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  1. Tras los inauditos retrasos que hasta ahora había vivido con el sistema de transporte alemán, visitar dos ciudades un mismo día parecía una misión imposible en mi viaje por el centro de Europa. Y una tarea cansada que no pretendía experimentar. Pero Rothenburg estaba más cerca de Núremberg de lo que había imaginado. Y mi anfitrión, Sadettin, llenó una tesis de razón cuando me dijo: “si viniste a Núremberg sin haber visitado Rothenburg te vas a arrepentir cuando vuelvas a casa”. Fue gracioso, entonces, haber llegado a Núremberg sin visitar primero Núremberg. Pero aquel jueves de octubre nos propusimos sacar el mayor provecho del día. Y así lo hicimos. Antes de la 1 p.m. estábamos ya de vuelta, después de haber viajado hasta Rothenburg en una telaraña de transbordos en tren. Es difícil encontrar en Couchsurfing anfitriones que, como Sadettin, se tomen el día libre para mostrar a los viajeros los rincones más bellos de su ciudad natal. Sin lugar a dudas había corrido con mucha suerte. Sadettin es uno de muchos chicos nacidos en Alemania que descienden de una larga lista de familias turcas. Cosa que poca gente en el mundo sabe, lo cual me incluía a mí. La expresión en mi cara al enterarme que el Döner Kebab es un platillo alemán probó aquel mismo estupor que sorprende a la mayoría (bueno, un platillo alemán creado por inmigrantes turcos). Sin embargo, Sadettin, como el resto de los turco-alemanes, son una viva y sugestiva mezcla entre occidentales y orientales que aman ambas culturas. Y por ello, Sadettin no vaciló en querer mostrarme su ciudad y su centenaria historia. Núremberg es parte del estado alemán de Baviera, en su frontera norte. También forma parte de la histórica región de Franconia, que nació a partir del antiguo Ducado de Franconia. Sin embargo, la triste realidad es que la mayoría de las personas que hablan hoy de Núremberg lo hacen por otra razón: la Segunda Guerra Mundial. Y no solo como el resto de las ciudades alemanas. Más adelante hablaré del porqué. Pero Núremberg ha sido uno de los puntos más centrales en toda la historia de Alemania. Y todo comenzó en la lejana Edad Media. Tras siglos de haber caído el Imperio Romano de Occidente, un hombre llamado Carlomagno se dio a la tarea de hacer renacer a Roma. Si bien, su hazaña no fue posible, su herencia dejó a dos grandes imperios que dominaron con hegemonía el centro del Europa por varios siglos: el reino de los francos y el naciente Sacro Imperio Romano Germánico (que casi un milenio después daría nacimiento a Alemania). Este último fue por muchos años el favorito del Papa, quien era el encargado de coronar a los emperadores europeos. El Sacro Imperio Romano Germánico reinó varios territorios de la Europa Central por casi mil años. Pero nunca estuvo realmente unido como un solo estado nación. De hecho, era una agrupación de varios reinos, ducados, señoríos y ciudades estado, cuyo máximo líder era el emperador, quien se encargaba de que sus miembros no lucharan entre sí. De todos los territorios que formaban el vasto imperio, pocos fueron los que gozaron de una verdadera libertad política. Y entre las escasas ciudades privilegiadas se encontraba Núremberg. En el año 1219, Núremberg fue nombrada Ciudad Imperial Libre. Esto le concedía el honor de rendir cuentas directamente al emperador, y no a duques, marqueses, príncipes, obispos ni a ningún otro tipo de señorío feudal, como en el resto de los estados miembros del imperio. Esto hizo de Núremberg una ciudad siempre a la vanguardia. Su riqueza dependía solo del emperador, por lo que su arquitectura pronto se distinguió de las demás ciudades. Sobresalió en arte, política y comercio. Y aquel brillo que emanaba de Núremberg es posible todavía admirarlo hoy (aunque la totalidad de la ciudad haya sido reconstruida). Una de las mayores atracciones en su centro histórico es el llamado triángulo gótico, un conjunto de tres majestuosas iglesias que combinan lo hermoso del arte gótico sobre cimientos románicos construidos anteriormente. La primera con la que Sadettin y yo nos topamos caminando desde la estación de tren fue con la Iglesia de San Lorenzo, que si bien fue construida antes de la Reforma