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  1. Me gustaría combinar mi viaje a París con algún otro destino de Francia y si es posible que fueran pueblos. Qué pueblos de Francia recomiendan para conocer y qué cantidad de días visitar cada uno de ellos?
  2. Para el segundo día en Chiapas habíamos modificado un poco los planes; es la ventaja de viajar sin restricciones. Cuando volvimos a San Cristóbal de las Casas el día anterior, mis amigos se habían topado con el negocio de una gringa mientras yo compraba un traje para mi mamá. Esta mujer extranjera (que no hablaba español) se dedicaba a rentar scooters y motocicletas de todo tipo. Cuando me reencontré con ellos, me hablaron del itinerario que la gringa les había recomendado si le rentábamos los vehículos. Se trataba de una visita a los pueblos mágicos alrededor de San Cristóbal. Sin más, aceptamos la propuesta. Al siguiente día desayunamos un atole de arroz y un tamal, como de costumbre, y acudimos al local de la señora para salir temprano hacia nuestra travesía. Cuál sería nuestra sorpresa al descubrir que no sólo los mexicanos somos impuntuales (fama que ha acaecido en la cultura popular, sin importar cuál impuntual sean las otras nacionalidades). El local estaba cerrado. Llamamos por teléfono y enviamos mensajes a la chica, quien nos respondía: “Someone should be there soon. Please wait”. Sin otra opción, esperamos por casi una hora fuera del negocio, no sin antes tomar un café en la cafetería del frente. Rentamos 2 scooters, pagando cerca de 450 pesos mexicanos por cada una (unos 33 dólares). Así que no fue muy caro, sabiendo que cada uno pagó unos 20 dólares, incluyendo gasolina, y la moto era nuestra por el resto del día. Nos pusimos nuestros cascos y partimos rumbo a la aventura. Guillermo y Dany eran los conductores designados, quienes con poca o nula experiencia en motos nos llevaron a Sonia y a mí a sus espaldas. Por supuesto, nunca dejé de sostener mi cámara en mano para grabar a Daniel y tomarnos fotos. Después de unos minutos en la carretera empecé a arrepentirme de haber usado una bermuda aquel día, ya que el gélido viento otoñal penetraba mis piernas, a pesar del sol de mediodía sobre nosotros El paisaje de Chiapas es semi-montañoso, y en la zona oeste no es tan verde como en la selva de oriente. Los pastos son más áridos y el clima es más seco. En invierno se pueden llegar a temperaturas por debajo de los 0 grados. Después de poco rato perdidos en la autopista errónea, llegamos a San Juan Chamula, un pueblo mágico a 10 km. de San Cristóbal. Ésta población adquiere una fama significativa al ser uno de los pueblos indígenas más autóctonos del sur del país. Más del 90% de sus habitantes son descendientes de los tzotziles (de origen maya). Cuando llegamos, mientras buscábamos dónde estacionar las motocicletas, un numeroso grupo de niñitas tzotziles corrieron hacia nosotros ofreciéndonos todo tipo de prendas y accesorios: bufandas, pulseras, cinturones, collares, etc. Esto es muy común en todo Chiapas; de repente uno se ve rodeado de niños vendedores. Era difícil decirles que no a todas: “No he comido en todo el día. Por favor, cómprame una bufanda, te la dejo barata”. Antes de poder decir que no, una pequeña se escabulló entre las demás y amarró una pulsera a mi muñeca sin que yo me diera cuenta. Lo mismo pasó con mis compañeros. “Es un regalo de nosotras porque ustedes están muy guapos”. Vaya forma de estafarnos jaja. No quisimos ser groseros con ellas, así que hicimos un trato. Les dijimos que cuidaran nuestras motocicletas mientras estaban vendiendo. Cuando regresáramos, les compraríamos una prenda y la pulsera que nos habían “regalado”. Nos preguntaron nuestros nombres y aceptaron la oferta. “Aquí te espero Alexis; aquí te espero Daniel”. Después de negociar con las pequeñas (nunca había hecho algo parecido ) caminamos hacia la única iglesia del pueblo. Desde entonces nos dimos cuenta de lo difícil que sería tomar fotografías y grabar en ese lugar, pues la gente es muy supersticiosa y se espanta fácilmente con una cámara o un celular. Así que fuimos muy discretos. La iglesia de San Juan Chamula es una de las cosas más interesantes que he visto en mi vida: los misioneros españoles construyeron este templo para evangelizar al pueblo indígena a la religión católica. No obstante, sus planes no salieron como lo esperaban. Antiguamente existían dos iglesias en el pueblo, pero una se cayó durante un terremoto. Los habitantes pensaron que los santos no habían cuidado bien del templo, así que tomaron sus estatuas, les cortaron los brazos y los colocaron a los costados del templo central (como forma de castigo), incluyendo a la Virgen de Guadalupe y a Jesucristo. Ahora creen que los santos reflejan la maldad. De esta forma, la iglesia no tiene un altar, no posee bancos ni asientos. Nadie venera a los santos católicos. Un señor nos dijo que solamente hay un sacerdote que da una misa los domingos, y que el único sacramento que adoptaron los tzotziles fue el bautismo. Cuando entramos al templo, no nos dejaron tomar fotos ni grabar. Había varios grupos de indígenas hincados formando un círculo sobre un montón de paja que habían colocado en el suelo, rodeados de muchas velas. Hablaban en su dialecto, por lo que no entendíamos nada de lo que decían. Algunos tomaban un pollo por las patas y se lo pasaban alrededor de sí mismos. Un señor nos explicó que es su forma de limpiar el alma. El pollo absorbe todas las malas vibras, y al final lo matan para deshacerse de ellas. Nos dimos cuenta que aquella iglesia que por fuera parecía ser un templo católico común y corriente no era más que el lugar donde los indios llevaban a cabo sus ritos sagrados que, muchos creen, siguen vivos desde la era maya. Incluso, la cruz que se erige en su patio no es una cruz cristiana, sino el árbol de la vida de los mayas. Se diferencia del símbolo cristiano por tener una base de escalones (que representan los niveles del supramundo, o el mundo de los vivos). Su estructura data de siglos antes de la llegada de los españoles. Su parecido con la cruz cristiana es increíble, pero en realidad la forma intenta asemejarse al árbol de ceiba (en dialectos mayas wacah chan o yax imix che), oriundo de las selvas del sureste mexicano y Centroamérica, el cual los mayas adoraban como al árbol de la vida. Es por eso que esta cruz aparece cubierta de raíces y ramas. Anonadados por la mezcla cultural de este mágico entorno, dimos una última vuelta por las calles y el mercado local, cuya pobreza es desafortunadamente común en esta zona del país. Regresamos por nuestras motocicletas y encontramos a las niñas ahí paradas, que habían cumplido su promesa con satisfacción. Les dimos unas mandarinas que habíamos comprado en el mercado, para que pudieran comer algo. Compré un cinturón a una de ellas y conservé la pulsera que me había amarrado al brazo, cumpliendo así nuestra parte de la promesa. Después de darles las gracias, regresamos a nuestro camino. Recorrimos un poco algunos de los pueblos aledaños, sin hacer paradas muy prolongadas. Decidimos retornar a la dirección opuesta, al este de San Cristóbal, pues nos habían habado de unas cuevas que prometían ser buenas. Recargamos un poco de gasolina cuando nos vimos de nuevo en San Cristóbal de las Casas. Lo pasamos de largo y nos sumergimos en una autopista montañosa con mucho más tráfico que en la anterior carretera. De pronto comenzamos a vernos rodeados de bosques de coníferas; es increíble cómo los