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  1. Del álbum Ushuaia, Tierra del Fuego II

    Lee mi relato de mis últimos días en Ushuaia, aqui :3
  2. Del álbum Ushuaia, Tierra del Fuego II

    Lee mi relato de mis últimos días en Ushuaia, aqui :3
  3. Ayelen

    La costa de la bahía

    Del álbum Ushuaia, Tierra del Fuego II

    Lee mi relato de mis últimos días en Ushuaia, aqui :3
  4. Del álbum Ushuaia, Tierra del Fuego II

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  5. Del álbum Ushuaia, Tierra del Fuego II

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  6. Del álbum Ushuaia, Tierra del Fuego II

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  7. Del álbum Ushuaia, Tierra del Fuego II

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  8. Del álbum Ushuaia, Tierra del Fuego II

    Lee mi relato de mis últimos días en Ushuaia, aqui :3
  9. Del álbum Ushuaia, Tierra del Fuego

    Sigue la segunda parte de mis aventuras (y desventuras :S) en Ushuaia, aqui!
  10. Del álbum Ushuaia, Tierra del Fuego

    Sigue la segunda parte de mis aventuras (y desventuras :S) en Ushuaia, aqui!
  11. Del álbum Ushuaia, Tierra del Fuego

    Sigue la segunda parte de mis aventuras (y desventuras :S) en Ushuaia, aqui!
  12. Ayelen

    Y llegamos...

    Del álbum Ushuaia, Tierra del Fuego

    Lee de mis primeros días en la ciudad más austral del mundo! aquí!
  13. Del álbum Castell de Burriac en Cabrera de Mar (Barcelona)

