ajustadas, y además, a pintar ventanas falsas en sus fachadas. Así, seguían luciendo igual de bonitas, pero el gobierno no podía cobrarles un tributo por ello. Al final de las calles residenciales me topé con el río que rodea al casco viejo de Brujas. Y a sus orillas, los campos verdes me regalaron el mejor obsequio de mi viaje a Bélgica, los molinos de viento. Muchos se esmeran en viajar hasta las carreteras de Holanda para encontrarse con estas pintorescas maravillas históricas. Pero pocos saben que Bélgica fue parte del mismo reino, y por tanto, los molinos de viento son una magnífica herencia de su vecino del norte. Me sorprendió darme cuenta que los turistas no llegan a esta parte de la ciudad. No muchos quieren alejarse del centro histórico. Pero llegar hasta aquellos rincones valió mucho la pena. Caminé de vuelta al corazón de la ciudad, hasta toparme con la plaza del Mercado, el núcleo central de Brujas. Aunque la explanada ya no alberga mercados callejeros como lo hacía en los tiempos antiguos, sigue siendo un punto de encuentro de turistas y locales, y sobre todo, sigue estando rodeada de maravillosos edificios que ponen en alto a toda Flandes. El palacio provincial es el vivo ejemplo. Un ayuntamiento que sirvió de inspiración para otros palacios gubernamentales de Bélgica, como el propio ayuntamiento de Bruselas. Pero la joya de esta plaza es el Belfort, el campanario de Brujas, la torre más alta de la ciudad que para entonces dominaba un potente y azul cielo. Aunque el centro histórico de Brujas en su totalidad está nombrado como Patrimonio de la Humanidad, el Belfort forma parte de un patrimonio en específico, los campanarios de Flandes y el norte de Francia. Los campanarios enlistan un importante conjunto de torres que sirvieron como vigilancia y lugares de anuncios públicos en las ciudades medievales de esta zona de Europa. No solo su arquitectura es imponente, sino el importante servicio que prestaron a la comunidad local. Tomé la vía Steenstraat hasta volver al hostal, no sin antes tomar un almuerzo en un buen restaurante de pasta. Cuando me dedicaba a trabajar un poco en el albergue, los huéspedes y el recepcionista se aparecieron en la sala, invitando a todos a unirse a la beer night. Con casi todos los invitados de aquella noche inscritos, provenientes de Holanda, Argentina, Uruguay, Chile, Suiza y Australia, no pude negarme a una cata de cerveza. Después de todo, nunca se sabe si algún día volvería a Bélgica. Y por solo 12 euros me gané el derecho de probar un tercio de vaso de cinco cervezas diferentes, para al final elegir una botella de la que más me hubiera gustado. Cai fue el encargado de la clase, un puertorriqueño criado en Nueva York cuyo amor por la cerveza lo había llevado hasta Brujas para convertirse literalmente en un docente de la bebida fermentada. La primera lección fue aprender a beber una cerveza en Bélgica. A diferencia de muchos países, en Bélgica cada cerveza tiene su propio vaso, con su propia forma y su propia etiqueta. Así que nunca veremos a nadie bebiendo directamente de la botella (a menos que tomen una cerveza barata y comercial). La segunda lección fue saber el significado de la figura de cada vaso. El fondo de vidrio sirve para carbonatar la cerveza, con mucha espuma. Los novatos creemos que una cerveza no debe llevar espuma. Un experto belga siempre nos dirá lo contrario. Además de todo, nunca se bebe la cerveza entera, y siempre se deja una minúscula cantidad en el fondo del vaso, ya que la mayoría no está filtrada. La tercera lección fue aprender a pedir una cerveza en un bar belga. La señal universal en este país es alzar el meñique al mesero. Eso quiere decir algo así como “otra ronda por favor”. ¿Y qué hay sobre un brindis en Bélgica? Un simple “cheers” o “santé” puede bastar. Pero si queremos sentirnos flamencos la frase correcta es “up ye mulle!”, que quiere decir algo como “¡en tu cara!”. La cátedra consistió en probar cinco de las cervezas más conocidas en Bélgica: La Duvel, quizá de las más famosas que pude probar. Es una cerveza rubia con un sabor afrutado, perfecta para comenzar nuestra cata. La Or Val, una de las más antiguas de Bélgica. Una cerveza ámbar con un bajo porcentaje de alcohol, de 6.2% para ser exactos. La Westmalle Trappist, una cerveza tres veces fermentada, lo que la hace aún más fuerte. Su 9.5% de alcohol sin duda nos hizo a todos entrar en tono, que pasó de una noche de aprendizaje a una verdadera fiesta. La Chimey Blue, cerveza oscura hecha en frutas con un 9% de alcohol. Es la única de las cervezas que también se sirve en draft. La Hoegaarden, considerada la cerveza belga blanca, doblemente fermentada, con un sabor dulce de cítricos y hierbas que la hizo la mejor para cerrar nuestra clase. Luego de cinco buenos tragos y de una hoja de mi libreta llena de importantes notas de aprendizaje, Cai nos dio a elegir una botella de la cerveza que más nos hubiera gustado. La mayoría se inclinó por la Westmalle, quizá en búsqueda de un estado etílico avanzado. Yo por mi parte me incliné por la Chimey Blue, que se convirtió inmediatamente en mi favorita. La clase entera acabó en un bar local a pocos pasos del hostal, donde la música y más cerveza terminaron por enloquecernos. Como he dicho antes, en algunos países podremos necesitar cinco cervezas para sentirnos alegres. Pero cuando se trata de cervezas belgas, alemanas o checas, uno o dos vasos son más que suficientes. El beso de una argentina con un chileno, la pelea entre un belga y un suizo y un par de estudiantes locales que me invitaron a probar más y más cervezas hicieron de aquella una noche interesante. Y la resaca nos levantaría a todos con un tremendo dolor de cabeza, con el que tuvimos que empacar para desalojar el hostal a buena hora. Los australianos, Andrew y Mark, al igual que yo seguirían su camino hacia el norte. Y con un olor a alcohol todavía expidiendo de nuestros cuerpos, nos dirigimos a la central de trenes para nuestra próxima aventura.
  42. 3 puntos
    Cuando salimos de viaje no necesitamos decírselo a todo mundo. Si lo hacemos, lo que pasará será que más de la mitad de la gente nos dirá: “me traes algo”. Y entonces no pararemos de pensar en ese “compromiso” que hemos creado. Perdón por decirlo, pero no hay que comprar recuerditos para nadie. Solo para nosotros. Puede ser egoísta, pero somos nosotros quienes ahorramos y quienes vamos a viajar, no las otras persona. Y cuando pensamos en nuestro presupuesto y el espacio en nuestra maleta, un recuerdito para la madrina, para el tío, para el primo, para el mejor amigo, para la novia, para el jefe, para la hija de no sé quién no serán más que un dolor de cabeza. ¿Y son baratos? ¡No! Mis viajes me han enseñado que en promedio cada pequeño recuerdito cuesta al menos 3 euros. Incluso en países latinoamericanos. Haz la suma y entonces verás que gastar 50 euros en solamente souvenirs no está tan alejado de la realidad. En el mercado "hippie" de Ibiza cada souvenir puede fácilmente pasar los 10 euros. Pero es entendible que queramos llevar a casa al menos un objeto para recordar nuestro viaje. Yo lo hago siempre, no estoy en contra de ello. Y comenzar una colección no es una mala idea. ¿Qué recomiendo? Objetos pequeños, iguales y que podamos encontrar en todo el mundo. Un magneto de cada lugar, un llavero de cada lugar, una postal de cada lugar (éstas últimas la opción más barata y compacta). Yo en lo particular colecciono un shotglass de cada lugar. Si empezamos a coleccionar tazas, sombreros o muñecos, llegará un momento en que nos arrepentiremos. No quedará espacio en nuestra casa y nos fastidiará tener que comprar una taza en cada ciudad. Pueden romperse y son pesadas. Un vaso de mate es ligero, no se rompe y es lo más representativo de toda Argentina. Ahora bien, que si decidimos comprar algo para nuestros padres o nuestra pareja también hay que decidirnos por cosas pequeñas. Y sobre todo tratar de elegir algo representativo que englobe todo nuestro viaje. Si visitamos Los Ángeles, San Diego, San Francisco, Las Vegas y el Gran Cañón, quizá sea mejor elegir algo referente a la “West Coast” de Estados Unidos, y no un artículo por cada sitio al que fuimos. Si visitamos Río de Janeiro sería mejor un artículo que represente a Río entero, y no llevar un souvenir del Pan de azúcar, otro del Cristo del Corcovado, otro de la playa de Copacabana y otro de la Escalera de Selarón. Máscaras de las culturas andinas, representativas de todo Perú. Respecto a dónde comprarlos, no hay mucho que decir. El centro histórico, los museos, las oficinas de información para visitantes y las atracciones turísticas suelen ser los puntos de venta. Y si no estamos en un país donde exista el regateo, los precios suelen ser iguales en todos lados. Eso sí, evitar comprar en el aeropuerto. Allí suele ser más caro. Los souks son los mejores lugares para ir de shopping en Marruecos. Finalmente existen opciones gratis y muy originales para crear una colección de viajes. He visto personas que cogen una hoja de árbol a cada sitio al que van. O quienes se toman una foto con la misma pose en cada lugar y luego las imprimen para hacer un collage. O compran una estampa de bandera y la tejen a su mochila. O bien, una moneda de cada país. Los souvenirs deben ser algo para disfrutar, y no una pesada obligación. Las tiendas de recuerdos pueden ser tentadoras y hacernos coger todo lo que vemos. Pero hay que elegir sabiamente antes de desembolsar nuestro dinero.
  43. 3 puntos
    Viajar es lindo, es divertido, y es fácil llenarse de ilusiones con las frases motivacionales y personas que nos invitan a seguir nuestro corazón hacia nuevos horizontes, etcétera. Pero lo que las imágenes inspiracionales de Facebook nunca dicen es lo que implica hacer un viaje al extranjero. Trámites y controles que si no tenemos en cuenta podrían dejarnos un mal sabor de boca. Salir de nuestro país significa dejar nuestras leyes atrás y pisar el territorio de alguien más. Este es un mundo dividido por fronteras. Y no, no todos los humanos somos iguales. No para los oficiales de migración. Y aquí algunas cosas que todo el que planee un viaje debe saber. Ni nuestro permiso de conducir ni nuestra credencial estudiantil ni nuestro documento nacional de identidad serán válidos una vez en el aeropuerto o paso fronterizo. El pasaporte es nuestra única forma de identidad y la única forma de salir del país. Y todo debe estar en orden. Es decir, fecha de caducidad, legibilidad y visados, de ser necesarios. Esto no aplica para algunas naciones que tienen acuerdos de libre tránsito entre bloques de países. Es el caso de europeos que viajan dentro del Espacio Schengen, o de algunos sudamericanos que viajan por el Mercosur. En su caso podrán viajar con un simple documento de identificación, sin necesidad de un pasaporte vigente. ¿Cómo sé si el país al que voy me pide una visa de turista? Toda la información está en el sitio web del Ministerio de Relaciones Exteriores correspondiente o en la página de la embajada del país. Para algunos será necesario acudir a su embajada. Para otros podrá tramitarse electrónicamente. Y para los más fáciles se tramita y se paga la visa al llegar al país. Para el resto de las naciones normalmente podremos visitarlos por uno o hasta tres meses sin necesidad de una visa. Para salir del aeropuerto no hará falta más que mostrar nuestro documento en orden y pasar el control de seguridad donde se nos prohíbe cargar artículos que no hace falta especificar: armas, objetos punzocortantes, aerosoles inflamables y todo lo que pueda poner en riesgo a los pasajeros. Tampoco podemos llevar líquidos de más de 100 mililitros el recipiente. Cuidado, algunos objetos pueden no parecer peligrosos y al final no nos dejarán subirlo a la cabina. Es lo que me pasó al viajar con mi tienda de campaña. Al parecer las varillas de metal pueden ser un arma extremadamente mortal. Pero lo que a muchos más aterra, sobre todo la primera vez, es la llegada al país de destino. Nos pasarán por el control migratorio y aduanal, donde nos toparemos con los malhumorados gendarmes que nos mirarán a los ojos y nos harán preguntas, a veces como si fuéramos delincuentes. No hay que temer. Solo hay que decir la verdad. Y hay que hablar inglés, eso sí. Pero hay algunas cosas que debemos tener en orden si no queremos problemas. Todos los países tienen diferentes requisitos de entrada, que podrían cambiar para cada nacionalidad. Pero lo más común es que ellos estén en derecho de solicitarnos nuestro billete de vuelta o salida del país, sea por vía terrestre, marítima o aérea; un seguro médico de gastos mayores vigente por nuestra estancia; reservas de alojamiento o cartas de invitación de un ciudadano local y estados de cuenta bancarios que demuestren que tenemos una cantidad mínima para pagar nuestros gastos de viaje (que cambiará de acuerdo al país, claro está). Como dije, los humanos no somos iguales para los oficiales. Y si hay que ser sinceros, el racismo se hará presente. Quizá a la chica rubia no le pregunten nada y la dejen pasar directamente. Pero a un colombiano o un árabe barbudo pueden pedirles toda su documentación. Y de no tenerla, lamentablemente los oficiales están en su derecho de no dejar pasar a la persona y deportarla de vuelta. Así que yo podría decirles que no les pedirán ninguno de esos documentos (a mí nunca me los han pedido). Pero mentiría si les dijera que no son necesarios. Sí lo son. Y yo siempre los he tenido conmigo (bueno, casi…). Por último, hay que tratar de no ingresar mercancía ilegal en nuestro equipaje. Y no solo me refiero a droga. Muchos países prohíben el ingreso de frutas y verduras, tierra para plantar, semillas, especies animales sin certificado, alimentos no envasados, etc. Y si los tenemos habrá que declararlos en la aduana. Si pasamos y decimos que “no tenemos nada que declarar” pero nos toca la mala suerte de ser controlados y nos encuentran uno de los artículos mencionados, tendremos que pagar una multa nada barata. Son cosas que quizá no sucedan muy seguido y nos dé pereza hacer. Pero podrían ocurrir. Y más vale estar prevenidos a pasar un mal rato y arruinar nuestro viaje.
