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  1. Del álbum Ushuaia, Tierra del Fuego

    Sigue la segunda parte de mis aventuras (y desventuras :S) en Ushuaia, aqui!
  2. Con la moto funcionando correctamente, todas nuestras preocupaciones se disiparon rápidamente esa mañana. El clima parecía acompañar nuestro humor aquel día, con un sol radiante en un limpio cielo celeste. Era la primera vez que disfrutábamos de un día soleado en la ciudad de Ushuaia, porque desde nuestro arribo, siempre la habíamos visto con un cielo gris y nublado, con lluvia o nevisca. Les parecerá una broma, pero la moto finalmente recorrió cinco cuadras, y volvió a morir. Nuestra frustración fue total. Sin otra opción, la moto regresó taller y nosotros volvimos cabizbajos al hostel, a la espera de una prometida respuesta por parte de los mecánicos, que nunca llegó. Vimos el esplendoroso día, desde la ventana del hostel, con una amargura que quería expresarse en llanto, pero que yo contenía con fuerza. A pesar de sentirnos muy a gusto en aquel hostel, al día siguiente decidimos mudarnos a un camping, para abaratar los costos, porque con el futuro incierto que teníamos delante por la falla de la moto, no sabíamos cuántos días más deberíamos quedarnos en Ushuaia. Llegamos así al camping El Andino, establecido en las afueras de la ciudad. Cartel con las distancias desde Ushuaia Para acceder al camping, debíamos tomar una empinada calle de tierra, al pie de la montaña, hasta llegar a una planicie, donde se alzaba un robusto refugio de dos pisos. En tiempo pasado, El Andino, había sido el principal centro de esquí de la ciudad, convocando a esquiadores de todas partes del mundo. Sin embargo, el aumento de la población, con la consecuente expansión de la ciudad, generaba en la actualidad el calor suficiente para impedir que la nieve caída se acumulara sobre la pista luego de cada nevada, por lo que sólo se encontraba en funcionamiento el sector de acampe. La antigua pista de esquí que supo ser un centro de atracción turístico importante, ahora sólo era una ancha y larga ladera de tierra y pasto. Hacia un costado de la pista, se alzaba un pequeño bosque, donde ya se encontraban instaladas algunas carpas. Elegimos un lugar apropiado, aunque era difícil, puesto que las nevadas anteriores habían dejado el suelo completamente mojado, pero igual armamos la carpa. Recuerdo que tan ingenuos los dos, nos metimos en nuestro hogar de plástico sorprendidos de que no hiciera tanto frío y creyendo realmente que íbamos a pasar una buena noche….... Eran aproximadamente las tres de la mañana cuando el mismo frío me despertó. Mi cuerpo estaba completamente helado. Me volteé lentamente sobre la bolsa para ver que Martin también estaba despierto y casi tiritando, podía ver la tibia bruma saliendo de su boca. Así fue como aprendimos que Ushuaia no es un buen lugar para acampar y que los colchones inflables no son muy buena opción para temperaturas muy bajas, ya que el aire dentro de ellos se termina helando y les puedo asegurar que se siente como dormir sobre una tabla de hielo. Les aconsejo que si pretender acampar sobre estos cómodos colchones, se aseguren de colocar algo entre él y la bolsa, para aislarse, más adelante les contaré la solución que nosotros encontramos para ello. Era tal el frío que por más que frotaba mis pies, no podía generar nada de calor. Fue la noche más larga que sufrimos hasta el día de hoy, y la que me hizo aprender a valorar una estufa. Al día siguiente, decididos, nos mudamos a unas pequeñas casillas rodantes que se encontraban dentro del camping y de las que disponían para albergar gente. Un buen colchón, unas gruesas mantas y un generador de calor eléctrico fueron el paraíso para nosotros después de esa terrible noche. Nuestro hogar transitorio en Ushuaia Sin la moto, nos era difícil realizar alguna actividad en Ushuaia, puesto que muchos sitios importantes para visitar se encuentran a varios kilómetros a las afueras de la ciudad, y un transporte de excursión es exageradamente muy costoso. Por lo que ese mediodía solo pudimos realizar una pequeña caminata que era accesible, a la que llamaban el camino al glaciar. Iniciamos subiendo por la empinada ex pista de esquí, desde el camping. Desde allí arriba, se podía ver toda la ciudad extendiéndose hasta las costas del Beagle, y aunque casi se me colapsan los pulmones por subir esa empinada pendiente, la vista era increíble. La ciudad desde la cima de la pista de esquí Una vez allí arriba, debíamos tomar un sendero de tierra que se internaba en el bosque que rodeaba la montaña, donde ya la nieve había comenzado a acumularse con las nevadas. A lo lejos se alzaban enormes picos blancos que resaltaban entre el tupido bosque verde. Hacia el sendero del glaciar Sólo recorrimos unos pocos kilómetros esquivando tramos de barro y fotografiando solemnes Chimangos, que nos observaban pasar desde lo alto de los árboles, hasta toparnos con un camino asfaltado que ascendía por la montaña desde la ciudad. Tomamos aquella carretera, caminando por un costado, intentando entrar en calor con cada paso porque, ya no hace falta decirles, hacía mucho frío. Chimangos observándonos pasar desde lo alto de un árbol El camino terminaba en una gran planicie, que funcionaba como estacionamiento. Allí había algunas confiterías, un sistema de aerosiilas, y un centro de información turística. Nada de eso estaba en funcionamiento por encontrarnos fuera de temporada, pero aun así, muchos turistas se encontraban en el lugar. El sendero del glaciar comenzaba allí, como un ancho camino cubierto de nieve, que ascendía por la pendiente de la montaña. Hacia los costados del sendero se alzaban altos pinos de frondosas copas, y más allá comenzaban a verse las montañas vecinas. El sendero del glaciar A medida que ascendíamos, veíamos cada vez más y más nieve. Mis zapatillas no tardaron en empaparse con cada paso, enterrándose algunos centímetros en aquel suelo blanco. Varios turistas que recorrían el sendero junto a nosotros se detenían a jugar con la nieve, algunos más osados se tiraban por la pendiente nevada, sentados sobre algún plástico, y hasta nosotros nos divertimos unos instantes haciendo nuestro propio muñeco de nieve. Nuestro muñeco de nieve En el último tramo, el sendero se fue convirtiendo en camino súper angosto y peligrosamente empinado. Es