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AlexMexico

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Relatos publicado por AlexMexico

  1. AlexMexico
    Era un viernes 12 de diciembre y los rayos del sol apenas y apaciguaban la helada temperatura con la que se amanecía en la antigua capital inca de Cuzco. Desperté antes de las 7 de la mañana, y Eucebio ya había partido.
     
    Tranquilamente decidí tomar una ducha caliente antes de desalojar la habitación. Apenas mis ojos se abrían luego de un largo y conciliado sueño, pude avistar las ronchas que habían aparecido a lo largo de mis brazos. Pequeños círculos rojos que rebosaron mis cuatro extremidades Un poco asustado al ignorar la razón de dicho brote e indispuesto a acudir a un médico antes de emprender mi viaje, bajé mis cosas a la recepción y esperé por el desayuno, tratando de pensar en la más simple de las explicaciones (pulgas en las sábanas).
     
    Mientras comía un pan francés con mermelada, un vaso de jugo de naranja y una taza de café, imaginaba cómo se habría vivido la noche anterior en mi lejano México, cuyas noches del 11 de diciembre comienzan las festividades del cumpleaños de la virgen de Guadalupe (de la que ya hablé en un relato anterior http://www.viajerosmundi.com/blog/23/58-basilica-de-guadalupe/), y que se celebra justamente el 12 de este mes.
     
    Evocando en mi boca un tamal con champurrado caliente, al sonar de los diligentes rezos de las vecinas en la capilla que se erige frente a mi hogar, guardé un bulto de cosas que dejaría en los lockers del hostal, en vista de la ligereza con la que pretendía llegar a Aguascalientes, pequeño pueblo del Valle Sagrado de los Incas desde donde escalaría al otro día hacia una de las siete maravillas del mundo: Machu Picchu.
     
    Justo antes de reñir con el chico de recepción por la presencia de pulgas en las camas un señor llamó a la puerta del hospedaje preguntando por mí y por una pareja chilena. Ya con algunos kilos menos en mi mochila, subí a la combi aparcada unos metros fuera y busqué el asiento que pareciera lo menos incómodo para un extenso viaje de 6 horas. No así, las oscilantes sillas de atrás fueron las únicas plazas disponibles para mí, Jennifer y René, una pareja de colombianos con los que pronto hice amistad, y quienes me tranquilizaron al decirme que las ronchas eran piquetes de mosquitos, y que debía usar harto repelente de insectos al viajar por aquella selva montañosa
     
    El plan era simple: haríamos dos escalas para comer y llegaríamos a la Central Hidroeléctrica a las 2:30 pm (15 USD), desde donde caminaríamos hasta Aguascalientes. Allí, buscaría un hostal (5 USD) para subir al otro día a Machu Picchu (20 USD con credencial de estudiante y 40 USD para extranjeros). Haría otra noche en el pueblo (5 USD) para caminar de vuelta a Hidroeléctrica al otro día y tomar la combi de vuelta a Cuzco (15 USD). Tres días llenos y agitados que son, para mí, el mínimo para disfrutar de buena forma dicha jornada. Y especifico los precios son para ayudar a los futuros viajeros, ya que ciertamente es la opción más barata que encontré de hacerlo.
     
    Al entablar mis primeras palabras con Jennifer y René, el grupo de chicas delante de nosotros rápidamente reconocieron el acento de sus compatriotas… ahora me encontraba en mi camino por las laderas del sureste peruano rodeado de simpáticos colombianos
     
    Como si el ruido del viejo motor de la van que avanzaba a paso ágil por las altas carreteras de Cuzco no fueran suficiente, los colombianos y yo pasamos las primeras horas del viaje platicando en voz alta (como buenos latinos). Cualquier viajero experimentado o novato se puede imaginar la pluralidad de temas que surgen a raíz de un simple “hola”, mismos que colmaron los oídos del resto de nuestros compañeros durante la mañana de aquel viaje.
     
    Después de unas dos incómodas horas botando en los asientos traseros, el conductor hizo una escala en el poblado de Ollantaytambo, donde nos dio 20 minutos para ir al baño y comprar comida y agua.
     
    Nuevamente a bordo y con la luz del sol ya sobre nosotros, eché un vistazo a mis piernas, que parecían cada vez más enrronchadas Coloqué el repelente de insectos casi en todo mi cuerpo y recosté mi cabeza sobre la ventana, por la que pronto se empezaron a avistar los primeros picos nublados de la cordillera.
     


     
    Cuando nos adentramos en la espesa niebla que cubría las cumbres orientales, el calor dejó de sentirse, y dio paso a un frío discreto que calmó a todos en la combi. Nuestro sueño se arrulló con la cumbia regional que comenzó a sonar cada vez más alto desde el estéreo del coche y que parecía alentar al conductor a avanzar cada vez más rápido por las pronunciadas curvas.
     
