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Sucre, la Ciudad Blanca de América

Ayelen

2383 visitas

En Bolivia, comer es un ritual que se lleva a cabo las 24 hs del día. Las calles céntricas de las ciudades que íbamos visitando siempre estaban invadidas de olores provenientes de todos los recovecos imaginables. Las mamitas sentadas sobre grandes bolsos cerca de sus puestos de verduras comían en silencio generosos platos de picante de gallina (guiso de arroz, salsa y porciones de pollo), en algún cuartito ambientado como restaurante, jóvenes de largas trenzas negras servían a los hombres el menú del día, y cada 20 pasos nos cruzábamos con algún carrito donde se vendían hamburguesas o salteñas (empanadas hechas con masa de maíz).

 

Los aromas a frituras, guisos y sopas se mezclaban y me invadían las fosas nasales ni bien ponía un pie en la calle. Al principio admito que me revolvía el estómago salir a las 9 de la mañana en busca de algún yogurth o fruta para un desayuno liviano y cruzarme a la mayoría de los bolivianos comiendo esos abundantes platos :zsick: pero uno se acostumbra…como todo.

 

Claro que todo este nuevo escenario culinario nos llamaba la atención y fuimos probando todo lo que llegaba a nuestras manos (y todo lo que nos infundía algo de confianza). Si algo nos fascinaba era esa gran paleta de colores que encontrábamos en todos los mercados populares.

 

Los colores del mercado de Sucre, Bolivia

Mercado popular de Sucre

 

Había fruta que jamás había visto en mi vida! Grandes y jugosas, verdes con espinas negras, amarillas con pincelazos rosados. Las ensaladas de frutas se sirven mezcladas con yogurth y frutas secas, y existen jugos de todas las combinaciones posibles. Y hasta nos arriesgamos a comer en un KrustyBurguer de la vida real :ohmy:

 

El KrustyBurger de Bolivia :D

Existe! y está en Bolivia

 

PERO, aquí les dejo un consejo que seguramente muchos de ustedes, viajeros de años, ya conozcan a la perfección, pero que, para novatas como yo, fue toda una lección de vida: JAMAS se debe abusar de la comida de otro país… o podrá traer sus penosas consecuencias.

 

 

Así mi estómago decidió hacer huelga un día entero en Sucre, a pocos días de haber arribado, convenciendo de lo mismo a mis intestinos y me pasé todo el día bajo las sábanas, descompuesta, encerrada en la oscura habitación del hostel :zsick:

 

 

Sin embargo, para los días posteriores, y ya más recuperada, finalmente pudimos recorrer las calles de la llamada Ciudad Blanca de Bolivia.

 

Catedral Metropolitana de Sucre, Bolivia

Catedral Metropolitana de Sucre

 

 

Como todas las ciudades de este país, establecidas entre las sierras, las calles de Sucre eran un reto a mis piernas. Anchas calzadas que se habían apoderado casi por completo de las veredas subían y bajaban en pronunciadas pendientes y cruzaban toda la ciudad. Sobre las colinas que rodeaban el centro, se podían ver más casitas, entre la escasa y seca vegetación, reflejo de que la ciudad seguía ganándole terreno a las sierras.

 

La ciudad de Sucre, Bolivia

 

 

Mientras caminábamos esquivando personas y autos en esta ciudad llena de tanto movimiento y vida, íbamos descubriendo la atractiva arquitectura de Sucre.

 

 

Las coloniales caleecitas de Sucre, Bolivia

 

 

Los departamentos de dos o más pisos que se elevaban a diferentes alturas todos con sus techos de teja anaranjada y sus fachadas pintadas de blanco, y esos diminutos balcones de trabajados hierros negros y las antiguas iglesias de ladrillo le daban un aire colonial al sitio.

 

Capilla de la Virgen de Guadalupe, Sucre, Bolivia

Capilla de la Virgen de Guadalupe, Sucre, Bolivia

 

El interior de La Catedral Metropolitana es sencillamente precioso, con sus columnas de colores pasteles y trabajados mármoles, elegantes faroles colgando de aquel alto techo y ese silencio total, solemne, casi incómodo que invade siempre estas grandes construcciones.

