Saltar al contenido

Top Escritores


Popular Content

Showing content with the highest reputation on 01/02/15 en toda la comunidad

  1. 1 punto
    Viajar no es lo mismo que estar de vacaciones. A lo largo de todos estos meses de viaje, muchas personas cercanas, me han “envidiado sanamente”, otras tantas no se cansan de decirme que debo disfrutar TODO y pareciera que no puedo emitir queja alguna, algunas incluso han cuestionado mi situación laboral dejándome entrever, entre sus cuidadosamente seleccionadas palabras, que lo que en verdad querían era tildarme de holgazana o vaga por no tener a cuestas ciertas responsabilidades. Aprendí a no explotar de ira con el tiempo ante estos comentarios (que afortunadamente siguen siendo una minoría entre mi circulo intimo) porque, entendí que es difícil tener un solo punto de vista. Pero a veces me gustaría hacerle entender a todas estas personas lo que realmente significa VIAJAR. Viajar ha significado para mí adaptarse. Desde el primer momento que realmente tomé la decisión de iniciar esto (no cuando soñé, o me imaginé viajando, si no cuando REALMENTE me dije: “Es ahora o nunca”) comprendí que para tomar la decisión, debía hacer muchos sacrificios. Desde el primer momento, fue difícil. Fue terriblemente difícil decidir dejar mi trabajo, aquello que representaba lo estable, lo seguro en mi vida, porque simbólicamente era lo que estaba a punto de abandonar (todo lo estable y seguro) para lanzarme completamente “en bolas” (como diríamos en Argentina) a algo totalmente desconocido. Fue aún más difícil comunicarles mi decisión a mis padres, que creyeron que yo había enloquecido cuando les dije que iba a dejar todo y me iba a ir de viaje… en moto! Y fue muy duro y triste sostener mi decisión a pesar de no tener su aprobación en un principio. Imaginarán también lo difícil que fue cuando comenzó a acercarse la fecha de partida, despedirme de mi familia y de mis amigos sin saber cuándo volvería a verlos….. Nada de eso fue fácil… y aquello era sólo el comienzo. Después vendrían las demás complicaciones, propias de un viaje de esta magnitud: Las horas interminables de viaje que terminan agotándote y poniéndote de mal humor; soportar los fríos extremos sobre la moto y las tormentas más fuertes; llegar a una ciudad desconocida y lidiar con el tráfico y el tumulto y perderse mil veces; pasar noches de frio en una carpa helada; enloquecer realmente cuando el dinero no alcanza; pasar días acampando sin una bendita ducha; soportar los roces de una convivencia donde te ves la cara las 24 hs. del días con la misma persona; añorar las cosas cotidianas más banales como un baño caliente, o una almohada cómoda… Y así podría seguir horas. Pero… a pesar de todo eso, debe existir una razón que supere toda esa mierd* para que yo siga aun viajando… a miles de kilómetros de mi hogar y no haya regresado a los dos días de haber partido, llorando desconsoladamente. Y la razón es que…. Todo vale la pena. Viajar no me ha hecho ni mejor ni peor persona… ni siquiera creo que me haya cambiado como muchos suponen. Ha sido y es, simplemente una experiencia… una aventura y por lo tanto, las cosas malas, hasta los peores en las que uno realmente toca fondo, como las cosas más bellas forman parte de esa experiencia. Y uno aprende a vivirlas como tal. No todo es perfecto como para que se me envidie, porque hay que ser consciente de que se viven muchos momentos feos, y tristes. Tampoco puedo pensar que soy una “mal agradecida” por mis quejas porque esto lo busqué yo, y es algo que yo me esforcé por lograr, nadie me lo regaló. Y por último, nadie sabe cuántos dolores de cabeza le trae a un viajero el hecho de subsidiar su viaje y las miles de maneras que se encuentran para hacerlo. Viajar no es para todos y no es “bueno o malo”. Es una experiencia, con todo lo que ese concepto conlleva y todo SUMA. Fui procesando todos estos pensamientos aquella noche que acampamos en un baldío, aledaño a unos campos de unas casitas en el medio de las sierras bolivianas. La lluvia no cesaba y yo sufriendo de insomnio, veía como las gotas se iban filtrando de a poco por las costuras de la carpa y se acumulaba agua bajo el colchón inflable. Por debajo de aquel golpeteo incesante contra el techo de la tienda, escuchaba la leve respiración de Martin que dormía plácidamente. En aquel preciso momento estaba en crisis. Hacía seis meses que estaba moviéndome de aquí para allá, despertándome cada día en un lugar diferente, extrañado las comodidades básicas que uno (erróneamente) piensa que son universales. Los caminos de Bolivia (quienes hayan viajado por este país, me entenderán), sumado al cansancio del viaje y la dificultad para comunicarnos con los bolivianos me habían superado… había