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  1. Muchos dicen que la parte más dura de un viaje es siempre volver a casa. Pero mi experiencia me ha demostrado que la parte más difícil son las despedidas. Dejar atrás una ciudad que me dio cobijo y trabajo por varios meses no fue algo fácil de enfrentar. Si bien es cierto que luego de decenas de experiencias en Couchsurfing y más de una veintena de países visitados, despedirse de un sitio sin saber si volveré a él es algo a lo que todavía no logro acostumbrarme. Pero decirle adiós a Lyon, al colegio Jean Perrin o al río Ródano y sus tardes de vino, no se comparó con la amargura de decirle adiós a mis amigos. Un puñado de personas de varios rincones del mundo que seguirían procurando en Lyon una forma de vida permanente. Yo por mi lado, debía partir. Con un mes y medio por delante antes de coger mi vuelo a México, mi siguiente viaje estaba planeado, dejando como siempre una pizca a la aventura y a la incógnita que da a cada travesía el enigmático entusiasmo que merece. Mi tren me llevó hasta la Gare de Lyon de París, donde permanecí un par de días con mi buena amiga Danya, quien vivía entonces con su novio Julien en los suburbios de La Défense. Tras depositar mi valija en sus aposentos, una mañana de abril me despedí de ella y de Julien, prometiendo volver en poco más de un mes, luego de mi andar por el norte europeo. Desde los hangares del Charles de Gaulle mi vuelo partió hasta un aeropuerto en la isla Amager, ubicada justo en el estrecho que conecta al mar del Norte con el mar Báltico. Es el aeropuerto principal que sirve a Copenhague y a la ciudad sueca de Malmö. Aquel día, yo tomé un tren hacia la isla de Selandia, donde Copenhague sería mi primer destino por visitar en los rincones de Escandinavia. Había varias razones por las que los países escandinavos habían sido mi elección final. La primavera había llegado, y con ella la esperanza de toparme con un clima mucho más cálido que me permitiera recorrer los países nórdicos con calma y regocijo. También, era de mi conocimiento lo excesivamente caros que pueden ser aquellos rincones de Europa para alguien como yo. Y con los euros que había logrado ahorrar en Francia, sabía que era el momento ideal de disfrutar del norte sin padecer hambre ni penurias. Y aunque al dejar el avión y coger mi tren en el aeropuerto el cielo me mostró un frío y nublado clima, mi promesa ilusoria seguiría depositando mi confianza en ver salir el sol sobre la península danesa. Un grupo de niños no dejó de mirarme en todo el recorrido dentro del vagón. Sus murmullos en un idioma totalmente ininteligible a mis oídos no me daban pista alguna sobre su conversación. Un turista dirigiéndose a Copenhague no podía ser una gran sorpresa para ellos. Pero el pasmo vino a mí cuando una anciana señora se me acercó al salir del tren en la estación central. Disculpe, mis niños dicen que es usted un famoso jugador de fútbol. ¿Es verdad? —preguntó esperanzada hablando un extraño inglés—. ¡It’s Alexis Sánchez! —gritó uno de los pequeños—. La reacción inmediata de todos a mi alrededor fue voltear estupefactos a observar la escena. ¿Qué haría Alexis Sánchez viajando en un tren a Copenhague, solo y con una vieja mochila al hombro? —me pregunté—. Sin guardias de seguridad, sin ropa deportiva, sin la prensa asediando y sin el Club Arsenal FC a su lado (con el cual jugaba en aquel entonces). Por unos segundos me quedé inmóvil, sin palabra que emanara de mi boca, mirando fijamente y con ternura al grupo de niños, a los que no quería romperles el corazón, romper el sueño de conocer a uno de sus héroes en la central de trenes de su mismísima ciudad natal. Me llamo Alexis —contesté, mirando a los ojos al pequeño del que emanó el grito—. Pero no me apellido Sánchez, ni soy jugador de fútbol. Estoy seguro de que un día lo conocerás. Al ver a los niños partir tomados de las manos, por un minuto pensé que quizá debí darles mi autógrafo y hacer de aquel uno de los mejores días de su vida. Pero vamos, que aquello había ido demasiado lejos. Decir que me parezco a Alexis Sánchez luego de saber que me llamo Alexis no era algo sorprendente. Pero aquella escena en plena central de trenes, fue sin duda una historia de viaje que hizo de mi día algo memorable. Al salir de la estación cambié mis euros por coronas y compré un hot dog en un pølsevogn, un típico carrito de salchichas. Aunque el hot dog no es un invento nacido en Dinamarca, el estilo danés incluye pepinillos sobre la salchicha y una salsa