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Showing content with the highest reputation on 11/16/18 en toda la comunidad

  1. 2 puntos
    El año pasado estaba en Escandinavia, donde el transporte (y la vida entera) suele ser caro. Así que decidí viajar desde Odense hasta Copenhague como casi nunca lo hago: haciendo hitchhiking, es decir, pidiendo aventón en la carretera. Es un estilo de viaje en el que no tengo mucha experiencia, pero lo he hecho un par de veces en Europa, Sudamérica y México. Definitivamente es la forma más barata de todas para transportarse. Literalmente es gratis. Y para los interesados en descubrir este arcaico y aventurero estilo de viaje aquí les dejo algunas recomendaciones. La paciencia es el primer elemento que debemos considerar. Es quizá por eso que casi no pido aventones. Si no me gusta mucho esperar a la gente con la que tengo una cita, esperar a que alguien que no tiene la obligación de recogerme me recoja es una espera que parece interminable. Así que desde ahora lo advierto: SI NO SON PACIENTES NO HAGAN HITCHHIKING. ¿Cuánto toma conseguir un ride? No lo sabemos. Hay días en que tenemos suerte, hay días en que no. Yo esperé veinte minutos en Odense y media hora en la salida al puente de Fionia. Me llevó en total 3 horas recorrer 170 kilómetros. En Sudamérica me llevó tres días recorrer 500 kilómetros. Sí, tres días. Lo que debo decir es que hay rutas más fáciles que otras. Por ejemplo, no podemos esperar fácilmente hacer la ruta París – Berlín. Son ciudades separadas por una larga distancia. Y las posibilidades de conseguir un conductor (que tenga espacio y quiera llevarnos) que haga precisamente esa ruta en coche son muy bajas. Es mejor viajar siempre haciendo rutas cortas. Debemos comenzar lo más temprano posible. Muchos conductores prefieren salir por la mañana para no llegar por la noche a su destino. Y definitivamente hacer dedo en la oscuridad es una cosa inútil. Siempre necesitaremos del sol. Es imperativo tener un mapa de las autopistas o, al menos, nuestro GPS o imagen de Google Maps guardada en nuestro móvil. No toda la gente local conoce con exactitud las carreteras, y aunque pidamos consejos a veces no nos darán la mejor opción. Una buena app es Maps.me, que nos ofrece mapas offline de Open Street Map, con lo cual no necesitaremos de una conexión a internet para geolocalizarnos. La cuestión es ¿dónde pedir el ride? En la carretera, por supuesto. Pero no en cualquier sitio. Las autopistas están hechas para que los conductores manejen a más de 100 km/h. ¿Alguien se detendrá mientras conducen a esa velocidad solo porque nos ven allí alzando el dedo? No es muy probable. Lo mejor es situarse en un lugar donde los conductores normalmente puedan disminuir la velocidad. Después de una caseta de cobro, cerca de una estación de servicio, cerca de una cafetería. Finalmente tendrán mucho más tiempo de observar nuestras caras y leer nuestros letreros (si tenemos alguno) y generaremos un poco más de confianza que si nos ven pasar como estrellas fugaces por sus ventanas. Hacer hitchhiking en los parques nacionales suele ser fácil, ya que la mayoría de los conductores son turistas. ¿Necesitamos un letrero? Depende. En mi experiencia he conseguido éxito con y sin letrero. Si estamos en una carretera donde haya varias bifurcaciones hacia varias ciudades quizá sea mejor especificar a dónde queremos llegar. Y para ello debemos escribir con letra legible y muy grande. Un buen marcador será también imperativo. En cambio si haremos una corta distancia o la mayoría de las personas conducen por la ruta hacia el mismo destino quizá no sea necesario el letrero. Lo que yo recomiendo es usarlo al principio. Si pasa mucho tiempo y nadie nos recoge podemos intentar ahora sin letrero. Muchas veces es conveniente que solo se paren y nos pregunten a dónde vamos. La mayoría de las veces pueden dejarnos más adelante y así poco a poco avanzaremos hacia nuestro objetivo. Además que si nos dejan en la siguiente bifurcación aumentaremos nuestras posibilidades de cachar un aventón (más bifurcaciones = más coches en la ruta). Debemos tratar de vestirnos presentables. No a mucha gente le agrada subir a un hippie peludo barba larga que probablemente huele mal. Además suelen creer que cargamos droga (eso pensaron de mí cuando hice dedo en España). No digo que nos vistamos de traje. Pero una bermuda o pantalón que no esté roto y un cabello peinado pueden marcar la diferencia. Este es un mundo sexista. Perdón que lo diga, pero viajar con una mujer siempre nos hará la vida más fácil. Cabe decir que dos es el número máximo para hacer hitchhiking. Muy pocas personas estarán dispuestas a subir a tres. Lo ideal es viajar solo. Pero vamos, un par de piernas y una cabellera femenina en la carretera ayudan a detener a muchos conductores. ¿Lo podemos hacer en todas partes? Seguro que no. Hay carreteras con muy poco tráfico donde nos será muy difícil. Hay carreteras que tienen olas de violencia. Hay unas que están en mantenimiento. Siempre nos tocará investigar antes de comenzar. Argentina es uno de los países donde me fue más fácil viajar haciendo hitchhiking. Y por último: hay que sonreír y mantener la frente en alto. No importa que haya calor, frío, que llevemos cuatro horas bajo el sol, que mientras pasan los coches mandemos a la mierda en voz baja a los conductores. Siempre hay que recordar que nosotros elegimos estar allí y nadie nos obligó. Y cuando alguien se detenga por nosotros nos cambiará el semblante en un abrir y cerrar de ojos. Luego vendrá esa verdadera sonrisa de satisfacción. Mi cara luego de conseguir al fin un ride hacia Chile. Para saber los mejores lugares en las carreteras donde hacer hitchhiking recomiendo esta página que me ayudó mucho en Argentina www.hitchwiki.org. No tiene tips para el mundo entero, pero sí para los destinos donde es más común viajar de de esta aventurera forma.
