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  1. Se trata de una fiesta muy antigua que continúa realizándose, la misma comienza con la tradición del desentierro del diablo y se celebra en todos los pueblos de la Quebrada de Humahuaca. Para disfrutar del Carnaval de Jujuy, especialmente el de la Quebrada de Humahuaca, hay que prepararse para disfrutar de la espuma, el papel picado, el talco, la serpentina, el humo y que todo comience una y otra vez durante diez días. Los autos y casas también se tiñen de papel picado y espuma por lo que conviene estacionar en la entrada del pueblo. La fiesta tiene lugar en varios lugares de la región, también se celebra el carnaval en otros destinos del país y del mundo... El Carnaval de la Quebrada tiene su encanto, especialmente entre los pueblos y destinos que se encuentran entre San Salvador de Jujuy y Humahuaca. Los epicentros del carnaval norteño son Tilcara y la capital jujeña. También se hace notar la fiesta en la vecina localidad de Purmamarca. Es una fiesta en la que se invita a que todos sean parte y puedan disfrutar de las tradiciones andinas. Los ritos también prevalecen con el agradecimiento a la Pachamama, la madre tierra que preside según los lugareños, a todos los actos de la vida. Bastar con sumarse al Carnaval para conocer más sobre las tradiciones y cultura local. Forman parte del evento, los mojones, se trata de lugares sagrados para las comparsas, grupos reducidos de personas bien organizadas cada uno con sus diablos y músicos, banderas y demás insignias. También son característicos, los trajes de diablo con máscaras muy elaboradas en telas de distintos colores. Las fechas en las que se celebra el carnaval, varían año a año, pero siempre se realiza en el mes de febrero. Comienza con el desentierro del diablo y culmina con su entierro y quema. Conviene reservar pasajes con anticipación y organizarse. Lo principal es elegir en qué pueblo de la Quebrada uno quiere quedarse ya que trasladarse por las rutas de una sola mano, puede llegar a ser una tarea ardua. Es importante tener en cuenta, que el verano es época de lluvias en el norte de Argentina, por lo que hay que estar atento a los avisos, en ocasiones las rutas pueden cerrarse para mayor seguridad y porque las máquinas de viabilidad deben volver a reorganizar los caminos. Lo ideal es llegar antes de que inicie el Carnaval o salir muy temprano el día de inicio. Otro dato para tener en cuenta para quienes deseen hospedarse en San Salvador de Jujuy, es que en la capital de la provincia tienen lugar otros eventos como festivales, cenas shows y más. La oferta de entretenimiento es variada. En la localidad de Tilcara, desfilan las comparsas más importantes y las fiestas duran hasta el amanecer. La ventaja de hospedarse en Tilcara es que es centro del Carnaval norteño, la desventaja es la cantidad de ruido y de gente. El ruido es permanente, sobre todo en el centro y se extiende por varios días hacia la ladera de los cerros. No es momento para descansar, es ocasión de disfrutar, bailar y conectarse con las tradiciones. Cada pueblo de la Quebrada de Humahuaca celebra el Carnaval con características distintas. En Maimará, por ejemplo hay diversos desentierros del diablo, las comparsas suelen reunirse en sus sitios o mojones más retirados. En otras localidades las coplas dicen presente formando parte del entramado de la celebración. Las coplas son producciones orales y musicales que nacen como un modo de compartir experiencias y emociones. Como bien se sabe, el Carnaval nació en Europa y se trasladó a varias partes del mundo. En el mundo andino, es un tiempo de cosecha, de agradecimiento al Dios Cristiano y a las deidades de la naturaleza que según los lugareños cobran vida. Una de las principales características del Carnaval del Norte, es que es una celebración en que tanto turistas como lugareños forman parte activamente a diferencia de otros carnavales en donde la gente va sola de espectadora. Cómo llegar a Tilcara Tilcara se encuentra en la Quebrada de Humahuaca, a un lado de la Ruta Nacional 9 y el Río Grande. El acceso es muy fácil para los que se trasladan en auto. También hay distintos micros que conectan otras localidades vecinas y otras más alejadas. Conviene sacar pasajes