    Si se sube al bonito pinar que se encuentra en frente del parquin, podemos obtener esta preciosa vista del Burriac. Puedes leer el relato del itinerario en mis blogs.
  14. Con la moto funcionando correctamente, todas nuestras preocupaciones se disiparon rápidamente esa mañana. El clima parecía acompañar nuestro humor aquel día, con un sol radiante en un limpio cielo celeste. Era la primera vez que disfrutábamos de un día soleado en la ciudad de Ushuaia, porque desde nuestro arribo, siempre la habíamos visto con un cielo gris y nublado, con lluvia o nevisca. Les parecerá una broma, pero la moto finalmente recorrió cinco cuadras, y volvió a morir. Nuestra frustración fue total. Sin otra opción, la moto regresó taller y nosotros volvimos cabizbajos al hostel, a la espera de una prometida respuesta por parte de los mecánicos, que nunca llegó. Vimos el esplendoroso día, desde la ventana del hostel, con una amargura que quería expresarse en llanto, pero que yo contenía con fuerza. A pesar de sentirnos muy a gusto en aquel hostel, al día siguiente decidimos mudarnos a un camping, para abaratar los costos, porque con el futuro incierto que teníamos delante por la falla de la moto, no sabíamos cuántos días más deberíamos quedarnos en Ushuaia. Llegamos así al camping El Andino, establecido en las afueras de la ciudad. Cartel con las distancias desde Ushuaia Para acceder al camping, debíamos tomar una empinada calle de tierra, al pie de la montaña, hasta llegar a una planicie, donde se alzaba un robusto refugio de dos pisos. En tiempo pasado, El Andino, había sido el principal centro de esquí de la ciudad, convocando a esquiadores de todas partes del mundo. Sin embargo, el aumento de la población, con la consecuente expansión de la ciudad, generaba en la actualidad el calor suficiente para impedir que la nieve caída se acumulara sobre la pista luego de cada nevada, por lo que sólo se encontraba en funcionamiento el sector de acampe. La antigua pista de esquí que supo ser un centro de atracción turístico importante, ahora sólo era una ancha y larga ladera de tierra y pasto. Hacia un costado de la pista, se alzaba un pequeño bosque, donde ya se encontraban instaladas algunas carpas. Elegimos un lugar apropiado, aunque era difícil, puesto que las nevadas anteriores habían dejado el suelo completamente mojado, pero igual armamos la carpa. Recuerdo que tan ingenuos los dos, nos metimos en nuestro hogar de plástico sorprendidos de que no hiciera tanto frío y creyendo realmente que íbamos a pasar una buena noche….... Eran aproximadamente las tres de la mañana cuando el mismo frío me despertó. Mi cuerpo estaba completamente helado. Me volteé lentamente sobre la bolsa para ver que Martin también estaba despierto y casi tiritando, podía ver la tibia bruma saliendo de su boca. Así fue como aprendimos que Ushuaia no es un buen lugar para acampar y que los colchones inflables no son muy buena opción para temperaturas muy bajas, ya que el aire dentro de ellos se termina helando y les puedo asegurar que se siente como dormir sobre una tabla de hielo. Les aconsejo que si pretender acampar sobre estos cómodos colchones, se aseguren de colocar algo entre él y la bolsa, para aislarse, más adelante les contaré la solución que nosotros encontramos para ello. Era tal el frío que por más que frotaba mis pies, no podía generar nada de calor. Fue la noche más larga que sufrimos hasta el día de hoy, y la que me hizo aprender a valorar una estufa. Al día siguiente, decididos, nos mudamos a unas pequeñas casillas rodantes que se encontraban dentro del camping y de las que disponían para albergar gente. Un buen colchón, unas gruesas mantas y un generador de calor eléctrico fueron el paraíso para nosotros después de esa terrible noche. Nuestro hogar transitorio en Ushuaia Sin la moto, nos era difícil realizar alguna actividad en Ushuaia, puesto que muchos sitios importantes para visitar se encuentran a varios kilómetros a las afueras de la ciudad, y un transporte de excursión es exageradamente muy costoso. Por lo que ese mediodía solo pudimos realizar una pequeña caminata que era accesible, a la que llamaban el camino al glaciar. Iniciamos subiendo por la empinada ex pista de esquí, desde el camping. Desde allí arriba, se podía ver toda la ciudad extendiéndose hasta las costas del Beagle, y aunque casi se me colapsan los pulmones por subir esa empinada pendiente, la vista era increíble. La ciudad desde la cima de la pista de esquí Una vez allí arriba, debíamos tomar un sendero de tierra que se internaba en el bosque que rodeaba la montaña, donde ya la nieve había comenzado a acumularse con las nevadas. A lo lejos se alzaban enormes picos blancos que resaltaban entre el tupido bosque verde. Hacia el sendero del glaciar Sólo recorrimos unos pocos kilómetros esquivando tramos de barro y fotografiando solemnes Chimangos, que nos observaban pasar desde lo alto de los árboles, hasta toparnos con un camino asfaltado que ascendía por la montaña desde la ciudad. Tomamos aquella carretera, caminando por un costado, intentando entrar