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  1. Hola, a finales de junio planeamos ir de senderismo a Kenia. Estamos pensando si tal vez alargar un par de días después de terminar nuestra excursión. ¿Tienen ustedes algún buen consejo, qué hacer y qué ver en estos 3 o 4 días (que no sean safaris). Tal vez también conozcáis si es mejor reservar la excursión de trekking (con guía y portaequipaje) por adelantado o en Nanyuki (pretendemos practicar senderismo en el monte Kenya) o en Nairobi cuando lleguemos. Muchas gracias y saludos cordiales!
  2. Nuestro último día en el occidente mexicano quisimos pasarlo en el medio del bosque y la viva naturaleza. Y, como es costumbre, la mejor decisión la tomamos gracias a la recomendación de un local tapatío, quien nos incitó a la aventura en búsqueda de los pueblos mágicos de Jalisco La secretaría de turismo de México ha utilizado este título emblemático para denominar a las poblaciones de mayor importancia y belleza histórica, cultural y natural alrededor de todo el país. Por supuesto, ha servido para impulsar la afluencia de turistas durante todo el año. En la provincia de Jalisco eran varias nuestras opciones, pero la más acertada por su cercanía y accesibilidad fue la población de Mazamitla, al sureste del estado. En nuestra nueva travesía se nos unió la tía Lupe, madre de una de mis primas con las que viajaba, quien se encontraba en Guadalajara para asistir a una boda. Los cinco juntos partimos por la mañana al tomar el autobús en la carretera sur, que tras bordear el enorme lago de Chapala por 150 kilómetros nos llevó a nuestro pequeño destino perdido entre las montañas. A primera vista, Mazamitla me colmó de sensaciones muy distintas a la que todos los pueblos mágicos tenían el poder de hacerme experimentar Sus techos de teja, balcones en madera y pasillos con pilares me transportaron inmediatamente a miles de kilómetros de distancia en el lejano Cusco, para ser exactos. Arquitectura como ésta rara vez es hallada en las recónditas localidades mexicanas. Es quizá, por ello, que el centro histórico de Mazamitla es una de las principales razones para enorgullecerse de su linaje actual Mientras recorríamos la catedral y la plaza de armas, algunos pares de simpáticas jóvenes se nos acercaron para ofrecernos paquetes turísticos a los principales destinos del pueblo, que incluían paseos por el centro histórico, actividades de deportes extremos en sus paisajes circundantes y la visita a la Cascada El Salto, misma que nos había sido recomendada. No obstante, nos mostramos obtusos ante sus ofertas, tomando como consejo la ruta a seguir hacia la dichosa caída de agua Era menos del mediodía y la población no mostraba mucha actividad. Se nos había dicho que, precisamente ese día, se celebraba el día del pueblo mágico, de tal forma que más tarde se haría un desfile conmemorativo por las calles del centro histórico. Deseosos de ser testigos de la festividad, decidimos partir al sur en busca de la cascada, para poder estar de vuelta a la hora adecuada para el desfile Hicimos una parada en la tienda para comprar comida para llevar. Tortillas de maíz, queso, chicharrón y salsa picante fue el menú para nuestra templada tarde Las estrechas calles del casco viejo nos llevaron colina abajo, orillados por las modestas viviendas de anaranjados tejados que fosforecían bajo un inminente sol. Un embudo de rúas nos dragó hasta el extremo sur del pueblo, donde las pendientes no cesaban de descender a considerables inclinaciones. A cada paso que dábamos, solo pensábamos en lo arduo que sería nuestro regreso y sobre todo, pensábamos en mi tía, quien sin duda no poseía la misma resistencia corporal, aunada a un problema de asma Unos kilómetros más adelante un grupo de locales apareció halando de sus caballos. Por supuesto, el trueque por sus servicios no se hizo esperar, aguardando por nosotros, únicos turistas aquel día, para que pagásemos por un paseo sobre sus lomos. Conociendo ya la experiencia que mi tía poseía con los corceles (en cuya infancia solía montarlos) le ofrecimos pagarle el paseo hasta la cascada, en aras de salvar un poco de sus fuerzas. En vista de sus negativas, los hombres comenzaron a bajar el precio más y más... pero nada funcionaba para convencerla Optamos por caminar. Las primeras casas de campo empezaron a aparecer en la larga avenida, tan distintas al resto de las moradas citadinas. Amplios terrenos las circundaban repletas de una viva vegetación que adornaba su campirana pero moderna arquitectura. Mazamitla es bien conocida por los jaliscienses por ser hogar de turistas y extranjeros que llegaron para quedarse, quienes han caído enamorados ante los pies de muchas de las hermosas casas de campo que se venden en la zona, perfectas para vacacionar durante el caluroso verano Más allá de los pintorescos pórticos a las afueras de la localidad, arribamos a un ostentoso y lujoso fraccionamiento campirano en el extremo sur. Una garita de madera nos dio la bienvenida a Los Cazos, misma donde nos vimos obligados a contribuir con una moneda, que se vería destinada a la conservación de la flora y fauna del lugar. A pesar de la evidente belleza del sector, se había permitido la privatización de la zona, siendo todos los terrenos a la orilla de un largo camino de ripio vendidos a particulares, deseosos de construir sus casas de verano. Menos mal que los vecinos habían hecho algo bueno con el espacio a su alrededor, que para nuestro deleite se encontraba en las perfectas condiciones de conservación ante su obligada visita Las escasas callejuelas que bajaban por los oteros parecían sacadas de un cuento de hadas Y las pintorescas casas en sus aristas podían fácilmente ser habitadas por una comunidad de hobbits que, por alguna extraña razón, hubieran llegado a ese recóndito rincón de México. En ambos extremos del sendero el bosque templado ensanchaba su espesura, convirtiéndose en un preponderante pulmón que mantenía vivaz el encanto de todo Mazamitla Solo algunos pocos vecinos presumían su regocijo desde sus cautivadoras moradas, mientras hacían la limpieza de sus fructuosos jardines o se preparaban para un asado de primavera. El sublime cantar de las aves se acompañaba en su tranquilidad solamente por nuestras voces y el correr del cauce de un estrecho arroyo a nuestro costado, sesgado en cada vivienda por pequeños y llamativos puentes tallados en los troncos. Después de unos 2 kilómetros cuesta abajo el camino llegaba a su fin, y se oía entre la selva de altos encinos el golpear del agua contra el suelo. Donde el arroyo se topaba con el vacío, dejaba su agua caer por la ladera de una pared de roca, en cuya cima nos permitimos sentarnos a tomar un descanso y, por supuesto, aprovechar su belleza para capturar más fotografías Más antes de bajar por la escalinata de más de 100 pasos, empleamos una pequeña palapa de madera para comer el almuerzo y recobrar nuestras fuerzas. Entonces algunos pares de turistas más se hicieron por fin presentes, aislándonos de nuestra solitaria comparecencia. Caminamos por el último tramo del trayecto, que nos llevaba justamente hasta el pie de la pared de rocas, lo que nos reveló finalmente la cascada El Salto, de 30 metros de altitud. La delgada y líquida línea blanca iluminada por el tenue sol aparentaba difuminarse en su parte inferior, produciendo un halo de vapor y brisa que empapaba todo a su alrededor. El pequeño y poco profundo estanque a sus pies nos dotaba de rocas humedecidas, por las que pudimos saltar hasta llegar lo más cerca que pudimos por su costado derecho, evitando siempre ser molestados por el resto de los turistas, que casi se bañaba bajo sus aguas Un clima templado nos relajó ante la majestuosidad de la exuberante y excitante naturaleza, llevando nuestro improvisado viaje citadino más lejos de lo que creímos llegar Cuando los viajantes despejaban la zona fue momento para posarnos justo al lado de sus aguas, y sentir la brisa aún más de cerca para apresar el nítido momento en nuestros lentes ópticos. Un último momento de júbilo fue necesario antes de partir sin muchos deseos de retornar a la gran ciudad de Guadalajara. La marcha de regreso se prolongó a un paso sumamente lento, a sabiendas de las escoradas pendientes que nos esperaban a subir hasta el pueblo Pacientes a cada paso que dábamos, no hesitamos en tomar descansos a cada cierto tramo. Más no nos mostrábamos arrepentidos de no haber aceptado cabalgar por Los Cazos. Al salir del fraccionamiento, no podíamos hacer nada más que mirar hacia la larga e inclinada subida que teníamos por delante. Más no teníamos otra opción que ascenderla Pero pronto apareció una camioneta chevrolet pick up, cuya batea nos sedujo instantáneamente. Y sin dudarlo más de dos segundos, pedimos a su chofer un ride hasta la cima del pueblo, a lo que gentilmente accedió Felices de ahorrarnos un considerable y cansado recorrido nos apresuramos hacia el zócalo del pueblo, donde los preparativos para la celebración estaban por finalizar. Buscamos el mejor sitio entre la multitud, que se regocijaba orgullosa por un año más del nombramiento de su ciudad natal. Los grupos de niños de todas las primarias y secundarias de Mazamitla comenzaron a desfilar por la calle principal, mostrando satisfechos figuras representativas de todos los pueblos mágicos de México, desde su extremo norte en la frontera hasta la punta más oriental de la Riviera maya Con aquella muestra gozosa de las comunidades más pequeñas y bellas del país, partimos alegres de Mazamitla para tomar nuestro avión desde Guadalajara, resguardando todos los recuerdos para uno más de mis viajes a la posteridad.