Remoulade, un aderezo que luce como la mostaza, pero que tiene un sabor inigualable. El tranvía me llevó hasta el barrio residencial donde vivía Rasmus, el couchsurfer que había aceptado hospedarme por algunas noches en Copenhague. La puerta de su edificio estaba abierta, y la de su apartamento también. Al tocar, nadie contestó mi llamado. Al fondo, los ruidos de la televisión se escuchaban en uno de los cuartos. Me quité las botas y caminé hasta él, donde Rasmus y su novia jugaban FIFA con toda su concentración en el televisor. Me senté entonces en el mueble y los observé jugar, esperanzado de recibir al menos una simple bienvenida. Traté de ignorar mi extrañeza por el incómodo momento, hasta que Rasmus se paró y se dirigió a la cocina. Cogió una botella de vodka y tomó un trago directo de la boca. Era la 1 de la tarde. Me duele la muela —me dijo al darse cuenta que lo miraba fijamente y con rareza—. Esto aliviará el dolor, no me gustan las pastillas. Rasmus parecía sin duda un chico inusitado. Pero, ¿qué era Couchsurfing sin la peculiaridad de sus miembros? De pronto, Rasmus no pudo quitarme la mirada de encima. ¿Alguna vez te han dicho que te pareces a Alexis Sánchez? —me preguntó. Y no pude hacer nada más que soltar una carcajada al aire—. Sí, acaban de preguntarme si era él justo al llegar a la estación de tren —le conté. Y su reacción fue similar a la mía frente a aquellos pequeños. Al menos, mi supuesto parecido con Alexis Sánchez había por fin roto el hielo luego de tan engorroso primer encuentro. Sin pensarlo mucho tiempo, Rasmus me ofreció prestarme una de sus bicicletas. Así, los tres disfrutaríamos de la tarde dando un paseo por la ciudad al mejor estilo danés: sobre dos ruedas. Después de Ámsterdam, Copenhague es la ciudad europea donde la población usa más la bicicleta para transportarse, casi más que los propios automóviles o el tren metro. Según las últimas estadísticas, más del 50% de los habitantes de la urbe utilizan la bicicleta para ir al trabajo o a la escuela. Es a veces más probable ser atropellado por un ciclista que por un automovilista. Nuestra primera parada fue La Sirenita, la estatua inspirada en el cuento del danés Christian Hans Andersen que años más tarde fue llevada a las salas de teatro y de cine, habiéndose convertido no solo en un ícono de los cuentos infantiles, sino en el mayor símbolo de Copenhague y Dinamarca. Aunque Christian Hans Andersen nació realmente en Odense (a 160 kilómetros de Copenhague), la estatua se colocó a orillas de la bahía del puerto de la ciudad capital, dando la bienvenida a los buques que entran junto al paseo de la costa Langelinie. La estatua fue construida hace más de 100 años por Edvard Eriksen, y es ahora el monumento más fotografiado de toda Dinamarca. Así, fue necesario hacer fila para poder conseguir una foto decente de la misma. La Sirenita está catalogada como una de las atracciones turísticas más decepcionantes del mundo, junto con la estatua del Manneken Pis en Bruselas (esa famosa fuente con un niño que orina). Es el ejemplo perfecto de la expectativa contra la realidad. Seguimos por la orilla del Langelinie atravesando su parque, que mostraba las primeras señales del arribo de la primavera a la ciudad. Rasmus nos llevó hasta posarnos frente a la gran fuente de Gefion, una monumental escultura emplazada frente a la iglesia de San Albán. La escultura es una representación de la leyenda del nacimiento de Selandia, la isla donde se encuentra Copenhague. Según las sagas de la mitología nórdica, el rey sueco Gylfi prometió a la diosa Gefion un territorio que ella pudiese arar por las noches. Gefion convirtió entonces a sus cuatro hijos en bueyes y comenzó a arar la superficie. La fuerza de su trabajo fue tanta que el territorio fue despojado de Suecia y arrojado al mar entre Escania y Fionia, creando así la isla de Selandia y dejando en Suecia un hueco que se conoce hoy como el lago Vänern. La fuente muestra así a Gefion y sus cuatro bueyes arando la tierra y llegando hasta Selandia, un ejemplo de lo importante que la mitología y las sagas nórdicas siguen siendo para muchos habitantes de los países escandinavos, aún cuando la mayoría son ateos y cristianos. Como sus hermanos Suecia y Noruega, Dinamarca sigue siendo hoy una monarquía parlamentaria, desde que se abolió la monarquía absoluta. Y como toda monarquía europea, Dinamarca tiene su propio palacio real, residencia de la familia real, encabezada hoy por la Reina Margarita II. El Palacio de Amalienborg es muy diferente al resto de