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  1. Tras apenas una noche en la ciudad costera de Valencia mi amigo Óscar me acompañó hasta las oficinas de ESN (Erasmus Students Network), la agencia estudiantil que me había convencido de costear aquel viaje tan poco fraguado que apenas podía creer que estaba allí parado Allí, se preparaban a salir Davide y Karina, un italiano y una letona que, de hecho, hablaban un perfecto español. Ambos eran los encargados de tal asociación en Valencia y, por tanto, quienes me habían enlistado en mi próxima aventura. La cita no era en la oficina. Pero para facilitarme las cosas, ambos me ofrecieron ir con ellos hasta el muelle, de donde zarparíamos con el resto del grupo. Me despedí entonces de Óscar, quedando a mi merced por primera vez, con gente a mi alrededor que me era completamente desconocida Tendría ahora que encarar al verdadero reto de un intercambio cultural: conocer extranjeros sin nadie a mi lado que me presentase, que me acompañase ni me conociese Pero apacigüé todo nervio, y antes de partir decidí cruzar la calle y comprar lo que sería una buena forma de hacer amigos en cualquier parte del mundo y en cualquier situación: cerveza Tras guardar las latas en mi atestada maleta, subí con Davide y Karina al coche. Condujimos hasta la zona portuaria de Valencia, donde caída la noche, el pequeño grupo de Erasmus aguardaba por nosotros en la zona de abordaje. Estudiantes de todo tipo, en su mayoría europeos, habían empezado ya a presentarse unos con otros. Me acerqué con cautela y, sorprendentemente, un acento mexicano fue lo primero que pude notar Y no se trataba solo de Paulina, una chica norteña residente en Texas que hacía su intercambio en la Universidad de Valencia, sino también de Pablo, un toluqueño estudiante de arquitectura. Haciendo a un lado la seguridad que toparse con paisanos puede brindar, pasé mis manos saludando a cada persona que llegaba, hasta que el grupo entero se formó en la sala de espera. Parecían todos ser muy majos, y todo apuntaba a que el incómodo tour que hice en Porto no se repetiría más, pues el grupo no era de hecho nada numeroso. 22 almas serían las que me harían compañía durante los próximos cinco días. Alemanes, españoles, inglesas, brasileñas, francesas, serbias, marroquíes y mexicanos… Nos preparamos para pasar el control de seguridad, donde supuse que mis cervezas terminarían en la basura. Pero la suerte estaba de mi lado, y el gendarme ni siquiera lo notó, o posiblemente estaba de muy buen humor Arrastrando nuestras valijas nos dirigimos al ferry que nos llevaría hasta la emblemática isla de Ibiza, joya del Mediterráneo y capital mundial de la fiesta Como mi primera vez en un ferry raramente imaginé la magnitud de la embarcación Algo semejante a un catamarán turístico era lo que en principio había venido a mi mente. Pero se trataba de un enorme bote destinado a transportar no solo pasajeros, sino autos, materias primas y todo lo necesario para que la población de toda una isla pudiera sobrevivir. El ticket del ferry iba ya incluido en el precio del viaje. Más comprendía solo nuestro transporte, y no un camarote donde dormir. Nuestra jornada de 6 horas (12 a 6 am) significaba que tendríamos que conciliar el sueño en donde pudiésemos acomodarnos. O bien, no dormir. ¿Quién necesitaba dormir en Ibiza después de todo? Además, los precios de los camarotes ascendían a unos estrepitosos ¡100 euros por noche! ¡¿En qué diablos estaban pensando?! De cualquier manera, Karina consiguió uno para guardar nuestro equipaje, y así cogimos solo lo necesario para pasar la noche a bordo de la enorme embarcación. El ferry contaba con un restaurante, un bar, una sala de cómputo y wifi en su interior. En la parte superior se encontraba el área lounge, con música chill out y una barra de bebidas. Por supuesto, el lugar perfecto para empezar a conocernos A medida que el barco zarpaba y dejábamos atrás las luces de Valencia y su zona portuaria todos comenzamos a conocernos y presentar un poco de nuestras vidas a los otros. Alex era un chico valenciano ejerciendo la medicina en un consultorio de la ciudad. Su novia Lucía lo acompañaba. Yasmina era una joven marroquí que hacía su posgrado en Valencia. Pablo estudiaba arquitectura en México y ahora realizaba su intercambio en la misma ciudad. Mientras Sanja (pronunciado como Sania) era una excéntrica estudiante serbia que hacía su máster en España a través del programa Erasmus Mundus. Todos tenían una interesante historia que contar. Pero todos coincidíamos en algo: buscábamos descubrir la vida nocturna y las playas de Ibiza, y eso fue algo que rápidamente nos unió Pasamos extensas horas hablando sentados en los muebles de la cubierta, y a pesar de las altas horas de la madrugada, el viento mediterráneo se percibía cálido y bastante húmedo. Algunos exploramos un poco el resto de la proa, descubriendo unos camastros de sol donde pudimos tomar una larga siesta, al saltar de la brisa marina que golpeaba nuestros rostros. Antes del amanecer, volvimos a la sala interior, donde un café reavivaría nuestros cuerpos, mientras arribábamos a las aguas de las Islas Baleares. El equipo hacia Ibiza Con bastante cansancio, pero con la mejor actitud por