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  1. 1 punto
    Desde que era pequeña me gustaron mucho, mucho los animales, a decir verdad son mi gran pasión. Cursé unos tres años la carrera de Ciencias Veterinarias y luego me aboqué de lleno a estudiar Biología con orientación en Zoología, trabajé como voluntaria en el Zoológico de mi ciudad, La Plata, y también en algunas veterinarias. Por eso, cuando llegamos a la ciudad de Puerto Madryn, esa tarde, no podía controlar mi emoción. La fauna marítima de ese lugar es única y estaba ansiosa por visitar todos sus puntos de avistaje. La entrada a la ciudad es hermosa. La carretera comienza a descender en una gran curva, atravesando la estepa y la ciudad emerge en el horizonte con sus grandes edificios, en el medio de aquel desierto patagónico. Puerto Madryn es una ciudad preciosa, su calle principal se extiende a lo largo de toda la costa y cuenta con diferentes comercios, mayormente dedicados al turismo. Tiene algo especial que la diferencia de otras ciudades costeras que conocía. Las playas de Puerto Madryn Fuimos directo a conocer las playas. No estamos viajando en temporada de mayor auge turístico, por lo que tenemos a nuestro favor encontrar estas zonas bastante tranquilas y no tan pobladas, además el clima estaba bastante fresco, así que las playas estaban vacías. Unos siete metros de arena blanca y luego, el imponente mar azul. Permanecimos varios minutos en silencio, sólo contemplando ese paisaje digno de una postal, que nos daba la bienvenida. Planeábamos acampar, por lo que terminamos en un camping que queda en un extremo de la ciudad, bastante alejado del centro, pero que nos aseguraban conexión wifi, algo infaltable para que Martin pudiera trabajar. Armamos por segunda vez la carpa, y sin más, salimos a recorrer los alrededores de esa zona. La calle principal ascendía hasta ese extremo, donde se alzaba un gran monumento, y varios chicos aún disfrutaban los últimos rayos de sol con sus patinetas y rollers, aprovechando la inclinación de la calzada. Vimos el atardecer desde ese privilegiado punto alto de la ciudad. A medida que el sol se escondía, las luces de todo Puerto Madryn comenzaban a encenderse, y se reflejaban en el mar… fue un espectáculo hermoso. El atardecer A la mañana siguiente, tuve mi momento personal ya que Martin se quedó trabajando, así que recorrí toda la costanera desde el camping hasta el centro de la ciudad. En el cielo no se veía ni una sola nube, estaba completamente celeste y el sol radiante, aunque corría un poco de viento fresco que te obligaba a usar una campera. Llegué a la playa, me saqué las zapatillas y enterré mis pies en la cálida arena. Me tomé un momento para tirarme en la orilla y quedarme sola ahí, ya que no había nadie, mirando perdida el horizonte azul, casi sin poder creer que estaba ahí, y sin poder creer lo que había comenzado a vivir. Hacia menos de una semana que había dejado atrás prácticamente toda mi vida, no sabía cuánto tiempo iba a estar viajando, a dónde iría y mucho menos qué haría cuando regresara, pero aun así nada de eso lograba opacar la felicidad y emoción que sentía de estar ahí, en ese preciso momento. Caminé sin rumbo fijo durante largo tiempo, por la orilla del mar, desde un gran muelle situado en el centro, esquivando los manojos de algas que llegaban a la orilla arrastrados por la corriente, sacando fotos a pequeños tesoros que iba encontrando (una pinza de cangrejo, una alfombra de caracoles pequeños de varios colores, una pareja de gaviotas) y jugando con perros vagabundos corriendo en la orilla. Caracoles de colores! Horas más tarde, después de disfrutar esa tarde de soledad, me reencontré con Martin que, por el contrario, no había tenido un buen día porque el wifi no estaba andando bien como esperábamos. Esa noche, decidimos hacer algo diferente, y fuimos a cenar a la playa. Nos internamos en la oscuridad, guiados con una linterna, y nos acobijamos del viento bajo un árbol que crecía a unos metros de la orilla. Encendimos el mechero portátil que llevamos, y nos cocinamos unos fideos a la luz de la luna… todo muy romántico jejeje! A la mañana siguiente fuimos en busca de un hostel, porque era necesario tener acceso fácil a internet. Aprovechamos a recorrer el centro de la ciudad, colmado de propuestas turísticas, sobretodo de empresas de excursiones, que ofrecían travesías para ver lobos marinos, elefantes marinos, pingüinos y toda la fauna que habita en el lugar. Pero la vedad es que los precios excedían de nuestro presupuesto, así que lo dejamos pasar. Luego de algunas consultas en varios hospedajes que no terminaban de convencernos, llegamos al Hostel Yuliana. Yo, que venía con mi mala experiencia del hostel anterior en Bahía Blanca, realmente llegué al lugar muy escéptica, pero mi postura cambió en cuestión de segundos. El hostel contaba con un amplio living comedor, de grandes ventanales con prolijas mesas, un televisor de uso común y dos habitaciones grandes con 5 camas cucheta dispuestas ordenadamente. El lugar estaba buenísimo, nos recibieron muy bien y aprendí que los hostel en verdad pueden ser lugares geniales para hospedarse. Más tarde, ese mismo día, nos fuimos con la moto a recorrer las playas más alejadas. Bajamos