  44. 3 puntos
    Hacía ya mucho tiempo que no disfrutaba de la grata experiencia de tener un cuarto de hotel para mí solo. Aunque solo fue por una noche, un baño caliente en mi ducha privada y una cálida y reconfortante cama me dejaron listo para el resto de mi viaje. A 355 kilómetros al sur de Marrakech, aquella mañana desperté con una increíble vista desde mi balcón, desde el que se apreciaba el valle del Dadès, uno de los principales ríos de Marruecos. Bajé muy temprano a desayunar con Bom y Aleena, las dos chicas con las que el día anterior había comenzado un tour por el sur de Marruecos, que hasta entonces nos había deleitado con montañas nevadas, un castillo bereber, una ciudad sede de los mejores estudios de cine de África y, por supuesto, con el famoso tajín como el platillo principal de cada día. A nuestra mesa se unieron un par de chicos georgianos (sí, de un país llamado Georgia que se encuentra en el Cáucaso). Mi primera sorpresa fue encontrar por primera vez en mi vida a ciudadanos georgianos viajando como mochileros. Es muy bueno de vez en cuando toparse con gente diferente, y aquel desayuno era el mejor ejemplo con dos georgianos, una rusa y una coreana junto a mí. Pero mi mayor sorpresa fue enterarme de que Bom había cambiado de cuarto con aquellos chicos. La razón, era que el chofer de nuestro tour se había pasado toda la noche haciéndole bromas pesadas, diciéndole que si no se acababa la cena dormiría con ella en su cama. La incomodidad de Bom era evidente. Decía ni siquiera estar segura de haber entendido el inglés de aquel viejo hombre cuando externó sus “chistes”, tras los cuales siempre reía y acababa recalcando que todo era un juego. Aleena y yo le hicimos saber que no la dejaríamos sola con él, y que si algo llegase a pasar durante el resto del tour veríamos por ella en cualquier momento. Fue normal entonces que los tres volviésemos un poco perturbados al interior de la camioneta, donde el chofer ya nos esperaba para seguir nuestro camino. Antes de dejar el hotel, un miembro del personal se acercó a la camioneta, preguntando si alguno de nosotros había cambiado de habitación, ante lo que todos nos quedamos en un incómodo silencio. La señorita solo deseaba saber el paradero de una toalla, ante lo que Bom respondió diciendo que ella había cambiado con los georgianos y había dejado la toalla en la otra habitación. Nada más pasó después. Pero el silencio del chofer (algo bastante raro en una persona tan parlante) dejó entrever lo engorroso del momento. Hicimos una rápida escala en otro hotel del valle, donde recogimos a Rafa y Silvia, la pareja madrileña que también formaba parte de los pasajeros del tour. Su cara de fastidio delató la mala noche que habían pasado, lo que sumó todavía más incomodidad a la atmósfera que se vivía en el vehículo. Ambos habían pagado dinero extra a su agencia de viajes en España para que los colocara siempre en buenos alojamientos a lo largo del tour. Vaya sorpresa que se llevaron al descubrir que su hotel estaba todavía en obras negras en buena parte del complejo. Su habitación no tenía calefacción ni agua caliente y las paredes olían a una tremenda humedad a causa de la pintura fresca. No tardaron en hacerle saber a su agente la inconformidad que los colmaba en aquel momento. Y aunque nuestro chofer no tenía la culpa de mucho, no dudaron en poner su queja también con él, lo que no parecía tan conveniente después de lo vivido con Bom. El descontento duró algunos minutos, necesarios para externar nuestras quejas. Pero sabíamos que aquel viaje a Marruecos era una experiencia única en nuestras vidas, y debíamos aprovecharla al máximo si queríamos guardar un bonito recuerdo de ella. Así, poco a poco fuimos dibujando una sonrisa en nuestros rostros, mientras dejábamos que los paisajes al otro lado de la ventana nos siguieran asombrando más y más. A orillas de la carretera varias colinas de poca altura iban pasando ante nuestros ojos. El panorama pasaba a tonos cada vez más rojizos, donde hasta las casitas parecían estar hechas con la arcilla del suelo. Aquella autopista es uno de los trechos más famosos para los turistas que se pasean por Marruecos, incluidos los cientos de personas que lo hacen a bordo de una casa rodante. Marruecos está dotado con estacionamientos y campamentos para casas rodantes a lo ancho y largo de su territorio. Nunca creí que aquel país estuviera tan preparado para aquel tipo de viajeros; en ese campo nada tiene que envidiarle a lugares como Estados Unidos, Noruega o Argentina. Muchos de aquellos excursionistas pasaron la noche en un parking a orillas de la carretera, muy cerca de donde nuestro chofer se detuvo y nos dio unos minutos para fotografiar las Gargantas del Dadès. Todos los paisajes que habíamos cruzado formaban parte del valle homónimo. Pero unos kilómetros río arriba el relieve se apilaba en una especie de garganta, con formaciones geológicas que parecían venir de otro planeta. La mañana apenas comenzaba y los pocos rayos del sol que podíamos alcanzar los aprovechábamos al máximo para calentarnos de pies a cabeza. Había huido del frío en Europa para pasar algunos días más cálidos en Marruecos. Pero al parecer su invierno no era nada de lo que había imaginado. Pasamos una hora más en la carretera, que casi todos tomamos para dormir un poco más. Tras 70 kilómetros al este llegamos a un pueblo llamado Tinerhir, ubicado en medio de otro valle, esta vez atravesado por el río Todra. La ubicación de la población hacía bastante lógica, pues aquella parte del valle estaba inundada por un oasis de verde vegetación, lo que permitía a los lugareños cultivar su superficie para su propio autoconsumo. El chofer descendió por las colinas hasta lo más bajo del valle, donde un guía nos esperaba para mostrarnos el pueblo. Nos llevó en una caminata por el medio del oasis, donde los canales artificiales de agua ayudan a los campesinos a regar sus plantaciones de sorgo, flores y otros vegetales que sustentan la alimentación de buena parte de la población. El verde vivaz de sus suelos contrastaba mágicamente con el paisaje de Tinerhir al fondo, cuya mayoría de edificaciones están hechas principalmente de arcilla. Nos adentramos así en las curvilíneas calles del pueblo, que no distan mucho de las típicas postales marroquíes. Las mezquitas y los gatos parecían ser parte esencial de la vida en en Tinerhir, como bien había podido ya notar en muchas otras ciudades de Marruecos. El guía nos explicó que varias casas en la zona habían quedado completamente abandonadas, debido a la migración de muchos habitantes a las grandes ciudades. Eso convertía a Tinerhir en un pueblo casi fantasma. Pero para conocer lo que queda de la vida en aquel lugar, nos llevó hasta la tradicional casa de una familia local, donde tocó la puerta y nos invitó a quitarnos los zapatos para poder entrar. Aleena decidió quedarse en el pórtico y esperar por nosotros. Los demás en cambio nos sentimos felices y bienvenidos con un té de menta que nos ofrecieron como cortesía. El matrimonio que allí vivía se dedicaba a la confección de tapetes y mantas marroquíes, hechos con estambre de lana de camello original. Los vivos colores de las mantas son extraídos de elementos naturales encontrados en el mismo valle. Así, el rojo se obtiene de la henna, el verde de la menta, el amarillo del azafrán y el azul del índigo. La atención de la familia y del guía parecían estupendas, hasta que lo inevitable llegó. El hombre comenzó a pasarnos uno por uno los tapetes, preguntándonos cuál nos gustaba para decirnos el precio “especial” por el que nos los podía ofrecer. No gracias —es todo lo que salía de nuestras bocas—. Ni siquiera podríamos llevar algo tan grande en el avión. Como era de esperarse, la insistencia de ambos no se detuvo, y nos siguieron pasando más y más tapetes, que seguíamos dejando en el suelo a manera de rechazo. Cuando el hombre se dio por vencido, se paró y nos llevó hasta la salida. Cerró la puerta tras nosotros y supimos que se había enfadado por no haber logrado ninguna venta. Ahora entendíamos la razón por la que Aleena se había quedado fuera. Había anticipado bien lo que sucedería, y no era su intención atravesar una batalla más con un feroz vendedor marroquí, que tanta mala fama tienen. El guía nos llevó de vuelta al coche, en el que manejamos unos pocos kilómetros río arriba y aparcamos en la entrada de las Gargantas de Todra, el desfiladero más alto de todo el valle. Aunque el sol golpeaba fuerte sobre nuestras cabezas, al introducirnos al callejón del desfiladero un frío viento empezó a azotarnos con suavidad, lo que nos forzó a volver al coche y coger nuestros abrigos. A diferencia de las Gargantas del Dadès, esta garganta se trataba de un verdadero cañón, tallado por el ensanchamiento del río Todra hace ya varios miles de años. Lo más curioso de aquel complejo paisaje lo encontramos al fondo del pasadizo. Entre un montón de rocas en el suelo, el agua brotaba como la fuga de una tubería. Ese era el nacimiento del río Todra. Parecía increíble como un curso de agua tan largo como el Todra, que bañaba los cultivos de toda una ciudad, diera comienzo en una filtración tan diminuta, en el medio de un paisaje tan árido como aquel. El chofer nos pidió volver para llevarnos al restaurante donde tomaríamos el almuerzo, en una terraza justo al lado del río Todra. Esta vez quiero algo diferente —me dije —. Algo que no sea tajín. Llevaba comiendo aquel plato todos los días desde mi llegada a Marruecos. Así que opté por la galia, sugerencia que el mesero mismo me dio. Pero al llegar el plato a la mesa supe que me esperaba más de lo mismo. La galia no era nada más que tajín con huevo. Nada feo, debo decir. Pero comer todos los días lo mismo a cualquiera le puede aburrir. Apenas con la digestión en curso nos vimos forzados a volver al auto. Teníamos dos horas y media de carretera por delante y si queríamos disfrutar de nuestra última tarde en el tour debíamos apresurarnos para llegar a tiempo. El silencio y el sueño se adueñaron del viaje, que nos llevaba hasta la punta este de Marruecos, casi en la frontera con Argelia. A diferencia de las ciudades imperiales, en esta zona del país el cielo estaba casi siempre despejado, libre de lluvias torrenciales, pero aún con algo de frío invernal. Mientras más avanzábamos el paisaje se hacía más y más árido. Hasta que el suelo rocoso y las montañas rojizas se transformaron en una capa de arena que lo cubría todo. Habíamos llegado a Merzouga, la entrada al desierto del Sahara en esta parte de Marruecos. Una vez rebasados los Montes Atlas y los valles de los ríos en el centro del país, Marruecos se convierte en una sábana interminable de arena desértica. Merzouga es un pequeño poblado localizado en el límite entre los valles y el desierto de dunas, lo que lo convertía en el mejor punto culminante para nuestro tour. Dejamos a la pareja de españoles en un hotel, a donde los recogeríamos la siguiente mañana. Al resto, el chofer nos llevó a otra especie de hostal, que era el campamento base para muchas de las agencias turísticas. La razón de ello es que el hostal está ubicado justo al lado del comienzo de las dunas, el lugar perfecto para un establo de camellos. Dejamos nuestras mochilas en un cuarto y el chofer nos presentó con Amar, quien sería nuestro guía y compañero a partir de entonces. Amar era dueño de su propia agencia de turismo en Merzouga, y también poseía un grupo de camellos. Era así como nos llevaría a dar un paseo por las dunas, en medio de las cuales pasaríamos una noche durmiendo bajo las estrellas del Sahara. Alguna vez en mi vida me había montado ya en un caballo. Pero hacerlo sobre las jorobas de un camello sería algo totalmente nuevo. Por supuesto, una silla y una barra de metal hacen la tarea más fácil para acomodarse encima de su lomo. Pero al ponerse en pie y comenzar su andar por la arena, sus tambaleantes movimientos nos dejaron a todos con el trasero adolorido. La caravana comenzó por allí de las 5 de la tarde, cuando el sol todavía estaba en su apogeo, deslumbrando el paisaje frente a nosotros con las dunas iluminadas y un cielo potentemente azul. Amar tomó la delantera, y comenzó a caminar subiendo y bajando las dunas, como si aquello no significara un arduo trabajo físico para él. Yo había subido un par de dunas en mi vida, y vaya que es una labor agotadora. Con una cuerda tiraba de los tres camellos que nos llevaban a bordo. Aleena al frente, Bom en medio y yo detrás de todos, dejando ante mi vista una improvisada pero verdadera caravana del Sahara. Aunque un vistazo atrás bastaba para advertir que la civilización de Merzouga estaba a solo unos pasos, era lindo engañarnos mirando solo hacia delante, con nada más que el