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  1. 2 puntos
    Abordé el autobús junto con Nico y Rocío en la estación de Humahuaca, para por fin dejar atrás la provincia de Jujuy, que tanto me había maravillado. Nuevamente, mi futuro era incierto; no tenía idea de dónde dormiría los siguientes días y qué sería de mí para el próximo 31 de diciembre. Solo había algo seguro: el bus se dirigía a la ciudad de Salta, capital de la provincia homónima. Esperanzado con que alguien aceptara alguna de las más de 10 solicitudes que había enviado por Couchsurfing media hora antes de partir me decidí a dormir durante las casi 5 horas que duró el viaje con múltiples escalas. Para los que no hayan leído mis relatos anteriores y no estén del todo enterados de lo que es Couchsurfing, he aquí una breve introducción: En 2004 un grupo de jóvenes innovadores tuvieron la grandiosa idea de crear una red social gratuita para que sus usuarios intercambiaran hospitalidad. De esta manera, los viajeros pueden buscar (surfear) un sofá (couch) dónde dormir por una o más noches mientras se encuentren en tal ciudad. De igual forma, los locales pueden ofrecer su casa, apartamento o morada para recibir a los viajeros, sobreentendiendo que el viajero desea hacer nuevos amigos y ahorrar un poco de dinero, por lo que normalmente no se le cobra nada. Pero más allá de un hotel gratis, es la manera perfecta de introducirse en lo local. Personas auténticas que viven en la ciudad, con una típica vida del país, que cocinan comida para ellos mismos y muchos de los cuales están dispuestos a mostrarte los mejores sitios que conocen, más allá de lo que marcan las guías turísticas. Y para el host, una buena plática, cocinar un platillo típico y, en general, una buena experiencia con el surfer, es la mejor forma de pago que pueda obtener Yo había empezado a utilizar esta red desde hace ya más de un año, recibiendo viajeros en México y España y pidiendo alojo en el resto de Europa. Si bien mi opinión sobre Couchsurfing era muy buena, al llegar a Salta renovó mi creencia en la buena voluntad de la humanidad. Memorias de un couchsurfer: la primera impresión es la que cuenta. Cuando desperté ya estábamos entrando a la ciudad, y pude percatarme de que, efectivamente, habíamos dejado atrás a Jujuy. El paisaje circundante se componía por verdes colinas custodiadas por nubes negras. Cuando bajé del autobús pude advertir la humedad, la cual en las alturas de los Andes llevaba varios días sin sentir. Ahora me encontraba en la ciudad de Salta. En la terminal, unas gotas empezaron a caer. Rocío le marcó por teléfono a su tía para que pasara por ellos. Yo en cambio, no sabía dónde me quedaría. Como olfateando a los desamparados un chico se acercó a mí y me ofreció un hostal en el centro. Tomé su panfleto y lo guardé como una opción. Nico y Rocío me llevaron a una gasolinera, donde había una tienda 24 horas con wifi para clientes. Compré un helado y pedí la contraseña; cruzando los dedos, abrí la aplicación de Couchsurfing. Había dos respuestas: una negativa y otra positiva. Un chico llamado Gustavo había ofrecido alojarme Amablemente me dejó su número de celular, al que no dudé en marcar. Haciendo un esfuerzo por entender su extraño acento, quedé de verme con él justo frente a la terminal. Pasaría por mí en su coche. Más que contento, salí de la tienda e informé a los chicos de las buenas noticias Ninguno había utilizado antes Couchsurfing y no confiaban mucho en la seguridad que ofrecía. Pero luego de ver cómo aquel chico estaba salvando mi viaje (y mi bolsillo) tras la incertidumbre de poder haberme dejado botado en una ciudad desconocida, un brillo iluminó sus rostros Acto seguido, un coche se estacionó. Una mujer delgada y blanca bajó del vehículo y los saludó en ambas mejillas con una sonrisa dibujada en el rostro: era la tía Fedra. Esa peculiar mujer, que parecía no tener una pisca de locura con la que había sido descrita por Rocío, se presentó conmigo y, amablemente, me ofreció quedarme en su casa ¡Vaya destino, de haberlo sabido antes! — pensé yo Pero rechazar su oferta y aceptar la de Gustavo haría mi viaje aún más inolvidable. Me despedí de los tres y volví a la terminal, prometiéndoles pasar el año nuevo con ellos. Gustavo llegó pocos minutos después, con su hermano y su primo. Me presenté con ellos (como es de costumbre en los primeros encuentros de Couchsurfing) y subí al coche. Entre las pláticas familiares y la música en