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  1. He ido unas cuantas veces, pero no me canso de recorrerla, es más cada vez que voy descubro algo nuevo. Es inmensa y también grandiosa, lo tiene todo... bares tradicionales, clubes de tango, construcciones históricas, calles comerciales y exquisitos shoppings y lugares de compra... ¿Cuál es el punto de esta ciudad que más les gusta? Yo soy un apasionado del Barrio de San Telmo con sus antiguedades e historia!
  2. Hola amigos! Hace un tiempo vi una película de Liam Nesonn que era en esta ciudad (Taken) y me despertó muchas ganas de ir.... Recientemente estoy viendo, en realidad terminando de ver, la novela de las mil y una noches, así que aún más ganas de ir y conocer. Ustedes han ido? Qué recomiendan visitar? combinarían el viaje a esta ciudad con alguna otra? Cuántos días estarían? Perdòn por las tantas preguntas pero muero de ganas de ir y aprovechar el tiempo al máximo!
  3. Hola me encanta contemplar la arquitectura de las ciudades, sus edificios históricos, construcciones y por supuesto sacar fotos. Uno de los paises que tengo ganas de recorrer es la Argentina, me gustaría que me recomendasen edificios o lugares llamativos en cuanto a la arquitectura, desde ya gracias
  4. Ayelen

    Catedral de Lima, Perú

    Del álbum Lima

    Mi viaje en moto por Latinoamérica Relato: Bajo “la gris panza de burro” en Lima
  5. Hola amigos del foro! ¿Alguien estuvo en Bangkok? No es para mí la info, lamentablemente no soy la afortunada que va a viajar... Le estoy tratando de conseguir algo de info +tips + consejos a mi mamá... Tiene un congreso en esa ciudad y quiere aprovechar si le toca algún día libre para conocer algo... Así que se agradece si alguien puede pasar datos... Gracias a todos!
  6. AlexMexico

    Mi rumbo a los Incas

    No fue fácil tomar una decisión para dejar atrás la ciudad de Lima. Era el único destino que verdaderamente había planeado visitar. De hecho, era mi única parada obligatoria, tanto que su aeropuerto me recibió y me despediría. En principio mis planes apuntaban hacia el norte del subcontinente. Tenía intenciones de visitar a mi amiga Juliana en Bogotá y había recibido una invitación de Freddy, un estudiante colombiano de intercambio, para pasar el fin de año en su natal Santa Martha. Y la verdad que el Caribe colombiano puede tentar a cualquiera. No así, sabía que volar 5 horas hasta las tierras Incas y no visitar Machu Picchu me haría merecedor a un Fail Goal, y sobre todo al reproche de todos mis amigos (y de mí mismo), y fracasaría como viajero del sur. Pensé en la posibilidad de subir hasta Colombia y dejar Machu Picchu como última escala, antes de volver a México. Pero algunas charlas con Karen y un vistazo a mi cuenta de débito me bastaron para enderezar mi decisión. Visitar las icónicas ruinas incas no sería precisamente lo más barato de mi viaje; en cambio, sería una de las cosas que más huecos le haría a mi billetera. En efecto, me dirigí a la milenaria ciudad de Cuzco para después dejar que el viento me llevara consigo a donde mejor conviniera a mi destino. Pronto me di cuenta de que ya no estaba más en México. Investigar los precios de los tickets de bus para Cuzco no fue tan fácil como teclear en un buscador online o una página web de una estación de autobuses. En la ciudad de Lima cada compañía tiene su propia terminal (a excepción de la central norte, donde se aglutinan todas). Por tanto uno debe caminar calle por calle para preguntar por los precios, que pocas veces se muestran en sus sitios web. Por suerte, casi todas las empresas de transporte terrestre se encuentran en el mismo lugar, al este de la vía exprés, entre las estaciones México y Estación Central del metropolitano. Un buen tip para quien visite Perú es que los costos de viaje en bus suelen ser variables. Muchas veces se consiguen boletos mucho más baratos si se compran con bastante antelación. Además, no es lo mismo viajar de día y de noche, o viajar en días hábiles o fin de semana. Y lo mejor, o peor de todo, es que en ocasiones se puede regatear. Por ejemplo, si un bus está a punto de salir y aún no se ha llenado, los vendedores