delante, descendimos del barco con las pestañas casi unidas. Ahora nos encontrábamos en la famosa ciudad de Ibiza, que resulta no ser lo mismo que la isla de Ibiza. La isla se extiende por 572 km² al sur del archipiélago de las Baleares, y en ese terreno se yerguen tres principales núcleos urbanos: Ibiza, San Antonio y Santa Eulalia, de los cuales el primero es el más grande y poblado de todos. Así mismo, por su incomparable fama, suele ser el lugar más caro y cotizado por los viajeros. Por ello nuestro hotel se reservó en la comunidad de San Antonio, con precios mucho más asequibles. Entre San Antonio e Ibiza hay unos 15 km de distancia, distancia bastante corta comparada con la que nos separaba de muchas de las playas famosas, las discotecas más célebres y los maravillosos paisajes desde los acantilados costeros. En vista de los altos precios y de la poca conveniencia de movernos en transporte público, lo mejor para todos sería rentar coches ESN había ya reservado algunos autos en una agencia del aeropuerto, a donde rápidamente nos dirigimos mientras formábamos cuadrillas de viaje. Alemanas con brasileñas, alemanes con inglesas, francesas con españolas… por suerte, no tuvimos ningún problema en separarnos en grupos de cinco. Y Lucía, Yasmina y Pablo fueron los elegidos para viajar conmigo a bordo de uno de los cinco Ibizas (vaya coincidencia). Y con la mejor de nuestras suertes, Alex se ofreció como nuestro conductor designado. Alex no necesitaban del alcohol para divertirse, y eso era de respetarse. Al final, podríamos conducir a los clubes sin tener que preocuparnos por los retenes de seguridad. Mis noches en Ibiza parecían haber tomado rienda suelta Los cinco Ibizas en Ibiza Mientras el sol se levantaba condujimos hacia la parte oeste de la isla. Al igual que en Valencia, los letreros en catalán aparecieron repentinamente. Si bien poco sabía que la comunidad balear era su hablante nativa, la intensa explotación turística de la isla hace que, probablemente, el inglés sea incluso más hablado que el catalán o el castellano. En pocos minutos llegamos a San Antonio. Nos registramos en el hotel y nos dirigimos a nuestras habitaciones, divididos prácticamente al azar por Karina y Davide. Compartir el cuarto con Willi, el alemán, sería interesante. Pero hacerlo con Sanja, la extravagante rubia serbia lo haría todavía más sugestivo. Y una imagen vale más que mil palabras. Si me había preguntado qué podría llevar en aquella enorme maleta rosa, al llegar a nuestro cuarto todo cobró sentido Ahora sabía que si quería tomar una ducha sería mejor hacerlo antes de que ella se adueñase del baño Convenientemente todas las habitaciones contaban con una pequeña cocina, lo que nos ahorraría grandes cantidades al pasar de comer fuera Tomamos una fugaz siesta y volvimos a los coches. Si queríamos conocer la isla no había tiempo que perder. Davide visitaba Ibiza frecuentemente, y conocía los mejores rincones de pies a cabeza. Él sería nuestro guía por los próximos días, y depositamos completamente nuestra confianza en él. Nuestra primera parada fue al extremo sur de la isla, a orillas de un enorme acantilado de piedra rojiza, apenas moteado por la vegetación. El día que apenas despejaba el cielo revelaba la silueta de dos pequeños islotes rocosos que surgían de una delgada niebla. El famoso islote de Es Vedrá es de hecho un Parque Natural que, pese a su escasa extensión de suelos y exposición al viento marino, alberga varias especies vegetales endémicas, además de ser uno los lugares de reproducción de aves rapaces más activos. Alex, Pablo y yo El acceso a su superficie y alrededores está controlado por las autoridades. Fuese como fuese, las vistas desde el cabo eran anonadantes, y nos fueron suficientes para comenzar nuestra jornada Después de una buena foto grupal, volvimos al camino para aprovechar la hermosa y soleada tarde. Davide nos había prometido explorar los sitios menos conocidos y visitados en Ibiza. No obstante, había algunos imprescindibles que no nos podíamos perder. Y la cala Conta era uno de ellos. A pesar de lo que se diga, en Ibiza no encontramos playas. Encontramos calas. Se tratan de pequeñas extensiones del mar que penetran en la tierra y que se rodean por rocas. Es básicamente una ensenada pequeña. Y los rocosos acantilados que bordean toda la costa de Ibiza hacen que las calas sean los puntos turísticos más concurridos. La cala Conta se encuentra en uno de los puntos más occidentales de Ibiza, no muy lejos de San Antonio. Sus aguas son extremadamente azules, de tonos turquesas. Aunque cabe decir que la mayoría de las aguas alrededor de Ibiza poseen el mismo color. Su belleza incomparable, que la distingue del resto, radica en las hermosas vistas que se ofrecen desde su costa, debido al atolón de islotes rocosos que se yerguen frente a ellas, y que le dan a la playa una postal única Antes de bajar por las pendientes de roca decidimos subir a ellas y acudir a un restaurante, donde preferí solo hacer compañía a mis nuevos amigos y guardar mi hambre hasta llegar al hotel. 