    Pronto, las palabras de Fabio volvieron a mí, cuando el camino se empezó a hacer más estrecho y los precipicios por las laderas más profundos. Al conductor no parecía importarle, pues su objetivo era claro: llegar a la hidroeléctrica a las 2:30 pm, para así volver a Cuzco con el otro grupo esa misma noche. Nos encontrábamos en el segundo camino de la muerte (aquí pueden saber cuál es el primero http://www.viajerosmundi.com/blog/35/148-el-camino-de-la-muerte-o-casi/).
     
    Nuestras cabezas pegaban casi al techo, al saltar por el camino de ripio. El polvo del sendero se alzaba cada vez que otro auto nos pasaba al lado, y se introducía por las ventanas llenándonos de tierra. Ni la alegre cumbia podía mitigar nuestro miedo cada vez que la combi se topaba con un coche viniendo de frente Sólo mirábamos cuesta abajo, hacia el turbulento río Urubamba, que corría desde hace un tiempo junto a nosotros.
     


    Pueblo de Santa Teresa
     
    Poco más de las 2 pm (más de 5 horas después de haber partido) llegamos a Santa Teresa, última población antes de la central hidroeléctrica. Comimos un merecido menú de sopa y milanesa de pollo, luego de lo cual no tuvimos tiempo alguno de reposar, pues el conductor un poco malhumorado nos hizo a todos retornar a la combi.
     
    Tras los últimos botes en los asientos y de sacudir el polvo de nuestras cabezas, llegamos a la hidroeléctrica. No es nada más que las ruinas de una antigua central que se posa junto al río, donde decenas de combis se aglutinaban para dejar a los cientos de viajeros que se disponían a llegar a Aguascalientes. Algunos mercantes han aprovechado y han abierto puestos de comida a lo largo del complejo. No obstante, lo que más llama la atención es el tren.
     


     
    En vista de la creciente afluencia turística, se construyó una vía desde la central hasta Aguascalientes (aparte de la ruta directa Cuzco – Aguascalientes). Los menos osados prefirieron tomar el tren, cuyo ticket cuesta alrededor de 23 USD. Fuera de ello, la única opción es caminar. Por supuesto, fue la que nosotros tomamos.
     
    Al ser los últimos en arribar, la mayoría de los viajeros nos habían dejado atrás. Como ya habíamos pagado la vuelta con la misma agencia de viajes, confirmamos nuestra hora de retorno para el día domingo. Colocamos protector solar y repelente en nuestra piel, y comenzamos la travesía.
     


     
    El paisaje había ya cambiado bastante. Dejamos atrás las altas montañas nubladas de clima seco y nos adentramos en las húmedas yungas peruanas. Es increíble ser testigo del contraste que marca el fin de la cordillera andina y el comienzo de la selva amazónica
     
    Se podían escuchar los estruendos del río Urubamba en su rápido avanzar por el cauce. Un pitido anunciaba el paso del tren, con el cual debíamos abandonar las vías férreas y caminar por las orillas. El camino era bastante plano, lo cual agradecimos infinitamente. Pronto, un simpático perro se unió a nuestro grupo de trekking Lo llamamos Chapo (en honor al narcotraficante más poderoso de México).
     


    "Chapo", nuestro acompañante en la caminata
     
    El sol empezó a desvanecerse entre las tenues nubes que aparecían en el cielo, ayudado por las prominentes copas de los árboles que encuadraban nuestro sendero. Bordeamos gran parte del río, que a su vez era costeado por los montes verdes, típicos del paisaje del valle de Machu Picchu (sí, esos que se ven en las fotos de google).
     
     


     
    Ligeras gotas comenzaron a caer, pero nada de qué preocuparse. La jornada fue bastante amena al lado de tan encantadores colombianos No cabe duda del por qué su alegre personalidad ha adquirido tanta fama a nivel mundial.
     
    Luego de más de 2 horas y media de caminata llegamos a la primera bifurcación, donde al tomar el camino de la derecha me topé con un gringo que estaba un poco perdido. Lo auxilié y entablé una conversación con él, que se prolongó hasta que apareció frente a nosotros aquella aldea mítica. Una encantadora mini masa urbana que parecía haber sido dibujada por una especie de dios en el medio de un valle sagrado. Era Aguascalientes.
     


    Nuestra primera vista de Aguascalientes
     
    Nada de lo que pude imaginar sobre el sitio en el que haría noche pudo haberme cautivado más que mis primeros avistamientos del pueblo. Modestas edificaciones que se asomaban al final del horizonte, marcado por el tumultoso río y la montaña a la que subiría al día siguiente.
     
    Cuando el primer hotel se mostró frente a nosotros, había perdido a los colombianos, quienes se habían rezagado muchos pasos atrás. Como era de esperarse, los caza-turistas aparecieron, y comenzaron a ofrecernos alojamientos a precios baratos (en español y en inglés). Entonces me di cuenta de lo mal que nosotros podíamos hacerle a aquel mágico pueblo, que había transformado sus tradiciones indígenas en aras de capitalizar su tesoro más preciado y obtener toda la plata posible de ello.
     