desierto más grande del mundo frente a nosotros. A unos kilómetros al este se encontraba la línea fronteriza con Argelia, tras la cual el Sahara se extiende hasta la costa del mar Rojo, abarcando un territorio casi igual de inmenso que los Estados Unidos de América. Era difícil creer que estábamos solo en el preludio de lo que parecía ser un infinito lienzo de arena. Y donde las dunas parecían no terminar, nuestro campamento apareció escondido entre ellas, casi una hora después de haber salido de Merzouga sobre los camellos. Amar guió a nuestros peludos amigos hasta la orilla de nuestro campamento, que se componía por unas diez tiendas cubiertas en gruesas mantas de lana de camello. Incluso contaba con un baño improvisado cubierto de las mismas telas. Son las típicas casas de los pueblos nómadas bereberes. Amar mismo nos contó que nació en una familia nómada del desierto. Su identificación oficial de Marruecos tiene una fecha y un lugar de nacimiento aleatorios; la verdad sobre su llegada al mundo sigue siendo una incógnita incluso para él mismo. Aprovechando el sol que todavía se ponía sobre el cielo, Amar nos invitó a sentarnos sobre una mesita redonda que había colocado en el medio del campamento. Era la hora de tomar el té, lo equivalente en el mundo árabe a beber una cerveza o un café con los amigos. Mi bufanda pasó a ser un excelente turbante que cubrió mi cabello de los rayos solares, tal como los verdaderos bereberes protegen su cabeza. Aunque cuando el sol poco a poco comenzaba a alejarse, el turbante sirvió más bien para abrigarme del fresco del desierto, que durante la noche llega a ser bastante crudo. Al desviar nuestra mirada hacia arriba vimos a un grupo de personas que subían la duna. La puesta de sol estaba por comenzar, y estando en el desierto del Sahara era algo que ninguno de nosotros se podía permitir perder. Con todo nuestro esfuerzo comenzamos el ascenso, que sobre la arena resbaladiza fue bastante duro para quienes no estábamos acostumbrados. Por supuesto que para Amar fue solo pan comido. La escalada fue más fácil sin nuestros zapatos puestos. Además, sentir la arena del Sahara bajo los pies era simplemente una oportunidad única. No se podía determinar si había una verdadera cima. La forma irregular y a la vez perfecta de las dunas nos invitaban a todos a caminar por todo lo alto, dejando nuestras huellas hundidas al pasar. Desde allí pudimos ver otros campamentos que se erguían alrededor, colmados de turistas que como nosotros, ansiaban vivir la experiencia de dormir en medio del desierto. Las dunas de Merzouga son también uno de los sitios preferidos para los amantes de los boogies y los coches 4x4, que pueden ser fácilmente rentados en la ciudad. Las vistas desde lo alto eran maravillosas. Y aunque del lado oeste (por donde se ponía el sol) se asomaban las siluetas de Merzouga, el lado este no ofrecía más que la infinidad del desierto, a donde todos preferimos mirar. Una frontera, un desierto, el comienzo de un continente entero estaba frente a nosotros. Y la idea de saber dónde estábamos no nos dejaba de regocijar. Antes de que el sol se ocultara por completo, bajamos de vuelta al campamento, donde Amar preparó una de las tiendas para la hora de la cena. El menú no fue una sorpresa. Un enorme plato de tajín acompañado de pan árabe y té de menta. Aunque Aleena, Bom y yo estábamos ya cansados del tajín, debo aceptar que comerlo en un campamento bereber en el desierto hizo de aquel el mejor tajín de mi viaje. Fuera de la carpa, la noche había caído sobre el campamento, y una profunda oscuridad lo inundó todo. Amar prendió una fogata en medio de las tiendas y nos invitó a recostarnos a su lado, ayudado con el calor de un montón de mantas que apiló sobre la arena. Los cuatro nos quedamos callados por un instante, no haciendo nada más que mirar al firmamento, donde las estrellas comenzaron a brillar una por una conforme avanzaba el reloj. Nuestros ojos se acostumbraron a la oscuridad, y fue posible ver cada vez más figuras en el espacio. Por un momento mi mente se transportó a otra dimensión, una color azul marino rodeada por figuras diminutas y brillantes. No me había dado cuenta, pero lo que estaba viendo frente a mí era la Vía Láctea. Una figura nebulosa que nunca había podido presenciar, no con la contaminación lumínica de las ciudades modernas. Capturar aquellos cuerpos celestes con nuestra cámara era un desafío casi imposible. Pero nos conformamos con disfrutar de su sola presencia. El frío nos heló a todos de pies a cabeza, y decidimos volver a nuestras tiendas para acobijarnos bien. Las mantas de lana de camello eran una maravilla, y no había duda de por qué los bereberes habían domesticado aquel animal como su mejor amigo. La siguiente mañana Amar nos despertó al amanecer para recoger nuestras cosas y montarnos nuevamente sobre los camellos. La mañana era mucho más fría que la noche que habíamos pasado en nuestras tiendas. Pero los rayos que apenas nos iluminaban desde el este poco a poco nos hicieron entrar en calor. Con los ojos entreabiertos y nuestras sombras reflejadas en las dunas, llegamos a Merzouga luego de una hora de caminata. Desayunamos algo en el hostal donde Amar nos dejó con sus camellos, a quien agradecimos fielmente con una buena propina que se tenía bien merecida. Nuestro chofer nos recogió a los tres y al par de españoles, que contrariamente al día anterior lucían ahora muy contentos con la noche que pasaron en su campamento en las dunas. Aleena y yo nos bajamos en la comunidad de Er-Rachidia, donde nos despedimos del grupo y tomamos un autobús hacia la ciudad de Fez, donde pasaría una noche más antes de tomar mi vuelo de vuelta a Europa.
  45. 3 puntos
    La eterna búsqueda del clima perfecto de la que muchos viajeros somos víctimas había ya comenzado a patearme el trasero después de mis primeros dos días en el norte de África. Era fácil creer que pasar una semana en Marruecos a mediados de febrero sería el antónimo ideal al crudo frío europeo que me hacía desear quedarme en cama todo el día, aunque el reloj marcara las horas de un ilusorio sol que se asomaba solo a veces entre los cielos helados. Pero mi chaqueta, que se había ya convertido en mi mejor amiga, debió acompañarme cada uno de mis días al sur del Mediterráneo. Tal parecía que los marroquíes gozaban también de un frío y lluvioso invierno. Bajo esa etérea y fastidiosa lluvia tomé un autobús nocturno en la terminal rodoviaria de Fez, no sin antes contender una vez con los marroquíes, que insistían en ayudarme con mi mochila en busca de un par de monedas, que al no recibir les hacía explotar en cólera entre un arsenal de insultos en árabe que mis oídos afortunadamente no podían descifrar. El elevado volumen de la música bereber que el chofer dejó escuchar desde los altoparlantes durante las primeras horas del trayecto trajo a mi mente aquellas melodías evangélicas que apaciguaron el peor de mis viajes una noche de diciembre en la frontera norte de Guatemala. Pero a diferencia de aquel repugnante autobús, esta vez el conductor se dignó a brindarnos un arrullador silencio, que me dejó dormir hasta nuestro arribo a Marrakech. La puntualidad de sus servicios me había impresionado bastante, para ser sincero. Aunque a decir verdad, la antelación de nuestra llegada a las 5:30 de la mañana no era lo más conveniente para un viajero como yo. Me vi entonces obligado a tomar un taxi hasta la medina, el centro antiguo de Marrakech y la zona donde se aglomera la mayoría del turismo. Aunque claro que a esas horas de la madrugada, el vacío en sus calles era más que aterrador. Al igual que en el centro de Fez, la medina de Marrakech es una zona completamente peatonal. Por tanto el taxista me dejó en la entrada principal a los souks, los mercados callejeros, que para ese entonces estaban todavía cerrados. Esta vez creí haberme anticipado bien ante la falta de un plan de internet en mi móvil, y tenía descargado el mapa que me llevaría hasta la puerta de mi hostal. Pero las calles de las medinas árabes son siempre un laberinto que solamente los locales saben atravesar. No pasó mucho tiempo para que un hombre se acercara ofreciéndome ayuda. Pero mis anteriores experiencias con los marroquíes me dejaban en claro que aquel sujeto solo me ayudaría a cambio de algunos dirhams, por lo que me negué ante su oferta. Soy policía de seguridad —me dijo—. Dime el nombre de tu riad y te llevo a él. Su chaleco fluorescente parecía ser real, y lo dejé guiarme hasta la entrada del hostal. Cuando creí haber conocido a un honesto funcionario que me habría ofrecido al fin ayuda verdadera, su mano extendida frente a la puerta me indicó que todo había sido un engaño. El chaleco no era más que un señuelo para camuflar su identidad, y al igual que la mayoría del resto, esperaba dinero a cambio. El encargado del hostal abrió la puerta y me dio la bienvenida. El señor pregunta si le darás alguna moneda —me hizo saber—. Me dijo que era un policía, no tengo por qué darle algo a cambio. —repliqué. Aunque parezca rudo, es así como muchas cosas funcionan en Marruecos. Tras el manifiesto enfado en la cara de aquel hombre, cerramos la puerta y me refugié por fin del frío que bañaba el exterior. Y ya que sabía que podría hacer mi check-in hasta pasado el mediodía, pedí al encargado poder dejar mis cosas y descansar un poco en la sala común del hostal, a lo cual contestó mostrándome el camino al cuarto compartido, donde cordialmente me permitió tomar mi cama y hacer el check-in después de descansar algunas horas. La hospitalidad de muchos marroquíes parecía ser, después de todo, algo de admirarse. El Dar Radya fue otro claro ejemplo de lo placentera que puede ser una estadía en un típico riad marroquí. Su patio central con mesas de té y una fuente en la que se bañaban las aves; los cuartos con ventanas dobles de madera y tapetes de mosaicos; el baño en colores rojizos y un lavabo de azulejos en motivos geométricos. Cada detalle de aquel riad parecía estar planeado a la perfección para hacer sentir a sus huéspedes en un histórico Marruecos. Y sumado a la amabilidad de su personal la experiencia no podía ser mejor. Un té de menta es siempre una buena forma de empezar el día. Y ya que el cielo me sonreía mucho más que la noche anterior, salí nuevamente a caminar por las laberínticas calles de aquella metrópoli magrebí. Marrakech es una ciudad más nueva que su hermana Fez, en el norte, de donde yo había llegado esa mañana. Mientras Fez fue fundada por una dinastía árabe, Marrakech, situada más bien al sur del actual país, nació gracias a una dinastía bereber, llamados los almorávides. La imagen contemporánea de Marruecos y el Magreb (el noroeste africano) suele resumirse en un solo concepto: países árabes. Pero es necesario hacer algunas diferencias. Los árabes son un pueblo (actualmente aceptados como una etnia) que originalmente provienen de la península arábiga, y que poblaron el Medio Oriente y el norte de África durante la propagación del Islam en los siglos VII y VIII. Y aunque puede decirse que casi todos los árabes hablan la lengua árabe, no puede decirse que todos los árabes practican el Islam. Así también, no puede decirse que todos los pobladores de los países árabes pertenecen a la etnia árabe ni hablan tal idioma. Antes de que los árabes se expandieran llevando consigo el Islam, el norte de África estaba ya habitado por tribus nómadas, conocidas como bereberes, hablantes de lenguas bereberes. Venta de tapetes bereberes típicos. Su presencia a lo largo del Sahara se remonta a siglos antes del nacimiento de Cristo, aunque las duras condiciones del desierto más grande del mundo los obligaron a moverse constantemente de un lado a otro. No obstante, fueron capaces de establecer verdaderas ciudades en algunas de las regiones mejor adecuadas para su supervivencia. Marrakech es uno de los mejores ejemplos, nacida como una urbe bereber e invadida siglos más tardes por los sultanes árabes que hasta hoy gobiernan Marruecos. Se puede decir entonces que los dos principales pueblos que habitan hoy el Reino de Marruecos son los árabes y los bereberes, siendo el árabe y el bereber las dos lenguas oficiales del país, y cuyos ciudadanos son libres de profesar la religión que deseen. Aunque claro, el islam es el dogma predominante. Mujeres usando su hiyab típico árabe, y detrás un hombre usando su jellaba típica bereber. La medina es el lugar donde se establecieron los primeros pobladores de la ciudad durante la Baja Edad Media. Los souks de Marrakech son los más grandes del país, y es la mejor forma de sumergir a los turistas como yo en estos típicos y laberínticos mercados callejeros del mundo árabe. Otro elemento bastante característico de estas ciudades