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  1. Vivir como un Erasmus (estudiante de intercambio) en Santiago de Compostela significaba pasar mis fines de semana en fiestas, reuniones, bares y discotecas con decenas de estudiantes de un sinfín de distintos países, desde Italia e Irlanda hasta Túnez, China y Brasil. El sentimiento es más auténtico cuando dichas fiestas surgían de la nada. Más en Santiago, como en la mayoría de las ciudades europeas, no eran los estudiantes quienes se encargaban de organizarlas. Para eso es que existía la ESN. ESN significa Erasmus Students Network. Y la organización es simplemente eso. Una red de estudiantes Erasmus en Europa. Aunque para ser más específico, sus trabajadores no son estudiantes sino ex Erasmus que decidieron emplearse con ellos. ¿De qué se encargan? Su misión es atender y ayudar a cualquier estudiante intercambista en la ciudad en cualquier cosa que a un foráneo le competa: clases de idiomas, clubs de conversación, búsqueda de apartamentos, y por supuesto, eventos y fiestas Poseer una credencial ESN nos hacía acreedores a descuentos y entradas libres en algunos establecimientos de la ciudad. Pero más allá de las fiestas, la mayoría estaba allí por una razón: los viajes Cada semana o cada 15 días ESN publicaba un viaje nuevo en el grupo de facebook. Su característica más singular era el bajo precio al que nos lo ofrecían Finisterre, Ourense, A Coruña, Pontevedra… Los destinos eran muy variados, e incluían en su mayoría los diferentes condados gallegos, donde visitaban las mejores atracciones turísticas del lugar. Así, mi primer viaje con ESN lo haría a una de las maravillas marítimas de Galicia más conocidas: las Islas Cíes. Se trata de un archipiélago situado frente a la costa de Vigo, al sur de Galicia. Declaradas parque natural, ofrecen al turista espectaculares vistas de la costa atlántica y de la despampanante naturaleza que colma su territorio La cita fue en la alameda central de Santiago temprano por la mañana. Después de una noche de fiesta en casa de los italianos, muchos lucíamos derrotados cubriendo nuestras ojeras con las gafas más grandes que pudimos encontrar. Los dos autobuses se llenaron rápidamente con la multitud de estudiantes que se aglutinaba en la acera, bloqueando el paso de los transeúntes que cruzaban hacia el centro histórico. El viaje duró aproximadamente 1 hora y media, y 90 km al sur de la capital gallega llegamos a la ciudad costera de Vigo, famoso puerto industrial y pesquero y una de las ciudades más pobladas de Galicia. Directamente el bus nos condujo hasta el complejo portuario, donde junto a los largos muelles de madera un catamarán turístico aguardaba a ser abordado. No era el único esperando. Al parecer, varias embarcaciones cubrían la misma ruta día con día, aunque siempre respetando un número límite de visitantes, ya que la explotación masiva de las islas puede dañar su ecosistema endémico La parte superior de la barca se colmó con un tapiz de estudiantes, la mayoría recién llegados a Galicia, pues eran apenas las primeras semanas de clases en España. Así nos aventurábamos a conocer un poco más de la provincia que nos acogería durante nuestro Erasmus Por suerte, el día se tornó soleado, algo raro en las costas del norte de España. Aun así, el verano ya casi terminaba, y el frío viento proveniente de la brisa marina nos hacía saber que un jersey siempre era necesario en estas tierras El catamarán comenzó su travesía. Poco a poco se alejó de la costa y nos permitió admirar la bahía en la que se emplazaba la ciudad de Vigo. De hecho no se trataba de una bahía, sino de una ría, una especie de fiordo o brazo marino que penetra las tierras continentales. Las rías más grandes de Galicia son llamadas las Rías Baixas, o Rías Bajas en español. En la mayoría de ellas se sitúa al menos un puerto comercial. Vigo es el mayor de esos puertos, y la Ría de Vigo es la más profunda y meridional