    Primero que nada, el gringo y yo compramos nuestras entradas a Machu Picchu en la oficina de turismo de Aguascalientes. A pesar de ser un pueblo tan pequeño, aquí se puede encontrar de todo. Desde lujosos hoteles, restaurantes, cajeros automáticos, internet y agua caliente, hasta las pequeñas chozas donde vive a gente nativa que, en su gran mayoría, viven precisamente del turismo. Es sin duda un sitio mágico que da el mejor recibimiento al viajero antes de ascender a la cumbre sagrada de los incas.
     


     
    Tratando de mantenernos lo más lejos posible del globalizado estado actual de Machu Picchu, nos alojamos con una señora nativa que nos ofreció una cama por 15 soles en su precario hostal, donde el gringo y yo compartimos habitación con Kati y Fabrice, dos franceses que habían bajado desde Quebec hasta Sudamérica. Con el sonar del río que pasaba junto a la habitación y con el sol ya casi en su ocaso, fue sin duda el mejor lugar para pasar la noche en aquella yunga legendaria
     


     
    Luego de una espléndida ducha fría en aquel clima cálido húmedo, el gringo y yo salimos por unas cervezas a un bar local, donde vi pasar a Jennifer y René. Habían encontrado una habitación muy cerca. Nos quedamos de ver la mañana siguiente pasa subir juntos a Machu Picchu. Cuando la lluvia empezó a caer, el mesero nos tomó la cuenta y corrimos de vuelta al hostal, para madrugar al día siguiente y comenzar la jornada con la mejor actitud.
     
    La alarma sonó a las 5 am. Tomé un modesto abrigo para el sereno de la mañana, mis dos plátanos que había comprado el día anterior y mi botella de agua. Cuando salimos a la calle, una muchedumbre de todas nacionalidades caminaba hacia la salida del pueblo, todos por supuesto con el mismo destino. Kati, Fabrice y el gringo se adelantaron, pues ellos habían comprado su entrada para subir al Huayna Picchu (el famoso pico tan fotografiado que vigila a la ciudad de Machu Picchu). Debían estar en la entrada a las 7 am, y subir la montaña a pie no es nada fácil ni rápido. Esperé a los colombianos fuera de su hostal casi 20 minutos. Al ver los rayos del sol en el horizonte, decidí seguir mi camino solo y encontrarme con ellos arriba.
     
    A la salida del pueblo, un motín de autobuses se disponía a subir cada pocos minutos a grupos de turistas que preferían pagar 10 USD que andar a pie hasta la cima. Yo pensé “vaya aventura que se están perdiendo”. Cuando miré hacia arriba y comencé a subir, definitivamente los comprendí
     
    No sabía si mi estado físico era demasiado malo o si en verdad los incas tenían unos músculos de hierro Después de unos 30 minutos cuesta arriba cada paso parecía una eternidad. Entre cada bocanada de aire mis piernas sólo gritaban “¡para ya!”, mientras el palpitar de mi corazón se aceleraba a la par del ritmo en que el sol ofrecía su mágico alba sobre mí. El calor y el sudor empezaron a sofocarme, y me obligaban a tomar descansos a pocos escalones de distancia Comí mis dos únicas bananas y más de la mitad de mi litro de agua para cobrar las fuerzas de seguir adelante.
     


    Valle que rodea Machu Picchu
     
    Por un momento me sentí único, con las espléndidas vistas que el valle me ofrecía mientras más alto subía. Sólo se escuchaba el lejano andar de los camiones de turistas. Hasta que de pronto, el Huayna Picchu apareció a lo lejos, cuando en seguida arribé a la cima, donde los miles de turistas se ponían bloqueador solar para ingresar al parque de Machu Picchu. Tras un menudo descanso, coloqué más bloqueador y repelente en mi piel y me dispuse a seguir con la jornada. No hace falta mencionar los estrepitosos precios de los productos (y del baño) que se ofrecen en el parque, por lo que decidí sobrevivir con la cantidad de agua que me quedaba.
     
    No fue sino hasta que tuve la ciudad custodiada por el Huayna Picchu frente a mis ojos que de verdad me di cuenta de dónde me encontraba parado (más bien, sentado ).
     


     
    Es la extraña y reconfortante sensación de viajar a un destino must go, cuya obligada visita nos persigue desde años atrás (es el caso de la Torre Eiffel, el Coliseo Romano o la Muralla China). Si bien la torre Eiffel había cumplido pocas de mis expectativas preliminares, Machu Picchu es simplemente eso: otro mundo, otra historia, otra esencia, otra magia.
     
    En ese momento no importaba la cantidad de figuras humanas que se veían caminar por los pasillos de la ciudad. No importaba en cuántos idiomas se oía hablar a los guías turísticos. No importaba que hubiera gastado mi presupuesto de una semana en dos días. Y ya no importaba el dolor de mis piernas, para entonces dormidas. Me levanté luego de un descanso y seguí la ruta. Machu Picchu tenía mucho más para sorprenderme
     
    Pasé de largo la famosa piedra donde todos los turistas se toman selfies y piden matrimonio a sus parejas, y seguí cuesta arriba hasta La Casa de los Guardianes. Es una pequeña cabaña de vigilancia en lo alto de un montículo, desde donde se puede distinguir fácilmente la división de la ciudad: su zona urbana y su zona agrícola.
     