las residencias reales de las que había sido testigo en Europa. De hecho, para mí parecían más bien cuatro palacios diferentes, ya que se tratan de cuatro edificios de estilo rococó que flanquean una plaza central. Los cuatro palacios tienen funciones distintas, y solo uno es el lugar de residencia de Margarita II. De hecho, la reina estaba allí, ya que Rasmus me hizo saber que cuando la bandera danesa está izada indica la presencia de la soberana en sus aposentos. La monarquía danesa es una de las más antiguas del mundo, ya que ha gobernado Dinamarca continuamente desde el año 958. Aunque Dinamarca es el más pequeño de los estados nórdicos, su fuerza ha sido tal que fue capaz de unir a todos los países nórdicos en la Unión de Kalmar, la cual solo Napoleón fue capaz de disolver. Los daneses aprecian y respetan mucho a la familia real, aunque no ejerza ningún poder de decisión en los asuntos públicos de la nación. Tal y como otras realezas europeas, representan más bien a la ayuda humanitaria, la investigación científica, el medio ambiente, el arte y hasta íconos de la moda. A unos pasos del palacio, una enorme cúpula verde llamó mi atención. Rasmus me llevó justo frente a ella, corona de un famoso edificio cristiano. La iglesia de Federico, mejor conocida como Marmorkirken (iglesia de Mármol), es un templo luterano que posee nada menos que la cúpula más grande de Escandinavia. Como el resto de los países nórdicos, Dinamarca fue influenciada por la Reforma protestante de Martín Lutero, convirtiendo a una buena parte de su población y su propia monarquía en cristianos protestantes, dejando atrás a Roma y a la iglesia católica. La construcción de Marmorkirken fue incluso interrumpida por su alto costo, ya que la cúpula fue inspirada en la mismísima basílica de San Pedro en El Vaticano, decorada con doce columnas con frescos de cada uno de los apóstoles. La iglesia de Federico es un gran y bello ejemplo del poder que los luteranos cobraron en Dinamarca y su ciudad capital, y hoy es casi la iglesia más visitada del país. Pero Rasmus estaba por mostrarme apenas el punto más visitado de todo Copenhague y la península danesa entera. El Nyhavn, traducido al español literalmente como “puerto nuevo”. Copenhague nació en el siglo X como un puerto de pescadores vikingo, y desde su nacimiento hasta hoy, la parte esencial de la ciudad ha sido su puerto, que domina desde tiempos medievales la entrada al mar Báltico. Nyhavn fue mandado a construir en el siglo XVII por el rey Cristian V para que los barcos llevasen las cargas de los pescadores. Su malecón pronto se volvió famoso por sus bares, los marineros y la prostitución. Con el paso de la revolución industrial, los buques de enormes dimensiones ya no podían entrar en el pequeño embarcadero, por lo que pasó al abandono. Aunque hoy, perfectamente restaurado, es el paseo más turístico de todo Copenhague. Y quizá su fama se deba sobre todo a los petit hôtels que se posan en ambas orillas del canal. Los petit hôtels eran típicas residencias de la burguesía de los siglos XVIII y XIX, donde alojaban a sus familias durante su tiempo de estadía en la ciudad, antes de volver a sus enormes casas rurales. Hoy, el primer piso de la mayoría de estos edificios los ocupan restaurantes, tiendas y bares que ofrecen sus servicios a los turistas los 365 días del año. Nyhavn es quizá el lugar más colorido y animado de todo Copenhague. Rasmus me llevó de vuelta por la orilla del puerto, donde antiguos barcos de madera denotan la importancia que el puerto ha tenido para la ciudad desde tiempos memorables. El propio Rasmus es un marino mercante. Se encontraba entonces en sus dos meses de descanso, que solía pasarlos en su ciudad natal con su novia, antes de volver a hacerse a la mar. La happy hour en un bar local (con cerveza nacional por solo 2 euros la botella) fue sin duda el mejor sitio para escuchar las vivencias de un marinero danés. La filosofía de vida de Rasmus me dejó ver su lado más humano. Detrás de ese tosco hombre escandinavo que diez meses al año vivía sobre el agua, se encontraba un joven cuyas aventuras alrededor del globo le habían hecho ver realidades tan distintas que terminaron por llegar a su lado más sensible. Su próxima aventura, según me contó, sería en Groenlandia, territorio perteneciente al Reino de Dinamarca, donde enseñaría en una escuela local. Antes de que el frío hiciera más difícil la vuelta a casa, cogimos las bicicletas y regresamos a su apartamento, por una cena caliente y una partida de FIFA, donde