ecosistemas cambian tan drásticamente sus límites. Unos 10 kilómetros adelante, llegamos a las Grutas de Racho Nuevo. Es un sitio bastante turístico, pues más allá de las cuevas hay zonas de picnic, camping, juegos infantiles, caballerizas, restaurantes y tiendas. Dejamos las scooters en el estacionamiento y entramos a las cuevas, de forma gratuita. La gruta tiene las típicas formaciones rocosas de subsuelo abierto: estalactitas y estalagmitas por todos lados. Para el ingreso a los turistas hay un camino con vallas iluminado artificialmente, por supuesto. La humedad se siente a lo largo de todo el corredor de piedra y el frío empieza a hacerse más crudo al introducirse cada vez más. Llegamos al fondo del camino y volvimos. El hambre comenzaba a jugarnos malas pasadas en la panza. Sonia y yo practicamos un poco con las motos, aprovechando el campo abierto del parque, libre de automóviles. Regresamos a la autopista y retornamos hambrientos a San Cristóbal, donde antes de volver con doña Carmelita, comimos un pollo asado con tortillas y salsa picante. Nada mejor para saciar el estómago. Les dejo el link con la parte de las fotos: Y la primera parte del capítulo 7 de Un Mundo en la Mochila de mi amigo Daniel, donde pueden ver lo acontecido en este relato y el anterior grabado en video en HD y a todo color
  3. Al término de nuestro semestre juntos en la Ciudad de México, fue muy triste despedirnos y decir adiós. Algunos de mis amigos partían a casa, uno incluso se quedaría a vivir en D.F. El día de mi cumpleaños hicimos una cena de despedida con un intercambio de regalos navideño, y al amanecer tres de mis amigos y yo volvimos a hacer nuestras maletas para partir por la noche a nuestro último viaje: Chiapas. La aventura comenzó desde el D.F., cuando nuestra compañera Sonia no se aparecía por ningún lado (nos dijo que estaba ayudando a unos compañeros de clase a grabar un video por última ocasión). Guillermo, Dany y yo, después de atravesar el exasperante tráfico, llegamos a la estación de autobuses cinco minutos antes de que saliera el bus. Incluso nos dio tiempo de comer algo rápido, pues el viaje se atrasó un poco. Después de mandar innumerables mensajes de texto a Sonia , abordamos el ómnibus sin ella y éste dio marcha. Avanzados apenas unos 10 metros Sonia nos marcó y nos dijo que ya había llegado en un taxi. Le dijimos al conductor que se detuviera, pero hizo caso omiso Nos dijo que la única solución era que Sonia abordara el bus en la siguiente estación (Santa Martha) en el Estado de México. Sin más, Sonia no tuvo opción y dijo al taxi que siguiera al bus hasta su parada (literal, como en las películas “¡Siga a ese coche!”). Más de media hora después, el bus se detuvo y Sonia lo abordó, no sin antes pagar más de 400 pesos (poco más de 30 dólares) al taxi. Realmente pagó lo mismo al taxi que por el viaje hasta Chiapas. Al final, todo salió bien 12 horas pasamos en el viaje nocturno y arribamos a la ciudad de San Cristóbal de las Casas, que sería nuestro campamento central en Chiapas. Nunca creí que el clima fuera tan frío; aunque ya casi entrábamos al invierno, el sur del país no suele ser tan fresco. Cubrí mis manos, cuello y cabeza con todo lo que pude para poder caminar en esa mañana helada y encontrar un hostal barato donde dejar las cosas. La elección fue La Casa de Carmelita. Esta acogedora posada fue una buena elección. Por $125 la noche por persona (unos 9.5 dólares) dormimos en una habitación para nosotros cuatro. Agua caliente, camas cómodas y calientitas, aparte de una terraza y comedor comunitarios gigantes y con vistas increíbles Además, éramos casi los únicos huéspedes en la casa. La señora (Carmelita) fue muy amable y nos hizo muchos favores más adelante, así que les recomiendo hospedarse aquí. Después de una ducha y de reposar un poco, dedicamos el día a conocer la ciudad de San Cristóbal. Es una ciudad bastante pequeña, y ostenta el título de Pueblo Mágico de México, por su arquitectura bien conservada y sus manifestaciones culturales. San Cristóbal, como el resto de Chiapas, es hogar de cientos de poblaciones indígenas del sur de México, descendientes de los mayas. Sin algún mapa como referencia, caminamos sin rumbo y nos topamos con el ex convento de Santo Domingo, que ahora se exhibe como un museo de historia. En una de sus salas pudimos curiosear los textiles indígenas que se mostraban en las vitrinas; de pronto, una guía apareció y nos ofreció una explicación sobre las vestimentas. Aceptamos, pues esta guía era una miembro auténtica de la comunidad indígena tzotzil. Además de los magníficos y coloridos tejidos, nos vimos interesados en conocer toda su cultura, e hicimos algunas preguntas sobre su vida como indígena en las ciudades modernas. No hace falta decir que no todo es bonito para ellos; como en Oaxaca, en Chiapas también se mira la pobreza. Sus calles están colmadas de pequeños indios vestidos con sus trajes típicos y vendiendo todo tipo de producto: artesanía, ropa, comida… La mayoría de ellos son niños, y le rompen a uno el corazón al escucharlos decir: “no he comido en dos días, cómprame algo, se lo dejo barato”. Quisiera haber podido comprarles a todos ellos, pero el dinero no me dio para tanto. Aún así, cada que pude les regalaba algo de comida. El centro de San Cristóbal tiene mucha vida. Es un sitio donde llegan muchos turistas, y varios de ellos han fundado algún negocio y se han quedado a vivir; así que es común mirar a un rubio europeo o gringo ofreciendo servicios de viaje o vendiendo algún producto. Por ello se le considera una ciudad cosmopolita. Cruzando el centro histórico, llegamos a un cerro y subimos a la cima, donde hay una iglesia. Desde allí se tienen algunas vistas bonitas de la ciudad, aunque comúnmente obstruidas por los árboles. Muchas zonas del pueblo estaban adornadas con motivo del cumpleaños de la Virgen de Guadalupe (de la que hablé ya en un relato: De vuelta al hostal comimos algo por el camino. Pasamos un rato en la terraza, con la vista de la ciudad a nuestras espaldas. Saqué algunos cuetes que había traído desde México (ilegales en algunas zonas del país, pero para mí muy inofensivos y la manera perfecta de divertirme en temporadas navideñas ). Luego de prenderlos, tomamos unas cervezas en el comedor y nos fuimos a la cama. Al siguiente día, salimos temprano hacia la estación de combis. En la esquina de la carretera nos topamos con una señora que vendía tamales y atole de arroz, algo muy común en México para el frío. Compramos el combo para desyaunar, y después nos hicimos adictos a ellos; fue nuestro desayuno de todos los días. Satisfechos, compramos nuestro ticket al pueblo de Chiapa de Corzo, desde donde salen las lanchas a uno de los principales destinos naturales de México: el Cañón del Sumidero. Este cañón es el más grande del país y de los más altos del mundo, llegando a medir más de 1 km de altura. Sus acantilados fueron dibujados por el río Grijalva. Es en la deriva de este curso fluvial donde navegan las barcas que parten de Chiapa de Corzo. Es la única manera de conocer el cañón; nosotros quisimos hacerlo por nuestra cuenta, pero fue imposible, así que nos unimos con un grupo de turistas y zarpamos en la lancha. Los primeros minutos navegamos a la orilla del pueblo, y luego sobre manglares y plantas marinas. Poco tiempo después comenzamos a divisar a nuestro frente los cuerpos de roca que se elevaban a los costados del río. Nos movimos hacia la proa de la embarcación para poder grabar los videos sin que