Saltar al contenido

Top Escritores


Popular Content

Showing content with the highest reputation on 07/11/15 en toda la comunidad

  1. 1 punto
    Despertamos nuestra primera mañana en Cafayate dentro de nuestras casas de campaña, con un clima muy distinto con el que se amanecía en Jujuy. El calor se hacía inminente cuando los rayos del sol pegaban sobre el techo de mi carpa a temprana hora. Las ramas de un árbol nos protegieron ligeramente del radiar del verano que nos hizo abrir poco a poco los párpados. El camping se había mantenido medio lleno hasta el momento. Algunos nuevos vecinos habían aparecido alrededor. La mayoría argentinos que aprovechaban el verano para recorrer de norte a sur su hermoso país. Otros, quizá más extremos, que viajaban por el mundo como forma adaptada de vida. Era el caso de los italianos con su ostentosa casa rodante que se posaba en el medio del jardín Su bien equipado exterior color militar opacaba a cual más instalada tienda que la adornaban en un círculo de colores. Al fondo del seco pastizal se alzaba nuestro modesto campamento, compuesto por el coche de Alejandrina y dos pequeñas carpas. Tomamos un ligero desayuno para empezar el día. Antes de que pudiese sacar la empanada del día anterior de su bolsa de plástico, Joaquín y Ale tenían ya listo el primer mate del día ¡Vaya si los argentinos eran realmente adictos a aquella hirviente bebida! Optamos por fruta y algo de yogurt para empezar el día. Reservamos los sándwiches de jamón y algunas empanadas que habían sobrado para recobrar fuerzas en la larga caminata que nos esperaba para la tarde, nada más y nada menos que en las 7 cascadas del río Colorado, bastante conocidas en toda la provincia de Salta. Los viajeros y campers nos habían ya recomendado visitar el sendero que dibujaba el río, pero nos habían advertido sobre la longitud y dificultad del mismo, sobre todo si pretendíamos avistar las 7 caídas, separadas entre sí por varios metros. Así que después del pequeño refrigerio nos preparamos con tenis, botas de trekking, ropa ligera, alguna cámara de fotos, algo de comida, agua y bloqueador solar en las mochilas. No debíamos cometer el mismo error que en Alemanía, así que nos encaminamos con el menor peso posible. Las 7 cascadas no están muy lejos de Cafayate, aunque para llegar caminando se tarda más de una hora, lo que sumado a la caminata en la Riviera del río representa un mayor cansancio Por ello, manejamos para atravesar los viñedos del suroeste de la localidad hasta un sitio donde dejar el coche. Aquellos plantíos de la legendaria fruta de la vid me hicieron sentirme en un pueblecillo francés Como ya mencioné en el relato anterior, Cafayate es bien conocida en toda Argentina por su alta producción de vinos. Avanzamos unos 6 km por un camino de ripio que empolvó la carcasa del auto y que nos hizo despegarnos del asiento hasta el techo en repetidos saltos. Decenas de aventureros que se dirigían al mismo sendero que nosotros alzaban el dedo pulgar en señal de ride, más nuestra solidaridad se vio opacada por el reducido tamaño del vehículo, que con todos dentro se había llenado a tope Tras varios minutos en que las llantas pusieron su mayor resistencia al incómodo a irregular tramo carretero, llegamos a una pequeña villa turística, donde se ofrecían servicios de alojamiento, camping, alimentos y estacionamiento, donde decidimos dejar el coche por un módico precio. Además, grupos de personas se acercaban a nosotros y a todos los turistas ofreciéndonos un recorrido guiado por las cascadas, sin prometernos poder ver las siete. Nos rehusamos desde el principio, pues no queríamos pagar. Pero la insistencia era mucha. Todos murmuraban sobre la dificultad del camino, sobre la inexistencia de un sendero marcado o sobre la pérdida y la muerte de turistas en el pasado. Algunos de nuestros rostros se mostraron consternados pero Alejandrina se mantuvo firme. Buscaba relajarse en medio de la naturaleza y lo que menos deseaba era estar acompañada de un extraño que anhelase plata. Y aunque debo aceptar que me preocupé un poco al principio, quise ser optimista y apoyar la decisión de Ale. Después de todo, yo tampoco quería vaciar más mi billetera Después de un rotundo no al guía (quien se mostró cero profesional y poco amable, debo decir) otros dos o tres se acercaron a nosotros contándonos la misma aterradora historia. Esta vez sí que