claro, Rasmus me obligó a jugar con el Arsenal FC y Alexis Sánchez como delantero. A la siguiente tarde decidí verme con mi amiga Isabel, quien había también trabajado en Lyon, y a quien no le vendría mal un poco de compañía en un día lluvioso en Copenhague. La cita fue en la plaza central del Palacio Amalienborg, donde a mitad del cambio de guardia nos encontramos con Isabel. Según nos contó Rasmus, los chicos de la guardia real no son más que adolescentes de unos 18 o 19 años quienes cumplen con un servicio a la nación. Posiblemente ni tengan los huevos de hacerte daño si te acercas —nos hizo saber—. Pero tienen el permiso de atacarte si te aproximas demasiado al palacio o a la reina. Ya que solo dos bicicletas viajaban con nosotros, subí a Isabel al asiento trasero para hacerla disfrutar de un paseo sobre ruedas. Condujimos de nuevo hacia Nyhavn, donde la llovizna parecía haber ahuyentado a muchos de los turistas que suelen atestar el canal. Rasmus nos llevó al estudio donde se ha hecho sus tatuajes. ubicado justo en el malecón de Nyhavn. Tattoo-Ole presume ser el estudio de tatuajes registrado más antiguo del mundo. Verdad o mentira, su fama es indudable en toda Dinamarca, y los diseños del tatuador son verdaderas obras de arte. Subimos de nuevo a las bicicletas y esta vez atravesamos el canal Havnebussen, que separa la isla de Selandia y la de Amager, al sur. El barrio de Christianhavn y su zona residencial fue otra manera de enamorarnos de Copenhague y sus vivos colores. Las casitas de ladrillo y tejados en V no era algo extraño en una ciudad europea. Pero cuando tales colores aparecen frente a uno en un día lluvioso como aquel, cualquiera se detiene por un par de fotos. La llovizna combinada con la velocidad sobre las bicicletas parecían amenazar el humor de Isabel y hasta el mío. Pero llegar a lugares como aquellos nos sacaban una sonrisa de forma inmediata. Aunque Rasmus nos había llevado hasta Christianhavn por otra razón. La incógnita y peculiar ciudad libre de Christiania. Se trata de un barrio parcialmente autogobernado que desde 1971 se declaró independiente del gobierno danés. A la entrada del barrio, un letrero avisa a los visitantes “está usted saliendo de la Unión Europea”, ya que los residentes consideran la zona fuera de la misma. La situación de Christiania se considera legal, ya que a pesar de los conflictos, el gobierno ha aceptado que dentro de ella no se paguen impuestos, que las viviendas no sean propiedades particulares individuales, sino de la propia comunidad e, incluso, está permitida la venta de drogas blandas, lo que la hace por supuesto un destino común para los locales y turistas. En Christiania vive gente, hay bares, restaurantes, tiendas de ropa y parques. Es una ciudad dentro de otra. Las bebidas y productos cuestan casi la mitad que fuera de ella, ya que no abonan impuestos. Su nacimiento en los 70s le da ese toque hippie que nunca esperé encontrar en Copenhague. Las fotografías están prohibidas por cuestiones de seguridad, y para resguardar la zona como residencial, y no como un zoológico de ciudadanos radicales. Ramus me contó que si alguien grita “¡policía!” como parte de una broma, el mito dice que se te castigará metiendo una botella de refresco en tu culo, como represalia por ahuyentar a los vendedores de droga con falsas advertencias. Christiana fue sin duda una experiencia poco esperada en Dinamarca. Uno jamás pensaría que en un país con un índice de desarrollo tan alto, un puñado de ciudadanos se puedan rebelar contra el gobierno. Volvimos a casa para cenar y beber algunas cervezas. Me despedí de Isabel antes de ir a la cama, esperando volver a verla en un futuro cercano. Mi siguiente mañana me orilló a dejar el apartamento y decir adiós a Rasmus, dándole las gracias por tan agradable experiencia. Pero el adiós a Copenhague todavía no llegaba del todo. Cogí un tren hacia la localidad de Lyngby, a pocos kilómetros de la ciudad. La razón de mi partida hacia tal desconocida área de la isla fue reencontrarme con Mads, a quien había hospedado cuatro años atrás, y quien ahora estudiaba en aquella remota zona de Selandia. Las residencias de Lyngby dejaban ver una tranquila y poco transitada área urbana que existía allí por una importante razón, la Universidad Técnica de Dinamarca. Mads vivía en una de las residencias estudiantiles mientras se esforzaba por terminar su maestría en Ingeniería de Energías Renovables. Y Lyngby parecía el lugar perfecto para dicha tarea. Los verdes paisajes que rodean la zona me