se viera la gente y para tomar algunas fotos, aunque era difícil con tanto movimiento. El cañón es simplemente magnífico. Me sentí diminuto ante su inmensidad. En los sitios más estrechos sentí el vértigo de cómo ambas montañas podían colapsar sobre mi cabeza; por supuesto, es algo muy improbable. En algunas zonas con la costa al nivel del río reposaban los buitres, que extendían sus grandes alas como posando hacia nosotros. También había algunos cocodrilos. Entonces entendimos por qué no nos dejaban nadar en el río. A mitad del recorrido paramos en uno de los atractivos, el árbol de navidad. Es una formación rocosa con musgo verde que tiene la forma de pino navideño, y por el que cae una pequeña cascada en temporada de lluvias; como era temporada seca, sólo caían algunas gotas. También hay algunas cuevas que se forman bajo las montañas. Existe una leyenda que cuenta que los pueblos indígenas de la zona se lanzaban desde lo alto del cañón para morir al caer al río o las rocas; esto, porque preferían morir a ser conquistados por los españoles. El Cañón del Sumidero aparece, incluso, en el escudo del estado de Chiapas. El recorrido terminó al llegar a una presa, donde la barca da la vuelta y regresa al pueblo por el mismo camino. Una vez en Chiapa de Corzo, comimos en el mercado y recorrimos la Plaza Central, donde ya se veían los adornos navideños por doquier. Tomamos nuestra combi de regreso a San Cristóbal. Regresamos al hostal a descansar un poco, y por la noche salimos a conocer la vida nocturna de la ciudad. Cabe decir que es bastante chula. Como dije, es el centro turístico más activo del sureste de México, por tanto, sus calles se atiborran de jóvenes viajeros en busca de una cerveza o una copa para seguir la fiesta. Bares, cafeterías, restaurantes, lugares con música en vivo. Nosotros optamos por comer una pizza en un restaurante, acompañada por una copa de vino caliente (nunca lo había probado, pero con ese frío otoñal se antojaba muchísimo). Eran nuestros primeros días en Chiapas y aún nos faltaba recorrer mucho. Aquí les dejo el link del álbum con la primera parte de las fotos:
  4. Nos encontramos en la estación de Figaró, un pequeño pueblo anclado a los pies del Montseny, en provincia de Barcelona. Quizás os suene el nombre del municipio por haber leído alguna noticia de su admirable forma de gestión, que ha logrado ser un ejemplo real de democracia participativa y abierta, donde los habitantes de la pequeña localidad deciden a que destinar parte del presupuesto anual. Puede sonar a utopía pero es cierto y al parecer cada año funciona mejor. La participación ciudadana es activa, critica e independiente, por ello en algunas ocasiones las decisiones tomados no concuerdan con las del alcalde y este se ve orgullosamente "obligado" a acatar las decisiones de sus conciudadanos, como él mismo dice: Otro de los atractivos de Figaró, razón por la que ahora nos encontramos en la pequeña estación de Rodalies, son las rutas y senderos que recorren el municipio. Algunos de los más conocidos son: Itinerario del Congost, Las Fuentes del Municipio, Ruta dels Arbres de Vallcàrquera y el Itinerario a Tagamanet. Nosotros vamos a agrupar estas dos últimas rutas para luego decender por el GR-5 hasta Aiguafreda. Atravesamos el pequeño puente que cruza el río Congost y nos desviamos a la izquierda por la calle de Ribes. Pasamos por delante del Ayuntamiento, del hotel, algún que otro bar, panaderías y pequeños comercios hasta llegar al final del pueblo donde, después de cruzar el riachuelo de Vallcàrquera, encontramos el camino bien señalizado de la Ruta dels Arbres (árboles) de Vallcàrquera. Como bien indica el nombre de este sencillo itinerario, es ideal para organizar excursiones con niños y aprovechar la ocasión para aprender a conocer los árboles que caracterizan esta zona del Montseny leyendo el nombre de los mismos en los carteles que encontramos al pie de los árboles más característicos. Entre la flora del Vallcàrquera podemos encontrar castaños, avellanos, robles, pinos, encinas, chopos, fresnos, alisos, almeces, ciruelos, saúcos y otros árboles típicos de la vegetación ribera o bosque de galería de montaña. El camino esta muy bien señalizado, unicamente hay que seguir la dirección de las franjas blancas y amarillas (senderos de Pequeño Recorrido, PR) y tener cuidado de no continuar por el sendero señalizado con las dos franjas en cruz a pesar de que el camino erróneo resulte tan atractivo como en esta ocasión Al poco llegamos a la fuente de la Noguera Punxeguda, dejando rienda suelta a mi imaginación puedo entrever como antaño se reunían a descansar los ancianos apoyados en el murito de la fuente, manteniendo el bastón entre sus nudosas manos mientras escuchaban el suave gorjeo del agua y el trinar de los pájaros. Los pequeños saltos de agua y las numerosas pozas del riachuelo nos invitan a fotografiar y filmar cada nueva curva del camino. Las señales nos convidan a cruzar el Vallcàrquera, abandonando el precioso sendero que bordeaba el arroyo y a seguir por una pista asfaltada, por suerte poco transitada. Tras unos minutos caminando por la prácticamente anónima carretera llegamos a la Font del Molí o fuente del molino. El agua sale clara y fresca y aprovechamos para mojarnos la cara y eliminar así los últimos recuerdos de la ciudad. Tened en cuenta que es la última fuente del itinerario, la próxima se encuentra en el pequeño pueblo de Aiguafreda, al final del recorrido. La pista continua entre bonitas masías con jardines y campos. Uno de los huertos consigue, a través de su extravagante decoración, captar nuestra incrédula mirada... desconocemos el mensaje que ha querido transmitir el propietario del singular huerto pero sin duda es desconcertante. Dejamos atrás las extravagancias o quizás una suerte de mensaje reivindicativo en defensa de la libertad y, erróneamente, seguimos nuestra ruta. Digo erróneamente porque cuando llegamos a casa me doy cuenta que justo detrás de esta masía se encontraba la iglesia de Sant Pere de Vallcàrquera del siglo XVII. A medida que nos alejamos del curso del riachuelo la vegetación va cambiando y enormes arbustos de ginesta florecida invaden los costados de la carretera. Pocos metros más adelante hay un cruce donde tendríamos que haber tomado el desvió de la izquierda para abandonar la Ruta dels Arbres de Vallcàrquera y encaminarnos en dirección al Tagamanet pero en su lugar hemos seguido recto hasta llegar a la pequeña casita de Can Matamoros. Para retomar nuestra ruta decidimos recortar por un pequeño sendero que pasa entre campos cultivados y viñas hasta llegara a La Rectoría, una casa de colonias y actividades para niños. Poco después de la pendiente de la Rectoría inicia la pista forestal que sube hasta lo alto del Tagamanent (1055m). A partir de aquí el sol, que hasta ahora nos acompañaba a intervalos, se despide por completo esperemos que al menos no decida llover... Mientras ascendíamos el primer tramo del camino nos hemos cruzado con varios grupos de BTT, MTB o ciclomontañistas que bajaban a toda velocidad pasándoselo en grande Las vistas del Congost (desfiladero) de Figaró son preciosas e invitan a planear una futura excursión por la zona. Proseguimos nuestra marcha por la amplia pista forestal, el desnivel es considerable aunque no resulta ningún impedimento para la gran mayoría de senderistas de todas las edades que cada fin de semana visitan esta zona del Montseny. Si os fijáis en las dos últimas fotos percibiréis que a medida