4€ por una coca cola y 14€ por una hamburguesa no eran precios que se acomodaran a mi presupuesto Una vez con el estómago lleno fue momento de bajar y sumergirme por primera vez en las aguas del mar Mediterráneo. Octubre y el otoño apenas habían dado comienzo, y aunque la temperatura ambiente era bastante cálida, el agua a mi parecer se hallaba demasiado fría Menos mal que pude bañarme y aguantar al menos unos 10 minutos en el agua sin sufrir de hipotermia, al contrario de las aguas de Galicia, donde hundir el dedo meñique fue suficiente para congelarme. Problemas comunes para alguien del trópico El resto de nuestra tarde la pasamos al calor del sol, acostados sobre una cama de piedra rojiza que parecía reflejar los rayos y darnos el mejor bronceado para lucir en nuestro viaje Al atardecer volvimos a San Antonio. La noche llegaba y todos sabíamos lo que nos esperaba. Estábamos en la isla con la mejor fiesta de todo el mundo. Y era casi la razón por la que habíamos viajado hasta allí. Era octubre, y las closing parties habían dado comienzo Hasta entonces, todos teníamos la sensación de que Ibiza era mucho más tranquila de lo que habíamos imaginado. Sobre todo en San Antonio, donde la gente se paseaba ante nuestros ojos sin alguna señal de estado etílico o psicotrópico Pero Davide tenía la mejor estrategia. Nos condujo a todos con uno de sus amigos, quien al parecer nos daría los mejores precios para acceder a las discotecas. Eran múltiples los clubes que aquel fin de semana cerrarían su mejor temporada del año con una enorme fiesta de clausura. Y todos ellos sonaban a mis oídos como grandes sueños de mi pubertad: Space, Amnesia, Ushuaia, Bora Bora, Privilege... Pero el más altisonante de todos era sin duda alguna Pacha, el hogar de los más famosos DJs del planeta, ídolos de mi adolescencia y mi discografía personal Aunque cada quien compraría los boletos que quisiera, la mayoría nos decidimos por acudir a las fiestas en Privilege y Pacha. La lista era enorme, pero los precios lo eran aún más. Y gastar más de 80€ en el acceso a dos o tres night club no era una opción, al menos no para mí Así, volvimos al hotel con dos pulseras en nuestras muñecas, y con las provisiones necesarias para sobrevivir a nuestros días. Pan, pasta, pollo y ensaladas serían nuestra salvación y nuestra cena casi todas las noches. No podíamos quejarnos, al menos teníamos dónde cocinar Los víveres incluían también la materia prima para cada noche. Por supuesto, hablo del alcohol Cerveza, ron, whisky y absenta. Cada quien cogió su botella y, como si no hubiera un mañana, bebimos su interior hasta no dejar una sola gota en su rastro. El equipo precopeando en San Antonio Si bien ya estaba acostumbrado a los tardíos horarios en los que en España se lleva la fiesta, no creí que en Ibiza todo lo bueno empezara hasta pasadas las 2 am Y aunque yo quería irme antes, nos quedamos en el hotel bebiendo hasta exactamente las 2, momento en el cual salimos hacia Privilege. Alex y Lucía pasarían la noche en el cierre de Lío, otro club para el que ya tenían invitación. Pero no debimos preocuparnos por el transporte. Privilege lo tiene todo preparado para sus clientes y cada noche varios buses salen desde San Antonio hasta las puertas de la disco. Nunca creí que un autobús podía ser tan divertido. Pero en Ibiza, al caer la noche, la fiesta está prácticamente por todas partes Desde el chofer hasta el último ebrio en subir, todos gritaban como si la noche les perteneciera. Y era verdad. Éramos nosotros y la noche. Ibiza estaba a punto de mostrarnos lo mejor de sí La razón por la que desde hace algunas décadas ha devenido en la capital mundial de la fiesta y la música electrónica. A mitad de la carretera entre Ibiza y San Antonio el bus se detuvo. Todos descendimos. Y allí, en medio de aquella remota isla, nos dispusimos a entrar a la discoteca más grande del mundo. Es eso lo que se nos había dicho. Y vaya si lo parecía Como bien nos habían advertido, lo verdaderamente bueno no había todavía comenzado. Pero el lugar poco a poco se seguía atestando. Una piscina en el medio del club enmarcaba al DJ y al letrero que anunciaba una de las fiestas electrónicas más famosas e importantes del mundo: SuperMartXé. Esta casa de entretenimiento nació en España y ha llevado a cabo residencias en muchos de los clubes de Ibiza, siendo Privilege donde cobró mucha mayor fama. Es célebre por el montaje de sus escenarios, efectos especiales y, por supuesto, por tener a los mejores DJs del mundo No tardé en darme cuenta cómo funcionaban las noches en Ibiza. Entras al club, sales, bailas, descansas. Buscas una copa, buscas un shot. Vas al baño, un hombre se acerca a ti. Te ofrece spliff, te ofrece cristal, te ofrece de la blanca. Te niegas y sigue buscando. Dos chicas inglesas me ven. Me preguntan por el sujeto. Ellas lo siguen y le compran una bolsa de pastillas. Su absenta no fue suficiente. Toman éxtasis. Están high. Sigue la fiesta. Y nunca termina Para los amantes de los estupefacientes, Ibiza es el paraíso. Ibiza ama a los turistas. Ama a los ebrios. Ama a quienes se drogan. Gastan dinero, y eso es bueno. Cada disparo de humo en una discoteca vale 500 euros. Cada DJ vale miles de euros. Ibiza es el paraíso. No hay más que decir. Ingleses, alemanes, gringos, guiris. Todos buscan lo mismo, y lo encuentran aquí. Pasadas las horas, llegó el momento que muchos esperaban. El show estaba por comenzar, y las luces