Protestante, es usada ahora para el culto evangelista. Núremberg fue, de hecho, una de las primeras ciudades en aceptar el protestantismo cristiano tras las ideas de Martín Lutero, lo que no agradó a muchos de sus vecinos católicos. Pero finalmente dio el ejemplo, ya que el protestantismo acabaría expandiéndose por casi la totalidad del imperio, además de estados vecinos como Holanda, Inglaterra y los países escandinavos. Pronto alcanzamos el río Pegnitz, que atraviesa la ciudad de oeste a este, y en cuya orilla se yergue el antiguo hospital. Es difícil creer como algo tan poco regocijante, como un hospital, pudiese haber sido construido con tan exquisito gusto. Era así como Núremberg me mostraba que fue una verdadera joya del imperio. Al cruzar el puente arribamos al punto más icónico de la ciudad, el Hauptmarkt. Es la plaza central, antiguamente utilizada para que los mercaderes vendieran sus productos. Si bien la plaza poco me llamó la atención, es el ícono más reconocido de Núremberg, pues en ella se emplaza cada año el mercado navideño más grande de Alemania. Cualquiera hubiera maldecido no haber llegado en Navidad. La verdad es que tres años atrás los mercados navideños de Frankfurt y Heidelberg fueron mi mejor regalo de cumpleaños. Así que no tenía mucho de qué quejarme. Aún así, en un día normal como aquel, el Hauptmarkt tiene varias cosas por ofrecer. Y dos de ellas acaban con el triángulo gótico. A la derecha está la iglesia Frauenkirche, o iglesia de Nuestra Señora. Es la única del triángulo que permanece todavía como católica. Y es, sin duda, la figura más imponente de la plaza central. Una figura difícil de escapar a la vista. Y unos pasos más adelante, el triángulo se cierra con la iglesia de San Sebaldo, que combina sus principios románicos con lo gótico, y es considerado el templo cristiano más antiguo de Núremberg. Justo al costado de la iglesia, Sadettin me llevó a un pequeño y acogedor restaurante, que dice ser el más famoso para los turistas. Son muchos los lugares en Alemania que se presumen como la cuna de las salchichas. Y Núremberg no es la excepción. Es por ello que la taberna tradicional Bratwursthausle sirve como platillo principal las famosas bratwurst. Aunque más pequeñas que las otras que había probado antes, las bratwurst son un bocadillo alemán del que nunca me cansaré. Y lo mejor para coger fuerzas y continuar con un día de viaje. Más adelante llegamos a una pequeña plaza triangular flanqueada por casas del más puro estilo alemán. Sadettin me había platicado desde antes sobre el personaje más famoso de Núremberg, un pintor cuyo nombre en pronunciación alemana no pude reconocer. —Creo que no conozco su obra —le dije—. Pero la estatua en el medio de la plaza me llevó a una epifanía: Alberto Durero (Albrecht Dürer en alemán). —Es el hombre que hizo la primera selfie de la historia —afirmó Sadettin—. Por eso es tan conocido. Pero para mí, Alberto Durero es mucho más allá del pintor renacentista más destacado de Alemania. Y su obra me cautivó mucho más allá de su autorretrato (uno de los primeros de la historia). En una clase en la Universidad de México, analizamos el caso del “rinoceronte de Durero”. En 1515, un rinoceronte llegó a Lisboa desde la India como un regalo para el rey de Portugal. Es de saberse que en aquel entonces no era común poder admirar a un animal tan exótico como ese, mucho menos en Europa. Gracias al afán del rey Manuel I de Portugal por coleccionar fauna exótica, se organizó una pelea entre un elefante y el pobre rinoceronte, para demostrar que ambas criaturas eran “enemigos naturales”. Al festín acudieron cientos de espectadores, ansiosos por admirar a los paquidermos. Pero tan solo cinco minutos después, el elefante huyó asustado por la muchedumbre, y los guardias retiraron al rinoceronte de los ojos del público. Una carta anónima arribó a Núremberg junto con un boceto que representaba al animal. Ambos llegaron a manos de Durero, quien sin nunca haber podido presenciar con sus propios ojos un rinoceronte, realizó un dibujo a tinta y un grabado posterior. Si bien, el grabado de Durero no es una representación cien por ciento fiel de un rinoceronte real, me sorprendió saber cómo un artista de su talla pudo