  3. Estaba en la localidad de Caviahue, una hermosa “mini- ciudad” ubicada al lado de la Cordillera de Los Andes, en el Parque Provincial Copahue. Un lugar soñado, donde se respira aire puro y sobretodo tranquilidad. Y digo mini ciudad, no en sentido despectivo sino, todo lo contrario… Viven aproximadamente unas 500 personas. No hay que hacerse ilusiones con mudarse o construirse una casita, porque los terrenos ya están todos loteados y vendidos. Hay lista de espera. La razón del impedimento de más construcciones es que el Volcán Copahue, el cual se encuentra muy próximo, puede entrar en erupción haciendo que haya que evacuar al todo el pueblo. Parece mentira, pero a pesar de ser un lugar tan chiquitito, al estar enclavado en un Parque, tiene una gran cantidad de paseos para hacer. Estuve unos 5 días, pero creo que no fueron suficientes… Y todavía me queda pendiente conocerlo en invierno cuando cae la nieve y cambia el paisaje por completo… Uno de los tantos paseos que se puede hacer desde Aquí es conocer el Salto del Agrio. Yo lo había visto por foto en los folletos turísticos. Parecía una cascada común, nada llamativa. Es más recuerdo que le dije a mi novio “¿Vale la pena ir allá para ver solamente la cascada?” El me respondió que sí, que todos los lugareños decían que era algo impactante y que estando allí no lo podíamos perder. Entonces contratamos la excursión para ir. (Dato importante para el que tenga ganas de ir: se puede ir en auto de forma particular, la gente del lugar es muy amable y les va a explicar cómo llegar, además está muy cerca) Nosotros fuimos en excursión porque habíamos viajado en colectivo, sin vehículo particular. El camino hacia el lugar ya es pintoresco y además interesante. Creo que sería un placer para cualquier geólogo o también para los amantes de la geografía como es mi caso. Pasamos por los Riscos Bayos, un lugar muy misterioso… Es un tipo de formación rocosa formada por ceniza volcánica que se solidificó. Solamente existen tres lugares en el mundo donde se encuentra este tipo de formación… Caviahue, México y Turquía en la famosa Capadocia. Va otro dato importante: Están a solo 10 kilómetros de la villa, más exactamente en el kilómetro 16 de la Ruta 26, camino también a Copahue. Sí o sí se pasa por allí por lo que es imperdible no verlos y no sentirse deleitados con ellos. Luego de unos pocos kilómetros más, llegamos a destino al Salto del Agrio. Es un lugar impresionante, es un salto que tiene una altura aproximadamente de unos 60 metros de alto. Es muy llamativo, pero ninguna foto creo que logra reflejar todo su esplendor. El agua del salto cae sobre una pileta cuyas paredes muestran la forma de columna del basalto. Según comentó el guía, el Río Agrio nace en el Volcán Copahue (Volcán que podía verse desde Caviahue, se podía ver como estaba fumando). En su recorrido, o mejor dicho curso, deja siete saltos, los cuales se encuentran entre rocas y araucarias o pehuenes. El río llega hacia la meseta y allí conforma el Lago Caviahue. El Lago Caviahue también tiene su encanto, es uno de los pocos lagos ácidos del mundo. Al meter el pie, se siente raro, es una agua muy fría pero se nota algo distinto, intuyo que esto está relacionado con su acidez. El río Agrio recorre varios kilómetros conformando la Cascada del mismo nombre. Sigue su trayecto hacia varios pueblos y desemboca definitivamente en el río Neuquén. Hay tres miradores donde se puede apreciar el imponente paisaje. Eso sí, vayan bien equipados con calzado cómodo y de trekking para no resbalarse. Algo muy llamativo es la coloración naranja de las aguas, dicen que es una especie de tabla periódica porque allí pueden encontrarse unos cuantos minerales, principalmente el azufre. Es un lugar que no tendrían que perdérselo si andan paseando por el norte neuquino, es un paisaje único, como dije anteriormente ninguna foto logra mostrar lo imponente que es. Lógicamente agradezco a todos quienes me insistieron para que haga la excursión y no me la pierda, tenían mucha razón… Yo hice la excursión por la tarde, hay muchos que recomiendan hacerla por la mañana para ver el arcoíris que se forma con el vapor del agua. Quedará pendiente para otra oportunidad en la que pise el suelo neuquino…
  4. Hacía bastante que no planificaba un viaje al Sur de mi país, aunque ya viajé varias veces, no he terminado de recorrerlo... Tiene muchos lugares turísticos, otros no tanto y muchas cosas para ver y para hacer, en un sólo viaje es prácticamente imposible conocerlo completo. Esta vez no quería un viaje de muchas idas y vueltas, con varias paradas, varios hospedajes, varias veces de armar y desarmar valijas, sino que quería viajar más tranquila, con la famosa modalidad de slow travel. Considero que para conocer un destino hay que estar varias noches, sino es una simple “pasada por el lugar”. El Chaltén tiene el apodo de Capital Nacional del Trekking, esto es así porque tiene varios caminos para hacer con vistas a imponentes paisajes. Sabía que iban a ser seis largos días donde más que descansar, iba a sentirme parte del paisaje. Armé el equipaje con los bastones de trekking, calzados apropiados y ropa cómoda... El primer día, como en todo viaje sirve para ubicarse y acomodar el equipaje. Es un pueblo muy pequeño con muy pocas cuadras, pero con una gran cantidad de negocios, todo en función del turismo. El Chaltén es un lugar único y muy especial. Está dentro de un parque, el Parque Nacional los Glaciares, es un pueblo que vive exclusivamente del turismo y que se fundó hace muy poquito, en el año 1985. Como está en un Parque Nacional, no tiene aeropuerto, para llegar lo más cómodo es tomar un avión hasta El Calafate y desde allí un transfer. En mi caso, el viaje había sido bastante largo, desde mi ciudad, Mar del Plata a la Capital Federal, desde allí a El Calafate y finalmente a El Chaltén, unas cuantas horas de viaje y otras tantas en espera... El segundo día que llegamos, El Chaltén amanecía con un día único, soleado, sin viento (cosa bastante rara para tratarse de la Patagonia) y con una muy buena temperatura. Después de desayunar en el hotel salimos a caminar con rumbo al Cerro Torre. Hay varios circuitos de trekking, este está considerado como de dificultad intermedia. Es un trayecto de 22 kilómetros, está calculado para hacerse entre 5 y 6 horas. Así que salimos temprano, equipados con todo lo necesario para pasar el día, agua, frutas, un almuerzo liviano. Un consejo importante que nos habían dado los lugareños es que, el agua que se encuentra en el camino en los arroyos y cascadas es natural y que no es necesario entonces trasladar varias botellas de agua, basta con llevar una y recargar. Creo que nunca había tomado una agua tan rica y fresca Otra de las caminatas que se pueden hacer en este pueblo de montañas, es ir al Fitz Roy, es la meca de los escaladores y el camino más buscado por los amantes de las caminatas o del senderismo. Hubiera estado muy bien tener un día de descanso entre caminata y caminata, pero estaba anunciado mal tiempo para los días siguientes. Dicen los