momento de que confiese que suelo ser un poco miedosa ante estas travesía, por lo que fui aferrándome con uñas y dientes en estos últimos metros de camino, porque realmente temía resbalar y rodar cuesta abajo cual avalancha. El angosto sendero Llegamos así al final del sendero del glaciar, donde no había ningún glaciar y nos sentimos un poco estafados al respecto. Sin embargo desde aquella cima, el paisaje era abrumador. Las montañas se abrían hacia los costados, con sus altas paredes de piedra cubierta de nieva, en el medio y a lo lejos se podía ver toda la ciudad como pequeños puntitos, luego el inmenso canal del Beagle y a lo lejos más montañas, para variar. La ciudad desde lo alto Volvimos esa noche después de haber estado todo el día caminando sin parar, con los músculos de las piernas doloridos, pero satisfechos. Ya en nuestra pequeña casilla recibimos la esperada llamada del taller, que nos traería más angustia que alegría. Según los mecánicos, el problema se hallaba en la bobina de la moto, estructura que se encuentra dentro del motor y que genera la energía eléctrica necesaria para el buen funcionamiento del vehículo. Esto era una muy mala noticia para nosotros, puesto que el repuesto de esta pieza ni siquiera estaba en el país, debía ser pedido al exterior con una demora de 45 dias!! Y ni hablar del costo extra que representaba comprar un repuesto original. Dada estas condiciones, procedimos al plan B, y buscamos la manera de reparar la pieza en lugar de reemplazarla. Buscamos así a un especialista en el tema y luego de quitar la bobina (cosa nada fácil, puesto que se debe abrir el motor, con las complicaciones que esto implica), la llevamos al taller adecuado para su reparación. Al igual que nuestro ánimo, los siguientes días fueron nublados, con mucha lluvia y nevadas y frío…mucho frío. Creí que Martin iba a enloquecer en algún momento, puesto que nos la pasábamos encerrados en nuestra casilla sin poder hacer mucho y sin ver rastro alguno de sol. Llegamos al punto de replantearnos seriamente quedarnos en Ushuaia a pasar el invierno antes de continuar, puesto que la situación ya se había tornado bastante desoladora. Sólo un par de días bastaron para tener en nuestro poder la bobina reparada. En el taller fue colocada nuevamente en la moto y ya bastante cansados de aquella angustiosa situación, esperábamos que todo se solucionara al fin. Imaginen la frustración (que ya rozaba la rabia) que sentimos cuando la moto continuó fallando, aun con el repuesto reparado correctamente. El problema se encontraba en otro sitio: El regulador de voltaje. Esta pequeña estructura, del tamaño de mi mano, forma parte también del circuito eléctrico de la moto, y es el que recibe la energía eléctrica generada en la bobina y la envía hacia la batería. Sí, luego de dos semanas en Ushuaia, aprendimos perfectamente todo el circuito eléctrico de la moto. A esa altura, sinceramente, sólo quería matar a cada uno de los mecánicos que no sólo nos habían hecho perder tiempo y dinero, sino que, además, habían alterado innecesariamente una parte original y sana de la moto. El repuesto, obviamente, no se encontraba en Ushuaia, por lo que debimos pedirles a mis padres, que viven en Buenos Aires, que hicieran la compra y nos la enviaran por correo. Eso significaba más días de espera en aquella congelada ciudad. Realizamos entonces, una segunda caminata por un sendero llamado Laguna Esmeralda, que nos había recomendado cada ciudadano de Ushuaia. El día estaba terriblemente gris, pero aun así, nos arriesgamos a emprender el sendero, que nacía a un costado de la ruta, varios kilómetros antes de la entrada a la ciudad. El camino iniciaba bastante bien, un ancho sendero de tierra que se internaba en el frondoso bosque, con algo de barro debido a las nevadas, pero nada muy difícil de esquivar. Sólo pocos kilómetros hasta salir a un llano atestado de la agradable turba, que debimos atravesar. Con cada paso, el pie se hundía cada vez más en esa húmeda esponja vegetal, dando esa sensación de hundirse en arenas movedizas, realmente algo bastante desagradable para mí. Mi archienemiga: La Turba Aun así, frente nuestro se abría un paisaje hermoso, a pesar de que el cielo nublado y una leve neblina a lo lejos le proporcionaban un tinte sombrío. El camino, completamente embarrado y resbaladizo, se marcaba de forma sinuosa por entre la baja vegetación austral, mientras que hacia un costado, un delgado arroyo bajaba por entre las rocas y a lo lejos se alzaban grandes montañas. Si alguna vez visitan Ushuaia, no dejen de hacer este recorrido, pues la Laguna Esmeralda que se encuentra justo al finalizar el sendero, detrás de unas lomadas, es un estanque de agua de un bellísimo color aguamarina que contrasta con el paisaje que lo rodea y las enormes montañas de una manera increíble. Camino a la Laguna Esmeralda Sin embargo, el clima no nos favoreció básicamente desde que dejamos la ciudad de La Plata, bajo una tormenta, por lo que realmente no nos sorprendimos cuando una fuerte nevada se desató sobre nosotros justo cuando llegábamos al final del camino. Sólo vimos la Laguna Esmeralda tras una cortina de nieve espesa que caía fuertemente desde el cielo. La nieve que el primer día me había emocionado, ese día terminó por irritarme terriblemente. Huyaaaamooss! Regresamos a nuestra pequeña casilla del camping con barro hasta las rodillas, completamente mojados y tiritando de frío. Afortunadamente, una llamada telefónica desde Buenos Aires cambiaría nuestro ánimo. El repuesto de la moto arribaría a la ciudad al día siguiente. En ese momento, las nubes se disiparon en el cielo, permitiendo el paso de unos pocos rayos de sol y un hermoso arcoíris se formó por sobre encima de la ciudad de Ushuaia, quizás sería una señal de que nuestra suerte cambiaría.
  3. Ayelen

    La nevada en la ciudad

    Del álbum Ushuaia, Tierra del Fuego

    Lee de mis primeros días en la ciudad más austral del mundo! aquí!
  4. Del álbum Ushuaia, Tierra del Fuego

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  5. Del álbum Ushuaia, Tierra del Fuego

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  6. Del álbum Ushuaia, Tierra del Fuego

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  7. Del álbum Ushuaia, Tierra del Fuego

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  8. Ayelen

    Y llegamos...