  2. 2 puntos
    Mientras el resto de los viajeros con quienes me hospedé en Florencia tomaban un autobús hacia Roma para cumplir con la típica ruta turística de Italia, aquella mañana yo me dirigí hacia la costa mediterránea. Y aunque descendí del tren en Pisa, mi intención no era pasar el día allí. Aún con su famosa torre ladeada, yo me incliné por otra opción. Una que llevaba años esperando poder conocer. Mis vacaciones decembrinas casi llegaban a su fin. Italia había sido un cálido y barato destino para pasar la Navidad. Aunque para año nuevo pretendía estar de vuelta en Lyon. Retomar las clases el 2 de enero es siempre una tarea fuerte, y más valía estar bien descansado. Y viviendo no tan lejos de la frontera norte con Italia, la costa del mar de Liguria es escenario de otros de los múltiples Patrimonios de la Humanidad que el país resguarda, y que no quería perderme por nada del mundo. Así que tras pocos minutos de escala en Pisa cogí el próximo tren a La Spezia, una provincia perteneciente a la región de Liguria. La Spezia no tiene mucho para ver. Pero una enorme multitud de turistas llegaron esa mañana a su estación de trenes y esperaban junto a las vías por el próximo vagón. Caminé hacia el punto de información turística y pedí los precios para visitar Cinque Terre, los cinco pueblos más mágicos de la costa italiana. Debido a la fama que estas cinco pequeñas villas han tomado durante los últimos años, existen hoy diferentes paquetes para los turistas. Algunos incluyen un pase de tren válido por tres días, otros por una semana; pero el más solicitado es el pase de un día, mismo que compré por solo 13 euros. Con aquel ticket era posible durante todo el día tomar cualquier tren entre las ciudades de La Spezia y Levanto y bajar en cualquiera de las cinco estaciones, pertenecientes por supuesto a los cinco pueblos. Eran menos de las 9 de la mañana y los andenes estaban ya repletos, en su mayoría, por chinos, algo que no me sorprendía en lo absoluto. Así que mi primer trayecto desde la Spezia no fue algo confortable. 15 minutos en los que muchos de los pasajeros, incluyéndome, nos balanceábamos parados sin tener un soporte de dónde sostenernos, y respirando hacinados el mismo aire en el que muchos tosían. Aunque algunos tomaron la decisión de seguir de largo hasta la última estación para evitar la conglomeración de turistas, decidí bajar en Riomaggiore, la primera estación después de la Spezia y el más oriental de todos los pueblos. Los pueblos de Cinque Terre son originalmente pueblos de pescadores y campesinos, aunque hoy muchos de sus habitantes viven por supuesto del turismo. Aún así, mis primeros pasos en Riomaggiore me hicieron ver que la vida en aquel diminuto rincón del Mediterráneo acontece como en cualquier otro sitio, con comerciantes de frutos, ropa, bebidas y todos los oficios que a uno se le venga a la mente. Sin embargo, bastó avanzar un par de metros para descubrir que se trata de una villa italiana que nació hace poco menos de ocho siglos. Las fachadas de sus edificios denotan el cliché más vivaz de las ciudades mediterráneas de Italia, con coloridas pinturas y ventanas de madera que dejan filtrar la eterna luz solar. Era sin duda un paisaje que me recordaba a Marsella, sobre todo al barrio Le Panier en su zona centro. Pero al llegar a la costa todo cambió, y Cinque Terre dejó en claro la razón por la que se encuentra en la lista de patrimonios italianos. La particular geografía de la costa de Liguria no impidió a sus antiguos habitantes construir pueblos pesqueros a sus orillas, respetando siempre la ecología y el paisaje que los rodea. Aunque eso no es lo único sorprendente. Al voltear la mirada más allá de sus edificios, Riomaggiore dejó entrever las avanzadas técnicas de agricultura que sus pobladores desarrollaron para aprovechar los terrenos verticales en los que se encuentra emplazada. Así que no solamente se trataba de un mágico y colorido pueblo italiano, sino de una avanzada técnica de producción en un lugar sumamente pequeño. Caminar bajo o sobre los tejados de Riomaggiore fue simplemente una experiencia maravillosa. De aquellas que me hicieron abrir los ojos y darme cuenta de que estaba parado allí. Pero alejarse un poco del pueblo es una buena decisión. Aunque caminar por su embarcadero, sus