 

 

Interior de la Catedral Metropolitana de Sucre

 

 

En Sucre nos cruzamos por primera vez con unos personajes increíbles: Las Cebritas. Creo que era un proyecto del Estado, donde para concientizar a la población del uso de las sendas peatonales, contrataban jóvenes que, disfrazados de cebras simpáticas se paseaban por las calles de la ciudad indicando a cada peatón y a cada auto cuándo parar y cuándo avanzar. Al principio me parecieron graciosas y originales, pero cuando una se atrevió a pegarnos una calco del tamaño de la palma de mi mano con la frase “Soy un infractor” en el parabrisas de la moto, cuando estaba estacionada en la vereda a la espera que nos abrieran el garaje del Hostel…. Comenzaron a caerme mal :mad:

 

Las Cebritas en Sucre, Bolivia

 

 

Al igual que esas cebras, en Sucre vi muchas cosas que me parecían tan extrañas, como el “Dinófono” o la venta de agua en bolsas, y rápidamente sentí que me estaba perdiendo muchas cosas curiosas del mundo exterior.

 

El dinófono en Sucre, Bolivia

 

 

Una tarde en particular Martín decidió subir una de las más empinadas calles de toooda la ciudad para llegar a un mirador superior. Fuimos caminando por esas vereditas de 40 cm de ancho cuesta arriba hasta llegar a una enorme plazoleta, escoltada por una iglesia y una escuela.

 

Subiendo las empinadas calles de Sucre

 

 

Aunque la subida costó, la vista desde aquel punto valía realmente la pena para apreciar la ciudad blanca de América. Todas las casas de Sucre, con sus paredes blancas y tejados de color ocre invadían aquel valle entre las sierras y aún más allá en las cuestas de las mismas, dispersándose hacia el horizonte.

 

Vista panorámica de la Ciudad Blanca, Bolivia

 

 

Estuvimos unos 4, 5 días en aquella bonita ciudad (si no la más bonita de Bolivia) hasta que seguimos viaje. Habíamos decidido ir hasta Santa Cruz de Las Sierras, una gran urbe al Este de Bolivia. Analizando nuestro mapa carretero, única guía que llevamos porque no usamos GPS, habíamos notado que, a pesar de que Sucre y Santa Cruz son dos de las ciudades más importantes del país, la carretera que las unía estaba marcada como “camino secundario”, lo cual no era muy alentador, pero de igual forma nos lanzamos esa mañana hacia la ruta… ¿qué tan malo podía ser…?

 

 

Nunca un camino me estresó tanto sobre la moto. Ahora, que ya ha pasado un tiempo y veo las fotos, noto el bellísimo paisaje que fuimos cruzando, pero la verdad es que, en aquel momento lo que menos pensaba era en el paisaje.

 

Por los caminos de Bolivia

 

 

Al principio dejamos atrás la ciudad sin mayores inconvenientes, siempre un poco complicados con el tráfico mal combinado con esas calles tan empinadas, pero en poco tiempo estuvimos fuera de Sucre, internándonos en aquel ya conocido paisaje de sierras desnudas y brisas frescas. La ruta estaba asfaltada hasta que comenzamos a cruzar esos baches de tierra y piedras, que cada vez eran más frecuentes y más largos, hasta que finalmente nos vimos corriendo sobre un camino completamente destruido, lleno de pozos y piedra suelta, sin banquina ni aleros protectores a varios metros de altura :O_o:

 

Paisajes de Bolivia

 

 

La geografía no ayudaba mucho. El camino tenia muchísimas curvas cerradas y debíamos tocar bocina antes de tomarlas para advertirle a cualquier posible conductor que viniese de frente porque el ancho de la vía no era suficiente para el paso de dos vehículos.

 

 

A esto debemos sumarle los enormes camiones y, hay que decirlo, la verdad es que Bolivia no se destaca por ser un país donde se maneje muy bien. A medida que íbamos subiendo por aquellas sierras, la tensión también aumentaba. La moto resbalaba continuamente al pasar por esas grandes piedras que atravesaban la carretera y yo cerraba con fuerza los ojos esperando la caída.

 

 

Con los nervios de los dos al filo, comenzamos el descenso de las sierras, lo cual era peor, porque al ir en bajada es difícil detener la moto si llega a resbalar. Así llegamos hasta la entrada de un pueblo, donde por supuestos arreglos, el camino se encontraba bloqueado, y (yo aún no lo puedo creer) el desvío se encaminaba ni más ni menos que por el cauce de un arroyo. Quiero aclarar que no era que un canal de agua atravesaba el camino… si no que el camino que debíamos tomar ERA un arroyo :confus::eek:

 

 

Enormes camiones iban y venían convirtiendo todo en un barrial y en un continuo camino de grandes charcos y resbaladizo barro. Martin fue avanzando con precaución sobre aquel complicado camino, mientras yo había decidido bajarme de la moto y caminar al lado, metiendo los borcegos en 5 cm de agua y tierra y maleza.