que vamos ascendiendo el color de la tierra se va tornando cada vez más rojosa resaltando aun más los colores de la primavera. Cuando uno camina despacio tiene el tiempo de ver los pequeños detalles que otros pasan por alto... Por eso no me suele gustar mucho practicar trekking en grupo, aunque en algunas ocasiones puede resultar divertido soy una persona demasiado curiosa para limitarme a seguir la marcha sin distraerme mirando a mi alrededor. Llevamos aproximadamente 40 minutos subiendo y en estos momentos agradecemos que el sol haya decidido no acompañarnos... Hemos alcanzado la altura de Can Coll un gran agriturismo abandonado que disfruta de unas inmejorables vistas pero que su tamaño lo deben de haber vuelto ingestionable... Como ya he comentado alguna vez, amo los senderos pequeños que me permiten mantener un contacto más estrecho con la naturaleza que me rodea, donde la anchura del mismo sea a medida humana y no de coche. Y a pesar de que esta pista forestal en concreto es bonita y su “mal estado” prácticamente no permite el paso de coches no acaba de enamorarme y me entretengo fotografiando las flores silvestres y sus bichitos Hemos llegado a un cruce de caminos y no tenemos muy claro por donde debemos continuar, suerte que a lo lejos ya se ve el campanario de nuestro destino, el camino de la izquierda desciende según las indicaciones a Tagamanent... consultando el pequeño mapa del Montseny (el gratuito no el topográfico) deducimos que realmente desciende a Tagamanent pueblo por lo cual queda descartado, aunque @Avani no lo tiene tan claro pues no estamos seguros a que altura del recorrido nos encontramos y en el mapa solo hay trazados dos caminos no tres... Pero bueno apostamos por abandonar el desvió a la izquierda y centrarnos en decidir si tomamos el camino de la derecha o el del centro. El de la derecha es seguramente el correcto, peeero el del centro es un senderito de lo más atractivo y tanto Avani como yo tenemos ganas de perdernos entre los árboles y alejarnos de lo preestablecido... Poco a poco el sendero se estrecha hasta llegar a una bifurcación donde un montículo de piedras nos indica que hay que seguir por la derecha, al parecer es realmente el camino correcto porque por seguridad hemos dado unos pasos por el otro desvió y este parecía que se perdía en un precioso prado que invitaba a hacer una pausa e incluso comer, lástima que @Avani a dicho que no, que comemos en lo alto del Tagamanent... En ciertos momentos el precioso camino es traicionero e invita a perderse, como por ejemplo cuando se llega a un encantador rincón donde enormes bloques de pizarra medio desprendida te hacen continuar por la izquierda en lugar de la derecha como hemos visto hacer a una familia que justo pesaba en ese momento por allí, curiosamente son los únicos senderistas que nos hemos topado a lo largo de esta bonita ruta alternativa. El caso es que nos encontrábamos en un dilema, retroceder y tomar el desvió justo o internarnos y probar suerte... exacto hemos seguido por nuestro casi imperceptible senderito hasta llegar a un murito de casi dos metros que nos cortaba el paso, no hay remedio hay que "escalarlo", buscamos el punto más bajo yyy para arriba Otros dos punto memorable del camino son las vistas que aparecen tras una de las subidas con más desnivel y en lo alto de la montañita cuando atraviesa un precioso bosque de jóvenes y retorcidos robles. Hemos llegado a los pies del Tagamanent y un frío e intenso viento nos da la bienvenida. Tras visitar rápidamente la torre en ruinas, y comprobar que no sirve para repararse del viento, decidimos que antes de ascender hasta la cima buscamos un refugio donde comer nuestros más que merecidos bocadillos. Esta vez he preparado unas buenísimas pitas rellenas de hamburguesitas de lentejas naranjas, sésamo, ensalada, tahini, tomates cherry y rúcula mmmm que buenas Solo queda quitarme los zapatos y disfrutar del contacto de la fresca hierba en "nuestro" pradecito. No os perdáis la continuación del relato donde hablo de la cima del Tagamanent y la vuelta a Aiguafreda por el precioso sendero GR 5:
  5. Salí de viaje con la idea de combinar naturaleza y tranquilidad. Para ello, elegí la provincia de Corrientes. Una provincia en la que sólo había estado de pasada en ocasiones anteriores cuando a visitar las Cataratas del Iguazú o el vecino país de Brasil. Corrientes, es una provincia muy linda con muchos puntos interesantes para recorrer como Goya ciudad que la llaman la “Petit París” por la gran cantidad de visitas europeas que recibió, Mburucuyá con su magnfico Parque, la ciudad capital y la lista podría seguir. Además hay carnavales y lugares donde se puede vivir la vida de campo, es decir, alojamientos rurales. Pero como en todo viaje, hay que elegir qué conocer, por dónde empezar. En este viaje por Corrientes (y digo este porque pienso volver en algún momento) conocí los Esteros del Iberá y la localidad de Empedrado. Una combinación que para muchos resultará extraña o poco convencional. Viviendo la magia en Esteros del Iberá Para conocer los Esteros del Iberá paré unos pocos días en Colonia Carlos Pellegrini. Pellegrini es el punto que recomienda mucha gente para hospedarse por la cercanía con los Esteros, es un pueblito chico con gente sumamente encantadora que pasea sin preocupaciones y donde la inseguridad parece no existir. Este pueblo es ideal para hacer base y conocer los Esteros, pero eso sí, doy algunos consejos… Antes de ir, pasen por el banco y lleven todo lo que vayan a necesitar, también cosas por las dudas. Allí no hay cajeros ni farmacias, hay muy pocos locales y cosas. Les doy un ejemplo, hay solamente cuatro lugares para comer, se sirven platos sencillos pero muy ricos, parecen caseros. Visto así parece un lugar poco recomendable para ir, pero la cuestión es que Empedrado es muy lindo para despejarse del bullicio de la ciudad y conocer un modo de vida distinto al cual estamos acostumbrados quienes vivimos en ciudades grandes. Luego de una noche de descanso me levanté temprano y me preparé para el tan ansiado paseo por Esteros del Iberá. Fui provista de bastante agua y repelente, para hacer la excursión en compañía de un guía al cual habíamos contratado previamente. Yo ya sabía que me iba a encontrar con un panorama sorprendente y excepcional, pero una cosa es ver fotos y otra muy distinta es estar en el lugar. Es realmente impresionante, es un paseo que recomiendo especialmente para quienes desean estar en contacto con la naturaleza. No vayan a olvidar la cámara de fotos… ¡Las postales son únicas! Aprovechamos el día para hacer algo de caminata pero también para dar un paseo en canoa. Se puede ver de todo. Lo que más me llamó la atención fueron las aves. Según nos comentó el guía allí existen más de 350 especies. Otra cosa interesante que nos comentó el guía es que los Esteos, son uno de los humedales más importantes en el planeta por la gran biodiversidad que allí se encuentra. Entre explicaciones y paseo fui sacando varias fotos y por supuesto no me privé de sacarle una foto a uno de los representantes más significativos de esta zona: el yacaré. Después de disfrutar de la magia de los Esteros y sus animales, al llegar el atardecer momento soñado, después de contemplarlo emprendimos la vuelta hacia Pellegrini, un poco cansados por el paseo pero muy entusiasmados. Les recomiendo que si van a visitar Los Esteros vayan en primavera, en otoño llueve mucho y en verano el calor es excesivo. Entre barracas: Empedrado La