en calor con cada paso porque, ya no hace falta decirles, hacía mucho frío. Chimangos observándonos pasar desde lo alto de un árbol El camino terminaba en una gran planicie, que funcionaba como estacionamiento. Allí había algunas confiterías, un sistema de aerosiilas, y un centro de información turística. Nada de eso estaba en funcionamiento por encontrarnos fuera de temporada, pero aun así, muchos turistas se encontraban en el lugar. El sendero del glaciar comenzaba allí, como un ancho camino cubierto de nieve, que ascendía por la pendiente de la montaña. Hacia los costados del sendero se alzaban altos pinos de frondosas copas, y más allá comenzaban a verse las montañas vecinas. El sendero del glaciar A medida que ascendíamos, veíamos cada vez más y más nieve. Mis zapatillas no tardaron en empaparse con cada paso, enterrándose algunos centímetros en aquel suelo blanco. Varios turistas que recorrían el sendero junto a nosotros se detenían a jugar con la nieve, algunos más osados se tiraban por la pendiente nevada, sentados sobre algún plástico, y hasta nosotros nos divertimos unos instantes haciendo nuestro propio muñeco de nieve. Nuestro muñeco de nieve En el último tramo, el sendero se fue convirtiendo en camino súper angosto y peligrosamente empinado. Es momento de que confiese que suelo ser un poco miedosa ante estas travesía, por lo que fui aferrándome con uñas y dientes en estos últimos metros de camino, porque realmente temía resbalar y rodar cuesta abajo cual avalancha. El angosto sendero Llegamos así al final del sendero del glaciar, donde no había ningún glaciar y nos sentimos un poco estafados al respecto. Sin embargo desde aquella cima, el paisaje era abrumador. Las montañas se abrían hacia los costados, con sus altas paredes de piedra cubierta de nieva, en el medio y a lo lejos se podía ver toda la ciudad como pequeños puntitos, luego el inmenso canal del Beagle y a lo lejos más montañas, para variar. La ciudad desde lo alto Volvimos esa noche después de haber estado todo el día caminando sin parar, con los músculos de las piernas doloridos, pero satisfechos. Ya en nuestra pequeña casilla recibimos la esperada llamada del taller, que nos traería más angustia que alegría. Según los mecánicos, el problema se hallaba en la bobina de la moto, estructura que se encuentra dentro del motor y que genera la energía eléctrica necesaria para el buen funcionamiento del vehículo. Esto era una muy mala noticia para nosotros, puesto que el repuesto de esta pieza ni siquiera estaba en el país, debía ser pedido al exterior con una demora de 45 dias!! Y ni hablar del costo extra que representaba comprar un repuesto original. Dada estas condiciones, procedimos al plan B, y buscamos la manera de reparar la pieza en lugar de reemplazarla. Buscamos así a un especialista en el tema y luego de quitar la bobina (cosa nada fácil, puesto que se debe abrir el motor, con las complicaciones que esto implica), la llevamos al taller adecuado para su reparación. Al igual que nuestro ánimo, los siguientes días fueron nublados, con mucha lluvia y nevadas y frío…mucho frío. Creí que Martin iba a enloquecer en algún momento, puesto que nos la pasábamos encerrados en nuestra casilla sin poder hacer mucho y sin ver rastro alguno de sol. Llegamos al punto de replantearnos seriamente quedarnos en Ushuaia a pasar el invierno antes de continuar, puesto que la situación ya se había tornado bastante desoladora. Sólo un par de días bastaron para tener en nuestro poder la bobina reparada. En el taller fue colocada nuevamente en la moto y ya bastante cansados de aquella angustiosa situación, esperábamos que todo se solucionara al fin. Imaginen la frustración (que ya rozaba la rabia) que sentimos cuando la moto continuó fallando, aun con el repuesto reparado correctamente. El problema se encontraba en otro sitio: El regulador de voltaje. Esta pequeña estructura, del tamaño de mi mano, forma parte también del circuito eléctrico de la moto, y es el que recibe la energía eléctrica generada en la bobina y la envía hacia la batería. Sí, luego de dos semanas en Ushuaia, aprendimos perfectamente todo el circuito eléctrico de la moto. A esa altura, sinceramente, sólo quería matar a cada uno de los mecánicos que no sólo nos habían hecho perder tiempo y dinero, sino que, además, habían alterado innecesariamente una parte original y sana de la moto. El repuesto, obviamente, no se encontraba en Ushuaia, por lo que debimos pedirles a mis padres, que viven en Buenos Aires, que hicieran la compra y nos la enviaran por correo. Eso significaba más días de espera en aquella congelada ciudad. Realizamos entonces, una segunda caminata por un sendero llamado Laguna Esmeralda, que nos había recomendado cada ciudadano de Ushuaia. El día estaba terriblemente gris, pero aun así, nos arriesgamos a emprender el sendero, que nacía a un costado de la ruta, varios kilómetros antes de la entrada a la ciudad. El camino iniciaba bastante bien, un ancho sendero de tierra que se internaba en el frondoso bosque, con algo de barro debido a las nevadas, pero nada