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Showing content with the highest reputation on 10/30/14 en toda la comunidad

  1. 2 puntos
    Estando en la ciudad de Oaxaca no quisimos dejar pasar la oportunidad de nadar en las costas del pacífico mexicano, que prometen ser hermosas (el Caribe no lo es todo), y las Bahías de Huatulco eran el destino ideal. Había dos opciones para llegar: tomar el bus oficial que rodeaba la sierra oaxaqueña y hacía 11 horas de viaje, por 400 pesos el boleto sencillo; o tomar una combi que atravesaba la sierra durante la madrugada (12 am - 6 am) por 300 pesos el viaje redondo. Creo que no hace falta decir qué decisión tomamos. Al amanecer de aquel día, nuestra amiga Letzi fue a comprar los boletos temprano y nos trajo una sorpresa a casa: LOS BOLETOS A HUATULCO ESTABAN AGOTADOS. Pero no había apuros, había comprado el viaje a Puerto Escondido (otro destino paradisíaco en la costa) por el mismo precio, y de ahí podríamos ir a Huatulco en poco más de 1 hora. Antes de la medianoche de aquel día, estábamos listos en la estación de las combis. La verdad el coche no era tan incómodo como habíamos pensado. Letzi nos había advertido sobre las constantes curvas que atravesaríamos en el trayecto, y los riesgos de marearse con facilidad. Así que compramos una tableta de dramamine (pastillas contra el mareo) y nos la tomamos justo antes de partir. La van salió de Oaxaca a las 12 am, y pretendíamos dormir todo el viaje para llegar descansados a Puerto Escondido; pero sólo 1 hora después despertamos súbitamente. Nuestros cuerpos se golpeaban uno contra los otros, y nuestras cabezas caían y volvían a su lugar. Cuando Letzi habló sobre las curvas en la carretera nunca creí que serían tan cerradas y bruscas. Atravesábamos la sierra de Oaxaca, y el coche avanzaba justo sobre un acantilado. La combi no tenía cinturones de seguridad. Sentía mucho miedo, pues un volantaso en falso y caeríamos al precipicio, sin ningún tipo de seguro. Todos mis amigos iban despiertos también. Cuando el camino se tornaba recto y nos disponíamos a dormir, nuevamente empezaban las curvas. Fueron casi 4 horas de vueltas continuas, estábamos agotados y no pudimos dormir. Además de eso, una señora que iba al frente paró el coche para vomitar dos veces, y el conductor llevaba la radio a todo volumen, escuchando una conversación con una tal “Rosita”. Al final, odiábamos a Rosita. Cuando al fin arribamos a Puerto Escondido, estábamos de mal humor. Entre quejas y peleas, accedimos a pagarles a dos chicos que nos llevarían a Huatulco por poco dinero, en una combi para nosotros solos. Sólo queríamos llegar y dormir un poco en la arena. Tan sólo 10 minutos en el camino, una patrulla de policías federales pararon el coche. Sacaron a los conductores y hablaron con ellos por bastante tiempo. Creímos que traían droga o algo así. Al final, tuvieron que darles una mordida (soborno) de varios miles de pesos. Ambos chicos volvieron enojados al coche y nos dijeron que NO nos podrían llevar a Huatulco. Con todos dentro de la van enfurecidos y decepcionados, nos regresaron a Puerto Escondido y nos dejaron en la estación de buses. Sin pensarlo, compramos los siguientes pasajes a Huatulco en los autobuses oficiales. Más caros, pero no nos importó. Cuando el camión avanzaba, pude ver las playas de Puerto Escondido. Es un pueblo bastante bohemio, de pinta hippie, famoso por sus concursos internacionales de surf. Fue una lástima no habernos quedado al menos un día, pero prometí volver. Llegamos a Huatulco como a las 9 am, después de dormir como bebés en el bus. Nuestro humor había mejorado ya. Tomamos dos taxis hacia el embarcadero, desde donde sale un catamarán al día. El barco navega por siete de las nueve bahías, haciendo escala en dos, en las que se puede nadar y comer. Nuestro plan era tomar el viaje de ida y acampar en la última bahía. Al día siguiente regresaríamos al pueblo. Pagamos 200 pesos en el embarcadero y subimos al catamarán, junto con otro grupo de turistas. No me gustan mucho esos grupos organizados, pero era la única forma de llegar a las playas. Una vez a bordo y después de desayunar, sacamos nuestra botella de tequila, que en verdad necesitábamos. Había hielo y refrescos gratis en el barco, así que no fue un problema. Fue imposible no olvidar los malos momentos al tener semejante belleza frente a nosotros. El