 

 

Nos detuvimos a almorzar en un pequeño restaurante de aquel pueblito del que ya ni recuerdo el nombre, en medio de la nada, con mis pelos desordenados, un ojo latiéndome y mi sistema nervioso a punto de colapsar. :excl:

 

 

Lo peor era que aún nos faltaba bastante por recorrer y no sabíamos cómo sería el camino que nos esperaba. Con toda la tarde por delante aún, seguimos por aquella peligrosa carretera, mientras enormes camiones nos pasaban a toda velocidad y sin ningún atisbo de vértigo, levantando una molesta nube de tierra y piedras. También teníamos que ir MUY atentos en cada curva, porque autos y camionetas se adelantaban sin importar las reglas básicas de manejo, por lo que nos pasó varias veces tomar una curva y encontrarnos de frente con un automóvil. Entre bocinazos y palabras que no puedo recrear en este medio saliendo de mi casco fuimos avanzando durante todo el día, pero recorriendo sólo pocos kilómetros.

 

El peligroso camino de Bolivia

 

 

Y entonces, como para hacerla más completa, el cielo de repente se nubló y comenzó a llover. Debimos detenernos en un pequeño poblado de solo pocas casas levantadas al costado de la ruta, al resguardo de un techo de chapa de una pequeña construcción.

 

 

Cuando la lluvia disminuyó continuamos para encontrarnos con un camino de tierra muy fina tipo arcilla. Al menos parecía bien consolidado y no tenía baches e imperfecciones, pero a medida que íbamos avanzando notamos que la lluvia estaba convirtiendo todo en una pista peligrosamente resbaladiza. Y cuando la moto dio el primer resbalón violento, en aquella carretera a no sé cuántos metros de altura sobre las sierras y sin ninguna protección que nos evite caer al vacío, decidimos que había sido suficiente aventura por un día y no podríamos seguir avanzando en esas condiciones.

 

 

Volvimos unos metros hacia atrás, que nuevamente los hice a pie porque ya no podía soportar más la tensión de sentir que nos podíamos caer de la moto en cualquier momento, hasta regresar a ese pequeño conjunto de casitas donde habíamos parado a aguardar que cesara la lluvia y armamos un pequeño campamento en un baldío.

 

Campamento en los campos bolivianos

 

 

Aquel día había sido bastante agotador, y mientras armábamos la carpa bajo una fina lluvia que no paraba de caer desde el cielo gris, tuve que canalizar todo en un llanto silencioso porque de alguna manera me tenía que descargar.

Bolivia realmente me estaba costando.

 

“Bolivia te curte”

 

Esas palabras que me había dicho aquel viajero desconocido en Argentina no paraban de retumbar en mi cabeza y le daba la razón por completo. La verdad que estaba bastante angustiada, extrañaba bastante mi casa y mis “comodidades”, y todos aquellos inconvenientes me estaban jugando una mala pasada…. Ya no sabía si realmente servía para este tipo de viajes.

 

 

Paisajes de Bolivia

 

 

 

 

Dejemos el drama y entrá a ver el resto de las fotos :smug:

 

 

 

 

 

 

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Las carreteras de Bolivia son infernales :S no he podido dormir en varias noches por el vibrar de los buses causado por esos baches y caminos de tierra. Y eso que no me he internado en la selva. En fin, gajes del oficio.

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Las carreteras de Bolivia son infernales :S no he podido dormir en varias noches por el vibrar de los buses causado por esos baches y caminos de tierra. Y eso que no me he internado en la selva. En fin, gajes del oficio.

 

 

Y eso que yo contaba con mis propios medios de transporte... x.x pero muchos me han hablado de los buses del horror de Bolivia XD

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    1. AlexMexico
      Último Relato

      El transcurso de una vida urbana puede fácilmente tornarse en algo rutinario, incluso en la grandeza de la Ciudad de México donde, no importa cuándo, siempre se encuentra algo por hacer.

