Saltar al contenido

Top Escritores


Popular Content

Showing content with the highest reputation on 11/26/16 en toda la comunidad

  1. 1 punto
    Hacía apenas ocho días que había comenzado el año y yo despertaba bajo una litera en un hostal de bajo costo en la antigua ciudad de Granada. En la cama de al lado dormía Agustín, el argentino que me había hospedado en Madrid y con el que por azar había terminado haciendo un viaje por Andalucía. Y más allá de su risueña personalidad, era su experiencia como hitchhiker lo que me hacía depender de él para seguir con mi aventura. Aquella mañana me desperté muy temprano y levanté a Agustín para dejar el hostal. Cogimos nuestras mochilas y ni siquiera nos despedimos de Nacho y Keiran, el argentino y neozelandés con los que habíamos recorrido la ciudad el día anterior, a quienes no quisimos despertar de su profundo sueño. Agustín llevaba lista la información que había encontrado en hitchwiki.org, la página web que fungía como una de las mejores guías de hitchhikers en el mundo. Debido a nuestro corto presupuesto y nuestro tiempo libre, viajar de aventón seguía siendo la mejor opción. Así, tomamos un bus en la Gran Vía de Granada y descendimos en la última parada, muy cerca de la intersección con la carretera nacional A-92. Nuestro objetivo era llegar a Sevilla, a 250 km al oeste. De entrada, sabíamos ya muy bien que hacer dedo en España estaba prohibido. “Distraen a los conductores” nos dijeron los policías la vez pasada. Así que debíamos encontrar un sitio discreto y funcional. Una tienda de autoservicio con una estación de gas cerca de una zona industrial fue la elección tras la cual no tendríamos que caminar mucho y perder más tiempo, como nos pasó en Madrid. Al menos eran apenas las 8:30 am y empezamos casi cuatro horas más temprano que nuestra vez anterior al sur de la capital española. Esperábamos tener más suerte y ser levantados lo más pronto posible. No queríamos esperar más de una hora. Cuando empezaba a desesperarme un poco la meta se cumplió, y un coche se estacionó. El conductor era un señor de unos 45 años que usaba una gorra blanca y lentes oscuros. Quizá no era la persona que denotaba más confianza en el mundo, pero aceptamos el ride. Esta vez no habíamos usado aún nuestro letrero, esperando que nos pudieran llevar lo más cerca de Sevilla. Y así sería. Dijimos al hombre que queríamos llegar hasta Sevilla, pero que cualquier lugar en la carretera A-92 nos sería bastante útil. A ello nos propuso dejarnos unos 50 km más adelante, pues después se desviaría a su pueblo. La travesía comenzó. Agustín se sentó adelante y yo en el asiento trasero. El clima era bastante bueno, con un cielo despejado y un quemante sol. Pero se sentía algo de frío y el viento entrando por las ventanas bajaba la temperatura al interior. El hombre manejaba bastante rápido. No dudé ni un minuto en usar el cinturón. Su forma de hablar era extremadamente rápida. Y si a ello sumamos su fuerte acento granadino una plática con él era un reto imposible. Antes de que Agustín y yo pudiésemos decir una sola palabra, él comenzó a contar su historia como candidato a un puesto popular en Granada. Nos contó sobre su campaña, sobre las relaciones políticas, sobre sus viajes y sobre ‘sus chicas’. Sí, sus chicas. Agustín volteó a verme con una cara de intriga. Yo tenía la misma expresión. Sabíamos que debíamos seguirle la corriente. Pero era difícil de creer que un hombre como él pudiera haber hecho las ‘cosas’ que nos dijo con tantas bellas mujeres. Realmente no queríamos escuchar más. Antes de que pudiésemos cambiar el tema llegamos a una bifurcación en la que dobló rápidamente y descendió por un pequeño pueblo. Agustín y yo preguntamos si podíamos quedarnos en la carretera. “Aquí será mejor”, nos dijo. “Pasan muchos camioneros y gente que los puede recoger”. Queríamos que parara lo más pronto posible; pero nos llevó hasta la calle principal de aquel poblado. No tuvimos opción. Bajamos del auto y le dimos las gracias, a lo que él contestó con un simple “¡suerte!”