lugareños que un día de sol, despejado y sin viento, no se puede desaprovechar... A pesar del cansancio, luego del desayuno volvimos a salir. Para llegar al inicio del camino es conveniente tomar un minibus. Una vez llegado al punto de inicio nos esperaban unas nueve horas de caminata. Son unos 25 kilómetros. Lo bueno es que era verano y en verano en el sur, oscurecer después de las 22:30. De todas maneras salimos temprano para que no nos agarrase la noche en el camino. Durante la primera hora, la pendiente del camino es algo pronunciada, tuve que ir haciendo pausas para evitar la sensación molesta de falta de aire. Los ñires forman parte del paisaje junto con arroyos. Lo más lindo, el silencio y el aire puro. El punto más difícil del camino, es una pendiente empinada, la cual debe tener aproximadamente unos 400 metros. Demanda, según los carteles una hora de esfuerzo, ante mi falta de experiencia en este tipo de "travesías" me tomo una hora y media. De todas maneras cada segundo de esfuerzo valió la pena para disfrutar de La Laguna de los Tres con unos imponentes cerros de fondo. Después de tanto andar, era hora de sentarse a descansar, contemplar y hacer un picnic disfrutando tal hermosa postal. Una vez finalizado el almuerzo tuvimos que emprender el regreso, en total fueron aproximadamente nueve horas de caminata, a pesar del cansancio se disfruta igual, a lo largo del camino aparecen distintas postales que son realmente únicas. Los días siguientes fueron más tranquilos en cuanto a caminatas y exigencias físicas. Hicimos el paseo más sencillo, visitar el Chorrillo del Salto y lógicamente probar su exquisita agua pura de deshielo. A los días siguientes el tiempo empeoró , pero no fue un impedimento para seguir paseando.... Hicimos una excursión al Lago del Desierto, otro paraíso natural con senderos para caminar, afortunadamente mucho más sencillos. También visitamos los miradores desde donde se puede ver el pequeño pueblo rodeado de montañas que marcan sus límites naturales. Hubiera faltado más tiempo para recomponerse y hacer la tercera caminata larga que propone este destino, visitar el Pliegue Tumbado, pero de todas formas es lindo que siempre quede algo pendiente para planificar una vuelta ... El Chaltén es un pueblo único, al que seguramente en otra oportunidad volveremos!
  5. Uno de mis mayores retos estaba por cumplirse, al lograr salir de Suiza sin haber vaciado mi cuenta bancaria y todavía con dos países frente a mí. Junto a la central de trenes de Zúrich, en un extenso estacionamiento, aparcaban tres autobuses verdes frente a los que esperábamos un grupo de diez personas. En Europa las terminales de buses al aire libre son cosa común. Y solo bajo un diminuto techo nos refugiábamos de la fría noche. Un par de argentinos volvían a reafirmar su prototipo. Mochileros cargando instrumentos musicales y un porro de marihuana que me ofrecieron y preferí rechazar. Aunque ese churro me prometía una noche de sueño sin interrupciones, no podría cambiar lo que estaba por venir. A las 10 de la noche abordé mi Flixbus hacia Innsbruck, una perdida ciudad al oeste de Austria que no quería dejar pasar. Aquella empresa de transporte me había sorprendido con sus precios tan bajos por toda Europa y era, por supuesto, la opción más barata para cruzar la frontera suiza. El arribo a Innsbruck estaba pronosticado hacia las 6:30 a.m. Y así, me dispuse a dormir y ahorrar una noche de hospedaje. Pero a las 3 de la mañana las luces se prendieron. El conductor detuvo el vehículo en un oscuro parking y todos empezaron a bajar. Mis ojos apenas podían abrirse. Me puse mis lentes para ver algo más que lagañas y nubosidad. Bajé del bus con mi boleto en mano y pregunté al chofer qué estaba pasando. “Esta es la última parada”, dijo. “No, yo compré mi boleto hacia Innsbruck”, repliqué. “Es otro bus. Tienes que esperar hasta las cinco”. Aquella era una dura lección de viaje. Siempre leer los detalles del traslado. Mi boleto era, efectivamente, un viaje sencillo de Zúrich a Innsbruck. Pero incluía una escala de dos horas en Múnich, Alemania. ¿Cuándo había yo visto un viaje en bus con conexiones de ese tipo? Las cosas no funcionan siempre como en mi país. Y no quedaba más remedio que esperar dos largas horas en una perdida terminal de Múnich, a donde había planeado viajar dos días después. ¿Qué hacer a las 3 de la fría madrugada en Múnich? No hay muchas respuestas. Pero de unas escaleras se veían bajar grupos de jóvenes, que parecían venir (o ir) de fiesta. Subí para saber qué se escondía sobre el montón de coches estacionados. Un supermercado y algunas tiendas cerradas. Pero hay afortunadamente una marca que ha pensado en todo: Mc Donald’s. Si debo dar una medalla a dos marcas que han salvado mis viajes esas son Mc Donald’s y Starbucks. Siempre que se necesite un techo donde escapar del frío, un baño limpio o internet gratuito, ellos dos estarán en una esquina no muy lejana. Muchas veces a cualquier hora del día. Y para los jóvenes alemanes Mc Donald’s no es más que la mejor y única opción donde encontrar algo que comer luego de una noche de cerveza y electrónica. Una hamburguesa y 1 hora de wi-fi gratuito después, bajé de vuelta a la terminal para abordar mi bus. Esta vez esperaba que fuera el definitivo, sin más escalas sorpresas que me despertasen en el camino. Antes de las siete, cuando todavía no salía el sol, llegamos a Innsbruck. La mañana era muy fría, y en la densa oscuridad podía ver ligeramente la silueta de las montañas que rodeaban la ciudad. Era la razón por la que viajé con tanto esmero hasta esa remota villa alpina. Innsbruck es una ciudad pequeña. No muchos couchsurfers pueden encontrarse allí. Y consecuentemente, ninguno de ellos pudo acogerme durante mi visita. Fue el momento entonces de descubrir una nueva forma de alojamiento. Llegando a Francia abrí una cuenta en AirBnB. Mi compañero de piso en Lyon estaba inscrito como huésped, y algunos amigos en México ya lo habían probado. Para mí no era más que un Couchsurfing pagado. Y como los hostales en Innsbruck parecían no bajar de los 50 euros (al menos en esa época del año), AirBnB sería mi respuesta. Por solo 16 euros la noche, Rashed me hospedaría en un pequeño apartamento no muy lejos del aeropuerto. Aunque los check-in suelen ser a partir del mediodía, Rashed me recibió a las 7 a.m. No tenía dónde dejar mi mochila. Además, una buena ducha no me venía nada mal después del agotador viaje nocturno. Rashed parecía un chico solitario. Hacía una maestría en la Universidad de Innsbruck y sus días los pasaba estudiando. Pero tras una pequeña charla me mostró una dura y actual cara de Europa. Rashed era sirio. Hacía ya algunos años que había escapado de su país. El gobierno austriaco lo había ayudado otorgándole una beca y un apartamento para que pudiera continuar su vida lejos de Damasco. Afortunadamente su familia estaba bien. Vivían ahora en Alemania, separados de su hijo y de la vida que alguna vez forjaron en un país que ahora está destruido por la guerra. Los refugiados se han convertido en un tema común