siguiente parada (y lamentablemente última) fue en Empedrado, un pueblito ubicado muy cerca de la ciudad capital. Es un punto al que se lo recomienda visitar a modo de excursión, pero yo preferí pasar unos días distintos y parar allí. Siempre acostumbro a parar en las capitales, pero esta vez quise variar. Es un lugar sumamente tranquilo, ideal para relajarse. El estilo apacible de vida de este lugar no implica que no haya puntos turísticos para visitar o nada para hacer. Es más suele haber eventos como congresos y Fiestas Provinciales. Pero volviendo a mi paso por Empedrado… Uno de los puntos más lindos que tiene es el balneario municipal ubicado a orillas del río Paraná .Aquí se levantan unas llamativas barrancas de una coloración rojiza muy particular que nunca antes había visto en otro lugar. Muchas personas aprovechan este entorno natural para disfrutar de los deportes náuticos. Yo esta vez opté por caminar con la compañía de mi cámara de fotos. Es que realmente es sorprendente, algunas de las barracas alcanzan hasta los 50 metros de altura. Parece un espacio lunar, algo de otro planeta, algo bastante complicado de describir en palabras. Y fue luego de dar este paseo cuando comprendí porque el pueblo lleva el apodo de “Perla del Paraná”. Apodo que lo lleva con orgullo y que está muy bien justificado. Que puedo contarles de la ciudad…Es como dar un paseo en el tiempo. Sus calles invitan a remontarse al pasado, allí se levantan antiguas casonas que aún conservan su estilo tradicional. El origen de esta localidad se remonta a varios años atrás, según me informaron al siglo XVII pero están muy bien conservadas. Aún está presente al antiguo cartel sobre las vías que dice “Empedrado” el cual el paso del tiempo en estas tierras. Deje la provincia de Corrientes recordando las aves que había visto, las postales, las altas barrancas, la tranquilidad de la gente, las construcciones históricas…
  6. Creo que no hay nada que me apasione tanto como viajar (bueno tal vez escribir, pero para ello tengo que viajar) por eso, cada vez que tengo la oportunidad de hacerme una escapada o tomarme unas vacaciones, no lo dudo ni por un segundo. Me gusta armar un viaje todos los veranos, especialmente entre febrero y marzo para evitar las concentraciones de gente y la congestión de tránsito de los meses de diciembre y enero. Afortunadamente, tenía unos días libres en febrero, así que comencé a buscar un lugar no muy lejano de mi ciudad (Mar del Plata), para llegar rápido y aprovechar lo más posible las tan ansiadas y esperadas vacaciones. Luego de pasar por la difícil decisión de “¿A dónde voy?“, el destino elegido fue Colón, una localidad con aire de pueblo pero a la vez turística, ubicada en la provincia de Entre Ríos a orillas del río Uruguay. Después de unas doce horas de viaje en micro con escala en la Ciudad de Buenos Aires, llegué a destino. Debo confesar que afortunadamente se me pasó bastante rápido el viaje. De todas formas, no eran muchas horas. Apenas unas doce horas, pero como salí de noche se me hizo más corto. Otra cosa que debo admitir es que, al llegar me invadió una sensación rara, de desolación. Sentía que me había equivocado de lugar, que había elegido mal… Yo sabía que no era una gran ciudad (en cuanto a su extensión), que era un tranquilo pueblo, pero mi primera impresión fue la de un lugar sin nada para hacer ni nada para ver. Pero, afortunadamente esta percepción negativa y de desconcierto desapareció pronto, al empezar a caminar por la calle principal. Sobre esta calle se despliegan varios locales comerciales y también gastronómicos. Tuve que hacer un alto para almorzar y reponer energías, para luego seguir mi rumbo hacia la costanera. Qué decir de la costa… La costa de Colón es muy pintoresca, tiene varios kilómetros que invitan a caminar y relajarse. Soy amante de las caminatas, por lo que me encantó. Sobre todo porque al atardecer no refresca. El sol se estaba ocultando tímidamente mientras yo seguía pasando a la orilla del majestuoso río Uruguay. Aquí, el río es la referencia de todo y también es el mayor orgullo de los habitantes. Quienes viven en Colón, dicen que no hay otro igual, que ni siquiera el río Paraná se asemeja y yo creo que tienen razón… Hice un alto en la Oficina de Turismo, para buscar folletos y hablar con la gente que trabaja allí. Visitar este tipo de lugares siempre me ha resultado interesante y es uno de los puntos de paseo obligado en mis viajes. Aquí, el edificio donde se encuentran los informes turísticos, es una antigua construcción que anteriormente funcionaba como estación fluvial. Era el punto donde se recibía a los antiguos colonos europeos. Sí, un sitio cargado de historia y también de encanto. La construcción como podrán apreciar en la foto es muy llamativa y forma una postal única. Antes de viajar para la localidad de Colón, cómo me es costumbre, había estado averiguando por teléfono lugares donde parar. Al comunicarme, los dueños del hotel me dijeron que unos pocos días antes de la fecha en la que yo tenía planeado viajar se realizaba una importante fiesta, la Fiesta Nacional de La Artesanía. Luego de “googlear” algo de información, hice una pequeña modificación en la fecha de viaje para poder ir a la Fiesta y puedo decir que el cambio valió la pena. La Fiesta es todo un acontecimiento tanto para los lugareños como para los turistas. El lugar donde se realiza es en un gran parque, conocido como el Parque Quiróz. Es sorprendente la cantidad de stands de artesanías que allí se encuentran. Las hay de todo tipo y color. Hay adornos, carteras, prendas, souvenires, dulces caseros, quesos y la lista podría continuar indefinidamente, pero prefiero no aburrirlos y que un día vayan ustedes mismos a ver todo lo que hay allí. Por supuesto que no perdí la oportunidad de comprar recuerdos para llevarles a mis amigas y a mi familia, bueno y también algún recuerdo para mi humilde colección de “recuerdos de mis viajes”. Este paseo me llevó un buen tiempo. Es posible estar bastante rato recorriendo y mirando sin darse cuenta. Era lo que se dice comúnmente “un mundo de gente”. Además, había espectáculos musicales y puestos donde comer platos tradicionales (muy recomendables) Otra cosa que les quisiera comentar, es que nunca se me había cruzado por la cabeza la idea de visitar una isla, quizás las veía como algo muy distante, pero sin planearlo llegué a una… Otra de las tardes en las que salí a pasear por la costanera, me ofrecieron hacer una excursión en catamarán para visitar la Isla de Los Hornos, casi sin dudarlo mi respuesta fue un automático y entusiasmado “sí”. Desde el momento en que me subí al catamarán disfrute de la excursión, del paisaje y de las transparentes aguas. El tiempo que estuvimos en la isla fue breve, pero aún así fue fantástico… Es difícil definir a Colón, no sé si llamarle ciudad o pueblo, porque a mi entender es una mezcla de ambas cosas. En estas tierras del litoral argentino conviven hoteles, cafés, restaurantes, un casino, ferias artesanales, todo en armonía con la vida pueblerina de mates mezclados con tardes de siestas y atardeceres de chismes. Colón tiene de todo. Es un destino al que algún día volveré a visitar… por ahora me quedan los más lindos recuerdos de unas tierras que combinan naturaleza con historia, tesoros ocultos, encantos y la hospitalidad de su gente. Para que no queden dudas de que es un lugar turístico les dejo esta foto que demuestra que el turismo está presente desde hace unos 50 años y un poquito más.