muy difícil de esquivar. Sólo pocos kilómetros hasta salir a un llano atestado de la agradable turba, que debimos atravesar. Con cada paso, el pie se hundía cada vez más en esa húmeda esponja vegetal, dando esa sensación de hundirse en arenas movedizas, realmente algo bastante desagradable para mí. Mi archienemiga: La Turba Aun así, frente nuestro se abría un paisaje hermoso, a pesar de que el cielo nublado y una leve neblina a lo lejos le proporcionaban un tinte sombrío. El camino, completamente embarrado y resbaladizo, se marcaba de forma sinuosa por entre la baja vegetación austral, mientras que hacia un costado, un delgado arroyo bajaba por entre las rocas y a lo lejos se alzaban grandes montañas. Si alguna vez visitan Ushuaia, no dejen de hacer este recorrido, pues la Laguna Esmeralda que se encuentra justo al finalizar el sendero, detrás de unas lomadas, es un estanque de agua de un bellísimo color aguamarina que contrasta con el paisaje que lo rodea y las enormes montañas de una manera increíble. Camino a la Laguna Esmeralda Sin embargo, el clima no nos favoreció básicamente desde que dejamos la ciudad de La Plata, bajo una tormenta, por lo que realmente no nos sorprendimos cuando una fuerte nevada se desató sobre nosotros justo cuando llegábamos al final del camino. Sólo vimos la Laguna Esmeralda tras una cortina de nieve espesa que caía fuertemente desde el cielo. La nieve que el primer día me había emocionado, ese día terminó por irritarme terriblemente. Huyaaaamooss! Regresamos a nuestra pequeña casilla del camping con barro hasta las rodillas, completamente mojados y tiritando de frío. Afortunadamente, una llamada telefónica desde Buenos Aires cambiaría nuestro ánimo. El repuesto de la moto arribaría a la ciudad al día siguiente. En ese momento, las nubes se disiparon en el cielo, permitiendo el paso de unos pocos rayos de sol y un hermoso arcoíris se formó por sobre encima de la ciudad de Ushuaia, quizás sería una señal de que nuestra suerte cambiaría.
  15. Cuando salimos de Rio Grande corría un viento tan violento que estuvimos a punto de regresar, y postergar la salida. Las ráfagas producían un fuerte rugido ensordecedor mientras avanzábamos velozmente sobre la ruta que nos llevaría al pueblito de Tolhuin, y a pesar de estar resguardada detrás de la espalda de Martin, sentía el viento golpear contra el casco y debía hacer fuerza para mantener la cabeza erguida. La potente corriente de aire nos golpeaba de costado y cuando teníamos que pasar algún camión, Martin debía calcular bien la velocidad de la moto, porque si bien el camión nos resguardaba momentáneamente,cuando lográbamos adelantarnos, la fuerza del golpe era de tal magnitud que llegaba a correr la moto de carril. Por suerte, la carretera fue cambiando de dirección de manera que luego de algunos kilómetros, el viento comenzó a golpearnos desde atrás, y la situación mejoró notablemente. Creo que ese fue el primer tramo donde realmente comencé a sentir el verdadero frío de Tierra del Fuego. A pesar de llevar ropa cobijada, el viento helado se colaba y me llegaba casi hasta los huesos. En vano, trataba de encogerme sobre la moto, para intentar mantener el calor de mi cuerpo, mientras restregaba mis manos enguantadas. Afortunadamente, fueron sólo pocos kilómetros hasta la llegada a la entrada de Tolhuin. Un arco de madera con el nombre del pueblo nos daba la bienvenida, al costado de la ruta. A ambos lados del arco, se erguían dos extrañas figuras que representaban antiguos aborígenes de la zona, los Selk´nam, vestidos con típicos trajes de rituales, donde se destacaban enormes máscaras de troncos de árboles, en forma cónica, una imagen un poco lúgubre, realmente. Una ancha calle asfaltada ingresaba a la pequeña villa que se encontraba establecida en extrañas pendientes y comenzaban a verse pequeñas casillas y algunos negocios. El día estaba nublado, gris y fresco y sólo unas pocas personas se encontraban en ese momento en las calles, lo que le daba un aspecto un tanto triste y desolado al poblado. Siguiendo esa calle principal, pasamos una plaza, un hospital y una escuela y tomamos una empinada pendiente que desembocaba en el gran Lago Fagnano (o Lago Khami, como lo llamaban los selk´nam), en cuyas orillas se encontraba el camping en donde nos instalaríamos, un camping bastante extravagante, debo confesar. El lago de un precioso color azul, se abría inmensamente delante de nosotros y al otro lado se podía ver un cordón de gigantescas montañas, pertenecientes a la cordillera Argentina. Lago Fagnano Un simpático hombrecillo de canosos bigotes corrió a nuestro encuentro al vernos ingresar. Su nombre era Roberto, y era el dueño del camping Hain. Lo primero que nos llamó la atención al ingresar al llano terreno, fueron unas estructuras cónicas de madera, armadas sobre el césped. Luego supimos que estaban construidas para armar la carpa dentro de ellas, porque el viento en aquella zona, sobre todo al lado del lago, era bastante intenso. También había en el camping una pequeña casilla de madera, con unas rústicas mesas y lo