barco se alejó unos metros de la costa y pudimos ver a la distancia los acantilados que forman las bahías. El agua del mar chocaba en las cuevas escarpadas en sus paredes de piedra rojiza. La verde y exuberante vegetación se asomaba en lo alto de las playas y colinas. Tenía unas ganas de tirarme al mar y nadar hasta las playas, pero muchas de ellas están protegidas por ser zonas de conservación de flora y fauna, como el caso de la tortuga marina. No nos quedó más que sentarnos en la orilla de la barca y contemplar. Luego de recorrer tres bahías (la del Chahue, Santa Cruz y la del Órgano) hicimos una escala en la Bahía del Maguey. Una lancha más pequeña nos llevó hasta la costa, ya que el catamarán no puede tocar tierra. Una vez ahí, nos dieron como una hora para nadar, tomar una bebida o dar un paseo. Ya habíamos terminado la botella de tequila, y sólo necesitábamos eso: flotar en el agua cristalina y verdosa de una bahía donde las olas rompían en las formaciones rocosas que la protegían, dejando un estanque natural que apaciguó todas nuestras preocupaciones. Algunos de mis amigos compraron cervezas en los puestos locales. Algo bueno de Huatulco es que respeta mucho a sus zonas naturales protegidas, por tanto, no se ven grandes restaurantes o negocios modernos que contaminen el ambiente. Más bien, se observan vendedores ambulantes cargando hieleras portables con bebidas y comida traídas desde el pueblo más cercano. Todo alrededor era la naturaleza en su máximo esplendor. La temperatura del agua era perfecta. El día era soleado y bastante cálido como para darse un chapuzón. Luego de casi una hora maravillosa en la bahía, la lancha regresó por nosotros y nos llevó de vuelta al catamarán. Seguimos bordeando la costa, pasando la bahía de Cacaluta y la de Chachacual. El último destino fue la Bahía de San Agustín, que está al extremo oeste. Aquí nuevamente desembarcamos, para dar a los paseantes la oportunidad de nadar en el arrecife y comer en uno de sus restaurantes de mariscos más deliciosos. Para nosotros significó descender con todo nuestro equipaje. Hablamos con el capitán y le dijimos que nos queríamos quedar en la bahía y hacer noche en la casa de campaña. Nos dijo que no había problema, y que para salir de ahí al otro día podíamos hacerlo por tierra hacia el pueblo de La Crucecita, a donde habíamos llegado temprano. Buscamos entonces el sitio más adecuado para levantar la carpa. La bahía era una plancha de arena blanca y tersa que masajeaba los pies mientras caminábamos. No nos importaba mucho dónde acampar, pero unas nubes en el horizonte nos hicieron ver la posibilidad de lluvia aquella noche. Así que hablamos con el dueño de un puesto de mariscos en la playa. Nos dio permiso de acampar bajo un techo de palma, siempre y cuando consumiéramos en su restaurante. Aceptamos la propuesta. En la Bahía de San Agustín se asientan unos quince residentes, en su mayoría pescadores, que viven en casas de madera y techos de palma. Es un conjunto de construcciones muy pequeño, que apenas y contrasta con la magnitud de su amplia playa rodeada de acantilados. Por la tarde cumplimos nuestra promesa al hombre, comiendo en su restaurante ¡Vaya buena decisión! Los precios eran muy baratos y las porciones de comida enormes, sin mencionar lo delicioso del marisco recién pescado el mismo día por la mañana. Al verme atascado de un arroz caldoso con camarones, con mis pies masajeados por la arena y con la vista del Pacífico a mi frente, supe que ese viaje en combi había valido la pena… Después de reposar un rato la comida, nos dimos otro chapuzón en el mar. Hace pocos días habíamos ya cambiado al horario de invierno, y cuando nos dimos cuenta el barco zarpó de regreso al pueblo y el sol comenzaba a descender sobre el mar. Salimos del agua y los pescadores ya estaban guardando todas sus cosas: mesas, sillas, sombrillas y demás. Nos dimos cuenta que no teníamos casi provisiones, como agua y comida para toda la noche. Sólo había una tienda, y antes de que cerrara corrimos a comprar algunas cosas. Confiamos el dinero a mi amigo madrileño Jon, quien volvió con 10 latas de atún, galletas saladas y ¡15 litros de cerveza! (¿Qué estaba pensando?). Menos mal que había pedido prestada la hielera al señor y pudimos mantener frías las botellas hasta el otro día. Ya era de noche, y salvo algunas casitas de la playa, no había luz