con anticipación ya que la demanda de billetes en esta época es alta. Las distancias desde Tilcara son: 85 kilómetros de la ciudad de San Salvador de Jujuy, 26 kilómetros desde Purmamarca, 45 kilómetros la separan de Humahuaca y unos 202 kilómetros desde la ciudad de Salta. Se encuentra a un poco más de 1500 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires. Más información sobre Tilcara, el centro del Carnaval y de la Quebrada. Es un pueblo muy animado con turistas de distintas partes que lo visitan durante todo el año. Allí pueden encontrarse varios hoteles, peñas folclóricas, cafés, tiendas de artesanías y también agencias de viaje que ofrecen paseos y excursiones a otros lados del norte de Argentina y también en los alrededores del pueblo. Un paseo por Tilcara no estaría completo sin antes visitar el Pucará de Tilcara. Es el yacimiento arqueológico más importante de la Argentina. En el pasado supo ser una defensa y asentamiento de los habitantes precolombinos de la quebrada. Junto al Pucará de Tilcara se encuentra el Jardín Botánico donde se puede apreciar una amplia colección de plantas que crecen en las alturas de los cerros. Allí es posible conocer toda la variedad de Cactus y crasas de la región.
  2. Si tuvieran que elegir un destino para pasar las fiestas en Europa cual sería?? Pues yo aún no me decido... Quisiera saber cuáles son las mejores ciudades donde pasar la Navidad. Gracias por la ayuda!
  3. Cada atardecer del ocho de diciembre hay algo curioso que todos los transeúntes que deambulan por las calles de Lyon pueden notar si viran sus cabezas hacia las casas adyacentes. Filas de ocho veladoras iluminan cada uno de los ventanales de algunos hogares. Es algo que ocurre desde mediados del siglo XIX, cuando se inauguró la estatua dorada de la Virgen María que custodia la Basílica de Fourvière, en lo alto de la colina homónima. La gente decidió desde entonces venerar a la virgen encendiendo veladoras en las fachadas de sus casas. Desde mi llegada a Lyon, mi compañero de piso me hizo lavar cada uno de los envases de yogur que comía por las mañanas. Tras dos meses guardados en una caja en el sótano, los usó para colocarles una vela dentro. Y llegado el ocho de diciembre, ocho velas fueron las que colocamos en la ventana de nuestro apartamento, y en cada una de las cuatro ventanas del nuevo piso que él había comprado, justo a la orilla del río Ródano, desde la que se tenía una increíble vista del centro de la ciudad. Si bien ni Olivier ni yo nos consideramos católicos, las luces son cautivadoras desde donde se les vea. Y las veladoras no son las únicas que al día de hoy iluminan Lyon cada 8 de diciembre. Aquella noble tradición cristiana se ha convertido en uno de los festivales más aclamados de Francia. La llamada Fête de Lumières, o Fiesta de las Luces en español. Pero para llegar a ser uno de los eventos más concurridos de toda Europa no basta con solo encender veladoras. La gente espera algo mucho más atractivo. Y Lyon supo dárselos. La Fête de Lumières dura normalmente cuatro días, siempre celebrada alrededor del día ocho de diciembre. No hace falta mencionar que la ciudad está ya decorada desde principios del mes con los adornos que anticipan la Navidad. Cuando en 2015 mis planes de mudarme a trabajar a Lyon fracasaron no sabía lo afortunado que había sido. Porque en 2015 la Fiesta de las Luces fue cancelada, posterior a los ataques terroristas de París en noviembre de ese año. Aunque en 2016 mucha gente se sentía todavía escamada por los sucesos, tocaron madera y esta vez acudieron más de dos millones de visitantes. Entre ellos yo. Así, dos días después de mi cumpleaños, la Fiesta de las Luces dio comienzo el jueves ocho de diciembre, prevenidos todos sobre el descenso en la temperatura exterior a menos de cero grados centígrados. La entrada a la presqu’île (el centro de la ciudad) no fue tan complicada como pensamos. Un par de revisiones por parte de los elementos de seguridad fueron suficientes. Antonia y Alke, mis compañeras de trabajo en Francia, parecían haberse abrigado mejor que yo para la ocasión. Yo con un par de suelas de peluche y ropa térmica debajo creí que sería más que suficiente. La Plaza de Bellecour es la explanada más grande en Lyon. En temporada