explotado. Pero esa misma noche ha sido una de las más importantes de este viaje, porque entendí que yo estaba allí por mis propias decisiones y que aquello que estaba viviendo era una gran experiencia y era algo que siempre había querido hacer. Tendría que adaptarme o volverme a mi casa. Decidí adaptarme. A la mañana siguiente (ya más repuesta de aquel quiebre emocional) debimos extender todas nuestras cosas bajo el sol y esperar que se secaran. Habíamos abandonado la idea de seguir viaje hacia Santa Cruz porque ya habíamos sufrido bastante los malos caminos por lo que no tuvimos más opción que regresar sobre nuestros pasos nuevamente hasta Sucre. Secando ropas y lágrimas Volver a hacer todos esos kilómetros por la ruta en mal estado, con tramos de tierra y piedra suelta no significaba el mejor de los panoramas, pero no había otra salida y debía comenzar a ver las cosas de una manera más positiva si quería sobrevivir a aquella experiencia de viajar. Quizás por ese nuevo pensamiento adoptado o porque ya estaba resignada, pude esta vez, disfrutar un poco más del paisaje a mi alrededor. Al menos ya no llovía, y aunque el cielo estaba completamente tapado por enormes nubes grises, el día se mantuvo seco. De regreso a Sucre Como si viviéramos una especia de deja vú ingresamos por segunda vez a Sucre y esta vez debimos hospedarnos en un pequeño cuarto y no en el hostel, para alivianar un poco los gastos de aquellas idas y vueltas. Al día siguiente sin perder más tiempo, salimos rumbo a Cochabamba. Lamentablemente Santa Cruz quedaría para otro viaje. Salimos confiados porque el hombre que atendía el hospedaje último donde estuvimos nos había dicho con total seguridad que todo el camino desde Sucre a Cochabamba estaba completamente pavimentado… y claramente no fue así En un principio el camino es todo lo que uno espera de una ruta, perfectamente asfaltada, bien señalizada, con la correspondiente protección hacia los costados, debido a la altura que íbamos atravesando. Genial. Yo iba sonriente dentro del casco, sorprendida de que eso de que “si tienes pensamientos positivos te ocurren buenas cosas” funcionara en verdad . Y además los paisajes que íbamos atravesando eran realmente extraordinarios. Una tras otras se elevaban grandes sierras que se superaban en tamaño, cubiertas de poca vegetación agreste, y alguna que otra casita perdida, con sus correspondientes campos trabajados. Camino a Cochabamba Y entonces, después de unos cuantos kilómetros de felicidad el pavimento de repente terminó y nos encontramos de frente con un antiguo camino que subía por entre las sierras. Completamente empedrado, de lado a lado. Caminito empedrado Sólo cerré los ojos, acordándome de toda la familia del aquel hombre del hospedaje de Sucre, y resoplé con fuerza. Comenzamos a ascender precavidamente por la ruta empedrada. Las piedras, colocadas prolijamente sobre la tierra, parecían trabajadas con sus superficies tan lisas y suaves. Aun así, era un trayecto complicado. Los protectores al borde del camino habían desaparecido y a medida que ascendíamos en altura, comenzaba a sentirse un poco el vértigo. De a tramos el camino se angostaba tanto que sólo permitía el paso de un vehículo, por lo que había que manejar con precaución en las curvas porque aún temíamos del boliviano al volante. Con un traqueteo continuo, recorrimos varios kilómetros hasta que la tarde comenzó a caer y decidimos acampar bajo un puente, sobre una especie de playa que se formaba al costado de unos delgados hilos de un arroyo que corría por aquella zona. Atardecer en el campamento A la mañana siguiente nos esperaba un largo, laaargo camino empedrado. Seguíamos y seguíamos ascendiendo por entre las sierras, hasta que ya podíamos ver algunas nubes desde arriba y sólo se observaban las cimas de las colinas brotando por toda aquella interminable extensión de verde. En cada curva que la moto se acercaba cautelosamente al borde de la ruta, me asomaba por sobre el hombre de Martin y observaba esa abrupta y alta caía. Subiendo por las sierras Luego llegó el momento de descender. Con paciencia y cautela, avanzamos a 60 km/h por aquel irregular camino, temblequeando sobre la moto hasta que, al final del camino, dimos con un pequeño y encantador pueblito, asentado en un valle entre las sierras. Descendimos de la moto, siendo curiosamente observados por un grupo de niñas que salían de una escuela y dimos unas vueltas por las calles de tierra del lugar, para estirar un poco las piernas. Ya nos faltaba poco para llegar, así que nos relajamos e hicimos los últimos kilómetros ya sobre camino asfaltado. De a poco comenzábamos a ver mayor cantidad de casitas al costado del camino, hasta que se fue convirtiendo en una verdadera comuna con