rematan los precios a bajo costo. Uno se puede dar cuenta por los estruendosos gritos de las mujeres que anuncian su salida próxima, y que son ya parte de la atmósfera auditiva de viajar a través del Perú. Lo malo de esto va para los gringos y guiris, a los que por su escaso español o rubia cabellera incrementan los precios, creyéndolos idiotas que soltarán cualquier cantidad de plata por un pasaje. Al ver que las cosas funcionaban algo diferente que en mi país, opté por comprar un día antes el pasaje más barato en la compañía más decente y confiable que pude encontrar, en aras de las advertencias que Karen y Luzmi me habían hecho sobre los accidentes y asaltos en las carreteras (lo cual sinceramente no me preocupaba mucho, después de mi viaje nocturno en Guatemala). Conseguí pagar 80 soles (27 USD) en un bus de la compañía CIVA, empresa que contaba con tres tipos de servicio: Económico, Super y Exclusivo. Por supuesto, escogí el económico. Sabía que me esperaban cerca de 21 horas a bordo sin servicio de wifi, comida, bebidas o asientos cama (lo que sí ofrecía el servicio exclusivo por 100 soles más). Pero estaba dispuesto a sacrificarme un poco por guardar ese dinero que días después de abriría las puertas al famoso recinto sagrado. Después de todo, nada podría ser peor que aquel bus en el que viajé con polleros en Guatemala. Sin más, me despedí de mis couch, prometiendo volver a Lima para finales de enero, fecha en la que Karen me ofreció regresar con ellos. Tomé mi bus un miércoles a la 1:30 pm. A mi equipaje de mano se habían agregado sándwiches de jamón y queso, algunos chocolates, una botella de agua, pastillas para el soroche y hojas de coca. A partir de entonces esas pequeñas hojas fueron mi pan de cada día. Karen me las había recomendado para cuando me diera el soroche o (mal de altura), mientras Luzmila, como si lo que menos quisiera fuera calmarme, me recomendó pastillas ya que eran más fuertes y efectivas que las hojas. Hojas de coca, solución andina al mal de altura En fin, desde poco después de partir pude dormir cómodamente, disfrutando de la poca demanda que esa ruta tuvo aquel maravilloso día. No existe nada mejor que tener dos asientos para ti solo. A penas antes del anochecer pude avistar las primeras colinas que anunciaban las curvas de la cordillera más larga del mundo, que estábamos a punto de atravesar. El tiempo pronto perdió su propia noción, entre las veces que me despertaba y me volvía a acomodar. Entonces pude arrepentirme un poco de no haber pagado algunos soles más por un servicio mejor, en vista de la resistencia que opuso el conductor a encender el aire acondicionado, a pesar de las gotas de sudor que empapaban nuestras camisas durante el día. Pero sobre todo, de sentir nuestras piernas congeladas cuando ascendíamos la cordillera andina a altas horas de la noche :(Más me arrepentí de haber dejado mi saco de dormir dentro del portaequipaje. La primera escala llegó, y todos bajaron a cenar. Comer uno de esos caldos de gallina que me ofrecían en mitad de la carretera no me abría mucho el apetito. Mucho menos después del hedor que el baño del autobús emanaba por el pasillo (y que no pretendía utilizar en todo el viaje). Así que mejor sacié mi hambre con un pequeño sándwich y aproveché para orinar en un lugar sin movimiento. En el modesto restaurante de aquella autopista nocturna conocí a Eucebio, un peruano del Callao que resultó ser mi colega de profesión. Viajaba a Cuzco para celebrar su cumpleaños. Luego de una pequeña charla con él, volvimos al bus y seguimos el camino, no sin antes tomar el consejo de Eucebio y mascar mis primeras hojas de coca, para evitar el soroche a la altura a la que estábamos a punto de subir. En mi ciudad (en la costa del Golfo), la gente cree que le dará el mal de altura si visita la Ciudad de México, a unos 2200 metros sobre el nivel del mar. Pero cuando de Perú se trata, hablamos de ligas mayores. En este país se encuentran las ciudades más altas del globo. Basta con mencionar La Rinconada, cerca de la frontera con Bolivia. Se trata de la población permanente más alta del mundo, a 5100 msnm. A los pies de los picos nevados de los Andes, ni