      Si bien, la rutina es algo que se puede fácilmente esquivar en la capital mexicana, hay algo de lo que es imposible escapar. La contaminación y la gente. Un pacífico fin de semana, a solas en el aire fresco, es una demanda de colosales magnitudes en una de las metrópolis más pobladas del mundo. Pero hay algo que la hace única, a pesar de su estresante e incesante actividad.

      Hace casi 700 años, los mexicas (mejor conocidos como aztecas) decidieron construir su capital en uno de los más bellos paisajes del Aztlán, la tierra que ellos consideraban su mundo. Fue en un islote, en medio de un lago rodeado por montañas, donde fundaron Tenochtitlán, lo que hoy todos conocemos como Ciudad de México.

      Los alrededores de Tenochtitlán están cercados de impresionantes paisajes naturales, que dejaron en claro por qué Mesoamérica fue y será el cuerno de la abundancia. Es así que escapar de la ajetreada vida capitalina es, incluso hoy, una tarea fácil.

      Aquella vez, la decisión para reposar un fin de semana fue tomada por Sediel, uno de mis mejores amigos con cuya novia haríamos el viaje. Con una tienda de campaña casi nueva, un saco de dormir y una mochila sedienta por querer ser utilizada, el estado de Hidalgo fue lo que atrajo nuestra atención.

      Contiguo al Estado de México, Hidalgo cuenta con pueblos coloniales, grutas, aguas termales, bosques, cañones, cascadas, minas y un sinfín de interesantes propuestas de aventura. Y muy cerca de Pachuca, su capital, el pueblo de Huasca de Ocampo fue el destino elegido.

      La pequeña localidad nació en la época colonial española, cuando la producción minera atrajo a adinerados hacendarios europeos, que usaron la mano de obra indígena para la explotación.

      El pueblo creció alrededor de cuatro grandes haciendas, y aunque en el declive de la zona (cuando México se volvió independiente) muchos edificios quedaron casi en ruinas, en el siglo pasado se restauró para hacerlo un pueblo de paseo para turistas.

      Son varias cosas que hacen especial a Huasca. Su café, sus leyendas (que incluyen a duendes y brujas) y, sobre todo, su hermosa situación geográfica.

      Ubicada entre la Sierra de Pachuca y el Valle de Tulancingo, los paisajes aledaños a Huasca son un deleite visual, perfecto para los cazadores de un reposo en la naturaleza. Así que en vez de quedarnos mucho más tiempo en Huasca decidimos seguir nuestra ruta hasta los prismas basálticos, uno de los principales atractivos del valle.

      Huasca se emplaza en el oriente del Eje volcánico transversal, una cadena de volcanes que atraviesa el país de este a oeste y lo corta por su parte central. 

      Hace un par de millones de años, el enfriamiento del escurrimiento de lava que se generó en esta zona formó columnas de basalto que tomaron formas de prismas pentagonales y hexagonales. El resultado es hoy una maravilla.

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      El conjunto de prismas encimados entre sí parecen una estructura de legos. Es difícil creer que la naturaleza haya creado formas tan inorgánicas por sí sola.

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      Accedimos a los prismas bajando unas escaleras que llevan hasta un pequeño corredor, por donde cae un arroyo. El agua es traída desde los ríos y las presas que alimentan de agua la comunidad de Santa María Regla, a la que pertenecen las columnas.

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      Aunque algunas de las pequeñas cuatro cascadas fueron arrastradas hasta allí por el hombre, no hay mejor manera de darle un toque más encantador a un lugar como aquel que con caídas de agua.

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      El arroyo culmina en un pequeño estanque, al que se debe acceder desde la hacienda contigua. Es la llamada Cascada de la Rosa.

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      Este lugar fue visitado y estudiado incluso por personajes como Alexander von Humboldt, durante sus viajes por América Latina. La UNESCO nombró al sitio como uno de los 30 geoparques de la Red global de geoparques.

      Aunque ya había sido testigo de columnas basálticas del mismo estilo en Islandia, verlas en México no hizo más que reafirmar que es un país que lo tiene todo.

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      Antes de que se hiciera más tarde, era momento de decidir dónde debíamos acampar. La zona de Huasca de Ocampo posee múltiples sitios para hacerlo. Pero al ser el último fin de semana del verano estudiantil, los campings y balnearios estaban repletos. 