son los hammam, los baños árabes o turcos que se heredaron de la cultura romana tras su desaparición. Los otomanos y las culturas islámicas prosiguieron estos rituales de limpieza en baños públicos, que hasta el día de hoy están divididos para hombres y mujeres. Es la versión árabe de las saunas, que le valen a Marruecos una buena parte del turismo que reciben. No tardé mucho tiempo para darme cuenta de algo. Casi la totalidad de los edificios y paredes en la medina eran de color rojizo. La causa, es que están construidas con arena roja, característica de la zona donde se emplaza la ciudad. Es por ello que Marrakech se ha ganado el título de “la ciudad roja”. De hecho, cualquiera que viaje por Marruecos se dará cuenta que cada ciudad tiene un color predominante en sus construcciones, ya que por órdenes de los gobiernos locales toda nueva edificación debe respetar el material y el color tradicional para conservar su matiz único. La medina está amurallada todavía en su mayor parte, y como es de esperarse, su extensión es bastante grande. Pero toda caminata por la medina culmina de forma perfecta en la plaza de Yamma el Fna, el corazón de Marrakech donde desemboca la densa red de callejuelas. La plaza de forma irregular está rodeada por tiendas, restaurantes y cafés que ofrecen la mejor vista de la ciudad con sus terrazas. Pero lo mejor de Yamma el Fna se encuentra sin duda al nivel del suelo. Conforme va avanzando el día, comienza a llenarse de comerciantes y artistas de todo tipo. Mujeres que pintan con henna, vendedores de jugos de naranja o de pociones afrodisíacas; malabaristas, músicos, encantadores de serpientes, contorsionistas; vendedores de fruta, pescados, tapetes persas, joyería, juegos de té, lámparas mágicas. La lista va creciendo conforme el sol va avanzando hacia el oeste. Pero como bien me habían dicho, lo mejor de Yamma el Fna llega tras el ocaso. Por ello decidí seguir mi camino y dejar que me sorprendiera al caer la noche. Al oeste de la plaza una larga calzada peatonal ofrecía paseos turísticos en carruajes, que se estacionaban junto a uno de los parques públicos que dan comienzo a las modernas avenidas, donde el tránsito de coches empezaba a aparecer en la ciudad. Al fondo, la torre de la mezquita Kutubía dominaba el paisaje, haciendo notar su presencia como el ícono más representativo de Marrakech. Como dije antes, la ciudad fue fundada por los almorávides, en una localización estratégica para las caravanas que cruzaban el Sahara hacia la África negra. Pero de la época almorávide no queda nada en Marrakech, ya que años después de su llegada fueron invadidos por los almohades, otra dinastía bereber proveniente de las montañas del este. Los almohades dieron a Marrakech su primera gran época de esplendor, y en el siglo XII su primer califa, Abd Al-Mumim, mandó a construir la mezquita Kutubía, que se cuenta que en su época era de las mayores en el mundo islámico. Sus muros están construidos, al igual que el resto de la ciudad, con la arena rojiza que rodea a la urbe, presumiendo sus arcos de herradura por los que es un deleite atravesar para todo occidental como yo. Su alminar (como se le conoce a las torres de las mezquitas) es la construcción más alta de Marrakech, y aunque ha perdido ya buena parte de su ornamentación original, continúa imperando con su poder sobre la metrópoli roja. Marrakech es quizá la ciudad más turística y visitada en todo el país. No fue extraño entonces que mi amiga Daniela, que entonces salía con un chico marroquí, se encontrara aquel día en la misma ciudad que yo, a más de 9000 kilómetros de nuestro hogar en México. Encontrarme con ella mientras tomaba un café frente a aquella imponente mezquita fue sin duda una experiencia extraordinaria. Pero mejor aún en compañía de un local como Zakaria, su novio marroquí que nos ofreció a ambos mostrarnos lo mejor de la ciudad. Al oeste de la mezquita, Zakaria nos llevó a La Mamounia, un verdadero palacio-hotel que permite visitas gratuitas a los turistas. El terreno fue heredado al príncipe Al Mamoun en el siglo XVIII como regalo de bodas por parte de su padre. Pero fue hasta 1923 cuando se decidió inaugurar un lujoso hotel en lo que alguna vez fue un oasis protegido dentro de las murallas de Marrakech. Entrada al hotel La Mamounia. Numerosas celebridades son las que se han hospedado en sus opulentas habitaciones. Desde políticos tan renombrados como Winston Churchill y el general Charles De Gaulle, hasta artistas como Charles Chaplin, Edith Piaf, Yves Saint-Laurent y Elton John. La máxima expresión de la arquitectura árabe y andaluza parecía encontrarse al interior de aquel suntuoso hotel. Esculturas de arabescos, techos con madera tallada en la mejor calidad, fuentes de mosaicos mudéjar y lámparas de cristal que iluminaban el interior del edificio simplemente a la perfección. La presencia del agua en sus fuentes y estanques no podía pasarse por alto como en cualquier otra construcción del mundo árabe. Pero sin duda en una forma muy diferente a como lo hacían los riads que mi bolsillo podía pagar. Detrás del hotel, ocho hectáreas de jardines se extendían con un acervo de especies vegetales que contrastaba idealmente con el naranja de sus muros. Palmeras, cactus, olivos, naranjos y bugambilias, donde los pájaros se posaban para hacer al ambiente inclusive más sublime. Con su cava de vino, spa, chefs de renombre, suites imperiales y códigos de etiqueta, La Mamounia nos dejó en claro que Marruecos no tiene nada que envidiarle a los países occidentales en cuanto a turismo de lujos se trata. Pasadas las horas la lluvia comenzó a caer otra vez sobre nosotros, así que decidimos que era tiempo de comer. Zakaria nos llevó a un buen restaurante por un almuerzo típico marroquí: sopa harira y tajín. Ambos platos me parecían dignos de todo paladar, pero después de cierto tiempo no sabía si me llegarían a aburrir. Y para para la digestión, un buen vaso de té nos reconfortó a ambos lados de la mesa, antes de volver al coche y seguir nuestro tour por la ciudad roja. Zakaria tomó una carretera, que parecía estarnos llevando fuera de la ciudad. En realidad, nos dirigíamos a la Palmerai, la zona norte de Marrakech, donde un oasis de palmeras parece ser el lugar que ha atraído a millonarios a construir sus nuevas residencias. Camellos en el Palmerai. Aunque a decir verdad, no todos son precisamente millonarios. Aunque Marrakech es una de las ciudades más caras de Marruecos y ha incrementado sus precios inmobiliarios durante las últimas décadas, comprar un riad en su interior sigue siendo mucho más barato que un apartamento en Europa o Estados Unidos. Es por ello que se ha convertido en la ciudad que atrae a más extranjeros en todo el país. Al volver al centro antiguo de la ciudad, cometimos el grave error de atravesar la muralla de la medina en el coche. Si bien, gran parte de ella es peatonal, algunas calles están habilitadas para el tránsito automovilístico. Pero la circulación en su interior es simplemente nefasto. Esquivando a los peatones y serpenteando en tal laberinto de rúas, tardamos casi media hora en salir para hallar un estacionamiento. Para entonces, la noche había caído, y Yamma El Fna se había animado como toda una fiesta citadina que amenazaba con parar hasta pasada la medianoche. En el medio de la plaza nos encontramos con un amigo de Zakaria. Daniela y yo, deseosos de comprar souvenirs, supimos que debíamos aprovechar la oportunidad de estar con dos marroquíes, quienes podrían negociar por nosotros los precios de los productos. Cualquiera diría que los latinoamericanos están acostumbrados a regatear. Pero los comerciantes marroquíes han pulido ese arte mucho más que nuestros ancestros. Así, Zakaria y su amigo consiguieron una lámpara para Daniela y un tarbush para mí, ese típico sombrero rojo que usaba el mono de Aladino en su cabeza. Para disfrutar de una vista panorámica de Yamma El Fna, subimos a la terraza de uno de sus múltiples cafés, donde un café con leche y un té de menta fueron una excelente forma de culminar nuestra jornada. Al otro día Daniela y Zakaria ya habían armado su plan. Así que me tocó visitar el resto de Marrakech por mi cuenta. Esta vez, decidí conocer los verdaderos palacios de los que había gozado la metrópoli en su época de esplendor. Marrakech fue la capital imperial durante los siglos XVI y XVII, cuando la tribu árabe de los saadíes invadió la ciudad y la convirtió en una de las más prominentes y pobladas del mundo árabe, atrayendo a grandes artistas y pensadores. Una de las construcciones más emblemáticas de esta era es el palacio El Badi, mandado a construir por el sultán Ahmed al-Mansur. Lo que puede visitarse hoy de aquel palacio son solo sus ruinas y su bien conservado jardín central. Pero según algunos cronistas, se trataba de una verdadera maravilla del mundo islámico. Contaba con 360 habitaciones, cuyas paredes y techos estaban recubiertos con oro traído desde la mítica ciudad de Tombuctú, que el propio sultán había ya conquistado. No hace falta decir que los patios estaban adornados con estanques y fuentes tras los que se sembraron filas de naranjos, que me trajeron a la mente los palacios nazaríes de Andalucía en España. De hecho, los planos de El Badi se basaron en los de la Alhambra, la joya de la arquitectura musulmana en la península ibérica, que por suerte se conserva mucho mejor que aquel en Marrakech en el que posaba mis pies. La gloria del palacio no duró mucho más de cien años, tras los cuales una nueva dinastía árabe (la que gobierna hasta ahora Marruecos) subió al trono, y llevó todos sus tesoros hasta Mequinez, la que sería la nueva capital del reino. Pero para mi fortuna también es posible admirar un palacio mucho más reciente. En el antiguo barrio judío se encuentra el Palacio de la Bahía, el mejor conservado de Marrakech. Entrada al palacio de la Bahía. Si bien en el siglo XIX Marrakech ya no era la capital, un visir de la corte real (asesor del sultán) mandó a edificar este inmenso palacio para su uso personal. Su intención era hacer el palacio más grande jamás construido, y aunque nunca gozó de ese título, logró captar a la perfección la esencia de la arquitectura islámica y marroquí en un solo lugar. Aunque el hotel La Mamounia me había mostrado ya buena parte de lo que es un palacio marroquí, La Bahía se trataba de uno de verdad, en donde un miembro de la realeza había pasado parte de su vida. A pesar de haber quedado en desuso como residencia cuando el visir falleció, se yergue todavía en excelentes condiciones. El brillo de los mosaicos, la textura del cedro tallado y el matiz de los colores en cada uno de sus muros siguen pareciendo sumamente nuevos. El harén es simplemente exquisito, con un patio interior en el medio del cual se posa una fuente, y alrededor del que vivían las concubinas del visir, quien además de ello tenía cuatro esposas. Satisfecho con haberme por fin sumergido en una verdadera monarquía árabe, almorcé en las calles cercanas a la medina, para después continuar hacia la zona nueva de Marrakech. Esta área es llamada la ville nouvelle, que como en todas las ciudades marroquíes, fue construida por los franceses durante los años del protectorado en el siglo pasado. Aquí se encuentran las grandes avenidas, hoteles, centros comerciales, tiendas, los edificios del gobierno local y, sobre todo, las modernas casas y apartamentos donde moran los actuales habitantes de la ciudad. Es en esta zona donde se encuentra uno de los principales y más nuevos atractivos de Marrakech: el jardín Majorelle. Durante los años del protectorado de Francia y España en Marruecos, el pintor francés Jacques Majorelle estableció su pequeño taller en la ville nouvelle. Alrededor del mismo, decidió mandar a plantar uno de los más bellos y cuidados jardines botánicos de la ciudad, que además de poseer una amplia gama de plantas y arbustos, se decora con vivos colores en sus muros, macetas y ornamentos que dejan en claro que aquel sitio perteneció a un pintor. Pero el color más predominante es el azul, que el mismo artista creó y que hasta hoy lleva su nombre: color azul Majorelle. En los años sesenta la propiedad pasó a manos del famoso modista francés Yves Saint-Laurent, quien amplió el acervo botánico y convirtió el antiguo taller en una sala de exposición de arte islámico Enamorado de los jardines y palacios marroquíes, decidí que era momento de volver a mi riad y cenar en Yamma El Fna un buen plato de pescado con calamares y berenjenas, que saciaron mi apetito para la hora de dormir. Los siguientes días me esperaba otra cara de Marruecos. Una cuyos paisajes se colmaban menos por la realeza, y mucho más por la naturaleza de un país entre el océano, las montañas y el desierto.