navideña una enorme rueda de la fortuna se posa en uno de sus extremos. Y es allí donde se proyecta el espectáculo de luces. La Fête de Lumières finalmente ha evolucionado. Pasó de ser una simple tradición católica con veladoras a un masivo y moderno festival de luces y sonido. Aquel cortometraje animado encajaba perfectamente en la circunferencia de la rueda de la fortuna y mostraba a un Papá Noel que caía por una montaña rusa. Más adelante logramos cruzar el río Saona para alcanzar la catedral Saint Jean, en el Viejo Lyon. Aquellos 700 metros que normalmente toman unos 10 minutos andando se convirtieron entonces en casi media hora de recorrido a pie. La cantidad de gente que transitaba el centro era exorbitante. Posados en la Plaza de Saint Jean, la multitud se detuvo cuando las luces se apagaron, dando lugar a un espectáculo de luces mucho más abstracto del que habíamos sido testigos en Bellecour. Las paredes de la catedral parecían desmoronarse pedazo a pedazo disparadas por un rayo láser, y se reconstruían al ritmo a de la música electrónica. Desde el edificio frontal todo parecía un caleidoscopio gigante, ante el cual los asistentes aplaudían vigorosamente. En el medio de la colina de Fourvière, frente a la catedral, el anfiteatro romano se colmaba de veladoras, y sobre sus antiquísimas gradas de piedra se proyectaba lo que parecía ser un videojuego, al estilo de Mario Bros, que brincaba sobre los escalones para escapar de los disparos. Pero la corona de la Fiesta de las Luces se posa precisamente en la colina de Fourvière, donde desde el siglo XIX se alza la estatua de la Virgen María, sobre la basílica. Un letrero de luces forma la frase “Merci Marie” sobre el cerro, que puede verse desde varios puntos de la ciudad. Y no es casualidad que los lioneses hayan decidido venerar a María. El siglo XIV fue uno de los momentos más difíciles para toda Europa, pues un suceso peor que cualquier guerra asolaba sus ciudades. La peste negra. Se cree que la mortal enfermedad entró por Crimea gracias a la invasión de los mongoles, y pronto se expandió por la mayoría de los reinos europeos. La peste bubónica acabó con un tercio de la población en Europa, África del norte y Asia. No era de extrañarse que todas las ciudades en el Viejo Mundo temieran por la bacteria. En el tardío siglo XVII, la peste azotaba el sur de Francia, y la bacteria parecía esparcirse sin cesar. Los lioneses, llenos de miedo, no tenían más que hacer que rezar para que Dios los protegiese. Y, por fortuna, la peste nunca logró entrar a la ciudad. Fuese por los sistemas de seguridad de sus guardias o por el sistema inmunológico de sus habitantes, los citadinos creyeron que la Virgen María los había protegido. Y desde entonces se ganó el corazón de los lioneses. Antonia, Alke y yo, acompañados por Plinio, un brasileño al que alojaba con AirBnB, cruzamos de vuelta al centro de la ciudad para un último show de luces. Para ese entonces, mis pies estaban casi congelados. Bien me lo había advertido Olivier: estar expuesto al frío de Lyon por un tiempo tan prolongado no puede ser bueno para las articulaciones. Con extrema lentitud llegamos a la Place de Terreaux, donde una película sobre un Santa Claus ecológico y su simpático búho se proyectaba sobre el Ayuntamiento y el Palacio de Bellas Artes, llevando un buen mensaje a la ciudadanía y los turistas: detengan el calentamiento global. Un vaso de vino caliente y un pain au chocolat fueron necesarios para volver a casa reconfortado. Los siguientes dos días volvería a los mismos lugares para ver los mismos espectáculos de luces, ninguno de ellos capaz de aburrirme. Y luchando contra el frío decembrino, la Fête de Lumières fue el mejor regalo de cumpleaños que Lyon pudo haberme dado. Un festival que, indudablemente, me atrevo a recomendar.