eléctrica. Decidimos prender una fogata, auxiliados por mi amiga Juliana, quien había sido boy scout. Pedimos un poco de leña al señor. Como no era suficiente, mi amigo Daniel y yo fuimos a buscar un poco más detrás de una choza. Tomamos unas cajas de madera y las llevamos al camping. En el camino, mi amiga Sonia venía con su cámara tomando fotos y me gritó: ¡Cuidado, un ALACRÁN! Empecé a correr huyendo del dichoso animal, cuando ella me replicó: ¡No tonto, está en la caja! Pronto, solté la madera en la arena y apareció ese pequeño animal, iluminado por el foco que colgaba fuera de la tienda, y que estuvo a punto de subir por mi brazo. Un señor escuchó los gritos y fue a ver qué pasaba. Tomó al bicho y le cortó el aguijón con un cuchillo. Nos dijo: “no te hace nada, sin aguijón ya no pica”. Yo sentí la muerte viéndome a los ojos, pues tuve miedo de su veneno, en ocasiones mortal. Pero ya sin peligro, mi amigo Daniel tomó al bicho, que rápido subió por su espalda. Después del susto, no dudamos en cerrar casi herméticamente la casa de campaña, para evitar cualquier tipo de animal dentro. Aquella noche la pasamos contando nuestros secretos, jugando y escuchando música, alrededor de la fogata en medio de una bahía paradisiaca sin casi nadie alrededor. Sólo nosotros, la luna, el sonido del mar y los litros de cerveza. Fue una noche espectacular. Al otro día, el sol nos despertó temprano. La hielera aún tenía cerveza, pero yo no quería saber ya nada de ella. Antes de comer, quisimos conocer el arrecife de coral. Rentamos un equipo de snorkel con un señor, por un precio barato y por tiempo ilimitado, y nos dirigimos al mar. Sólo unos metros dentro de la bahía, se veían las corales en el fondo repletos de peces coloridos y simpáticos. Yo no soy muy buen nadador, pero con el chaleco y las aletas, nada de eso fue difícil. Una vez bien adentrados, mis amigos Daniel y Jon se quitaron el chaleco para sumergirse a bucear por ratos con los peces. Yo los envidié mucho y decidí hacer lo mismo. Al descubrir que no me podía sumergir, les pedí ayuda y me llevaron tomados de sus manos. Aunque fuera sólo unos segundos debajo por no aguantar más la respiración, fue mágico verme rodeado de esos pequeños seres marinos. Hicimos snorkel por unas horas y luego volvimos a la costa por el lado opuesto de la bahía, donde para nuestra sorpresa, el arrecife casi se asomaba por la superficie del agua; eso significó acabar con las piernas raspadas y moreteadas. Pero valió todo la pena. Salimos del mar con el estómago vacío, así que nuevamente comimos en el restaurante del señor que nos prestó su palapa, degustando por última vez esos platillos de primera. Cuando terminamos el almuerzo, nos dimos cuenta de que el catamarán en el que habíamos llegado estaba en la bahía nuevamente. Nos topamos con el capitán y le preguntamos si nos podía regresar al pueblo; después de todo, habíamos pagado el viaje redondo y sólo habíamos ocupado la ida. El hombre accedió por una propina a cambio. Así que desmontamos el camping rápidamente y embarcamos el yate. En el viaje de vuelta sólo nos sentamos en la orilla de la barca para contemplar el atardecer sobre el océano. Fue algo realmente hermoso. Ya de noche, recorrimos un poco el pueblo de La Crucecita y compramos algunos recuerdos. Luego de tomar nuestra pastilla para el mareo, subimos a la combi que nos llevaría de regreso a Oaxaca. Aunque fue igualmente un viaje agotador, esta vez pudimos dormir un poco más, sin la radio prendida ni la mujer vomitando. En el último día en Oaxaca nos reencontramos con nuestro amigo Guillermo, quien llegó del D.F. un poco más tarde. Rentamos unas bicicletas para recorrer un poco la ciudad, antes de tomar nuestro bus de vuelta a la Ciudad de México. Pueden ver el álbum completo en la siguiente liga: Y pueden ver la segunda parte del capítulo 5 de Un Mundo en La Mochila, donde verán nuestra aventura grabada en video:
  2. 2 puntos