más importante: una agradable estufa a leña de la cual no me separé en todo el día. Chozas de madera para construir dentro las carpas Roberto había levantado cada una de esas construcciones con sus propias manos, con la particularidad de haberlo hecho reciclando cada extraño objeto que encontraba, o que los temporales visitantes del camping le dejaban. Así, podían verse molinos de vientos, muñecos o ciertas esculturas extrañas dispersas en todo el terreno. El Camping Hain Luego de armar la carpa dentro de estas estructuras piramidales de madera que resultarían ser una gran idea, nos fuimos directo a la casilla donde Roberto ya nos había prendido la estufa. Al ingresar, noté inmediatamente que ese pequeño lugar era lo más especial de todo el camping: como si de una tradición se tratase, cada viajante que había pasado por allí, dejaba su inscripción en un trozo de leña, y lo clavaba a las paredes. El refugio del Camping Así, las cuatro paredes de aquella pequeña casilla y hasta el techo, se encontraban completamente recubiertas de tablas y tablitas con diferentes leyendas en decenas de idiomas. Aquel lugar parecía más bien un rústico santuario donde cada visitante dejaba su huella. Uno podía leer pequeñas frases con algún tinte poético, o los nombres de viajeros que habían llegado al camping, ya sea caminando, en bicicleta, de a grupo, solos, en pareja, de países latinoamericanos y de Europa. Los mensajes de los viajantes Esa noche, a pesar de dormir dentro de una de esas chozas de madera, con una buena carpa con buena aislación térmica y con bolsas de dormir diseñadas para temperaturas extremas, pasamos bastante frio, pero debíamos resignarnos a ello, si queríamos seguir viajando hacia el extremo sur del país. A la mañana siguiente Roberto nos habló de una caminata que iniciaba cerca del camping y que costeaba una laguna, llamada Laguna Negra, dentro de la Reserva que lleva el mismo nombre. Nos aconsejó que fuéramos hasta el final del recorrido, donde nos encontraríamos con los grandes diques de troncos construidos por castores. Como ya imaginarán, con sólo escuchar que podríamos ver castores, ya estaba arrastrando a Martin hacia la caminata. Antes de salir, Roberto nos sugirió que, para ver aparecer estos grandes roedores, destruyéramos maliciosamente alguno de sus diques, quitándole uno o dos troncos. Confieso que me pareció una idea terrible, y que no creí absolutamente para nada que haciendo esto, pudiéramos ver alguno de estos animales. Sin embargo, emprendimos el trekking, caminando por la empedrada orilla del lago Fagnano, hasta llegar al cartel que indicaba el comienzo de la Reserva Laguna Negra. El día estaba bastante fresco y corría un helado viento, pero al menos, para nuestro alivio, había salido el sol ese mediodía. Reserva Laguna Negra Un débil sendero de tierra ingresaba en un extenso bosque de lengas y ñires, delgados y altos árboles con sus copas de un verde claro que se elevaban desde el suelo formando un intrincado laberinto. De sus ramas colgaban barbas de líquenes que se mecían débilmente cuando soplaba el viento. Barbas de líquenes El sendero comenzaba bordeando un barranco, donde de un lado se extendía este bosque, y del otro se podía ver la Laguna Negra, entendiéndose hasta las montañas que se alzaban a lo lejos. Laguna Negra El camino continuaba rodeando grandes extensiones de turbas, que son profundos depósitos de musgo. Debido al clima frio, y a la falta de ciertas bacterias, los restos vegetales no terminan de descomponerse del todo en esa zona, y se convierten en una gran “esponja” que se ha ido acumulando a lo largo de miles de años, algunos llegando a medir hasta diez metros de profundidad. Les puedo asegurar que caminar sobre las turbas es un tanto desagradable. El pie se hunde con cada paso, y brota agua, por lo que uno termina mojándose, no es una sensación muy agradable. Depósitos de Turba Atravesamos parte del bosque, deteniéndonos cada tanto a sacar fotos, o simplemente a contemplar la tranquilidad y el silencio de aquel lugar, cortado sólo por el silbido del viento que soplaba por entre los árboles. Bosque de lengas y ñires Cruzamos arroyos y un frágil puente de madera hasta que finalmente llegamos a los grandes estanques formados por las castoreras. Estas sólidas construcciones, formadas por cientos de ramas y troncos, prolijamente roídos y colocados por estos laboriosos animales, cortaban el paso del agua de costa a costa, generando inmensas lagunas, que terminaban inundando las zonas aledañas. Mientras el camino ascendía por entre el bosque, al costado íbamos viendo estos estanques, formados a diferentes alturas, como en escalera y contenidos por estos robustos diques. Castoreras La verdad es que, a pesar de que amo estos y todos los animales, el paisaje no era muy alentador, porque las inundaciones afectaban visiblemente aquellos bosques nativos. Debido a la “gran” idea de un ser humano, el castor (que no es un animal autóctono de Argentina) fue introducido, y al no tener un depredador, se ha ido reproduciendo descontroladamente y sus inmensas