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  1. Del álbum Ushuaia, Tierra del Fuego II

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  2. Ayelen

    La costa de la bahía

    Del álbum Ushuaia, Tierra del Fuego II

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  3. Ayelen

    Los curiosos pajaritos

    Del álbum Ushuaia, Tierra del Fuego II

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  4. Del álbum Ushuaia, Tierra del Fuego II

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  5. Del álbum Ushuaia, Tierra del Fuego II

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  6. Del álbum Ushuaia, Tierra del Fuego II

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  7. Del álbum Ushuaia, Tierra del Fuego II

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  8. Del álbum Ushuaia, Tierra del Fuego II

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  9. Del álbum Ushuaia, Tierra del Fuego II

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  10. Cuando salimos de Rio Grande corría un viento tan violento que estuvimos a punto de regresar, y postergar la salida. Las ráfagas producían un fuerte rugido ensordecedor mientras avanzábamos velozmente sobre la ruta que nos llevaría al pueblito de Tolhuin, y a pesar de estar resguardada detrás de la espalda de Martin, sentía el viento golpear contra el casco y debía hacer fuerza para mantener la cabeza erguida. La potente corriente de aire nos golpeaba de costado y cuando teníamos que pasar algún camión, Martin debía calcular bien la velocidad de la moto, porque si bien el camión nos resguardaba momentáneamente,cuando lográbamos adelantarnos, la fuerza del golpe era de tal magnitud que llegaba a correr la moto de carril. Por suerte, la carretera fue cambiando de dirección de manera que luego de algunos kilómetros, el viento comenzó a golpearnos desde atrás, y la situación mejoró notablemente. Creo que ese fue el primer tramo donde realmente comencé a sentir el verdadero frío de Tierra del Fuego. A pesar de llevar ropa cobijada, el viento helado se colaba y me llegaba casi hasta los huesos. En vano, trataba de encogerme sobre la moto, para intentar mantener el calor de mi cuerpo, mientras restregaba mis manos enguantadas. Afortunadamente, fueron sólo pocos kilómetros hasta la llegada a la entrada de Tolhuin. Un arco de madera con el nombre del pueblo nos daba la bienvenida, al costado de la ruta. A ambos lados del arco, se erguían dos extrañas figuras que representaban antiguos aborígenes de la zona, los Selk´nam, vestidos con típicos trajes de rituales, donde se destacaban enormes máscaras de troncos de árboles, en forma cónica, una imagen un poco lúgubre, realmente. Una ancha calle asfaltada ingresaba a la pequeña villa que se encontraba establecida en extrañas pendientes y comenzaban a verse pequeñas casillas y algunos negocios. El día estaba nublado, gris y fresco y sólo unas pocas personas se encontraban en ese momento en las calles, lo que le daba un aspecto un tanto triste y desolado al poblado. Siguiendo esa calle principal, pasamos una plaza, un hospital y una escuela y tomamos una empinada pendiente que desembocaba en el gran Lago Fagnano (o Lago Khami, como lo llamaban los selk´nam), en cuyas orillas se encontraba el camping en donde nos instalaríamos, un camping bastante extravagante, debo confesar. El lago de un precioso color azul, se abría inmensamente delante de nosotros y al otro lado se podía ver un cordón de gigantescas montañas, pertenecientes a la cordillera Argentina. Lago Fagnano Un simpático hombrecillo de canosos bigotes corrió a nuestro encuentro al vernos ingresar. Su nombre era Roberto, y era el dueño del camping Hain. Lo primero que nos llamó la atención al ingresar al llano terreno, fueron unas estructuras cónicas de madera, armadas sobre el césped. Luego supimos que estaban construidas para armar la carpa dentro de ellas, porque el viento en aquella zona, sobre todo al lado del lago, era bastante intenso. También había en el camping una pequeña casilla de madera, con unas rústicas mesas y lo más importante: una agradable estufa a leña de la cual no me separé en todo el día. Chozas de madera para construir dentro las carpas Roberto había