trazar tal obra de arte con tan solo un pequeño boceto y una descripción escrita. El grabado de Durero se tomó como una referencia real de los rinocerontes por casi tres siglos. Incluso, su grabado apareció en los libros de textos alemanes hasta 1930. El rinoceronte de Durero fue para mí (estudiante de Ciencias de la Comunicación) la mejor clase de la influencia de la imagen audiovisual en la sociedad. Y ahora me hallaba en Núremberg, su ciudad natal, posado frente a su hermosa casa que, sorprendentemente, permaneció intacta durante la Segunda Guerra Mundial. Los ojos de Sadettin quedaron estupefactos al saber que, en efecto, conocía algo sobre la obra de Durero. Y si bien poco podía asombrarme más que aquel rinoceronte, me llevó al último rincón del antiguo centro histórico. Subimos entonces las pendientes de piedra que llevaban hasta el Keiserburg, el castillo imperial de Núremberg. El casco viejo de la ciudad se encuentra todavía amurallado por una pared de piedra circular. El castillo de Núremberg es una muralla dentro de otra muralla. Y cruzarla es volver a la Edad Media alemana. Desde cualquiera de los puntos es posible ver una de las edificaciones más altas de la urbe: la torre del pecado que, al igual que la casa de Durero, sobrevivieron los ataques de los Aliados. El castillo resguarda todavía algunos de los tesoros del antiguo Sacro Imperio Romano Germánico, ya que en su interior acogió a personalidades tan poderosas como Carlos IV y Carlos V, en cuyo reino se dice que nunca se ponía el sol, pues unió a las coronas germánica y española, heredando territorios en Europa, Filipinas, la costa de África, las islas del Atlántico y América. Sadettin me contó que, algo que pocos turistas saben, es que algunos edificios del castillo sirven actualmente como albergue juvenil. Como todos los alcazares de Europa, el de Núremberg se sitúa en lo alto de una roca de arenisca. Y como el resto de sus hermanos, ofrece vistas increíbles de la ciudad. Por suerte, el sol todavía no se había ocultado, y pese a la leve neblina que cubría el aire, pude disfrutar del panorama a nuestros pies. Como dije al principio, Sadettin y yo nos habíamos propuesto sacar el mayor provecho de aquel día. Y todavía con algunas horas de luz solar, decidió mostrarme una cara menos agradable de la ciudad. Una a la que yo me había resistido. Todo lo que yo había podido disfrutar hasta entonces no es, lamentablemente, lo que viene a la cabeza de la mayoría de las personas cuando piensan en Núremberg. La realidad es que, gracias a su riquísima historia imperial, Núremberg fue elegida por Hitler y el Partido Nazi como sede de sus congresos. Ello dio a la metrópoli la imagen de ser la ciudad más alemana del mundo, aunque muchos de sus habitantes no simpatizaran con la ideología de los nazis. Haberse convertido en la capital nazi no la favoreció en nada. Pero hoy quedan todavía algunos de los vestigios que recuerdan lo que Núremberg, Alemania y todo el mundo no quisieran volver a vivir. Los nazis intentaron construir una réplica del coliseo romano, cuyo objetivo sería albergar los congresos del partido, con una capacidad prevista de 50,000 personas. A causa de la guerra, el edificio nunca fue terminado, y hoy alberga al Centro de Documentación sobre la Historia de los Congresos del Partido Nazi. El Dokucentrum muestra exposiciones sobre los orígenes del antisemitismo en Alemania, el ascenso de Hitler al poder, la persecución de judíos, comunistas, y en general, del Holocausto de la Segunda Guerra Mundial. Algo que, verdaderamente, ya no me hacía falta volver a ver. Justo al lado del Coliseo entramos al célebre Campo Zeppelin. Esta gigantesca explanada, que sirvió para hacer las pruebas de vuelo de Ferdinard von Zeppelin, fue la predilecta por Hitler para celebrar sus congresos al aire libre. Todo el campo es una obra de arte de la propaganda y la mercadotecnia. En él se reunían más de medio millón de miembros del partido nacionalsocialista, cuyos congresos eran liderados por Hitler desde una tribuna construida en 1934, un año después del ascenso del líder al poder como canciller. La explanada fue diseñada para que Adolf saliese desde una puerta en lo alto y bajase por unas escaleras, mientras era alabado