siquiera los monjes tibetanos se atreven a establecerse en altitudes tan abruptas Y por si el estilo de vida en un clima de esa naturaleza no fuera poco, la mayoría de sus habitantes vive de la extracción de oro (sí, trabajan en minas a esa altura). Por supuesto, las condiciones de salubridad y las esperanzas de vida son todavía muy bajas. Y como si las hojas de coca me hubieran sedado (o drogado, como algunos lo creen por su ya famoso nombre), no desperté en toda la noche. Si bien el frío penetraba hasta mis huesos, parece que mi posición en ambos asientos ayudaba un poco a calentar mi cuerpo, apoyado por la prudencia del resto de los pasajeros que decidieron al fin cerrar sus ventanas para evitar que el gélido viento entrara a la cabina. Desperté cuando paramos a desayunar, donde nuevamente hablé con Eucebio, mientras disfrutaba de mi último sándwich y chocolate. Según él, ya habíamos pasado lo peor, aunque la verdad no sentí dolor alguno a pesar de ser mi primera vez en los montes andinos. Creo que Karen, Luzmila y él me habían asustado más de lo que debían. Apenas algunos metros adelante, el bus se detuvo involuntariamente, debido a un grupo de trabajadores que arreglaban la autopista. Todos comenzaron a desesperarse, y dieron paso a las quejas Como sabía que no podía arreglar nada gritando y enfadándome, me senté en una roca a divisar por un momento el río que corría junto a nosotros. No pude evitar comprar un plato de estofado de pollo a una señora que, como ángel, apareció cargando cubetas con comida junto a la larga fila de autos que se aglutinaban esperando poder pasar. El sol de mediodía ya calentaba nuestras cabezas, cuando el embotellamiento se disipó y pudimos al fin avanzar. Llegamos a Cuzco a la 1 pm. Fueron prácticamente 24 horas de viaje (literal, el viaje más lago de mi vida hasta ahora). Eucebio me ofreció buscar hospedaje juntos. Cogimos un bus al centro de la ciudad y comenzamos la búsqueda. Paré antes en un ciber-centro, y revisé mi perfil de Couchsurfing, para saber si algún host de la zona había aceptado mi solicitud. Al verificar que las pocas respuestas recibidas eran negativas, seguimos la caminata hacia la Plaza de Armas. A pesar del cansancio y la carga que llevaba en mi espalda, pude disfrutar de las hacinadas calles de Cuzco. Plaza de Armas de Cuzco A pesar del amor que muchos de los viajeros le toman a esta longeva ciudad, a mi no me enamoró de la misma manera. Desde el momento en que pisé los alrededores de la Plaza de Armas, decenas de agentes turísticos se acercaron a mí para ofrecerme infinidad de tours. Aunque reconozco que es su trabajo y que muchos pueblos del Perú viven de ello, me molesta mucho verme atestado de personas que lo único que buscan es hacer plata conmigo, mucho más que ayudar a un viajero Y es algo que, en ocasiones, le quita mucho de su encanto original a un lugar. No obstante, pisar la ciudad de Cuzco era ya para mí, un privilegio Fue declarada por la constitución nacional como la capital histórica del país. Es además, la ciudad continuamente habitada más antigua de toda América, al haber sido la capital del milenario imperio Inca y, quizá, la ciudad más importante del Virreinato del Perú del imperio español durante su conquista en el continente. No por nada, la UNESCO la nombró oficialmente Patrimonio de la Humanidad en 1983. Las historias que esta urbe guarda consigo son de por sí magníficas. Son tan impresionantes como las historias que permanecen en la vieja Tenochtitlán (capital de los aztecas que vive ahora bajo la estruendosa Ciudad de México). Un encuentro entre dos mundos distintos, y una guerra de dominación que marca un hito en la cultura e identidad actual del Perú y de todas las tierras hispánicas. Convento de Santo Domingo Eucebio y yo nos dirigimos al barrio de San Blas, donde nos dijeron que es una zona común de hospedaje para backpackers que buscan economizar (ya que Cuzco es una ciudad por demás turística). Al subir aquella pequeña cuesta detrás de la catedral, anhelando hallar un refugio donde descansar, pude al fin sentir que la altura me mataba. Y no precisamente en mi cabeza, sino en lo agitado que palpitaba mi corazón con