. Rápidamente abrí Google Maps para saber nuestra ubicación exacta. Por suerte, el hombre no había mentido, y estábamos en el camino hacia Sevilla, en un pueblo llamado Loja. Pero estar dentro de aquella villa no nos servía de mucho. No era verdad que pasaban camiones. De hecho, casi ningún coche transitaba. Según mi mapa, debíamos caminar hacia la salida del pueblo nuevamente para alcanzar la carretera A-92. En vista de la pendiente por la que bajamos en el auto decidimos probar por el otro lado. Así que empezamos a andar con nuestras mochilas al hombro. Intentamos parar a los coches que pasaban, pero ninguno se detenía. Teníamos algunas frutas y cereales en las bolsas que decidimos comer para tener fuerzas. Las calles del pueblo comenzaron a inclinarse, y de pronto nos vimos en una dura cuesta que parecía cada vez más lejos de una verdadera autopista. Pueblo de Loja Seguramente muchos habitantes se preguntaban qué hacían dos chicos como nosotros perdidos en aquel remoto sitio. Nosotros tampoco lo sabíamos. La tranquilidad y lejanía lo hacían lucir desde algunos puntos como un pueblo fantasma, del que no queríamos más que salir. Después de casi cuarenta minutos a pie, por fin encontramos una salida a la carretera, donde los coches pasaban a toda velocidad. Aquella zona era bastante estrecha y no teníamos mucho sitio donde pararnos para hacer dedo. Así que nos mantuvimos detrás de las vallas metálicas levantando el brazo a todo conductor. En menos de dos minutos un chico joven se detuvo y nos dijo: “¡suban rápido!”. “No pueden pedir aventón aquí, ¿lo sabían?”. “Sí”, contestamos. Claro que lo sabíamos, pero no teníamos muchas opciones. Aquel hombre nos había dejado en medio de ese pueblo y era nuestra única salida. El chico condujo unos cuantos kilómetros adelante y nos dejó en una zona mucho más tranquila, con menos tráfico y más espacio a los lados. Él no iba hacia Sevilla, así que nos dejó a nuestra suerte, de vuelta en la A-92. Dimos las gracias y nos preparamos nuevamente para comenzar. Habíamos avanzado 50 km en casi tres horas; pero aún era temprano y podíamos alcanzar nuestro objetivo. Con nuestra mejor sonrisa y entusiasmo volvimos a convertirnos en los locos de la carretera, deseando no toparnos con un policía. Pero esta vez todo parecía diferente. Casi no pasaban coches y no escuchábamos un solo ruido a kilómetros de distancia. Eso nos asustaba un poco. ¿Sería posible conseguir un ride en esas condiciones? Seguimos intentando con cada escaso coche que pasaba frente a nosotros. Era extraño que siguiendo en la A-92 el tráfico hubiese disminuido tan de repente. Quizá todos habían virado hacia los pueblos granadinos. Otra vez mi cabeza empezó a doler. Ahora solo dependía de mi botella de agua y mi comida embolsada. En ese sitio no había un Burger King, una tienda, un baño… no había nada. Esperando un ride en la A-92 Agustín nunca perdió el entusiasmo. Estaba ya acostumbrado y solo se reía de mí, a lo que yo replicaba enojado: “¡¿por qué nadie nos recoge?!”. Pero no era obligación de nadie. Era mi culpa estar allí parado en medio de la nada. Así que no tenía derecho a enojarme. Ni con los conductores, ni con Agus ni con nadie. Solo conmigo. Tras una hora y media de espera un auto se detuvo unos metros más adelante. Ambos cogimos las mochilas y corrimos hacia él. Del coche bajaron dos altos, rubios y musculosos hombres, que pronto nos dijeron con un extraño acento: “vamos a Córdoba, ¿les sirve?”. Agus y yo nos miramos y asentamos con la cabeza. Deseábamos mucho llegar a Sevilla; pero habíamos esperado ya mucho tiempo en la autopista, y no pensábamos aguardar hasta que cayera la noche. “Córdoba está bien” dijimos con resignación. Los hombres abrieron la cajuela para meter nuestras mochilas, no sin antes preguntar: “¿no tienen drogas?”. Contestamos con un rotundo “no”. “¿Seguros?”, insistieron. “No usamos drogas”, replicamos tranquilamente. Entramos todos al coche y Agus y yo nos miramos nuevamente. Parecía que todas las personas que nos recogían resultaban ser algo extrañas. “¿Seguros que no tienen drogas?”, volvieron a preguntar. “Porque si tienen drogas van a arrestar al conductor y no a ustedes”. Esta vez reímos de una manera incómoda, pero seguimos firmes antes la verdad. No teníamos drogas. Los dos hombres resultaron ser de nacionalidad rumana y formaban parte del ejército. Ahora todo tenía sentido. En unos cuantos minutos ambos empezaron a hablar en rumano, y Agus y yo no sabíamos qué pensar. Confiamos ciegamente en ellos como lo habíamos hecho con el resto de las personas. Cuando uno viaja a veces no hay otra opción que ser optimista y creer que “los buenos somos más”. Mi dolor de cabeza no había desaparecido aún, y cuando entramos de lleno a la carretera no pude evitar recostarme sobre el asiento y dormir. Agustín intentó mantenerme despierto, pero no funcionó, y como muy mal compañero de viaje lo dejé hablando solo con los extraños rumanos. Un zarandeo en mi hombro me despertó una hora después para saber que habíamos ya llegado a Córdoba. Bajamos del auto y dimos las gracias otra vez, agradeciendo no haber sido víctimas de un par de rumanos asesinos, como quizá lo habíamos imaginado muy dentro de nosotros. Aunque no había eliminado el viaje a