permitieron respirar el aire tan puro que tanta falta me hacía luego de varios días en la ciudad. La vegetación acuática regada por las aguas de su lago hacían creer que se trataba de un manglar. Dinamarca se distingue por sus tierras bajas que, al igual que Holanda o Bélgica, la hace gozar de cuerpos de agua como aquel. Mads me hizo aprovechar la tarde junto a la tranquilidad del lago. El sol por fin había salido y había dejado un cielo despejado, que por suerte me acompañaría los siguientes días de mi viaje. Por la noche volvimos a la residencia, donde una dorm party nos esperaba. Había ya escuchado hablar de la fama que tienen los daneses con el beber alcohol. Pero una fiesta de dormitorios en una residencia universitaria era mucho más de lo que había esperado de una noche de copas. La fiesta de dormitorios consiste en lo siguiente. A cierta hora, todos los habitantes del pasillo de la residencia se reúnen en la sala común para cenar. Luego de ello, hay un sorteo para elegir a uno de ellos. El elegido, es el primero en invitar al resto a su dormitorio, donde ha preparado un tema para un drinking game. Luego del primer juego de bebidas, el sorteo vuelve y elige al segundo anfitrión, luego el tercero, el cuarto, y así hasta llegar al dormitorio diez. En resumen, los invitados a una dorm party deben aguantar juegos con bebidas alcohólicas en diez habitaciones diferentes. Por supuesto, no todos aguantan el ritmo, y llegar al cuarto número diez significa una enorme resistencia a la embriaguez de los daneses. El muro de Trump fue el tema para el dormitorio de Mads, donde él representaba al gringo republicano y conservador, y yo, claro, al mexicano de clase obrera que cruza el muro de forma ilegal. El beer pong, la música y el tequila me dejaron casi inconsciente al final de la noche. Pero la fuerte resaca no me impediría seguir con mi trayecto por las tierras escandinavas.
  2. Hola, soy chico de 28 años, de España, buen nivel de inglés, voy a Egipto de vacaciones sólo pero no me importaría si alguien tiene los mismos planes que yo el que fuesemos juntos, mi intención es ir en plan económico porque prepare el viaje sin mucha antelación y tuve que coger los vuelos un poco caros la verdad. LLegare al cairo el 29 de madrugada( 5.40 h) y estare en Egipto hasta el 7 por la noche que volveré (5.00 h), la idea es de ir por libre y bueno coger algunas excursiones o crucero para ver lo máximo posible en los 10 dias que tengo,mi itinerario es el siguiente aunque es una referencia y acepto ver otras cosas que interesen a otras personas, me imagino que el ritmo dependerá de como vayan saliendo las cosas, trabsportes, etc…. - 3 dias en el cairo para ver pirámides, esfinge, templo del valle de kefren, Menfis y saqqara,museo del cairo,barrio copto,mercado de khan el khalili, mezquita de labastro, citade salah El din - Vuelo del cairo a aswan(asuan) - Templo de amada y abu simbel en 1 dia y vuelta a aswan - Crucero por el nilo desde aswan a luxor visitando templo de Edfu y Kom Ombo, templo de Khunum en Esna, - Visitar templos de luxor y sitios cercanos como son la necrópolis de Tebas, templos de Karnak, valle de los reyes, valle de las reinas(templo de hatselsup), templo de ramses III en Medinet Habu. - No creo que me diera tiempo pero si me sobrara me gustaría visitar en excursión organizada oasis bahariya y Farafra y desiertos. - Si alguien esta interesado CONTACTAR CONMIGO EN EL SIGUIENTE CORREO: apa23g@gmail.com
  3. El día siguiente a la Navidad siempre es difícil despertar y tomar la decisión de salir de la cama. Sobre todo en mitad de un invierno Europeo. Pero mi elección de pasar Nochebuena en Nápoles, al sur de Italia, me estaba dando unas fiestas mucho más cálidas. No obstante, luego de pasar toda la noche jugando Texas Hold’em Poker en casa de mi amigo Gianpiero (y de haber ganado 40 euros en apuestas), levantarme fue sin duda una situación complicada. Pero logré llegar a la estación Garibaldi temprano por la mañana para tomar mi bus hasta Florencia, mi próximo destino en la península itálica. Las carreteras aquel 26 de diciembre lucían, sin duda, mucho más desiertas que los días anteriores, cuando el tráfico atestaba las autopistas de toda Italia (y con certeza, de muchos países del mundo cristiano). Así que mi arribo a Florencia no se retrasó, como había acontecido en mis trayectos pasados. Y cerca de las 4 p.m. había llegado a mi hostal, en el centro de la ciudad. La niebla cubría para entonces toda la superficie de Florencia. Sólo había reservado dos