tan sólo dar un paso 3400 metros de altura no era algo a lo que estuviera acostumbrado. Finalmente hallamos una habitación de dos camas por 20 soles cada uno (6.5 USD). Me di una ducha rápida y bajé a la recepción. Eucebio debía verse con sus amigos, así que seguí el día por mi cuenta. A pesar de haber pedido algunos consejos a una amiga mía que ya había visitado la ciudad, y de haber leído algunos foros, no estaba en nada seguro de cuál sería la mejor forma de llegar a Machu Picchu. Todos me ofrecían tours distintos (incluso en el hostal) que no bajaban de los 120 dólares por dos noches. Necesitaba hallar información con alguien que no pensara que mi cara tenía forma de billetera. Decidí salir a caminar para buscar información, mientras me adentraba en las mágicas calles coloniales del centro histórico, que según los arqueólogos, tiene forma de puma. Catedral de Cuzco Debo decir que los españoles supieron ubicarse en un punto bastante estratégico para comenzar su conquista en el cono sur del continente. Y parece que no repararon en gastos con las edificaciones que alzaron aquí, con mano de obra esclava, claro está. Es una pena que pocos son los vestigios reales del imperio inca que permanecen aún como atractivos. Es el caso de Coricancha, un santuario al dios del sol sobre el que se construyó el Convento de Santo Domingo, sitio con una de las mejores colecciones de pintura de la Escuela Cusqueña (corriente artística que se aprecia en muchas de las iglesias católicas del Perú). Coricancha con el Convento de Santo Domingo Las imponentes estructuras antiguas del imperio ibérico contrastan a sus pies con las cholitas peruanas que se pasean con sus coloridas vestimentas, sus altos sombreros y sus inseparables y gigantes bolsos en sus espaldas (cuyo contenido siempre ha sido un misterio para mí). Bien cargando una alpaca bebé o un niño bailando, intentan hacer un poco de dinero ofreciendo fotos de ellas mismas a los turistas que, como yo, las observan con curiosidad. Luego de una serie de preguntas en la oficina de turismo de Cuzco, donde me ofrecían una única posibilidad (pagar el tren de 100 dólares hasta Machu Picchu ), regresé un poco decepcionado al hostal, donde acompañé a Eucebio a cenar una hamburguesa Bembo (franquicia peruana que es consumida aún más que Mc Donald’s). Ya de vuelta en el hostal, encontré a una pareja argentina sentados en la recepción, que esperaban la hora de salida de su bus rumbo a Puno: Nico y Rocío. Terminaban apenas una larga jornada por la ciudad y habían ya regresado de Machu Picchu. Habían pagado uno de los tours de 120 dólares, y me contaron su experiencia. Pero Rocío (que estudió una licenciatura en Turismo) me recomendó ir con una agencia al otro día temprano y pagar solamente por el transporte de ida y vuelta, sin hospedaje, comidas ni entrada al recinto. Además, con mi credencial de estudiante podría ahorrarme la mitad del precio de admisión. El chico de la recepción del hostal escuchó nuestra conversación, y me ofreció el transporte por 90 soles (30 USD) de ida y vuelta. Era lo más barato que había encontrado hasta entonces. Además, llegar a Machu Picchu era más complicado de lo que había creído. No había transportes públicos ni sería muy fácil hacer autostop. Y para llegar caminando con el Camino Inca, debía pagar más de 200 USD, además de gastar 4 días en la caminata. Así que no lo dudé por más tiempo y me animé a reservar el lugar para el siguiente día por la mañana, por lo que me fui a dormir temprano para recobrar fuerzas. Agradecí el consejo a Rocío y pedí a ambos sus nombres en facebook para contactarlos si por casualidad me dirigía a Bolivia. Nunca creí que el destino me reuniría de nueva cuenta con ellos dos y pasaría experiencias maravillosas a su lado. Mi verdadera aventura estaba por fin, a punto de comenzar…
