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  1. México es un país de Latinoamericana con varios atractivos turísticos para descubrir… Ciudades grandes y muy activas cargadas de historia y de arquitectura tradicional, eventos, playas de arenas blancas para quienes buscan algo de relax, vestigios arqueológicos para quienes buscan conocer más sobre el pasado de estas tierras y una interesante y variada gastronomía la cual ha sido reconocida como Patrimonio Cultural e Inmaterial de la Humanidad... La Capital de México, una gran ciudad El Distrito Federal, nombre que recibía anteriormente la Ciudad de México, es una de las aglomeraciones más grandes del continente americano y del mundo. Es una ciudad cargada de historia ya que fue fundada en el año 1325 por los mexicas. La capital de México lleva el mismo nombre que el país y es una interesante ciudad para descubrir por su activa vida urbana, museos, sitios históricos, festivales, tiendas y restaurantes. Uno de los imperdibles de la Ciudad de México es descubrir su centro histórico el cual fue declarado como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, es un sitio ideal para descubrir la cultura tradicional. Cancún: playas de arenas blancas Las arenas blancas y las aguas turquesas del Mar Caribe son uno de los motivos para disfrutar de las playas de Cancún. Se encuentra un importante arrecife de coral, un apasionante entorno selvático y muy próxima a las playas pueden visitarse vestigios arqueológicos. Acapulco: un balneario tradicional Siguiendo con las playas de México, otro de los destinos para quienes desean disfrutar del mar, sol y arena, es Acapulco un tradicional balneario y uno de los más antiguos del país. Acapulco cuenta con varias playas y muchos centros comerciales. Uno de sus eventos más importantes es la Mega Feria Imperial Acapulco, se trata de un evento enfocado en el entretenimiento, cultura y gastronomía. Además se puede disfrutar de espectáculos, conciertos, pistas de hielo, nieve y mucho más. Guadalajara una ciudad para descubrir a través de su cultura Otra de las ciudades más pobladas de México es Guadalajara, un sitio con una intensa vida urbana donde tienen lugar importantes festivales. Guadalajara es una ciudad que sorprende a sus visitantes por su arquitectura, se pueden ver edificios públcos de estilo que han sido preservados manteniendo su estilo original. El paisaje urbano se completa con fuentes, glorietas, templos, Iglesias, conventos y con plazas públicas que resguardan en su interior a grandes monumentos que constituyen verdaderos emblemas de la ciudad. Chichén Itza: un icono de las Ruinas Mayas México es un país muy conocido por sus playas y también por su arqueología. Al pensar en México muchas veces se nos viene a la mente sus postales de sitios arqueológicos como es el caso de Chichén Itzá, uno de los principales sitios histórico arqueológico ubicado en la penínsua de Yucatán. Un mundo de sabores... Una de las maneras de descubrir los destinos que visitamos, es a través de sus aromas y sabores. La gastronomía de México fue reconocida por la UNESCO como Patrimonio Cultural e Inmaterial de la Humanidad. La base de la cocina mexicana deriva de la época prehispánica caracterizada por el uso de ingredientes como maíz, frijoles, chile, calabaza, aguacante, vainalla y otros condimentos. Es importante mencionar que la cocina mexicana fue influenciada por la de otras culturas como la española, francesa, africana, de Oriente Medio y de Asia, a la vez que también logró influenciar otras culturas aportando al mundo condimentos y alimentos como el maíz, los frijoles, el cacao, el aguacate y muchos otros más. Entre las principales bebidas que acompañan los platos mexicanos se encuentra el mezcal y tequila. Para quienes no desean probar bebidas con alcohol se encuentran otras opciones como las aguas frescas las cuales son elaboradas con frutas, el chocolate y el atole. Esta última es una bebida preparada con maíz cocido, molido y diluido en agua o en leche. Uno de los platos más populares y que no se pueden dejar de probar si visitas Mexico, son las fajitas, un plato que consiste en una combinación de carnes y verduras con distintas salsas. Otro plato muy similar son los burritos los cuales se preparar