levantado cada una de esas construcciones con sus propias manos, con la particularidad de haberlo hecho reciclando cada extraño objeto que encontraba, o que los temporales visitantes del camping le dejaban. Así, podían verse molinos de vientos, muñecos o ciertas esculturas extrañas dispersas en todo el terreno. El Camping Hain Luego de armar la carpa dentro de estas estructuras piramidales de madera que resultarían ser una gran idea, nos fuimos directo a la casilla donde Roberto ya nos había prendido la estufa. Al ingresar, noté inmediatamente que ese pequeño lugar era lo más especial de todo el camping: como si de una tradición se tratase, cada viajante que había pasado por allí, dejaba su inscripción en un trozo de leña, y lo clavaba a las paredes. El refugio del Camping Así, las cuatro paredes de aquella pequeña casilla y hasta el techo, se encontraban completamente recubiertas de tablas y tablitas con diferentes leyendas en decenas de idiomas. Aquel lugar parecía más bien un rústico santuario donde cada visitante dejaba su huella. Uno podía leer pequeñas frases con algún tinte poético, o los nombres de viajeros que habían llegado al camping, ya sea caminando, en bicicleta, de a grupo, solos, en pareja, de países latinoamericanos y de Europa. Los mensajes de los viajantes Esa noche, a pesar de dormir dentro de una de esas chozas de madera, con una buena carpa con buena aislación térmica y con bolsas de dormir diseñadas para temperaturas extremas, pasamos bastante frio, pero debíamos resignarnos a ello, si queríamos seguir viajando hacia el extremo sur del país. A la mañana siguiente Roberto nos habló de una caminata que iniciaba cerca del camping y que costeaba una laguna, llamada Laguna Negra, dentro de la Reserva que lleva el mismo nombre. Nos aconsejó que fuéramos hasta el final del recorrido, donde nos encontraríamos con los grandes diques de troncos construidos por castores. Como ya imaginarán, con sólo escuchar que podríamos ver castores, ya estaba arrastrando a Martin hacia la caminata. Antes de salir, Roberto nos sugirió que, para ver aparecer estos grandes roedores, destruyéramos maliciosamente alguno de sus diques, quitándole uno o dos troncos. Confieso que me pareció una idea terrible, y que no creí absolutamente para nada que haciendo esto, pudiéramos ver alguno de estos animales. Sin embargo, emprendimos el trekking, caminando por la empedrada orilla del lago Fagnano, hasta llegar al cartel que indicaba el comienzo de la Reserva Laguna Negra. El día estaba bastante fresco y corría un helado viento, pero al menos, para nuestro alivio, había salido el sol ese mediodía. Reserva Laguna Negra Un débil sendero de tierra ingresaba en un extenso bosque de lengas y ñires, delgados y altos árboles con sus copas de un verde claro que se elevaban desde el suelo formando un intrincado laberinto. De sus ramas colgaban barbas de líquenes que se mecían débilmente cuando soplaba el viento. Barbas de líquenes El sendero comenzaba bordeando un barranco, donde de un lado se extendía este bosque, y del otro se podía ver la Laguna Negra, entendiéndose hasta las montañas que se alzaban a lo lejos. Laguna Negra El camino continuaba rodeando grandes extensiones de turbas, que son profundos depósitos de musgo. Debido al clima frio, y a la falta de ciertas bacterias, los restos vegetales no terminan de descomponerse del todo en esa zona, y se convierten en una gran “esponja” que se ha ido acumulando a lo largo de miles de años, algunos llegando a medir hasta diez metros de profundidad. Les puedo asegurar que caminar sobre las turbas es un tanto desagradable. El pie se hunde con cada paso, y brota agua, por lo que uno termina mojándose, no es una sensación muy agradable. Depósitos de Turba Atravesamos parte del bosque, deteniéndonos cada tanto a sacar fotos, o simplemente a contemplar la tranquilidad y el silencio de aquel lugar, cortado sólo por el silbido del viento que soplaba por entre los árboles. Bosque de lengas y ñires Cruzamos arroyos y un frágil puente de madera hasta que finalmente llegamos a los grandes estanques formados por las castoreras. Estas sólidas construcciones, formadas por cientos de ramas y troncos, prolijamente roídos y colocados por estos laboriosos