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  1. Ayelen

    La Paz, Bolivia

    Del álbum La Paz

    No dejes de pasar por mi blog para leer sobre esta experiencia: Cómo sobrevivir a La Paz
  2. Ayelen

    La Paz, Bolivia

    Del álbum La Paz

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  3. Ayelen

    Hostel en La Paz, Bolivia

    Del álbum La Paz

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  4. Del álbum La Paz

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  5. Viajar no es lo mismo que estar de vacaciones. A lo largo de todos estos meses de viaje, muchas personas cercanas, me han “envidiado sanamente”, otras tantas no se cansan de decirme que debo disfrutar TODO y pareciera que no puedo emitir queja alguna, algunas incluso han cuestionado mi situación laboral dejándome entrever, entre sus cuidadosamente seleccionadas palabras, que lo que en verdad querían era tildarme de holgazana o vaga por no tener a cuestas ciertas responsabilidades. Aprendí a no explotar de ira con el tiempo ante estos comentarios (que afortunadamente siguen siendo una minoría entre mi circulo intimo) porque, entendí que es difícil tener un solo punto de vista. Pero a veces me gustaría hacerle entender a todas estas personas lo que realmente significa VIAJAR. Viajar ha significado para mí adaptarse. Desde el primer momento que realmente tomé la decisión de iniciar esto (no cuando soñé, o me imaginé viajando, si no cuando REALMENTE me dije: “Es ahora o nunca”) comprendí que para tomar la decisión, debía hacer muchos sacrificios. Desde el primer momento, fue difícil. Fue terriblemente difícil decidir dejar mi trabajo, aquello que representaba lo estable, lo seguro en mi vida, porque simbólicamente era lo que estaba a punto de abandonar (todo lo estable y seguro) para lanzarme completamente “en bolas” (como diríamos en Argentina) a algo totalmente desconocido. Fue aún más difícil comunicarles mi decisión a mis padres, que creyeron que yo había enloquecido cuando les dije que iba a dejar todo y me iba a ir de viaje… en moto! Y fue muy duro y triste sostener mi decisión a pesar de no tener su aprobación en un principio. Imaginarán también lo difícil que fue cuando comenzó a acercarse la fecha de partida, despedirme de mi familia y de mis amigos sin saber cuándo volvería a verlos….. Nada de eso fue fácil… y aquello era sólo el comienzo. Después vendrían las demás complicaciones, propias de un viaje de esta magnitud: Las horas interminables de viaje que terminan agotándote y poniéndote de mal humor; soportar los fríos extremos sobre la moto y las tormentas más fuertes; llegar a una ciudad desconocida y lidiar con el tráfico y el tumulto y perderse mil veces; pasar noches de frio en una carpa helada; enloquecer realmente cuando el dinero no alcanza; pasar días acampando sin una bendita ducha; soportar los roces de una convivencia donde te ves la cara las 24 hs. del días con la misma persona; añorar las cosas cotidianas más banales como un baño caliente, o una almohada cómoda… Y así podría seguir horas. Pero… a pesar de todo eso, debe existir una razón que supere toda esa mierd* para que yo siga aun viajando… a miles de kilómetros de mi hogar y no haya regresado a los dos días de haber partido, llorando desconsoladamente. Y la razón es que…. Todo vale la pena. Viajar no me ha hecho ni mejor ni peor persona… ni siquiera creo que me haya cambiado como muchos suponen. Ha sido y es, simplemente una experiencia… una aventura y por lo tanto, las cosas malas, hasta los peores en las que uno realmente toca fondo, como las cosas más bellas forman parte de esa experiencia. Y uno aprende a vivirlas como tal. No todo es perfecto como para que se me envidie, porque hay que ser consciente de que se viven muchos momentos feos, y tristes. Tampoco puedo pensar que soy una “mal agradecida” por mis quejas porque esto lo busqué yo, y es algo que yo me esforcé por lograr, nadie me lo regaló. Y por último, nadie sabe cuántos dolores de cabeza le trae a un viajero el hecho de subsidiar su viaje y las miles de maneras que se encuentran para hacerlo. Viajar no es para todos y no es “bueno o malo”. Es una experiencia, con todo lo que ese concepto conlleva y todo SUMA. Fui procesando todos estos pensamientos aquella noche que acampamos en un baldío, aledaño a unos campos de unas casitas en el medio de las sierras bolivianas. La lluvia no cesaba y yo sufriendo