    Casa de los Guardianes, en lo alto de la colina
     
    Una de las maravillas de Machu Picchu son los andenes de cultivo, que lucen como grandes escalones a las laderas de la montaña. Sus paredes de roca y su relleno de tierra permitían drenar el agua para fines agrícolas. La gran pluviosidad de la zona permitió a los incas sobrevivir en tan extrema ubicación.
     


    Sistema de cultivos
     
    Antes de bajar del área de guardianes, Jennifer y René aparecieron, grabando con su videocámara junto a mí. Amablemente me invitaron parte de su sándwich de jamón y queso, antes de descender juntos a la zona urbana del complejo.
     
    Machu Picchu era de por sí una ciudad de difícil acceso para los pueblos enemigos. No obstante, todo su perímetro estaba amurallado. De esta forma, la única entrada a la ciudadela es una puerta ubicada al sur, por donde todavía entran los visitantes.
     


    Única puerta de entrada a la ciudad
     
    Prácticamente son pocos los accesos que están actualmente señalizados. Pero los guardias del recinto suelen ser bastante estrictos, y no permiten a uno seguir su propio camino, sino el que todos los turistas toman con sus grupos. A veces es un poco complicado, pues casi no hay flechas que digan a dónde seguir
     
    De esta forma, iniciamos el recorrido por el Templo del Sol, que fue utilizado para ceremonias alusivas al solsticio de junio. Posee una ventana por donde los rayos del sol del 21 de junio penetran exactamente por sus bordes.
     


    Templo del Sol
     
    Más adelante nos topamos con la zona de viviendas, donde habitaban la mayoría de los pobladores. La más fina por supuesto, es la Residencia Real, que incluye incluso una terraza con vista al lado este de la ciudad. A diferencia de las edificaciones que había visto hasta entonces (de aztecas y mayas), los techos de los incas eran triangulares y cubiertos de paja. Quizá se debía a la cantidad de precipitaciones que tenían lugar en el valle.
     


    Antiguas viviendas incas
     
    Entre el Templo del Sol y las viviendas se entrelazan una serie de fuentes artificiales, cuya agua corre desde el cerro Machu Picchu (al sur). Las corrientes de agua servían también para regar los cultivos del este. Los incas fueron realmente unos expertos en ingeniería
     
    Seguimos adelante hacia el lado oeste de la ciudad, desde donde tuvimos vistas de los Andes más elevados, cuyos picos nevados desaparecían entre las nubes que poco a poco se avecinaban. A pesar del quemante sol de mediodía (sobre mi piel todavía pelada por aquel día en Lima ), apresuramos el paso, antes de que los cumulonimbos nos rociaran con su lluvia.
     
    Llegamos a la Plaza Principal, que está rodeada por el sector de templos, siendo los más famosos el Templo de las Tres Ventanas y el Grupo de las Tres Portadas. Otra de las cosas que sorprenden de la ingeniería inca es la forma de rompecabezas que sus construcciones parecen ostentar. Una roca sobre otra tallada a la exactitud de las medidas. Algunas de ellas, incluso, ni siquiera tienen una forma cuadrada sino aristas inclinadas y con líneas irregulares, sostenidas sin ningún tipo de cemento o mezcla.
     


     
    Nos encontramos con unas simpáticas llamas símbolo mundial del Perú. Enormes grupos de turistas disfrutaban de tomar fotos y acariciar a estos joviales camélidos, que parecían estar más que acostumbrados a las miradas de extraños que se sentían atraídos por ellas
     


     
    Exhaustos, bajamos hacia el final del recorrido: el Templo del Cóndor y el grupo de depósitos o Qolcas. En este primero hay una piedra en el medio del patio, en el que muchos creen ver representado un cóndor, ave sagrada de los Incas y símbolo de los Andes. Realmente me hubiera ser el afortunado que pudiera haber avistado el solitario vuelo de esta gigantesca ave
     
    Luego de casi 5 horas recorriendo toda la ciudad (que parecía pequeña desde lo alto de la Casa de los Guardianes ) retornamos a la entrada principal, donde muchos abordaban el autobús para volver a Aguascalientes. Indispuestos a gastar un centavo más, Jennifer, René y yo bajamos nuevamente a pie toda la montaña. Esta vez el esfuerzo fue menor, y llegamos al pueblo cerca de las 2 de la tarde.
     


