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  1. Más allá de todos los paisajes que nos habían asombrado y encantado hasta aquel momento en la Patagonia argentina, una de las mejores caminatas que realizamos en El Bolsón, fue la del Cajón del Azul: Un enorme río, al que llaman Río Azul, encajonado por altas paredes de piedra, rodeado de bosque nativo. De sólo imaginarme aquel paisaje, me llenaba de ansías para arrancar la excursión. El día anterior, debimos dar aviso a las oficinas de turismo, ubicadas en la plaza central de El Bolsón, donde nos registramos y nos brindaron un práctico mapa. A lo largo de un extremadamente largo sendero (de varios días de caminata) se encuentran diferentes refugios en los que uno puede pasar la noche, por lo que decididos a ello, nos equipamos con comida y las bolsas de dormir. Partimos una mañana entonces, desde Las Golondrinas en la moto, hasta llegar a un conocido paraje, llamado Chacra de Wharton, a aproximadamente 15 kilómetros. Allí debíamos dejar la Honda, ya que no se puede avanzar más en vehículo. Abrigados porque el día estaba bastante fresco, iniciamos la caminata. No les voy a mentir, fue un sendero muy cansador para mí y difícil, pero voy a intentar no adelantarme. Iniciamos descendiendo por un empinado camino marcado hoscamente en la tierra, hasta continuar con una senda más ancha, rodeada de un bosque de cipreses y cohiues. Y desde ese punto, comenzamos a subir. Paso a paso, íbamos ascendiendo a través de la pendiente que se internaba en aquel espeso bosque, siguiendo las flechas indicativas pintadas en las rocas o en los troncos de los árboles. A medida que avanzábamos, escuchábamos más cerca la turbulencia de un poderoso río, y eso nos animaba a seguir. La verdad es que yo debía detenerme cada algunos pasos para oxigenarme, porque el camino en aquel punto fue muy exigente. Para aumentar “la aventura”, a mi querido novio, no se le ocurrió mejor plan que salirse del camino principal, internándose en el bosque. Como ya les dije, está un poquito loco Al principio, ir haciéndonos paso entre la maleza, corriendo ramas y saltando raíces fue bastante divertido y emocionante… pero a medida que avanzábamos y nos internábamos más, la cosa comenzó a ponerse un poco complicada. Algunos metros más adelante nos cruzamos con lo que parecía ser un viejo camino, marcado débilmente en el suelo, y comenzamos a seguirlo, suponiendo que nos llevaría nuevamente a la senda principal. Aquello se puso realmente abstracto cuando comenzamos a avanzar por el borde de una vertical pendiente, con una peligrosa caída, varios metros hacia debajo de mucha vegetación. Casi que debía ir trepando, sosteniéndome de fuertes raíces para no rodar cuesta abajo. Ya bastante molesta con Martin porque ya aquello se estaba tornando demasiado para mi, decidimos desviarnos por segunda vez de aquel viejo camino y, afortunadamente, salimos al sendero principal. Sin más locuras, porque realmente se corre el riesgo de perderse en aquel laberinto de árboles, continuamos el ascenso por aquel camino de tierra y piedras, hasta llegar al responsable del estruendoso sonido que escuchábamos a lo largo del camino. Delante de nosotros, se abría un violento cauce de agua, una rama del Rio Azul, que descendía rápida y violentamente por entre gigantescas rocas claras. Un no muy confiable puente hecho de sencillas maderas se tambaleaba peligrosamente por sobre aquel caudal de agua. Aquel había sido el único medio para pasar por encima del brazo del Rio, pero (quizás quitándole un poco la aventura al camino, hay que admitir) un robusto, sólido y mucho más seguro puente de acero se había construido a su lado. Martin no dejó de quejarse de lo mucho que afectaba el sendero aquel puente, pero yo lo transité feliz y tranquilamente Continuamos el camino, que ahora bordeaba aquel sonoro caudal de agua cristalina. A medida que íbamos ascendiendo, por entre las copas de los árboles podíamos ver aquel brazo hacerse más angosto, escoltado por enormes paredes de piedra. El agua corría vertiginosamente saltando por entre las piedras y golpeando violentamente al caer. Luego de casi dos horas de continua travesía, llegamos al primer paraje del sendero, el refugio La Playita. En esta parte, el camino descendía sinuosamente hasta llegar a una cabaña situada en unas playas pedregosas, donde el agua corría más lenta y tranquilamente. En aquel lugar se puede acampar, comer algo o pasar la noche dentro del refugio, pero simplemente nos limitamos a recorrer las orillas, caminando por sobre hoscas piedras y continuamos la travesía. Sé que en épocas veraniegas, la gente suele bañarse en esas playas, pero esa idea estaba lejos de ser concretada para nosotros aquel fresco día. Aun nos restaba una hora más de ardua caminata por entre el bosque de grandes y altos pinos, en un tramo del mismo, debimos subir, escalando unos escalones realizados con gruesos troncos adheridos a una vertical pared de tierra. A medida que avanzábamos íbamos descubriendo algunos arroyos que cruzaban el bosque y a nuestro costado íbamos observando como el Rio Azul (ya habíamos conectado con él, a través del brazo) comenzaba a