por sus fieles seguidores del Tercer Reich. Una vez abajo, subía a un estrado, a donde ascendía como un verdadero Dios, convirtiéndose en el líder supremo de toda Alemania y Europa. Sus célebres discursos en el campo, obras de dialéctica y odio creadas por sus manos derechas, fueron filmados para la película propagandística El triunfo de la voluntad, que bastante influencia ejerció en el esparcimiento del ideal nazi en la población alemana. El Campo Zeppelin permaneció intacto durante los bombardeos de 1945. Núremberg viviría ese mismo año los juicios más famosos de la historia del mundo, donde se condenó a los miembros del partido por todos los crímenes de guerra cometidos, así como a médicos, jueces y a todo aquel que hubiese apoyado la política sanguinaria de los nazis. Pararme en el mismo lugar donde Hitler difundió su odio y hambre de poder fue sin duda una sensación amarga. Pero el Campo Zeppelin es un lugar que nadie quiere dejar de ver cuando visita Núremberg, hoy convertida en un símbolo de los derechos humanos. Desde mucho antes sabía que visitar Alemania significaba toparse día con día con historias y lugares famosos en la segunda guerra. Es un trago amargo con el que hay que saber lidiar. Y una de las cosas que aprendí para subir mis ánimos es que la comida siempre ayuda. Así, Sadettin me llevó a un restaurante cerca de su casa para cenar junto con su novia. La elección fue un Schaüferle, un platillo típico del sur de Alemania y de la histórica región de Franconia. Se trata de un guiso del omóplato del cerdo, servida la carne junto con una especie de chicharrón junto, bañada en una salsa dulce. El plato iba acompañado, como muchas cosas en el sur de Alemania, de una ración de Klöße. Tras una buena cerveza y mi estómago a reventar (los alemanes siempre lo logran) volvimos a casa de Sadettin para descansar después de nuestra larga jornada. Al otro día otro couchsurfer, uno que había tenido el placer de hospedar en México, me recibiría en el vecino estado de Baden-Wurtemberg, y así diría adiós a la bella e imperial Baviera.
  2. El Sur de Francia es una región muy popular para vacacionar ya que se mantiene cálida durante la mayor parte del año. Aquí se encuentra la emblemática Costa Azul, pero también existen otros destinos donde pueden verse monumentos romanos y aldeas medievales… Carcasona, una ciudad medieval Carcasona o en francés Carcassonne es una ciudad francesa ubicada cerca de Perpiñán y Tolosa. Se trata de una ciudad de estilo medieval amurallada y constituye uno de los Patrimonios de la Humanidad de Francia. Carcasona se encuentra en el Sur de Francia a unos 80 kilómetros de Tolosa. Quizás muchos conocen este lugar sin haber estado allí, ya que fue el decorado de varias películas como es el caso de Juana de Arco o de Robin Hood. También fue el escenario de una mini serie llamada Laberinto basada en un best seller. Carcasona está conformada por dos ciudades. Se dice que son dos ciudades en una: la nueva y la antigua, las cuales están separadas por un río y conectadas por un puente. En lo alto de la colina se encuentra la Cité, la mayor ciudadela medieval fortificada que se conserva en Europa. Más de cincuenta torres forman parte de este conjunto arquitectónico. Además de pasear y disfrutar de las construcciones medievales, se suman a los atractivos del lugar, visitar las creperies y probar los vinos de la región. Es importante tener en cuenta que todas las calles de la Cité, conducen al Castillo Condal, una fortaleza que fue construida en el siglo XI. Desde el castillo puede verse la estructura militar en su conjunto. Tras el puente viejo, se encuentra la ciudad nueva donde se pueden apreciar casas señoriales y palacios que dan cuenta del auge de la industria textil de Carcasona en el siglo XVIII. El recorrido por Carcasona puede completarse visitando el Canal de Midi, una proeza técnica que alcanza el Mediterráneo y que fue declarado como Patrimonio de la UNESCO. Avignon, su puente y otros atractivos Es una ciudad amurallada que conserva su arquitectura del siglo XIV. Una de las principales atracciones es el Palais des Papes, el cual se relaciona íntimamente con la historia de la ciudad, ya que varios papas vivieron allí. Es interesante