con los mismos ingredientes contenidos en tortillas de maíz o de harina. La principal característica de este plato es que incluye frijoles fritos, ingrediente esencial de este plato que no puede faltar. Se suman a la lista de platos para degustar, las quesadillas las cuales se preparan con tortillas de maíz o de trigo con abundante queso. A la hora de probar quesos, es importante saber que el más popular es el queso panela, tiene un aspecto muy similar al queso de cabra, se trata de una herenia de la gastronomía de Grecia. En cuanto a los postres o algo dulce y rico las opciones también son muchas y variadas... Están los churros mexicanos generalmente rellenos con chocolate, los postres fríos como el de limón y los buñelos. Las frutas también son muy utilizadas en los postres como en los polvores de naranja y las cocadas. Este último es un postre tradicional playero a base de coco.
  2. Hastiado del invierno, de la nieve, de aquello cielos plomizos que abatían cada una de mis fotos, por fin llegó el momento de volver al sur de Europa, que aunque todavía a tres o cinco grados centígrados, me hacían sentir como que el verano se había adelantado. Así comencé febrero volando hacia el último destino de mi Eurotrip: Roma, la Ciudad Eterna. WizzAir me llevó desde Varsovia hasta la costa de Lacio, en los hangares del Aeropuerto Internacional Leonardo Da Vinci, mejor conocido como Aeropuerto de Roma-Fiumicino, el más grande de Italia. Sorprendentemente Roma había sido el único lugar donde no había podido conseguir alguien que me alojase a través de Couchsurfing. Aunque un alma caritativa proveniente de Irlanda me había ofrecido un techo el siguiente día. Así que tomé el bus hacia la central de trenes, cerca de donde había reservado un hostal para mi primera noche. Allí conocí a Gaby, una mexicana de Tijuana que también terminaba su intercambio en España, y con quien compartiría mi siguiente jornada. A pesar de la ligera llovizna que azotó la capital italiana la siguiente mañana, el sol por fin me sonrió, alumbrando toda la extensión de la milenaria capital del Vitrubio. Es imposible en algún texto, obra o discurso describir lo que es y lo que significa Roma. Una metrópoli que hoy posee unos 4 millones de habitantes (no tan grande comparada con otras capitales mundiales), pero que ha sido por siglos el centro político, social, cultural, religioso, artístico, lingüístico, filosófico y moral de todo el mundo occidental. Lugar de nacimiento y derrumbe del Imperio Romano y sede de la Iglesia Católica, no cabe duda de por qué Roma había sido elegida como mi último destino en Europa. Una ciudad que, por más turística que sea, es vital visitar al menos una vez en nuestra vida. Con solo tres noches por delante y un muy pequeño presupuesto disponible, dado que era el final de mi viaje, conocer la mayoría de las reliquias romanas sería un gran desafío. Pero tenía una ventaja: ¡Roma es el mayor museo al aire libre del mundo! Y no podía estar más agradecido por tener tanto que ver sin necesidad de pagar un solo centavo. Así que por la mañana Gaby y no nos preparamos y salimos hacia el principal monumento de la ciudad, que por nada podíamos perdernos. El Coliseo romano. La historia de Roma se remonta a la célebre leyenda de Rómulo y Remo, quienes fueron amamantados por una loba y fundaron la ciudad, siendo Rómulo su primer rey en el siglo VIII a.C. Durante los siguientes trece siglos Roma acogería la capital de un reino, una república y un imperio que legarían a la posteridad sus formas de gobierno y que controlarían e influirían a gran parte del mundo. Pero esos trece siglos de poder no terminaron con la llegada de la Edad Media. Su legado hoy sigue vigente. Y una pequeña (y enorme) muestra de su magnificencia es la joya de sus anfiteatros, que ha sobrevivido veinte siglos en el centro de la ciudad. Los anfiteatros eran algo común en los romanos. Eran utilizados para eventos públicos, como peleas de gladiadores, obras de teatro o ejecuciones. Y sus ruinas están presentes a lo largo de lo que alguna vez fueron sus provincias, desde España hasta el Medio Oriente. Pero es el Coliseo de Roma el que mejor se ha conservado. Su capacidad para 50 000 espectadores lo hacían el más grande jamás construido por los