la radio, comenzaron las preguntas que nos introducían poco a poco. Gustavo trabajaba como programador informático y su hermano aún estudiaba la universidad. Joaquín era de Buenos Aires y trabajaba a bordo de un barco; había venido a Salta a pasar el verano con su primo favorito, sin saber que el futuro nos uniría en un viaje de carretera. Pasamos a su cómodo apartamento en el centro de la ciudad, donde dejé mi maleta y tomé una ducha. Cuando salí del baño los tres estaban sentados en la mesa tomando mate. Como ya había sido advertido de que rechazar un mate en Argentina puede ser de mala educación para algunos, acepté la invitación y me uní al ritual, al que ya me venía acostumbrando desde varios días atrás Después me llevaron a casa de sus padres, en la exclusiva Villa de San Lorenzo, al norte de la ciudad. Un enorme terreno de más de 300 metros cuadrados con un extenso jardín, una amplia casa, una piscina (pileta dirían ellos) y un perro juguetón, rodeados por un fraccionamiento de pintorescas casas y cabañas en el medio de un boscoso ambiente familiar realmente me hicieron sentir que me había sacado la lotería Casa de los padres de Gustavo en San Lorenzo Compramos unos bollos y facturas (pan de sal y pan dulce) para acompañar los mates que tomamos junto con sus padres, quienes me contaron que al siguiente día partirían a Buenos Aires y regresarían hasta enero. Guti (como lo llaman sus amigos) me dijo que fue la mejor época en que pude visitarlo, pues tendría su coche y casa a su entera disposición para disfrutar de las fiestas decembrinas Caída la noche, volvimos al centro para vernos con Flor, la novia de Guti, y Alejandrina, su mejor amiga. Ambas muy patas (buena onda), nos invitaron a beber vino en el apartamento de Ale, para lo que fuimos a una licorería donde los argentinos, siempre expertos catadores, eligieron las mejores marcas para la velada. Guti, Joaquín y yo volvimos al apartamento para que ambos se bañaran, y en el camino compramos empanadas para la cena. Si mi día había mejorado desde que un buen samaritano salteño me acogió en su casa, esas empanadas me dejaron el mejor sabor de boca que pude llevarme de mi viaje por Sudamérica Carne molida, pollo deshebrado, queso roquefort… la textura de la masa y el sazón de aquella salsa me hicieron declararme, por fin, fan absoluto de la gastronomía argentina Con nuestros estómagos llenos, volvimos con Flor y Alejandrina, quienes nos esperaban con bocadillos de queso y copas de vino tinto y blanco. La noche se prolongó con música de fondo y el juego de las boludeses; la chispa del amor había brotado notoriamente entre Joaquín y Ale; los planes para asistir a una peña se habían cancelado cuando el reloj marcó casi la hora del amanecer. Entre el sueño y la ligera ebriedad, partimos de vuelta a casa. Joaquín y Guti habían ya reservado una excursión a las salinas para la siguiente mañana. Así que luego de una hora de sueño la combi pasó por ellos. Yo me quedé dormido por casi todo el día, agradeciendo la suerte que el destino me había preparado al llegar a aquella ciudad del norte argentino, y una primera impresión que gracias a Couchsurfing podría recordar para siempre. Salta, la linda Cuando estuve algunos días en Madrid conocí a Agustín, un argentino (salteño, para ser preciso) que me había hablado maravillas sobre su ciudad natal, a la cual llamaba “Salta, la linda”. Ahora que yo estaba allí, era muy irónico que no pudiera mostrármela por él mismo De todos modos, con Guti y sus amigos pude conocer el modo de vida común y corriente que los salteños llevan al día a día, que me hizo descubrir el significado de su merecido apodo… Degusté deliciosas pizzas en un restaurante. Conocí variedad de vinos y sus propiedades. Tuve el placer de cenar empanadas de espinaca con la abuela y la tía de Guti, que me hicieron entender el por qué las empanadas salteñas son las más famosas en Argentina (incluso en Bolivia). Si bien visité Salta durante las vacaciones navideñas de verano, parece ser que su gente es muy relajada. A pesar de tener más de 500,000 habitantes, su ritmo de vida no se compara con el estrés que noté en ciudades como La Paz, Lima, Cuzco (o hasta la mía en México, de un tamaño parecido). Normalmente la imagen que los argentinos tienen en el extranjero (incluyendo mi país) es de arrogantes y soberbios. Pero el trato que recibí durante mis largos días en esta tranquila metrópoli me quitó de encima un estereotipo más que sucumbió