de todas. Las rías gallegas se caracterizan por su costa escarpada irregular, con faros que adornan muchos de sus acantilados y pequeñas playas acorraladas por peñascos de mediana altura. Estos cabos eran conocidos por los romanos por ser considerados las tierras más occidentales del mundo (del mundo conocido hasta entonces). Así, por ejemplo, se fundó la población de Finisterre (finis terrae, o el fin de la Tierra). Navegamos por poco menos de una hora, rumbo al oeste de la ría. Justo a la entrada de la bahía se encontraban las tres pequeñas islas que formaban el archipiélago: Monteagudo, Do Faro y San Martín, o más fácil, la isla norte, del medio y la sur El mar lucía un espectacular y vívido color azul, y mientras más nos aproximábamos a la costa más clara se tornaba el agua de sus playas, dejando ver los caudales en su fondo El barco atracó a orillas de Monteagudo. La isla norte se encontraba ya repleta de turistas que se bañaban en sus olas y aprovechaban el último sol del verano. Los guías nos hicieron desembarcar y nos reunieron en el andén. Tendríamos que estar de vuelta antes de las 5 si no queríamos quedarnos atrapados allí Ellos darían un recorrido guiado para los interesados. La mayoría de nosotros se separó para aprovechar mejor el tiempo a conveniencia de cada uno. Silvia, Corinna y Giulia, tres amigas italianas y yo nos separamos del numeroso grupo para caminar hacia el lado contrario, a la olvidada punta este de la isla, donde a la mayoría no le interesaba ir. Pronto nos dimos cuenta de que el archipiélago era hogar de copiosas colonias de aves marinas, que se paseaban por sus costas pescando su almuerzo y aturdiéndonos con sus graznidos. La punta este carecía de playas, como la mayor parte del atolón. En cambio, su litoral estaba moldeado por un suelo de enormes rocas, que dificultaban levemente nuestro paseo matutino Pero al llegar al extremo del cabo la caminata había valido la pena y las Cíes nos regalaron una bonita y azul postal que me recordaba un poco a las famosas fotografías de Tulum, en México Nos quedamos anonadados un instante ante el peñasco grisáceo y la pequeña playa que se formaba a su lado. Luego de caminar unos minutos sobre la blanca arena regresamos al muelle para encontrarnos con el resto. Desde allí, daba comienzo un largo sendero que se dividía tras el muelle. Uno rumbo al norte y otro rumbo al sur. La ruta más conocida era hacia el ala sur. Todos los caminos que vimos eran peatonales, y era hermoso percatarse de la ausencia de automóviles en el archipiélago Nada mejor para proteger a su delicado medio ambiente. A nuestra izquierda nos topamos con la célebre playa de Rodas, la más grande y visitada de las tres islas. La playa de Rodas fue declarada por el periódico The Guardian como la playa más hermosa del mundo en el año 2007. Su delgada y fina arena blanca y su pureza visual era de admirarse, pero la mayoría de nosotros concordamos que en nuestra vida habíamos sido testigos de al menos una playa más linda que aquella (en mi caso, Huatulco en México). En fin, no había por qué exagerar tanto Dejamos la playa para más tarde y continuamos el camino peatonal, que nos introdujo a la parte boscosa de la isla norte, de la que pronto salimos para cruzar un puente casi natural sobre un montón de piedras. Esta cadena de piedras separaba al océano del lado oeste de una pequeña laguna natural que se formaba en el interior de la isla, justo en la división entre la isla norte y la del medio. La laguna se orillaba al este nada más y nada menos que por la playa de Rodas. Este circuito de arena era prácticamente lo único que mantenía unidos a ambos islotes, sobre todo cuando la marea subía y lograba casi igualar a la laguna con el mar. Una vez en la isla del Faro todo se volvía más vertical Largas pendientes que había que subir, subir y subir. Era entonces cuando agradecíamos haber llevado zapatos cómodos y ligeros Para entonces nos habíamos