animales, cortaban el paso del agua de costa a costa, generando inmensas lagunas, que terminaban inundando las zonas aledañas. Mientras el camino ascendía por entre el bosque, al costado íbamos viendo estos estanques, formados a diferentes alturas, como en escalera y contenidos por estos robustos diques. Castoreras La verdad es que, a pesar de que amo estos y todos los animales, el paisaje no era muy alentador, porque las inundaciones afectaban visiblemente aquellos bosques nativos. Debido a la “gran” idea de un ser humano, el castor (que no es un animal autóctono de Argentina) fue introducido, y al no tener un depredador, se ha ido reproduciendo descontroladamente y sus inmensas construcciones generan mucho daño al ecosistema de esa zona. Parte del bosque nativo inundado Aun así, no podíamos dejar de asombrarnos de estas grandes castoreras, que eran tan sólidas que uno podía pararse encima tranquilamente. Lamentablemente, a pesar de ir lentamente, intentando no hacer ruido y atentos, no vimos ningún castor en las proximidades. Llegamos al final del recorrido y decidimos volver, bastante decepcionados. Martin insistía en hacerle caso a Roberto, y quitar algunos troncos de una de las castoreras, pero yo me negaba. Me parecía una idea absurda y hasta llegué a burlarme de él, diciéndole que los castores no iban a aparecer solo por eso. Cuando finalmente me rendí y accedí a la idea, me senté cerca de la orilla de uno de estos estanques, ofuscada y suponiendo que íbamos a estar largo rato allí esperando para nada, mientras Martin caminó haciendo equilibrio sobre la castorera más cercana, y quitó un par de troncos de la misma. Un pequeñísimo hilo de agua comenzó a correr por encima de la construcción y Martin volvió corriendo a mi lado, ansioso. Abrí la boca para decirle que no se ilusionara, en el mismo momento en que mis ojos divisaron una pequeña cabeza flotando por sobre el agua, nadando hacia nuestra dirección. Mi sorpresa fue tal, que no me salían las palabras! Efectivamente como había dicho Roberto, allí venia nadando un castor. Y apareció el castor Nos quedamos inmóviles y completamente sorprendidos, mientras aquel bello animal con su extravagante cola plana aparecía flotando lentamente a escasos metros nuestros. El castor observó la pérdida y permaneció algunos minutos, cortando algunas ramitas que flotaban a su lado. Obviamente le saqué miles de fotos en todos los ángulos posibles y lo filmé mientras memorizaba la gran lección de nunca más subestimar los consejos de un pueblerino. Hermoso castor Cuando el pequeño animalito dio por terminada su tarea, emprendió la marcha y nosotros también. El sol ya comenzaba a ocultarse, y la temperatura descendía rápidamente, por lo que nos apresuramos a volver al refugio a prender la estufa a leña, aunque nuestra emoción era tal por haber visto aquel animal tan extraño para la fauna nativa de argentina, que ni siquiera notamos el frío. Volviendo de la Reserva Habíamos decidido partir al día siguiente del pueblo de Tolhuin para llegar a Ushuaia, pero la mañana siguiente nos esperaba con un clima extremadamente frío y fuertes vientos. Sabiendo que sobre la moto eso significaba mucho sufrimiento, nos quedamos un día más en el camping Hain. Aprovechamos el día para recorrer el lago Fagnano hacia el otro extremo que no habíamos visitado aún. Caminamos por la costa cubiertas de pequeñas piedras de distintas formas, tamaños y colores, y junté algunas que me llevaría de recuerdo. El viento que corría provocaba un peculiar oleaje en el agua, pero aun así, el paisaje frente nuestro era bellísimo. El lago con su cristalino color azul se extendía hasta el horizonte, donde se alzaba la imponente cordillera, cortando el cielo celeste. Bellísimo paisaje del Lago Fagnano Nos llamó la atención ver a lo lejos, sobre el lago, una extensa y espesa neblina que se dirigía lentamente hacia la costa, pero restándole importancia, continuamos nuestro paseo. Caminamos largo trecho, hasta llegar a un altísimo risco, donde terminaba la playa empedrada, y al que bordeamos hasta llegar a una pequeña cascadita. Cascadita Al emprender el regreso al camping, esa extraña bruma que veíamos acercándose sobre el lago, llegó hasta nosotros, y comprendimos que no