cafeterías, sus tiendas y rúas son elementos exquisitos, la mejor vista de Riomaggiore se tiene desde los acantilados que la rodean, que dejan ver el conjunto de todo aquello en una misma y emblemática postal. Observar la costa mediterránea es siempre un deleite. Pero hacerlo desde Cinque Terre fue sin duda un momento memorable. Aunque el encanto de Riomaggiore es hipnotizante, la dimensión de los pueblos no permite a la compañía de trenes hacer decenas de trayectos por día. Junto con el boleto, la oficina de turismo me dio una tarjeta con los horarios de llegada y partida de los trenes hacia cada una de las estaciones, que normalmente salen en el transcurso de una a una hora y media. Así que para poder visitar los cinco pueblos de Cinque Terre en un solo día es importante no dejar pasar el próximo tren. Entonces caminé de vuelta a la estación y aguardé por el próximo vagón. Esta vez el tren iba casi vacío. Algunos turistas habían reservado una noche en Riomaggiore. Otros se maravillaron con su belleza. Otros quizá perdieron el tren. El siguiente pueblo a visitar fue Manarola, quizá el menos famoso de Cinque Terre. No muchos turistas gustan de quedarse allí. Su embarcadero es mucho más pequeño. Las posadas y restaurantes tienen vistas menos atractivas. Y desde su orilla nada más que el azul del mar y los acantilados son alcanzados por la vista. Sus calles, sin embargo, mantienen todavía el vivo colorido que caracteriza a Cinque Terre. Como adivinando el itinerario perfecto, el próximo tren no tardó más de 40 minutos en salir de la estación de Manarola. Mis opciones eran tomar ese o esperar una hora más para continuar al siguiente. Y esperando una mejor vista para la hora del almuerzo, continué hasta Corniglia, el tercero de los pueblos. Cinque Terre fue declarado Patrimonio de la Humanidad desde 1997. No sólo por sus pueblos, sino por la hermosa geografía en la que fueron construidos. A partir de entonces, se creó el Parque Nacional de Cinque Terre, por el que hoy existen senderos para llegar caminando de un pueblo a otro. Si bien los senderos deben ofrecer hermosos, pero agotadores paisajes a sus visitantes, un viaje en tren por Cinque Terre es una experiencia alucinante. La estación de Corniglia nos dejó justo frente a la costa de Liguria, a diferencia del resto de las estaciones, que se ubican más bien en túneles que penetran los acantilados de arenisca. Desde las vías se asomaban en lo alto las pintorescas casas que se acomodan en los precipicios, casi como obras perfectas de la naturaleza. Corniglia fue así, el más difícil y cansado de los pueblos. Para llegar a él debí subir varios escalones desde su estación, cargando siempre conmigo mi inseparable mochila, en la que transportaba temporalmente mi vida. Pero todo valió la pena al llegar a la cima, a las rúas de piedra custodiadas por floreados balcones y verdes ventanales de madera. ¿Cuánto costaría vivir en una de esas casas?, me pregunté. Vaya suerte con la que corrían aquellos afortunados que heredan una propiedad en una tierra tan mágica. Aunque para ser sincero, la mayoría de las personas locales simulaban tener más de 60 años. Personas que quizá eligieron Cinque Terre como la mejor opción para su retiro de la vida laboral. Corniglia era el vivo cliché de la postal mediterránea. Ciudades mal trazadas, adaptadas a la costa, con casas de diferentes tamaños, colores, materiales, formas, ornamentación. Un pueblo que demuestra que la imperfección a veces puede ser perfecta. Un pasillo desde la plaza principal me llevó a la abrupta costa de uno de los acantilados, bajo el que las olas de un azul turquesa golpeaban con esmero las piedras blanquecinas. No había mejor lugar para el almuerzo, pensé. Y volví a la plaza principal para buscar un lindo restaurante. Un buen plato de lasagna ragú no solo cambió mis ansias. Me dio un orgasmo bucal imposible de olvidar. Italia no es solo un viaje de turismo. Es una vivencia gastronómica que ni yo, ni nadie, querría que terminase nunca. Y así como nunca hubiera querido irme de Corniglia, era tiempo de moverme si quería conseguir ver las cinco tierras de Liguria. Y bajé los escalones hacia las vías del tren, que me llevaron a Vernazza, el penúltimo de los pueblos. Desde su entrada Vernazza parecía sin duda uno de los pueblos más turísticos y