recordad que Avignon, fue la Capital de la Cristiandad en la Edad Media. Avignon cuenta además con un prestigioso festival de teatro contemporáneo. Allí se pueden encontrar una gran cantidad de museos, una ópera teatro, un parque de exposiciones y un centro de congresos. Por supuesto que un paseo por Avignon, no está completo sin antes conocer el puente famoso por la canción, el Puente St Bénézet, el cual fue construido en el siglo XII, se encuentra además calificado como Patrimonio Mundial de la Humanidad por la UNESCO. Perpiñán, la Capital de la Cultura Catalana Al sur de Francia se encuentra otra ciudad interesante para visitar, Perpiñán, es la capital del departamento de los Pirineos Orientales, la capital histórica del Rosellón y en el año 2008 fue distinguida como la Capital de la Cultura Catalana. Los principales hitos dela ciudad de Perpiñán son, la catedral gótica de San Juan Bautista, y el Palacio de los Reyes de Mallorca (una construcción que data del siglo XIII) Algunas particulares de la ciudad: el francés es la lengua materna, pero no la única, los habitantes también hablan catalán y la misma es considerada como “legua histórica” de la ciudad; por otra parte, la ciudad tiene una importante fama en cuanto a los deportes, ya que dispone de equipos de rugby de primer nivel. Nimes, una ciudad un pasado romano Esta ciudad es famosa por la gran cantidad de restos de la época romana que se conservan en buen estado, entre ellos se destaca el anfiteatro, más conocido como la Arena de Nimes, donde se continúan celebrando espectáculos. Otro de los monumentos imperdibles de ver es la Maison Carrée un antiguo templo romano, en la actualidad es sede de un espectáculo 3D que trata sobre personajes históricos de Nimes. Otro de los paseos imperdibles para hacer en Nimes, es recorrer los Jardines de la Fontaine los cuales fueron construidos en el año 1745. Estos están considerados como los jardines públicos más antiguos de Roma, allí se pueden encontrar fuentes, estatuas y escalinatas. Un paseo por Nimes no está completo sin antes visitar la Muralla romana la cual fue erigida entre los años 16 y 15 a. C. Montpellier, ciudad de monumentos Montepelier es una ciudad relativamente joven si se la compara con otras ciudades de la región como Nimes, Carcasona, entre otras, las cuales fueron creadas en la época romana. La ciudad de Montpelier se fundó en el siglo VII. La ciudad tiene más de 100 edificios que fueron catalogados como Monumento Histórico, entre ellos se encuentra el Museo Fabre el cual debe su nombre el célebre pintor, La Catedral de San Pedro, la Facultad de Medicina de Montpelier, entre otros. Es importante destacar que esta facultad tiene la particularidad de ser la más antigua en actividad en todo el mundo. ¿Cuándo visitar los destinos del Sur de Francia? Las mejores temporadas para visitar esta región es durante los meses de primavera y otoño. El clima se caracteriza por días largos, clima benigno y sol casi permanente. La mayoría de las fiestas se celebran en estas estaciones, por lo que es un motivo más para planificar la visita a la región entre primavera y otoño. La contra de visitar esta zona en verano, es que suele estar más concurrida mientras que en invierno los días son demasiado cortos.
  3. Las brisas de octubre volvían a hacer de las mañanas en Innsbruck un frío amanecer. Y la capital de Tirol no era el mejor lugar para colocar una terminal de autobuses al aire libre, sin paredes ni techos que me refugiaran de las heladas. Pero mi viaje por el centro de Europa, alrededor de los Alpes, era posible en mucha parte gracias a los autobuses de bajo costo. Así que pocas opciones tenía además de estar parado allí, a las 7 de la mañana en medio de las montañas austriacas. Por suerte, aquel día nuestro Flixbus no tuvo ningún retraso, y pocos minutos esperamos para poder entrar con desespero a gozar de su calefacción. Éramos pocos los pasajeros a bordo en esa primera corrida. El frío y el sueño inmediatamente se esfumaron, cuando el sol comenzó a encalar los paisajes alpinos junto a las ventanas del autobús. Escenas registradas ahora solo en mi mente. Olvidar la cámara en el portaequipaje no fue una buena decisión. El callejón bajo la cordillera Karwendel, la