  7. Es difícil iniciar un relato cuando tienes muchas partes de donde partir. Pudiese comenzar a relatar de las maravillas de San Pedro de Atacama considerando la primera vez que lo visité en mi viaje de estudios, pero creo que le hago más honor al lugar centrándome en la época en donde comencé a enamorarme de esta zona, que fue a contar del año 2011 en donde me hice visitante frecuente una vez que me trasladé a vivir a la región de Antofagasta, por lo que imaginarán que tengo millones de experiencias que compartir, aunque en esta oportunidad, solo compartiré una de ellas. San Pedro de Atacama, se encuentra emplazado en el Norte de Chile, y es un pueblo que alberga alrededor de unos 5000 habitantes y en donde de forma anual, recibe visitantes de todas partes del mundo, debido a la belleza de los parajes en donde es posible apreciar el desierto de atacama en todo su esplendor. Para llegar a ésta localidad desde la capital de Chile, basta tomar un avión con destino a Calama (2 horas de duración), para luego tomar un bus o transfer en dirección a San Pedro (1 hora de trayecto terrestre). El trayecto a la zona es de por si impactante, ya que es posible antes de llegar al pueblo, poder contemplar desde la carretera el volcán Licancabur y vistas desde lo alto del valle de la luna. Esta es una de las principales atracciones que es un imperdible si visitan el lugar y marca claramente porqué mucha gente se traslada desde diferentes partes del mundo para conocerla, tal como lo hizo una querida amiga que vino desde Rumania (sí Adriana, aunque no comprendas mucho español, sé que te esforzaras por leer este relato) para poder conocer en persona de lo que yo tanto le hablaba en repetidas oportunidades: de las maravillas del norte de mi país. Antes de llegar al pueblo de San Pedro, decidimos hacer una parada en la piedra del coyote, en donde resulta posible contemplar toda la zona desde un acantilado y tomar unas fotografías maravillosas y sobrecogerse por la belleza de los parajes circundantes. Mi amiga fue mucho más osada que yo y logró llegar hasta el límite del precipicio para poder capturar imágenes increíbles, pero yo me conformé con retratar todo desde una distancia algo más segura, evitando así un posible ataque de vértigo. Al llegar al pueblo, te das cuenta inmediatamente de que es una localidad pintoresca, con pequeñas callejuelas en donde predominan las casas de adobe (arcilla, arena y paja), suelos no pavimentados y cientos de centros artesanales en donde es posible encontrar diferentes creaciones de la zona, siendo fácil perderse entre colores y texturas a la hora de elegir un suvenir para regalar a los familiares. Llegamos a media tarde al pueblo y luego nos dirigirnos a nuestro hotel y posteriormente salimos a comer algo para reponer energías y prepararnos para la travesía que nos esperaba. (Nota: Cabe mencionar que en temporada media y alta, resulta muy difícil encontrar alojamientos en el sector, por lo que les recomiendo, planificar el viaje con mucha anterioridad, ya que además los precios de los hoteles y hostales suelen subir bastante en temporadas de mayor demanda) El local elegido en esta oportunidad (y bueno en la mayoría de mis visitas ya que es mi personal sitio favorito) fue el Restaurant Adobe, siendo éste el más antiguo de la zona y en donde resulta posible degustar productos típicos de Chile con preparaciones innovadoras junto a ya mi bien amado pisco sour (Para aquellos que sean vegetarianos, recomiendo sin duda la ensalada de quinoa). Al atardecer decidimos visitar el Valle de la Luna y contemplar la puesta de sol desde éste lugar. El nombre de ésta localidad se genera porque el terreno se asemeja muchísimo con lo que sería estar en terreno lunar, y las dunas ha sido modeladas a causa de la erosión eólica y fluvial, ya que estudios muestran que en el sector, habría anteriormente existido un gran lago o mar. Existe un tip básico para poder disfrutar de éste paseo en todo su esplendor y poder contemplar calmadamente la puesta de sol y este es simple: visiten la duna mayor con tiempo suficiente y no entren al parque después de las seis de la tarde. Debo decir que he hecho el ascenso a la duna mayor, al menos 10 veces y jamás….jamás he logrado respetar este consejo tan pero tan básico, ya que resulta muy fácil entretenerse con actividades en el pueblo y caminatas sin un rumbo aparente y en un instante, te das cuenta que la hora límite para salir del pueblo ya se te ha pasado y llegar a las dunas (13 kilómetros al oeste de San Pedro) requiere al menos media hora en auto. Esto que les menciono, ha generado que en cada ascenso que he realizado, he llegado al borde de un ataque cardiaco y asmático antes de la cima, producto de la altura del lugar, la escasez de tiempo para realizar el ascenso y las ganas de no perder el atardecer. Todo esto, siempre ha transformado mi travesía en un desafío monumental (si usted posee un estado físico semi decente se percatará que mi descripción puede ser una exageración) Pero este día en particular, además de salir tarde al recorrido, el desafío se duplicó aún más ya que desde la entrada al parque nos advirtieron que resultaba casi imposible realizar la travesía producto de una tormenta de arena en el sector, lo cual ya resultaba evidente porque el viento azotaba mi auto de forma impresionante. Pensamos en un principio no subir, pero esto implicaba no poder hacerlo en ninguno de los días posteriores, ya que nuestra planificación para aprovechar los días al máximo era muy estricta, por ende tomamos la decisión y nos cubrimos con todo lo que teníamos a mano y dimos inicio a la caminata. El viento soplaba en todo su esplendor, por lo que las dunas del lugar se estrellaban como millones de alfileres en nuestra partes de piel que estaban descubiertas (y esto sí no es una exageración ). Resultaba muy difícil ver y respirar pero luego de unos 15 minutos de subida, llegamos a la cima en donde fue posible apreciar que el esfuerzo valió la pena. Contemplar una puesta de sol en el desierto más árido del mundo es una experiencia maravillosa, que te hace sentir pequeña y sobrecogida y que resulta muy difícil de explicar en pocas palabras y ni siguiera una fotografía permite capturar el momento en donde logras perder tu mirada en las múltiples tonalidades que el sol proyecta en los montes. Aún recuerdo las lágrimas de mi amiga al darme las gracias por arrastrarla a éste lugar del mundo y contemplar algo que a mi parecer si bien no es una construcción, o creación humana, debiese estar entre las maravillas del mundo que no puedes dejar de ver. Con tormenta de arena, con mal estado físico, sin agua suficiente, no importa: si vas a San Pedro de Atacama, terminar el día dentro del Valle de la Luna, es lo que a mi parecer, se considera como un momento perfecto. Existen muchísimos lugares que se pueden visitar en la zona de San Pedro de Atacama (Geissers, lagunas altiplánicas, salares, termas, museos con momias, cuevas escondidas, pero estos los dejaré para un próximo relato. ----- Quedarse es existir, pero viajar es vivir. Gustave Nadaud