reunido ya con el resto de las italianas y con Hugo, un estudiante francés. Juntos continuamos el viaje hacia el interior de la isla, sin saber lo que encontraríamos, pues habíamos perdido de vista al guía. Sin darle mucha importancia, el sendero no era nada complicado. Además, a cada paso que dábamos uno u otro del enorme grupo de Erasmus se aparecía a nuestros pies, indicándonos hacia dónde debíamos seguir La orografía de la isla se volvía cada vez más accidentada Así mismo, su terreno se hacía más y más boscoso. Había quien nos decía que, con suerte, podríamos ver alguna liebre o musaraña cruzarse en nuestro camino. Pero los únicos animales a nuestro alcance parecían ser la multitud de aves que sobrevolaban nuestras cabezas, amenazándonos con sus desechos Nos detuvimos en lo que parecía el punto más alto de toda la isla, justo donde muchos se disponían a tomar fotos. Y yo, claro está, no podía quedarme atrás. Mirar abajo era todo un desafío. Los acantilados parecían cada vez más verticales y en sus orillas podíamos observar cómo las olas rompían con mucha mayor fuerza que en el resto del litoral. Finalmente tuvimos una amplia vista del horizonte hacia el oeste. Allá, hacia donde miles de europeos alguna vez se aventuraron a navegar, creyendo que la tierra era plana y que encontrarían el fin con una caída interminable. Este solía ser el fin para ellos, el fin de todos los continentes, el fin de todos los reinos, de todas las tierras por conquistar, el fin de todo el mundo. Aquí, el viento soplaba mucho más fuerte. El océano traía consigo frías ráfagas, confluencia de las corrientes del Golfo y del gélido Atlántico norte. Las lluvias, ventiscas, marejadas y demás inclemencias climáticas golpeaban siempre al lado oeste, creando así las playas y bosques de las islas en las pendientes orientales de las mismas, y dejando en su occidente un paisaje rocoso y desolado que aguantaba cualquier impacto natural. Aquella lejana línea azul vista desde lo alto, que separaba al despejado cielo del tormentoso mar era simplemente hipnotizante, y me regaló un pequeño pero prolongado momento de paz entre los grupos de turistas que brincaban y hacían duckface para elegir el mejor de los filtros disponibles en Instagram Un paisaje así no merecía tal banalización Mirando de vuelta al norte aparecía nuevamente la isla Monteagudo en todo su esplendor, dejando al desnudo la pequeña y frágil franja de rocas y tierra que la conectaban con nuestra isla. Y entre ambos bordes, la azul laguna repleta de algas y musgos marinos que coloreaban el encuadre con un vivaz verde agua. Al fondo se asomaba la costa gallega y el cabo que daba comienzo a la Ría de Vigo y al resto del territorio gallego. Con la mejor de las vistas comenzamos a bajar para disfrutar lo que quedaba de nuestro soleado día en la playa más hermosa del mundo. ¡Qué va! Quizá la mejor de Galicia y ya está Con el sudor en mi frente quise refrescarme un poco en el mar. Pero apenas puse un dedo dentro del agua azul turquesa y la totalidad de mi pierna se congeló Entonces me di cuenta que todos los niños, turistas, y por supuesto, estudiantes que se bañaban en sus playas tenían la pinta de ser europeos. Para ellos esto era el paraíso Las playas de Polonia, Irlanda, Gran Bretaña, Alemania, Dinamarca o Suecia no les permitían darse un chapuzón, casi ni en mitad del verano. Por ello un par de grados menos en su temperatura era un regalo maravilloso para sus blancos cuerpos. Pero no para mí ¡Con las playas mexicanas no tenía necesidad de sufrir una hipotermia! Así que mejor me quedé en la arena tomando un poco de sol que semanas después empezaría a echar de menos cuando el otoño llegara y trajera consigo los monzones de Santiago. Así terminó mi primer viaje con Erasmus, y mi primera aventura para conocer un poco más de la bella Galicia Pueden ver el resto de las fotos en el siguiente álbum:
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