negocios, grandes fábricas y finalmente estábamos en la entrada a Cochabamba. La ruta se volvió una ancha calle concurrida y simplemente guiados por nuestro instinto (porque la señalización es muy pobre) nos fuimos metiendo en el corazón de la ciudad. Tomamos algunas calles mientras preguntábamos a quienes nos podían guiar y de repente, no sé cómo exactamente nos vimos metidos en medio de una ENORME feria. Los puestos donde se vendían vestimentas, sombreros, equipos electrónicos, celulares, frutas y verduras invadían las calles y la gente corría de un lado hacia otro como las hormigas cuando uno pisa sin querer un hormiguero. Era tanto el movimiento, la gente chocándose y cruzándose por delante de la moto sin siquiera mirar, las bocinas de los autos sonando continuamente que nos sentimos espantados, atrapados en ese caos. Finalmente sobrevivimos y pudimos salir de aquel embrollo. Nos hospedamos en un hotel (ya para esa altura nos era difícil encontrar un hostel) y salimos a buscar algo para comer. Nos sorprendió notar que a pesar de que para nosotros era temprano (aproximadamente las 9 de la noche) todos los restaurantes o locales de comidas rápidas se encontraban cerrando. Terminamos en una pizzería y contando las monedas pudimos comprar dos porciones de la pizza más aceitosa que probé en mi vida. Al día siguiente, con luz natural y más movimiento en las calles, descubrimos que sin planearlo realmente, nos habíamos alojado en el casco viejo de la ciudad. A pocas cuadras del hotel, nos cruzamos con la plaza principal, la plaza 14 de Septiembre, ubicada en pleno centro antiguo. Plaza 14 de Septiembre en Cochabamba Mientras algunos vecinos del barrio se reunían a tener sus rutinarias conversaciones, y hombres y mujeres trajeados pasaban velozmente hacia sus trabajos, un grupo de personas congregadas en la plaza, justo en el centro, al pie de “La columna de los Héroes” (un alto mástil con un enorme cóndor de bronce en lo alto) celebraban ciertas tradiciones bolivianas, con música folclórica, exposiciones de típicas comidas y diversos juegos antiguos de niños. Como invisible espectadora, veía toda esta incesante actividad y me preguntaba cómo sería la vida de cada una de esas personas, en qué estarían pensado preocupadas, cuáles serían sus historias de vida…. Hacia una esquina de la plaza se erguía una fuente de agua, donde tres bellas mujeres, talladas espaldas con espaldas y con largos vestidos que las cubrían hasta los pies, mostraban una leve sonrisa en sus rostros. Fuente de Las Tres Gracias La Fuente de Las Tres Gracias estaba justo enfrente de la catedral Metropolitana de San Sebastián que ocupaba todo el ancho de una calle con una galería adornada con altos y delicados arcos. Hacia lo alto, la torre de reloj de la catedral era el sitio elegido por las palomas para anidar. Catedral San Sebastián Si caminábamos por unas callecitas y tomábamos una avenida principal del centro histórico, llegábamos hasta una zona más moderna, con grandes edificios y varios restaurantes, donde la avenida se hacía doble y por el medio de la misma se extendía un ancho boulevard con jardines decorados. La avenida se abría en una rotonda, que funcionaba como una plaza de las banderas. Abrazando a mi bandera En Cochabamba nos esperaba Eduardo, el padrino de Martin que visitamos en Mar del Plata al inicio de nuestro viaje. Eduardo nos invitó a su casa y fuimos cálidamente recibidos por él y Mariana, su hija. Fuimos a cenar varias noches consecutivas a su casa. Estar en ese ambiente familiar fue más que un alivio para mí a todos los altibajos que venía viviendo. Nuestro último día en Cochabamba lo dedicamos a ascender con la moto la Colina de San Pedro, sobre la cual se alza el gigantesco Cristo de La Concordia, la imagen de Jesús más grande del mundo (incluso más grande que el famoso Cristo Redentor de Brasil). Con más de 40 metros de altura, aquella enorme figura se eleva con los brazos abiertos hacia la increíble vista panorámica de toda la ciudad. Cristo de La Concordia Sobre la colina había varios negocios así como también un museo, pero lo mejor, sin lugar a dudas, era aquella increíble vista de la ciudad limitada por esas enormes paredes montañosas a lo lejos. Aquella fue la última imagen que tuvimos de aquella hermosa ciudad antes de seguir nuestra ruta, hacia la capital de Bolivia. Nos seas tímido y entrá a ver el resto de las fotos <<ANTERIOR *** SIGUIENTE >>>
  2. 1 punto