  8. El domingo empezó con buen pie, y no me refiero al tiempo que siguió siendo gris y lluvioso, sino a la suerte que tuvimos cuando, de camino a la estación, nos encontramos con un par de simpáticas ardillas. Menos mal que habíamos salido con suficiente antelación de la residencia y pudimos “perder” unos minutos intentando fotografiar a las escurridizas ardillas de cola tupida, por cierto estas no son como las ardillas de Londres que se dejan corromper con un poco de comida Una vez en la estación de trenes recogimos nuestros billetes, 1.50£ ida y vuelta de Huddersfield a Marsden y en menos de 15 minutos llegamos a la pequeña estación. Marsden es una pequeña población de algo menos de 4500 personas situada a 11km de Huddersfield. Su principal atractivo son la extensa red de senderos que atraviesan las ondulantes colinas que la circundan. Aunque también hay que visitar la iglesia de St Bartholomew, los canales y puebtes que cruzan el pueblo y la pequeña y sombría galería (el Standedge Tunnel) que se puede visitar en barco. La estación de tren se encuentra en la parte alta de Marsden al lado del canal que lleva al Standedge Tunnel, aunque nosotras decidimos bajar primero por la Station Road para visitar el centro del pueblo, la vieja iglesia de San Bartolomé y su entrañable cementerio. Aprovechando que apenas lloviznaba decidimos seguir uno de los muchos carteles de senderismo que se encuentran por el pueblo. El camino que por casualidad tomamos pronto se convirtió en un estrecho y poco visible sendero que atravesaba un empinado campo mojado Como veis el aliciente de dicho senderito eran las preciosas vistas panorámicas de Marsden. Al final de la senda de hierba y barro llegamos a un viejo camino de tierra que nos invitaba primero a torcer a la derecha y, transcurridos unos cinco minutos, a subir unos viejos escalones de piedra que llevaban a un sendero de hierba. Lo curioso de dicho camino es que finalizaba en una granja de vacas y allí no nos ofrecía ninguna otra posibilidad que volver sobre nuestros pasos o bajar por un amplio camino que conducía de nuevo al pueblo. Optamos por la segunda opción esperando encontrar un nuevo desvío, no sin antes fotografiar a nuestras nuevas amigas De vuelta al pueblo probamos unos cuantos senderos bien señalizados con perfectos y nuevecitos carteles de “Public footpath Nº --” que las administraciones colocaron por todos los alrededores tras ganar en el 2010 el reconocimiento oficial de Walkers are Welcome por sus bien mantenidos senderos y la excelente información que el pueblo ofrece a excursionistas. Lastima que la mayoría de estos carteles, que seguiamos entusiasmadas, realmente no lleven a ninguna parte y acaban al llegar a una granja, carretera, restaurante, casa particular, etc. Pues no son nada más que eso, caminos públicos o, mejor dicho, atajos que la gente ha utilizado desde siempre para llegar antes a sus casas o trabajos, atravesando campos y bosqucitos. Por ello si uno realmente quiere realizar un recorrido medio largo por los alrededores deberá, como en cualquier otro destino, informarse antes y olvidarse de estas bonitas sendas. Nosotras tampoco veníamos con la idea de practicar senderismo por lo cual los Public footpath nos brindaban la oportunidad de divertirnos probando uno y otro camino sin saber a donde nos llevarían y disfrutando de las vistas panorámicas que nos ofrecían. Sin darnos cuenta habíamos pasado un par de horas subiendo y bajando por los distintos caminos de las colinas del Sur-Este de Marsden por lo que ahora tocaba probar el sendero que bordeaba el río que lleva al Standedge Tunnel. Para ello tuvimos que volver a la estación de trenes, desde donde empieza el recorrido. Aunque primero aprovechamos para hacer una breve pausa en el bar-restaurante The Railway, por fuera llama poco la atención pero su interior es muy acogedor con varios rincones con mesas, sillones y sofás donde uno pude relajarse o charlar cómodamente mientras se retoman fuerzas. El camino al Standedge serpentea agradablemente a orillas del río, aunque vimos que hay una senda paralela que atraviesa la pequeña arbolada de la izquierda al final de la cual se encuentra un área de picnic. Por el camino nos cruzamos con varios excursionistas de mediana edad que nos observaban entre curiosos y divertidos pues como mi hermana y yo nos vemos una vez al año íbamos hablando y riendo mientras caminábamos y saludábamos muy amablemente a todo el que se cruzase en nuestro camino incluido a unos preciosos patitos que seguían a su mama a través del curso del río. Y cuando ya casi deberíamos haber llegado la senda pasa justo por debajo de las vías del tren, no hay ningún peligro pero el camino es muy feo, de cemento, hierro y goteras y si uno no sabe que después de dicho paso se encuentra una de los puntos más turísticos de Marsden, daría media vuelta y buscaría otro camino. Lo único bueno del pasaje es que cuando sales aprecias aun más los preciosos prados verdes que rodean el Standedge Tunnel y su museo. El sendero que nos llevo hasta el túnel de Standedge cruzaba el canal por un puente y seguía sinuosamente entre campos y bosquecitos hasta llegar de nuevo a un pequeño riachuelo de color cobre. Nos fijamos que la mayoría de ríos tenían un ligero tono rojizo lo cual nos hizo pensar que la zona debía ser muy rica en hierro lo cual explica también la cantidad de fábricas abandonadas que se encuentran en Marsden, aunque no he visto ninguna referencia al respecto. Poco después de abandonar el Standedge Tunnel el sol salió de entre las densas nubes e hizo brillar todo el verde de los alrededores. A cierta altura del camino nos desviamos para poder subir a las colinas que quedan al norte del pueblo, en parte para poder fotografiar Marsden desde otra perspectiva y en parte porque habíamos visto unos caballos a lo lejos. Caballos que resultaron ser unos bonitos ponis En nuestra ruta también nos cruzamos con rebaños de ovejas que pastaban en preciosos campos de margaritas amarillas. Por desgracia también tuvimos el “honor” de asistir a un no tan raro ejemplo de como vienen tratados los rebaños: Tras haber caminado unos cuantos kilómetros en dirección Marsden, nuestra ruta nos había alejado considerablemente del centro habitado, nos encontramos de frente con un rebaño de ovejas que corrían atemorizadas en nuestra dirección, por fortuna nos pudimos apartar en un recodo del camino para dejarles pasar, detrás de ellas venía el pastor montado en su pickup tocando el claxon y dando ordenes a los perros. Pero lo peor era el hijo del pastor, un niño de apenas 8 años que estaba en el asiento del copiloto con medio cuerpo fuera gritando toda clase de insultos a las pobres ovejas y dando golpes en el chasis de su coche. En cierto momento el niño saltó del coche en marcha y bajó para pegar y patear a las ovejas que se encontraban a la retaguardia del rebaño, menos mal que las piernas del niño eran demasiado cortas para dar de pleno a las ovejas y después de lanzar unos cuantos insultos gratuitos el pequeño monstruo decidió continuar su labor desde lo alto del coche, donde su padre le dio unas palmaditas de aprobación El sendero, por llamarlo de alguna manera, que veis en la panorámica superior nos condujo finalmente de vuelta al pueblo, y digo finalmente porque estuvimos buscando posibles desviaciones de nuestro camino para encaminar nuestros pasos en la dirección correcta pero a parte de unos excursionistas que venían campo a través no encontramos ningún camino que llevase a Marsden y no queríamos tener que dar media vuelta ahora que ya se veía el pueblo Una vez en Marsden dimos un último paseo antes de tomar el tren de vuelta a Huddersfield.
  9. Estoy en Australia y me gustaría además de conocer las grandes ciudades visitar algún pueblo pero que sea interesante como para pasar una tarde o fin de semana, tienen alguna sugerencia cercana a Brisbane?