  46. 3 puntos
    ¿Quién no ha soñado con una Navidad diferente fuera de casa? La Navidad es una excusa perfecta para planificar un viaje y disfrutar de una fiesta diferente. A la hora de pensar en un destino navideño, las propuestas son muchísimas, pero a continuación te presentamos dos destinos únicos... Por un lado Nueva York, una ciudad que nunca duerme y donde la Navidad le da aún más vida a esta gran urbe. Otra de las propuestas es visitar el hogar de Papa Noel, Finlandia para pasar unas fiestas blancas y conocer otras tradiciones. La Navidad en Nueva York Si de celebraciones se trata, la enigmática ciudad de Nueva York es uno de los puntos más elegidos. La Navidad comienza a sentirse durante noviembre. Las vidrieras y las fachadas de los edificios se visten de fiesta, los abetos se iluminan al igual que los hogares. Se suman los mercados al aire libre desbordantes de adornos. Podría decirse que Nueva York es lo opuesto al mensaje original y bíblico que desde hace dos mil años difunden las figuras de José y María junto con el niño Jesús. Es decir, atrás queda en esta ciudad de luces, la familia chica en silenciosa reunión para dar lugar a pilas de paquetes que decoran los árboles familiares. Por supuesto, que el viaje no estaría completo sin antes disfrutar de una tarde de patinaje. La pista más famosa es la de Rockefeller Center. Un detalle muy importante, es que conforme se aproxima la Navidad, el precio va en aumento. Pero, existe una alternativa gratuita, Bryant Park, la única pista de patinaje en la que no hay que pagar, eso sí, es una de las más concurridas. Los mercados navideños tienen todo su encanto, el más grande lleva el nombre de Bank of America Winter Village, además de regalos pueden comprarse varios comestibles y bebidas. Los mercados suelen abrir a fines de octubre y cerrar los primeros días de enero. Existen pistas de esquí que cierran más tarde, como por ejemplo la llamada Wollman la cual no cierra hasta el mes de abril. Se suman a los atractivos navideños, las vidrieras de la famosa 5 ª Avenida son realmente un viaje para los sentidos. Laponia+ Helsinki La leyenda se remonta a la década de 1820 y cuentan que el hogar oficial de Papa Noel es Laponia en Finlandia. El entorno natural es uno de los elementos que le dan vida a la Navidad finlandesa. Paisajes blancos envueltos de oscuridad e iluminados únicamente por las estrellas crean un ambiente ideal para disfrutar de esta importante celebración. Es parte de la navidad de Finlandia el pan de jengibre, por lo que un viaje no está completo sin antes probrar todas las variedades junto con las galletas horneadas acompañadas de vino caliente. El Glogi es un tipo de vino caliente, se prepara con vino tinto o jugo rojo de algún tipo mezclado con especias como el cardamomo y la canela. Se suele servir con pasas y almendras. Otra curiosidad de este país son las linternas de hielo, se hacen con pequeñas bolas de nieve y son una forma muy popular de iluminar la oscuridad invernal. Se dice que la ciudad de la navidad es Helsinki, la capital de Finlandia donde las primeras nieves abundantes suelen llegar a tiempo cubriendo la ciudad de blanco y creando un ambiente adecuado para el 25 de diciembre. La fiesta en sí se celebra tranquilamente en familia, pero la ciudad aprovecha al máximo el anticipo de las fiestas en bares y restaurantes. Los escaparates de las tiendas se visten de fiestas decorados para abrir las puertas a los compradores de Navidad. La inauguración de la ventana de Navidad de la Tienda Stockmann es un evento anual muy esperado por los jóvenes pero especialmente por los niños. Las familias visitan esta tienda para mostrar a los niños un espectáculo que todos los años cambia y se renueva. Otra de las propuestas para combinar en un viaje navideño por Findlandia es patinar. Es una atracción muy popular, se encuentra abierto todos los días si el tiempo lo permite. La pista de hielo cuenta con una cafetería y es un espacio ideal para relajarse luego de practicar unos giros por las pistas. Un viaje por las tierras de Papa Noel no está completo sin antes visitar el mercado de Navidad de Helsinki el cual tiene lugar en el corazón de la ciudad. El mercado se compone de más de 120 puestos de ventas de artesanías, lámparas, adornos navideños, comidas y bebidas calientes.
  47. 3 puntos
    4 meses y medio en Lyon habían roto ya varios estereotipos de Francia en los que creía fielmente antes de llegar. Enumerarlos en una lista podría llevarme horas. Que los franceses no toman su ducha, que París es la capital de la moda, que usan los mejores y más exquisitos perfumes en el mundo… Los tiempos han cambiado, y Francia ya no es lo que quedó impregnado en la mente del vulgo. Aunque conserva buena parte de su identidad, no se ha salvado de la influencia comercial del mundo globalizado. Y esa influencia no solo proviene de los Estados Unidos y su cultura capitalista. Francia es un país que desde mitad del siglo pasado ha recibido una importante cantidad de inmigrantes del Magreb, la zona norte y noroeste de África, cuyos países fueron parte del imperio colonial francés. Los inmigrantes magrebíes siguen, de hecho, llegando todos los días a territorio francés. Y aunque muchos de ellos lo hacen de forma ilegal, su adaptación resulta un poco más fácil, sobre todo por la facilidad que representa el idioma. No obstante, el origen árabe y su fuerte religión hace a los magrebíes fácilmente distinguibles del resto de los franceses, y la dura realidad, es que muchos no se han acoplado del todo a su modo de vida, lo que provoca cierto grado de rechazo y discriminación. Pero caminar por las calles de Lyon y las ciudades galas hace imposible no sentirse atraído por una cultura tan particular como la magrebí. Sus restaurantes y su cuscús, sus bares de shishas, su té de menta y su exótica y moderna música rap. Las mujeres que aún en Europa usan su hiyab, sus toscos y grandes rasgos físicos, su extraño pero exquisito idioma, su elegante forma de escribir el alifato de derecha a izquierda. Todo ello hizo prácticamente imposible resistirme a comprar uno de los varios económicos vuelos que salen de Francia hacia Marruecos, el destino del Magreb que tiene más conexiones a Europa a través de las aerolíneas de bajo costo. Esto último ha convertido a Marruecos en el país más turístico de África, donde ya no es difícil encontrar una multitud de mochileros que llegan día con día a sus aeropuertos. Ryanair, una de las aerolíneas de menor costo en Europa, ofrecía un vuelo a la ciudad de Fez desde el aeropuerto de Saint-Étienne, a 60 kilómetros de Lyon. Y su menudo precio me convenció de cruzar al sur del Mediterráneo en mis vacaciones de febrero, cuando las escuelas de Francia tienen dos semanas de asueto. Los vuelos de Ryanair son el sueño de todo mochilero, capaces de llevarlos por toda Europa y destinos cercanos por precios ridículos. Pero no se puede esperar una buena calidad del servicio. El avión despegó con 40 minutos de retraso, y un bebé que no paró de llorar en todo el trayecto a solo tres asientos junto a mí hizo de aquel un vuelo sumamente difícil. Pero el aterrizaje suavizó el estrés. La fachada que recibe a los pasajeros al aeropuerto de Fez es una particular probada a la arquitectura árabe que da una perfecta bienvenida. Aunque por alguna razón, uno de los policías no me permitió tomarle una foto. Desde Francia había sido ya advertido de lo difícil que podría ser tratar con los marroquíes. Y mi primera batalla la enfrenté solo algunos minutos después de llegar, cuando debía cambiar mis euros por dirhams, la moneda local. Había escuchado ya que Marruecos es un destino barato, y comprar 2 mil dirhams me parecía suficiente para toda mi estadía (y de hecho lo fue). 2 mil dirhams es muy poco. Compra 3 mil —me dijo el vendedor, quien insistía en que no sería suficiente—. Gracias, pero no quiero más—repliqué. Traté de ser educado, pero su insistencia era tanta que tuve que dejarlo hablando solo. Hasta que se decidió a aceptar mis euros y darme el efectivo. Ahora sabía que los marroquíes no serían nada fácil. Aunque Marruecos es barato, había contactado con Anouar, un chico de Couchsurfing que había aceptado hospedarme por algunas noches en Fez. Pero desde nuestro primer mensaje algo me dio un mal presentimiento sobre aquel chico. Un día antes de mi viaje, le había enviado un WhatsApp para confirmar mi llegada. Pero hasta la siguiente mañana no había recibido respuesta. Una vez en el aeropuerto, rápidamente me encargué de conectarme a una red wifi, solo para corroborar que Anouar no había respondido aún. Incluso marqué a su teléfono, dispuesto a pagar por lo que sería una costosa llamada internacional. Pero tampoco hubo respuesta. Sin hacer coraje alguno por otra mala experiencia con un marroquí, decidí moverme por mi cuenta. Pregunté entonces a un policía por la parada del bus, a lo que contestó que no existía ninguna, y que la única manera de llegar a la ciudad era tomando un taxi. Descubrí entonces lo que la mayoría de los marroquíes buscan siempre: el dinero. Intentar hacer al turista gastar lo más posible para dejar un buen derroche económico en su país. Caminé hacia donde mis instintos me guiaron. La parada no existía visualmente, pero el bus, en efecto, sí existía. Y por solo 4 dirhams conseguí viajar al centro de la ciudad, a diferencia de los 200 que normalmente cobra un taxi. Yo era el único extranjero a bordo, pero los primeros minutos de viaje me hicieron sentir como en casa. Si bien el vetusto autobús era bastante feo, un grupo de pasajeros no paraba de reír en su parte trasera. Y aunque no entendía una palabra del árabe que emanaban sus bocas, una sonrisa es un símbolo universal que siempre es capaz de contagiar alegría. Pero las cosas cambiaron más tarde, cuando un par de policías subieron al bus pidiendo los tickets a los pasajeros. Aquel grupo que tanto había reído fue detenido por los gendarmes. Al parecer no habían pagado su boleto. Los gritos vinieron de todos lados. Hombres, ancianos, señoras, policías y hasta el chofer gritaban frases ininteligibles para mi oído. Cuando al fin se calmaron los alaridos y los pasajeros bajaron forzados por los oficiales, llegamos a la central de trenes de Fez, donde descendí para decidir cuál sería mi siguiente paso. Nuevamente con wifi, reservé una noche en un hostal ubicado en la medina de Fez, la zona más vieja de la ciudad, poseedora de la mayoría del turismo. Los 75 dirhams (7 euros) que debía pagar por cada noche con desayuno incluido, me convencieron inmediatamente de que Marruecos se trataba de un país bastante barato. Cogí así un taxi a la entrada de la medina de Fez el-Bali. Se trata de la zona medieval de Fez, el área peatonal más grande del mundo, declarada por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad y rodeada completamente por una muralla. El chofer me dejó en la puerta Bab Bou Jeloud, la principal entrada a la medina en su parte occidental, por donde a toda hora cruzan cientos de personas locales y turistas. La primera puerta construida data del siglo XII, y daba acceso a la calle Tala’a Kebira, el principal souk de la medina, palabra que designa los mercados callejeros del mundo árabe. Bab Bou Jeloud es uno de los mejores ejemplos de la arquitectura árabe, con sus tres puertas en arco de punta, un techo almenado y ambas fachadas cubiertas en mosaicos con motivos geométricos, con el azul como color predominante. Desde su fachada exterior me fue posible avistar la torre de la madraza de Bou Inania, una de las principales universidades en la medina de Fez que también funciona como mezquita, fundada en la Edad Media por la dinastía Marinid, que gobernó Marruecos del siglo XIII al XV. La “puerta azul” era también el mejor ejemplo de la atmósfera que colma las ciudades marroquíes. Muchedumbres yendo y viniendo, comerciantes y restauranteros gritando a las orillas del pasillo principal, el altavoz de una mezquita llamando a sus fieles. Y en medio de todos, los turistas como yo que llevaban su mochila al hombro. Así que antes que nada, decidí adentrarme en aquel laberinto amurallado para encontrar el hostal donde pasaría la siguiente noche. Mi intuición me había hecho reservar un hostal muy cerca de la puerta azul, facilitando mi acceso a la medina, ya que no hay manera de llegar más que caminando. El taxista me explicó qué camino tomar. Pero al tocar la puerta del riad, uno de los empleados salió para decirme que ya no tenía cupo en sus habitaciones compartidas. Se ofreció a llevarme a otro hostal cercano, perteneciente al mismo propietario. Acepté sin más remedio. Llegamos así al riad Dar Hozor, a solo unas calles delante de la puerta azul. Las camas en habitaciones compartidas estaban aún disponibles, y la calidad del alojamiento y de su personal parecía igual de buena. Además de todo, respetaron el precio por el que reservé. Los riads son antiguas casas típicas de las ciudades marroquíes, que ahora sus dueños han hecho funcionar como alojamiento. Vista desde la terraza del riad Dar Hozor. Lo atractivo de los riads no es solo su bajo precio (mucho más bajo que los hoteles que se encuentran fuera de las medinas) sino el edificio mismo, que conserva la arquitectura propia del reino. La estructura de las casonas