cotizados de todos. Las filas de turistas andando por su calle principal eran parte innata de su paisaje. Además, Vernazza es el lugar ideal para comprar uno de los múltiples recuerdos que los comerciantes venden de Cinque Terre. Camisas, tazas, imanes, postales, llaveros, alhajas, figuras en miniatura. No faltaban por supuesto los restaurantes y heladerías colmadas de asiáticos y niños que rogaban por otra bola de gelato. Pero la magia de la vía principal no estaba en ella, sino al final de su camino, cuando las piedras se topan con el mar. El embarcadero de Vernazza es sin duda el más hermoso de Cinque Terre, ya que deja ver cada uno de los elementos que forman parte de su encanto. Sus colores, sus acantilados, sus cultivos, su capilla, su ensenada, su gente. Y al voltear la cara hacia el otro lado, el último de los pueblos se asoma entre el verde de los riscos, iluminado por un sol que comenzaba a descender. Pero lejos del embarcadero, Vernazza resguardaba también otro atractivo del que pocos turistas se enteraban. Bastaba andar algunas calles hacia el este, serpenteando por sus callejones y escaleras de piedra, por el que muchos visitantes adoran perderse. Y un túnel bajo el acantilado conduce a la única playa de Vernazza, escondida del resto del pueblo por un risco que se cubría con una malla para evitar un posible derrumbe. Un baño en el Mediterráneo entonces por supuesto no era una opción. El invierno de diciembre no permite a muchos un agradable momento en sus aguas. Pero contemplar las olas al nivel del mar es siempre un deleite digno de agradecer. Volví rápidamente a la estación antes de que el próximo tren me dejase. Y pocos minutos después la locomotora apareció desde la oscuridad del túnel. Llegué a Monterosso poco antes de las 4 de la tarde. El más occidental y grande de los pueblos es una buena manera de terminar el recorrido. Desde el principio Monterosso mostró claramente que se trata del pueblo más fácil de recorrer, ya que cuenta con una larga línea de playas tras la que se posa un malecón turístico. Así que para andar por Monterosso no hacía falta subir y bajar muchos escalones, como en el resto de las villas construidas en terrenos muchos más escarpados. Monterosso me pareció lo más moderno de Cinque Terre, con coches estacionados en las orillas, calles de concreto, tiendas de conveniencia con una mayor cantidad de productos y hoteles mucho más prominentes. No obstante, sumergirse en sus calles seguía siendo una experiencia increíble. Si bien la señalización o su pequeño tráfico lo diferencian mucho, sus terrazas y callejones son inolvidables. Volví al malecón, donde parejas y grupos de amigos se aglomeraban para ver la puesta de sol, que comenzaba poco a poco muy cerca del risco contiguo que daba fin al parque nacional. Yo por mi parte pensé que admirar el atardecer en Vernazza sería una mejor idea. Los acantilados no estorbaban tanto a la luz del sol. Y seguro que ver su embarcadero iluminado por los colores de un ocaso sería algo que no querría perderme. Corrí entonces a la estación y tomé el tren de vuelta a Vernazza antes de las 5 de la tarde. Me apresuré a caminar hasta su embarcadero, que se encendía entonces con el rojo vivo del intenso sol. En efecto, no había nada que estorbara los rayos de luz. Solo las oscuras siluetas de las lanchas que navegaban, y la sombra de los turistas que se sentaban a la orilla del malecón. Contemplar un atardecer en aquellas circunstancias hacían cuestionarse la idea de tomar una foto. Quizá sentarse, sin pensar ni hacer nada, era una mejor decisión. Un momento para recordar mi visita a Cinque Terre. El 2016 estaba casi por terminar y aquella puesta de sol me dio uno de los mejores momentos de mi año, cuando otro de mis objetivos de viaje culminó por ser cumplido. Las luces de Vernazza poco a poco comenzaron a encenderse, dándole a Cinque Terre una vida diferente, llena de pizza, café, música relajante y velas en sus mesas. Un destino elegido por muchos como el más romántico del mundo. El último tren me llevó hasta Levanto, la ciudad al norte del parque nacional donde se da por terminado el ticket turístico. Allí compré un boleto para mi último destino en Italia, antes de volver a Francia para recibir el próximo año.
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