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  1. 1 punto
    Ya habíamos estado en la gran y alborotada ciudad de Salta y ya habíamos visitado la verde Reserva El Rey, pero queríamos recorrer los áridos paisajes de sierras de colores que uno relaciona inmediatamente cuando se habla del Norte argentino. Por eso, fijamos nuestro siguiente objetivo en el pequeño poblado de Cachi. Para llegar, debíamos tomar la ruta provincial 33 y recorrer 110 Kilómetros que discurren entre enormes montes. Iniciamos una mañana con un cielo celeste y limpio sobre nuestras cabezas. Ya a los pocos kilómetros debimos hacer una breve parada para despojarnos de algunas ropas, porque el calor comenzaba a sentirse bastante y uno se empezaba a sofocar un poquito bajo el casco y las robustas camperas Iniciando el camino hacia Cachi La ruta, afortunadamente bastante tranquila y casi sin nada de tránsito, comenzó bordeando unos finos brazos de un arroyo que se dividía como hilos y corrían entre pálidas piedras (esta vez el arroyo corría por un costado del camino, y no lo atravesaba por completo como en El Rey! ) Los cerros cubiertos de tupidos arbustos bajos de color verde brillante le daban vida al paisaje. El camino empezó a volverse más sinuoso a medida que ascendíamos por aquellos grandes cerros, comenzábamos a transitar la famosa Cuesta del Obispo. Curvas y contracurvas obligaban a la moto a disminuir la velocidad cada pocos metros, y yo cabeceaba una y otra vez, golpeándome torpemente todas las veces contra el casco de Martin… TODAS las veces. Con el sol del mediodía radiante en el cielo, encontrábamos escasos segundos de alivio sólo cuando pasábamos por alguna curva donde el mismo cerro proyectaba su sombra. Ningún árbol alto se veía sobre aquel horizonte. Sombritaa Fuimos avanzando por el camino, que cada vez se volvía más empinado mientras subía por las sierras, y la vegetación fue cambiando de a poco. Los arbustos de aquel verde brillante ahora eran reemplazados por arbustos secos o de colores más apagados. Ya podíamos ver algunos típicos cardones elevándose sobre los riscos de los cerros. El motor de la moto zumbaba, mientras avanzábamos prácticamente en diagonal por aquel camino que subía y subía por las sierras, girando en las decenas de curvas que cortaban el paso a cada instante. El calor y el gran esfuerzo comenzaban a recalentar la moto, por lo que debíamos detenernos a hacer pequeñas pausas para darle un respiro a la pobre Honda. Tomamos una última gran curva que tenía un importante pendiente bastante empinada, y de repente del otro lado nos encontramos con una vista impresionante. Grandes cerros se expandían hacia el horizonte, cubiertos de un manto de hierba verde. Soplaban brisas calientes que corrían entre las desnudas ramas de algunos arbustos y mecían largos pastos amarillos. Desde allí teníamos una impresionante vista panorámica del camino serpenteante que corría por entre los montes, perteneciente a la Cuesta del Obispo. En aquel punto terminó el camino asfaltado y nos esperaban largos kilómetros de un seco camino de tierra. A nuestro paso íbamos levantando una gran polvareda que me obligó a cerrar el casco cuando empecé a sentir un peculiar crujir entre mis dientes. El camino que comenzaba a descender, discurría por entre las sierras, adaptándose a sus irregulares formas. Lo impresionante era ver el efecto aterciopelado de las hierba que cubría aquellos enormes cerros, realmente daban ganas de tocarlo! Y aún más sorprendente era poder ver en las altísimas cumbres de algunos cerros, acúmulos de nieve. Trazos de un blanco puro resaltaban notoriamente con el verde paisaje. La nieve nos seguía a todas partes! Con solemne lentitud fuimos descendiendo por la desprolija ruta que hacia tambalear un poco la moto, hasta que finalmente volvimos a la apreciada horizontalidad. Una llanura extensa de tierra y arbustos que terminaban a lo lejos en la hilera de sierras que cortaban el horizonte era nuestro nuevo paisaje, que formaban parte del Parque