posee siempre un patio central, normalmente cuadrado o rectangular, donde el agua suele estar presente en fuentes y pequeños estanques. El techo puede ser descubierto o cerrado para proteger al patio de la lluvia. Así, muchas veces las aves tienen libre ingreso. El comedor, la sala y las mesas de té son los espacios comunes que suelen compartir los huéspedes y empleados. Además de todo, los muros suelen ser ornamentados con azulejos y motivos geométricos típicos del antiguo Marruecos que hacen al huésped poder sumergirse totalmente en la cultura local. Los cuartos de la antigua casona funcionan ahora como habitaciones de alojamiento, con cómodas camas, baños privados, conexiones eléctricas y de internet, todo lo necesario que supera los estándares de muchos alojamientos baratos en otros países. Mi riad fue mi mejor primer acercamiento a Marruecos. Y con la ayuda de sus empleados, que me proporcionaron un mapa de la ciudad, salí a dar un primer paseo por la medina. Abrir el mapa de papel en medio de Fez no era precisamente lo que estaba planeando. Mis rasgos occidentales y mi nulo árabe eran suficiente para hacerme ver como un turista. Y lo que menos precisaba era más marroquíes acercándose a mí. Así que para no perderme, decidí tomar una de las calles principales de la medina, Tala’a Sghira, la más amplia de toda la zona medieval. La avenida está orillada por cientos de comerciantes, que ofrecen todo tipo de productos. Textiles, frutos, carne, plantas curativas, vajillas de té, mantas de lana de camello, aparatos electrónicos, tubos de shishas. Las ciudades marroquíes son también famosas por poseer una enorme cantidad de gatos callejeros, superando por mucho a los perros ambulantes, comunes en el resto de las grandes metrópolis del planeta. El ruido de los transeúntes y comerciantes se adornaba aún más con el sonar del altavoz que llamaba a los fieles musulmanes a acudir a la mezquita. Más tarde me enteraría que existen cinco horas al día en que un practicante del Islam debe acudir a la mezquita a rezar, o en su defecto, hincarse a rezar en el lugar en el que esté. El llamado de la mezquita es la forma de hacerles saber que es tiempo de rezar a Alá. Torre de una típica mezquita en la medina de Fez. Marruecos es una monarquía constitucional, cuya ley no se basa en la sharia, es decir, la ley de derecho islámico. Así, puede decirse que es un país laico donde cada persona es libre de predicar la religión que le plazca. Sin embargo, el 99% de sus habitantes se autodenominan musulmanes, siendo el rey de Marruecos el máximo representante del Islam en el país. Pero a diferencia de lo que la gente cree, en Marruecos no es obligatorio la práctica islamista. Las mujeres, por ejemplo, pueden conducir, no están obligadas a usar el hiyab, tienen derecho a divorciarse y no se les puede obligar a casarse. Los homosexuales no son perseguidos por la ley, la educación básica no obliga a los niños a aprender el corán y, por lo tanto, acudir a una mezquita, no es una obligación, sino más bien una práctica cultural. Una mujer camina con su típico hiyab por las calles de Fez. Marruecos es el país árabe y musulmán que otorga, quizá, más libertades a sus ciudadanos. Sin embargo, existe todavía mucha represión por parte de la sociedad, que tiene mucho más que ver con el arraigo cultural ligado al islamismo que con las leyes dictadas por la constitución. Aún así, al oír el altavoz proveniente de la mezquita, la gente que vi en las calles no se hincó en ningún momento a rezar. La mayoría prefirió seguir con sus deberes diarios y sus oficios. Algunos, por otro lado, acudieron rápidamente a la mezquita, muchos de ellos a la mezquita Qarawiyyin, la más grande de la medina. Qarawiyyin resulta ser también una antigua madraza, que funciona hasta hoy como una universidad. La mezquita de Qarawiyyin está inscrita en el Libro Guiness de los récords, como la universidad más antigua todavía en funcionamiento. Fue fundada en el año 859 durante el reinado de la dinastía idrísida, considerada creadora del estado marroquí. Entrada a la mezquita de Qarawiyyin. La universidad es famosa por los estudios de la lengua árabe y de la religión musulmana, lo que convierte a Fez en una ciudad estudiantil por excelencia, y es considerada el foco religioso y cultural de todo Marruecos. Lamentablemente las mezquitas no permiten el ingreso a personas no musulmanas, por lo que tuve que conformarme con ver a los fieles poner y quitarse los zapatos en la entrada principal. Y aunque pensé que todos acudirían con sus típicas y mejores vestimentas árabes, no es raro ver tenis Nike o Adidas, hombres con gorras deportivas en sus cabezas, pantalones de mezclilla y gafas Ray Ban. La globalización ha llegado a todos los rincones del mundo. Comencé a caminar de vuelta a mi riad antes de que la noche cayera sobre la ciudad. Esta vez tomé la Tala’a Kabira, paralela a la otra gran avenida. Entre la cantidad de callejones y decenas de tiendas a mi alrededor, de repente me vi perdido en medio de la vía. Mi cara era rápidamente interpretada por los locales, que siempre se acercaban a ofrecerme ayuda. Calle de Tala'a Kabira. Me hablaban en inglés, luego en español. Por último intentaban en francés. La mayoría de los marroquíes son bilingües de nacimiento, con el árabe y el bereber, o el árabe y el francés, como sus primeras lenguas. El español es el idioma más aprendido por los estudiantes, siendo uno de los países con el mayor número de personas que lo aprenden en el mundo entero. Pero la ayuda de los locales no parecía ser genuina casi nunca. Luego de unos minutos de entablar una charla (en la que casi siempre eran ellos quienes tomaban la palabra sin dejarme hablar) terminaban por pedirme un par de monedas a cambio de llevarme hasta mi hostal. Así que refusé todo intento de auxilio de su parte. Un misterioso hombre en la vía Tala'a Kabira. Las ofertas no se limitaban a guiarme por la medina. En más de cuatro ocasiones aquella tarde varios hombres se acercaron a ofrecerme marihuana. ¿Quieres fumar amigo? Tengo hachís —me decían—. A lo que siempre me negué, no por miedo, sino por falta de interés. Hubo quien incluso me invitó a su casa para fumar un par de pipazos. Sin duda Marruecos es el destino ideal para los amantes del cannabis, que se dice, es de la mejor calidad. Antes del ocaso me vi nuevamente en mi riad. Y para calmar el hambre, acudí a un restaurante típico marroquí, con cojines tejidos en motivos geométricos y sus características mesas de té redondas. La sugerencia del chef fue el tajín, el plato tradicional de Marruecos y de buena parte del norte africano. Es una mezcla de alimentos estofados, que normalmente incluyen verduras y carne de pollo, ternera o cordero, y se sirven sobre un recipiente especial de barro barnizado que se cubre con una tapa cónica que mantiene el vapor. Mi elección por el tajín kefta (con carne picada) fue una genial alternativa para la cena, con la que volví a cama para descansar luego de una larga jornada que había comenzado en la lejana Francia aquella mañana. Pero mi susurrante sueño fue súbitamente interrumpido cerca de las 5 de la mañana, cuando el primer llamado de la mezquita se hizo escuchar en sus altavoces. Vaya si los musulmanes eran más estrictos que los cristianos. Nunca vi a un cristiano comenzar sus rezos a las 5 de la mañana, pensé. Ya que el personal del hostal apenas se alistaba para servir el desayuno, decidí tomarme el tiempo de comprar mi boleto a Marrakech, que al parecer la compañía no vendía online, lo que me obligaba a acudir directamente a la terminal de buses. Salí para enfrentarme a una fría y lluviosa mañana. Había decidido pasar mis vacaciones en Marruecos porque la gente me había dicho que sería mucho más cálido que quedarse en Europa. Ahora veía que Marruecos no era solo un pedazo de desierto junto al Mediterráneo. Ubicada fuera de la medina, para llegar a la estación de buses atravesé la muralla y caminé por la moderna carretera que me llevó hasta la Gare routière. La medina desde fuera podía fácilmente pasar por un castillo medieval europeo, a no ser por las columnas de las mezquitas que se asomaban en lo alto de sus muros. Buena parte de la ciudad moderna a extramuros de la medina fue construida por los franceses durante la época en que Marruecos fue un protectorado de Francia. Fue entonces cuando Fez dejó de ser la capital del reino, siendo desplazada por Rabat. Ambas, junto con Mequinez y Marrakech forman las cuatro ciudades imperiales de Marruecos, que en algún momento de la historia fueron las capitales del reino. A pesar de la historia que Marruecos tuvo con Francia y España en el pasado (del que también fue protectorado y que aún conserva dos ciudades autónomas en el norte del territorio marroquí) , sus relaciones exteriores han mejorado bastante. Y es por ello que muchos marroquíes todavía hablan francés y español, aunque no sean lenguas oficiales del reino. No obstante, gran parte de la educación superior se imparte todavía en francés. Luego de comprar mi boleto a Marrakech para aquella noche, volví al hostal completamente empapado. Desalojé la habitación, colgué a secar mi ropa y tomé mi desayuno, que debo admitir, logró sorprenderme más de lo esperado. Un huevo estrellado, una pizca de pimienta con especias, un trozo de pan salado marroquí, mantequilla, un jugo de naranja y un té de hierbabuena me hicieron empezar bien mi día, a pesar de que la lluvia parecía no cesar. Antes de seguir andando me detuve frente a la puerta Bab Bou Jeloud. Mi amigo Alex, de Londres, me había dado el nombre de un amigo que había hecho hace un año durante su viaje a Fez. Encontré así a Abdellatif, un joven chico que trabajaba en uno de los restaurantes en la entrada de la medina. Ambos reconocimos nuestras caras al cruzar miradas, y aunque sólo nos habíamos visto en fotografías que Alex intercambió con nosotros, fue un alivio al fin poder conocer de primera mano a un marroquí. Pronto me invitó a beber un té de menta, que hubiera sido mucho mejor sin tal cantidad de azúcar (razón que muchos creen la culpable de la horrible dentadura que poseen muchos marroquíes). Me senté a su lado para conocernos un poco. Abdellatif no hablaba francés, pero su inglés era mucho más fluido que el del resto de los locales. Y parecía contento de poder practicarlo conmigo. Vivía cerca de la medina, donde rentaba un cuarto. Estudiaba química en la Universidad de Fez, facultad con mucho mayor prestigio que la de su natal Agadir, en la costa atlántica. Fue gracias a Abdellatif que resolví muchas de mis dudas sobre Fez y su particular cultura, a la que poco estaba acostumbrado en el mundo occidental. Luego de una hora de charla, y una vez harto de que sus colegas intentaran venderme una costosa jellaba (túnica tradicional bereber) seguí caminando para conocer, esta vez, la parte exterior de la medina. Muchas de las casas al otro lado de la muralla no cambiaban mucho que digamos. Aunque no todas datan de la misma época medieval, el gobierno hizo un buen trabajo al lograr conservar la arquitectura típica y el color de la ciudad. Algunos jardines, como el Jardín Jnan Sbil, todavía se presumen como recordatorio de cuando Fez fungía como la capital del Reino de Marruecos. Incluso algunos edificios que fueron construidos para la familia real funcionan hoy como edificios del gobierno local. La tarde y la lluvia dejaron mis pies agotados luego de algunos minutos de caminata con mis botas. Así que busqué refugio en la terraza de un restaurante. Fuera de la medina los menús parecían menos turísticos que en el interior. Una sopa harira, hecha a base de tomate y legumbres, fue una magnífica entrada, a la que siguió un plato de cuscús con pollo, que ni con todo mi esfuerzo pude terminar. Sopa harira, típica para romper el ayuno en el ramadán. Saciado mi apetito, volví a la medina, ya con la lluvia menos densa en el ambiente, para comprar algunos souvenirs y perderme nuevamente en sus calles y souks. Las ropas de lana de camello, el cuero y la metalurgia son algunos de los productos mejor producidos en Fez, que cuentan incluso con sus plazas exclusivas donde se elaboran dentro de la medina. Pero poco se podría esperar que un turista como yo volviera a Europa con algo tan grande en su equipaje. Así que una lámpara diminuta y un vaso de colección fueron suficiente para satisfacer mis necesidades de compra. Al volver al riad, dos misteriosos hombres aguardaban de pie en el callejón, interceptando por completo la entrada al hostal. Fui y volví, con un mal presentimiento sobre ellos. Pero parecían no esfumarse, y sentía sus miradas encima. Entonces caminaron hacia mí, y otro más apareció del lado contrario. Voy a ser asaltado, pensé rápidamente. Y bajo la oscuridad que había ya invadido la medina, me resigné a no ofrecer resistencia y dejar que se llevaran lo que tuvieran que robar. Pero una vez más mis instintos fallaron, y los tres pasaron de largo, dejándome solo en el callejón. Caminé rápido hasta la entrada del riad, donde me resguardé hasta cercana las 20 horas, cuando debí caminar a la estación central y tomar mi bus. A la siguiente mañana visitaría otra de las capitales imperiales de Marruecos, un reino bastante distinto a lo que me había ya acostumbrado en la Europa imperial.