en Europa. Aunque la apertura de muchos países para recibir extranjeros es algo que alabar, el éxodo en pleno siglo XXI es una cosa dura de creer. Pero Rashed y su historia me mostraron la realidad. Y AirBnB era una forma para él de conocer gente nueva y distraerse en una ciudad totalmente opuesta a la que lo vio nacer. Por suerte para mí, una ciudad opuesta a la mía era justo lo que estaba buscando. Y sin desaprovechar mi único día de visita, salí a conocer Innsbruck desde antes de que su gente despertara. Pocas personas han oído hablar de Innsbruck, apesar de ser una de las ciudades más importantes de Austria. Pero para los que la conocen lo hacen por una razón: los Alpes. Innsbruck se encuentra justo en un callejón ladeado por la cordillera de los Alpes, las montañas más grandes de Europa. Y no era otra la razón por la que aquella remota villa me había atraído hasta sus suelos. No importa por dónde caminara, las montañas estaban allí. Observando todo. Vigilando la ciudad. Dibujando su silueta sobre un hermoso cielo azul que me sonrió esa mañana. Innsbruck es el sitio ideal para los amantes de los deportes de invierno. Yo no soy uno de ellos. Y el otoño, para mí, era el momento ideal para visitar aquellas majestuosas montañas que resguardaban un etéreo frío en su valle interior. Nada que no pudiera soportar después de mis anteriores viajes por Europa. Con un escaso conocimiento de las actividades específicas que en Innsbruck podía hacer, decidí caminar hacia el centro histórico para buscar la oficina de información turística. La corriente del río Eno podía escucharse desde lejos y dejaba al desnudo la placidez de la que goza la ciudad. Y desde cualquiera de sus orillas la vista era increíble. Tras cruzar uno de sus puentes, el centro histórico de Innsbruck no tardó en aparecer y mostrar su cara más colorida. Los edificios barrocos y modernistas demuestran lo mucho que sus habitantes se han preocupado por conservar su pasado lo más intacto posible. Y no por nada Innsbruck sigue siendo un enorme punto turístico de Austria. No muchas ciudades pueden ofrecer un hermoso casco viejo con un lienzo de montañas como imagen de fondo. Los negocios alrededor de la calle Maria-Theresien apenas abrían sus puertas cuando yo ya había tomado la mayoría de mis fotos. En medio de ella la columna de Santa Ana se posa como uno de los principales monumentos de la ciudad, coronando las antiguas edificaciones que la custodian. Entre ellas está la Casa Helbling, una famosa y lujosa morada que data de la Edad Media y que fue redecorada al estilo rococó. Pero el más famoso de todos los monumentos es el simpático tejadillo de oro. Un balcón mandado a construir por el emperador Maximiliano I y que fue recubierto con tejas originales de cobre doradas al fuego. Sin duda, una excéntrica manera de poseer el mejor de los miradores de Innsbruck en aquel entonces. Frente al tejado corre la avenida principal del centro, que se flanquea por construcciones góticas, cuyas arcadas hasta el día de hoy alojan a mercantes que tratan de ofrecer lo mejor de Innsbruck a los locales y turistas. A solo unos metros detrás de sus callejones se asoma el palacio imperial, otra obra de Maximiliano I. Innsbruck es la capital de Tirol, estado austriaco que alguna vez fue un principado. El palacio imperial sirvió como residencia de los príncipes en tiempos del Imperio Romano-Germánico y del Imperio Austrohúngaro. Y hoy parece como si el tiempo simplemente no hubiera pasado. Como todo palacio imperial de Europa, el de Innsbruck es poseedor de un extenso jardín imperial, que sirvió para el recreo de la familia real alguna vez. Toda la belleza del centro histórico de Innsbruck parecía destacar por sí misma. Pero algo la descollaba todavía más. Los Alpes. Los paisajes montañosos que atraviesan todo el centro de Europa, desde la Costa Azul francesa hasta los valles del Danubio al este, fueron unos de los puntos estratégicos de las civilizaciones que allí se establecieron. Innsbruck está justo en el medio de dos subcordilleras. La Nordkette al norte y la Patscherkofel al sur, ambas de más de dos mil metros de altura (aunque nada comparado con mi viaje a las alturas de los Andes, a mucho más de cuatro mil). La situación de Innsbruck la dota de un clima boreal. Así, la nieve nunca desaparece de sus picos montañosos. Y aunque una Innsbruck cubierta en nieve debe tener su encanto, para mí no había nada mejor que un suelo seco y un cielo despejado. Así que la pregunta obligada surgió. ¿Se podría subir a las montañas? La oficina de turismo podía asemejarse fácilmente a una librería. Con folletos en vez de libros. Pases de un día a una semana ofrecían los highlights de la ciudad. Pero nada de eso me interesaba. Yo quería ir a la montaña. La única opción que los empleados me daban era la joya turística de Innsbruck: el teleférico a Nordkette. Desde hace ya varios años subir hasta lo más alto de la cordillera que rodea Innsbruck en su zona norte es sumamente fácil gracias al teleférico. Desde el centro de la ciudad en tan solo 20 minutos se puede alcanzar la cima. Pero, como era de esperarse, el precio no era el más asequible. Un viaje ida y vuelta rondaba los 35 euros. Solo transporte incluido. Cogí un mapa y salí un poco decepcionado. Aunque la verdad no me había sorprendido. Pero las montañas seguían ahí, vigilando todo. Y me llamaban a gritos que no era capaz de ignorar. Así que crucé el río y caminé cuesta arriba. Seguiría el cable funicular hasta donde me fuera posible. La primera estación era en el zoológico alpino y parecía no estar muy lejos. Las laderas de los Alpes parecían el lugar preferido para muchos de los residentes de Innsbruck, que las habían elegido como lugar de vida permanente. La mayoría de aquellas casas simulaban una cabaña, dotando a Innsbruck de un paisaje 100% alpino, si se ignoraban las construcciones modernas. Desde el zoológico el camino se volvía más agotador. Cada vez había menos calles y quedaban los senderos de tierra, preferidos por ciclistas y montañistas, deportes bastantes comunes en Austria. Para ese entonces estaba ya bastante oxidado. Hacía tiempo que la altura no era parte de mi vida y subir senderos de montaña no era algo que hiciera seguido. Mis esfuerzos me llevaron hasta la siguiente estación, Nordpark, cuya estructura simula los techos de un glaciar. La gente que paga su ticket puede subir y bajar del funicular en las estaciones de escala. Y lo hacen no solo por admirar la escultura de metal. Lo mejor de Nordpark es su mirador. Su poca altura es ya suficiente para ofrecer una vista panorámica espectacular de la ciudad y de la cordillera Patscherkofel. El río Eno queda al descubierto y muestra su intenso color azul, cuyas aguas resbalan desde las cumbres nevadas que así presumen su pureza. Un bocadillo en la terraza de Nordpark fue sumamente relajante. Pero hacía falta ahora voltear atrás. Las montañas se hacían mucho más escarpadas. Los cables del teleférico se hacían cada vez más verticales. Y a la vista ningún sendero o escaleras hacia la cima parecían invitarme a