    Del álbum Ushuaia, Tierra del Fuego

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  9. Ayelen

    La ciudad de Ushuaia

    Del álbum Ushuaia, Tierra del Fuego

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  10. Ayelen

    Los Andes Fueguinos

    Del álbum Ushuaia, Tierra del Fuego

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  11. Ayelen

    La ciudad de Ushuaia

    Del álbum Ushuaia, Tierra del Fuego

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  12. Ayelen

    La ciudad de Ushuaia

    Del álbum Ushuaia, Tierra del Fuego

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  13. Del álbum Ushuaia, Tierra del Fuego

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  14. Ayelen

    Paso Garibaldi

    Del álbum Ushuaia, Tierra del Fuego

    Lee de mis primeros días en la ciudad más austral del mundo! aquí!
  15. Estábamos sólo a pocos kilómetros de traspasar, literalmente, la Cordillera de los Andes… así de increíble como suena sería el Paso Garibaldi. Este tramo de la carretera, es el único que atraviesa la gigantesca cadena de los Andes fueguinos, el tramo austral y final de la extensa cordillera. Salimos de Tolhuin con muchísimo, muchísimo frío. Yo llevaba puesta prácticamente toda la ropa que podía caberme encima (realmente parecía un muñequito rechoncho) y, sin embargo, el viento helado en pocos segundos sobre la ruta ya me había congelado el cuerpo. Pero definitivamente, quien se llevaba la peor parte era Martin. A pesar de llevar puestos unos abrigados guantes especiales, el frío viento que le pegaba de frente comenzó de a poco a congelarle las manos, y puedo asegurarles que eso, en pocos minutos llega a doler. Por ello, sólo unos pocos kilómetros más adelante, exactamente justo antes de ingresar al Paso Garibaldi, nos vimos obligados a detenernos al costado de la ruta. Descendimos de la moto, frotándonos enérgicamente las manos, para generar algo de calor, en un lugar donde había sólo una pequeña casilla rodeada de campos de agricultura. En ese momento noté pequeñísimos copos en mi cabello, una leve nevisca comenzaba a caer desde el cielo, y la verdad es que no sabía si emocionarme por ser la primera “nevada” del viaje o largarme a llorar porque eso significaba que hacía mucho frío. Cuando pudimos elevar al menos un poco la temperatura de nuestros cuerpos, quisimos volver a la marcha y fue en ese momento, cuando la tragedia aconteció: la moto no arrancaba. Martin intentó una, dos, tres, cuatro, cinco veces… y la moto no encendía, como si su batería estuviese completamente muerta. La cara de Martin expresaba una mezcla de angustia y asombro y yo, simplemente estaba parada al lado completamente desconcertada y sin saber qué hacer. Hasta ese momento, la pequeña no nos había fallado y me costaba creer que justo en ese momento surgiera algún problema…tan cerca de llegar. Estuvimos minutos que fueron realmente eternos bajo esa lluvia de agua nieve que caía lentamente, intentando hacer todo lo que estaba a nuestro alcance, pero no hubo caso, la moto no quería arrancar. La desesperación empezaba de a poco a invadirnos, cuando divisamos a unos metros un grupo de hombres en la ruta. Sin más, Martin se acercó a pedirles ayuda y de inmediato se dispusieron a empujar con fuerza. Cuando el motor volvió a rugir sentí un alivio incomparable. Corriendo de felicidad, me monté a la moto y comenzamos el cruce por la cordillera. El frío seguía siendo espantoso, como podrán imaginar, pero el paisaje que comenzábamos a ver delante de nosotros era tan increíble que opacaba todo lo demás. La ruta se desplegaba de forma sinuosa bordeando las montañas, en un recorrido de curva y contracurva. Hacia un costado, teníamos el formidable cordón andino, que nacía a pocos metros de la carretera, y se elevaba varios metros imponentemente. Todas las montañas estaban completamente tapizada de verde solo hasta el pico, que ya se encontraba cubierto de nieve. Del otro lado, a medida que íbamos subiendo en altura por el ondulante camino, comenzaba a formarse un filoso precipicio, y la vista era cada vez más impresionante. El frondoso bosque se extendía revistiendo todo de un verde intenso y bordeaba un gigantesco espejo de agua, el Lago Escondido. Paso Garibaldi Admito que iba tiritando sobre la moto, mientras el gélido viento nos pegaba, pero aún así tomé coraje para sacarme un guante e intentar filmar con mi celular apenas unos pocos minutos de ese increíble recorrido. Les puedo asegurar que mis dedos se congelaron en cuestión de segundos. El bosque entre las montañas Con tanto espectáculo surgiendo continuamente a mi alrededor, no estaba prestando atención a un grave problema que sucedía simultáneamente en ese momento: la moto seguía fallando. Sólo después de algunos minutos sobre el camino, empecé a notar que avanzábamos a una velocidad demasiado lenta para estar transitando por una ruta. Seguíamos doblando una y otra vez en curvas, bordeando montañas y más montañas con el bosque tupido extendiéndose por entre ellas, cuando pasamos un paraje turístico y Martin decidió rendirse y detenerse a un costado de la carretera. Cuando me bajé de la moto, con el tono más desolador que alguna vez escuché me dijo que la moto no estaba funcionando correctamente, estaba perdiendo potencia, y de seguir así, no llegaríamos a Ushuaia, corriendo el riesgo de quedar varados en medio de las montañas y el frío, por