  48. 3 puntos
    Hay destinos de Sol y playa que son ideales para quienes desean pasar unos días descansando disfrutando al máximo las horas de sol en las playas, pero hay viajeros que desean combinar sus días en la playa con otras actividades más... A continuación presentamos una lista de lugares que combinan playa y otras propuestas... México Este país combina destinos de sol y playa con atractivos culturales. El viaje podría iniciarse en su ciudad capital la cual fue catalogada como la metrópolis que todo lo tiene. La Ciudad de México invita a perderse en sus calles y reencontrarse con el pasado histórico. El centro histórico fue declarado como Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO allí se pueden descubrir ruinas arqueológicas del Templo Mayor, edificaciones civiles y religiosas de los siglos XVI al XIX. En México pueden encontrarse varios destinos de sol y playa como la costa Norte del puerto de Veracruz la cual ofrece playa pristinas de vegetación abundante. Sus playas tiene un oleaje que permite tanto nadar como hacer buceo o simplemente disfrutar de un chapuzón. Acapulco es un destino de playa que le ha dado una gran fama a México, pero además de su dorada arena, clima tropical tiene otras atracciones para todas las aficiones y edades. Tiene una activa vida nocturna y unas increíbles puestas de sol. Santa Marta Colombia Colombia invita a disfrutar de playas únicas como es el caso de Santa Marta, una curiosidad es que allí se hacen presente el calor del mar Caribe y la nieve, lo que la convierten en un destino difícil de olvidar. La ciudad de Santa Marta tiene planes para todos los gustos, desde perderse en las mágicas olas de una playa que se juntan con la selva, observar coloridas aves y realizar un recorrido histórico por la ciudad para conocer más sobre la cultura. La ciudad cuenta con un legado histórico representado en la arquitectura y en las calles del centro histórico, un recorrido sugerido es visitar la Catedral, los museos y visitar el Malecón de Bastidas donde puede apreciarse un romántico atardecer. Cultura y playas en el Mar Mediterráneo... Grecia Grecia es un país muy interesante para conocer, con una rica cultura, pasado histórico y con playas de ensueño. La ciudad más poblada es la capital, Atenas, allí pueden descubrirse varias atracciones que son únicas, como el Partenón de Atenas uno de los monumentos más importantes de la antigua civilización griega además de ser el edificio más representativo de toda Grecia. La lista de Playas de Grecia es extensa.... Algunas de los pequeños paraísos de arena y mar son... Mirtos la playa más famosa y fotografiada de la isla de Cefalonia muy llamativa por su grandioso anfiteatro de roca clara que la rodea. Se suman a la lista de playas las ubicadas en la isla de Mykonos, una de las islas griegas más populares conocida por su animada vida nocturna. Paraga es otra de las mejores playas de Mykonos una playa muy tranquila y de gran belleza. Miami Maimi tiene muchas cosas para hacer, por supuesto que entre los imperdibles se encuentran sus playas, pero además de disfrutar de una tarde en la arena, la ciudad ofrece otras propuestas interesantes como conocer sus célebres barrios como Art Deco y Little Habana el corazón de la extensa comunidad cubana de Miami. El arte y la cultura también se hacen presentes en la ciudad siendo algunos de los principales el Museo de Arte Bass, el Museo de Arte Contemporáneo y el Love Art Museum. La vida nocturna es muy animada, una de las propuestas más originales es realizar un crucero nocturno en barco pirada. Desde la ciudad de Miami pueden realizarse varias excursiones como por ejemplo una excursión al famoso mundo de Disney visitando sus parques. Además puede realzarse una excursión para conocer el Centro Espacial Kennedy desde Miami. Cairns Cairns es un destino turístico de Australia que combina playas de aguas cálidas y arenas cristalinas con otras interesantes propuestas como visitar la selva más antigua del mundo Yungaburra o hacer buceo o snorkel para disfrutar de la barrera de arrecifes coralinos más grande del mundo. Cuenta con un bonito centro comercial y un shopping muy grande. Gold Coast Siguiendo con los destinos de Australia se encuentra Gold Coast un destino ideal para surfers y también para quienes desean disfrutar de tranquilas y limpias playas junto con un animado centro comercial con varias opciones gastronómicas. Esta ciudad se encuentra muy cerca de Brisbane, donde se puede visitar un gran santuario de koalas, canguros y conocer otras especies de la fauna australiana. En todos los continentes encontramos varias propuestas para quienes desean disfrutar de sol y playa pero a la vez realizar otras actividades como conocer paraísos naturales, ir de compras o simplemente disfrutar de pasear por ciudades distintas conociendo la cultura local.
  49. 3 puntos
    España tiene varios sitios para recorrer, para quienes deciden desviarse de los recorridos habituales una interesante propuesta puede ser conocer la Región de Castilla- La Mancha y Extremadura. Una zona de colinas y con varias sorpresas urbanas como Toledo, Cuenca y Cáceres, es una región de cuentos por donde transita el relato de Miguel de Cervantes además cuenta con tesoros arquitectónicos y hermosos paisajes. Entre los principales puntos de interés se encuentran... Toledo es una ciudad ubicada al sur de Madrid, es considerada como una ciudad museo. Es uno de los puntos más turísticos de la región pero, a pesar de ello mantiene su estilo y espíritu amable. Hay muchos viajeros que le dedican un día para visitarla, tomando un tren se puede llegar en media hora desde Madrid. Es una de las grandes ciudades históricas de España con una posición espectacular en lo alto de una colina y rodeada por el Río Tajo. Un paseo por Toledo no está completo sin antes probar su tradicional golosina... De las muchas tradiciones moras que han sobrevivido en Toledo, una de las más atractivas e imperdibles es el mazapán. Dicen que fue la principal golosina de la ciudad hasta que Colón trajo el chocolate. Una de las postales para fotografiar es la extraordinaria catedral la cual se convierte en un punto de inicio para recorrer Toledo. Siguiendo con los sitios para conocer, se encuentra Cuenca, la mayor sorpresa de Castilla La Mancha. Se ubica sobre un precipicio, en un espectacular sitio entre los ríos Huéscar y Júcar. El paisaje más llamativo que se puede ver es la Ciudad encantada, se trata de una zona que parece surrealista donde se pueden apreciar rocas erosionadas y casas ubicadas sobre las mismas. Albacete es una zona de viñas y donde abunda el azafrán introducido por los moros. Un dato de curiosidad: el azafrán es una de las especias más costosas del mundo y fue introducida en la región por los romanos y luego por los moros.En otoño, es especialmente bonito ver los campos cubiertos por las flores violetas del azafrán, sólo pueden verse durante un día ya que la cosecha es tan breve como intensa. Los árabes también trajeron el arte de la cuchillería y la calidad del acero de Albacete ha sido siempre reconocida. Los talleres emplean técnicas antiguas para realizar cuchillos de todas las formas y tamaños, por lo que este es un destino ideal para equipar la cocina o por qué no, llevar un souvenir auténtico de la región para regalar. Además, se puede visitar el Museo de la Cuchillería para conocer más sobre la historia y ver tanto diseños antiguos como nuevos. Otro museo interesante para visitar es el Museo de Albacete donde se pueden ver objetos prehistóricos como una esfinge ibérica y otros objetos que pertenecieron a los romanos. Cáceres, es conocida y apodada como la ciudad de las ciguenas ya que las aves blancas anidan sobre torres, chimeneas y antenas de televisión. La ciudad vieja de Cáceres fue declarada como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO ya que es uno de los conjuntos urbanos de la Edad Media y del Renacimiento más completos del mundo. Plasencia y sus alrededores se sumas a la lista de los lugares para conocer. Cuenta con una ubicación escénica en la cima de una colina sobre el río Jerte, es una zona donde se encuentra un valle muy pintoresco. Al sur se encuentran las delicias rurales del valle de la Vera. La atracción principal de Plasencia es la catedral junto con las calles ubicadas alrededor de la Plaza Mayor donde existen elegantes mansiones. El llamativo valle de Jarte es rico en cerezos, allí crecen más de 30 variedades, el florecimiento durante la primavera es realmente un espectáculo. Tras los pasos de Don Quijote Hablar de La Mancha es hablar del famoso personaje del reconocido escritor Miguel de Cervantes. Por las planicies de La Mancha trotan los fantamas de Don Quijote y su fiel escudero Sancho Panza, dos figuras icónicas. En el mundo inocente de Don Quijote los molinos de La Mancha se convierten en gigantes y sus heróicos infortunios están inspirados por su visión paralela a la realidad. Para los interesados en la Ruta del Quijote algunos de los puntos que vale la pena descubrir son... los famosos molinos de viento del Campo de Criptana, en el cerro Calderico donde encuentran 12 “gigantes” cerca de un castillo. Claro que un paseo por la región no estaría completo sin antes hacer un alto en El Toboso, lugar que sedujo al Quijote y sigue llamando la atención a los viajeros que lo recorren. Se trata de un municipio plagado de pequeñas joyas patrimoniales. En los pagos de Dulcinea, las casas tienen sus características particulares con corredores de madera y columnas junto con patios de planta cuadrada. Es interesante recorrer las ermitas y oratorios particulares en torno a las cuales se articularon barrios populares y surgieron plazas irregulares.