subir. Las últimas paradas, Seegrube y Hafelekarspitze estaban a más de 2000 metros de altura y prometían las mejores vistas y actividades en toda Innsbruck. Un restaurante, bares y hasta una discoteca en las alturas. Una estación de ski, actividades deportivas, un iglú artificial. Toda una pequeña ciudad en lo alto de los Alpes. Pero al parecer la única forma de llegar era por el teleférico. Y ni eso me convencería de pagar 35 euros. Me alejé entonces un poco de la estación y dejé el teleférico atrás. Seguí a un grupo familiar que caminaba por un sendero que se adentraba en el bosque. Un letrero apareció entonces: “Willkommen auf der Nordkette”, dando la bienvenida a Nordkette. Tras él, un mapa dibujaba la telaraña de senderos que se tejían por el bosque de montaña. Y aunque poco conocía hasta dónde me llevarían, no dudé en adentrarme y conocer más de cerca las montañas de Nordkette. Los primeros pasos me llevaron hasta algunos restaurantes y resorts en mitad del bosque a los que se puede llegar todavía en automóvil. Son sitios perfectos para un domingo familiar. Pero al rebasarlos el bosque se hacía más denso por varios kilómetros, y la ciudad desaparecía entre el saturado follaje. Por el contrario, las montañas parecían acercarse, y sus serpientes de nieve se hacían más visibles mientras la tarde avanzaba. Las horas se me habían ido volando. Y una caminata solitaria por el bosque era justo el pretexto perfecto para no fijarme en la hora. Todo allí era paz. La naturaleza en su máximo esplendor. Una ciudad así era de envidiarse. Era imposible pasar un fin de semana aburrido con tal cantidad de senderos por recorrer. Los ciclistas me rebasaban cada diez minutos. Al parecer yo era de los pocos que se habían sumergido tanto sin un vehículo conmigo. Menos mal que mis botas todo terreno soportaban hasta lo peor. El calor comenzó a sofocarme y me obligó a quitarme los abrigos. Una y otra vez. Así es el montañismo. Así es sudar en un clima hemiboreal. Los colores alpinos no dejaban de sorprenderme. Y sus tonos otoñales me hacían saber que aquel viaje en octubre fue la mejor decisión que pude haber tomado. Todo aquello era algo difícil de encontrar en mi país. Quizá viajar 10,000 km no era necesario, pero indudablemente jamás me arrepentiría. El laberinto de caminos me llevó hasta una solitaria iglesia que también servía de parking. Los coches me anunciaban que estaba de vuelta en la ciudad. Eran casi las 4 de la tarde, y había recorrido unos 10 km al pie de las montañas. Para ese entonces el calor se me había ido, y un fuerte viento helado subía desde el valle y me aventaba hacia atrás. El clima había cambiado radicalmente en un segundo y sabía que existían probabilidades de lluvia. Apresuré mi paso y crucé el resto de bosque casi corriendo. Cuando llegué a la ciudad un grupo de nubes negras había oscurecido el panorama. El viento aceleraba la corriente del río y provocaba un tenebroso zumbido en mis oídos. Momento justo para meterme a un restaurante, comer una hamburguesa y tomar una buena cerveza. Antes de que oscureciera volví a casa de Rashed para tomar un baño y relajarme en la calefacción. No quería dormir tan tarde. Un bus aguardaría por mí el siguiente día para llevarme a la frontera norte de vuelta con sus vecinos los alemanes. Los Alpes me habían maravillado más de lo que esperaba. Ahora era tiempo de que un castillo de cuentos lo hiciera.
  6. Al dejar atrás la ciudad de El Calafate, el paisaje se vuelve inhóspito repentinamente, pero deslumbrante de belleza. Los apagados colores de la Patagonia se extienden al costado de la ruta con sus marrones, verdes y amarillos, para contrastar con el aguamarino del extenso Lago Argentino, el cual fuimos bordeando mientras avanzábamos veloz y solitariamente por la ruta 11, que nos conectaría nuevamente con la ruta 40. Sólo unos pocos kilómetros más adelante nos topamos con el cruce y tomamos nuestra meta principal, que rodea el extremo este del Lago Argentino, hasta que finalmente lo dejamos atrás, quedando envueltos nuevamente en la vasta estepa patagónica. Corría un viento helado, pero ya no hacía tanto frío como en las zonas más australes, y eso me dejaba disfrutar plenamente del paisaje. Aproximadamente 40 kilómetros más adelante, otro gran Lago hacia su aparición a lo lejos, mostrándose como un gigantesco espejo de agua cristalina escoltado por las infaltables montañas nevadas, teñidas de un azul que se mezclaba con el celeste limpio del cielo. La Ruta 40 comenzaba a costear el gigantesco Lago Viedma en ese tramo, en el medio de aquel desierto patagónico. A medida que el contador de millas corría en el tablero de la moto, las montañas que cortaban el horizonte a lo lejos, se volvían más puntiagudas y llamativas. Sobre todo, nos llamó la atención casualmente a los dos, ver un gigantesco conjunto de filosas cumbres a nuestra derecha, donde una cima en particular destacaba por su altura y sus imponentes picos. El Lago Viedma Tengo grabado ese corto tramo de la ruta como el viaje que más disfruté después de haber sufrido tanto frío sobre la moto. La ruta completamente solitaria y sólo nosotros dos, corriendo sobre el asfalto acompañados de aquel hermoso paisaje de la Patagonia argentina. Nuestra emoción aumentó cuando nos desviamos hacia la ruta 23, tomando una pronunciada curva, y nos direccionamos exactamente hacia donde nacían esas gigantescas sierras de picos como agujas. Camino a El Chaltén Cuanto más nos acercábamos, aquella imperiosa montaña se elevaba lentamente sobre el horizonte, y por detrás de ella se abría un abanico de nubes que le daba un aspecto aún más impresionante y nos hacía sentir pequeñitos ante semejante expresión de la naturaleza. El nuevo camino nos llevó hacia casi el limite montañoso del país, internándose entre grandes paredes de roca y entonces, pocos kilómetros antes ya pudimos divisar el pequeño asentamiento de casas: llegábamos a El Chaltén, y aquellos picos puntiagudos que nos había deslumbrado formaban, nada más ni nada menos, que la cumbre del cerro Fitz Roy. Primera vista de la localidad de El Chaltén Establecida dentro del Parque Nacional Los Glaciares, se encuentra esta pequeña y completamente preciosa villa turística. Su calle principal con un enorme boulevard de césped, sus casitas y negocios y, enmarcando la vista, la puntiaguda cima del cerro. El cerro Fitz Roy, en realidad se llama cerro “Chaltén”, al que debe su nombre el pueblo, y proviene de los Tehuelches, pueblo originario que habitó esas tierras, y significa “montaña humeante”, puesto que como mayormente se encuentra rodeado de nubes y bruma, fue erróneamente considerada en un principio por este pueblo como un volcán. La calle principal de la localidad El Chaltén es la capital del trekking, lugar famoso y predilecto en el mundo por miles de turistas amantes de largas caminatas por la naturaleza. El medio ambiente que rodea a esta pequeña localidad, con sus empinadas cumbres, bosques patagónicos rodeando arroyos, fauna y flora autóctona, lo convierten en el sitio ideal para practicar esta actividad. De todas