    Descenso de vuelta a Aguascalientes
     
    Tomé una ducha y caí muerto en mi cama. Cuando desperté pocas horas después, Kati y Fabrice habían vuelto ya. Su travesía había sido el doble que la mía, pues habían escalado además el Huayna Picchu. No quisieron salir, sino reposar en el hostal. Además, Fabrice tenía seriamente lastimada la rodilla. Son los gajes de visitar maravillas como esta
     
    Compré algunos souvenirs y comí algo en el mercado local de Aguascalientes. Luego de unos deliciosos picarones regresé al hostal y me dispuse a descansar. El gringo había vuelto directamente hasta la central hidroeléctrica ese mismo día (pobre de él). Así que al siguiente día quedé de caminar de vuelta con los franceses.
     
    La pareja y yo tomamos un desayuno en el mercado y emprendimos la caminata, no sin antes colocar un vendaje en la rodilla de Fabrice (es bueno ir preparado para toda eventualidad de emergencia ). Sin tanta prisa, caminamos lento en solidaridad con él y llegamos a la hidroeléctrica en 3 horas. Ahí, me despedí de los franceses (cuyo blog recomiendo leer http://lesvoyagesdekatietfabrice.overblog.com/ a los que sepan francés) y me reencontré con los colombianos para tomar juntos la combi de vuelta a Cuzco.
     
    Fue un viaje de 6 horas hacinado en los mismos incómodos asientos y con el mismo imprudente conductor Ésta vez me tocó ir sentado junto a un holandés que hablaba muy bien el español y que era fan de la música latina. Se vio muy interesado en conocer todo sobre México, y platicamos a lo largo de todo el viaje. Empezaba a conocer a mucha gente en tan poco tiempo; y era algo que disfrutaba Me recomendó dirigirme al lago Titicaca en Bolivia después de dejar Perú. Tomé su consejo bastante en serio.
     
    Llegamos a Cuzco a las 9 pm. No tenía ningún plan en absoluto. Jennifer y René se dirigían hacia Puno para después cruzar a Bolivia. Decidí seguir mis instintos y continuar mi aventura con ellos. Volví por mis cosas al hostal y tomamos un taxi a la central de autobuses, donde cogimos el próximo bus a Puno, donde transbordaría a mi siguiente destino, todavía incógnito...
     
    Los invito a ver el resto de las fotos del legendario Machu Picchu :
     
     
  2. AlexMexico
    Una semana en Marruecos pasó flotando sobre mi calendario. Cuando menos lo esperaba, me encontraba trabajando en la terraza del hostal en Fez, donde pasé mi última noche en el país que me había mostrado una cara muy distinta de los viajes de mochila a los que me había enfrentado hasta entonces.
    Aquella misma tarde, un taxi compartido me llevó hasta el aeropuerto internacional de Fez, donde por fortuna Ryanair había abierto rutas desde hacía ya varios años, abriendo las puertas de África a los mochileros de Europa.
    La aerolínea de más bajo costo me llevó de vuelta al viejo continente en un cansado e incómodo vuelo, donde una niña no paró de llorar, y donde los abarrotados asientos rechinaban en cada pequeña turbulencia que atravesábamos.
    Mi vasta experiencia comprando vuelos en Europa parecía no haberme enseñado las lecciones suficientes hasta esa noche de invierno, cuando me di cuenta de que el aeropuerto Charleroi no era el aeródromo principal de Bruselas, sino una pequeña pista de aterrizaje a una hora de distancia de la ciudad.
    Así, el dinero ahorrado en la adquisición de aquel vuelo barato se fue a la basura con los 17 euros que debí pagar para llegar a la capital belga, donde tenía ya reservadas dos noches en el hostal Van Gogh, en el centro de la metrópoli.
    Pisar de nueva cuenta el suelo europeo no fue tan gratificante como pensaba. Mis deseos de volver al frío y húmedo invierno que se vivía eran escasos. Pero la animada vida de una ciudad como Bruselas me invitó a pensar lo contrario, y sentirme agradecido de volver a lo que ya sentía como mi segunda casa.
    Aunque a más de 700 kilómetros de Lyon, donde entonces estaba viviendo, Bruselas me cobijó como si fuera un miembro local. Con el limpio francés de sus habitantes, la hospitalidad con la que me recibieron en un albergue juvenil, el calor de un café espresso con galletas y las deliciosas papas fritas que aguardaban por mí al siguiente amanecer.
    Si bien mi primera mañana no pude evitar extrañar los desayunos marroquíes, con su mantequilla casera, sus crepas, sus huevos con pimienta y su té de menta, el desayuno en el hostal Van Gogh me dejó más que satisfecho, y listo para empezar mi primera jornada en Bélgica, la primera vez que pisaba aquel diminuto pero importante país de Europa occidental.
    La mañana era nublada, nada raro para mi primer día. Había ya sido advertido de que Bélgica es la bañera de Europa, donde la lluvia parece no cesar a lo largo de todo el año.
    El distrito del pequeño Manhattan a unos pasos del hostal me dejó entrever la moderna cara de Bruselas, lo que en realidad cumplía el estereotipo que se esbozaba en mi mente sobre aquella zona metropolitana.