iluminaron un enorme castillo que simulaba al de DisneyWorld. El intro del Rey León empezó a escucharse. Bailarinas colgando de telas dieron inicio al baile. La multitud coreaba la canción. Y el DJ se preparaba para lo mejor. El humo y las luces hicieron que me perdiese dentro de mí mismo, quizá no tanto como el resto de jonkies a mi alrededor Volteaba a todos lados, viendo a todos, buscando a nadie. Era simple. Estaba en Ibiza, y no lo podía creer. Nunca había visto algo parecido. Nunca había vivido algo parecido. Había soñado con ello muchos años atrás, y a mis 21 años ahora lo hacía Ibiza es la capital mundial de la fiesta y me lo estaba demostrando con creces. Y tenía mucho más preparado para mí los próximos días, para los que no podía esperar Pueden ver un pequeño video de cómo se vive una noche de locura en Privilege:
  2. Haber viajado más de 9000 km desde México hasta España no habría sido en vano. Conseguir una beca con tanta competencia en mi universidad no habría sido, por supuesto, nada fácil, sobre todo a un país europeo y de habla hispana. Pero no fue una elección al azar. Al contrario. España fue mi país elegido entre una lista de más de 20 disponibles ¿Por qué no cualquiera de los otros?, como muchos me preguntaron. Algunos motivos suelen ser más fuertes que cualquier recomendación. Y los amigos españoles que hice en México me bastaban para cumplir mi deseo Hasta entonces, mi reencuentro con mi amiga Henar y su familia en Madrid me habían valido recorridos y viajes por toda la capital y sus alrededores, incluyendo antiguos pueblos, capitales, parques naturales, castillos medievales, platillos de la Iberia central y muchísimas experiencias en el día a día de un español. Pero ahora vivía en Santiago, la joya católica del norte y capital de Galicia. Y tras más de un mes en la ciudad compostelana era momento de visitar a otro de mis buenos amigos, Daniel, a quien había prometido visitar en su natal La Coruña, al extremo norte de la provincia. Habíamos tenido oportunidad de hablar sobre su ciudad desde un año atrás cuando vivíamos en la capital mexicana. La suya y la mía parecían asemejarse en su historia y estructura en muchos aspectos. Ambas importantes zonas portuarias, ambas atacadas por piratas, ambas fortificadas y nacidas a extramuros de una antigua muralla. Así, a mediados de un húmedo mes de octubre, cogí un tren desde la estación de ferrocarriles de Santiago y, por sólo 5 euros, viajé 70 km al norte, y en menos de media hora arribé a mi destino temprano por la mañana. Era increíble la cercanía a la que nos encontrábamos Tras poco menos de un año sin vernos, Dany apareció frente a la estación de trenes y corrimos a su auto que había estacionado sin pagar parquímetro Me condujo a su barrio al norte de la metrópoli, que un poco más grande que Santiago, resultaba ser el área más poblada de toda Galicia; de hecho, su antigua capital. Antes de subir a su apartamento y despertar a todos un sábado por la mañana, tomamos el desayuno en la cafetería local, que visitaba con frecuencia. Desde varios días atrás había tratado de acostumbrarme al desayuno típico español; más bien, típico europeo y de muchos países fuera de México: pan y café Uno de los shocks más maravillosos al viajar es darnos cuenta que muchas de las cosas que creíamos normales no lo son fuera de nuestra ciudad o nuestro país. En México, desde niños, nos es enseñado que el desayuno es la comida más importante del día: desayuna como rey, come como príncipe y cena como mendigo, es un dicho muy famoso. Tacos, huevos, enchiladas, tortas, tamales, sándwiches, panqueques, chilaquiles, frijoles, salsas picantes… nuestros desayunos suelen ser bastante completos, con frutas, carbohidratos y proteínas enteras en cada platillo, además de nuestra bebida de frutas y/o café. Pero al parecer, casi nadie en el resto del mundo (excepto, quizá, los gringos) comen tal cantidad de cosas al despertar Les basta con un café y una o media pieza de pan con mermelada. A mi estómago mucho le solía faltar al finalizar cada insignificante desayuno europeo. Pero si comía fuera de casa no podía esperar mucho más El menú por las mañanas en las cafeterías no suele ser de lo más variado. Luego de ponernos al corriente y cargar los gastos a la cuenta, subimos al piso de Dany, donde conocí a su familia, y a su escandalosa perra Un numeroso grupo de gallegos conformaban el núcleo de aquella afable familia: algunos nietos, dos o tres nueras, cuatro hijos varones, la madre de Dany y la abuela a la cabeza. Por suerte, en aquella pequeña pieza sólo vivían su hermano, su madre y la abuela Entrar a la habitación de Dany y toparme con objetos que transportó desde México me trajo muchísimos recuerdos, y una indescriptible valoración por el país que apenas hacía dos meses había dejado temporalmente. Finalmente, era ahora mi turno de conocer su patria En poco tiempo llegó a casa Alba, la novia de Dany. Juntos se propusieron mostrarme la ciudad. Un día soleado aguardaba fuera y no dudamos en salir a dar un paseo a pie junto al mar azul. El apartamento se ubicaba a pocos metros de la Playa Riazor, la más grande y más visitada por locales y turistas. No obstante, y a pesar del sol, no tenía ninguna intención de darme un