las opciones que teníamos para realizar en los breves días que nos quedamos en aquel mágico lugar, elegimos visitar el Lago del Desierto, a aproximadamente 40 kilómetros de El Chaltén. Debimos tomar un camino de ripio, que iniciaba a pocos metros del mismo camping donde estábamos acampando. Al principio, el camino no ofrecía nada nuevo. Avanzábamos sobre la moto, costeando la ribera del Rio de las Vueltas, que discurre entre bajos arbustos y pálidos pastos amarillos, hasta desembocar en el ya mencionado Lago Viedma. Sin lugar a duda, los gigantescos cordones montañosos son los que más resaltan en aquel paisaje. Si se observa con atención, pueden vislumbrarse formaciones glaciares entre sus valles, que forman parte de la lista de glaciares pertenecientes al Parque Nacional. Camino al Lago del Desierto A medida que nos íbamos internando en el camino, la vegetación comenzaba a ser más abundante, hasta convertirse en un verdadero bosque de lengas y ñires, y el caudal de agua que nos acompañaba a nuestra derecha, ahora era un ancho canal que corría con fuerte corriente. Tuvimos la suerte de ver uno de los habitantes del bosque, un hermoso zorrino que se cruzó muy campante en el camino y al que pude fotografiar. Realmente el camino de ripio se llenó de vida en pocos minutos. A nuestro alrededor se alzaban cerros, tapizados de árboles con sus copas de colores verdes, naranjas y rojos, mientras el Río de las Vueltas corría ruidosamente con su agua cristalina saltando por entre las rocas, cuesta abajo. Nos detuvimos unos minutos, en un sitio particularmente hermoso, donde el rio descendía en una pequeña cascada, entre grandes rocas rodeadas de vegetación. El agua era increíblemente azul, y su espuma puramente blanca se alborotaba ruidosamente cuando la corriente golpeaba contra las rocas. Río de las Vueltas Llegamos finalmente, al cabo de algunos minutos de viaje, al Lago del Desierto que, claramente de desierto no tiene nada. Un gigantesco estanque de agua, de colores azules y verdes se abre entre las montañas y el bosque, extendiéndose hasta orillas rocosas y, más allá, el perdiéndose entre el bosque y las montañas. Un paisaje increíble. Lago del Desierto Recorrimos la playa, rodeaba de altos árboles, mientras el sol se reflejaba en el agua. El lago esta contenido por dos cordones montañosos que se abrían en el horizonte, para darle paso a enormes montañas nevadas. A escasos metros de allí, comienza un corto pero difícil sendero hacia el Glaciar Huemul, al que decidimos llegar. Como pertenece a terrenos privados (sí, la verdad que no entiendo aún como hay terrenos privados dentro de un Parque Nacional…) se paga una entrada de un valor insignificante que sirve simplemente para mantener algunos servicios. Motivados, ya que nos habían informado que el Glaciar Huemul es uno de los más bellos de la región, iniciamos la caminata. Sendero hacia el Glaciar Huemul El glaciar debe su nombre a un pequeño ciervo llamado huemul que habita en los bosques aledaños ocupando varias hectáreas que fueron designadas para su protección. Es muy difícil verlos, aunque alguna que otra vez, algunos afortunados caminantes han tenido el placer de toparse con estos bellos animales. No fue mi caso Al principio la caminata me pareció súper fácil y avanzamos confiados y de buen humor varios metros, caminando sobre una superficie plana. El sendero corría por entre los árboles de aquel mágico bosque, que de a tramos se cerraba sobre nuestras cabezas oscureciendo el día para luego volver a abrirse, dejándonos contemplar el celeste cielo. De improvisto, el sendero comenzó a ponerse un poco “inclinado”, y fue cuando debimos comenzar a subir. Yo, que ingenuamente creía que aquel iba a ser una caminata fácil, comencé a sudar y a hiperventilarme al subir los hoscos escalones que se marcaban por entre las raíces de los árboles. Es de mucha ayuda llevar consigo un bastón o bien una fuerte rama que nos ayude en este tramo. El paisaje también cambia, sectores de árboles marrones y secos, y otros de charcos y hielo conservado entre los arbustos van apareciendo a medida que uno avanza por el sendero. Después de recorrer esos 3 kilómetros que nos llevó algo más de una hora, llegamos al tramo final que nos exigiría aún más esfuerzo, al subir una pendiente particularmente empinada. Y así, con la lengua hacia afuera y los pulmones trabajando con todo, llegamos a un claro donde tendríamos nuestro premio. Hacia delante, se podía apreciar el gigantesco Glaciar Huemul, descansando entre dos grandes montañas. Aquella masa de hielo, que siempre me recordó a la crema helada por su color y su textura, pero que en realidad es una sólida manta congelada, se extendía en forma triangular por entre las grietas de rocas grises de las montañas que la escoltaban. Hacia el horizonte se podían ver los picos nevados de otras montañas vecinas. El Glaciar Huemul Avanzamos unos metros más por aquel claro y el paisaje se hizo aún más bello, cuando descubrimos la Laguna Huemul, donde discurre el hielo que se descongela del glaciar con el mismo nombre. La laguna, contenida en un estanque natural de piedra, estaba teñida de un bellísimo color esmeralda, debido a los minerales provenientes del glaciar. Lo más atractivo de aquel paisaje eran los colores que resaltaban: los verdes y rojos del frondoso bosque, el celeste del glaciar, al agumarino del lago, el gris metal de las montañas. El Glaciar y La Laguna Huemul Hacia nuestras espaldas, el lago discurría como un pequeño arroyo, cuesta abajo por entre rocas y se perdía entre el bosque. Martín (siempre más osado y aventurero) comenzó a caminar, esquivando rocas y arbustos, por la cumbre de una de las paredes que contenían el estanque de agua y yo (para no quedarme atrás en la aventura) comencé a seguirlo. Aquella muralla de piedra se elevaba algunos metros y con un poco de vértigo, avanzamos lentamente, pasito a pasito, por aquella angosta cima. Llegamos justo al inicio de la pared súper empinada de una de las montañas que contenían el gigantesco glaciar. Desde aquella altura, podíamos ver el lago con su precioso color en toda su extensión. Y a nuestro costado, varios metros más allá, teníamos una vista más de cerca de aquel gigante congelado. La Laguna Huemul y su precioso color esmeralda Martin (que ya pasa de ser un aventurero a un loco ) estaba empeñado en llegar hasta el glaciar y tocarlo. Y esta vez, no lo seguí. Él sin embargo, se aventuró a través de la inclinada pared, saltando gigantescas rocas y avanzando hasta acercarse bastante al glaciar. Yo simplemente lo observaba de lejos, pensando que en cualquier momento lo iba a ver rodar y caer al vacío. Sin embargo, el camino se tornó bastante dificultoso para él por lo que regresó, sano y salvo, aunque decepcionado de no haber podido llegar al glaciar. Martin (pequeñiiiito) intentando alcanzar el glaciar Desde aquel privilegiado lugar, podíamos contemplar los dos Lagos (el Huemul y el del Desierto) y era increíble ver sus colores contrastando, entre aquel collage verde y rojo del bosque. La Laguna Huemul y El Lago del Desierto