lo que era preferible resguardarse en aquel complejo y llamar un remolque. Empujamos la moto hasta el estacionamiento y buscamos reparo del frío en un pintoresco restaurant construido en aquel lugar, probablemente para los esquiadores que visitan la zona en épocas invernales. Ni el mismo calor de una gran estufa a leña pudo mejorar nuestro ánimo. Fue el almuerzo más triste que puedo recordar, me era imposible asimilar que después de tanto recorrido, y estando tan cerca de llegar, la moto hubiera fallado así. Para empeorar la situación, la señal de comunicación era muy débil en ese lugar, por lo que tampoco podíamos comunicarnos con la empresa aseguradora de la moto, para pedirles que nos envíen una grúa de emergencia. Y fue en ese momento, que agradecí haber conocido en Río Grande a Melisa y Gabriel. Esta joven pareja que curiosamente se nos había acercado cuando nos vio llegar sobre la moto a la estación de servicio, era nuestra única salvación, siendo ellos las únicas personas que conocíamos en Ushuaia. Le enviamos un mensaje de texto, que era lo único que nos podía comunicar dada la mala señal del lugar, a Gabriel y éste de inmediato se encargó de llamar a la grúa y organizar todo para el “rescate”. La espera no fue muy larga, y en poco tiempo un robusto remolque ingresaba a la playa de estacionamiento del paraje. Atrás del mismo, llegaban Gabriel y Melisa en su auto. Saludé agradecidamente a eso dos extraños que sin problemas se habían acercado a ayudarnos, aun sin conocernos! La moto fue subida a la grúa, y Martin fue con ella, mientras yo me subí con todo el equipaje al auto de los chicos. Recuerdo los siguientes kilómetros perfectamente por todos los sentimientos encontrados y totalmente opuestos que sentí. Por un lado, atravesar esa ruta, con las montañas abriéndose paso y el frondoso bosque tapizando todo el paisaje era increíble. Pegada a la ventanilla del auto, mis dos ojos no me alcanzaban para contemplar tal maravilla natural y la emoción que sentía por llegar a Ushuaia iba aumentando en mi pecho. Pero por otro, cuando miraba hacia atrás, veía el camión de remolque y en el asiento del acompañante a un muy apesadumbrado Martin. Yo sabía lo mucho que le disgustaba entrar a la ciudad en remolque, y no en la moto como lo habíamos soñado y eso no dejaba de angustiarme. La entrada a Ushuaia Así, sólo pocos kilómetros más adelante ingresábamos a Ushuaia. La ciudad, en mi opinión, se lleva todos los adjetivos de belleza que conozco. Cientos de casitas se extienden sobre las costas del canal Beagle, y son rodeadas por el gigantesco cordón de montañas de los Andes fueguinos, que se eleva imperiosamente en el horizonte, dándole a esa imagen digna de una postal, un aire realmente magistral. Andes Fueguinos Mientras el auto ingresaba a la ciudad, tomando transitadas calles, las enormes montañas que se elevaban en el horizonte se reflejaban en el vidrio del auto, y para mí, que iba con la nariz pegada a la ventana, todo se veía en cámara lenta, como en una película. Estaba completamente maravillada con el paisaje y con el hecho de que finalmente habíamos llegado….A pesar de todo, habíamos llegado. La ciudad de Ushuaia La moto y todo nuestro equipaje fueron resguardados en la casa de Gabriel y Melisa, era domingo y deberíamos esperar al día siguiente para buscar un taller mecánico. Yo estaba exaltadísima y quería recorrer todo inmediatamente, y a pesar de que Martin aún estaba con su orgullo golpeado, nos encaminamos hacia la zona céntrica de la ciudad para buscar hospedaje. La ciudad de Ushuaia es bastante particular por varias características obvias que saltan a la vista de inmediato, y una de ellas, es su ubicación al pie de las grandes montañas, por lo que muchas calles son extremadamente empinadas, y las viviendas y negocios se construyen adaptándose a esta inclinación. La calle principal céntrica de la ciudad recorre paralelamente el largo de las montañas algunas cuadras, y las calles que la cortan bajan en pendiente hasta la costa del Beagle. Ushuaia es, obviamente, una ciudad muy turística. Sobre la avenida principal se alzan pintorescos negocios, todos los cuales mantienen el mismo estilo de construcción alpina y que ofrecen una alta gama de productos que van desde abrigadas prendas hasta pequeños adornos, todo dedicado al turista consumidor. También nos cruzamos con muchos restaurantes y confiterías, y alojamientos de demasiadas estrellas para nuestro reducido presupuesto de viajante. A pesar de la baja temperatura de ese día, las calles estaban abarrotadas de personas de un sinfín de nacionalidades: ingleses, franceses, rusos, japoneses, brasileros…. un verdadero popurrí de culturas. Los precios del lugar sinceramente nos escandalizaron un poco, puesto que no beneficiaba en nada nuestra moneda local, pero era perfecta para quienes llegaban con dólares. Al ver a refinadas señoras extranjeras con gruesas camperas atiborradas de bolsas de compras, supimos que nuestra estadía allí probablemente sería muy costosa. Luego de buscar y consultar en todos los hostels que nos cruzamos, nos decidimos por el Hostel Yakush, lugar que recomiendo totalmente. Amplias habitaciones, un lugar en común con cómodos sillones y libros, un comedor que se encontraba en un primer piso, sobre una esquina con grandes ventanales que daban justo al centro y, lo más importante, una buena calefacción continua. De este modo, aquel día de tantas