nos hicieron enojar si tan peligroso era el camino, entonces quizá debería estar prohibido entrar sin guía. Y al ver que varias personas se aventuraban por sí solas, supusimos que no estaríamos solos en nuestra travesía. Después de todo, lo que había que hacer era seguir el curso del río, del cual no había ninguna manera de salirse. De la villa caminamos sólo algunos metros hasta llegar a la caseta de entrada, donde nos registramos en una libreta de seguridad del parque. La recepcionista nos dio la bienvenida, sumada a recomendaciones generales sobre el trekking. Cuando preguntamos el tiempo aproximado para llegar a la primera cascada nos contestó: Depende de qué tanto se pierdan para llegar, respuesta tal que nos hizo dudar un poco Pero su cara optimista nos hizo saber que era muy normal serpentear varios minutos en busca del mejor camino, lo cual a veces te obliga a volver y perder más tiempo. En fin, fuese lo que fuese lo que nos esperaba allá adentro, estábamos ahí y estábamos emocionados Con eso, nada podría salirnos mal. O eso creíamos. Justo tras pasar la caseta de registro, nos internamos en un matorral de plantas secas que dibujaban un laberinto de caminos Nos vimos en una terrible confusión que duró algunos minutos, en los que fuimos y volvimos serpenteando entre los arbustos. Pero la aparición de otro grupo de turistas guiados por un local nos indicó el mejor sendero para seguir adelante. Empezaba a dudar un poco sobre la desestimación de un guía. No obstante, no hizo falta recorrer generosas distancias para llegar a la orilla del río, cuyo cauce en un principio parecía bastante angosto. Y lo donde se extendía un inmenso llano de arena y rocas de pronto se alzaban pequeñas montañas a ambos lados de la Riviera, que formaban en su prolongación una especie de cañón arbolado. Caminamos los primeros metros sin ver a muchas personas alrededor. Como bien dijeron los guías, no existía un sendero marcado que recorrer. Así que tuvimos que ir improvisando el mejor modo de avanzar. Primero lo hicimos por la parte baja de la montaña, justo al lado del río. Pero las paredes de piedra comenzaban a cerrarnos cada vez más la senda Así que debimos subir y caminar por la empinada cuesta de las montañas, donde descubrimos que las pisadas de los muchos turistas que lo recorría habían ya marcado un ligero pero evidente camino. Seguimos las pisadas, esquivando las ramas puntiagudas de los arbustos y ayudándonos de vez en cuando en donde el camino se cerraba, y había que escalar o pasar de lado las paredes verticales que sobresalían. Llegamos a una primera caída de agua, la cual no estábamos seguros si era o no la primera de las siete cascadas. El camino parecía habérsenos cerrado, y de una u otra forma habíamos terminado en la parte baja. Al no hallar personas que nos guiaran, nos metimos a una pequeña cueva que se formaba por las rocas apiladas justo a la cascada. Y retorciendo nuestros cuerpos cual lombrices, logramos escalar hasta la zona alta, donde encontramos de vuelta el sendero y seguirnos el andar. Era ya mediodía y el sol estaba en su máximo punto cenital. Justo sobre nuestras cabezas, sus rayos calcinaban nuestra piel y hacían a nuestros poros evacuar gota tras gota de sudor Por tanto, nuestra crema solar y litros de agua fueron esenciales para la travesía. El río se adentraba más y más en el cañón. Lo recorríamos a contracorriente y parecía que el camino se volvía cada vez más sinuoso. Cambiaba frecuentemente de una orilla a la otra. Había que cruzar el río saltando rocas y esquivando el resbaladizo moho. Flor tuvo algunas dificultades con eso, y al final prefirió mojar sus tenis por completo para evitar caer por las piedras Más adelante nos topamos con más y más jóvenes que transitaban de ida y vuelta los senderos del Colorado. Les oímos decir que habíamos llegado a la segunda cascada. Tal parecía que la que habíamos avistado sí era la primera Para ese entonces nos encontrábamos del lado izquierdo del río, muy por encima de él. Seguimos andando por el ya casi invisible sendero que seguía subiendo hasta unos acantilados. Allí, tuvimos algunas pequeñas vistas de la cascada, pero no parecía que pudiésemos bajar. Por tanto, dimos marcha atrás hasta bajar al nivel del agua. Allí vimos cómo los viajeros utilizaban una ruta baja para llegar a las demás cascadas, que según parecía, estaban ya todas cerca. Caminando lentamente