      El pueblo no era una buena idea para huir del bullicio. Y con ganas de un contacto mucho más natural, decidimos escuchar la sugerencia de un chofer.

      Unos kilómetros al norte, lejos de la carretera, había un lugar llamado Peña del Aire. Nada habíamos escuchado sobre él. Incluso, encontrarlo en Google Maps no fue del todo fácil. La información en internet era casi escasa. Pues bien, eso lo hacía el lugar perfecto.

      Según se nos dijo, pocas personas llegaban hasta la peña, ubicada al borde un acantilado bajo el cual se extendía un enorme cañón. Y en lo alto, una zona de camping era ideal para pasar la noche, lejos de las luces, del ruido y de cualquier contacto humano.

      Aceptamos así un viaje en taxi hasta la peña. Y tras un arduo viaje por un feo y estrepitoso camino de ripio, el chofer nos dejó en un centro de visitantes, que no era más que una palapa.

      Peña del Aire es un parque ecoturístico protegido. Hay pocas casas y propiedades privadas dentro del terreno. Las únicas construcciones son casetas de vigilancia, cobranza y algunos puestos de comida y tiendas. 

      A solo unos pasos de aquel puesto de visitantes se abrió ante nosotros un enorme cañón, parte de la Sierra de Pachuca.

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      El nombre Peña del Aire se debe, precisamente, a una gigantesca peña que se yergue en uno de los costados de la barranca. Y sí, de hecho, parece que flota en el aire.

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      Estas formaciones rocosas son características de las barrancas de la Sierra Oriental. Y el sitio perfecto para un centro ecoturístico.

      Una tirolesa de unos 70 metros de largo se tiende al lado de la peña y permite a los visitantes volar sobre el abismo. 

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      En la parte más baja, un río dibuja el camino del valle, junto al cual solo una pequeña iglesia se posa junto a un par de campos de cultivo. Al mirar abajo, creímos que sería un excelente lugar para acampar.

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      Comenzamos el descenso con mochila al hombro, cuidadosos de seguir el mezquino sendero que nos guiaba. El calor era sofocante, pero valía la pena hacer el intento.

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      Las vistas desde las laderas eran sencillamente magníficas. La vegetación parecía hacerse cada vez más verde y, a decir verdad, no era lo único colorido que apareció en nuestro camino.

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      El curso nos llevaba por todo el costado de la barranca, pero poco simulaba bajar al río. Aunque los lugareños nos habían asegurado un rápido descenso, la travesía era más larga de lo esperado.

      Antes de seguir, supimos que algo no resultaría. Esperábamos el arribo de dos amigos más, y en lo bajo de la barranca la señal de telefonía era escasa. Sería mucho más fácil encontrarlos en lo alto del acantilado.

      Volvimos entonces, entregados al calor de la tarde que, por cierto, no tardaría en esfumarse para dar paso a un fresco atardecer.

      La planicie superior fue el mejor lugar para montar el campamento. Un terreno llano, pastoso y fresco donde, al parecer, seríamos los únicos en pasar la noche.

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      Nuestros amigos no tardaron su arribo, por suerte, antes del ocaso. Y con las tres tiendas una junto a la otra, fue momento de armar la hoguera.

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      Una pila de malvaviscos y roles de canela fue el menú perfecto para el atardecer, que tras un cielo nublado se esfumó sin mucha presencia.

      Pero aquellas nubes de tormenta, cuyos relámpagos eran lo único que iluminaba el horizonte nocturno, crearon la atmósfera perfecta para las historias de terror que se avecinaban.

      Huasca de Ocampo es el sitio perfecto para alguien como Sediel, un fanático de las criaturas de fantasía. El pueblo está lleno de leyendas sobre duendes y brujas que moran los bosques circundantes, y que han hecho sus apariciones en repetidas ocasiones.

      De hecho, cuenta con su propio museo de los duendes. Y vaya que nuestro campamento simulaba ser su hogar, con una torre de metal en forma de sombrero que, de hecho, albergaba los únicos baños disponibles, a los que nadie se atrevía a entrar una vez caída la noche.

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      Cuando el fuego se fue consumiendo, una extraña luz apareció detrás de los arbustos. Un color amarillo fluorescente de forma redonda se movía con delicadeza, y de repente palpitaba como el latido de un corazón.

      No le prestamos mucha atención, quizá era alguien con una linterna. Tras pocos minutos se esfumó sin darnos cuenta.