encajonarse en un abrupto cañadón, por entre el cual el agua corría rápidamente, arremolinándose en algunos sitios. Las paredes de aquel cajón se aproximaban cada vez más, a medida que continuábamos la caminata, hasta que llegó un punto que increíblemente ambas paredes estaban sólo separadas por apenas 80 cm. Un sencillo puentecito, hecho con algunos troncos conectaba ambas márgenes, pero uno podía saltar prácticamente de un punto al otro. Si se miraba hacia abajo, a 40 metros más o menos se podía ver el caudal el Rio Azul haciéndole honor a su nombre, ya que el agua realmente tiene un precioso color azul, a veces aguamarina cuando le pegan los rayos de sol, que no dejaba de deslumbrarnos. Cruzado aquel singular puente, un cartel nos indicó que sólo faltaba poco para llegar al refugio del Cajón del Azul. Apuramos la marcha hasta encontrarnos con una llanura, cubierta de campos de pastura. Unas vacas nos dieron la bienvenida en la tranquera e ingresamos al refugio. Como todos los refugios de aquel lugar, también podíamos pasar la noche allí, pero a pesar del cansancio y el agotamiento que sentíamos en nuestras piernas, una vez que recuperamos el aliento, con Martin decidimos seguir unos kilómetros más, aprovechando los últimos vestigios de luz del día, al siguiente refugio: El Retamal. Ni bien comenzamos a caminar los últimos tramos hacia nuestro objetivo, me arrepentí rotundamente. Aquellos últimos metros, había que hacerlos por entre altos árboles, tomando una difícil pendiente que ascendía varios metros. Con las rodillas casi temblándonos, llegamos a la cima, completamente exhaustos y desde allí, vislumbramos el siguiente refugio. Ingresamos a un extenso y verde campo con una sencilla casita ubicada en el medio. Un imperioso cordón de montañas rodeaba todo el paisaje. Un joven nos dio la bienvenida y nos indicó el lugar de la casa que podíamos utilizar, una cálida habitación con mesas y sillas tapizadas de lana de oveja y una pequeña cocina. Cansados y hambrientos por aquel arduo esfuerzo que nos llevó la caminata de todo el día, nos preparamos unos fideos y nos fuimos a dormir. En la parte superior de aquella habitación, un altillo servía de dormitorio, donde varios colchones se encontraban dispersos en el suelo. Recuerdo haberme metido dentro de mi bolsa de dormir y simplemente me desmayé. A la mañana siguiente, temprano, decidimos comenzar el retorno. El sendero sigue mucho más allá, llegando incluso a un glaciar, llamado Hielo Azul, pero no llevábamos la suficiente comida y ropas para pasar muchos días más en el bosque, por lo que había que volver. Sin embargo, antes de tomar el camino de vuelta, el encargado del refugio nos aconsejó que visitáramos un lugar, ubicado en altura, llamado Paso de Los Vientos. Sinceramente, mis pobres piernecitas no querían saber más nada con seguir subiendo, pero a pesar de mis quejas, aquello valió totalmente la pena. Fuimos avanzando a través de un sendero que ascendía internándose en el bosque, el cual crecía atravesando el camino. Debimos ir esquivando ramas, corriendo hojas y saltando raíces. El rocío de la mañana había humedecido toda la vegetación y pronto terminamos nosotros también completamente mojados, al ir rozando con todo el follaje que se interponía en el camino. El camino llegó hasta el comienzo de unas altas colinas que fuimos ascendiendo por entre grandes rocas, y cuando al fin llegamos a la cima nos quedamos anonadados. A nuestro alrededor se abría un gigantesco valle tapizado de bosque y más allá todo estaba rodeado de grandes montañas. En aquel lugar reinaba la absoluta paz y el silencio. Realmente uno se sentía muy insignificante al lado de tal abrupto paisaje. Permanecimos varios minutos allí, llenándonos de aire puro y contemplando aquel paisaje maravilloso. Me senté sobre la sima de una de las más altas colinas y me quedé simplemente maravillada. Aquella ardua caminata, realmente había valido la pena. Aquel lugar era increíble! Descendimos nuevamente al refugio El Retamal, tomamos nuestras mochilas y emprendimos el regreso a El Bolsón. Antes de llegar al Refugio del Cajón del Azul, en el cual no habíamos parado el día anterior, nos desviamos, curiosos de seguir una indicación en un desprolijo cartel de madera que indicaba el camino al “nacimiento del cajón”. Solo unos pocos metros más adelante descubrimos, efectivamente, el sitio exacto donde el río comenzaba a correr por entre el nacimiento de grandes rocas que más adelante se convertirían en el Cajón del Azul. El agua increíblemente cristalina saltaba por entre las rocas y se escurría cuesta abajo con fuerza. Se podía ver el fondo rocoso de tan transparente que era el agua. Un precioso Martin Pescador, un ave típica de la zona, famosa por sus habilidades en la pesca, sobrevolaba el rio en busca de alimento. Era la primera vez que veía a este precioso animal en persona Retomamos otra vez el camino y regresamos por sobre nuestros pasos hacia la moto. El camino de vuelta creo que fue peor que el de ida, si tengo que serles sincera, pero al final, llegamos cansados pero felices al reencuentro con nuestra querida Transalp.
  2. Del álbum Villa La Angostura y Chile!