Córdoba que había publicado en Couchsurfing dos días antes, ninguna persona nos había invitado o había aceptado nuestra solicitud de alojo, lo que quería decir que, nuevamente, debíamos buscar un hostal para dormir. Caminamos hacia el centro de la ciudad mientras yo buscaba un albergue barato en Hostelworld. Para nuestra sorpresa el mismo hostal en el que nos quedamos en Granada tenía una sucursal en Córdoba con el mismo precio por noche (solo 8 euros). No dudamos en dirigirnos hacia él para dejar nuestras maletas y descansar. Cuando llegamos nos topamos con que Nacho, el argentino que conocimos en Granada, ahora estaba en el hostal de Córdoba. Él había sido menos aventurero que nosotros, y había pagado un Blablacar para llegar a la ciudad. Hicimos nuestro check-in y subimos a la habitación, donde decidí tomar una verdadera siesta para reponerme del estrés, del cual Agustín solo se seguía riendo. “Pobre novato” debió pensar seguramente. Por la noche comimos juntos la cena y planeamos un poco nuestra visita a Córdoba al siguiente día. Aunque nuestra meta inicial fue Sevilla, la suerte nos llevó hasta una de las ciudades más importantes e históricas de Europa, de la que poco sabíamos entonces. En cuanto comenzamos a caminar por la Judería de la ciudad, con sus estrechas y coloridas calles, supimos el milenario mestizaje que la ciudad había vivido desde tiempos antiguos. Pero realmente antiguos. Córdoba fue la capital de Hispania durante la República Romana y la provincia Bética durante el Imperio. Desde entonces su brillo ha sido incandescente en toda la península y todo el continente europeo. Y ello denota la vejez de sus calles que han estado habitadas desde hace más de dos mil años. Por tanto, los judíos no fueron los únicos que habitaron dentro de sus muros y que dejaron vestigios para la posteridad. Los romanos, como es costumbre a lo largo de todo su antiguo imperio, no pudieron quedarse atrás. Así llegamos sorprendidos a las ruinas del templo romano. Tal y como el gran acueducto romano de Segovia, este templo se dice que data del siglo I d.C. Es decir, tiene ya dos mil años en pie. Si bien las interpretaciones de sus increíbles construcciones de mármol y su ubicación han sido múltiples, la más aceptada es que era un templo de culto imperial. Es decir, para adorar a los emperadores divinizados. Más adelante llegamos a la famosa Plaza Mayor de Córdoba, una de las tantas en toda España. El concepto de Plaza Mayor, que muy poco se ve en Latinoamérica, nace del deseo de los Reyes Católicos de formar plazas de enorme espacio interior para poder realizar el mercado y en la cual debe estar emplazado el Ayuntamiento. Como es costumbre hoy en el país, la Plaza Mayor de Córdoba se ve orillada por multitud de tiendas y restaurantes que ofrecen a los turistas una típica comida española, con tapas y un café con leche. Además de ella, en Córdoba son muy famosos los patios interiores, que hoy son declarados Patrimonio de la Humanidad, al igual que el resto del centro histórico de la ciudad. Debido al clima caluroso de la ciudad, desde los romanos y los musulmanes que se establecieron aquí decidieron diseñar las casas con patios en su interior para aumentar la entrada de aire a los hogares. Hoy existe, incluso, un concurso de patios en el que los propietarios de las casas decoran sus patios al principio del mes de mayo para conseguir el mayor prestigio. Al extremo norte de la ciudad nos topamos con una de las antiguas puertas de entrada de la ciudad que formaban parte de la muralla. Hoy es solo un vestigio del esplendor de Córdoba. Si bien estábamos en pleno invierno, las callejuelas de la ciudad tenían mucha más vida que el resto de las frías urbes de Europa. Los célebres naranjos y las macetas decoraban cada acera y daban a Córdoba un vivaz tono veraniego. Justo antes de llegar al río que cruza el centro histórico nos detuvimos para admirar el Alcázar de los Reyes Cristianos, una de las joyas de la ciudad. El alcázar representa tres etapas de construcción. Primero fue la residencia del emperador romano; durante la invasión de los moros fungió como un alcázar andalusí; y tras la conquista de Córdoba por los reinos cristianos peninsulares pasó a ser un alcázar de defensa militar mandado a construir por el Rey Alfonso XI de Castilla. Esto deja entrever la importancia que ha tenido Córdoba a lo largo de la historia. Los historiadores y cronistas dicen que Córdoba fue la ciudad con mayor esplendor, influencia cultural y la más poblada durante el siglo X d.C., con más de un millón de habitantes. En aquella época la tasa de alfabetización de niños y niñas era muy alta en comparación con