cadena más grande de los Alpes del Norte, nos llevó hasta la frontera de Austria con Alemania, abriéndonos las puertas al Estado Federado de Baviera, el territorio más austral de Alemania. La mayoría de las personas en ese autobús viajarían directamente hasta Múnich, capital bávara y una de las principales ciudades del país. Pero yo podía esperar para verla. Primero tenía una escala por hacer, una que había esperado tres largos años. Cuando el autobús llegó a Füssen, solo dos chicos y yo descendimos de él. La pareja australiana, Tom y Penny, caminaron hacia el mismo rumbo, mientras el pueblo apenas despertaba aquella mañana de lunes. A simple vista, Füssen parecía un pueblo perdido de Dios al que poca gente le prestaría importancia. Y a diferencia de mí, Tom y Penny pasarían una noche en él. —Vamos a nuestro hotel a dejar las maletas —dijeron—. ¿Te acompañamos al tuyo? La ciudad es muy pequeña. —No —respondí—. Yo tomo un tren hoy por la noche. Se ofrecieron entonces a llevarme a su hotel y dejarme guardar mi mochila allí. Liberarme de esa carga por todo un día y sin cobrar ni un euro era de agradecerse. A pesar de todo, no era nada raro ver a tres mochileros caminando por las calles de Füssen un lunes temprano. Los Alpes bávaros al sur de la ciudad resguardan, de hecho, uno de los atractivos turísticos más visitados de Alemania: el castillo de Neuschwanstein. Un nombre difícil de aprender para muchos. A mí me costó algunos meses poder pronunciarlo. Pero desde que supe que Walt Disney se había inspirado en un alcázar perdido en la frontera austriaca-alemana para construir el castillo de la Bella Durmiente, sabía que era un lugar al que debía viajar mientras estuviera en Europa. Y ya que mi anterior viaje no me había dado el tiempo y dinero para hacerlo, esta era la ocasión perfecta. Neuschwanstein (pronunciado “noish-van-stain”) es solo uno de los tantos castillos que todavía sobreviven de los antiguos reinos alemanes. Pero ninguno le gana el título del monumento más fotografiado del país, con más de 1.4 millones de visitantes por año, lo que lo hace uno de los más famosos en toda Europa. Tras dejar nuestras mochilas en el hotel, Penny no podía esperar para llegar a las taquillas del castillo. Ninguno de los tres habíamos reservado un boleto y temíamos que nos pudiésemos quedar sin entrar. El castillo se encuentra justo al pie de un desfiladero, junto a la cordillera alpina. Lo cual quiere decir que no está precisamente al lado de Füssen, sino a poco más de tres kilómetros desde el centro del pueblo. Caminar junto a la carretera es posible. Pero el transporte público es barato y viaja con cierta frecuencia. No obstante, Penny no quería esperar. Así que tomamos un taxi que, por unos diez euros, nos llevó hasta el siguiente pueblo, Hohenschwangau. Aquel diminuto pueblo resulta ser el lugar que la familia real de Baviera alguna vez utilizó como sitio de recreo y caza, siendo su residencia principal el palacio de Múnich. Mientras en la Edad Media la zona no tenía más que un par de torrejones de defensa, el rey Maximiliano II de Baviera decidió construir en medio del portentoso paisaje el hermoso castillo de Hohenschwangau, un castillo estilo medieval hecho en pleno siglo XIX. Este palacio sirvió como residencia de recreo a la familia real a partir de 1837. En él, Maximiliano, su esposa María de Prusia, y sus dos hijos, Luis y Otón de Wittelsbach, pasaron varios veranos juntos, deleitándose junto al lago y los Alpes bávaros. Luis de Wittelsbach, heredero al trono de Baviera, vivió buena parte de su juventud en esta alejada área del antiguo reino. Y las ruinas de las fortalezas medievales que se alzaban en el peñasco frente al castillo siempre le causaron una enorme curiosidad. Era allí donde, a la muerte de su padre, se prometería levantar uno de los más majestuosos castillos del mundo. Hohenschwangau dejaba en claro que aquel perdido lugar era uno de los más turísticos de Alemania. Si bien en Füssen no vimos mucho movimiento, Hohenschwangau estaba repleto de gente. De verdad, repleto. Honestamente, Hohenschwangau vive hoy del turismo que ambos castillos le generan. Cada edificio, casa y construcción está destinado a ellos. Como tienda, restaurante, hotel, cafetería… El