emociones, pronto finalizaba. Construcciones alpinas iluminadas por las noches en el entro de Ushuaia A la mañana siguiente a primera hora, recorrimos gran parte de la ciudad en busca de un taller mecánico. Nos creímos afortunados al descubrir un taller oficial de Honda, la marca de la moto y plenamente confiados, trasladamos a la pequeña allí. Los mecánicos prometieron examinarla y comunicarse con nosotros en cuanto hubieran detectado la falla. Aún recuerdo que cuando nos fuimos del taller, dejando la moto allí, sentía un muy mal presentimiento…y todos saben que el sexto sentido de una mujer no se debe poner en duda. Aún así, no permitimos que esto nos desanime nuevamente, y recorrimos durante largo tiempo toda la costanera de la ciudad. El Beagle estaba realmente calmo ese día. Sobre el puerto se hallaban ancladas decenas de veleros y algunos barcos, mientras que escandalosas gaviotas sobrevolaban las embarcaciones. A lo lejos se elevaban altos riscos montañosos, con sus cumbres cubiertas de nieve. Veleros en el Canal del Beagle, Ushuaia El paisaje se reflejaba en el agua, y realmente parecía una pintura hecha por algún hábil artista. Inflamos nuestros pulmones con el frio aire austral y permanecimos largos minutos contemplando aquel lugar que nos era tan intrigante y emocionante a la vez. El puerto de Ushuaia Martin se dedicó a trabajar los siguientes días en las comodidades que ofrecía el Hostel, lo que me dio vía libre a mí para recorrer el centro y embelesarme con tantas chucherías que no podía comprar. Recuerdo vívidamente esa primera tarde que salí a caminar sola, con mis auriculares y música, sin poder dejar de sonreír y sintiendo esa felicidad pura que se siente cuando uno viaja. Repentinamente grandes copos blancos comenzaron a caer desde el cielo. Me detuve en seco en medio de la calle y levanté mi vista hacia el cielo, mientras un murmullo de entusiasmo general comenzaba a escucharse por las calles. Los miles de turistas, emocionados con esa inesperada nevada, comenzaban a sacar fotos y a filmar con sus celulares. La nieve rápidamente comenzó a acumularse en las calles y sobre los vehículos y yo estaba simplemente deslumbrada. Con mi música favorita sonando en mis oídos, caminé lentamente por las calles, mientras la nieve se acumulaba en mis cabellos. Para alguien que vive en zonas con épocas de nevadas, esto puede parecerle exagerado, pero para mí, que pocas veces había visto nevar, fue una experiencia casi mágica y un momento que perdurará por siempre en mi memoria. La nevada en la ciudad Recibimos noticias de la moto esa misma tarde. Al parecer todo se debió a una falla eléctrica que no permitía la recarga de la batería, pero nos aseguraban que el problema estaba resuelto. Completamente aliviados y felices, salimos velozmente hacia el taller, y regresamos con la moto, creyendo ingenuamente que nuestro viaje se normalizaría a partir de ese día, pero la ilusión nos duraría muy poco.
  16. Cuando salimos de Rio Grande corría un viento tan violento que estuvimos a punto de regresar, y postergar la salida. Las ráfagas producían un fuerte rugido ensordecedor mientras avanzábamos velozmente sobre la ruta que nos llevaría al pueblito de Tolhuin, y a pesar de estar resguardada detrás de la espalda de Martin, sentía el viento golpear contra el casco y debía hacer fuerza para mantener la cabeza erguida. La potente corriente de aire nos golpeaba de costado y cuando teníamos que pasar algún camión, Martin debía calcular bien la velocidad de la moto, porque si bien el camión nos resguardaba momentáneamente,cuando lográbamos adelantarnos, la fuerza del golpe era de tal magnitud que llegaba a correr la moto de carril. Por suerte, la carretera fue cambiando de dirección de manera que luego de algunos kilómetros, el viento comenzó a golpearnos desde atrás, y la situación mejoró notablemente. Creo que ese fue el primer tramo donde realmente comencé a sentir el verdadero frío de Tierra del Fuego. A pesar de llevar ropa cobijada, el viento helado se colaba y me llegaba casi hasta los huesos. En vano, trataba de encogerme sobre la moto, para intentar mantener el calor de mi cuerpo, mientras restregaba mis manos enguantadas. Afortunadamente, fueron sólo pocos kilómetros hasta la llegada a la entrada de Tolhuin. Un arco de madera con el nombre del pueblo nos daba la bienvenida, al costado de la ruta. A ambos lados del arco, se erguían dos extrañas figuras que representaban antiguos aborígenes de la zona, los Selk´nam, vestidos con típicos trajes de rituales, donde se destacaban enormes máscaras de troncos de árboles, en forma cónica, una imagen un poco lúgubre, realmente. Una ancha calle asfaltada ingresaba a la pequeña villa que se encontraba establecida en extrañas pendientes y comenzaban a verse pequeñas casillas y algunos negocios. El día estaba nublado, gris y fresco y sólo unas pocas personas se encontraban en ese momento en las calles, lo que le daba un aspecto un tanto triste y desolado al poblado. Siguiendo esa calle principal, pasamos una plaza, un hospital y una escuela y tomamos una empinada pendiente que desembocaba en el gran Lago Fagnano (o Lago Khami, como lo llamaban los selk´nam), en cuyas orillas se encontraba el camping en donde nos instalaríamos, un camping bastante extravagante, debo confesar. El lago de un precioso color azul, se abría inmensamente delante de nosotros y al otro lado se podía ver un