de insomnio, veía como las gotas se iban filtrando de a poco por las costuras de la carpa y se acumulaba agua bajo el colchón inflable. Por debajo de aquel golpeteo incesante contra el techo de la tienda, escuchaba la leve respiración de Martin que dormía plácidamente. En aquel preciso momento estaba en crisis. Hacía seis meses que estaba moviéndome de aquí para allá, despertándome cada día en un lugar diferente, extrañado las comodidades básicas que uno (erróneamente) piensa que son universales. Los caminos de Bolivia (quienes hayan viajado por este país, me entenderán), sumado al cansancio del viaje y la dificultad para comunicarnos con los bolivianos me habían superado… había explotado. Pero esa misma noche ha sido una de las más importantes de este viaje, porque entendí que yo estaba allí por mis propias decisiones y que aquello que estaba viviendo era una gran experiencia y era algo que siempre había querido hacer. Tendría que adaptarme o volverme a mi casa. Decidí adaptarme. A la mañana siguiente (ya más repuesta de aquel quiebre emocional) debimos extender todas nuestras cosas bajo el sol y esperar que se secaran. Habíamos abandonado la idea de seguir viaje hacia Santa Cruz porque ya habíamos sufrido bastante los malos caminos por lo que no tuvimos más opción que regresar sobre nuestros pasos nuevamente hasta Sucre. Secando ropas y lágrimas Volver a hacer todos esos kilómetros por la ruta en mal estado, con tramos de tierra y piedra suelta no significaba el mejor de los panoramas, pero no había otra salida y debía comenzar a ver las cosas de una manera más positiva si quería sobrevivir a aquella experiencia de viajar. Quizás por ese nuevo pensamiento adoptado o porque ya estaba resignada, pude esta vez, disfrutar un poco más del paisaje a mi alrededor. Al menos ya no llovía, y aunque el cielo estaba completamente tapado por enormes nubes grises, el día se mantuvo seco. De regreso a Sucre Como si viviéramos una especia de deja vú ingresamos por segunda vez a Sucre y esta vez debimos hospedarnos en un pequeño cuarto y no en el hostel, para alivianar un poco los gastos de aquellas idas y vueltas. Al día siguiente sin perder más tiempo, salimos rumbo a Cochabamba. Lamentablemente Santa Cruz quedaría para otro viaje. Salimos confiados porque el hombre que atendía el hospedaje último donde estuvimos nos había dicho con total seguridad que todo el camino desde Sucre a Cochabamba estaba completamente pavimentado… y claramente no fue así En un principio el camino es todo lo que uno espera de una ruta, perfectamente asfaltada, bien señalizada, con la correspondiente protección hacia los costados, debido a la altura que íbamos atravesando. Genial. Yo iba sonriente dentro del casco, sorprendida de que eso de que “si tienes pensamientos positivos te ocurren buenas cosas” funcionara en verdad . Y además los paisajes que íbamos atravesando eran realmente extraordinarios. Una tras otras se elevaban grandes sierras que se superaban en tamaño, cubiertas de poca vegetación agreste, y alguna que otra casita perdida, con sus correspondientes campos trabajados. Camino a Cochabamba Y entonces, después de unos cuantos kilómetros de felicidad el pavimento de repente terminó y nos encontramos de frente con un antiguo camino que subía por entre las sierras. Completamente empedrado, de lado a lado. Caminito empedrado Sólo cerré los ojos, acordándome de toda la familia del aquel hombre del hospedaje de Sucre, y resoplé con fuerza. Comenzamos a ascender precavidamente por la ruta empedrada. Las piedras, colocadas prolijamente sobre la tierra, parecían trabajadas con sus superficies tan lisas y suaves. Aun así, era un trayecto complicado. Los protectores al borde del camino habían desaparecido y a medida que ascendíamos en altura, comenzaba a sentirse un poco el vértigo. De a tramos el camino se angostaba tanto que sólo permitía el paso de un vehículo, por lo que había que manejar con precaución en las curvas porque aún temíamos del boliviano al volante. Con un traqueteo continuo, recorrimos varios kilómetros hasta que la tarde comenzó a caer y decidimos acampar bajo un puente, sobre una especie de playa que se formaba al costado de unos delgados hilos de un arroyo que corría por aquella zona. Atardecer en el campamento A la mañana siguiente nos esperaba un largo, laaargo camino empedrado. Seguíamos y seguíamos ascendiendo por entre las sierras, hasta que ya podíamos