romanos. Y hoy como un perfecto símbolo de la Edad Antigua ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y una de las Siete Nuevas Maravillas del Mundo Moderno. Algo que pocos saben es por qué hoy se le conoce como “Coliseo”, cuando no se trata de un coloso, sino de un anfiteatro. Pues su nombre deriva de una antigua estatua, el Coloso de Nerón, que se posaba muy cerca del teatro. La estatua hoy ya no permanece en pie, pero ha heredado su nombre a este inmortal ícono mundial. Justo al lado se yergue el monte Palatino, una pequeña colina donde se cree que nació la ciudad. Y como muestra de su importancia se encuentran a sus pies las ruinas arqueológicas del Foro Romano, que hoy están abiertas a los visitantes, pero que como estudiante pobre no me dispuse a pagar. Aunque para ser sinceros, las mejores vistas las tuve desde el otro lado de sus cercas. Se trata de lo que solía ser el centro de la ciudad de Roma. Lo equivalente a una plaza central hoy en día. Allí, desde tiempos de la república, se concentraban los edificios públicos, instituciones de gobierno, el mercado, los centros religiosos y culturales. Sus calles, que hoy no son más que trazos con piedras apiladas sobre la tierra y la yerba, marcaban las arterias principales de la ciudad, por las que se paseaban los ciudadanos, los senadores y hasta el mismo emperador. El Foro romano fue una de las primeras muestras de los tesoros al aire libre que Roma ofrece a sus visitantes. Sin reservas, filas interminables o miles de guardias de seguridad. Unos metros más al este, cruzando la Vía del Fori Imperiali, otro foro aparece en escena. El Foro Trajano, que lleva el nombre del emperador que lo mandó a construir. La sucesión de foros en el centro de la ciudad denota la huella que cada uno de los emperadores deseaba dejar en Roma. Desde Augusto hasta Julio César legitimaron su gobierno con monumentos que lograron sobrevivir más de dos milenios. Pero no todos los edificios datan de la Edad Antigua. Roma ha sido habitada por muchos siglos y, como centro cultural y artístico de occidente, ha visto pasar casi todas las corrientes artísticas. Justo al norte del Foro Trajano el Palazzo Valentini y las dos iglesias que lo flanquean son una viva muestra del Renacimiento romano, que a partir del siglo XVI dotó a la ciudad de obras de arte inigualables. Y a solo unos pasos se abre la famosa Plaza Venezia, nodo urbano donde confluyen varias de las avenidas importantes en el centro de Roma. Y en ella la conmemoración al estado italiano moderno: el monumento a Víctor Manuel II, rey que unificó Italia en el siglo XIX. Aunque cuna de controversias por estar construido sobre una de las colinas históricas de Roma y sobre lo que solía ser el barrio medieval, el monumento ofrece increíbles vistas panorámicas de los foros imperiales y las plazas alrededor. Y esa mezcla entre cultura clásica, medieval, renacentista y moderna hacen a Roma merecedora de su pseudónimo, la Ciudad Eterna. A escasos metros del monumento a Víctor Manuel II otra célebre plaza nos dio la bienvenida con una hermosa y amplia escalinata tras la que alcanzamos el Ayuntamiento de la ciudad. La Plaza del Capitolio. Y es de esperarse que cada escultura que vigila la escalera antes de llegar a la explanada sea tan exquisitamente cautivadora, pues el lugar entero fue pensado por Miguel Ángel, el artista italiano que llevó al Renacimiento a una de sus máximas expresiones. Michelangelo (nombre original) pasó por muchas de las disciplinas artísticas. Desde la escultura hasta la arquitectura. Y pasó sus últimos años elaborando los planos de algunas edificaciones que embellecerían Roma y toda Italia de por vida. Pero la arquitectura no es lo único que hace bella a una ciudad. Lo más importante es, claro, su comida y su gente. Gaby me llevó a comprar un gelato, postre italiano por excelencia que estaba obligado a probar. La temperatura rondaba los diez grados, pero la llovizna había cesado y el sol brillaba con fuerza. Un buen cono helado no era entonces una mala idea. En cada esquina, un carrito de helados artesanales ofrecía todos los sabores, colores y texturas que pudiéramos imaginar. Elegir un solo sabor era un reto complicado. Pero el heladero estaba allí para persuadirme a lo mejor. El