  7. Después de una noche sin dormir por el temor a ser asaltados (o algo peor aún) y habiendo pasado ya un día en Guatemala sin pasaporte, pero con un permiso legal (o eso creíamos), dejamos a Guille de forma definitiva para dirigirnos a la ciudad maya de Tikal, una de las más grandes de aquella asombrosa civilización. Antes de partir desde la ciudad capital, necesitábamos sacar algo de dinero del cajero, y aquí empezó otra de nuestras odiseas. El primero en intentarlo fui yo; vaya sorpresa que me llevé al descubrir que no tenía mi tarjeta de débito en mi billetera Me paralicé de pies a cabeza. No tenía idea de qué había pasado. Según yo, nadie había intentado robarme; además, cualquiera que quisiera abrir mi mochila hubiera sacado la cartera completa, y no sólo mi tarjeta. Así, tenía sólo unos pocos quetzales conmigo. No podía arreglar nada desde Guatemala; podría reponer mi tarjeta solamente al volver a México. Así, tuve que aceptar que mis amigos me prestaran dinero durante mi tiempo restante de aquel país. Después, Sonia intentó extraer algo de dinero. Otra sorpresa: su tarjeta estaba bloqueada. Al parecer había rebasado el límite Ni siquiera podíamos comunicarnos con nuestros padres. Con sólo unos pocos quetzales en la bolsa, Dany decidió ayudarnos sacando dinero con su tarjeta VISA, aunque sabíamos que le cobraría una enorme comisión al ser de crédito. Pero era nuestra única salida Con ese dinero debíamos pagar la entrada a Tikal y volver a México de una vez por todas; no podíamos prolongar nuestra estadía en Guatemala. En fin, tomamos el bus nocturno de dos pisos que nos pareció bastante cómodo, sobre todo después del estrepitoso viaje del día anterior en ese camión maloliente y ruidoso. La gente parecía más cortés y el conductor mucho más prudente; así que pudimos dormir toda la noche. Arribamos a la ciudad de Flores, un pequeño pueblo a orillas del lago Petén Itzá, cerca de las 6 de la mañana. Desde nuestra llegada pudimos sentir que se trataba de un sitio mucho más turístico que la capital o las comunidades que recorrimos el día anterior, por lo que nos sentimos mucho más tranquilos. Desde Flores salen todos los tours hacia la Reserva de Tikal, que se encuentra a unos cuantos kilómetros al noreste. Como era de esperarse, miles de agentes turísticos acosan a los recién llegados para ofrecerles paquetes a la zona maya, prometiendo ser los mejores en la zona. Como no teníamos muchas ganas ya de estar investigando por nuestra cuenta, hablamos con uno de los primeros hombres que se acercó a nosotros. Nos ofertó llevarnos a un hostal en Flores, donde podríamos hacer noche, y recogernos ahí mismo en unas horas más para visitar Tikal, y él mismo nos traería de regreso; la entrada al parque corría por nuestra cuenta. No deseábamos mucho hacer noche ahí, pues necesitábamos ahorrar. Pero al volver de Tikal la frontera estaría cerrada, y tendríamos que cruzar hasta el siguiente día. Así que aceptamos sin más El hostal no era nada lujoso, pero al menos tenía camas y ducha. Lo único que no nos pareció fue que no podíamos usar la cocina ¿Qué clase de hostal tiene cocina y no permite a sus huéspedes usarla? En fin, tomamos una ducha, nos arreglamos y esperamos en la sala común al hombre que nos llevaría a Tikal. La combi se llenó de turistas que visitaban la zona. Cabe recordar que la fecha era muy cotizada, pues se acercaba el 21 de diciembre del 2012, el supuesto “fin del mundo de los mayas”. La entrada al parque nos desfalcó por completo, pues costaba el doble para extranjeros, y no había descuento para estudiantes. Tuvimos que pagar 150 quetzales por persona. De esta forma, Guatemala nos dejó con sólo 5 quetzales en efectivo (menos de un dólar), un paquete de galletas saladas y una botella de agua a la mitad. Sabíamos que sería un doloroso día Decidimos que nos preocuparíamos más tarde por el tema del hambre y quisimos disfrutar las ruinas arqueológicas, pues ya no había nada más que hacer. Desde que entramos al parque divisamos un camino rodeado por ceibas, el árbol sagrado de los mayas del que nos habían hablado en varios lugares. La selva era tan espesa y profunda como lo era en Palenque, y a pesar de estar por comenzar el invierno, la humedad y el calor eran abrasadores. Como era nuestra costumbre, comenzamos a caminar lejos de las oleadas de turistas, queriendo dejar lo mejor para el final. Recorrimos los largos senderos que marcaban los mapas y hacia donde nadie se adentraba. Construcciones de piedra no tan altas y cubiertas por