la del resto del mundo. Su universidad y biblioteca pública eran de las más grandes y reconocidas en el continente. Las ricas mujeres francesas solían mandar a confeccionar sus elegantes vestimentas a Córdoba. La ciudad contaba con un sistema de agua con acueductos, baños púbicos y jardines. Los moros instalaron también una serie de molinos sobre el río Guadalquivir para poder moler el trigo con la fuerza de la corriente. Pero la época dorada de Córdoba no se puede entender de mejor manera que visitando su mayor monumento arquitectónico y cultural: la mezquita-catedral de Córdoba. No se puede entender la historia de España sin entender la mezcla de cultural que el país sufrió durante siglos. Romanos, judíos, musulmanes, reinos cristianos… La península casi entera estuvo ocupada por los musulmanes durante más de 700 años, quienes instauraron un Emirato independiente y posteriormente un Califato. En ambos casos, Córdoba fue su capital. Y a pesar de los esfuerzos por parte de los reinos católicos por expulsar todo rastro del islam de España, su influencia y vestigios serían imposibles de esquivar, habiendo dejado su cultura en la lengua castellana, el arte, la genética, la gastronomía y, por supuesto, la arquitectura. La antigua mezquita de la ciudad fue la más grande del mundo después de La Meca. De hecho, fu construida sobre una basílica visigoda que ya existía y funcionaba desde el siglo V. Pero tras la reconquista hispánica la diócesis católica la convirtió rápidamente en una catedral. Sin embargo, y para el bien de nosotros, no mandaron a destruir ninguno de sus muros, sino que adaptaron la construcción con los elementos cristianos necesarios: un campanario, un altar, un coro y una capilla mayor. Entré con Agustín y Nacho al llamado Patio de los Naranjos, desde donde se tiene una buena vista de la torre del campanario. Como ya me venía acostumbrando en España, había que pagar 8 euros para poder conocer la mezquita-catedral por dentro. A mí me parecía lo más absurdo del mundo tener que pagar por ver una iglesia cristiana, y siempre me rehusé a hacerlo (ni siquiera en la Basílica de San Pedro en el Vaticano es necesario pagar). Así que usamos el viejo truco: dijimos que éramos católicos y que queríamos entrar a misa. El vigilante en la entrada no nos creyó, y nos dijo que si queríamos tomar fotos y visitar teníamos que pagar. Replicamos diciéndole que, en verdad, queríamos entrar a misa. Por supuesto todos sabíamos que era mentira. Pero en “la casa de Dios” no nos podía negar la entrada. Esperamos unos minutos hasta que la misa iba a comenzar. Tenía muchos años que no escuchaba una misa completa. Pero mis ganas de conocer la mezquita-catedral por dentro eran mucho más fuertes. El coro y la capilla no eran nada de qué sorprenderse después de haber visitado tantas iglesias católicas en España. Pero alrededor del altar todo el ambiente cambiaba. Los arcos de medio punto y la arquitectura omeya eran para mí algo simplemente increíble. Estaba seguro de que ninguna iglesia cristiana en el mundo podía lucir así al interior de sus muros. Las decoraciones musulmanas siempre me parecieron exquisitas. Quizá no tenían el mismo esplendor que los palacios nazaríes en Granada, pero sin duda denotaban el verdadero esplendor que Córdoba había vivido un milenio atrás. Cada pequeño muro de aquel templo espiritual representaba siglos de lucha interminable entre religiones basadas en el mismo principio. Un símbolo que hoy, en el siglo XXI, debería decirnos algo más sobre el respeto a las creencias. Las fachadas exteriores de la mezquita eran solo eso para nosotros: una mezquita. Si no fuera por el campanario luciendo en lo alto de su estructura, la totalidad de aquel monumento nos diría que hay cientos de musulmanes sobre el suelo orando en dirección a La Meca. Caminamos hacia el otro lado del río para admirar de mejor forma la catedral y cruzar otro de los símbolos de Córdoba: el puente romano. Un vestigio más que pone en evidencia la milenaria historia de una ciudad que, sin duda, me había robado el aliento. Aquella misma tarde contactaríamos junto con Nacho a un conductor por Blablacar para llegar a Madrid por la noche. Esta vez preferíamos pagar cinco euros y viajar cómodos que pasar horas en la carretera para terminar en un destino que no era el nuestro. Conocer a Agus me había dado mi primera experiencia como hitchhiker, misma que repetiría por mi cuenta un año más tarde. Ahora era tiempo de volver a la gran ciudad de Madrid y estudiar para los exámenes que me esperaban en Santiago.
×
×
  • Crear nuevo...

Important Information

By using this site, you agree to our Normas de uso .