construcciones generan mucho daño al ecosistema de esa zona. Parte del bosque nativo inundado Aun así, no podíamos dejar de asombrarnos de estas grandes castoreras, que eran tan sólidas que uno podía pararse encima tranquilamente. Lamentablemente, a pesar de ir lentamente, intentando no hacer ruido y atentos, no vimos ningún castor en las proximidades. Llegamos al final del recorrido y decidimos volver, bastante decepcionados. Martin insistía en hacerle caso a Roberto, y quitar algunos troncos de una de las castoreras, pero yo me negaba. Me parecía una idea absurda y hasta llegué a burlarme de él, diciéndole que los castores no iban a aparecer solo por eso. Cuando finalmente me rendí y accedí a la idea, me senté cerca de la orilla de uno de estos estanques, ofuscada y suponiendo que íbamos a estar largo rato allí esperando para nada, mientras Martin caminó haciendo equilibrio sobre la castorera más cercana, y quitó un par de troncos de la misma. Un pequeñísimo hilo de agua comenzó a correr por encima de la construcción y Martin volvió corriendo a mi lado, ansioso. Abrí la boca para decirle que no se ilusionara, en el mismo momento en que mis ojos divisaron una pequeña cabeza flotando por sobre el agua, nadando hacia nuestra dirección. Mi sorpresa fue tal, que no me salían las palabras! Efectivamente como había dicho Roberto, allí venia nadando un castor. Y apareció el castor Nos quedamos inmóviles y completamente sorprendidos, mientras aquel bello animal con su extravagante cola plana aparecía flotando lentamente a escasos metros nuestros. El castor observó la pérdida y permaneció algunos minutos, cortando algunas ramitas que flotaban a su lado. Obviamente le saqué miles de fotos en todos los ángulos posibles y lo filmé mientras memorizaba la gran lección de nunca más subestimar los consejos de un pueblerino. Hermoso castor Cuando el pequeño animalito dio por terminada su tarea, emprendió la marcha y nosotros también. El sol ya comenzaba a ocultarse, y la temperatura descendía rápidamente, por lo que nos apresuramos a volver al refugio a prender la estufa a leña, aunque nuestra emoción era tal por haber visto aquel animal tan extraño para la fauna nativa de argentina, que ni siquiera notamos el frío. Volviendo de la Reserva Habíamos decidido partir al día siguiente del pueblo de Tolhuin para llegar a Ushuaia, pero la mañana siguiente nos esperaba con un clima extremadamente frío y fuertes vientos. Sabiendo que sobre la moto eso significaba mucho sufrimiento, nos quedamos un día más en el camping Hain. Aprovechamos el día para recorrer el lago Fagnano hacia el otro extremo que no habíamos visitado aún. Caminamos por la costa cubiertas de pequeñas piedras de distintas formas, tamaños y colores, y junté algunas que me llevaría de recuerdo. El viento que corría provocaba un peculiar oleaje en el agua, pero aun así, el paisaje frente nuestro era bellísimo. El lago con su cristalino color azul se extendía hasta el horizonte, donde se alzaba la imponente cordillera, cortando el cielo celeste. Bellísimo paisaje del Lago Fagnano Nos llamó la atención ver a lo lejos, sobre el lago, una extensa y espesa neblina que se dirigía lentamente hacia la costa, pero restándole importancia, continuamos nuestro paseo. Caminamos largo trecho, hasta llegar a un altísimo risco, donde terminaba la playa empedrada, y al que bordeamos hasta llegar a una pequeña cascadita. Cascadita Al emprender el regreso al camping, esa extraña bruma que veíamos acercándose sobre el lago, llegó hasta nosotros, y comprendimos que no era ni más ni menos que viento. El viento más poderoso que sentí en mi vida. Caminar esos metros con esas ráfagas en contra fue realmente exhaustivo. Jamás había imaginado que el viento podía soplar tanto! Avanzábamos casi empujando el ventarrón a cada paso, que no cesaba ni un segundo en soplar, y hasta era difícil respirar porque se sentía exactamente como una pesada manta que te cubría toda la cara. Cuando logramos llegar al refugio, casi riéndonos de la extraña situación que acabábamos de pasar, sentía el cuerpo totalmente cansado, y estaba completamente asombrada…nunca me voy a olvidar de ese momento. Luego de esos días en Tolhuin, y con una mañana un poco más despejada, decidimos desarmar campamento y por fin, emprender los últimos kilómetros que nos separaban de nuestra gran y principal meta: Ushuaia, la ciudad más austral del mundo. Para llegar debíamos atravesar un camino de montañas, el Paso Garibaldi y yo ya me estaba preparando para pasar frío. Antes de marcharnos y de saludar y agradecer a Roberto por la estadía, siguiendo la tradición de los viajeros, buscamos una leña cortada, escribimos nuestros nombres, la fecha y la clavamos en una de las paredes del refugio, como símbolo de nuestro pasar por aquel lugar tan mágico. Nuestra huella Cuando tomamos nuevamente la ruta hacia Ushuaia, estábamos ansiosos, algo nerviosos y sobre todo felices… pero lamentablemente, nada nos prepararía para el desafortunado inconveniente que sufriríamos con la moto, sólo unos pocos kilómetros más adelante.
  16. Ayelen