ver algunas nubes desde arriba y sólo se observaban las cimas de las colinas brotando por toda aquella interminable extensión de verde. En cada curva que la moto se acercaba cautelosamente al borde de la ruta, me asomaba por sobre el hombre de Martin y observaba esa abrupta y alta caía. Subiendo por las sierras Luego llegó el momento de descender. Con paciencia y cautela, avanzamos a 60 km/h por aquel irregular camino, temblequeando sobre la moto hasta que, al final del camino, dimos con un pequeño y encantador pueblito, asentado en un valle entre las sierras. Descendimos de la moto, siendo curiosamente observados por un grupo de niñas que salían de una escuela y dimos unas vueltas por las calles de tierra del lugar, para estirar un poco las piernas. Ya nos faltaba poco para llegar, así que nos relajamos e hicimos los últimos kilómetros ya sobre camino asfaltado. De a poco comenzábamos a ver mayor cantidad de casitas al costado del camino, hasta que se fue convirtiendo en una verdadera comuna con negocios, grandes fábricas y finalmente estábamos en la entrada a Cochabamba. La ruta se volvió una ancha calle concurrida y simplemente guiados por nuestro instinto (porque la señalización es muy pobre) nos fuimos metiendo en el corazón de la ciudad. Tomamos algunas calles mientras preguntábamos a quienes nos podían guiar y de repente, no sé cómo exactamente nos vimos metidos en medio de una ENORME feria. Los puestos donde se vendían vestimentas, sombreros, equipos electrónicos, celulares, frutas y verduras invadían las calles y la gente corría de un lado hacia otro como las hormigas cuando uno pisa sin querer un hormiguero. Era tanto el movimiento, la gente chocándose y cruzándose por delante de la moto sin siquiera mirar, las bocinas de los autos sonando continuamente que nos sentimos espantados, atrapados en ese caos. Finalmente sobrevivimos y pudimos salir de aquel embrollo. Nos hospedamos en un hotel (ya para esa altura nos era difícil encontrar un hostel) y salimos a buscar algo para comer. Nos sorprendió notar que a pesar de que para nosotros era temprano (aproximadamente las 9 de la noche) todos los restaurantes o locales de comidas rápidas se encontraban cerrando. Terminamos en una pizzería y contando las monedas pudimos comprar dos porciones de la pizza más aceitosa que probé en mi vida. Al día siguiente, con luz natural y más movimiento en las calles, descubrimos que sin planearlo realmente, nos habíamos alojado en el casco viejo de la ciudad. A pocas cuadras del hotel, nos cruzamos con la plaza principal, la plaza 14 de Septiembre, ubicada en pleno centro antiguo. Plaza 14 de Septiembre en Cochabamba Mientras algunos vecinos del barrio se reunían a tener sus rutinarias conversaciones, y hombres y mujeres trajeados pasaban velozmente hacia sus trabajos, un grupo de personas congregadas en la plaza, justo en el centro, al pie de “La columna de los Héroes” (un alto mástil con un enorme cóndor de bronce en lo alto) celebraban ciertas tradiciones bolivianas, con música folclórica, exposiciones de típicas comidas y diversos juegos antiguos de niños. Como invisible espectadora, veía toda esta incesante actividad y me preguntaba cómo sería la vida de cada una de esas personas, en qué estarían pensado preocupadas, cuáles serían sus historias de vida…. Hacia una esquina de la plaza se erguía una fuente de agua, donde tres bellas mujeres, talladas espaldas con espaldas y con largos vestidos que las cubrían hasta los pies, mostraban una leve sonrisa en sus rostros. Fuente de Las Tres Gracias La Fuente de Las Tres Gracias estaba justo enfrente de la catedral Metropolitana de San Sebastián que ocupaba todo el ancho de una calle con una galería adornada con altos y delicados arcos. Hacia lo alto, la torre de reloj de la catedral era el sitio elegido por las palomas para anidar. Catedral San Sebastián Si caminábamos por unas callecitas y tomábamos una avenida principal del centro histórico, llegábamos hasta una zona más moderna, con grandes edificios y varios restaurantes, donde la avenida se hacía doble y por el medio de la misma se extendía un ancho boulevard con jardines decorados. La avenida se abría en una rotonda, que funcionaba como una plaza de las banderas. Abrazando a mi bandera En Cochabamba nos esperaba Eduardo, el padrino de Martin que visitamos en Mar del Plata al inicio de nuestro viaje. Eduardo nos invitó a su casa y fuimos cálidamente