chapuzón. Me había sido suficiente con meter un pie en el agua de las islas Cíes, al sur de Galicia, para darme cuenta que el agua fría no está hecha para mí A pesar de sus bajas temperaturas, las playas de Coruña, y de toda Galicia, suelen ser frecuentadas por buzos y surfistas. Hay, incluso, una estatua que los conmemora en el malecón de la ciudad. Desde aquel punto se podía ver toda la Ensenada que cubría esa parte de la ciudad, y en la punta oeste la silueta de la estructura más simbólica de la ciudad: la Torre de Hércules, a donde nos dirigíamos serenamente. La arena de la bahía era blanca y algo gruesa. Alba me confesó que mucha había sido depositada ahí de manera artificial para ampliar la playa, traída desde una comunidad cercana Engaños de los gobiernos para hacer más linda sus ciudades. Es algo que pasa en todos lados… Pero nuestra tranquila y despejada mañana abruptamente se convirtió en un chubasco que dejó caer toda su furia sobre nuestras cabezas Cascadas de lluvia borraron de los cielos un inmenso nubarrón que pareció haber emergido de una dimensión invisible a nuestros ojos Galicia estaba dándome una lección de la manera más brutal: nunca salgas de casa sin un paraguas. Y vaya si la había aprendido Sin un techo donde guarecernos en una playa totalmente vacía, nos resignamos a dejar de correr y entregarnos a la Pacha Mama, completamente mojados y arrepentidos de no haber cargado si quiera un abrigo impermeable con nosotros Volvimos a casa como los viajeros más novatos, y colocamos cada prenda a secar en el deshumificador. Mientras rascábamos el closet, al exterior la madre naturaleza nos echaba en cara nuestra pésima suerte, alejando todo rastro de nube del cielo y pintándolo de un azul vívido y terso En un caso así sólo podíamos reír Sin hacer más alarde, nos despedimos y volvimos a la calle. Esta vez Dany prefirió no arriesgarse y coger el coche Condujimos por toda la orilla del malecón, bordeando las playas turísticas para adentrarnos al centro de la ciudad. Pasando éste último llegamos al cabo más septentrional de la ciudad, donde un extenso campo verde rodeaba la Torre de Hércules. El majestuoso faro de 57 metros de altura de estilo neoclásico guardaba en sus cimientos remodelados una vetusta y prolongada historia de vida que, al igual que el acueducto de Segovia, databa del siglo I d.C Ninguno podría imaginar que fueron los romanos quienes erigieron tal monumento en el último pedazo de tierra conocida en la antigua provincia de Hispania. El día de hoy, es el único faro romano en pie y aún en funcionamiento en el mundo. No por nada fue declarado Patrimonio de la Humanidad, lo que le ha valido con creces ser el símbolo más representativo de La Coruña Su peculiar nombre lo debe a una leyenda que envuelve al faro de misticismo y valor. La historia cuenta que existía un gigante llamado Gerión, rey de Brigantium (antigua Coruña) que forzaba al pueblo a entregarle la mitad de sus posesiones, incluyendo sus hijos. Cansados, los súbditos acudieron a Hércules, quien retó a Gerión en una pelea. Hércules mató a Gerión, lo enterró y levantó sobre él una enorme antorcha. Cerca de este túmulo fundó una ciudad y, como la primera persona que llegó fue una mujer llamada Cruña (o Crunia), puso a la ciudad dicho nombre. Los romanos y su pasado griego han heredado su legado a la posteridad de la urbe, tanto que, de hecho, los coruñenses son a veces llamados herculinos. Dotada de un emblema tan bello y único, La Coruña tiene el poder de conquistar a cualquiera, de la misma forma en que me conquistó a mí Aparcamos el auto y caminamos por el campo, hasta subir la pequeña colina donde se posa el faro, al que pudimos acceder por unas pocas monedas. No hay mucho que ver por dentro, claro está. Pero subir las escaleras de caracol en un edificio de un milenio de antigüedad no tiene comparación alguna. Además, las vistas de la ciudad desde su punta son increíbles El centro de La Coruña está situado en una península en forma de T, unida a la plataforma continental por un estrecho istmo de menos de 1 km de ancho. En uno de sus extremos yace el faro y el acuario de la ciudad, y en su otra punta se extiende el complejo portuario y el antiguo Castillo de San Antón. Esta fortaleza ubicada en un pequeño islote en la Ría de Coruña me recordó por muchas cosas a la Fortaleza de San Juan de Ulúa en Veracruz. Ambas construidas en el siglo XVI; ambas levantadas en un islote para defender la ciudad; ambas sedes de algunas batallas contra imperios enemigos, en especial el imperio inglés, siendo el ataque del corsario Francis Drake el más famoso de todos; ambas convertidas en prisión y más recientemente en museos históricos. La afluencia de turistas aquel día otoñal era bastante pobre, aunque normalmente Coruña goce de un gran número de visitantes, especialmente durante el verano. Seguimos nuestro recorrido, ahora dirigiéndonos a la zona vieja de la ciudad, donde nos reunimos con otro amigo de Dany. Coruña fue prácticamente refundada en el siglo XIII, después de haber sido abandonada debido a los ataques vikingos. Pero la mayoría de las construcciones en su casco antiguo ostentan fachadas de un estilo más modernista, como es el caso de su ayuntamiento y de las coloridas residencias