raíces y lianas que le daban ese toque de escenario de una película de Indiana Jones. Desde algunas de estas estructuras se divisaban por entre la maleza las puntas de las pirámides principales de Tikal, las mismas que aparecen siempre en las fotos cuando se googlea el nombre de la ciudad. Luego de algunas largas caminatas llegamos al centro de la ciudad, una especie de acrópolis rectangular donde sobresalían dos grandes pirámides. Esta Acrópolis, se cree, fue el centro ceremonial y político de todo Tikal. Algunas personas que se posaban en el centro iban vestidas de blanco, como lo vimos también en Palenque. Había también algunos aros de fuego en el suelo del complejo, representando alguna especie de ritual espiritual, seguramente. En la zona norte de la acrópolis había algunos arqueólogos realizando trabajos, por lo que no se podía ingresar a todos los sitios. Pero se tenían vistas muy bonitas de todo el centro. Las pirámides que se yerguen a ambos lados de la acrópolis son estructuras que cumplieron funciones funerarias. Se trata de los templos I y II, también conocidos como el Templo del Gran Jaguar y el Templo de las Máscaras. El jaguar, oriundo de la selva del sur mexicano, fue un animal venerado por los mayas. Desafortunadamente no se podía ascender a ninguno de estos templos, en parte por el mal estado de sus escalones. Aún así, el Templo del Gran Jaguar era la pirámide más vertical que había visto. Su pendiente era muy pronunciada, más de lo normal. Cuando salíamos de la plaza principal, un pequeño coatí se apareció caminando por la yerba. Nunca había visto uno de estos simpáticos animales y era bueno verlo en su hábitat natural, aunque rodeado de turistas que le arrojaban comida, y a los que seguramente ya estaba acostumbrado. Seguimos nuestro camino cuesta arriba en la selva. A lo lejos veíamos una gran pirámide que se asomaba entre los altos árboles: el Templo de la Serpiente Bicéfala, el más alto de todo Tikal. Nos pareció ver gente en la cima, así que trataríamos de subirla. Cada vez que visito una zona arqueológica me encuentro con gente de la tercera edad que, perseverante, sube poco a poco los escalones para tener una buena vista desde la cima de las estructuras. Y siempre me pregunto si yo a su edad podré hacer lo mismo. Me siento mal de a veces cansarme tanto al subir, cuando por mi juventud, debería estar en mejor forma Luego de unos escalones algo empinados, llegamos a la cima. Desde el primer momento en que dejamos atrás las copas de los árboles la vista de la selva nos dejó atónitos. El verde brillante de la densa vegetación tropical parecía extenderse al infinito en el horizonte, y sólo mirar abajo desde las angostas bases de aquella antigua construcción daba un poco de vértigo, que se compensaba con el graznar de los pájaros. Los rayos del sol se posaban cenitalmente sobre nuestras cabezas, pero el suave viento en la cima aplacaba un poco el calor. Lo mejor de todo, era observar cómo la punta de las pirámides de la plaza principal se asomaban una junto a la otra desde lo profundo de la selva. Era simplemente magnífico Después de descansar unos minutos en lo alto, y queriendo racionar el agua hasta el siguiente día, descendimos de nueva cuenta. En el camino, Sonia empezó a hurgar en su maleta. Una carcajada nos quitó de encima todas las preocupaciones que teníamos en el día: había encontrado un billete de 100 quetzales en su bolsa. En mitad de aquel húmedo bioma saltamos de alegría y agradecimos que podríamos comer algo decente al volver a la ciudad La última parada fue lo que los arqueólogos llaman El Mundo Perdido, un complejo arquitectónico que tuvo funciones astronómicas, según se cree, aunque también sirvió años más tarde como zona funeraria. La arquitectura de las construcciones principales recuerdan a Teotihuacán, ciudad antigua con la que se dice que Tikal pudo tener contacto. Luego de un largo día de caminatas y sudor, esperamos a la combi y volvimos a Flores donde, felices, pudimos comer unos tacos y un poco de helado, para después mirar el atardecer en el lago Petén. Dormimos temprano aquella noche para poder cruzar al otro día de vuelta a México. Por la mañana, otra