cordón de gigantescas montañas, pertenecientes a la cordillera Argentina. Lago Fagnano Un simpático hombrecillo de canosos bigotes corrió a nuestro encuentro al vernos ingresar. Su nombre era Roberto, y era el dueño del camping Hain. Lo primero que nos llamó la atención al ingresar al llano terreno, fueron unas estructuras cónicas de madera, armadas sobre el césped. Luego supimos que estaban construidas para armar la carpa dentro de ellas, porque el viento en aquella zona, sobre todo al lado del lago, era bastante intenso. También había en el camping una pequeña casilla de madera, con unas rústicas mesas y lo más importante: una agradable estufa a leña de la cual no me separé en todo el día. Chozas de madera para construir dentro las carpas Roberto había levantado cada una de esas construcciones con sus propias manos, con la particularidad de haberlo hecho reciclando cada extraño objeto que encontraba, o que los temporales visitantes del camping le dejaban. Así, podían verse molinos de vientos, muñecos o ciertas esculturas extrañas dispersas en todo el terreno. El Camping Hain Luego de armar la carpa dentro de estas estructuras piramidales de madera que resultarían ser una gran idea, nos fuimos directo a la casilla donde Roberto ya nos había prendido la estufa. Al ingresar, noté inmediatamente que ese pequeño lugar era lo más especial de todo el camping: como si de una tradición se tratase, cada viajante que había pasado por allí, dejaba su inscripción en un trozo de leña, y lo clavaba a las paredes. El refugio del Camping Así, las cuatro paredes de aquella pequeña casilla y hasta el techo, se encontraban completamente recubiertas de tablas y tablitas con diferentes leyendas en decenas de idiomas. Aquel lugar parecía más bien un rústico santuario donde cada visitante dejaba su huella. Uno podía leer pequeñas frases con algún tinte poético, o los nombres de viajeros que habían llegado al camping, ya sea caminando, en bicicleta, de a grupo, solos, en pareja, de países latinoamericanos y de Europa. Los mensajes de los viajantes Esa noche, a pesar de dormir dentro de una de esas chozas de madera, con una buena carpa con buena aislación térmica y con bolsas de dormir diseñadas para temperaturas extremas, pasamos bastante frio, pero debíamos resignarnos a ello, si queríamos seguir viajando hacia el extremo sur del país. A la mañana siguiente Roberto nos habló de una caminata que iniciaba cerca del camping y que costeaba una laguna, llamada Laguna Negra, dentro de la Reserva que lleva el mismo nombre. Nos aconsejó que fuéramos hasta el final del recorrido, donde nos encontraríamos con los grandes diques de troncos construidos por castores. Como ya imaginarán, con sólo escuchar que podríamos ver castores, ya estaba arrastrando a Martin hacia la caminata. Antes de salir, Roberto nos sugirió que, para ver aparecer estos grandes roedores, destruyéramos maliciosamente alguno de sus diques, quitándole uno o dos troncos. Confieso que me pareció una idea terrible, y que no creí absolutamente para nada que haciendo esto, pudiéramos ver alguno de estos animales. Sin embargo, emprendimos el trekking, caminando por la empedrada orilla del lago Fagnano, hasta llegar al cartel que indicaba el comienzo de la Reserva Laguna Negra. El día estaba bastante fresco y corría un helado viento, pero al menos, para nuestro alivio, había salido el sol ese mediodía. Reserva Laguna Negra Un débil sendero de tierra ingresaba en un extenso bosque de lengas y ñires, delgados y altos árboles con sus copas de un verde claro que se elevaban desde el suelo formando un intrincado laberinto. De sus ramas colgaban barbas de líquenes que se mecían débilmente cuando soplaba el viento. Barbas de líquenes El sendero comenzaba bordeando un barranco, donde de un lado se extendía este bosque, y del otro se podía ver la Laguna Negra, entendiéndose hasta las montañas que se alzaban a lo lejos. Laguna Negra El camino continuaba rodeando grandes extensiones de turbas, que son profundos depósitos de musgo. Debido al clima frio, y a la falta de ciertas bacterias, los restos vegetales no terminan de descomponerse del todo en esa zona, y se convierten en una gran “esponja” que se ha ido acumulando a lo largo de miles de años, algunos llegando a medir hasta diez metros de profundidad. Les puedo asegurar que caminar sobre las turbas es un tanto desagradable. El pie se hunde con cada paso, y brota agua, por lo que uno termina mojándose, no es una sensación muy agradable. Depósitos de Turba Atravesamos parte del bosque, deteniéndonos cada tanto a sacar fotos, o simplemente a contemplar la tranquilidad y el silencio de aquel lugar, cortado sólo por el silbido del viento que soplaba por entre los árboles. Bosque de lengas y ñires Cruzamos arroyos y un frágil puente de madera hasta que finalmente llegamos a los grandes estanques formados por las castoreras. Estas sólidas construcciones, formadas por cientos de ramas y troncos, prolijamente roídos y colocados por estos laboriosos animales, cortaban el paso del agua de costa a costa, generando inmensas lagunas, que terminaban inundando las zonas aledañas. Mientras el camino ascendía por entre el bosque, al costado íbamos viendo estos estanques, formados a diferentes alturas, como en escalera y contenidos por estos robustos diques. Castoreras La verdad es que, a pesar de que amo estos y todos los animales, el paisaje no era muy alentador, porque