ante otra exquisita experiencia de viaje Como Gustavo debía trabajar todo el día entre semana y Joaquín salía a visitar a la abuela, muchas veces decidí salir y conocer la ciudad por mi cuenta. El centro de Salta es bastante pacífico a comparación de muchos otros. Su estructura cuadrangular y sus calles rectas y paralelas la hacen bastante amigable con el turista. Catedral de Salta Su catedral, Plaza de Armas y edificios del gobierno dejan al descubierto su pertenencia al antiguo Virreinato del Perú y su posterior incorporación al del Río de la Plata, con arquitecturas que van del barroco al clásico. Como es costumbre, dichos edificios están rodeadas por infinidad de comercios de comida, ropa y artesanías. Éstas últimas importaban mucho el estilo de la de las quebradas de Jujuy, haciendo famosos artículos como ponchos indígenas, quenas y flautas, vasijas de barro y piedra rojiza, joyería y, por supuesto, vasos de mate, que no dudé en comprar como un inmortal recuerdo Si no me había quedado claro que Argentina posee una fuerte influencia de los inmigrantes italianos que desde el siglo XIX arribaron al cono sur, sus heladerías multicolor con exuberantes nombres me llevaron de vuelta a la antigua Roma. Pero si de adicción al dulce se trata, hubo algo que superó mi gusto por los gelatos. Por supuesto, estoy hablando de los alfajores Esos pequeños sándwiches de dulce de leche que me hicieron pasar una embarazosa situación en el hostal (al nombrar a su relleno como cajeta) me volvieron completamente loco, buscando en todo momento la tienda más cercana para adquirirlos como postre después de cada merienda Agustín también me había comentado sobre el insoportable calor que el verano solía traer a Salta. A pesar de la alta humedad del valle de yungas en el que se yergue la ciudad, la época también era lluviosa, permitiéndome realmente poder disfrutar del clima. Uno de esos días, Joaquín me pidió acompañarlo al Cerro de San Bernardo, un monte boscoso de 285 metros sobre la ciudad que domina toda la zona centro. Como todo un ícono de la urbe, posee desde hace ya varias décadas un sistema de transporte teleférico para ascender hasta la cima. Queriendo ejercitarme un poco, decidimos hacerlo a pie. El acceso fue fácil desde la avenida principal de la ciudad. Muchas personas acuden para sus ejercicios matutinos y vespertinos, cuando el sol no quema con tanta fuerza. En menos de una hora estábamos en la punta, donde tuvimos algunas vistas increíbles de la ciudad a nuestros pies, que desde muchos ángulos eran obstruidas por las copas de los árboles. Era increíble saber cómo el paisaje cambiaba tan repentinamente en tan solo unos kilómetros a la redonda. Al norte y al oeste, la cordillera de los Andes se alzaba en su plenitud, con un clima seco y árido. Al final de la cordillera, las laderas de las montañas más pequeñas se llenaban de verdes yungas, que devenían en valles como el de Salta para dar pie a extensas llanuras al este. No hay nada más maravilloso que ser testigo de cómo la naturaleza juega con nuestro mundo de formas tan extraordinarias. Otro día lo dediqué a conocer la Quebrada de San Lorenzo con Nico, Rocío y su tía Fedra, quienes se quedaban en su casa en Vaqueros, una villa al noreste de la ciudad que conocería días más tarde. La Quebrada es un accidente geológico que forma parte de la precordillera andina. De esta forma, sus montañas están cubiertas por yungas tupidas de frondosas selvas. La Villa de San Lorenzo, donde viven los padres de Guti, se halla justo al pie de estas colinas, cuyo acceso en coche es rápido y gratuito. La Quebrada es el emplazamiento natural perfecto que toda ciudad debería tener. Una excelente opción para hacer circuitos de trekking, bicicleta de montaña, picnics o cualquier otra actividad que demande de un verde y fresco bosque alrededor Nosotros caminamos junto a la riviera del arroyo que divide el campo. A la entrada hay algunas tiendas y restaurantes, donde tomamos un café para pasar la tarde. Definitivamente no me arrepentía de que el viento me hubiese arrastrado hasta esta remota capital que se salía de mi ruta poco planeada al principio de mi viaje. La poco conocida Salta me recibió con sus brazos abiertos, con gente que marcó mi rumbo y con quienes compartiría la última noche del año, aquel año en que finalizaba mis estudios universitarios y que le daría una cálida despedida a mi vida estudiantil.
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