anciano hombre empezó a hablar italiano, a lo que yo nada pude responder. Intenté descifrar lo que decía, pero su pronunciación arrastrada poco me dejó entender. Aunque no dejó que la barrera del idioma impidiera nuestra comunicación. Y haciéndome señas me invitó a entrar a su carrito, señalando la cámara de Gaby, invitándola a tomarnos una foto juntos. Ya los italianos tienen una buena y conocida fama en el resto del mundo por ser alegres y expresivos. Y me había quedado más que claro con aquel heladero, y con tan solo caminar por las calles de Roma. Pieles bronceadas con tonos apiñonados. Ojos verdosos y profundos. Cabelleras castañas y brillantes, siempre bien peinadas. Perfumes discretos y elegantes. Un outfit siempre bien combinado, sin llegar a una moda exagerada ni pretensiosa. Todo acompañado de un dulce y sexy acento y ademanes irradiantes de emotividad. Con una sonrisa por delante. La gente italiana podía ser, sin duda, la más hermosa de Europa. Mucha gente piensa en París como la ciudad del amor y la capital de la moda, con luces, gente elegante y bien vestida. Pero para mí no. Roma era, y es hasta ahora, la ciudad más romántica que he conocido. Sumado a la algarabía de sus habitantes, Roma regala a los turistas una infinidad de monumentos que, por más insignificantes que parezcan, están tan bien detallados que cada esquina puede pasar fácilmente por una obra de arte. Columnas, estatuas, fuentes, iglesias. Callejones orillados por coloridas casonas que con sus macetas colorean a la ciudad y la hacen diferentes a muchas de las grises y uniformes capitales europeas. Y en camino hacia el norte pasamos frente a otra de estas construcciones que engalanan a la capital itálica. Otro de los casi indestructibles recuerdos que los romanos dejaron en la ciudad. El Panteón, un enorme templo que se ha mantenido en pie desde el lejano año 125 d.C. Y no se trata de un cementerio, como podemos entenderlo en español. Sino de un templo dedicado a los antiguos dioses. El edificio con su cúpula y sus columnas griegas es uno de los símbolos vivos y originales que ha ayudado a entender mucho sobre la religión romana. Más tarde llegamos a la Piazza del Popolo, o Plaza del Pueblo, una de las más grandes y visitadas en Roma. En el centro de su explanada semicircular un obelisco egipcio conmemora a Ramsés II. Y en su lado sur un par de iglesias gemelas dan la bienvenida. La plaza se sitúa donde solía estar la muralla de la ciudad. Es por ello que al norte se posa todavía una de sus antiguas puertas, la Puerta del Popolo. Como en toda Roma, la plaza está adornada por increíbles estatuas y fuentes que recuerdan a la mitología clásica grecorromana, cultura que el Renacimiento quiso precisamente recuperar tras los siglos del oscurantismo medieval. Y en su lado este, unas escaleras nos invitaron a Gaby y a mí a subir hacia la Villa Borghese, un conjunto de jardines que forman un gran pulmón verde para la urbe. Desde lo alto tuvimos una de las mejores vistas de Roma, que dejaba ver sus cúpulas y colinas que distinguen a la capital. Al bajar continuamos de nuevo hacia el sur para alcanzar otra de las célebres plazas públicas. La Plaza de España, donde la iglesia Trinitá del Monti resalta en lo alto de las escaleras donde cientos de turistas se toman fotos a diario. Y por si no estábamos hartos de las plazas (la verdad es que no) nos dirigimos hacia la Plaza Novona, que solía ser un estadio en tiempos de los antiguos romanos. Hoy es un centro de vida cultural donde varios artistas acuden a mostrar sus talentos. Y entre toda su extensión destacan el Palazzo Pamphili y la Fuente de los Cuatro Ríos en el centro. Pero no muy lejos de ahí llegamos a la más grande y famosa de todas las fuentes romanas: la Fontana di Trevi. Su monumental tamaño y detallada escultura barroca, que representa el movimiento de las aguas, no es precisamente lo que la hace tan famosa, sino los mitos que la rodean. Uno de ellos con la película Three coins in the fountaine, que nace a su vez de una leyenda local, donde al arrojar una moneda a la fuente el turista asegura su regreso a Roma, dos monedas aseguran el amor y tres arrojadas con la mano derecha sobre el hombro izquierdo aseguran el matrimonio. Pero por supuesto, el filme más aclamado