    Entre fuentes y pastas: Roma Fui rumbo a la sede del poder de la Iglesia católica, a la llamada Ciudad Eterna por su deslumbrante belleza plasmada en espacios naturales y culturales, a una tierra de vestigios arqueológicos, es decir a Roma. Una ciudad con unos tres mil años de historia y con tanto para ver y para hacer que apodos no le faltan. Visitar Roma creo que es una de las mecas de muchos turistas y claro como no verse tentado a pisar estas tierras cargadas de historia y cultura. Tuve la suerte de poder conocerla hace un tiempo. Luego de unas horas de viaje, afortunadamente sin largas demoras llegué a destino. Pisar el suelo de la capital italiana es una oportunidad única para transportarse al pasado y revivir la historia en museos y galerías. Hay mucho para ver y para hacer, creo que la lista de lugares para conocer y paseos es casi infinita. Hubiera necesitado varios meses para conocerla a fondo, pero los viajes son fugaces. A mi particularmente me interesaba conocer la Fontana de Trevi o como dicen los italianos la “Fontana di Trevi”. La había visto en fotos y un poco más en detalle en la película de “Elsa y Fred” una de las mejores películas de la querida China Zorrilla… Debo admitir que pasé varias veces por este punto. Es que el primer día que fui había muchísima gente y logré verla de muy lejos, a riesgo de recibir un codazo o un manchón de helado de alguno de los otros turistas que por allí estaban. No conforme con esta primera visita, volví una segunda y también una tercera vez. Esta es la fuente más grande de la ciudad de Roma, tiene más de cuarenta metros de frente y un estilo barroco único e impecable. Otro apodo que le pondría a Roma sería la “ciudad de las fuentes”, es que en Roma el agua sale por todos lados a los que uno mire, por bocas de peces, de tortugas, de gárgolas. En la visita de día aproveché para sacar buenas fotos, en la visita nocturna aproveché para escuchar el sonido del agua (de día es imposible!) Si claro, también tiré una moneda y pedí un deseo… Es una ciudad hermosa que invita a caminar y caminar. Pero después de pasear tanto es necesario reponer energías. Obviamente que al llegar a Italia, es imposible no sentirse tentado a probar un típico plato de… ¡Pastas caseras! Realmente exquisitas en especial la salsa. Tiene un toque único, no sé cuál será el secreto. La ciudad más románticas de todas: Venecia Estando en Europa es imposible no sentirse tentado a elegir Venecia, a mí por lo menos, siempre me resultó enigmático saber cómo es vivir en una ciudad donde en una de sus partes, no hay autos ni colectivos, en donde para trasladarse hay que ir sí o sí por agua. Es raro, muy raro. Venecia es una ciudad única en donde el transporte sobre ruedas no suele ser moneda corriente. En una de sus partes más antiguas, el transporte se realiza en embarcaciones, las cuales los italianos con su dulce cantar le llaman vaporettos. Desde su fundación, la ciudad ha sufrido los efectos de inundaciones periódicas, que en la actualidad siguen repitiéndose. Además de los vaporettos que mencioné antes, también existen los taxis llamados traghetti. Estos se diferencian de los vaporettos, son privados y de costo más elevado. Pero, la clásica embarcación veneciana, que viene a la mente de todos los que pensamos en la romántica Venecia, es la góndola. Este medio de transporte es utilizado para todo tipo de eventos: bodas, funerales, ceremonias y por supuesto que también por nosotros: los turistas. No me privé del gusto de dar un paseo en góndola y vivir la experiencia. Es más ya lo tenía en mente antes de llegar a destino. Realmente es una experiencia agradable y plancentera, porque a lo novedoso del paseo, se suma la vista a las antiguas y pintorescas viviendas. Otro atractivo de esta ciudad son las calles angostas de trazado irregular, muy llamativas para mí que estoy acostumbrada al trazado en damero. Lo más curioso es que al meterse en los callejones desconocidos, siempre terminas en algún canal. Adoré a Venecia desde antes de conocerla y al estar me enamoré aún más. Es un sitio con encanto, ideal para pasear sin rumbo y perderse llegado a un canal, un paseo para los sentidos y para acercase a la cultura. Un lugar para pasear en góndola, admirar paisajes y remontarse al pasado… Adiós a Roma, Adiós a Venecia, mi viaje por el viejo mundo debía continuar pero con los mejores recuerdos y por supuesto la promesa de algún día volver…
  3. 1 punto