las inundaciones afectaban visiblemente aquellos bosques nativos. Debido a la “gran” idea de un ser humano, el castor (que no es un animal autóctono de Argentina) fue introducido, y al no tener un depredador, se ha ido reproduciendo descontroladamente y sus inmensas construcciones generan mucho daño al ecosistema de esa zona. Parte del bosque nativo inundado Aun así, no podíamos dejar de asombrarnos de estas grandes castoreras, que eran tan sólidas que uno podía pararse encima tranquilamente. Lamentablemente, a pesar de ir lentamente, intentando no hacer ruido y atentos, no vimos ningún castor en las proximidades. Llegamos al final del recorrido y decidimos volver, bastante decepcionados. Martin insistía en hacerle caso a Roberto, y quitar algunos troncos de una de las castoreras, pero yo me negaba. Me parecía una idea absurda y hasta llegué a burlarme de él, diciéndole que los castores no iban a aparecer solo por eso. Cuando finalmente me rendí y accedí a la idea, me senté cerca de la orilla de uno de estos estanques, ofuscada y suponiendo que íbamos a estar largo rato allí esperando para nada, mientras Martin caminó haciendo equilibrio sobre la castorera más cercana, y quitó un par de troncos de la misma. Un pequeñísimo hilo de agua comenzó a correr por encima de la construcción y Martin volvió corriendo a mi lado, ansioso. Abrí la boca para decirle que no se ilusionara, en el mismo momento en que mis ojos divisaron una pequeña cabeza flotando por sobre el agua, nadando hacia nuestra dirección. Mi sorpresa fue tal, que no me salían las palabras! Efectivamente como había dicho Roberto, allí venia nadando un castor. Y apareció el castor Nos quedamos inmóviles y completamente sorprendidos, mientras aquel bello animal con su extravagante cola plana aparecía flotando lentamente a escasos metros nuestros. El castor observó la pérdida y permaneció algunos minutos, cortando algunas ramitas que flotaban a su lado. Obviamente le saqué miles de fotos en todos los ángulos posibles y lo filmé mientras memorizaba la gran lección de nunca más subestimar los consejos de un pueblerino. Hermoso castor Cuando el pequeño animalito dio por terminada su tarea, emprendió la marcha y nosotros también. El sol ya comenzaba a ocultarse, y la temperatura descendía rápidamente, por lo que nos apresuramos a volver al refugio a prender la estufa a leña, aunque nuestra emoción era tal por haber visto aquel animal tan extraño para la fauna nativa de argentina, que ni siquiera notamos el frío. Volviendo de la Reserva Habíamos decidido partir al día siguiente del pueblo de Tolhuin para llegar a Ushuaia, pero la mañana siguiente nos esperaba con un clima extremadamente frío y fuertes vientos. Sabiendo que sobre la moto eso significaba mucho sufrimiento, nos quedamos un día más en el camping Hain. Aprovechamos el día para recorrer el lago Fagnano hacia el otro extremo que no habíamos visitado aún. Caminamos por la costa cubiertas de pequeñas piedras de distintas formas, tamaños y colores, y junté algunas que me llevaría de recuerdo. El viento que corría provocaba un peculiar oleaje en el agua, pero aun así, el paisaje frente nuestro era bellísimo. El lago con su cristalino color azul se extendía hasta el horizonte, donde se alzaba la imponente cordillera, cortando el cielo celeste. Bellísimo paisaje del Lago Fagnano Nos llamó la atención ver a lo lejos, sobre el lago, una extensa y espesa neblina que se dirigía lentamente hacia la costa, pero restándole importancia, continuamos nuestro paseo. Caminamos largo trecho, hasta llegar a un altísimo risco, donde terminaba la playa empedrada, y al que bordeamos hasta llegar a una pequeña cascadita. Cascadita Al emprender el regreso al camping, esa extraña bruma que veíamos acercándose sobre el lago, llegó hasta nosotros, y comprendimos que no era ni más ni menos que viento. El viento más poderoso que sentí en mi vida. Caminar esos metros con esas ráfagas en contra fue realmente exhaustivo. Jamás había imaginado que el viento podía soplar tanto! Avanzábamos casi empujando el ventarrón a cada paso, que no cesaba ni un segundo en soplar, y hasta era difícil respirar porque se sentía exactamente como una pesada manta que te cubría toda la cara. Cuando logramos llegar al refugio, casi riéndonos de la extraña situación que acabábamos de pasar, sentía el cuerpo totalmente cansado, y estaba completamente asombrada…nunca me voy a olvidar de ese momento. Luego de esos días en Tolhuin, y con una mañana un poco más despejada, decidimos desarmar campamento y por fin, emprender los últimos kilómetros que nos separaban de nuestra gran y principal meta: Ushuaia, la ciudad más austral del mundo. Para llegar debíamos atravesar un camino de montañas, el Paso Garibaldi y yo ya me estaba preparando para pasar frío. Antes de marcharnos y de saludar y agradecer a Roberto por la estadía, siguiendo la tradición de los viajeros, buscamos una leña cortada, escribimos nuestros nombres, la fecha y la clavamos en una de las paredes del refugio, como símbolo de nuestro pasar por aquel lugar tan mágico. Nuestra huella Cuando tomamos nuevamente la ruta hacia Ushuaia, estábamos ansiosos, algo nerviosos y sobre todo felices… pero lamentablemente, nada nos prepararía para el desafortunado inconveniente que sufriríamos con la moto, sólo unos pocos kilómetros más adelante.
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  20. Ayelen