era ni más ni menos que viento. El viento más poderoso que sentí en mi vida. Caminar esos metros con esas ráfagas en contra fue realmente exhaustivo. Jamás había imaginado que el viento podía soplar tanto! Avanzábamos casi empujando el ventarrón a cada paso, que no cesaba ni un segundo en soplar, y hasta era difícil respirar porque se sentía exactamente como una pesada manta que te cubría toda la cara. Cuando logramos llegar al refugio, casi riéndonos de la extraña situación que acabábamos de pasar, sentía el cuerpo totalmente cansado, y estaba completamente asombrada…nunca me voy a olvidar de ese momento. Luego de esos días en Tolhuin, y con una mañana un poco más despejada, decidimos desarmar campamento y por fin, emprender los últimos kilómetros que nos separaban de nuestra gran y principal meta: Ushuaia, la ciudad más austral del mundo. Para llegar debíamos atravesar un camino de montañas, el Paso Garibaldi y yo ya me estaba preparando para pasar frío. Antes de marcharnos y de saludar y agradecer a Roberto por la estadía, siguiendo la tradición de los viajeros, buscamos una leña cortada, escribimos nuestros nombres, la fecha y la clavamos en una de las paredes del refugio, como símbolo de nuestro pasar por aquel lugar tan mágico. Nuestra huella Cuando tomamos nuevamente la ruta hacia Ushuaia, estábamos ansiosos, algo nerviosos y sobre todo felices… pero lamentablemente, nada nos prepararía para el desafortunado inconveniente que sufriríamos con la moto, sólo unos pocos kilómetros más adelante.
  11. A lo largo de mis viajes, he logrado confeccionar una lista de mis lugares preferidos para contemplar las puestas de sol más maravillosas del mundo. Y no es porque yo sea originaria de Chile realmente, pero al menos a mi parecer, dos de las puestas de sol más impactantes son posible de apreciar en el norte de mi país. En esta oportunidad, me gustaría hablarles de una de ellas, la cual es posible contemplarla luego de realizar un tour por los alrededores de San Pedro de Atacama en el norte de Chile. Como se habrán dado cuenta, en relatos anteriores ya he mencionado otras zonas de San Pedro, y esta en particular resulta una de mis favoritas. Para poder contemplar esta maravillosa puesta de sol de la que les hablo, basta con que contraten un tour en cualquiera de las agencias de la zona de San Pedro. Mi preferida en la agencia de turismo grado 10, ya que te trasladan en unos camiones muy pintorescos y el servicio en general es de mejor calidad aunque un poquito más costoso en comparación con otras de las agencias de la zona. También resulta posible dirigirse en auto, ya que los caminos son fáciles de transitar (aunque es mejor ir en un vehículo con tracción en las cuatro ruedas) y se encuentran debidamente señalizados. Lo importante siempre acá es el tiempo con el que cuentas para realizar la travesía, porque basta que te retrases en el horario de salida dependiendo de la temporada para que no alcances a visitar todos los lugares con tiempo suficiente antes de la puesta de sol, por lo que les recomiendo planificar con anticipación la salida y considerar la hora en la que se pone el sol. La primera parada de este tour es Laguna Cejar, uno de los sitios más populares de San Pedro de Atacama, ya que ésta laguna se caracteriza por que sus aguas tienen un alto contenido de sal (40% de sal, similar a lo que puede encontrarse en el Mar Muerto), mucho más que el agua de mar tradicional, lo que permite que las personas, ya sepan o no, flotar, puedan hacerlo involuntariamente (conocido como el efecto gravitatorio). Créanme, si intentan hundirse, no podrán, ya que el cuerpo se mantiene flotando en todo momento y resulta posible caminar dentro del agua sin pisar el fondo imitan lo que podría ser una caminata lunar, ¿genial no? Sus aguas son color turquesa y la temperatura varía a lo largo del año. Pero mucho cuidado para aquellos que tengan los pies más delicados, ya que en los bordes de la laguna resulta posible encontrar sales cristalizadas muy filosas que pueden llegar a producir pequeños cortes muy dolorosos por la sal del sector, por lo que les recomiendo llevar sandalias o zapatillas especiales para el agua. Es uno de mis paseos favoritos y por supuesto, cada vez que visito