  4. Ya había estado en un viaje por Melbourne en un fin de semana, con algunos pequeños percances pero la había pasado muy bien. Es una ciudad muy grande con mucho para hacer y para ver… Afortunadamente tuve la suerte de poder ir por una segunda vez. Esta vez paré en otra zona de la ciudad, cerca de South Bank, una de las zonas más lindas a mi criterio de la ciudad de Melbourne. Anteriormente había viajado con mi novio y esta vez el viaje era con mis padres, opté nuevamente por tomar el bus turístico para que ellos también conocieran la ciudad, creo que es una muy buena alternativa para cuando viajas con poco tiempo, ya que siempre te llevan a recorrer los puntos más interesantes de la ciudad. Al dar la primera vuelta en el bus, divisé a lo lejos un logo muy bonito ubicado en el museo que me llamó la atención, se trataba de una flor que en el interior tenía un mapa mundi. Al lado del dibujo decía exposición “Melbourne International Flower and Garden Show”... Nos quedamos pensando en la posibilidad de visitar esta exposición mientras seguíamos dando vuelta en el bus turístico. Al día siguiente, luego de recorrer los principales puntos turísticos de Melbourne, la Federation Square con sus emblemáticos edificios en los alrededores como la Flinder Station y la Cátedral, fuimos hacia la exposición aprovechando que el bus turístico nos llevaba hasta el edificio llamado Royal Exhibition Bulding donde tenía lugar la exposición. “Melbourne International Flower and GArden Show”, es una exposición que se viene haciendo todos los años desde el año 1995 en el mes de Abril. No tenía idea de que se hacía este evento, pero tuve la suerte de caer en la fecha precisa. Según información que pude leer en los folletos, es el evento más grande de horticultura que se hace en el hemisferio sur y lo visitan cada año un promedio de 100 mil visitantes. También está dentro del top five de las exposiciones y shows de flores y jardín del mundo. Tuvimos que pagar una entrada que salió 30 dólares australianos por persona, leer así puede parecer caro, pero puedo asegurar que realmente valió su precio. Por empezar la feria estaba emplazada dentro del edificio de exhibiciones de Melbourne, el cual de por sí es sumamente lindo. Había cosas en el interior del edificio y también afuera en los jardines. Recorrer todo llevo muchas horas sin darnos cuenta del paso del tiempo. Desde el momento en que entramos nos sumergimos en los aromas de las flores, había flores de todos lados del mundo, algunas variedades y flores que desconocía y que nunca jamás había visto… flores de todos colores, inclusive verdes! Sí verdes, jamás había visto flores de este color… Begoñas, rosas, flores de la región, realmente era un placer para los sentidos. Pero no era solamente flores lo que se podía ver… también había unas esculturas hechas todas con flores naturales, una más linda que la otra. No sólo era lindo mirarlas, sino también olerlas. También había cuadros de flores además de todo lo necesario para un jardín, desde herramientas, fertilizantes, esculturas, todo lo que se puede necesitar para tener el mejor jardín. La feria era muy completa. Por supuesto que también había flores a la venta, lamentablemente no pude comprar nada, pero había de todo hasta inclusive semillas de todo tipo. La exposición estaba perfectamente preparada con puestos de venta de comida, lugares de reacreación para niños y diferentes puestos con distintas cosas. Melbourne es una ciudad que tiene muchos eventos, la semana anterior a mi visita se había realizado una importante carrera, más allá de los eventos tiene muchas cosas para hacer y pese a ser una ciudad muy grande, es muy tranquila y segura. Todavía me queda pendiente volver para hacer la Ocean Road, dicen que es uno de los paseos y excursiones más lindas en los alrededores de Melbourne...
  5. Hola!! Estoy planificando un viajecito más bien una escapada para el finde largo de carnaval de febrero... no se me ocurre bien a donde ir... la idea de ir a los carnavales propiamente dichos no me atrae, busco más bien lindos paisajes..