      A la siguiente mañana, los lugareños nos contarían que se trataba de una bruja. Aparecer como pequeñas centellas era su especialidad en aquella zona. Pues bien, al menos no decidió visitar nuestro campamento.

      El alba fue bastante frío. El sereno dejó nuestras carpas más que húmedas por fuera. Y no había nada que deseáramos más que un café caliente. Pero habría que esperar la apertura de los puestos.

      Entretanto, un temprano despertar fue la mejor decisión grupal tomada para poder ser testigos de un hermoso amanecer.

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      El sol se levantó sobre la sierra oriental, iluminando tenuemente la figura de cada barranca del cañón. Nada, sino el cantar de las aves, se podía escuchar en el abismo.

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      Es lo que un grupo entero de capitalinos buscaba lejos de la metrópoli. La serenidad de una fría y verde mañana. Pero acompañada de un café de olla a la apertura del primer puesto, todo fue incluso mejor.

      Luego del desayuno fue momento de bajar a la peña, y contemplar el valle dibujado por los primeros rayos del sol.

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      La bruma de la mañana poco a poco se retiraba, y dejaba al desnudo la vitaleza de un cañón que podía apaciguar todo pensamiento y todo presente.

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      Escalar la peña no era una opción segura, pero hasta la poca altura que pudimos llegar fue suficiente para sentirnos satisfechos en nuestro viaje.

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      Disfrutar de la barranca sin la presencia de turistas durante la noche y la mañana fue una excelente decisión, que nos daría el respiro necesario para volver a la vida de una colmada ciudad.

    2. flormdk
      Último Relato

      Hace un poco más de diez años que había visitado la provincia de Misiones para ir a un congreso cuando era estudiante de la carrera de la carrera de Licenciatura en Turismo... Estuve algunos días en la capital, la ciudad de Posadas y dos noches en Iguazú. En este momento todavía las Cataratas de Iguazú no habían sido declaradas como Maravilla Natural, no había una gran cantidad de turistas. A decir verdad, cuando fui al parque con mis compañeros estábamos solamente nosotros. Vale aclarar, que era temporada baja, era el mes de mayo.

      Hacía bastante tiempo que tenía ganas de regresar, por eso, en el mes de enero pasado, decidí tomarme mis vacaciones de verano en las Cataratas. Organicé un tour que empezó en Salta y terminó en Iguazú.

      Decidimos dedicarle 5 noches a la ciudad de Iguazú ya que sabemos que es una de clima subtropical donde puede haber abundantes lluvias que impidan salir a recorrer el parque.

      Llegamos a destino y nos recibió una lluvia afortunadamente no muy intensa. De todas formas, es bastante frecuente que corramos con esa suerte... siempre los destinos que visitamos nos reciben con lluvia pero los días siguientes suelen tener unas condiciones climáticas espectaculares, así que no nos preocupamos.

      El primer día que llegamos, teníamos pensado visitar el Parque pero con la lluvia no era un buen plan. Entonces, optamos por cruzar la frontera y visitar Ciudad del Este en Paraguay. Es una ciudad que tiene la fama de ser un destino de compras ya que es una zona franca, libre de impuestos. 

      Tomamos un colectivo y en menos de una hora estábamos en destino. Creo que no hay palabras para describir a este sitio... Es una ciudad cargada de comercios, de carteles, de vehículos, de gente, de ruido ambiente... Una ciudad totalmente caótica en la que no existen semáforos que orden el tránsito. Afortunadamente, fuimos con información de los mejores lugares para comprar y también teníamos en mente que comprar con el modelo ya elegido. Creo que no hay otra manera de visitar esta ciudad si no es con información previa... Hay muchísimos lugares, vendedores ambulantes y carteles que compiten entre sí. Es recomendable ir temprano, ya que todos los lugares cierran a las 16:00 de la tarde porque suelen abrir muy temprano en la mañana y trabajan en horario de corrido.

      Nosotros llegamos con el tiempo muy justo pero por suerte llegamos a conseguir lo que teníamos planeado, una cámara de fotos de viaje.

      El objetivo principal del viaje era visitar el Parque Nacional Iguazú... También nos interesaba conocer el Parque del lado de Brasil... 