taxi nos dejó en la entrada de la oficina de turismo, donde la fila no tardó en avanzar y pudimos comprar nuestros boletos para entrar a las 12 p.m. Tal cantidad de turistas debía no ser una muy buena señal. Y el boleto especificaba algo que no me esperé de Neuschwanstein: solo pueden visitarse ciertas partes del castillo. Y solo se puede entrar como parte de una visita guiada. Los grupos de visita guiada son la cosa que más detesto del turismo. Ser parte de un rebaño, cuyo pastor se dice a explicar lo que quiere y como su horario lo quiera, no es para mí. Pero no tenía opción. Era eso o no entrar. Las visitas guiadas se ofrecen en varios idiomas. Pero los horarios más frecuentes son el alemán y el inglés. Por supuesto, acepté el inglés. Desde la oficina de turismo comienza un sendero peatonal por el que se puede subir a la cima del peñasco, donde se yergue el castillo. Pero un día antes había caminado más de 10 km por las montañas de Innsbruck. Y al parecer Penny no se sentía con ánimos de subir un desfiladero. Así que optamos por pagar el bus. Un bus para ancianos, discapacitados y perezosos. Compramos un bocadillo y cogimos el siguiente bus, que en menos de cuatro minutos nos dejó en medio del boscoso sendero. Desde allí, podía visualizarse ya la grandeza del Neuschwanstein. Pero el letrero señalaba una dirección contraria. Entre dos paredes de piedra que abrían un callejón natural. El puente Marienbrücke une los dos desfiladeros, que dejan entre sí un colorido abismo por el que cae una cascada de ensueño, misma que el rey Luis II podía ver desde su afanado castillo residencial. Tom tenía miedo a las alturas. —Yo también —le confesé—. Pero estas vistas son algo que no podemos permitirnos dejar pasar. Y vaya que tenía razón. Del lado contrario a la cascada, el castillo se desnudó en toda su plenitud. Las decenas de chinos en el puente no dejaban de tomar selfies, imposibilitando el movimiento y las tomas del resto de las personas. Pero valía la pena esperar. Y aguardar por una foto perfecta conmigo en el cuadro podía parecer lo más importante. Pero no lo era. El solo hecho de estar ahí parado, con las llanuras bávaras y su más exquisita obra arquitectónica llenaba un hueco que mi país natal jamás podría llenar. Un verdadero castillo de hadas. La primera vez que oí hablar de Neuschwanstein yo estaba viviendo en España. Pero mis únicas y cortas vacaciones de invierno no me parecieron el mejor momento para ir. Pero esperar tres años para ver al castillo rodeado de semejantes colores fue una excelente decisión, me atrevería a decir. Mis vacaciones de otoño en Francia me dijeron “ve, es el momento”. Y definitivamente lo era. Si bien las postales del castillo nevado traen a la mente una Navidad de cuento, el follaje de octubre en los Alpes bávaros fueron el mejor lienzo para decorar a Neuschwanstein. Al menos lo fue para mí. Luego de varios intentos por tomar una foto donde no saliera un chino, volvimos al sendero y caminamos hacia el castillo. La entrada principal estaba en mantenimiento. Pero nada que pudiésemos perdernos. Solo la recepción y los baños. Más adelante llegamos al patio superior, la explanada principal del palacio desde donde se admira la torre cuadrada. Es justo donde todos debimos esperar nuestro turno para entrar. El castillo de Neuschwanstein se diferencia por muchas cosas del resto de los castillos en Europa. La función principal de un castillo era resguardar de forma segura a la realeza, fungiendo como una verdadera fortaleza además de residencia. El castillo de Neuschwanstein nunca fue pensado como una construcción de defensa. La totalidad de sus edificios se planeó y erigió con el diseño y la belleza como elementos principales. Neuschwanstein fue pensado siempre como una residencia. La mayoría de los castillos que aún siguen en pie en el viejo continente han sido modificados con el tiempo, remodelando su diseño y agregando elementos contemporáneos a cada época. Neuschwanstein fue construido de principio a fin, de una sola vez. Los trabajos de restauración nunca modificaron su diseño original. Pero la construcción de este tipo de castillos fue de hecho normal durante el siglo XIX, cuando el romanticismo dominaba la Europa