llegamos a la segunda cascada, algo agotados después de más de dos horas serpenteando por el laberíntico cañón. Las chicas quisieron descansar un momento y disfrutar del agua para apaciguar el calor. Cuál sorpresa nos llevamos al meter nuestros pies al río ¡El agua estaba helada! ¡Congelada! Fue entonces cuando recordamos que el agua era fuente del deshielo de la cordillera andina, que se alzaba en su esplendor varios kilómetros hacia el oeste. Sin embargo, Flor, Ale, Joaquín y Luchi se dieron un chapuzón rápido. Yo en cambio, me relajé sentado fuera del agua, mientras aprovechábamos a comer un sándwich y un alfajor Después del merecido intermedio, seguimos adelante para conocer las demás cascadas. Flor se quiso quedar a tomar el sol, así que le dejamos algunas cosas para no cargar. En seguida nos dimos cuenta del aumento de la dificultad del camino. Ahora debíamos escalar las rocas para hallar el sendero. En dos o tres ocasiones debimos cruzar el río por estrechos y saltar de una pared a otra, sujetándonos de las manos de compañeros o de la rama de algún árbol. En algunos sitios el camino se interrumpía por gigantescas rocas lisas e inclinadas por las que había que sujetarse, a pesar de lo resbaladizas que podían llegar a ser. Sin embargo, con nuestra propia ayuda todo salió bien, aunque fue buena idea que Flor no viniese, pues le daba algo de pánico el peligro. Al llegar a la tercera cascada la concurrencia se había incrementado. El pequeño estanque que formaba la caída de agua se encontraba repleto de jóvenes que se refrescaban y se tiraban clavados desde su parte alta. Había una larga fila en el camino para poder subir, ya que en su parte más angosta sólo podía pasar una persona, ya sea de ida o de vuelta. Alejandrina decidió quedarse a ver la cascada desde abajo. Pero Joaco, Luchi y yo, después de una larga espera, logramos subir a la roca que dominaba la caída de agua. Sin duda, era todo un espectáculo. Joaquín no quiso dejar pasar la oportunidad y se tiró un clavado desde lo más alto, que quedó inmortalizado por mí para su futura foto de perfil Como ya no quiso volver a subir, Luchi y yo seguimos nuestro camino hasta la cuarta cascada, que quedaba apenas unos metros adelante en línea recta. Tal parecía que fungía como un oasis que resguardaba a los bañistas del abrasador calor. De pronto, los ladridos de un perro nos desconcertaron ¿De dónde venían? Una mirada arriba bastó para descubrir al pobre animal atrapado en una roca. Había subido lo suficiente para que un vistazo cuesta abajo lo llenara de nervios y pánico No sabíamos quién era su dueño ni por qué tonta razón lo había llevado a una zona tan alta y escarpada Entonces supimos que se trataba del camino a la quinta cascada Una fila de turistas se aglutinaba en las verticales paredes siguiendo el curso del Colorado. Entre ellos, algunos que auxiliaron amablemente al perro. Yo estaba dispuesto a subir en busca del resto de las cascadas. Pero a Luchi no le dio mucha confianza aquella empinada cuesta Así que volvimos para reunirnos con Ale, Flor y Joaquín. Pero antes de bajar de la cuarta cascada, hice a un lado el vértigo y me preparé para un chapuzón. Y lo que más me daba miedo no era la altura, sino la temperatura del agua a la que estaba a punto de caer. Sin hesitar, me lancé a la mirada de los viajeros en el estanque hasta sumergirme en el fondo del río. El agua helada congeló mi cerebro por unos minutos. Pero vaya que refrescó mi cuerpo, agobiado por el calor vespertino Descendimos de vuelta con los chicos, y tras otro pequeño descanso en la orilla, entre la sombra de los árboles y sapos saltarines, volvimos a la villa en mucho menos tiempo que el que nos tomó llegar. Manejamos de regreso a Cafayate, donde pasamos el resto de la tarde visitando el museo del vino y tomando unos mates en la Plaza Central. El camping nos había proveído con un enorme chungo (asador), así que cooperamos para comprar lo necesario para un buen asado por la noche. Carbón, carne, verduras y el infaltable vino Nos fuimos a la cama con los estómagos bastante satisfechos, aliviados de una larga jornada de trekking y escalada. Al otro día partiríamos de vuelta a Salta, así que más me valía disfrutar de mis últimos días en la Argentina… Pueden ver el resto de las fotos en el álbum:
×
×
  • Crear nuevo...

Important Information

By using this site, you agree to our Normas de uso .