noches allí y tenía miedo de que la neblina no se esfumara. Visitar una Florencia grisácea no es precisamente el sueño de los que viajan hasta ella. Los hostales en Italia habían resultado los más baratos de toda mi estadía en Europa. Incluso en temporada navideña, los precios no subían de los 12 euros por noche. Aunque, como el resto de los hospedajes en el país, el hostal me cobró un cititax obligatorio, cuyo dinero va directamente a la prefectura citadina. Los encargados eran nada más y nada menos que dos chicos de Bangladesh y Pakistán, que habían emigrado ya hace algún tiempo a Europa, en busca de mejores oportunidades. Para esa hora, la noche casi había caído por completo sobre nosotros, y luego de dejar mis cosas en la habitación, salí a buscar un buen restaurante con Manuel, Lindsay y Sahra, un argentino y dos australianas con quienes compartiría el cuarto durante mi estadía. Muchos italianos me habían recomendado probar el steak fiorentino, un enorme trozo de filete de res que representa el platillo más típico de la ciudad. Pero por 45 euros el kilogramo, ninguno de nuestros bolsillos pudo pagarlo, y terminamos comiendo un enorme plato de pasta carbonara. De vuelta en la posada, los anfitriones nos llevaron a un bar local para probar la fiesta en Florencia, que no era precisamente lo que llegué buscando hasta allí. Pero con la presión social del enorme grupo de jóvenes que nos hospedábamos juntos esa noche, acepté ir por una cerveza antes de volver a descansar. Los escasos 10 euros que había pagado por aquella noche en el hostal tuvieron una lógica respuesta al día siguiente. El alojamiento paga solamente dos encargados, y una señora que hace toda la limpieza entre las 10 y las 16 horas. Así que los anfitriones nos pidieron a todos, sin excepción, salir del hostal en ese horario, en el que ellos se van y cogen la llave consigo. Con sólo dos baños para todos, fue necesario aguardar un prolongado turno para tomar una rápida ducha, y salir sin haber descansado muy bien para comenzar a conocer la ciudad. Lindsay y Sahra decidieron acompañarme, y se nos unió Caio, un brasileño que estudiaba inglés en Londres por algunos meses. Lindsay y Sahra representaban las dos caras de Australia. Lindsay, la chica seria, inteligente, amante del arte y la fotografía, que se había criado en un país primermundista y estaba consciente de la suerte con la que corrió. Y ahora se encontraba en Italia para empaparse con su arte. Sahra, por el contrario, era la típica chica rubia, extrovertida, descendiente de suizos, que viajaba por el mundo aprovechando su dinero para volverse loca y probar un poco de todo, incluyendo por supuesto cada bebida alcohólica disponible. Caio me recordaba un poco a mí mismo, cuando a los 21 años salí por primera vez de México para empezar a conocer el mundo, sin saber mucho de ello y siguiendo la corriente de lo que el resto me contaba. Su inglés, en efecto, estaba mejorando mucho. Aún con nuestras cuatro extrapolares personalidades, Florencia era sin duda una parada obligatoria. Y para suerte de todos, el sol salió como nunca en muchos de mis días en Europa. Las multitudes en Florencia no deben ser algo extraño en ninguna temporada del año, tomando en cuenta la fuerza de atracción que posee para el turismo internacional. Pero el día después de Navidad, queda claro, es uno de los más asediados. Con o sin GPS en la mano, visitar los principales puntos no era una tarea difícil. Bastaba solo con seguir el mismo rumbo que el resto de los turistas. Y el primero de esos rumbos nos llevó al pie del Duomo de Santa María del Fiore. La catedral de Florencia es imponente desde cualquier punto que se le admire. Pero nos recibió mostrando su cara principal, la fachada de Giotto. Aunque se atribuye su construcción a Giotto, uno de los primeros arquitectos renacentistas del mundo, fue diseñada, demolida y reconstruida varias veces por varios artistas florentinos. Las tres puertas de bronce, los nichos de los doce apóstoles en lo alto y la exquisita combinación de mármoles blancos, verdes y rosas forman una composición neogótica que nos cautivó a todos, sin importar nuestra religión u origen. El campanario, también atribuido a Giotto, se posa al lado de la iglesia, como en muchas catedrales italianas, separado del resto de la estructura. Pero la fachada tan solo esconde lo mejor del Duomo, uno de los íconos más reconocidos de Florencia a nivel mundial: su cúpula. Esta estructura de 45 metros de diámetro y 100 de altura es una obra maestra del arquitecto