a su alrededor. El centro de La Coruña es también hogar de la primera boutique de Zara del mundo, abierta en 1975. Fue aquí donde vio la luz la mayor empresa textil del mundo, grupo Inditex, que hoy es imposible no conocer, con más de 8 marcas principales en los 5 continentes del planeta. Muchos morirían por comprar en un lugar como éste. Para mí fue un atractivo turístico más al que no presté muchísima atención Cuando el hambre hizo presencia volvimos al piso de Dany. Su madre nos había preparado un platillo gallego por excelencia, que era imprescindible degustar antes de abandonar Galicia. Había ya oído hablar mucho sobre el célebre caldo gallego, pero mis antiguos roomies nunca se dispusieron a cocinar uno para mí. Desde la edad media, las familias gallegas, como muchas otras en Europa, engordaban un cerdo durante todo un año. Antes que llegara el invierno, en el mes de noviembre, se elegía un día específico para la matanza. Era todo un ritual. Matar a un cerdo y prepararlo no debe ser nada fácil (especialmente para gente como nosotros que vivimos en la ciudad). Aquel día se preparaban todas y cada una de las partes del animal para su preparación. Se curtían los embutidos, se salaban los cortes, se ahumaban los intestinos, se vertía la sangre… El final de la matanza solía ser agotador. Así, mientras los hombres luchaban con la inmensidad del cerdo, las mujeres preparaban un caldo para la cena, ocupando los ingredientes recién obtenidos. El caldo gallego hoy se sirve como una entrada de sopa con alubias y repollo, acompañada con un trozo de pan. Fue una sopa muy rica, y no tuve ningún inconveniente en terminarla. El reto vino después El plato fuerte consiste en una costilla de res, una costilla de cerdo, un chorizo y una presa de pollo, todo acompañado con una papa, pan y una copa de vino o agua. Sabía que podría ser mala educación dejar el plato lleno en la mesa, pero mi estómago no aguantaría tal cantidad de carne En casa estaba muy acostumbrado a comer una sola proteína principal por cada comida, sea pollo, sea res, sea pescado o mariscos ¿Pero comer cuatro presas enteras de carne? Definitivamente ese era un platillo invernal, donde la grasa, los carbohidratos y la proteína aportan la energía necesaria para lidiar con el frío A pesar de todos mis esfuerzos, los restos quedaron allí. Y mi estómago estaba a punto de estallar. Sin tratar de ofender a nadie, mis platillos gallegos favoritos serían siempre los mariscos y la tarta de Santiago. Mucho más liviano y sencillo para mí Antes del atardecer Dany y Alba quisieron mostrarme un último lugar al oeste de la ciudad. El Monte de San Pedro y sus parques miradores. En la colina más alta de Coruña, donde solían asentarse baterías de artillería para la defensa de la ciudad, hoy se posa un moderno complejo atractivo para disfrutar de la naturaleza y de las vistas de la ciudad. Es sencillamente el mejor mirador de Coruña, con vistas a la totalidad del municipio de las aldeas aledañas, además de una impresionante vista del horizonte atlántico Los caminos llevan a su centro donde se luce una enorme estructura esférica de cristal llamada la Cúpula Atlántica. Esta moderna semiesfera ofrece servicios multimedia, galerías, productos audiovisuales y materiales interactivos para que el turista, o el local, aprendan más sobre la ciudad. Y desde su punto más despejado se tienen las mejores postales de Coruña, desde donde apreciamos cómo el cielo se teñía de rosa para ocultar a la ciudad en la oscuridad de la noche, mientras el faro herculino comenzaba sus labores como dese hace mil años. Pasamos aquella noche conociendo la vida nocturna de Coruña, y curamos nuestra resaca con una buena comida familiar para celebrar a la abuela, quien cumplía un año más de vida. Pasar mis días con las familias españolas de norte a sur del país me brindaría las mejores experiencias de mi viaje adentrándome en un mundo desconocido del que, lo quisiera o no, mis raíces mexicanas provenían.
  3. Vivir como un Erasmus (estudiante de intercambio) en Santiago de Compostela significaba pasar mis fines de semana en fiestas, reuniones, bares y discotecas con decenas de estudiantes de un sinfín de distintos países, desde Italia e Irlanda hasta Túnez, China y Brasil. El sentimiento es más auténtico cuando dichas fiestas surgían de la nada. Más en Santiago, como en la mayoría de las ciudades europeas, no eran los estudiantes quienes se encargaban de organizarlas. Para eso es que existía la ESN. ESN significa Erasmus Students Network. Y la organización es simplemente eso. Una red de estudiantes Erasmus en Europa. Aunque para ser más específico, sus trabajadores no son estudiantes sino ex Erasmus que decidieron emplearse con ellos. ¿De qué se encargan? Su misión es atender y ayudar a cualquier estudiante intercambista en la ciudad en cualquier cosa que a un foráneo le competa: clases de idiomas, clubs de conversación, búsqueda de apartamentos, y por supuesto, eventos y fiestas Poseer una credencial ESN nos hacía acreedores a descuentos y entradas libres en algunos establecimientos de la ciudad. Pero más allá de las fiestas, la mayoría estaba allí por una razón: los viajes Cada semana o cada 15 días ESN publicaba un viaje nuevo en el grupo de