  6. Algo muy común que pasa con los no europeos es que nuestra idea del viaje perfecto por Europa es siempre a bordo de un tren. Maravillosos paisajes, flexibilidad de horarios y acceso a los pueblos más recónditos del continente. Y hay mucha razón en ello. De verdad la hay. Pero hay algo más de lo que los viajeros muchas veces no somos conscientes: los precios de los billetes de tren no son baratos. Además, Europa parece ser pequeño para los que venimos de países como México o Estados Unidos. Pero vamos, las distancias entre país y país van desde los pocos hasta los miles de kilómetros. Y recorrerlas en tren a veces no se adapta a nuestro tiempo si no disponemos de mucho. Y algo más que los novatos ignoramos es lo bajo de los costos a los que se puede conseguir un vuelo internacional en el Viejo Mundo. Todo gracias a las aerolíneas lowcost Si no saben de qué hablo, échenle un vistazo a los siguientes sitios web: www.ryanair.com, www.easyjet.com, www.wizzair.com La búsqueda de vuelos es una tarea ardua para muchos viajeros primerizos que puede tornarse bastante aburrida. Pero no para alguien como yo. Especialmente cuando descubrí que mi cumpleaños (el 6 de diciembre) es el día de la Constitución española, y por tanto un día feriado para todos los estudiantes del país Con el aeropuerto de Santiago a pocos kilómetros de casa, mi roomie Jacob y yo sabíamos que escaparnos a cualquier parte de Europa era la opción perfecta para celebrar el puente vacacional. Pero con las reducidas opciones de destinos desde Galicia y con un presupuesto tan ajustado, nuestra mente colapsó Pero un sitio web nos ayudaría en nuestra búsqueda. Su nombre es drungli.com. Se trata de una aplicación donde eliges el aeropuerto de salida y la fecha en la que viajas, y con el botón Take me anywhere, drungli entonces buscará los destinos más baratos entre todas las aerolíneas que operan en dicho aeropuerto. Sería así como conseguimos un vuelo redondo desde Santiago de Compostela hasta Frankfurt por tan solo 32 euros (sí, 580 pesos mexicanos en aquel entonces). Alemania, ¿por qué no? Era casi invierno. La nieve comenzaría a caer. Salchichas, cerveza, chocolates… por un precio meramente ridículo. No veía una mejor manera de celebrar mi cumpleaños 22, lo que me llevó a comprar ambos tickets sin titubeo alguno. Y si hasta entonces Jacob y yo habíamos estado alojando viajeros en nuestro apartamento y habíamos conseguido referencias en Couchsurfing (véase www.couchsurfing.com para más información) era precisamente para poder buscar un host en un momento como este. Nunca había utilizado Couchsurfing como surfer (huésped). Pero siempre hay una primera vez. Con la invitación de Alex (un inglés que nos alojaría en Frankfurt) y con el vuelo pagado, no había más que hacer maletas y partir al norte. Pero todo lo barato tiene su precio. Nuestro primer inconveniente fue tener que faltar a clase y Jacob a su trabajo. El vuelo disponible era del 3 al 8 de diciembre, y cambiarlo representaba un alto costo extra. Así que un frío martes por la mañana (el puente comenzaba el jueves) partimos en nuestro vuelo con Ryanair, la aerolínea más barata en toda Europa. La compañía trabaja muy bien a pesar de todo. Muchos le adhieren una mala fama por sus precios extremadamente absurdos. Pero Ryanair tiene sus reglas, y no ofrece lugar en la cabina de equipaje ni comidas a bordo a los pasajeros que no estén dispuestos a pagar algunos euros más por los servicios. Después de unas dos horas en el aire llegamos a Frankfurt. Y he ahí nuestro segundo inconveniente: Ryanair no opera en el aeropuerto de Frankfurt am Main (el aeropuerto oficial de la ciudad). Ryanair solo opera en el aeropuerto de Frankfurt-Hahn, una antigua base aérea bastante alejada de la ciudad. Y con bastante me refiero a unos 120 km al oeste. Así que básicamente nuestro vuelo no llegaba a Frankfurt, sino a algún punto del occidente alemán, prácticamente en el medio de la nada. Afortunadamente Jacob se había percatado de ello antes de nuestro arribo, y gestionó la mejor forma de optimizar nuestro viaje. El aeropuerto está bien conectado por bus con varias ciudades aledañas, incluyendo Luxemburgo, Colonia, Dusseldorf y Frankfurt. Para ser sinceros, no es que Frankfurt nos llamase tanto la atención. Fue solo que cogimos un vuelo demasiado barato. Cinco días en la capital financiera de Alemania podía incluso ser mucho. Así que podríamos aprovechar el tiempo dirigiéndonos a una de sus ciudades cercanas. Y perdido en el mapa Jacob se topó con Heidelberg, un pequeño punto 90 km al sur de Frankfurt del que no sabíamos absolutamente nada. Parecía ser una ciudad atractiva. Más modesta y pequeña que su hermana del norte. Sin grandes edificios y con un castillo. Y si queríamos sumergirnos en el espíritu alemán quizá valdría la pena ver sus dos caras. La moderna y la tradicional. En menos de un día Jacob nos consiguió alojo