    La capital de un país, la capital de un reino, pero sobre todo, la capital de Europa, donde los miembros de la Unión Europea decidieron establecer su sede, debido a la política neutral de Bélgica.
    No obstante, aquel pequeño país ha sido la disputa de varias naciones del viejo mundo durante siglos. No por nada se ganó el apodo de “el campo de batalla de Europa”.
    Pero como una de las naciones más jóvenes del occidente europeo, parece haber sido el lugar perfecto para desarrollar a Zentropa (el centro de Europa).
    Al lado del pequeño Manhattan, un barrio lleno de edificios de hormigón y rascacielos, da comienzo el centro histórico de la ciudad, que aunque algo pequeño comparado con otras capitales, sigue luciendo con orgullo su encanto que le ha valido el reconocimiento de la UNESCO.

    Los edificios del gobierno local y construcciones como el Teatro Real de la Moneda muestran que Bruselas es digno de admiración en comparación con sus ciudades hermanas.

    La arquitectura neoclásica y hasta haussmaniana de sus calles centrales me dejaron ver una Bruselas que no esperaba.

    Pero perdido algunos pasos bien adentro, una imagen flamenca de Bruselas me llevó a lo que mi mente esperaba.

    Aquel es el perfecto contraste de una dura realidad que ha enfrentado Bélgica desde su fundación. La división de un país en dos: Flandes y Valonia.
    Históricamente, Bélgica formó parte del Reino de los Países Bajos desde su nacimiento. Sus provincias solían ser llamadas “los Países Bajos del Sur”.
    Su situación geográfica la llevó a adoptar una gran influencia de las naciones circundantes, como Alemania, pero sobre todo, de Francia.
    Aunque los Países Bajos pertenecieron al rey Carlos V de España por mucho tiempo, el reino batalló para separarse de ellos, hasta que lo logró, convirtiéndose en los actuales estados de Países Bajos y Bélgica.
    Pero Bélgica heredó un enorme desafío: una comunidad bilingüe y dos tipos de identidades nacionales: la francófona y la flamenca.
    Flandes, la región norte del país, es una rica e industrializada zona proveniente de la cultura neerlandesa, donde se habla el flamenco, un dialecto del neerlandés.
    Valonia, en cambio, conforma el sur del país, una región católica de habla francesa que ha combatido contra su rival desde el nacimiento del nuevo reino.
    Bruselas es el punto intermedio entre ambas regiones, y es la ciudad bilingüe por excelencia, donde la batalla entre el flamenco y el francés va más allá del idioma. Como bien me dijo un amigo, todos en Bruselas hablan francés. Pero si de verdad quieres ser exitoso en esta ciudad, es imperativo hablar el flamenco.
    Si bien algunos imponentes edificios denotan una fuerte influencia de la vecina Francia, algunas de las mayores joyas de Bruselas nacieron completamente de Flandes.

    Prueba de ello es la Grand Place, el Patrimonio de la Humanidad que pone a Bruselas en el mapa del mundo.

    El palacio gótico del Ayuntamiento domina la explanada que marca el centro nuclear de la ciudad, con su enorme torre puntiaguda que recuerda al nacer del medievo tardío.

    Pero sus alargados edificios con altos ventanales y fachadas en detalles dorados son la viva herencia del esplendor de Flandes.

    Y no cabe duda que aquella mansión negra que hoy alberga al Museo de Historia de Bruselas es un ícono que pocas veces se encontraría en otra ciudad de Europa.

    La Grand Place es el lugar donde una vez al año se tienden las coloridas alfombras de flores que presumen a Bélgica ante el mundo entero. Y es el lugar donde los grupos de turistas se aglomeran en su paseo por la capital europea.

    Para huir un poco de aquellos tumultos que se empezaban a formar, decidí caminar un poco hacia el norte, hacia un viejo edificio que los miembros del hostal me habían recomendado.
    No tenía nada de especial, Una fachada cualquiera y un frío interior residencial. Pero subir a su estacionamiento era gratis, desde el cual se tenía una hermosa vista de la ciudad.

    Claro que con la lluvia y una niebla que había empezado a caer, la panorámica no era tan bella como me habían contado. Y con el mal humor que suele generarme el exceso de agua, fue momento de bajar y hacer algo de tiempo en un café.

    Bruselas era como estar de vuelta en Francia. La gente andando por sus calles, hablando con el mismo acento al que ya me había acostumbrado, bebiendo un espresso, comiendo patatas fritas en un cono, escuchando rap franco-árabe, entre bonitos edificios que contrastan con los grafitis de las tribus juveniles modernas.

    Incluso su catedral, la Catedral de San Miguel y Santa Gúdula, tiene un cierto parecido con la catedral de Notre Dame de París desde cierto ángulo.

    Pero había varias cosas que separaban por mucho a Bélgica de su hermana del sur. Y poco a poco empezaría a descubrirlas.
    Cuando la lluvia paró un poco, avancé hasta el parque Mont des Arts, una verde explanada de jardines ingleses ante cuyos pies se extiende el centro de Bruselas.