Laguna Cejar (la he visitado ya 6 veces en los últimos 3 años), me sumerjo encantada en estas aguas turquesa y juego a realizar un tipo de paseo lunar, puedes recorrer la laguna simulando caminar, cuando realmente flotas por ella. Es una sensación inigualable y muy difícil de explicar con simples palabras. La única forma de comprenderlo es experimentarlo. En una de las oportunidades que visité esta particular laguna me tocó visitarla con Paulina, quien en un inicio estaba temerosa de sumergirse debido a no saber nadar, pero luego se percató que sin importar las habilidades de natación, cualquier persona puede flotar despreocupadamente por los altos contenidos de sal. Pero posteriormente, viene lo no tan grato de ésta experiencia, que es cuando te das cuenta que al abandonar la laguna, todo tu cuerpo está cubierto de una capa de sal que resulta muy difícil de remover, por lo que si deciden no tomar un tour con las agencias de la zona, les recomiendo llevar abundante agua embotellada para poder remover los restos y continuar el paseo. Otro consejito para disfrutar este paseo, es JAMÁS sumergir la cabeza bajo el agua, ya que quedarán momentáneamente ciegos de dolor por la sal. Lo he contemplado en otros turistas, que sin saber o sin tomarle importancia a éste dato, se dan un chapuzón sumegiendose en estas deliciosas aguas turquesa, para luego salir gritando del dolor . Lo mejor, es ingresar con lentes de sol (de los económicos ya que se dañan fácilmente por los cristales de sal) y así evitar también salpicaduras ocasionales de otros bañistas. La siguiente parada que les recomiendo realizar, es en los Ojos del Salar, dos pequeñas lagunas redondas, que se presume se generaron por excavaciones realizadas por personas en búsqueda de agua dulce en la zona, que luego abandonaron, hecho que nos permite hoy a nosotros poder disfrutar de ésta particular atracción. Solo una de ellas se utiliza frecuentemente para el baño, en donde la mayoría de los turistas salta desde lo alto de la laguna para poder removerse los restos de sal de Laguna Cejar. Yo soy cobarde en este tipo de actividades, por lo que tiendo dedicarme a fotografiar el esplendor del lugar, pero algunos de mis amigos que me han acompañado en mis innumerables visitas se arriesgan en el salto al vacío. ¿Se atreverían ustedes?. Aún recuerdo a mi amiga Jessica realizando este salto aun agua definitivamente no temperada y al guía pobre gúia tratando de capturar el momento del salto. Dios….¡ni loca! En la laguna de en frente, es posible realizar impactantes fotografías panorámicas en donde la gente juega con su reflejo en el agua, mientras captura la vegetación y las maravillas naturales del Desierto de Atacama. El último destino de este encantador tour, es Laguna Tebinquinche, la cual es la última laguna emplazada en el Salar de Atacama, siendo este salar el segundo más grande del mundo luego del Salar de Uyuni en Bolivia, generándose esta laguna producto de los deshielos y las lluvias escasas que se generan en el desierto más árido del mundo. Contemplar una puesta de sol en laguna Tebinquinche es una experiencia sublime para los amantes de la naturaleza, en donde los colores cambian a cada segundo, dependiendo muchísimo de la temporada en que visites la Laguna, el tipo de puesta de sol que te encontrarás. Resulta posible tomar fotos con parajes paradisiacos en temporadas más calurosas donde la Laguna se transforma en un Salar y en invierno en donde el tornasol de la puesta de sol en contraste con los cerros te hace quedar sin respiración. Los dejo con algunas capturas del lugar, y no duden en contactarme para pedirme datos de éste hermoso lugar si se animan en visitarlo. Quien sabe…quizás los acompañe a perderse en un atardecer mágico. “La contemplación de la grandiosidad de la naturaleza, siempre confirió nobleza a mis pensamientos, haciendo que olvidara las preocupaciones cotidianas”. Mary Shelley
  12. Ayelen

    Laguna Negra, Tolhuin

    Del álbum Tolhuin, Tierra del Fuego

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  17. Ayelen

    Laguna Negra, Tolhuin

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  20. Del álbum Tolhuin, Tierra del Fuego

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