      Fuimos un día del lado de Brasil fue un paseo muy corto porque teníamos que regresar temprano para tomar el colectivo. La vista es muy distinta a la vista del lado argentino, ya que las pasarelas están muy cerca de las Cataratas, pero el parque en este lado es mucho más pequeño. No volvería a visitarlo, pero si volvería una y otra vez al lado argentino ya que aquí el parque es muchísimo más grande y como los colectivos pasan hasta más tarde, se puede estar disfrutando del paisaje hasta las 17:00. Un dato muy importante para quienes deseen visitar las Cataratas, es que comprando la entrada para dos días consecutivos, el segundo día sale la mitad de precio.

      Desde Iguazú se pueden hacer muchas excursiones como por ejemplo visitar las Ruinas de San Ignacio un sitio arqueológico muy interesante, visitar las Minas de Wanda y comprar piedras semipreciosas, etc. Era verano, días de calor intensos cargados de húmedad, por lo que no tenía mucho interés en realizar excursiones de días completos. Nos quedaba un día libre, aprovechamos para conocer la ciudad de Foz de Iguazú. Visitamos un Shopping y recorrimos la ciudad. A decir verdad, la ciudad no me pareció muy llamativa pero siempre me resulta interesante conocer distintas ciudades del mundo.

       

      Consejos importantes para quienes deseen visitar Iguazú

      Conviene destinarle al menos dos días para recorrer todo el parque en el lado argentino es posible que un día no alcance para conocerlo completo.

      Es aconsejable evitar la temporada alta ya que es un destino muy turístico por lo que en enero y mitad de julio suele haber más cantidad de gente que en otros meses.

      Resulta óptimo dejar días libres porque es una zona de clima subtropical, pueden tocar días de lluvia en los que no sea la mejor opción visitar el Parque.

      En el Parque se pueden comprar souvenires, hay varios restaurantes, kioscos y cafés.

      No hay que olvidar el protector solar, repelente y anteojos de sol. Por supuesto, es necesario llevar calzado cómodo.

      Aconsejo que al llegar al Parque, lo primero que hagan sea visitar la Garganta del Diablo, es el paseo que está un poco más alejado comparado con el resto de los circuitos, sumado a ello es el más imponente. Para llegar hasta allí se puede ir caminando o sino el trencito ecológico del Parque, es muy lindo y pintoresco.

      La cena show que se ofrece en Foz de Iguazú es imperdible! Se puede disfrutar de un espectáculo de danzas con música regional mientras se pueden degustar cientos de platos.

      Para visitar las Cataratas se recomienda un mínimo de 4 noches. 

      Para quienes deseen estar en contacto con la naturaleza en su máximo esplendor, pueden realizar el sendero Macuco, para ello es imprescindible llevar agua y alimentos ya que en ese trayecto no existen kioscos ni lugares de ventas de alimentos. 

    3. Perdido en el sureste de México, casi al borde del mar y ubicado junto al río Papaloapan, se ubica uno de los pocos pueblos del país declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

      A solo 90 kilómetros al sur de la ciudad de Veracruz, este colorido pueblo aparece en medio de una región tropical y cálida, cuyo único respiro del infernal calor es la brisa que carga consigo el río.

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      Visitarlo en verano un par de veces quizá no fue la mejor idea. Pero el solo hecho de estar allí significa un refresco del movimiento de la ciudad.

      Tlacotalpan surgió como un asentamiento del pueblo totonaca, una civilización mesoamericana prehispánica que se asentó en buena parte de la costa del Golfo de México. Su nombre significa “entre aguas”.

      Pero fue con la llegada de los españoles que el pueblo creció y tomó forma, desde que Pedro de Alvarado recorrió el Papaloapan río arriba, descubriendo que Tlacotalpan podría ser un buen puerto fluvial para el transporte de mercancías al Imperio Español.

      Así fue como surgieron dos grandes haciendas en la zona, que aunque corrieron el riesgo de ser abandonadas, hicieron que en algún momento la población de españoles creciera. Y sumado a la importación de esclavos negros africanos desde el puerto de Veracruz, Tlacotalpan tomó la raíz multicultural y multiétnica que posee hasta el día de hoy.

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      El pueblo es el corazón del son jarocho y los jaraneros, estilos musicales provenientes del Caribe y que fueron desarrollados en la mayor parte de la costa del Golfo gracias a los afrodescendientes.

      La misma palabra “jarocho” define a las personas provenientes de la región del Sotavento, sobre todo aquellos de piel oscura que usaban jaras como método de pesca. Y esas raíces extranjeras finalmente se impregnaron en la zona alrededor de Tlacotalpan.