que convirtió a la fuente en un ícono del cine italiano es La Dolce Vita, donde Anita Ekberg se lanza a la fuente e invita a Marcello Mastroianni a hacer lo mismo. Ningún turista tiene permitido bañarse en la fuente, claro está. Pero el mito de la moneda sigue vivo. Y es por eso que la multitud de turistas rodean a la fontana a todas horas del día, arrojando monedas mientras le dan la espalda a Nerón, quien tira de sus dos hipocampos. Verdad o falsedad, irse de la Fontana sin tirar una moneda es como decirle a Roma que no quieres regresar. Aunque para ser honestos, hay que saber que todo ese dinero, al menos, es destinado a buenas causas, y con él se ha financiado un supermercado para las personas pobres de Roma (sí, tanto así puede ser recaudado). La noche cayó y era hora de cenar. Y al ser Italia, elegir el menú no fue una larga incógnita. Una buena pizza napolitana (que después descubriría que poco tiene de Nápoles) y un espagueti al pesto fue la mejor elección para terminar nuestro día. Esa misma noche cogí mi mochila y me despedí de Gaby. Había conseguido por fortuna un couchsurfer que me alojase en el centro de la ciudad. Así llegué a casa de Anthony, un músico irlandés que rentaba un pequeño taller, donde una litera fue mi alcoba por las siguientes dos noches. Antes de que el imperio romano se dividiera en dos, y el imperio de occidente cayera ante las invasiones bárbaras, la religión cristiana ya había comenzado a ser difundida por los apóstoles y sus seguidores. A pesar de las resistencias, el cristianismo suplió a la religión pagana de los antiguos romanos, tanto en oriente como en occidente, y Roma fue elegida como centro de la iglesia cristiana, convirtiéndola otra vez en la capital mundial. Los papas han jugado siempre el papel de patriarcas del catolicismo y han tenido el poder en Europa desde la Edad Media, siendo ellos los encargados de coronar a los emperadores de todo el continente. Así, los papas han poseído desde la desaparición del imperio romano vastos territorios en la península itálica, llegando a extender sus dominios hasta el actual sur de Francia, en los llamados Estados Pontificios. Pero con la unificación del Imperio de Italia en 1870 el papado se quedó sin territorio alguno sobre el cual ejercer su poder como jefe de estado. No fue hasta el gobierno fascista de Mussolini que el dictador le ofreció al papa el territorio de 44 hectáreas que hoy ocupa la Ciudad del Vaticano, el estado más pequeño del mundo, mismo que me dispuse a visitar la siguiente mañana. Caminar hacia el Vaticano significa atravesar el único canal de agua que Roma posee. El río Tíber. A lo largo de su caudal una multitud de puente permiten el paso de un lado al otro. Y uno de los más famosos es el Puente Sant’Angelo, que conecta el centro de la ciudad con el castillo omónimo. Ambas construcciones de maravillosas dimensiones y arquitectura fueron construidas por los romanos. La idea original del Castillo de Sant’Angelo fue crear un mausoleo para el emperador Adriano. Pero finalmente se utilizó como fortaleza y como parte de la muralla que rodearía la ciudad. El puente está flanqueado por hermosas estatuas y llevan hasta las cercanías de la Vía della Concilliazione, venida que conecta con la Ciudad del Vaticano. Al solo poner los pies en aquella calzada sagrada para los peregrinos, la sensación por la Iglesia Católica podía notarse en el marketing creado a partir de cada pequeño detalle. Vendedores ambulantes y tiendas con magnetos, vasos, mantas, vitrales, gorros, rosarios, todo con la fotografía del Papa. Benedicto XVI había abdicado hace menos de un año y el Papa Francisco se había ganado ya los corazones de muchos fieles. Pero nadie parecía recordar a Benedicto. Su foto no aparecía por ningún lado. Solo Francisco y, claro, el Papa Juan Pablo II, fallecido hace ya varios años, pero presente todavía en la cabeza de muchos. Ignorando todo artículo de venta, caminé directo hasta la plaza central, quizá la más famosa de toda Roma: la Plaza de San Pedro. Cientos de católicos se reúnen a diario en esta explanada esperando ver al Papa, cuando no se encuentra de viaje. Algunos domingos el Papa ofrece una misa, donde la gente lo admira casi como a un Dios. Y al fondo de la plaza se alza la más