    Laguna Negra, Tolhuin

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  21. Ayelen

    Laguna Negra, Tolhuin

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  25. Hay viajes que se transforman en historias. E historias que se transforman en viajes. El siguiente relato es de los primeros, donde finalmente las adversidades que enfrentas hacen que la experiencia se transforme en sí misma en una anécdota invaluable. Ya les conté de los años en donde me enamoré de San Pedro de Atacama, y esto ha generado que en repetidas oportunidades haya visitado los principales atractivos de la zona y muchos pensaran, ¿porque visitar el mismo lugar una vez? Y en realidad es porque me gusta volver a los lugares que me enamoran. La primera vez que voy, es como un flirteo con el lugar, nos conocemos de a poco y nos vamos encantando con los pequeños detalles y rincones. La segunda vez ya nos sentimos cómodos y nos sentimos confiados como para extraviarnos y exploramos lo que otros no perciben. La tercera vez ya nos sentimos como que estamos en casa, ya se transforma en una relación madura y nos contamos historias de visitas anteriores, recordando bellos momentos. Bueno, quizás simplemente estoy un poco loca e intento darle un sentido a mis frecuentes escapadas. San Pedro de Atacama, 6 de la tarde y decidimos que al día siguiente visitaríamos El Tatio. El Tatio es un campo de Geisseres ubicado a 4.200 metros de altura, siendo este campo el más grande del hemisferio sur, el tercero más grande del mundo y en definitiva el más hermoso (ok, esa parte la agregué yo). El campo se compone de aproximadamente 80 geiseres los cuales entran en ebullición alrededor de las 6 de la mañana, lo que implica que uno deba levantarse a las 4 de la mañana para poder llegar al sector al momento en que se producen éstas, para así poder contemplar el maravilloso espectáculo. Hasta la fecha, yo he subido al Tatio en 4 oportunidades, por lo que en esta ocasión quisimos planificar todo de mejor forma para que la experiencia no fuese tan traumática y pudiésemos disfrutar del “show” de una forma más grata, ya que el tener que levantarse de madrugada para el ascenso en bus, junto con las bajísimas temperaturas que se producen en el campo geotérmico hacen la travesía bastante agotadora. Salimos por ello en busca de la mejor agencia (para nosotros la mejor agencia fue seleccionada en base al aspecto del local en su exterior; error número uno) y solicitamos que pudiésemos realizar el ascenso en un minibús y no es un bus de los grandes (bus marca Volare), ya que esto nos aseguraría un viaje más placentero y rápido. Pregunta: Está segura que cuentas con minibuses y no son buses Volare los que realizan el ascenso al Tatio? Respuesta: Segura Afirmación: Porque no queremos buses Volare Respuesta: No se preocupe, tenemos minibuses y los anotaremos en el tur que dispone de un minibús. Pregunta: ¿100% segura? Respuesta: Si, por supuesto. No se preocupen. 4 de la mañana, 0 grados, y nos hallábamos esperando el transporte que daría inicio a nuestro tur. Y adivinen que….llegó un bus Volare a retirarnos . Si. Un Volare cuyos únicos asientos disponibles eran los últimos del final, en donde el bus salta y se agita y hace más difícil que uno pueda dormir. Con cara de pocos amigos, nos subimos al bus ya que por supuesto que a esta hora resultaba imposible reclamarle a la agencia. El viaje tomaría dos horas y la calefacción del bus del ya odiado “Volare” no funcionaba, por lo que a medio camino empecé a sentir que se me congelaban mis pies y manos. ¡Pero como era posible eso, aún estaba dentro del bus! Claro que era primera vez que me aventuraba a visitar el Tatio en pleno invierno, por lo que mi estado de anticipada condición de semi congelamiento, no resultaba un buen augurio. Dos horas más tarde y -25 grados llegamos a nuestro destino. No me quería bajar, ya que estaba completamente entumecida. Pero bueno, estaba ahí para ver el “show de los geiseres” así que salté fuera del bus. –¡Oh my god!- fue mucho peor de lo que imaginé. Mi cara y mis extremidades se congelaron inmediatamente. El termómetro indicaba -25 pero mi sensación térmica era de -50, por lo que procedí a colocarme mi gorrito (spirithood) y a hacerme la idea que el frío es algo que solo se encuentra en nuestra imaginación (mentira, el frío es frío). El espectáculo es sublime. El vapor que emerge de la tierra y chorros de agua que salen a temperatura de ebullición generan un espectáculo de ensoñación. Las posibilidades fotográficas son infinitas y por un momento te olvidas del frío, del hambre, del sueño, de la puna (síntomas que se producen en algunos visitantes al encontrarse por sobre los 3.000 metros de altura, que incluye mareo, nauseas, dolor de cabeza entre otros y que pueden disminuirse al mascar hoja de coca o beber una infusión ya sea de la misma planta o de la hierba de la zona de nombre Chachacoma) y te quedas a contemplar una de las maravillas de la naturaleza. El tur incluye un paseo por la mayoría de los geiseres, como también es posible bañarse en una piscina de agua termal que se encuentra en el parque, pero que por suspuesto a -25 grados no resulta tan simple quitarse la ropa. La mayoría de las compañías turísticas también ofrece un desayuno en el sector. Yo prefiero trazar mi propio recorrido, por lo que caminamos por el parque contemplando los baños termales y los geiseres y tomamos cientos de fotografías. En esta ocasión, el recorrido lo finalizamos luego de alrededor de media hora a causa del frio y solicitamos poder servirnos un café. ¡Pero no! El chofer nos negó que nos pudiésemos servir algo caliente de forma inmediata, ya que debíamos esperar que todo el resto de los visitantes finalizaran el paseo. Fue en ese momento en donde empezamos a colapsar. Mis amigos ya no se veían felices y sus caras mostraban un estado de congelamiento mayor. Finalmente cuando nos permitieron servirnos algo, una de mis amigas debió colocarse los huevos duros ofrecidos en el desayuno en sus pies para poder recuperar la sensibilidad de éstos. Lástima que no tengo fotos de ese momento. Yo, gracias a mi gorrito del cual mis amigos se burlaron en todo el viaje, estaba en mejores condiciones y no tan congelada, pero no por ello menos molesta con el servicio. En fin. Iniciamos el descenso y en esta oportunidad el tur paró en el poblado de Machuca, pueblo autóctono que queda ubicado a 4.000 metros sobre el nivel del mar y que se compone de alrededor de 20 casas y una iglesia, siendo posible contemplar en sus alrededores bofedales y flora y fauna de la zona. Es posible detenerse a comprar artesanías como también degustar anticuchos de llamas. A esa altura, la temperatura había ascendido considerablemente por lo que con toda la ropa que teníamos puesta comenzamos a sentir un calor insoportable y le solicitamos al conductor que pudiese encender el aire del bus. Una nube de polvo inundo el interior del Volare ya que claramente el sistema de ventilación no se había utilizado en un tiempo considerable, por lo que quedamos cubiertos completamente de una capaz de tierra y comenzamos a reír sin parar. Indudablemente recordé una frase, que hizo que mi risa se prolongara por más tiempo que la de mis amigos: “La vida no se mira por las veces que respiras, sino por las veces en que te deja sin aliento”. Estaba claro que el autor no se refería a esto, pero en definitiva esta frase junto con la situación en general fue lo que me hizo reír y llorar al mismo tiempo y produjo que la gente me miraba con cara de que estaba loca, pero ¿qué más quedaba por hacer? El paseo finalizó a medio día y me prometí escribir un reclamo por el servicio. Por supuesto que hasta la fecha en donde relato esta anécdota, no he realizado ningún reclamo. Fue sin duda un paseo que no olvidaré. Recomendación: Si vas a viajar a los geisseres del Tatio, recuerda llevar ropa acorde con el clima variable y verificar que tu bus….no sea un “Volare”.
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