Arnolfo di Cambio, quien enfrentó múltiples retos para su elaboración. Se trata de la primera cúpula octagonal construida sin un armazón de madera, y es hoy todavía la cúpula de albañilería más grande del mundo. Para su construcción Arnolfo tuvo que diseñar él mismo máquinas elevadoras y grúas para izar las piedras más grandes. Incluso se utilizó una grúa para el tejado diseñada por el mismo Leonardo Da Vinci. Todo ello terminó en un importantísimo aporte a la arquitectura y el arte global, que dio cabida al Renacimiento, una vez terminada la Edad Media. La catástrofe causada por la Peste Negra, el controversial cambio del papado a Aviñón (en Francia) y el Gran Cisma de la iglesia católica hicieron que muchos europeos pusieran en duda los valores medievales, surgiendo una nueva corriente humanista, centrada en el ser humano y no en Dios. En ese contexto, los florentinos se levantaron contra la oligarquía que los gobernaba, dando ascenso al poder a las familias más poderosas de la ciudad, la más famosa de ella fueron los Médici. Una familia de ricos banqueros (fueron también banqueros del Papa) que finalmente heredaron un estado entero como los Grandes Duques de Toscana. La preocupación por el dinero, incentivar el comercio y la banca llevó a los Médici a ser los patrocinadores de innumerables investigaciones científicas y de artistas que el mundo entero recordaría por siempre. Miguel Ángel, Leonardo Da Vinci, Botticelli, Donatello, Rafael, Brunelleschi... La enorme lista de artistas y científicos que cuestionaron al medievo, hicieron una revisión a la antigüedad clásica grecolatina, haciendo florecer al Renacimiento, el nuevo nacer de las ciencias y las artes occidentales. Florencia se convirtió así en la cuna del Renacimiento, y eso puede verse en cada uno de sus rincones, declarados por la UNESCO como patrimonio de la humanidad. En la Piazza della Signoria, unas cuadras al sur de la catedral, los torrejones de ladrillo marrón dejan ver el origen medieval de la ciudad florentina. El Palazzo Vecchio (o palacio viejo, en español) funciona todavía como sede del ayuntamiento. Pero los guardias del edificio y de toda la plaza son el ejemplo más claro de lo que los artistas renacentistas querían retomar de la era clásica. La belleza humana y su mitología. En el centro, la fuente de Neptuno es una de las obras más conocidas de Ammannati. Frente al ayuntamiento, una estatua de Hércules y Caco vigilan con recelo la ciudad que los vio renacer. Pero el guardián más famoso de la plaza es, sin duda, el David de Miguel Ángel, una de las obras del Renacimiento más célebres del mundo. Aunque los analistas han encontrado inconsistencias en la estatua que se contraponen a los principios renacentistas (por ejemplo, sus manos y la cabeza son más grandes de lo estipulado por el Hombre del Vitrubio), muchos lo consideran la perfección artística de la belleza humana. El rey bíblico que derrotó a Goliat fue una de las tantas obras que los Médici encargaron a Miguel Ángel y a otros artistas de la época. Y aunque originalmente fue emplazado frente al ayuntamiento, el original se encuentra hoy en día en la Galería de la Academia de Florencia. Y en su lugar, hoy se coloca una copia. El David fue un símbolo del poder de la República de Florencia durante siglos, sobre todo ante los Estados Pontificios. Y aunque la república ya no existe más (pasó a formar parte del Reino de Italia en 1861), la escultura sigue siendo un fuerte símbolo de orgullo para los italianos y todo el mundo occidental. Y aunque no tan famosas, otras esculturas nos dejaron fascinados al sur de la plaza. En la Logia dei Lanzi, las figuras de Perseo, o El rapto de las Sabinas, para mí tienen la misma perfección que sus hermanos Neptuno y David. Un enorme gentío se aglutinaba para eso del mediodía fuera de la Galería de los Uffizi, el primer museo del mundo en cuanto a arte renacentista se refiere. Una visita a Florencia no está completo sin avistar sus obras al interior. Sin embargo, tal parecía que la única viajera responsable había sido Lindsay, quien había comprado su boleto de entrada con antelación, y una guía la esperaba para comenzar la visita en inglés que ella tanto aguardaba. Para el resto de nosotros el ingreso no fue posible. Ni por el día ni por la hora. Y teniendo que coger un tren al otro día temprano, mi oportunidad se esfumó de mis manos. Aunque un poco cabizbajo, sabía que Florencia por sí misma es una obra de arte. Muchas ciudades italianas lo son, eso me había quedado claro con Roma, Venecia