Central. Neuschwanstein fue descrito por el rey Luis II como el castillo ideal para el caballero medieval. Su visión romántica de la Edad Media inspiró el diseño exterior e interior del complejo, así como las sagas musicales de Richard Wagner, de quien se consideraba fan. Su construcción inició en 1868, cuando el joven rey ya tenía acceso casi ilimitado a los recursos económicos del reino. Sus caprichos y demandas subieron de la misma forma que el presupuesto inicial, por lo que la finalización del proyecto se retrasó repetidamente. Luis II nunca pudo llegar a ver el castillo terminado, pero pudo vivir en él por al menos 172 días, antes de su misteriosa muerte en el lago Starnberg. Justo al mediodía llegó nuestro turno de entrar. Ahora podríamos deleitarnos con lo que Luis II nunca pudo admirar, El guía era un calvo y gordo hombre alemán, de una edad algo avanzada. Como es costumbre, nos dieron audífonos y un radio para escuchar más atentamente la explicación del hombre. Pero, vaya. Su acento era terrible. —¿Entiendes algo? —me preguntó Penny—. Sí tú no entiendes, menos yo —repliqué—. Seguimos a aquel ininteligible guía con un grupo de unas veinte personas, con las que me moví bajo los lujosos techos del castillo, del que me prohibían tomar fotografías. Aún así, me las arreglé para tomar algunas. El palacio tiene en total unas 200 habitaciones, pocas de ellas abiertas al público. Entre todas destacan la Sala de tronos y la Sala de los cantores. El cisne es el símbolo del castillo, y está presente en muchas de sus salas. Neuschwanstein significa "nuevo cisne de piedra". Las paredes de los cuartos y pasillos están decorados con frescos que parecen sacados de un cuento de hadas. Pinturas que inmortalizan las sagas de los caballeros que lucharon por los reinos medievales del Imperio Germánico. Entre todos, uno llamó especialmente mi atención. Y no porque fuese el más hermoso que hubiera visto, sino porque parecía más haber sido pintado para La Bella Durmiente que para el verdadero rey de Baviera, El castillo de Neuschwanstein se destaca también por ser el primero que incorporó los avances tecnológicos de la era industrial. Poseía una red eléctrica, un sistema de agua corriente, un sistema de campanas operadas con baterías y servicio telefónico. Una verdadera maravilla moderna. Si bien el castillo es considerado romántico, su arquitectura exterior e interior incorpora elementos de todas las épocas europeas, desde el románico y gótico hasta el moderno y bizantino. Se planeó incluso una sala árabe para el rey, que sin embargo nunca fue concebida, así como una fuente y un jacuzzi exterior. La visita duró poco más de media hora. Sinceramente fue un poco desconsoladora. Entre tantos turistas y al lado de un alemán al que poco se le entendía el inglés. Pero el escaso número de salas que nos permitieron visitar fue suficiente para darnos por bien servidos. Además, desde los balcones y corredores norte del castillo tuvimos vistas impresionantes de sus alrededores. No cabía duda del porqué los reyes habían elegido este remota zona del sur bávaro para pasar sus veranos en familia. Y no dudaba del porqué Luis II había enloquecido tanto con la construcción de dicho monumento. El castillo de Neuschwanstein fue nominada como una de las siete maravillas del mundo moderno, pero obtuvo el octavo lugar. Aun así, muy bien merecido. Abandonamos el majestuoso palacio y decidimos descender la colina a pie. Era inevitable voltear a ver cómo se asomaba entre el vivaz naranja de las copas de los árboles, y cómo nos decía adiós, dándonos la bienvenida a Alemania. Comimos una ensalada en un restaurante local y cogimos el bus de vuelta a Füssen. Busqué mi mochila en el hotel y me despedí de los australianos, que necesitaban desesperadamente una siesta. Ya que yo no podía darme ese lujo, caminé un rato por el pueblo y fotografié algunos de sus rincones. La tarde había traído la vida de vuelta a Füssen, y sus corredores se llenaron de turistas y locales. Bajo los árboles de otoño y vigilado por los Alpes, me senté a esperar la hora de mi tren. Neuschwanstein había sido mi puerta de entrada hacia Bavaria, y ahora su capital me esperaba con mucha cerveza.
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