  10. Pasada la medianoche era oficial que mi cuerpo cumplía 22 años de vida en el mundo, y no podía estar más contento de encontrarme al otro lado del mundo para celebrarlo: en la cosmopolita ciudad de Frankfurt, tomando shots de zambuca que un par de simpáticos alemanes nos invitaron en un bar. Habíamos pasado dos días en la gran metrópoli y de hecho era mucho más de lo que Jacob y yo habíamos esperado. Mucho más que un montón de concreto y cristal con un hermoso skyline. Sobre todo en la hermosa y fría época en que habíamos acudido, ya que todos los diciembres Alemania se decora con sus encantadores mercados navideños. Mi roomie Jacob y yo habíamos vuelto por la madrugada al apartamento de Alex, quien fuera nuestro host en Frankfurt. Por la mañana él trabajaría, y nosotros dedicaríamos el día a explorar un poco más para celebrar mi cumpleaños de una manera diferente. Bien que Frankfurt es una ciudad grande con una gran oferta de actividades, habíamos ya visto sus principales atractivos y sus barrios más simpáticos. Así que Jacob propuso un pequeño viaje a las afueras, oferta a la que no pude negarme. Habíamos comprado los vuelos desde Galicia hace un mes de una manera muy aleatoria e improvisada. Y era así mismo como imaginamos que sería nuestro viaje al oeste de Alemania. Y siguiendo nuestros instintos en un país cuya lengua no hablábamos, nos dirigimos a la estación de tren más cercana y cogimos un boleto al primer punto del mapa que nos llamó la atención: un pequeño pueblo llamado Gelnhausen. ¿Qué sabíamos de él? Honestamente nada. ¿Qué esperábamos ver en él? Honestamente nada. Pero Jacob y yo, dos chicos de la costa del Golfo de México donde el invierno tiene una media de 20 grados por las noches, deseábamos desde hace muchos años conocer la nieve. Pasaríamos el invierno en España; pero la caída de nieve en Galicia es muy esporádica. Creíamos que Alemania era el lugar perfecto para conocer la nieve en sus mercados navideños. Pero hasta el momento ni Frankfurt ni Heidelberg nos habían regalado el honor. Así que cogimos un tren al este, alejado lo más posible de la contaminación y la civilización, esperando toparnos con un clima más extremo que nos dejase sentir los copos invernales en las zonas más altas. No hace falta mencionar que los trenes alemanes funcionan de maravilla. Son enteramente cómodos y extremadamente puntuales. Y mientras veíamos pasar villa tras villa por la ventana, ningún revisor caminaba por el pasillo del vagón. Comencé a pensar que no era incluso necesario tener un boleto para haber abordado. Y antes de llegar a Gelnhausen Jacob me propuso bajarnos una estación después; así conoceríamos un pueblo más por el mismo precio. Pero como si hubiéramos llamado a la cabina, la revisora llegó a nuestro asiento, tomó nuestro boleto y empezó a hablar en alemán. Le dijimos que sólo hablábamos inglés y español. La verdad es que sabíamos lo que quería decirnos, pero nos excusamos bajo la barrera del idioma. Un chico se acercó para traducirnos lo que quería decir. No fue sorpresa que nos aclarara que debimos haber descendido una estación antes. Y no nos quedó más que hacernos los occisos y pedir perdón, proponiendo bajar en la siguiente estación (justo lo que queríamos lograr). De esa forma, bajamos en lo que parecía un típico pueblo rural alemán, cuyo nombre nunca supimos. No tenía un centro histórico. No tenía un main square, un city hall, una catedral o algo parecido. Solo casas, casas y más hermosas casas. No había letreros para visitantes. No había letreros para locales. No había muchos lugares más a donde se pudiera ir al descender del vagón de tren. Era el pueblo o el bosque. Los pocos locales en las calles nos miraban de forma extraña. ¿Cada cuánto tiempo llegaban dos turistas a aquel remoto lugar, con una cámara réflex fotografiando cada casa particular? Pero le dimos poca importancia. Y recorrimos la pequeña villa como si se tratase de un parque de atracciones. Y en vista de que el cielo parecía no ceder a la nieve, volvimos a la estación de tren para volver a nuestro primer destino, Gelnhausen. Justo al bajar del vagón algunos copos de nieve comenzaron a golpear nuestros abrigos. Hacía mucho frío, uno o dos grados bajo cero. Nuestros cuerpos estaban congelándose. Pero había que quitarse los guantes para sentir la verdadera nieve. Jacob comenzó a grabar con su móvil, relatando la experiencia de nuestra primera nevada. Pero vaya pena, los copos ni siquiera se veían en video. Y poco tiempo después la nieve dejó de caer. El momento no fue nada mágico; nada memorable. Ni siquiera sabía si eso había sido nieve o agua cayendo de forma muy suave. Pero no importaba ya. Estaba en un pueblo alemán y había que disfrutarlo. Una calle nos llevó hasta un arco de piedra que parecía una antigua torre de vigilancia, la cual daba la bienvenida a Gelnhausen. Como la villa anterior, esta no parecía ser nada turística, en lo absoluto. Aunque en una pequeña tienda de la avenida principal encontramos un par de postales de las que Jacob cogió una. Al menos sabíamos que estábamos en un lugar que aparecía en el mapa. Las calles ya habían sido adornadas con motivo de la navidad. Y aunque no encontraríamos un enorme (o pequeño) mercado navideño, los modestos adornos eran suficientes. El pueblo estaba lleno de pendientes que subían hacia el norte, lo que hacía más agotadora la caminata. Ahora me estaba acostumbrando a lo que significaba viajar en invierno: con mucha ropa encima (lo que es igual a muchos kilos encima) y un par de botas, el cansancio viene más rápido al cuerpo. Al menos para mí. Todas las casas lucían un típico estilo alemán, las llamadas Vieelbau. Es decir, casas alargadas con fachadas de colores claros, adornadas con líneas gruesas de madera, ventanas cuadradas y techos inclinados en V invertida que alojan áticos en su interior. La multitud de tejados subían hasta dejar ver la bella catedral, de puntiagudos campanarios y paredes de un naranja vivaz. En el centro de la ciudad llegamos a una explanada rodeada de casas antiguas, justo al mismo estilo de la Plaza Römer en Frankfurt. Solo que esta, por suerte, no había sido destruida ni reconstruida, pues sobrevivió a ambas guerras y a la invasión de los Aliados el siglo pasado. Seguimos subiendo por los estrechos callejones y escaleras para alcanzar la catedral, aunque muy próximos a ella no dejaba mucho a la vista. No había casi nadie andando por las calles. Parecíamos ser los únicos locos que osábamos de dar un paseo en un día tan frío. La diferencia entre ellos y nosotros es que nosotros no estábamos acostumbrados a rodearnos de tan hermosas viviendas renacentistas. Y no teníamos intención de perder la oportunidad. Más allá de las construcciones góticas y barrocas del pequeño pueblo, llegamos hasta una colina con un pequeño andador peatonal donde (sin ser ya más una sorpresa) nos topamos con otro monumento a los judíos caídos durante la II Guerra. Parecía que los nazis no habían olvidado ni el más pequeño rincón de Alemania y el Tercer Reich. Pero no todo era feo en la colina. Desde lo alto subimos a una antigua fortaleza en ruinas, desde donde tuvimos una vista panorámica de todo el pueblo. La imponente catedral dominaba el horizonte, que a pesar de una leve neblina dejaba entrever los pequeños cerros al fondo. Y si bien la postal merecía nuestro tiempo, el frío viento que golpeaba nuestras caras allí arriba nos despidió rápidamente para seguir nuestro camino. Subimos aun más alto para alcanzar el bosque, esperando encontrar un poco de nieve cayendo del cielo. Pero el invierno todavía no llegaba a su apogeo, y lo único con lo que nos topamos fue un charco de hielo regado sobre un montón de leña. Decidimos bajar antes de que anocheciera, sabiendo lo rápido que el sol se ocultaba en el centro de Europa durante el horario invernal. Para cuando la noche llegó nos encontramos con hermosas imágenes por todo el pueblo, que iluminado al estilo más navideño parecía otra cautivadora villa sacada de un cuento. Y mientras todos esperaban la pronta llegada de Santa Claus, Jacob y yo decidimos aprovechar la happy hour de un bar local para beber una cerveza y calentarnos un poco en su cálido interior. Y al iluminarse toda la plaza principal como si fuera un árbol de Navidad, Jacob quiso darme mi mejor regalo de cumpleaños: un exquisito bratwurst, que como llevo diciendo en los últimos tres relatos, es y será mi platillo alemán favorito. Volvimos a la estación de tren para no arribar a Frankfurt demasiado tarde, y nos despedimos del pequeño y desconocido pueblo que me había dado un peculiar pero inolvidable cumpleaños. Por la madrugada nos levantaríamos a las 2 am y daríamos las gracias a Alex, para después tomar el bus que nos llevaría hasta el lejano aeropuerto de Frankfurt Hann, desde donde volveríamos a Galicia a las 6:00 horas. Ahora descubría por qué los precios de Ryanair eran tan ridículamente baratos. ¿Quién querría viajar a la mitad de la nada un domingo a las 6 am? Por 16 euros, no creo que fuéramos los únicos.
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