    La primavera es una estación ideal para pasear. Para hacer viajes de escapada, o por qué no, para hacer recorridos en el día para cambiar de aire. (Vale aclarar que para mi cualquier momento del año es propicio para irse de vacaciones o de paseo) Volviendo al tema de “los viajes de escapada” o de “paseos en el día”, yo creo que muchas veces las realidades, o aquello que buscamos puede estar muy cerca, inclusive en nuestra propia ciudad. Muchas veces soñamos con esfumarnos, tomarnos unos días y transportarnos a un lugar remoto. Y con el solo hecho de pensar en estas ideas y cerrar nuestros ojos por unos instantes, la fantasía se encarga de traducir todos nuestros deseos en confines donde la inaccesibilidad o lo desconocido dice presente... Pero claro, quién nunca soñó con islas perdidas, aldeas remotas ubicadas en el medio de la montaña, refugios ocultos en medio de un paisaje selvático o ese infinito deseo de irse para olvidarse de todo. Para volver renovado. No es que sea imposible ir a algún lugar remoto, o exótico como le suelen llamar en las agencias y en los paquetes de viajes. Pero, algo más sencillo es escaparse de a ratos, respondiendo a la lógica de nuestros ritmos diarios. Yo particularmente recomiendo, combinar ambas cosas… de vez en cuando, hacerse un “viajecito al más allá” pero combinarlo con paseos cortos. Uno de los lugares a los que suelo ir cuando quiero escapar de la rutina y del paisaje de todos los días (además de la costa de mi ciudad la cual me parece espectacularmente alucinante y nunca me abure) es ir hacia Sierra de Los Padres. Las Sierras se encuentran a tan sólo unos quince minutos en auto. Es un sitio que lleva la categoría de Barrio Residencial de la ciudad de Mar del Plata. También se puede ir en colectivo. Pero, es más lindo ir en auto. No solo por la comodidad, sino porque la ruta que hay que tomar para llegar hasta aquí, es una de las más pintorescas del país. Junto con la ruta interbalnearia están dentro de mis preferidas. La frondosa arboleda acompaña todo el recorrido. Árboles y pájaros amenizan el viaje, haciendo que sea parte del mismo paseo. Voy cada tanto. La última vez que fui, me acuerdo que fue un fin de semana largo. Nunca había ido en una ocasión así. Recuerdo que había mucha más gente que un fin de semana común. Había inclusive colectivos que traían a grupos para realizar excursiones. Por lo general, siempre hago el mismo itinerario…Camino por el centro comercial rumbo hacia el mirador, para deleitarme una y otra vez con la vista panorámica esplendida de las Sierras. Luego de sacar fotos, sigo paseando, comprando productos artesanales y antes de emprender la vuelta, entro a alguno de los cafés y tomo algo. Pero esta última vez, me dí cuenta que hacía mucho que no hacía el recorrido por la “Gruta de Los Pañuelos” Se trata de un recorrido por las sierras, en el cual puede apreciarse una especia de cueva entra las rocas. Allí hay varias figuras de la Virgen. Pero lo más llamativo es la gran cantidad de pañuelos anudados entre sí colocados por los turistas y curiosos que visitan el lugar. En el sector donde están los artesanos, era posible ver como los excursionistas compraban pañuelos para luego sumar a la maraña. Según me comentaron esta tradición, empezó hace varios años, allá por el año 1949, cuando una parejita de inmigrantes italianos colocó sobre este pedestal natural ( esta enorme cavidad entre las rocas que conforma en las grutas se formó sola) una imagen de la virgen atándola con un pañuelo. Esto simbolizaba para la pareja, la unión espiritual de sus cuerpos ante la virgen. Una vez anudada la figura, se arrodillaron a rezar aprovechando la tranquilidad del lugar y el silencio. Según se comenta, lo que tan encarecidamente pedían era un hijo al cual todavía no podía tener. Rezaban desesperados, pensando en que tal vez nunca tendrían la oportunidad de ser padres, ya los que años iban pasando y la mujer no lograba quedar embarazada. Pese al sentimiento de angustia, se fueron con fe. A los meses, volvieron al lugar, pero esta vez a agradecer… la mujer había quedado embarazada. Decían que realmente un milagro había ocurrido. Y como forma de agradecimiento, comentaban estos a todos los que por allí cruzaban, quienes también se sumaron a anudar pañuelos. Están quienes creen en los milagros y quienes no, pero lo cierto es que hay miles de pañuelos como se puede ver en la foto. No sé si por tradición, si por pedir, o porque en los artesanos se los ofrecen, la gente va y anuda su pañuelo. Después de visitar este mítico lugar y antes de que caiga el sol, di una vuelta más por el lugar y emprendí la vuelta en compañía de muy buena música… Les dejo para despedirme esta hermosa foto de flores primaverales
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