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  1. 1 punto
    Habían transcurrido ya cuatro días desde que Gustavo me había recibido en su casa junto con su primo Joaquín. Sus padres habían partido hacia Buenos Aires para pasar las fiestas, y pasábamos la mayoría del tiempo con su novia Flor, la mejor amiga de ésta, Alejandrina, y su hermana Luchi. Cada noche que pasaba llegaba al desvelo entre vino, mates, empandas, pizza y alfajores. Los juegos de mesa como el truco y boludeses eran la mejor compañía. Así, de cierto modo, me sentía en deuda con todos ellos por su increíble hospitalidad. El 31 de diciembre estaba a la vuelta de la esquina, y si bien no habíamos planeado nada muy especial, sea lo que fuese que hiciéramos quería aportar algo particular; algo mexicano para completar el combo. Así que compré los ingredientes para preparar el mejor platillo mexicano que puedo cocinar fuera de mi país: chilaquiles. Mis famosos chilaquiles habían viajado hasta España, Perú, y ahora llegaban al norte argentino para tratar de conquistar aquellos paladares amantes de los cortes y la pasta casera. Quise reservar mi composición de salsa de tomate con ají, nachos de maíz, pollo, cebolla y queso para la noche de año nuevo. Pero un día antes al llegar a casa, encontré al grupo argentino sentado en la mesa. Me quité los zapatos (regla esencial del apartamento) y pasé directo a la cocina. Y luego de saludarles, decidí deleitarlos esa misma noche con uno de mis manjares preferidos Las primeras impresiones fueron halagadoras, pero el tinte rojo del que se tiñeron sus rostros pronto me advirtió sobre el exceso de ají que había colocado en la salsa, mismo que mis papilas eran ya casi incapaces de percibir Y mientras Gutii se quedó con ganas de más (pues preparé un platillo vegetariano especial para él), Joaquín no pudo terminarlo. Tal parecía que era intolerante al picante, y el ají había dañado seriamente su estómago Me sentí un poco mal por el suceso, pero me confesó que, de no ser por el picor, le agradaba mucho el sabor de mis chilaquiles. Así que le prometí cocinar una sartén sin chile para la siguiente noche; no quería hacerlo pasar una víspera de año nuevo sentado en el retrete. La mañana del 31 de diciembre amaneció como un lindo y despejado día soleado. Guti, injustamente, debió trabajar medio turno. Por tanto, aproveché mi mañana para hacer mis compras de último momento. Nico y Rocío me habían invitado a cenar en casa de su tía Fedra, y como no quería llegar con las manos vacías, decidí hacer una ración más de chilaquiles. Cuando todos volvimos al apartamento era aún muy temprano, y Guti tuvo una idea. Reunió a toda la pandilla y nos dirigimos a su casa en San Lorenzo, para pasar la tarde nadando en su pileta. Había dejado las cosas preparadas para cocinarlas antes de la cena, así que sólo me relajé y dejé que el sol bronceara mi piel ya casi curtida. La guitarra de Joaco al fondo, un poco de spagetti y una copa de vino al lado de la piscina me hicieron sentir como un rey, bastante afortunado de haberme topado con tales personas en mi remoto destino del sur La noche cayó sin que nos diéramos cuenta. El sol de verano en Salta se ocultaba a las 9 pm, haciendo del día un eterno resplandor. Y apresurados por el reloj, retornamos a la ciudad para dejar a Flor en su casa y tomar mis cosas para la cena. Guti y Joaquín me llevarían hasta la casa de Fedra, donde me reuniría con los pampeños en una peculiar cena. El distrito de Vaqueros estaba bastante lejos, tomando la carretera 9 hacia el norte, saliendo de la metrópoli. Un poco perdidos con los nombres de las calles, dejamos la avenida principal para meternos en una rúa de ripio que parecía no terminar. Los terrenos de cada casa se extendían al infinito, lo que nos llevó aún más tiempo hasta toparnos con la morada de Fedra. Una sencilla y modesta casa de estilo hippie se posaba en el medio de 400 metros cuadrados de pasto rodeado por una cerca. La tenue luz que emanaba desde dentro iluminó a Rocío, quien se acercó a recibirnos para que nos perdiéramos aún más. Presenté a mis nuevos couch con mi antigua anfitriona, y tras besos de despedida ellos partieron a casa de su abuela para mirar los fuegos pirotécnicos a la medianoche. Con Rocío y la tía Fedra dando los últimos detalles a la casa y Nico felicitando a su madre por teléfono, me dispuse a preparar rápidamente mis chilaquiles, antes de que el resto de los asistentes arribara. Poco a poco, los besos en ambas mejillas como muestra de saludo (lo cual me hizo notar su fuerte influencia italiana) anunciaban la llegada de los invitados. El peculiar repertorio de amigos de Fedra se hacía presente con su especial estilo de vida: una pareja divorciada acompañados por su hija; ella ahora tenía novia y él ahora tenía novio. Dos chicas con vestimentas hippies, la madre de una de ellas y otro hombre homosexual, con el cual sólo Rocío Nico y yo no rebasábamos los 40 Perros adoptados y los del vecino parecían querer hacernos compañía. En la víspera de año nuevo, todo mundo es bien recibido Ya colocada la mesa, pusimos todas las charolas a modo de buffet: ensaladas, soufflé, carnes, aderezos y dominando la tabla, mis chilaquiles rojos. La gente probó entusiasmadamente el excéntrico platillo mexicano, el cual al parecer tenía menos ají que el día anterior (afortunadamente para todos). El vino y el champagne (que había sobrevivido desde la navidad en Tilcara) digirieron la voluptuosa cantidad de comida ingerida, auxiliados por helados de crema y agua que fueron seguidos por tartas de chocolate. Con los estómagos a reventar, el reloj marcó las 12. La multitud se puso de pie para darnos los abrazos de buena suerte, deseándonos los unos a los otros tener un feliz próximo año, y entonces pensé que con tal de manera de comenzarlo, no había forma de que mi año fuese a transcurrir mal Al momento en que los fuegos pirotécnicos se asomaban por la ciudad de Salta y en que los cuetes de los vecinos hacían a los perros esconderse, Mariana y sus amigos se dispusieron a prender globos de Cantoya. Cuando aquella sublime figura de papel se elevó majestuosamente iluminada de forma parcial por el fuego en su interior, el cielo estrellado me hizo sentir en casa. Si bien no era la primera vez que me encontraba a miles de kilómetros del pueblo que me vio nacer, era la primera vez que verdaderamente me veía rodeado de desconocidos en un sitio ajeno. Pero la calidez con la que los argentinos me acogían me hizo sentir más cerca de mi familia a la que por un breve momento añoré. Antes de que los globos desaparecieran en la oscuridad, la música empezó a sonar y la gente comenzó a bailar. Empujados por el vino y el champagne, todos mostrábamos nuestros buenos pasos de salsa, bachata, cumbia y pop, a la par de nuestros coros mal entonados. El porro de marihuana iniciaba a transitar entre las manos, cuando Guti , Joaquín y Flor llegaron en su auto. Planeaban pasar el resto de la velada en su casa de San Lorenzo bebiendo mojitos y ron. Así que tomé lo que sobró de los chilaquiles y me despedí de todos los presentes. Me quedaban un par de días en la ciudad, por lo que no fue un adiós, sino un hasta luego. Cuidándonos de los oficiales de tránsito que buscaban cualquier pretexto para detener a conductores con aliento alcohólico, manejamos por la ruta hacia el oeste de la ciudad, y cuando llegamos a San Lorenzo,Alejandrina, Luchi y dos primos suyos nos esperaban sentados en el pórtico con la enorme perra de Guti. Nos deseamos un buen inicio de año, y vaya si lo fue. Entramos a la cocina y uno por uno ayudamos con las tareas para hacer nuestras bebidas. Nunca en mi vida había preparado mojitos ni caipirinhas, pero admito que fue bastante divertido Al parecer, Joaquín tenía muchos amigos cubanos y brasileños que trabajaban con él a bordo, y su cálida cultura lo había influenciado tanto que se dio a celebrar el primer día del año con los tradicionales cocteles de ron. Más tarde, la noche nos puso de pie con las copas en las manos para bailar chacareras y música tradicional del norte, que Luchi me enseñó a bailar como una buena pareja de gauchos seductores La reciente moda mexicana de dar chilaquiles como cena de desvelados en las fiestas después del baile y la borrachera llegó hasta Salta, donde mis nuevos amigos se abalanzaban por un platillo de chilaquiles calientes con queso para recuperar su energía y mantenerse despiertos. Con los platos sobre el regazo, el sol comenzó a iluminar nuestros rostros. Las cuerdas de la guitarra de Joaquín aún se escuchaban timbrar. Y mientras Flor y Guti se habían ido a acostar, el resto se despidió de nosotros, dejándonos a Joaquín y a mí solos. Nos dimos por vencidos y nos dejamos caer sobre la cama y el sofá. El sueño nos invadió hasta llegado el mediodía. Siendo mi primer año nuevo con un clima veraniego, me propuse a dormir la siesta junto a la pileta, mientras dejaba que el sol actuara sobre mi piel. Cuando todos revivimos casi al caer la noche tras comer unos tamales y humitas, volvimos a Salta más que agotados. Y acostado en la cama de regreso en el apartamento, pensé en lo hermoso que había sido no planear mi viaje. El destino y nadie más me había unido con esas maravillosas personas en tan bellísimo lugar, lo cual me regocijó en mi primera noche del año aún a miles de kilómetros de casa.
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