combi pasó por nosotros y otras personas para llevarnos a la frontera con Chiapas. Una vez que llegamos a la oficina de migración, el conductor nos dijo que bajáramos para sellar nuestra salida en los pasaportes y pagáramos el derecho de haber estado en Guatemala. ¿Qué? ¡¿De qué diablos estaba hablando?! No queríamos gastar ni un centavo más en ese país Nos acercamos a la oficina y hablamos con el hombre, que nos pidió nuestros pasaportes. Le explicamos que no los teníamos, pero que al entrar al país el oficial de migración nos extendió un permiso de estadía, por el que pagamos. El nuevo oficial nos dijo que ese permiso no existía ¡Vaya cuestión! Nos habían timado… No era nuestra culpa que el oficial nos haya engañado; debíamos salir del país de una vez por todas. El oficial nos dijo que, por ello, debíamos pagar un poco más por salir del país. Le dijimos la verdad: no teníamos casi efectivo, nuestras tarjetas de débito y crédito estaban bloqueadas y debíamos volver a México pronto. En seguida pude notar en su rostro el esto de Don Soborno Sacamos todos los quetzales que nos quedaban en la bolsa. El hombre aceptó 50 por los tres. Ni siquiera sabíamos si exigir ese pago era legal, pero no podíamos hacer nada más, menos sin tener pasaportes a la mano. En fin, volvimos a la combi algo decepcionados. Llegamos al río Usumascinta, que divide a Guatemala de la parte este de Chiapas. Bajamos y el señor nos condujo a todos hasta una pequeña barca de motor. A bordo iban algunos hippies, incluyendo una mujer anciana, un señor con su perro y dos mujeres con pelos en las axilas. Bastante curioso. Cruzamos juntos el río por casi media hora. Al llegar a la orilla pisábamos al fin tierras mexicanas Ni siquiera tuvimos que hacer nada en la oficina de migración, pues nuestra salida del país nunca fue registrada. Así que seguimos hacia la otra combi que nos llevó de vuelta hasta Palenque. Ahí, tomamos el bus que nos llevó a San Cristóbal, donde tuvimos que regresar a la Posada de carmelita, donde varios días atrás habíamos dejado nuestras cosas. No quisimos hacerle el cuento largo contándole todos nuestros infortunios. Solamente pagamos otra noche y dormimos como nunca. Al otro día pudimos arreglar todo el asunto con las tarjetas; Sonia pudo desbloquear la suya y yo reporté la mía, que me regresarían en Veracruz. Así que pedí dinero prestado a mi mamá para que me lo depositara a la cuenta de Sonia. Pero Dany tenía que sacar más dinero. Fuimos a la estación de buses para comprar los pasajes a México D.F. Pero el cajero nos jugó otra mala pasada, y se comió la tarjeta de Dany después de darle su efectivo Entonces me di cuenta de que ese mismo cajero es el que se había robado mi tarjeta, porque recordé que fue el último lugar donde lo usé. En fin, Dany tuvo que cancelar su tarjeta, y se obligó a vivir con ese dinero hasta que saliera del país 3 días después. Todo fue muy extraño. Nuestro último día en San Cristóbal nos encontramos con Juliana, nuestra amiga de Colombia que acababa de llegar desde el D.F. después de haber extraviado su equipaje (otra historia por contar). Nos relajamos tomando un café y contando nuestras anécdotas de las que, por fin, podíamos reírnos tranquilamente. Es por eso que cuando la gente me pregunta si no me da miedo viajar de esta forma les digo: es mejor enfrentar todos mis miedos para al final poderme reír de ellos. No hay sentimiento más agradable Éste fue mi último viaje en México con este extraordinario grupo de amigos que pude hacer durante mi intercambio estudiantil. Fue la primera vez que hice muchas cosas de las cuales no me arrepiento. Y fue gracias a estos viajes que descubrí ese nuevo espíritu en mí Es quizá, la señal que muchos de nosotros necesitamos para atrevernos a experimentar esas cosas a las que siempre le tuvimos miedo, y a por fin salir de nuestra zona de confort. De esta forma, les dejo el link del último capítulo de Un Mundo en la Mochila, de mi amigo Dany, donde podrán ver las travesías por Guatemala y los últimos momentos que vivimos antes de decir adiós y que cada uno volviera a su ciudad y su país de origen.
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