    No te pierdas el relato de esta etapa de mi viaje en moto por Latinoamérica: Villa La Angostura y un leve desvío a Chile
  3. Del álbum Villa La Angostura y Chile!

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  4. Del álbum Villa La Angostura y Chile!

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  5. Del álbum Villa La Angostura y Chile!

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  6. Del álbum Villa La Angostura y Chile!

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  7. Del álbum Villa La Angostura y Chile!

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  8. Ayelen

    Rutas de Chile

    Del álbum Villa La Angostura y Chile!

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  9. Ayelen

    Hacia Valparaíso, Chile

    Del álbum Villa La Angostura y Chile!

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  10. Del álbum Villa La Angostura y Chile!

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  11. Del álbum Villa La Angostura y Chile!

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  12. Del álbum Villa La Angostura y Chile!

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  13. Ayelen

    Ciudad de Santiago de Chile

    Del álbum Villa La Angostura y Chile!

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  14. Del álbum Villa La Angostura y Chile!

    No te pierdas el relato de esta etapa de mi viaje en moto por Latinoamérica: Villa La Angostura y un leve desvío a Chile
  15. Del álbum Villa La Angostura y Chile!

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  16. Del álbum Villa La Angostura y Chile!

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  17. Del álbum Villa La Angostura y Chile!

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  18. Plues

    Vistas de la etapa

    Del álbum Sexta etapa Camino Santiago(Pedrouzo-Santiago)

    Árbol con ese ramaje que da la sensación de envolver-
  19. Del álbum Puebla "la Angelópolis mexicana"