por unos médanos y nos quedamos el resto de la tarde descansando en la arena. Martin hasta se animó a meterse al agua y tanto insistió que terminé acompañándolo… el agua estaba he-la-da! Llanura patagónica, en las afueras de la ciudad Para mi gran lamento, no llegamos en el momento justo para el avistaje de ballenas. La ballena franca austral llega a la costa de Puerto Madryn en mayo, iniciando su etapa de reproducción y cría. Entre septiembre y octubre se pueden ver a las hembras con sus crías, pero ya para diciembre, las ballenas migran nuevamente. Sé que es un gran espectáculo verlas, pero tendría que quedar pendiente para una segunda visita. De todas formas, el tercer día de nuestra estadía en Puerto Madryn, visitamos la Península de Valdés. Camino a la Península de Valdés Para llegar a la Península de Valdés hay que dejar atrás la ciudad, y recorrer unos 80 km de pura Patagonia, con el espejo de mar de lejos, hasta encontrarse con la entrada a la península. Obviamente tuvimos que pagar una tarifa para ingresar, cosa que genera cierta antipatía en mí, ya que considero que estas reservas naturales deberían ser abiertas y gratuitas a todo el público. Una vez allí, el paisaje que teníamos adelante era realmente hermoso. El camino, ahora de ripio, iba atravesando la llanura pampeana, con sus colores verdes, amarillo y marrón, que contrastaban con el azul intenso del atlántico. Al recorrer unos pocos kilómetros, nos cruzamos con un edificio de información, donde se podía recorrer un pequeño museo con afiches explicativos de la fauna de la zona, y solicitar un mapa de la reserva. Kilómetros más adelante, llegábamos a Punta Pirámides, área de lobos marinos de un pelo. Seguimos las instrucciones del camino aun de ripio, hasta llegar a un llano donde dejamos la moto, y caminamos unos 20 metros hasta el final de un alto risco, limitado por vallas. Desde allí arriba, se podía observar varios metros abajo, una amplia plataforma de roca que daba al mar, donde descansaban los lobos marinos. En ese mirador soplaba un viento muy fuerte, pero eso no impidió que sacara cientos y cientos de fotos a esos bellos animales. La mayoría de los lobos se agrupaban para tomar el solecito, plácidamente sobre la costa, con algunas posturas realmente extravagantes, mientras que unos pocos se encontraban nadando en el mar. Había muchas crías que se comunicaban con sus madres a través de unos extraños y fuertes gritos roncos. Son animales realmente hermosos con su pelaje de diversas tonalidades de marrones, brillando al sol y sus largos bigotes… no me alcanzaban los ojos y no me podía despegar de la cámara! Lobos marinos Después de varios minutos de sacar fotos y observar cada movimiento de esos grandes animales, seguimos camino hacia Puerto Pirámide, la única población dentro de la península. Es un poblado poco extenso, de 500 habitantes, con una gran calle principal que finaliza en una amplia playa. Almorzamos ahí, tarea que se nos complicó bastante, porque el viento soplaba muy fuerte, así que los sándwiches terminaron condimentados con arena, y luego, deambulamos lentamente al costado de la orilla, y continuamos más allá, donde la arena terminaba y comenzaba la superficie rocosa. Se formaban algunos estanques, en las depresiones de las rocas, donde se veían cangrejitos blancos y pequeñas ostras oscuras, aglomeradas en el fondo. El agua era increíblemente transparente, podíamos ver perfectamente el fondo de arena, y la gran profundidad en algunos lugares, y más allá, hacia el horizonte, el agua se veía de un hermosos azul intenso. A pesar del viento, nos animamos a meternos al mar, aprovechando esos estanques de agua artificiales que se formaban en el suelo de roca, aunque sinceramente no duré mucho en ella, porque estaba helada y por mi absurdo temor a que algún cangrejito se me prendiera del pie! El viento soplaba cada vez más fuerte (volviéndose algo realmente molesto), y la tarde iba cayendo cuando emprendimos el regreso al hostel. Puerto Pirámide La verdad es que queríamos quedarnos más días para terminar de recorrer toda la gran península y disfrutar de las bellas playas de la ciudad, pero aun nos quedaban muchos kilómetros por delante hasta llegar a Tierra del Fuego, y la inminente llegada del otoño nos obligaba a apurarnos si queríamos evitar la temporada fría en el sur. Así que luego de esos cuatro días disfrutando de esta bella ciudad, y luego de despedirnos de su mar azul, cargamos nuevamente la moto y emprendimos otra vez el viaje por la ruta 3. Más fotos de Puerto Madyn en mi álbum:
  2. 1 punto

    Del álbum Puerto Madryn

    Puedes leer de mi visita a Puerto Madryn en el siguiente link: www.viajerosmundi.com/blog/16/43-puerto-madryn/
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    Del álbum Puerto Madryn

    Puedes leer de mi visita a Puerto Madryn en el siguiente link: www.viajerosmundi.com/blog/16/43-puerto-madryn/
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    Del álbum Puerto Madryn

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    Del álbum Puerto Madryn

    Puedes leer de mi visita a Puerto Madryn en el siguiente link: www.viajerosmundi.com/blog/16/43-puerto-madryn/
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