      Músicos con sus típicos trajes blancos, con sombreros de paja y pañuelos rojos caminan por las calles ofreciendo coplas. Mientras en las noches llegan los huapangos, fiestas donde el son jarocho es el invitado principal.

      Pero el mayor atractivo del pueblo es sin duda su arquitectura vernácula, es decir, que las construcciones fueron hechas de forma auténtica por los habitantes nativos con materiales de la zona.

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      En 1714 el río se desbordó, y en 1788 un incendio arrasó con muchas de las casas. Es por ello que se ordenó que a partir de entonces todo edificio fuera alzado con mampostería. 

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      Y desde aquella época, un lejano siglo XVIII, las típicas casonas con arcos y pilares se han mantenido en pie.

      Luciendo los vivos colores de México, cada casa es un ejemplo de lo que puede lograrse de forma artificial, respetando siempre lo natural.

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      Cada teja, cada muro, cada columna, cada acera, fueron construidos con los materiales que la propia cuenca del Papaloapan le otorgó a la ciudad. Y se convirtió con los años en el orgullo de los tlacotalpeños.

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      Aunque el puerto fluvial perdió su importancia con la llegada del ferrocarril, el río ha sido siempre parte vital de Tlacotalpan. No solo como medio de transporte, sino al aportar el agua para los cultivos, la ganadería, los pobladores, regular el clima y para la pesca.

      Tomar una balsa para dar un paseo por sus aguas es uno de los mayores atractivos hoy en día.

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      Aunque para ser sincero, la magia de la mampostería y la arquitectura vernácula se esfuma de inmediato.

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      En su lugar, es suplantada por modernas mansiones pertenecientes a la clase alta de Veracruz. Políticos y empresarios han construido sus casas de verano en la riviera, y los yates estacionados en su orilla confirman su poder adquisitivo.

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      Aún así, no está de más un recorrido por el emblemático Papaloapan, que transporta sus aguas desde las tierras de Tuxtepec.

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      El propio río sirve para bendecir la ciudad cada 2 de febrero, cuando las fiestas patronales llegan con la Virgen de la Candelaria.

      Una estatua de la virgen es transportada en una balsa y otorga su bendición al pueblo para evitar inundaciones y otras calamidades, que suelen ser comunes en esta zona tropical.

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      Las fiestas van acompañadas de ferias, mercados de comida callejera, huapangos y hasta un embalse de toros, que son soltados libres por las calles de la ciudad luego de cruzar el río junto a los ganaderos.

      La iglesia es uno de los puntos icónicos de la ciudad, ubicada en la plaza central, o zócalo, como se le conoce en México.

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      Esta explanada crea el plano urbanístico típico de una ciudad colonial española. Un cuadrante central con una alameda, junto a la cual se posa el templo católico y su campanario.

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      Junto a ella, el palacio municipal que funge como poder político, y que servía para demostrar a los antiguos indígenas quién tenía el poder sobre ellos.

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      Tras el zócalo, las calles perpendiculares se trazaron desde el río al interior de las tierras que lo orillan, formando las cuadras empedradas que dibujan hoy la totalidad de Tlacotalpan.

      La tejas en lo alto de las casas otorgan una fresca manera de protegerse del sol. El aire acondicionado no es tan común en esta zona. Pero los corredores y patios centrales son suficientes para ventilar los interiores.

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      Es común encontrar bancas y mecedoras en los pasillos exteriores de las casas, donde los vecinos se sientan a compartir un torito por las tardes, la bebida tradicional hecha a base de alcohol de caña.

      Para mí y mis amigos, la bicicleta fue la mejor manera de recorrer el pueblo. Al fin y al cabo, su terreno plano puede ser bastante bien aprovechado sobre dos ruedas.

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      Un lugar donde los niños todavía corren por las calles, los músicos se pasean por tiendas y restaurantes, los mariscos frescos se sirven en platos calientes y las botellas heladas de torito refrescan del calor.

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      Tlacotalpan se ha ganado con creces, y sin lugar a dudas, su título como Patrimonio de la Humanidad, al combinar tres etnias y culturas en un pequeño lugar.

      Sus casonas vernáculas y vivos colores son el mejor ejemplo de lo lindo de México. Un mágico y perdido lugar entre las selvas tropicales del sur.

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