    Desde lo alto de la pirámide se logra avistar ambos volcanes. Con un poco de esfuerzo se distingue la figura de la "mujer dormida" en el monte Iztaccíhuatl (a la derecha).
  20. El día amaneció nublado, al salir de la habitación se veía una bruma en el paisaje preciosa, lástima que no pude desayunar mientras la contemplaba. La quinta etapa del Camino de Santiago iba desde Ribadiso hasta Pedrouzo, más de veintidós kilómetros nos esperaban por delante así que antes de salir nos tomamos un buen desayuno y partimos con las energías cargadas después de tener dos días de semi descanso. Nada más empezar nos esperaban dos kilómetros hasta Arzúa cuesta arriba. Lo bueno es que como fue nada más empezar pues había energías, otros peregrinos la tienen que superar después de doce kilómetros (si vienen de Melide) o casi treinta (si vienen de Palas de Rei). En ese trayecto antes de llegar a Arzúa había unos campos de maíz donde los tallos eran muy altos, los más altos que he visto en todo el Camino. Me hice una foto para ver lo altos que eran, pasó un camionero por allí y por poco se estrella mirando cómo me hacía la foto. Llegadas a Arzúa nos surgió la segunda anécdota del día. Salimos de comprar un imán para la nevera en una de las tiendas y un hombre con un saco de dormir abierto y puesto en la espalda a modo de capa empezó a perseguirnos. El hombre iba hablando solo y un poco perjudicado, o por lo menos eso parecía. La verdad que nos incomodó un poco, porque era temprano y había poca gente en la calle y tener al extraño hombre pegado a nuestras espaldas pues no nos hizo mucha gracia y nos esperamos para que se adelantara y siguiera su camino. Y hasta aquí dejo la historia del hombre del saco de dormir, luego os cuento más. En esta calle nos encontramos al hombre, ese color con ese soportal es muy llamativo. Una vez dejamos al hombre seguimos caminando hasta la salida del pueblo donde la hicimos por una calle muy estrecha que se dividía en dos, pero las flechas solo estaban situadas en una de las ramificaciones. Si os fijáis en el fondo de la foto, se ve a un ciclista y un grupo de personas vestidas de blanco, pues bien, esas personas eran un grupo de monjas. Nos dirigimos hacia abajo y nos para una de las monjas. Ellas estaban allí poniendo sellos en la credencial de los peregrinos. Una de las monjas, al sacar mi credencial, me dice, ¿hija de dónde eres? que credencial más particular tienes, es la primera vez que la veo. Yo le respondí, soy de Granada y es verdad que es particular porque mucha gente me lo ha dicho a lo largo de los días. Total que nos pusieron los sellos, nos dieron una estampita y nos despedimos y lo mejor viene ahora. La monja que me habló se acerca, me coge la cara, y me dice, que tengas buen camino hija, y me plantó dos besos en la cara. Yo me quedé a cuadros y todas empezaron a reírse. Yo me sentí como si de un momento a otro saliera la cámara oculta que me estaba grabando, pero no, no hubo cámara oculta, sólo hubo risas por parte de mis amigas. El resto del camino tuve que aguantar las burlas de mis amigas. Que si había tenido una experiencia religiosa. Que si me habían dado un beso de monja. Que si ya tenía pase directo al cielo. Que si la Compostela me la daban sin terminar el Camino. Que si San Pedro me iba a poner un piso en el cielo. Fue una mañana muy entretenida, y sólo eran las nueve cuando pasó eso. Pero bueno, si es verdad que ese gesto me purificó, me sentí igual que cuando vas a misa que sales como sin pecados, pues me sentí igual. Una vez pasamos As Barrosas encontramos uno de los monolitos en honor a un peregrino fallecido en el Camino, en este caso el fallecido era un sacerdote. Andamos por bosque y prados en los que seguimos viendo a vacas pastar y algunas gallinas corretear también, aunque es verdad que muchos tramos de esta etapa van por camino asfaltado. El camino más de lo mismo, grandes explanadas de campo que daban ganas de hacer la “croqueta” y tirarse colina abajo. Aunque también había tramos dentro del bosque donde los árboles hacían de techo. Cuando llegamos a Calle (una aldea), llevábamos unos nueve kilómetros, decidimos parar a tomar algo. El bar tenía terraza y nos sentamos. Nadie salió a atendernos y decidimos entrar. La verdad