con un chico que rentaba un dormitorio en una residencia universitaria. Y en vista de nuestro nuevo plan, aplazamos nuestra llegada a Frankfurt para el miércoles por la noche, y nos quedaba aguardar por el autobús a Heidelberg. Realmente no hay mucho que hacer en un aeropuerto como el de Frankfurt-Hahn. Nuestro bus partía cerca de las 5:30. Y para matar el tiempo (omitiendo nuestra saludable comida en McDonald’s) decidimos recorrer un poco los alrededores. Mi más grande sorpresa fue ver lo rápido que oscurecía en Alemania en el horario de invierno. Apenas darían las 5 y el sol se había esfumado por completo. En verdad parecía que había llegado la hora de dormir. Pero no para mí. Así que caminé al vecindario más cercano para calentar un poco mis piernas (la temperatura descendía a unos dos grados para entonces). Paseando por los alrededores del aeropuerto Frankfurt-Hahn La larga espera de casi tres horas acabó cuando un gran grupo de personas abordamos el bus. Y en unas dos horas estábamos en Heidelberg. Jacob había recibido las indicaciones de Julian, nuestro couch, para dar con su casa. Caminamos a la parte posterior de la estación de bus y continuamos al oeste, a lo largo de una carretera que parecía bastante desolada. Ninguna casa aparecía por aquel rumbo. Solo edificios industriales, talleres automotrices y alguna que otra tienda. Pero era precisamente uno de esos edificios el que habían convertido, creativamente, en una residencia estudiantil. Como si fuesen antiguas oficinas, dos de las tres plantas del inmueble estaban habilitadas como dormitorios, baños comunales y cocinas para los estudiantes. Y Julian estaba allí, aguardando por nosotros. Nos dio la bienvenida a la peculiar fraternidad. Para ser mi primera experiencia como couchsurfer parecía que iba a ser bastante interesante. Si bien la noche parecía ya bien entrada, eran apenas las 8 p.m. Habíamos dormido en el avión y en el bus, y realmente no sentíamos sueño. Así que Julian nos ofreció dos de sus múltiples bicicletas para recorrer a gusto la ciudad. La cantidad de bicicletas en el bici-parking era realmente abrumadora, y denotaba el modo sustentable en el que los alemanes han decidido vivir. Por supuesto, decidimos aceptar la oferta. Era difícil manejar con mi cuerpo congelándose. Casi bajábamos de los cero grados y apenas y sentía mis dedos bajo el guante. Hundía mi boca y nariz dentro de mi bufanda para poder calentarme con mi propio aliento. De verdad no estaba acostumbrado a aquel tipo de clima invernal. Aparcamos las bicicletas junto a una pequeña galería y nos dirigimos a las calles del centro histórico. La Navidad parecía haber llegado, pero a esa hora las calles lucían poco más que desiertas. La mayoría de las tiendas y restaurantes habían cerrado ya sus puertas, y no había mucho que hacer. Desde el centro pudimos advertir dos de los grandes íconos de la ciudad: su puente antiguo y el Palacio de Heidelberg. Aunque para ambos sería mejor aguardar hasta la mañana para visitarlos como se merece. Así que rendidos, nos metimos al primer bar que encontramos y pedimos la cerveza que la mayoría tomaba: Astra, de origen alemán por supuesto. Luego de brindar por nuestro improvisado viaje volvimos a la residencia y descansamos para el siguiente día. Heidelberg es una ciudad con apenas 140 000 habitantes, por lo que su mancha urbana no es muy extensa. Julian vivía a unos 3 km del centro histórico, y tomar un tranvía fue la forma más rápida de llegar. La zona vieja de la metrópoli está repleta de antiguas casonas de varios metros cuadrados de superficie, la mayoría de estilos barrocos con algunos de los distintivos alemanes más conocidos. La mañana era bastante fresca y la gente parecía destinar el día a sus labores más cotidianas. A pesar de la alta demanda de turistas que Heidelberg suele recibir, como una de las ciudades más viejas del país, el frío otoño parece no ser la temporada favorita. Lo cual era una ventaja para nosotros. Antes de adentrarnos en el centro nos dirigimos directamente a la punta este de la ciudad, pasando por corredores orillados por hermosas construcciones. Grandes viviendas con fachada de madera, iglesias góticas de órdenes luteranas. Nada parecido a lo que podía ver en México ni en España. La razón de