    Orillado por los bellos edificios flamencos, que ya desde entonces comenzaban a enamorarme, es el lugar donde algunos artistas callejeros intentan ganar algunos euros entreteniendo a los turistas.

    Pero ante todo, es el lugar desde el que se aprecia mejor la antigua cara de Bruselas, que a pesar de la lluvia me dejó un exquisito sabor de boca.

    Al otro lado del parque, la iglesia de Santiago da comienzo a otro de los importantes barrios de la ciudad.

    Detrás de él, el Palacio Real de Bruselas apareció como otro imponente castillo europeo que sigue siendo la residencia del monarca, el rey Felipe de Bélgica.

    Hay veces que los turistas olvidan que Bélgica sigue siendo una monarquía. Pues bien, el Palacio Real le recuerda a todos que una familia real sigue al frente del país como jefes de Estado.

    Pero se trata de una monarquía parlamentaria, como la mayoría de las modernas monarquías europeas. Y su cámara de representantes parlamentarios está justo al frente del palacio, dejando en claro la identidad democrática del país.

    La avenida que nace de los jardines reales me llevó hacia la otra cara de Bruselas. El moderno y más conocido rostro de la metrópoli: su barrio europeo.
    Los edificios que acogen a las distintas instituciones de la Unión Europea hacen de Bruselas la verdadera Zentropa. Una especie de Ginebra en la cara occidental del continente.

    La concentración de la administración europea ha impulsado también la economía local hacia las nubes, haciéndola una de las ciudades más prominentes.
    Sin embargo, la política internacional le ha valido a Bruselas enemigos inconformes con el sistema, lo que la ha llevado a estar en el foco rojo del terrorismo durante los últimos años, sobre todo después del atentado del 2016.
    El parque Leopoldo se encuentra en el medio del quartier européen, y es uno de los varios pulmones que permiten a Bruselas respirar.

    Tras él, un moderno edificio de cristal alberga la sede del parlamento europeo.

    En realidad, Bruselas es una de las tres capitales de la Unión Europea, ya que las sesiones plenarias de llevan a cabo también en Luxemburgo y Estrasburgo, esta última siendo la sede oficial del parlamento.

    Mi caminata por la cara más internacional de Bruselas fue linda. Pero para mí había llegado la hora de probar algo más local.
    No había mejor forma de empezar que acudiendo a un supermercado. Si el viento me había arrastrado hasta Bélgica debía probar su chocolate y su cerveza.
    Existen múltiples confiterías a lo largo de la ciudad, pero un chocolate de marca local podía saciar ese apetito. Y una barra de Côte d’or rellena de coco fue sin duda una excelente elección.

    En cuanto a la cerveza, mi tarde estaba apenas por empezar. Las cervecerías locales me ofrecían una cantidad gigantesca de opciones, ante las cuales no sabía cómo reaccionar. Así que dejé que mi intuición me guiara y cogí una botella de Westmalle tripel, que disfruté de vuelta en el hostal al no saber si beber alcohol en la calle era algo permitido en aquella ciudad (luego sabría que lo es).

    Después de un almuerzo precedido por un buen aperitivo con cerveza, salí a dar una última ronda por las atracciones que la ciudad aún tenía para mí.
    La primera escala me llevó de vuelta a cruzar el centro histórico, dejando al desnudo los frescos que ponen en alto a la historieta belga, un país donde los cómics son tan importantes como en Estados Unidos o Japón.
    Las bandes dessinées franco-belgas se han ganado el amor del público alrededor de todo el mundo, con títulos como Ásterix el galo, Los Pitufos y el simpático Tintin, a quien descubrí bajando la escalera de incendios al costado de una vieja construcción.

    Muy cerca de allí, un niño de bronce que sostiene su miembro para dejar salir el orín sobre el asfalto se llevaba la admiración de multitudes de turistas.
    El Manneken Piss se ha convertido en una de las principales atracciones de Bruselas, y también forma parte de la lista de las figuras más decepcionantes en el turismo mundial, junto con La Sirenita de Copenhague.

    La estatua no es nada maravilloso. Un pequeño de 65 centímetros de alto de cuyo pene sale agua creando una fuente que da la idea de estar chorreada de orines.
    Pero la fama del niño se debe más bien a la cantidad de leyendas que lo rodean, o al mismo simbolismo del que se le ha dotado durante los años. Hoy el Manneken Piss representa al espíritu liberal de los belgas, lo que le ha ganado ser el objeto más fotografiado de todo Bruselas.

    A unos pasos, cerca de la Grand Place, otra leyenda rodea a un Jesucristo recostado sobre un retablo de bronce. Aquel que toque su brazo se dotará de buena suerte, y tendrá la fortuna de volver a Bruselas.

    Junto al Manneken Piss y a la Grand Place, otro monumento ha hecho de Bruselas un símbolo mundial, y aunque bastante lejos del centro histórico, no podía irme sin tomar al menos una fotografía.
    Se trata del Atomium, la imagen más moderna de Bruselas. Una estructura de más de 100 metros de altura que representa a un cristal de acero.