Nacional los Cardones. Atravesamos grandes hectáreas realmente minadas de cardones. De gran tamaño, estos señores con sus brazos al cielo se alzaban de a cientos sobre todo el llano. Sus grandes púas servían de refugio para insectos y aves. Finalmente, para cuando el sol a comenzaba a ocultarse, arribamos a Cachi. Un pueblito de lo más lindo que nos enamoró rápidamente. Cachi sería el primer verdadero poblado norteño que visitaríamos. En él, su arquitectura, sus costumbres y su gente mantienen vivo el espíritu autóctono que lamentablemente hemos perdido en las grandes capitales argentinas. Para coronar aun más nuestra visita, llegamos justo para el Torneo de Trompo y Bolita. No sé cuántos de ustedes reconocerán estos tradicionales juegos, pero para nosotros ver que aquellos pasatiempos, con los que nuestros padres jugaban, aún están vigente en aquella pequeña localidad nos llenó de emoción. Sobre la plaza principal se habían dispuesto varias canchas y los competidores participaban con sus propias canicas, en distintas categorías dependiendo de su edad. Desde pequeños novatos hasta adultos expertos formaban parte del torneo. Mientras las personas se agolpaban alrededor de las pequeñas canchas para ver las competencias, otros practicaban esperando su turno con los trompos. Me quedé boquiabierta al ver la habilidad de ciertos niños con ese pequeño juguete, lo hacían saltar y girar a su antojo. Animando el torneo, y dándole el toque musical, un grupo de chicos, realmente muy jóvenes se encontraban tocando música folclórica en una esquina. Armados con instrumentos típicos, como el acordeón interpretaron durante todo el mediodía diversos temas. Bombo con la Bandera Wiphala, de los pueblos originarios El niño que tocaba las cuerdas realmente la rompió (otra expresión argentina que significa que hizo un espectáculo buenísimo). Primero con el violín y luego con una especie de guitarra pequeña (o charango) que nunca había visto en mi vida. Unos grandes los peques. Sobre la misma plaza principal se encontraba la iglesia y el Museo Arqueológico Pío Pablo Díaz. Este interesante museo fue creado por los mismos vecinos de Cachi, con la intención de conservar los cientos de restos arqueológicos que aún hoy en día se encuentran distribuidos por toda la zona. El museo construido siguiendo la línea de las construcciones norteñas, está hecho de adobe, techos de caña y barro y pisos de arcilla cocida. No es gigante, pero entre todas las salas que se van conectando uno puede pasar y recorrer un periodo de 10000 años. Comenzando por restos arqueológicos de la época de cazadores y recolectores, el desarrollo de las diversas regiones, hasta el periodo inca y la llegada de los españoles. Los restos de recipientes con forma de animales perteneciente a pueblos originarios, o las vasijas delicadamente adornadas son sólo algunas de las cosas que se pueden ver expuestas. Un trabajo realmente valioso de conservación del pueblo de Cachi. Otro sitio interesante que visitar, sin dudas es la pequeña capilla, también sobre la plaza principal. La Iglesia San José de Cachi se construyó a mediados del Siglo XVII, y nuevamente conserva la arquitectura de la zona, al ser construida de adobe. Lo más llamativo de esta pequeña iglesia es su techo hecho de madera de cardón. Sobre un gran cerro próximo al poblado, se encuentra un gran cementerio desde donde se puede tener una hermosa vista panorámica del lugar. Las pocas manzanas de Cachi se establecen sobre un valle y se ve enmarcado de estos grades cerros. Hermosa vista. Desde Cachi decidimos ir hacia otra localidad muy turística y conocida por sus grandes viñedos, la localidad de El Cafayate. Para ello deberíamos retomar un camino familiar: La Ruta 40. Nos esperaría un gran dolor de trasero :ohmy: Mira el album , aqui! <<<ANTERIOR *** SIGUIENTE>>>
  2. 1 punto

    Del álbum Cachi, Salta

    Mi viaje en moto por Latinoamérica Relato: Paraíso escondido entre las Sierras: Cachi
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