  50. 3 puntos
    Las escarchadas montañas, los vetustos coliseos, los refinados chocolates, los untuosos tagliatelles; los peripuestos antifaces, los milenarios canales, las clásicas basílicas y las vívidas ramblas peatonales. El norte de Italia había sido una exquisita selección para unas vacaciones de invierno. El éxodo del frío fue su primera causa. Pero no pude evitar culminar enamorado de aquella vieja comisura europea. Las literas en las hosterías parecían una verdadera holgura en las frías madrugadas, aunque no más de 12 euros me hubiese costado cada noche sobre ellas. Pero era tiempo de abandonarlas por algunos días, y tornar al sur. A dos días de la Nochebuena, un autobús aguardaba a mi arribo hasta Nápoles, capital de la Campania y principal metrópoli de la Italia austral. Por fortuna, Flixbus había extendido su servicio por casi toda Europa occidental, y el viaje desde Bolonia hasta Nápoles había sido más barato de lo esperado, tomando en cuenta que el 22 de diciembre se trata de una temporada muy alta. Pero pagar un pasaje barato antes de Nochebuena siempre tendrá sus desventajas. Y la mía fue, por supuesto, el tráfico que eso supuso. El autobús hizo una escala en Florencia, y hasta entonces todo iba muy bien. Pero entrar y salir de Roma por carretera supuso una verdadera tortura, tanto para el chofer como para los pasajeros. Con un trayecto de más de 500 kilómetros de largo, hacer una parada para almorzar era obligatorio. De hecho, los trayectos de Flixbus suelen ser muy prolongados, y es normal que pare en restaurantes a la orilla de la carretera. Así que el chofer puso las cartas sobre la mesa. —Tenemos dos opciones —dijo—. Ya vamos retrasados por el tráfico, así que podemos seguir de largo hasta llegar a Nápoles, o podemos parar a comer algo y llegar todavía más retrasados. La gente, incluyéndome a mí, decidió parar a comer. Ignorar los bramidos estomacales no era una posibilidad que pudiésemos seguir considerando hacinados en aquel vehículo. Así que luego de una horrible pizza, unas grasosas papas a la francesa, una soda enlatada y unas nueve horas sentado en el autobús, por fin entré a la villa napolitana, en donde el tráfico parecía ser todavía peor que en Roma. Las míticas historias de Nápoles y su destacada gastronomía en el mundo no fueron las únicas cosas que me llevaron hasta ella. Otra de las razones nacieron en el 2013, tres años antes de sumergir mi cuerpo y mente en ella. Sus nombres eran Gianpiero, Giuliana, Angela y Chiara. Dos estudiantes de Derecho, dos estudiantes de Farmacia. Todos habían hecho su Erasmus en Santiago de Compostela, donde tuve la fortuna de conocerlos aquel año. Reencontrarse con amigos siempre es una buena idea, no importa dónde suceda. Pero si sucede en Nápoles durante una Navidad, era un proyecto entonces bastante atractivo. La estación central de Nápoles en Garibaldi no era de lo más agradable que podía encontrarme aquella noche. Sobre todo con aquel bullicio infernal que anunciaba la proximidad de la Nochebuena. Pero un coche con Giuliana y Gianpiero en la avenida frontal me hicieron sonreír y olvidar el pesado viaje. Tras un corto saludo y abrazo de reencuentro (había un arsenal de coches pitando tras nosotros), Gianpiero condujo por el centro de la ciudad, y nos llevó hasta una zona un poco más tranquila, cerca de la Plaza Plebiscito, de la que hablaré en el siguiente relato. La línea costera de Nápoles se posa justo en el golfo homónimo, donde los griegos fundaron la primera antigua ciudad, que los historiadores creen, fue la primera colonia griega de Occidente. Y junto a aquella ensenada, un malecón de varios kilómetros de largo recorre el sur de la ciudad. Giuliana, Gianpiero y yo nos sentamos un rato en el malecón, esperando a nuestras otras amigas para ir a cenar juntos. Y para calmar el apetito, Gianpiero me invitó una graffa, una especie de dona azucarada que resulta ser muy famosa en Nápoles. Angela y Chiara aparecieron al poco tiempo, mientras Gianpiero intentaba ver tras una vitrina el partido del SSC Nápoles, al que todos los amantes del fútbol apoyan en la ciudad. El restaurante elegido fue el 50 Kalò, según me contaron, una de las mejores pizzerias. Y vaya que lo parecía, pues la lista de espera nos dejó más de media hora esperando por una mesa. Pero debo confesar que la espera valió la pena. Una frittatina di pasta como entrada y una cerveza para celebrar la noche. En seguida me hicieron saber que en Nápoles la pizza no se acompaña con vino, sino con cerveza. Honestamente, prefiero acompañarla con solamente agua. Y las pizzas llegaron. No fue una pizza para todos. Fue una pizza para cada quien. Una enorme y suculenta pizza margherita. La pizza es un plato con marca patentada por Nápoles. Así que no se trata de un plato italiano, sino más bien napolitano. Es por ello que mis cuatro amigos me insistían tanto en que las pizzas fuera de Nápoles no eran verdaderas pizzas. Cuando en cualquier parte del mundo se ordena una pizza napolitana (incluyendo un restaurante en Roma donde comí unos años atrás) suelen llevar a la mesa una pizza con anchoas. Eso en Nápoles raramente va a existir, aunque es posible encontrarla con salchicha, pepperoni, salami y algunos otros ingredientes. Pero la pizza tradicional y por excelencia es la pizza margherita, que no es nada más que la masa horneada de pizza con salsa de tomate, aceite de oliva, queso mozzarella y hojas de albahaca. Suena simple, y lo es. Pero esa marca patentada tiene su secreto. Nunca, nunca en mi vida, había probado una masa tan suave y ligera como la de aquella margherita que mi paladar tanto disfrutó. Y el queso mozzarella… ¿dónde encontrar un mozzarella igual a aquel? Según Gianpiero en ningún otro lado del mundo, porque el secreto del queso en Nápoles son las búfalas campanas. La mayoría de los quesos mozzarella del mundo se elaboran con leche de vaca. El de Nápoles y la región de Campania se hace con la leche de la hembra del búfalo de agua, aquel que se usa en los sembradíos de arroz. Algunos otros países lo elaboran también, pero el mozzarella de Campania es una marca registrada con denominación de origen controlada. Eso explicaba por qué mi paladar parecía retorcerse de placer. Y la ligereza de la masa es la respuesta del porqué los napolitanos, e italianos en general, no comparten las pizzas, sino que ordenan una para cada quien. Al terminar de comerla, nadie acaba con el mal del puerco. Y nunca un mesero me dio una pizza cortada. Pero al lado de mi plato, un tenedor y un cuchillo son los únicos aditamentos que me ayudaron a comerla. Una cultura culinaria sin duda que rompió mis clichés sobre la comida italiana. Ah, y aquel exquisito plato me costó solo 6 euros. Me sería muy difícil permitirme abandonar Nápoles al pasar la Navidad. Terminamos la cena y me despedí de las chicas, a las que quizá volvería a ver en otros tres años. La Nochebuena se acercaba y eran épocas de familia. No obstante, Gianpiero aceptó alojarme por algunas noches en su casa, antes de que su familia llegase de vacaciones. Así que culminamos la velada en un bar del centro histórico bebiendo con algunos de sus amigos. Corrado, Luigi, Fabricio y Lorenzo, con quienes tras un par de cervezas pude comunicarme en italiano (o eso quise creer). Al siguiente día despertamos sin mucha prisa para desayunar en la terraza de Gianpiero. Él y su familia viven en una de las típicas y coloridas casas de Pozzuoli, una villa al oeste del golfo que forma parte de la zona metropolitana de Nápoles, y donde la vida parece ser mucho más tranquila. Gianpiero se encontraba todavía estudiando su máster en Madrid, y para entonces su español había mejorado a pasos agigantados. Así que aquellos días en Nápoles para él también significaban unas vacaciones de las que quería sólo disfrutar. Luego de trabajar un poco, caminamos hacia la estación de la cumana, una línea de metro que conecta a Pozzuoli con el centro de Nápoles. Nos bajamos en la estación de Montesanto, una zona bastante pobre que me dio una rara primera impresión de la ciudad. El antiguo trazado de la urbe y sus vetustos edificios siguen haciendo para el gobierno una tarea complicada el reducir el tráfico de vehículos. La cumana y el metro son sólo un intento para ello. Pero es común toparse con gente manejando motocicletas a toda velocidad por la zona centro. —Ten cuidado con ellos —me hizo saber Gianpiero. Pronto nos adentramos en las callejuelas peatonales del casco antiguo de Nápoles, que poco me recordaba al centro histórico del resto de Italia. Las rúas se atestaban de gente que compraba en los mercados callejeros, así como en los locales y restaurantes del rededor. A cada paso que daba no podía evitar sentir el olor y el vistoso atractivo de la comida napolitana que aparecía en cada esquina. Y ante la duda de qué probar, Gianpiero me sugirió una tradicional sfogliatella, una masa dulce rellena de ricota, fruta y canela. Gianpiero me condujo a la Vía S. Gregorio Armeno, una de las más asediadas por los transeúntes, sobre todo en aquella época. Nápoles es famosa en Italia por la venta de figuras en miniatura, que en su mayoría se concentran en esta conocida calle de artesanos y comerciantes. Desde el Papa Francisco hasta los políticos más célebres del año se encuentran en muñecos y bustos tallados y pintados a mano. La fiebre del fútbol y su rivalidad contra el Inter de Milán no podía faltar, y las figurillas del equipo entero del SSC Nápoles se encontraban allí. Incluido un busto de Maradona, quien jugó varios años para dicho club. Uno de los personajes folclóricos más queridos por los napolitanos es el Polichinela, a quien mis ojos parecían recordar de algún lugar. Se trata de un personaje cómico de las pantomimas italianas, que se hizo famoso en siglos pasados cuando los teatrillos callejeros se sucedían con regularidad en la ciudad. Polichinela siempre vestía de blanco y usaba un gorro puntiagudo, y aunque poco se le vea por las calles, es fácil encontrarlo en figuras artesanales. Pero ninguna otra figura es más famosa en Nápoles durante diciembre que sus halagados pesebres. El catolicismo es algo presente en cada rincón de Italia, y Nápoles no es la excepción. Gobernada por los borbones por varios siglos como parte del Reino de Aragón, y posteriormente del Reino de las dos Sicilias, no ser católico en Nápoles era casi un delito. Y no es de extrañarse que una tradición como la de hacer enormes pesebres artesanales haya sobrevivido por tantos años. El pesebre, nacimiento o belén napolitano, no sólo muestra a la Sagrada Familia en el día en que Jesús llegó al mundo. Muestra también con miniaturas la representación de la vida cotidiana en la ciudad en la época borbónica. Nobles, burgueses, comerciantes, campesinos, animales, comida, y todo lo que se pudiera encontrar entonces. Aunque las tradiciones extranjeras tampoco se han quedado atrás, y un entusiasta Papá Noel se abalanzó por la calle al sonar de las trompetas. Pero Gianpiero no dejaría que las leyendas y los mitos sobre su ciudad me llenaran la cabeza de más ideas erróneas, como las que sobreviven en el pensar colectivo. Así que me llevó al Convento de San Lorenzo Maggiore, para admirar algunas de las cosas más emblemáticas y escondidas que Nápoles resguarda. Una guía turística nos llevó por los interiores del convento, que data del lejano siglo XIII, cuando Nápoles y Sicilia estaban unidas por un mismo rey. Las paredes, pinturas y estructuras se han podido conservar gracias a la restauración continua del edificio. Pero el convento no es lo que Gianpiero quería en verdad que yo presenciase. Bajo él, un viejo y vasto mundo se ocultaba tras las sombras católicas. Son los cimientos del mercado de la antigua ciudad grecorromana, que datan del siglo IV a.C. Desde la época romana, muchas calles poseían sus galerías paralelas bajo tierra, lo que hoy se conoce como Nápoles subterránea. Los pasadizos han sobrevivido hasta el día de hoy. Fueron utilizados por los cristianos para esconderse de su persecución por los romanos, y sirvieron de resguardo durante los bombardeos de los Aliados en la Segunda Guerra Mundial. Hoy tienen fines más bien turísticos y arqueológicos, que permiten conocer más sobre el modo de vida de la Nápoles antigua. Desde lo alto del convento otra cara de la metrópoli se asomaba por las ventanas. Un decadente y pálido conjunto de edificios bajo sus tejados marcan las calles del casco viejo, algo de lo que no muchos italianos se sienten orgullosos. Pero los napolitanos sí. La decadencia urbana que se puede palparse en Nápoles es un símbolo de batallas y contradicciones en el país entero. En el norte, Nápoles es vista como una ciudad sucia, vieja y fea, donde la violencia y la basura imperan en el día a día. Pero los napolitanos parecen felices y orgullosos de su ciudad y de sus tradiciones. El ímpetu con el que Gianpiero me mostró algunos de sus atractivos dejaba en claro lo ferviente que se sienten él y muchos más de lo que en Nápoles ha nacido. Una nueva y vivaz cultura. La catedral y su fachada gótica del siglo XIX son alguna de las cosas más nuevas que el centro de Nápoles resalta con devoción, pero no lo único que sus habitantes presumen con misticismo al resto de una rica y poderosa Italia. Milán, Turín, Venecia o Roma, los napolitanos no sienten envidia de la fama mundial que aquellas bellas y renacentistas ciudades han creado en el mundo. Para eso ellos tienen al Vesubio, a Maradona y claro, a la pizza. Gianpiero no me dejaría salir del centro de Nápoles sin acudir a la Pizzeria da Michele, la pizzeria más famosa de toda la ciudad. Poco tenía en común con el lujoso restaurante al que habíamos asistido la noche anterior. La Pizzeria da Michele no era más que una fonda de comida en el interior de un antiguo local. Pero la fila tras sus puertas era casi el doble de larga. Los comensales aguardaban pacientes en las atestadas banquetas por obtener una silla donde degustar su sabor. Unos cuarenta minutos pasaron para que pudiésemos entrar, a un lugar que pocos lujos y poco atractivo visual poseía. Pero el temple de sus clientes, el ahínco de sus trabajadores y el olor de su pizza dejaban en claro su celebridad. Y cuando de celebridad me refiero a una de verdad. Su fama llegó hasta Hollywood, con la película de “Comer, rezar, amar”. ¿Alguien recuerda a Julia Roberts teniendo un orgasmo culinario con una pizza margherita en Nápoles? Esa escena fue grabada nada menos que en la Pizzeria da Michele. Tras otra exquisita experiencia gastronómica que me costó solamente 5 euros, salimos del centro con rumbo a la Plaza Plebiscito, donde cruzamos la Galería Umberto I, una galería muy parecida a las que se encuentran en Milán. Gianpiero se tomaba muy en serio su tarea de hacerme ver que Nápoles no le pedía nada a ninguna otra ciudad italiana. Las calles a su alrededor se adornaban ya con las luces navideñas, bajo las cuales nos topamos a Paolo, otro amigo a quien conocimos en Santiago, y que vivía en Nápoles con su novia. Tomamos un café y nos pusimos al día. Sin duda un reencuentro en aquella ciudad significaba algo para recordar. Volvimos a casa para cenar con los padres de Gianpiero. Un mozzarella, una rebanada de pastel, berenjenas guisadas, y postres napolitanos como el strufolli y los hijos rellenos de nueces y pistaches. Ahora entendía que la actuación de Julia Roberts no era quizás una actuación, sino la verdadera expresión de cualquiera que visita Nápoles y se deja seducir por sus sabores. Yo me estaba dejando seducir también por sus rincones, que aunque no fueran del gusto de todos los italianos, Gianpiero y la belleza oculta de la ciudad y su Navidad no dejarían irme de allí con un mal sabor de boca.
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