facebook. Su característica más singular era el bajo precio al que nos lo ofrecían Finisterre, Ourense, A Coruña, Pontevedra… Los destinos eran muy variados, e incluían en su mayoría los diferentes condados gallegos, donde visitaban las mejores atracciones turísticas del lugar. Así, mi primer viaje con ESN lo haría a una de las maravillas marítimas de Galicia más conocidas: las Islas Cíes. Se trata de un archipiélago situado frente a la costa de Vigo, al sur de Galicia. Declaradas parque natural, ofrecen al turista espectaculares vistas de la costa atlántica y de la despampanante naturaleza que colma su territorio La cita fue en la alameda central de Santiago temprano por la mañana. Después de una noche de fiesta en casa de los italianos, muchos lucíamos derrotados cubriendo nuestras ojeras con las gafas más grandes que pudimos encontrar. Los dos autobuses se llenaron rápidamente con la multitud de estudiantes que se aglutinaba en la acera, bloqueando el paso de los transeúntes que cruzaban hacia el centro histórico. El viaje duró aproximadamente 1 hora y media, y 90 km al sur de la capital gallega llegamos a la ciudad costera de Vigo, famoso puerto industrial y pesquero y una de las ciudades más pobladas de Galicia. Directamente el bus nos condujo hasta el complejo portuario, donde junto a los largos muelles de madera un catamarán turístico aguardaba a ser abordado. No era el único esperando. Al parecer, varias embarcaciones cubrían la misma ruta día con día, aunque siempre respetando un número límite de visitantes, ya que la explotación masiva de las islas puede dañar su ecosistema endémico La parte superior de la barca se colmó con un tapiz de estudiantes, la mayoría recién llegados a Galicia, pues eran apenas las primeras semanas de clases en España. Así nos aventurábamos a conocer un poco más de la provincia que nos acogería durante nuestro Erasmus Por suerte, el día se tornó soleado, algo raro en las costas del norte de España. Aun así, el verano ya casi terminaba, y el frío viento proveniente de la brisa marina nos hacía saber que un jersey siempre era necesario en estas tierras El catamarán comenzó su travesía. Poco a poco se alejó de la costa y nos permitió admirar la bahía en la que se emplazaba la ciudad de Vigo. De hecho no se trataba de una bahía, sino de una ría, una especie de fiordo o brazo marino que penetra las tierras continentales. Las rías más grandes de Galicia son llamadas las Rías Baixas, o Rías Bajas en español. En la mayoría de ellas se sitúa al menos un puerto comercial. Vigo es el mayor de esos puertos, y la Ría de Vigo es la más profunda y meridional de todas. Las rías gallegas se caracterizan por su costa escarpada irregular, con faros que adornan muchos de sus acantilados y pequeñas playas acorraladas por peñascos de mediana altura. Estos cabos eran conocidos por los romanos por ser considerados las tierras más occidentales del mundo (del mundo conocido hasta entonces). Así, por ejemplo, se fundó la población de Finisterre (finis terrae, o el fin de la Tierra). Navegamos por poco menos de una hora, rumbo al oeste de la ría. Justo a la entrada de la bahía se encontraban las tres pequeñas islas que formaban el archipiélago: Monteagudo, Do Faro y San Martín, o más fácil, la isla norte, del medio y la sur El mar lucía un espectacular y vívido color azul, y mientras más nos aproximábamos a la costa más clara se tornaba el agua de sus playas, dejando ver los caudales en su fondo El barco atracó a orillas de Monteagudo. La isla norte se encontraba ya repleta de turistas que se bañaban en sus olas y aprovechaban el último sol del verano. Los guías nos hicieron desembarcar y nos reunieron en el andén. Tendríamos que estar de vuelta antes de las 5 si no queríamos quedarnos atrapados allí Ellos darían un recorrido guiado para los interesados. La mayoría de nosotros se separó para aprovechar mejor el tiempo a conveniencia de cada uno. Silvia, Corinna y Giulia, tres amigas italianas y yo nos separamos del numeroso grupo para caminar hacia el lado contrario, a la olvidada punta este de la isla, donde a la mayoría no le interesaba ir. Pronto nos dimos cuenta de que el archipiélago era hogar de copiosas colonias de aves marinas, que se paseaban por sus costas pescando su almuerzo y aturdiéndonos con sus graznidos. La punta este carecía de playas, como la mayor parte del atolón. En cambio, su litoral estaba moldeado por un suelo de enormes rocas, que dificultaban levemente nuestro paseo matutino Pero al llegar al extremo del cabo la caminata había valido la pena y las Cíes nos regalaron una bonita y azul postal que me recordaba un poco a las famosas fotografías de Tulum, en México Nos quedamos anonadados un instante ante el peñasco grisáceo y la pequeña playa que se formaba a su lado. Luego de caminar unos minutos sobre la blanca arena regresamos al muelle para encontrarnos con el resto. Desde allí, daba comienzo un largo sendero que se dividía tras el muelle. Uno rumbo al norte y otro rumbo al sur. La ruta más conocida era hacia el ala sur. Todos los caminos que vimos eran peatonales, y era hermoso percatarse de la ausencia de automóviles en el archipiélago Nada mejor para proteger a su delicado medio ambiente. A nuestra izquierda nos topamos