recibidos por él y Mariana, su hija. Fuimos a cenar varias noches consecutivas a su casa. Estar en ese ambiente familiar fue más que un alivio para mí a todos los altibajos que venía viviendo. Nuestro último día en Cochabamba lo dedicamos a ascender con la moto la Colina de San Pedro, sobre la cual se alza el gigantesco Cristo de La Concordia, la imagen de Jesús más grande del mundo (incluso más grande que el famoso Cristo Redentor de Brasil). Con más de 40 metros de altura, aquella enorme figura se eleva con los brazos abiertos hacia la increíble vista panorámica de toda la ciudad. Cristo de La Concordia Sobre la colina había varios negocios así como también un museo, pero lo mejor, sin lugar a dudas, era aquella increíble vista de la ciudad limitada por esas enormes paredes montañosas a lo lejos. Aquella fue la última imagen que tuvimos de aquella hermosa ciudad antes de seguir nuestra ruta, hacia la capital de Bolivia. Nos seas tímido y entrá a ver el resto de las fotos <<ANTERIOR *** SIGUIENTE >>>
  6. Hola a todos, soy un chico de 25 años, estoy planeando ir a la india o india y nepal,me gustaría ver todo lo posible ,sobre todo quiero visitar la zona del norte y parte media de la india(delhi,agra,jaipur,varanasi,cuevas de ellora y ajanta.etc...) y finalmente pasar unos 2-3 dias en Nepal visitando Katmandu y otros lugares.No tengo decidido aun el itinerario definitivo. Tengo pensado irme de vacaciones 15 dias a la india y a nepal( 2 o 3 dias),en la india quiero estar 10- 12 dias, quiero ir toda semana santa española(del 29 de marzo al 5 de abril) además me cogeré una semana antes de la semana santa o bien una semana despues de ésta..tengo pensado ir de mochilero en plan económico aunque esto es variable, no me importa hacer algunos trayectos nocturnos en tren mientras se duerme en litera para ver mas lugares o coger algún vuelo si fuera necesario.Puesto que quiero pasar 2 o 3 días en Nepal en la india no quiero permanecer mucho tiempo en cada ciudad o sitio para así poder ver lo máximo posible, sé que el país es grande y no tengo más de 15 días pero mi idea es ver lo más importante o conocido de la india, soy una persona dinámica, suelo andar bastante pero me tomo mis descansos como cualquiera,procuro ver cada día lo que me propongo,soy simpático,alegre,conversador,generoso y me encanta viajar. mi email es apa23g@gmail.com,estoy abierto a posibilidades o cambios en mi ruta de viaje o fechas pero siempre alrededor de la semana santa de España.
  7. En Bolivia, comer es un ritual que se lleva a cabo las 24 hs del día. Las calles céntricas de las ciudades que íbamos visitando siempre estaban invadidas de olores provenientes de todos los recovecos imaginables. Las mamitas sentadas sobre grandes bolsos cerca de sus puestos de verduras comían en silencio generosos platos de picante de gallina (guiso de arroz, salsa y porciones de pollo), en algún cuartito ambientado como restaurante, jóvenes de largas trenzas negras servían a los hombres el menú del día, y cada 20 pasos nos cruzábamos con algún carrito donde se vendían hamburguesas o salteñas (empanadas hechas con masa de maíz). Los aromas a frituras, guisos y sopas se mezclaban y me invadían las fosas nasales ni bien ponía un pie en la calle. Al principio admito que me revolvía el estómago salir a las 9 de la mañana en busca de algún yogurth o fruta para un desayuno liviano y cruzarme a la mayoría de los bolivianos comiendo esos abundantes platos pero uno se acostumbra…como todo. Claro que todo este nuevo escenario culinario nos llamaba la atención y fuimos probando todo lo que llegaba a nuestras manos (y todo lo que nos infundía algo de confianza). Si algo nos fascinaba era esa gran paleta de colores que encontrábamos en todos los mercados populares. Mercado popular de Sucre Había fruta que jamás había visto en mi vida! Grandes y jugosas, verdes con espinas negras, amarillas con pincelazos rosados. Las ensaladas de frutas se sirven mezcladas con yogurth y frutas secas, y existen jugos de todas las combinaciones posibles. Y hasta nos arriesgamos a comer en un KrustyBurguer de la vida real Existe! y está en Bolivia PERO, aquí les dejo un consejo que seguramente muchos de ustedes, viajeros de años, ya conozcan a la perfección, pero que, para novatas como yo, fue toda una lección de vida: JAMAS se debe abusar de la comida de otro país… o podrá traer sus penosas consecuencias. Así mi estómago