sagrada de todas las iglesias del catolicismo, hasta hoy el más grande de todos los templos cristianos. La basílica de San Pedro, la iglesia nodriza de todas las iglesias. Con todo el dinero que los católicos recaudan alrededor del mundo, es de esperarse que la basílica de San Pedro sea una brillante obra maestra. Y uno esperaría tener que pagar para entrar. Pero, afortunadamente, no es así. Y, en absoluto, no son mis raíces católicas lo que me invitaba a ver su interior. Era poder ser testigo del Renacimiento en carne viva. La fila para ingresar era larga. Pero al ser antes del mediodía la espera fue todavía muy decente. No necesité ninguna especie de ticket para entrar. Solo pasar un control de seguridad. Y eso incluía una revisión a nuestra vestimenta. Como era invierno, todos íbamos tapados desde los pies hasta la cabeza. Pero en verano, muchas mujeres se acercan en minifaldas, vestidos pequeños, así como los hombres en bermudas, sandalias y camisas sin mangas. Es la iglesia, así de simple. Desde la entrada principal se accede a la Nave Central, que deja ver la inmensidad del templo. En su construcción participaron los arquitectos más reconocidos de sus tiempos. Entre los más famosos está, por supuesto, Miguel Ángel, quien colaboró en su planeación a partir de 1546. Justo al lado de la entrada una de sus más reconocidas obras aparecen a la vista. La Piedad, donde Miguel Ángel representó a la Virgen María sosteniendo el cuerpo muerto de Jesús en sus brazos. Y a ambos lados de la nave múltiples esculturas se presumen a los fieles, como los monumentos a los santos. La basílica lleva el nombre de San Pedro, uno de los doce apóstoles de Jesús que predicó el cristianismo en Roma y que se convirtió, por ende, en el primer papa de la historia. Pedro murió en Roma y se dice que sus restos se conservan en la iglesia. Otros muchos santos yacen en el Vaticano. Entre todos, está la tumba del famoso Juan Pablo II, que pronto será convertido en santo, y al que miles de fieles rezan todos los días. Justo sobre el altar se impone la magnífica bóveda de la Basílica, ideada y pintada por Miguel Ángel, convirtiéndola en la obra cumbre del Renacimiento. El trabajo del enorme fresco en la cúpula tomó unos cuatro años al joven artista. Entre disputas con el papa, humedad con los colores, rechazo por la ayuda de otros pintores, Miguel Ángel llevó su inexperiencia en pintura al máximo nivel, pasando a la historia como uno de los mejores de la historia. Para admirar su obra desde cerca, el Vaticano deja a los visitantes subir por cinco euros, contando con un elevador o escaleras para acceder a las orillas de la cúpula, que es nada menos que la más alta del mundo. Como buen y fuerte turista, decidí tomar los escalones, que al alcanzar los 100 metros aproximadamente se tornaron en estrechos pasadizos inclinados por los que apenas y podíamos caminar y respirar. Definitivamente no hechos para claustrofóbicos. Sinceramente, subir a la cúpula no es una buena idea si lo que se quiere es tener una buena vista del fresco de Miguel Ángel. Por supuesto, la mejor vista se tiene desde lejos. Pero subir los 136 metros valió la pena cuando pudimos salir al exterior y tener al frente la vista panorámica del Vaticano y de la ciudad de Roma. Desde la punta se distinguían perfectamente los santos que adornan la fachada de la basílica y el obelisco central en la plaza. Una vista memorable que dejó al descubierto el encanto de Roma en un hermoso día de invierno. Mi última tarde en la ciudad la pasé cruzando los puentes del río Tíber y visitando un poco el pequeño barrio hipster que se esconde en su orilla occidental, a donde pocos turistas se acercan y donde pude comer una pizza más tradicional que el resto de las que se ofrecen a los visitantes. Roma había superado mis expectativas por muchísimo y habría sido el lugar perfecto para terminar mi viaje por Europa. Y aunque por confiar en el servicio continuo de buses hacia el aeropuerto Ciampino casi pierdo mi vuelo (que al igual que yo, tuve retraso), me vi en Madrid al siguiente día, donde tomaría mi vuelo de regreso a mi país, dando por finalizado mi primer viaje como backpacker, que apenas 450 euros habían hecho realidad.
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