    Laguna Esmeralda

    Del álbum Ushuaia, Tierra del Fuego

    Única foto que pudimos sacar de este bellisimo lugar, gracias a la nevada. Sigue la segunda parte de mis aventuras (y desventuras :S) en Ushuaia, aqui!
  17. Ayelen

    Se largó la nevadaaa!

    Del álbum Ushuaia, Tierra del Fuego

    Sigue la segunda parte de mis aventuras (y desventuras :S) en Ushuaia, aqui!
  18. Del álbum Ushuaia, Tierra del Fuego

    Sigue la segunda parte de mis aventuras (y desventuras :S) en Ushuaia, aqui!
  19. Del álbum Ushuaia, Tierra del Fuego

    Sigue la segunda parte de mis aventuras (y desventuras :S) en Ushuaia, aqui!
  20. Del álbum Ushuaia, Tierra del Fuego

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  21. Ayelen

    Turba...odio la turba

    Del álbum Ushuaia, Tierra del Fuego

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  22. Ayelen

    Nevando en el camping

    Del álbum Ushuaia, Tierra del Fuego

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  23. Del álbum Ushuaia, Tierra del Fuego

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  24. Del álbum Ushuaia, Tierra del Fuego

    Sigue la segunda parte de mis aventuras (y desventuras :S) en Ushuaia, aqui!
  25. Del álbum Ushuaia, Tierra del Fuego

    Sigue la segunda parte de mis aventuras (y desventuras :S) en Ushuaia, aqui!
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