Cuando el sol comenzó a caer, comenzamos el retorno hacia la localidad de El Chaltén. Entre sus casitas pintorescas y sus negocios dedicamos al turista, el que más destaca es, sin lugar a dudas, La Cervecería, restaurant bar con una hermosa ambientación y unas deliciosas cervezas caseras. Esa noche nos dimos el lujoso gusto de tomarnos unas cervezas en aquel cálido lugar y degustar unos increíbles sorrentinos con salsa de hongos…. Aun lo recuerdo y se me hace agua la boca! Si algún día deciden visitar este bello pueblo, además de estas caminatas no pueden perderse las delicias culinarias de este buen lugar. A la mañana siguiente, después de pasar una noche algo fresca (para esa altura comenzaba a acostumbrarme a dormir con los pies completamente congelados dentro de la bolsa), el cielo estaba celeste y limpio, salvo en la cumbre del cerro Chaltén, la cual, como ya dije, siempre se encuentra rodeada de densas nubes. Entonces, juntamos campamento y nos marchamos. Personalmente, no puedo explicar qué fue exactamente… quizás la belleza y la particularidad de aquel pueblo perdido entre los cerros, o sus increíbles paisajes al realizar las caminatas por entre los bosques típicamente patagónicos, o la extraña magia que rodea al cerro Chaltén… pero aquel lugar me dejó una sensación muy especial, muy diferente a todos los demás sentimientos que me han generado los diferentes sitios que hemos visitado. Me fui de allí, prometiéndome a mí misma volver en algún momento, a visitar nuevamente esos increíbles picos puntiagudos, coronados de nubes.
  7. Si aun no habéis leído la primera parte del relato, donde describo la ruta a pie desde Figaró hasta los pies del Tagamanent, os aconsejo seguir el siguiente enlace: Desde el Collet de Sant Martí a los pies del Tagamanent hay varios senderos que coronan la cima por lo cual aconsejo seguir el que cada uno considere más oportuno, siendo los más pequeños los más bonitos y empinados En poco menos de 15 minutos, parando para admirar el paisaje, os encontrareis en la cima y admitiréis que ha valido la pena perder un poco el aliento subiendo por la pronunciada pendiente. En lo más alto del cerro hay suficiente espacio para acoger un gran numero de excursionistas y familias, si queréis venir con niños tened en cuenta que hasta el Collet de Sant Martí se puede llegar en coche por la carretera asfaltada que inicia poco después del pueblo de Tagamanent. El lugar es ideal para organizar un picnic o quedarse por un rato contemplando las inmejorables vistas, según algunos las mejores de todo el Montseny. Hemos tenido la suerte de que bajará un poco el viento y por unos momentos las nubes que cubrían densamente el horizonte se han abierto un poco, lo justo para ver un poco de cielo azul, aunque no lo suficiente como para dejar pasar el sol... debe de ser precioso estar en lo alto del cerro en un día despejado. Como podéis ver de entre todos los antiguos edificios y casas que formaban parte del castillo y viviendas de Tagamanent solo queda en pie la ermita de Santa María y algún muro adyacente. Mientras me asomo entre las rejas para ver el interior de la iglesia no puedo evitar en recordar la siguiente leyenda... " En la edad media, cuando Tagamanent aun no se llamaba así, el castillo era prospero y sus habitantes felices, heredó el castillo un noble Conde que se encontraba en la edad perfecta para buscar esposa y establecer una familia que heredara el castillo y sus propiedades. Como bien sabemos el Conde no tuvo dificultad alguna en encontrar esposa y entre todas las pretendientes escogió la más bella, séptima hija de un noble de Osona, la cual venía ademas con una buena dote que aumentaba el patrimonio del joven Conde. Nueve meses despues de la ostentosa boda el castillo hervía de emoción, los preparativos estaban todos listos y solo quedaba esperar el eminente nacimiento del futuro condecito. Pero en eso salió el Conde con cara compungida y anunció que el parto se había complicado y que tanto su querida esposa como el esperado hijo habían muerto... Por ello pedía que por favor sus desconsolados súbitos lo dejaran solo durante una semana para guardar duelo. Y así hicieron todos ellos dejándolo solo y yéndose a vivir durante 7 días en las masías colindantes. Pero la supuesta complicación y muerte de su esposa e hijo eran mentira, en esos momentos su mujer reposaba tranquila en el lecho con el hermoso hijo entre sus brazos. El problema era que el niño había nacido con los brazo más cortos de lo habitual y el Conde culpó de ello a la madre y lo consideró una grave ofensa para su honor. Por ello cuando ya todos los súbitos se habían marchado se acerco a la madre que aun tenía el niño en brazos y empezó a golpearla brutalmente mientras la culpaba de la deformidad de su hijo. Cuando se canso de pegar a su esposa la tomo de los pelos y la arrastro junto con su hijo al calabozo del castillo, donde los encerró para que muriesen de dolor y hambre. Durante los tres primeros e interminables días se escucharon los llantos y suplicas del bebe y de la madre, transcurridos los cuales solo se oían los de la madre que lentamente se fueron apagando hasta que al sexto día reino el silencio. Mientras tanto el malvado Conde había cavado dos tumbas que había rellenado con ropa y, cuando transcurrida la semana, volvieron los habitantes del castillo se celebraron los oficios tomando las tumbas como verdaderas. El deseo de descendencia hizo que transcurrido el tiempo de luto preestablecido el conde rápidamente buscase otra nueva esposa, casándose esta vez con la hija de un noble del Vallès. Pero la suerte quiso que el nuevo recién nacido también naciera con una pequeña deformidad y el Conde volvió a repetir el mismo procedimiento de la vez anterior con la única diferencia que esta vez primero mato a su mujer a golpes y encerró durante un par de días al recién nacido que rápidamente murió de frío y hambre. Los remordimientos acosaban al Conde y este se refugiaba en el interior de la iglesia para rezar, no ya a Dios en el cual no confiaba sino al Diablo pidiéndole que le concediese una buena descendencia. Tanto rezo que en el preciso momento que dejaron de escucharse los llantos del bebe un frío viento hizo estremecer al Conde y al volverse vio una siniestra figura esperándole fuera de la iglesia. El Diablo le prometió el bebe deseado con la condición de que se casase con la primera mujer con la que se cruzase desde aquel momento. El conde desesperado y ciego por su deseo acepto sin pensárselo y cuando al cabo de un par de día empezaron a volver sus sirvientes se cruzo con una anciana que volvía para ocuparse de sus tareas en el interior del castillo. Respetando el pacto debería haberla tomado como esposa pero el Conde adujo que el diablo no podía pretender que un señor de su categoría se acostase con tal mujer y así se autoconvenció. La siguiente mujer con la que se cruzo fue una joven y sana campesina a la cual propuso inmediatamente matrimonio sin ni siquiera esperar a finalizar el duelo por su segunda mujer. La familia escandalizada le pidieron que