decidió hacer huelga un día entero en Sucre, a pocos días de haber arribado, convenciendo de lo mismo a mis intestinos y me pasé todo el día bajo las sábanas, descompuesta, encerrada en la oscura habitación del hostel Sin embargo, para los días posteriores, y ya más recuperada, finalmente pudimos recorrer las calles de la llamada Ciudad Blanca de Bolivia. Catedral Metropolitana de Sucre Como todas las ciudades de este país, establecidas entre las sierras, las calles de Sucre eran un reto a mis piernas. Anchas calzadas que se habían apoderado casi por completo de las veredas subían y bajaban en pronunciadas pendientes y cruzaban toda la ciudad. Sobre las colinas que rodeaban el centro, se podían ver más casitas, entre la escasa y seca vegetación, reflejo de que la ciudad seguía ganándole terreno a las sierras. Mientras caminábamos esquivando personas y autos en esta ciudad llena de tanto movimiento y vida, íbamos descubriendo la atractiva arquitectura de Sucre. Los departamentos de dos o más pisos que se elevaban a diferentes alturas todos con sus techos de teja anaranjada y sus fachadas pintadas de blanco, y esos diminutos balcones de trabajados hierros negros y las antiguas iglesias de ladrillo le daban un aire colonial al sitio. Capilla de la Virgen de Guadalupe, Sucre, Bolivia El interior de La Catedral Metropolitana es sencillamente precioso, con sus columnas de colores pasteles y trabajados mármoles, elegantes faroles colgando de aquel alto techo y ese silencio total, solemne, casi incómodo que invade siempre estas grandes construcciones. En Sucre nos cruzamos por primera vez con unos personajes increíbles: Las Cebritas. Creo que era un proyecto del Estado, donde para concientizar a la población del uso de las sendas peatonales, contrataban jóvenes que, disfrazados de cebras simpáticas se paseaban por las calles de la ciudad indicando a cada peatón y a cada auto cuándo parar y cuándo avanzar. Al principio me parecieron graciosas y originales, pero cuando una se atrevió a pegarnos una calco del tamaño de la palma de mi mano con la frase “Soy un infractor” en el parabrisas de la moto, cuando estaba estacionada en la vereda a la espera que nos abrieran el garaje del Hostel…. Comenzaron a caerme mal Al igual que esas cebras, en Sucre vi muchas cosas que me parecían tan extrañas, como el “Dinófono” o la venta de agua en bolsas, y rápidamente sentí que me estaba perdiendo muchas cosas curiosas del mundo exterior. Una tarde en particular Martín decidió subir una de las más empinadas calles de toooda la ciudad para llegar a un mirador superior. Fuimos caminando por esas vereditas de 40 cm de ancho cuesta arriba hasta llegar a una enorme plazoleta, escoltada por una iglesia y una escuela. Aunque la subida costó, la vista desde aquel punto valía realmente la pena para apreciar la ciudad blanca de América. Todas las casas de Sucre, con sus paredes blancas y tejados de color ocre invadían aquel valle entre las sierras y aún más allá en las cuestas de las mismas, dispersándose hacia el horizonte. Estuvimos unos 4, 5 días en aquella bonita ciudad (si no la más bonita de Bolivia) hasta que seguimos viaje. Habíamos decidido ir hasta Santa Cruz de Las Sierras, una gran urbe al Este de Bolivia. Analizando nuestro mapa carretero, única guía que llevamos porque no usamos GPS, habíamos notado que, a pesar de que Sucre y Santa Cruz son dos de las ciudades más importantes del país, la carretera que las unía estaba marcada como “camino secundario”, lo cual no era muy alentador, pero de igual forma nos lanzamos esa mañana hacia la ruta… ¿qué tan malo podía ser…? Nunca un camino me estresó tanto sobre la moto. Ahora, que ya ha pasado un tiempo y veo las fotos, noto el bellísimo paisaje que fuimos cruzando, pero la verdad es que, en aquel momento lo que menos pensaba era en el paisaje. Al principio dejamos atrás la ciudad sin mayores inconvenientes, siempre un poco complicados con el tráfico mal combinado con esas calles tan empinadas, pero en poco tiempo estuvimos fuera de Sucre, internándonos en aquel ya conocido paisaje de sierras desnudas y brisas frescas. La ruta estaba asfaltada hasta que comenzamos a cruzar esos baches de tierra y piedras, que cada vez eran más frecuentes y más largos, hasta que finalmente nos vimos corriendo sobre un camino completamente destruido, lleno de pozos y piedra suelta, sin banquina ni aleros protectores a varios metros de