y Verona. Así que seguimos con nuestra caminata para seguirnos deleitando con el Renacimiento frente a nuestros ojos. La galería nos condujo justo al lado del río Arno, que divide la ciudad de este a oeste. Para atravesarlo existen varios puentes, pero el más solicitado por los turistas es el Puente Vecchio. Es considerado uno de los puentes más hermosos del mundo. Y su nombre (puente viejo) se debe a su origen medieval. Reconstruido totalmente con piedra sobre tres arcos, siempre se trató de uno de los principales centros de comercios, ya que sobre él se yerguen tiendas, hoy la mayoría de ellas de joyería. Una leyenda cuenta que sobre el puente no se pagaban impuestos, y así se originó su fama comercial. De hecho, la palabra “bancarrota” nació precisamente allí. Se dice que cuando un comerciante no podía pagar sus deudas, los soldados rompían su mesa: banco rotto. Inhabilitados para comprar cualquiera de sus joyas, Sahra, Caio y yo seguimos andando al otro lado del río, hasta toparnos con el Palacio Pitti. Río Arno. Aunque su belleza no se compara con la encontrada al otro lado del río, se trata también de un edificio renacentista, que fue comprado por los Médici y se convirtió en la residencia de los Duques de Toscana. Hoy funciona como un museo de arte más. Palacio Pitti. Seguimos nuestra ruta hacia el lado este, guiándonos por los senderos en Google Maps. Aunque esta vez la tecnología falló, y nos llevó solo a toparnos con pared. Pero se trataba de una pared más bella de lo normal. Una antigua muralla que protegía a la ciudad hasta el Fuerte de Balvedere, en lo alto de una colina. En la colina adyacente llegamos hasta uno de los más bellos puntos de la ciudad. El mejor mirador para disfrutar de Florencia en toda su plenitud. En la Piazzale Michelangelo (dedicada por supuesto al artista florentino) se posa también una copia del David. Pero su principal atractivo no es ese, sino las increíbles vistas que desde allí se tienen. Sahra y Caio en la Piazzale Michelangelo. Si bien había aprendido que Nápoles es la ciudad de las cúpulas, ninguna de ellas podía igualar a la enorme cúpula de la catedral florentina, que deja en claro por qué sigue siendo considerada la cuna del Renacimiento. La Basílica de la Santa Cruz también juega un papel importante, ya que es el segundo punto que mejor puede apreciarse desde lo alto. El sol nos había sonreído como nunca, iluminando cada pequeño rincón de aquella hermosa ciudad. Con un panorama así nunca nadie querría irse de Florencia, Ahora entendía por qué otros viajeros habían reservado más de dos noches en ella. Sin embargo, era un poco tarde para mí. Pero quise disfrutar el resto de mi día sin preocupaciones. Así que bajamos la colina y buscamos un buen almuerzo antes de continuar. Una pintoresca terraza nos ofreció un buen plato de risotto por un excelente precio. El mejor risotto que he probado en mi vida. Con el estómago satisfecho, volvimos a cruzar el río, esta vez en dirección norte, cuando el sol comenzaba a bajar hacia el horizonte. En la Piazza di Santa Croce tuvimos la mejor perspectiva de la Basílica de la Santa Cruz, que habíamos admirado desde arriba. Aunque menos famosa que el Duomo, su fachada gótica de mármoles sigue haciendo de ella un excelente exponente más del Renacimiento florentino. Los callejones del centro nos llevaron de vuelta al Duomo, que se iluminaba ahora desde el otro lado de su fachada. Un árbol de Navidad junto a él en la explanada era el recuerdo de lo que esas vacaciones eran para todos. Una de las mejores fiestas decembrinas en uno de los mejores lugares del mundo. La Plaza de la República, mucho más moderna que el resto de la ciudad, era el centro donde niños y adultos jugaban en los carruseles y compraban golosinas para apaciguar el frío, que entonces comenzaba a hacerse más fuerte. Por las calles de ladrillo medieval y estatuas de mármol en sus paredes, volvimos al Puente Vecchio para ver el atardecer. Pero las bajas temperaturas y la humedad volvieron a hacer de las suyas, y dejaron caer nuevamente una densa niebla sobre todos. Con una visibilidad de pocos metros, no nos quedó otra opción que volver al hostal y disfrutar de la pasta night, una cena comunitaria con pasta (mucha pasta) para todos los huéspedes, tras la que siguió otra noche de vino, cerveza y baile en un bar local. La mejor cara renacentista de Italia había sido increíble. Pero al otro día me esperaba otra de sus caras, una mucho más cálida y mediterránea.
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