nuestra visita al extremo oriental de la urbe era visitar su principal joya, el Palacio de Heldelberg, la construcción, quizá, más antigua de todas. Jacob junto al Palacio de Heidelberg Se tiene pensado que esta fortaleza existe desde los tiempos en que los celtas dominaban esta zona de Europa Central. Mientras los pueblos germánicos expulsaban a los romanos, se apoderaron de las ruinas de sus construcciones. A pesar de su origen medieval, su fachada actual data del Renacimiento, cuando se hicieron las mayores modificaciones a su estructura. Si bien las diferentes guerras sostenidas a lo largo del tiempo y algunos desastres naturales redujeron su esplendor a solo ruinas, se tiene el registro de que el Palacio de Heidelberg fue uno de los más monumentales castillos del antiguo Sacro Imperio Romano Germánico, estado antecesor de la actual República Alemana. El alcázar se encuentra en una hermosa área boscosa en lo alto de un monte, a unos 80 metros de altura en relación con el resto de la ciudad, y caminar entre ella era como estar en un antiguo cuento del Medievo. En su exterior, del lado oriente, unos extensos senderos y jardines conducen a la punta de la ladera del Königstuhl, la colina que domina la ciudad. Desde ahí tuvimos vistas increíbles de la cara lateral del palacio y del centro de Heidelberg. Lo que la neblina de aquella fría mañana nos dejaba admirar era simplemente magnífico. Era tal y como había imaginado a una antigua villa alemana renacentista. En un valle, a la orilla de un río, con su campanario sobresaliendo de los tejados en V y su puente de piedra que conectaba ambas partes. Era como viajar en el tiempo de vuelta al siglo XV. Bajamos de la colina para dar un paseo por el centro histórico de Heidelberg, esta vez con toda la actividad del mediodía y con la luz del sol (aunque fuese ocultada por el espesor de la niebla). Una mágica sorpresa que Alemania tenía preparada para mí eran los mercados navideños que tienen lugar cada diciembre. Si bien Alemania no es precisamente el origen del personaje de Santa Claus, Papá Noel, San Nicolás o como se le conozca en cada país, la mercadotecnia moderna ha dibujado su mítica figura en pequeños pueblos nevados de tejados de madera y arquitectura germánica. Y era imposible no sentirse en una de esas villas de ensueño caminando entre las calles de una Heidelberg decembrina. Los mercados navideños consisten en stands comerciales y publicitarios posados en las plazas centrales de la ciudad. Por supuesto, cada uno decorado con la temática navideña de costumbre. Osos, renos, pingüinos y el infaltable Santa Claus adornaban las fachadas de cada kiosco donde se ofrecían todo tipo de productos y servicios que la época ameritaba. Una pista de patinaje sobre hielo, chocolate caliente, café, caramelos, figurillas de colección, esferas, bolsas de regalo, y hasta cerveza de barril. La temperatura oscilaba los cero grados, pero la hospitalidad del pueblo alemán que gritaba y cantaba en aquel encantador mercado me hacía sentir más cálido que nunca. Un paseo por la Karlsplatz y la calle Hauptstrasse fue para mí, prácticamente, vivir por un instante en un cuento de navidad. La cantidad de productos alemanes a la venta era realmente vasta. Los apetitosos quesos, los barriles de cerveza, las butterschneeballen (bolas de nieve de mantequilla) y demás postres locales con nombres sumamente extensos y difíciles de pronunciar relucían en las vitrinas y aparadores de cada tienda. Pero un mercado de navidad es la ocasión perfecta para sacar provecho de los visitantes. Y, por supuesto, los precios suelen ser más altos. Entre tantos productos y souvenirs disponibles sabía que debía comprar de forma estratégica. Gastar lo menos posible y disfrutar lo máximo. La elección para mi desayuno fue un gofre con crema batida y un chocolate caliente. Sencillo, barato, calórico y europeo. Llegamos a la Marktplatz, la plaza central de Heidelberg, ubicada justo al lado de la antigua catedral. La Heiliggeistkirche, o Iglesia del Espíritu Santo, es una capilla de origen medieval y, como la mayoría de las iglesias postluteranas de Alemania, de estilo gótico. Después de calentar nuestra temperatura corporal un poco en su cálido interior, Jacob y yo seguimos nuestro recorrido hacia