mantuviese la calma y primero mantuviese el luto y luego buscase esposa. Pero el conde ya no escuchaba consejos y al día siguiente se celebró la boda con la bella campesina a la cual no asistieron más que los sirvientes y la familia de la campesina. Nueve meses más tarde la nueva esposa dio a luz pero no un bebe con los brazos un poco más cortos sino sin ellos y con una enorme cruz invertida gravada en el pecho. El Conde no pudo reprimir por más tiempo su locura y tomando el niño por las piernas se dirigió, en frente de todos su súbitos, a la ermita de Santa María y allí empezó a golpearlo contra las paredes de la iglesia donde había cerrado el pacto con el Diablo, hasta que el recién nacido no fue más que una masa uniforme de sangre, carne y huesos que llevo hasta el interior del calabozo y tiro junto con los descompuestos cuerpos de sus antiguas esposas e hijos, para luego clavarse el mismo su propia espada. Los sirvientes que recordaron haber escuchado llantos provenientes del castillo entendieron lo que había pasado y el miedo y el horror los empujo a abandonar la zona y desde aquellos días nadie nunca más ha vivido en el castillo por considerarse una zona maldita. Dicen que incluso desde las masías de la zona hay noches que el viento trae consigo el sonido de los desesperados llantos de las madres y de sus bebes. Quienes vivieron en el castillo decidieron olvidar su anterior nombre y se referían a el castillo como “Nen Amagat” (niño escondido en catalán) pero al revés “Tagamanen” nombre al que, con el tiempo, se añadió una “t” al final por cuestiones fonéticas, llegando a nuestros días como Tagamanent " Fuente original LlegendesCatalanes traducido e interpretado por @Kamali Pero la ermita no es lo único que recuerda la fragilidad del ser humano, si uno se fija, en la punta de la gran “terraza” rocosa (punto desde donde se disfrutan unas vistas preciosas, ver la 1era y 3a imagen del relato) mirando hacia abajo, si sufres de vértigo no te lo aconsejo, se ve una plaquita blanca con una florecita de plástico... Como desde lo alto solo se ve eso y ya he dicho que soy muy curiosa decidí bajar por las rocas, hay que estar en forma pero no es difícil, hasta llegar a un saliente bastante grande que quedaba poco más abajo de la plaquita mencionada y desde donde seguramente la colocaron. En la plaquita esta escrito: "La meva petjada per la vida a sigut com un floc de neu. (Mi huella por la vida a sido como un copo de nieve.) Maritxell A. B. 1974 – 1997" Prefiero no perderme imaginándome el cómo o el porqué de este triste mensaje, dejando a la joven almita de Maritxell disfrutar de las hermosas vistas y prometiéndome a mi misma que hay que aprender a amar la vida antes de que se funda como los suaves copitos de nieve. Nos relajamos unos minutos contemplando el paisaje y las ruinas de Tagamanent antes de despedirnos de tan maravilloso paraje y disponernos a bajar hasta Aiguafreda y su estación de trenes para volver a Barcelona. A diferencia con el itinerario seguido para ascender hasta lo alto del Tagamanent desde Figaró, que en su mayoría transcurre por una amplia pista forestal ahora descendemos tranquilamente por el pintoresco sendero que cubre parte del GR5 (GR = sendero de Gran Recorrido), la Ruta Verdaguer o V+ (Recorrido por lugares y caminos más significativos de la vida del poeta y cura Jacinto Verdaguer) y la ruta Matagalls a Montserrat (trazada en 1904 por Jaume Oliveres) El recorrido es realmente lindo no hay un rincón o nuevo tramo del camino que no admiremos. Una de las características del terreno que más nos llama la atención es que la tierra esta formada a capas que poco a poco, con el agua y el constante paso de los senderistas y las bicicletas de montaña se va desmoronando o exfoliando, creando curiosos desniveles que, visto desde una perspectiva de hormiga, pueden recordar a los paisajes del Gran Cañon o a enormes y finas laminas de chocolate Otro dato curioso es que a pesar de ser más sombreado, o al menos eso parece (hoy, como ya he dicho, el sol brilla por su ausencia), hay más árboles caídos o tirados por el fuerte viento que azota este lado de la montaña, otorgando al camino un toque más salvaje. En algunas ocasiones los troncos muertos y metamorfoseados en enormes arañas grises intentan invadir nuestro sendero, otros al romperse se fragmentan laminándose al igual que finas tiras de papel... Menos mal que a pesar de los fuertes vientos, incluso hoy lo escuchamos susurrar entre las ramas más altas, aun quedan enormes y ancianos pinos que con sus grandes raíces mantienen el terreno. La ruta es apta para todo tipo de senderistas aunque en ciertas ocasiones aquellos con más problemas físicos o de rodilla deberán ir más lentos y/o ayudarse con los bastones para no resbalar o cargar excesivamente las rodillas. El resto del recorrido no presenta ningún tipo de dificultad. Desde hace unos minutos la ruta ha dejado atrás el sendero y ahora caminamos por la pista forestal que pasa por delante de la masía en ruinas de Puig Agut. Antes de desviaros a la izquierda siguiendo la linea de alta tensión recordad mirar atrás, veréis en lo alto y a lo lejos la cima del Tagamanent. Por suerte al cabo de pocos metros las señales que encontramos nos invitan a dejar el camino que sigue la linea de alta tensión y a adentrarnos por un nuevo y pequeño desvío a la derecha. A poco que sale el sol el precioso camino se inunda de luz y color volviéndolo aún más hermoso. Durante toda el camino se entrecruzan varios senderos y pistas forestales por ello es muy importante, para evitar perderse y tener que volver atrás, seguir las indicaciones del GR ( 2 franjas paralelas la superior blanca y la inferior roja) que podéis encontrar en los hitos metales de color verde, pintadas en el tronco de un árbol o en una piedra del camino. Con muchas pausas y risas llegamos al fin a la carretera desde donde se ven las primeras casas de Aiguafreda. Pero justo cundo ya dábamos por terminada la ruta aparece de nuevo la señal vertical indicándonos que “debemos” seguir por un pequeño atajo que nos evita tener que caminar por la transitada pista Llegamos a Aiguafreda y decidimos tomar el siguiente tren a Barcelona y aprovechar esta horita que nos queda para dar una vuelta por el municipio. Las intenciones eran buenas pero en el momento en que “aterrizamos” en el centro del pueblo cae sobre nosotros todo el cansancio del día y nos vemos obligados a postergar nuestra visita, entrar en un pequeño supermercado para comprar dos Aquarius y un par de manzanas. Quizás sea porque cada vez tomamos menos refrescos, por ser tan ácidos y malos para el cuerpo, pero el caso es que el Aquarius lo único que logra es darnos más set e impulsarnos a buscar lo antes posible una fuente donde quitarnos el regusto de la bebida (qué antes tanto nos gustaba) y calmar nuestra set. Suerte que las manzanas están deliciosas. Cansados y contentos nos dirigimos a la estación de rodalies a esperar nuestro tren que nos llevara de vuelta a la bulliciosa Barcelona.
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