    Un destino muy conocido por los deportes relacionados con el viento es Ceará. Este sitio es muy buscado por los amantes del Kitesurf y del windsurf y también es una buena opción para turistas curiosos, ávidos de nuevos paseos, como es mi caso. Vale aclarar que los “deportes de viento” no me atraen, prefiero los de invierno. Además, en este viaje tenía en mente la idea de broncearme y descansar. Primera parada: Canoa Quebrada El primer punto que visitamos fue Canoa Quebrada. En sus cuadras cada noche se da un encuentro único donde tienen cita artesanos ambulantes, músico, bailarines espontáneos que llevan el ritmo en su sangre, trotamundos y todo tipo de curiosos. La “fiesta” dura hasta el amanecer. Nadie parece cansarse ni querer irse a dormir. Hace muchos años atrás, este sitio supo ser una Aldea de Pescadores además de un reducto hippie. En su calle central siempre existieron algunos “mercadinhnos”. Dicen los lugareños que nunca antes había habido tanta gente como ahora, hoy la peatonal de difícil pronunciación: “calçadão es un hormiguero humano y doy fe de ello. A la tardecita cuando van terminando las horas de playa, el lugar se llena de gente. Algo que me llamó la atención, fue enterarme por los lugareños, que cada playa tiene su color. En el caso de Canoa Quebrada, la playa tiene un color rojo ladrillo, pero también las hay de color blanca muy blanca y también azules. Canoa Quebrada es un lugar realmente enigmático. Historia en Aracatí Para conocer el pasado de Ceará, lo mejor es recorrer el centro histórico de Aracatí y eso fue lo que hice un día un poco nublado. Los centros históricos siempre tienen su encanto y son una invitación para conocer el pasado del lugar. Es muy llamativo, ver las fachadas de los edificios, casi todos ellos tienen dos plantas, algunos esperan ser restaurados (o deberían serlo), tienen llamativas decoraciones con azulejos reflejando el antiguo gusto portugués y colores fuertes. La variedad de formas y de diseños es increíble, hay tramas y diseños en gamas del verde, también del amarillo, blanco y azul. No pude con mi genio, de querer saber de dónde provienen los nombres y le pregunté a uno de los lugareños, quien me respondió que el nombre proviene de la lengua tupí y que significa “aire perfumado”. Luego de dar el primer recorrido por Aracatí y apreciar las fachadas del lugar, me senté a almorzar en uno de los restaurantes más recomendados. Desafortunadamente había varios platos a base de pescados y cangrejos, cosa que no me atrae en lo más mínimo, debo admitir que estoy considerando la idea de hacerme vegetariana, cada vez consumo menos carne. Lo que hice fue optar por algo refrescante. En realidad no tenía tanta hambre, sólo cansancio y sobre todo sed, mucha sed. El punto en que se pone más interesante el viaje: Fortaleza Llegué a la capital del estado, una ciudad que es llamada como ciudad noctámbula, hay quienes dicen que es la meca de los noctívagos. En Fortaleza, al caer el sol empieza la fiesta y dura hasta la mañana siguiente. Hay de todo para hacer… visitar restaurantes de moda, recorrer las ferias de artesanos en las playas, ir a bares con música en vivo, la verdad que las opciones son inagotables. Me hubiera gustado quedarme más tiempo, adoro bailar y sobre todo al compás de la música brasilera. Hay varios clubes, o como les llamo yo, boliches, en donde se pasa muy buena música. Pero no sólo la vida nocturna es lo que tiene Fortaleza para ofrecer, sus playas tienen su encanto. Praia de Iracema, fue la primera que visité. Es un punto muy elegido para eventos importantes, sobre todo los deportivos, y también para megashows. Dicen que el evento más importante es la Fiesta de Año Nuevo de Fortaleza, donde van más de un millón de personas. También aproveché las tardes de Fortaleza para conocer la playa de Titanzinho, la playa más chica de fortaleza. No es para nada turística, quizás ese motivo fue lo que me dio curiosidad para ir. Es muy buscada para la práctica de surf, no conozco nada de surf, pero de todas formas fue divertido ver a chicos hacer piruetas en el agua con sus tablas. Pero, como si a Fortaleza no le bastaran las largas noches divertidas y las espectaculares playa, también tiene varios shoppings. Así que reservé uno de los días en que estuve por allí para conocerlos y también para hacer compras. Además de llevar algunos regalos, no dudé en comprar el típico souvenir cearense, la llamada “Garrafa de Areia Colorida”. Se trata de unas botellitas con diseño de paisajes hechas con arena. Las más conocidas son las de Canoa Quebrada, además como fue uno de los puntos que más me gustó del viaje, aproveché para comprar esas. Con las valijas algo más abultadas por las compras, con el cansancio de las tardes de sol y de las noches de baile, volví hacia mi ciudad. Costó mucho acomodarse a la rutina después de haberla pasada tan bien. Por supuesto que ronda en mi mente la idea de planificar otro viaje a algún punto de Brasil…
×
×
  • Crear nuevo...

Important Information

By using this site, you agree to our Normas de uso .