la segunda efigie de la ciudad. El puente antiguo, formalmente nombrado Puente de Carlos Teodoro en honor al príncipe que lo mandó a construir, es una de las postales más famosas de Heidelberg. En el lado sur de la rivera del río Neckar, que divide a la ciudad en dos, se alza una hermosa puerta custodiada por dos torres, misma que iconiza la totalidad del puente. Lo más maravilloso no fue caminar por su superficie de rocas, sino las estupendas vistas que desde allí se ofrecían. El imponente castillo sobre lo alto de todo el centro histórico, y a su vez dominado por la nubosidad del bosque a sus espaldas. Unas calles más al oriente la urbe parecía tocar su fin. Pero nuestra vista se dirigía siempre hacia el lado sur del río, donde se formaba un cuadro perfecto entre la torre del puente y el campanario de la catedral. El puente de rojizas paredes llevaba a una zona un poco despoblada al pie de una gran colina arbolada, desde donde aprovechamos los mejores ángulos para fotografiar a la desconocida Heidelberg. Cuando el hambre volvió a nosotros, caminamos de regreso a la Marktplatz, en busca del mejor platillo alemán para nuestro estómago. Si pensaba en qué debía probar estando en Alemania, la primera respuesta para mí y para muchos era evidente: salchichas y cerveza. Pero la elección no era nada fácil. Por supuesto que la cerveza más barata a consumir era la de barril que ofrecían en todos los stands. Pero, ¿qué había de las salchichas? Con una oferta tan grande me dejé guiar por mi instinto. Y mi olfato me llevó hasta las salchichas bratwurst. Si bien el término bratwurst abarca una gama entera de embutidos alemanes, las bratwurst han devenido en un platillo célebre por lo fácil de su consumo. No hace falta estar sentado; no hace falta usar un plato. Sólo se necesita hambre y un buen estómago para digerir la carne de cerdo. Las Rostbratwurst son, específicamente, las salchichas preparadas a la parrilla. Y es común comerlas en un pan (que me recordó al bolillo) acompañadas por papas fritas o chucrut. Yo en lo personal quise comerla al natural. A partir de entonces haría oficial mi adicción a las salchichas bratwurst, y no podría dejar de comerlas en toda mi estancia en Alemania, además de buscarlas hasta en los rincones más escondidos de España, México o cualquier país donde me encontrase. Como postre no hubo nada mejor que un chocolate, también bastante típico alemán. Es gracioso saber que ingredientes como el cacao y la vainilla provienen de las culturas mesoamericanas de México. Pero hay que aceptar que fueron los europeos, en especial los suizos, franceses y alemanes, quienes agregaron los ingredientes precisos para crear delicias como el chocolate con leche (vamos, los aztecas fumaban el cacao y lo preparaban con chile… no suena muy apetitoso, ¿o sí?) Antes de caer a la tentación y seguir comiendo salchichas y dulces, dejamos el mercado para conocer la orilla del río y el resto del centro histórico. Nos topamos con viviendas flotantes, al estilo holandés, que se estacionaban justo al frente de las ostentosas y clásicas casonas junto al río Neckar. Las calles empedradas nos llevaron por barrios residenciales cada vez más bellos y detallados, que parecía que los balcones decorados y los tejados en V eran una obligación inmobiliaria. Nuestra andanza terminó de frente a un edificio administrativo de la Universidad de Heidelberg, nada más y nada menos que la universidad más antigua de toda Alemania. Esta es quizá la razón más poderosa por la que miles de jóvenes deciden mudarse a la ciudad para hacer sus carreras de licenciatura e ingeniería. Pero no cabe duda de todo lo mágico que Heidelberg puede albergar en cada uno de sus rincones. Historia, monumentos, arquitectura, naturaleza, paisajes, cerveza, salchichas y la Navidad. Heidelberg me había sorprendido en todas las medidas posibles. Para ser una ciudad que apenas y apareció en nuestro mapa y a la que dudamos en visitar o no, había valido completamente la pena. Ahora era tiempo de regresar por nuestras cosas a la residencia de Julian, de donde caminamos a la estación de bus para coger nuestro próximo destino: Frankfurt am Main. Pueden ver todas las fotos en los siguientes álbumes:
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