altura La geografía no ayudaba mucho. El camino tenia muchísimas curvas cerradas y debíamos tocar bocina antes de tomarlas para advertirle a cualquier posible conductor que viniese de frente porque el ancho de la vía no era suficiente para el paso de dos vehículos. A esto debemos sumarle los enormes camiones y, hay que decirlo, la verdad es que Bolivia no se destaca por ser un país donde se maneje muy bien. A medida que íbamos subiendo por aquellas sierras, la tensión también aumentaba. La moto resbalaba continuamente al pasar por esas grandes piedras que atravesaban la carretera y yo cerraba con fuerza los ojos esperando la caída. Con los nervios de los dos al filo, comenzamos el descenso de las sierras, lo cual era peor, porque al ir en bajada es difícil detener la moto si llega a resbalar. Así llegamos hasta la entrada de un pueblo, donde por supuestos arreglos, el camino se encontraba bloqueado, y (yo aún no lo puedo creer) el desvío se encaminaba ni más ni menos que por el cauce de un arroyo. Quiero aclarar que no era que un canal de agua atravesaba el camino… si no que el camino que debíamos tomar ERA un arroyo Enormes camiones iban y venían convirtiendo todo en un barrial y en un continuo camino de grandes charcos y resbaladizo barro. Martin fue avanzando con precaución sobre aquel complicado camino, mientras yo había decidido bajarme de la moto y caminar al lado, metiendo los borcegos en 5 cm de agua y tierra y maleza. Nos detuvimos a almorzar en un pequeño restaurante de aquel pueblito del que ya ni recuerdo el nombre, en medio de la nada, con mis pelos desordenados, un ojo latiéndome y mi sistema nervioso a punto de colapsar. Lo peor era que aún nos faltaba bastante por recorrer y no sabíamos cómo sería el camino que nos esperaba. Con toda la tarde por delante aún, seguimos por aquella peligrosa carretera, mientras enormes camiones nos pasaban a toda velocidad y sin ningún atisbo de vértigo, levantando una molesta nube de tierra y piedras. También teníamos que ir MUY atentos en cada curva, porque autos y camionetas se adelantaban sin importar las reglas básicas de manejo, por lo que nos pasó varias veces tomar una curva y encontrarnos de frente con un automóvil. Entre bocinazos y palabras que no puedo recrear en este medio saliendo de mi casco fuimos avanzando durante todo el día, pero recorriendo sólo pocos kilómetros. Y entonces, como para hacerla más completa, el cielo de repente se nubló y comenzó a llover. Debimos detenernos en un pequeño poblado de solo pocas casas levantadas al costado de la ruta, al resguardo de un techo de chapa de una pequeña construcción. Cuando la lluvia disminuyó continuamos para encontrarnos con un camino de tierra muy fina tipo arcilla. Al menos parecía bien consolidado y no tenía baches e imperfecciones, pero a medida que íbamos avanzando notamos que la lluvia estaba convirtiendo todo en una pista peligrosamente resbaladiza. Y cuando la moto dio el primer resbalón violento, en aquella carretera a no sé cuántos metros de altura sobre las sierras y sin ninguna protección que nos evite caer al vacío, decidimos que había sido suficiente aventura por un día y no podríamos seguir avanzando en esas condiciones. Volvimos unos metros hacia atrás, que nuevamente los hice a pie porque ya no podía soportar más la tensión de sentir que nos podíamos caer de la moto en cualquier momento, hasta regresar a ese pequeño conjunto de casitas donde habíamos parado a aguardar que cesara la lluvia y armamos un pequeño campamento en un baldío. Aquel día había sido bastante agotador, y mientras armábamos la carpa bajo una fina lluvia que no paraba de caer desde el cielo gris, tuve que canalizar todo en un llanto silencioso porque de alguna manera me tenía que descargar. Bolivia realmente me estaba costando. “Bolivia te curte” Esas palabras que me había dicho aquel viajero desconocido en Argentina no paraban de retumbar en mi cabeza y le daba la razón por completo. La verdad que estaba bastante angustiada, extrañaba bastante mi casa y mis “comodidades”, y todos aquellos inconvenientes me estaban jugando una mala pasada…. Ya no sabía si realmente servía para este tipo de viajes. Dejemos el drama y entrá a ver el resto de las fotos <<<ANTERIOR *** SIGUIENTE>>>
  8. Del álbum Cochabamba

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  17. Del álbum Sucre, Ciudad Blanca

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