es que había demasiada gente y la mujer que había allí no daba a basto. Después de más de quince minutos haciendo cola nos fuimos. El detalle de aquel bar es que en su entrada podías ver botellas de cerveza con el logotipo del peregrino. Saliendo de Calle cruzamos el arroyo Langüello. Pasamos por Boavista y Salceda, donde veremos un monumento a un peregrino que murió haciendo el camino. No sería el único que veríamos en esta etapa. El fallecido era Guillermo Watt. El hombre murió y su hijo vino a terminar el camino que había empezado su padre. La cuesta que subimos cuando nos encontramos el monolito es interesante (ya sabéis, buena subida). En uno de los tramos había una explanada con árboles perfectamente alineados. Si os fijáis en las ramas parecen que tienen como una telaraña, muy curioso, porque al no tener hojas el efecto óptico era ese. El lado opuesto es este árbol, lleno desde su raíz hasta su copa de musgo. Es lo que da el color al bosque y al Camino, el verde del musgo y de las hojas. A partir de aquí pasaríamos por varias aldeas hasta llegar a O Empalme donde sucedería la tercera anécdota del día. ¿Os acordáis del hombre del saco a modo de capa? Pues allí estaba el tío, que no era ni más ni menos que otro caminante. Grande fue nuestra sorpresa al ver al hombre allí tumbado en un banco descansando, supongo k para eso llevaba el saco, está claro que todo tiene su lógica y que cada loco sabe su tema. Seguimos adelante y en los cuatro kilómetros que nos quedaban para llegar a Pedrouzo íbamos a ir por bosque de eucaliptos y cruces de carreteras. Yo de verdad os digo que mucho cuidado con los cruces, porque hay gente que piensa que la calle es suya y no es así. En unos de los cruces nos encontramos un Pelegrín gigantesco en uno de los bares. Estos son los eucaliptos altísimos por los que pasamos en el bosque. ¡Cualquiera se siente pequeño al lado de estos árboles! Y ya llegando a Pedrouzo se produjo la última anécdota del día, que bueno, más que anécdota fue un “zasca”. Un kilómetro antes del pueblo hay una oficina de información turística, y a mí me gusta tener mapas de los sitios a los que voy (tengo un montón) y decidí entrar y pedir uno y ya de paso un poco de información sobre el pueblo. Había allí unas inglesas que iban a Finisterre (Fisterra en gallego) y estuvieron mucho tiempo hablando, pues yo mientras esperando. Se van las inglesas y me dice el hombre, ¿en qué puedo ayudarte?, y le digo, me gustaría un poco de información sobre el pueblo y un mapa, y me contesta, el pueblo es una calle. El hombre se calla, y me quedo con cara de “menudo palo” y una compañera le hizo otra pregunta y ya nos fuimos. Me quedé un poco chafada . Llegamos a Pedrouzo, comimos en el primer bar que había nada más llegar y tuvimos comida con espectáculo, porque resulta que la camarera era nueva y el jefe le había comprado una máquina para que apuntara los pedidos (en vez de una libreta como toda la vida) y la muchacha pues no se manejaba muy bien con ella y tardaba mucho en atender, el jefe le echó la bronca y la muchacha se fue y el jefe salió detrás de ella corriendo. Al final la mujer volvió a su puesto de trabajo y nos terminó de atender, eso sí, no aseguro que aún siga allí. Después de comer y descansar salimos a estirar las piernas. El hombre de la oficina de turismo llevaba razón, el pueblo era una calle larga y dos callejuelas más. Así que lo más entretenido del paseo fue entrar en una tienda de regalos y por un euro ponerme el típico traje de peregrino, con su sombrero con su concha, la capa y el bastón con la calabaza y echarme fotos. No voy a adjuntar ninguna porque salgo fatal en todas, pero un rato de risa si echamos . El pueblo tiene una iglesia y un cruceiro, nada más. Cenamos en una cafetería donde ponían hamburguesas enormes a muy buen precio y muy ricas y nos fuimos a dormir. El gran día nos esperaba al amanecer.
  21. Del álbum Cajón del Azul, El Bolsón

    Pasate por mi blog y descubrí más de este increíble lugar! Una joya de la Patagonia: Sendero Cajón del Azul
  22. Del álbum Cajón del Azul, El Bolsón

    Pasate por mi blog y descubrí más de este increíble lugar! Una joya de la Patagonia: Sendero Cajón del Azul
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