    Lo que se construyó para permanecer seis meses durante la Exposición de Bruselas de 1958 se ha mantenido en pie como una verdadera atracción hasta nuestros días, y se ha convertido en la Torre Eiffel de la capital belga.
    De vuelta en mi hostal, la noche apenas empezaba a caer, y yo arreglaba otro de mis tantos reencuentros en Europa.
    Dos años atrás, Víctor había llegado a mi ciudad natal en México para conocer el mejor carnaval del país. Y un mes más tarde, viajamos juntos a la zona arqueológica de El Tajín, donde compartimos una tienda de campaña para disfrutar dos noches de un festival de electrónica en medio de la antigua capital totonaca.
    Ahora yo estaba en Bruselas, la ciudad que lo vio nacer. Y en muestra de su agradecimiento, se ofreció a mostrarme la vida nocturna de la capital.
    Tomé así el tram hacia la estación Churchill, al sur de la ciudad, a unos pasos de donde él vivía con sus padres y su hermano gemelo.
    Una voz en los altoparlantes del tranvía me hicieron saber que dos estaciones estaban cerradas de manera indefinida. Pero a pesar de las sirenas de la policía que se oían en la calle, no me levanté de mi asiento y seguí de largo hasta mi destino.
    Víctor me recogió fuera de la estación y me llevó a su casa, a donde su cuñada arribaba al mismo tiempo que nosotros.
    —Hay una alerta de ataque terrorista —nos hizo saber rápidamente—. Encontraron a un hombre que se pasó tres semáforos en rojo y que en su coche llevaba tres bombonas de gas. Está identificado por la policía como un radical. No sé ustedes, pero yo no pienso salir de casa esta noche.— finalizó con seguridad.
    Víctor volteó a verme, sintiéndose culpable de que aquella noche, mi fin de semana en Bruselas, una alerta como aquella se lanzara al público, en una ciudad que normalmente suele ser pacífica.
    — No te preocupes —me dijo—. No dejaré que te quedes en casa hoy, seguro que no pasará nada.
    Con la confianza en él y en mí, accedí a salir. No podía perderme la noche de Bruselas por un solo hombre que manejaba con gas en su automóvil.
    Me llevó entonces a cenar, tras lo cual nos vimos con su mejor amigo, Antoine, en el bar Celtica, un pub local donde se ofertaba la cerveza Brugs a un euro.

    Aquella cerveza rubia era casi igual de buena que la Westmalle que había probado en la tarde. Pero pagar tan solo un euro por ella la hacía todavía mejor.
    Con los éxitos de Stromae sonando al fondo, Antoine y Víctor se acercaron a mí con un tarro de cerveza de barril. —Haremos un cul sec —me dijeron—. Será tu bienvenida a Bruselas.

    El cul sec (literalmente “culo seco”) significa beber el vaso entero de alcohol de un solo trago. Todo bien cuando se trata de un shot de tequila, pero pasar medio litro de cerveza de barril por mi garganta no fue una tarea con la que pude lidiar.
    Con el cerebro congelado tras un fallido intento de cul sec, ambos me sacaron del bar para llevarme al Café Delirium, la mejor cervecería de Bruselas.

    El elefante rosado de Delirium ha cobrado fama internacional, sobre todo por ostentar el récord Guiness como el bar con la carta de cerveza más grande del mundo.
    Cuando el barista me dio el menú, el peso me llevó a dejar caer los brazos sobre la barra. Aquello no era una carta, era una verdadera guía de cervezas provenientes de todos los rincones del mundo.
    ¿Cómo podría elegir una cerveza? ¿Una sola marca entre más de dos mil opciones?
    —Dame una cerveza local —le dije al oído—. La que quieras y que sepas que está buena.
    Una Tripel Karmeliet fue la elegida por el empleado, tras la que siguieron un par de pintas más que me dejaron casi en las nubes.

    Si Francia es la capital del vino, Bélgica lo es con la cerveza. Y beber cerveza en Bruselas no se compara con hacerlo en ninguna otra parte del planeta.

    Lo que un par de cervezas suele hacer conmigo en México no tiene comparación con lo que lograron en el Delirium. Es por ello importante conocer el porcentaje de alcohol presente en cada botella. La cerveza mexicana al lado de la belga parece ser solo agua fermentada.
    Así fue como me vi obligado a rechazar la siguiente invitación de Víctor, quien quería llevarme a un tercer bar a beber absenta, la bebida prohibida de Europa que tiene más de 80% de alcohol.
    —Si haces eso conmigo acabaré con un coma etílico en un hospital —. Así que lo mejor para ambos fue dar por terminada la noche y evitar peores consecuencias.
    Agradecido con Víctor por aquella introducción a la vida nocturna de Bruselas, volví a mi hostal para descansar y tratar de dejar salir el alcohol de mi cuerpo. Al otro día debía tomar un tren con dirección norte, para adentrarme en los aposentos de la Bélgica flamenca.
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