con la célebre playa de Rodas, la más grande y visitada de las tres islas. La playa de Rodas fue declarada por el periódico The Guardian como la playa más hermosa del mundo en el año 2007. Su delgada y fina arena blanca y su pureza visual era de admirarse, pero la mayoría de nosotros concordamos que en nuestra vida habíamos sido testigos de al menos una playa más linda que aquella (en mi caso, Huatulco en México). En fin, no había por qué exagerar tanto Dejamos la playa para más tarde y continuamos el camino peatonal, que nos introdujo a la parte boscosa de la isla norte, de la que pronto salimos para cruzar un puente casi natural sobre un montón de piedras. Esta cadena de piedras separaba al océano del lado oeste de una pequeña laguna natural que se formaba en el interior de la isla, justo en la división entre la isla norte y la del medio. La laguna se orillaba al este nada más y nada menos que por la playa de Rodas. Este circuito de arena era prácticamente lo único que mantenía unidos a ambos islotes, sobre todo cuando la marea subía y lograba casi igualar a la laguna con el mar. Una vez en la isla del Faro todo se volvía más vertical Largas pendientes que había que subir, subir y subir. Era entonces cuando agradecíamos haber llevado zapatos cómodos y ligeros Para entonces nos habíamos reunido ya con el resto de las italianas y con Hugo, un estudiante francés. Juntos continuamos el viaje hacia el interior de la isla, sin saber lo que encontraríamos, pues habíamos perdido de vista al guía. Sin darle mucha importancia, el sendero no era nada complicado. Además, a cada paso que dábamos uno u otro del enorme grupo de Erasmus se aparecía a nuestros pies, indicándonos hacia dónde debíamos seguir La orografía de la isla se volvía cada vez más accidentada Así mismo, su terreno se hacía más y más boscoso. Había quien nos decía que, con suerte, podríamos ver alguna liebre o musaraña cruzarse en nuestro camino. Pero los únicos animales a nuestro alcance parecían ser la multitud de aves que sobrevolaban nuestras cabezas, amenazándonos con sus desechos Nos detuvimos en lo que parecía el punto más alto de toda la isla, justo donde muchos se disponían a tomar fotos. Y yo, claro está, no podía quedarme atrás. Mirar abajo era todo un desafío. Los acantilados parecían cada vez más verticales y en sus orillas podíamos observar cómo las olas rompían con mucha mayor fuerza que en el resto del litoral. Finalmente tuvimos una amplia vista del horizonte hacia el oeste. Allá, hacia donde miles de europeos alguna vez se aventuraron a navegar, creyendo que la tierra era plana y que encontrarían el fin con una caída interminable. Este solía ser el fin para ellos, el fin de todos los continentes, el fin de todos los reinos, de todas las tierras por conquistar, el fin de todo el mundo. Aquí, el viento soplaba mucho más fuerte. El océano traía consigo frías ráfagas, confluencia de las corrientes del Golfo y del gélido Atlántico norte. Las lluvias, ventiscas, marejadas y demás inclemencias climáticas golpeaban siempre al lado oeste, creando así las playas y bosques de las islas en las pendientes orientales de las mismas, y dejando en su occidente un paisaje rocoso y desolado que aguantaba cualquier impacto natural. Aquella lejana línea azul vista desde lo alto, que separaba al despejado cielo del tormentoso mar era simplemente hipnotizante, y me regaló un pequeño pero prolongado momento de paz entre los grupos de turistas que brincaban y hacían duckface para elegir el mejor de los filtros disponibles en Instagram Un paisaje así no merecía tal banalización Mirando de vuelta al norte aparecía nuevamente la isla Monteagudo en todo su esplendor, dejando al desnudo la pequeña y frágil franja de rocas y tierra que la conectaban con nuestra isla. Y entre ambos bordes, la azul laguna repleta de algas y musgos marinos que coloreaban el encuadre con un vivaz verde agua. Al fondo se asomaba la costa gallega y el cabo que daba comienzo a la Ría de Vigo y al resto del territorio gallego. Con la mejor de las vistas comenzamos a bajar para disfrutar lo que quedaba de nuestro soleado día en la playa más hermosa del mundo. ¡Qué va! Quizá la mejor de Galicia y ya está Con el sudor en mi frente quise refrescarme un poco en el mar. Pero apenas puse un dedo dentro del agua azul turquesa y la totalidad de mi pierna se congeló Entonces me di cuenta que todos los niños, turistas, y por supuesto, estudiantes que se bañaban en sus playas tenían la pinta de ser europeos. Para ellos esto era el paraíso Las playas de Polonia, Irlanda, Gran Bretaña, Alemania, Dinamarca o Suecia no les permitían darse un chapuzón, casi ni en mitad del verano. Por ello un par de grados menos en su temperatura era un regalo maravilloso para sus blancos cuerpos. Pero no para mí ¡Con las playas mexicanas no tenía necesidad de sufrir una hipotermia! Así que mejor me quedé en la arena tomando un poco de sol que semanas después empezaría a echar de menos cuando el otoño llegara y trajera consigo los monzones de Santiago. Así terminó mi primer viaje con Erasmus, y mi primera aventura para conocer un poco más de la bella Galicia Pueden ver el resto de las fotos en el siguiente álbum:
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