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Buscando tapires en el Parque Nacional El Rey

Ayelen

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Cuando recuerdo el camino que debimos atravesar para llegar al Parque Nacional El Rey, mi pequeña contractura crónica del cuello se ríe maliciosamente de mí :mad:

 

Habíamos sido aconsejados por un matrimonio danés que conocimos en el camping municipal de Salta para visitar este salvaje Parque, donde habían visto una gran cantidad de animales. Sólo ese comentario fue suficiente para mí para armar las valijas. Sin embargo hubo un pequeñísimo detalle que estos adorables amigos no nos dijeron: hacer el camino con las cuatro ruedas de una motorhome como la de ellos, no es lo mismo que hacerlo con dos, como las de nuestra moto. :O_o:

 

Camino al Parque El Rey

 

Salimos de Salta una mañana, y sólo a unos pocos kilómetros, tal y como nos habían informado, se encontraba lo que sería el camino a tomar para llegar al Parque. Al costado de la carretera se abría un ancho camino de tierra que bordeaba campos de pastura y varios asentamientos rurales.

 

 

Camino de campos, hacia el Parque El Rey

 

Hasta ese momento, el camino, a pesar de ser de tierra, era tolerable y estaba en buen estado. A sólo pocos minutos de viaje, dejamos atrás el sector poblado, y el camino comenzó a rodearse de tupida vegetación. Doblando en curvas y más curvas, fuimos avanzando tranquilamente y disfrutando del paisaje selvático que de repente nos había rodeado.

 

 

Camino hacia el Parque El Rey

 

No recuerdo ya cuantos kilómetros habíamos avanzado del trayecto, cuando de repente nos topamos con un arroyo que cruzaba de lado a lado el camino. Y no me refiero a un fino arroyito… esto era un verdadero canal de agua, de 10 o 15 metros de ancho, no muy profundo, pero con el fondo cubierto de rocas de todos los tamaños :wacko:

 

Si yo hubiera estado manejando la moto, probablemente hubiese pegado la vuelta en ese mismo instante (Sí, lo sé… soy una cobarde :crying: ), pero Martin estaba al mando y claramente no se iba a dejar amedrentar por un simple arroyito. Analizó con detenimiento el camino que podía tomar mirando a través de la cristalina corriente, mientras yo, asomándome sobre su hombro lo bombardeaba a preguntas desesperadas: “¡¿Estás seguro que vamos a poder pasar?! ¿Y si nos caemos? Se nos van a mojar todas las cosas! ¿Y si buscamos otro camino?!” (Sí, lo sé… soy muy molesta XD ). Finalmente puso primera y avanzó hacia el arroyo, haciendo caso omiso a mi miedo. La moto se metió de lleno en el agua y comenzó a avanzar dificultosamente por entre las rocas que cedían ante su peso. La Honda flaqueó primero hacia un lado y después hacia el otro, mientras yo me aferraba con uñas y dientes a la espalda de Martin quien terminó metiendo los pies completamente en el agua para mantener en pie a la moto y evitar que cayéramos de costado.

 

Cruzando los vados en el Parque El Rey

 

El motor rugía mientras se forzaba por atravesar aquella superficie rocosa y finalmente llegamos a la otra orilla… sanos y salvos. El agua caía a chorros desde los plásticos laterales de la moto, pero lo había logrado perfectamente. Yo suspiré aliviada y aunque aún estaba bastante tensa, continuamos el camino.

 

El sendero continuó haciéndose paso entre la espesa vegetación y fuimos avanzando a los tumbos sobre aquella carretera de tierra y rocas. Cuando de repente, ¡oh, sorpresa! Otro vado atravesando el camino. Igual de ancho que el anterior, con su fondo más rocoso aún. Nuevamente Martin se paró en seco sobre la orilla y luego de meditarlo por algunos segundos, avanzó cautelosamente sobre la corriente de agua, ayudando con sus pies a que la moto llegara a la otra orilla. Yo cerré los ojos mientras sentía que la moto se resbalaba hacia un lado y hacia otro y esperaba la caída, pero afortunadamente, la moto cruzó por segunda vez la corriente.

 

Ascendiendo por empinadas lomadas y avanzando entre cerradas curvas, continuamos viaje, mientras el sol comenzaba recién a bajar. Y entonces, cuando apareció ante nuestros ojos el tercer vado yo no podía creer nuestra suerte. Ya no quería saber más nada con el Parque, sólo no quería caerme al agua y romperme las rodillas contra las rocas o que me aplastara la moto. Pero el amante de la aventura, el señor Martin, avanzó confiadamente. La moto tambaleó mientras avanzaba sobre aquellas inestables rocas que cubrían el fondo del arroyo y una vez más, airosa, llego a la orilla opuesta.

 

Y así continuamos el camino, cada algunos kilómetros y para arruinar aún más mis nervios nos cruzábamos con algún arroyo rocoso que atravesaba el camino. En total fueron SIETE. Siete divinos y bellos vados que debimos cruzar con mucha dificultad, donde la moto se portó como una campeona, pero donde la tensión por una posible caída terminó por agotarnos a ambos.

 

Cuando al fin cruzamos el último arroyo, el sol ya estaba casi oculto entre el monte frondoso que nos rodeaba. Nos dio la bienvenida un agradable guardaparques que no salía de su asombro, jamás había visto una moto por aquellos lados, porque claramente el camino NO está hecho para motos.

 

Nos habíamos internado varios kilómetros campo adentro, y en aquel lugar de suaves montes, sólo se podía ver, hacia un lado del camino las oficinas de los guarparques y hacia el otro, el predio destinado para el acampe.

 

Junto con el sol se desvaneció la calidez que habíamos disfrutado durante todo el día y la temperatura descendió en cuestión de minutos. Rápidamente armamos la carpa, inflamos el colchón y luego de calentarnos un poco junto a una pequeña fogata que otros visitantes habían armado, nos metimos en nuestras bolsas para pasar la noche. Fue una noche complicada, con mucho frio y algunos piecitos helados. Pero, para la mañana siguiente, nos despertamos con un radiante sol y un día completamente despejado.

 

Al salir de la carpa, me encontré con la mirada recelosa de una pomposa pava de monte. Estaban por todas partes: rodeando la carpa, husmeando en un motorhome que teníamos como vecino, sobre las mesas del camping y se mostraron sobretodo bastante atraídas hacia nuestra mochila de comida. Con su singular cacareo y sus llamativos ojos color rojos, se paseaban por todo el terreno en busca de algo para el buche.

 

Pava de monte (Penelope obscura) en Parque Nacional El Rey

 

Dentro del Parque Nacional El Rey hay muchos senderos para realizar, con variada dificultad y cada uno lleva su tiempo. El Parque es una de las más grandes reservas del norte argentino y en él habitan cientos de especies nativas, entre ellas, el más característico, el Tapir.

 

Enorme herbívoro de prominente nariz, el tapir es un animal tranquilo pero escurridizo. Yo lo recordaba muy bien de mi trabajo voluntariado en el zoológico de mi ciudad, donde cada tanto me cruzaba a su recinto y le rascaba el cuello durante algunos minutos, cosa que adoraba que le hicieran. Para poder observar alguno debíamos ir despacio y sin hacer ruido.

 

Sendero hacia la Cascada de los Lobitos

 

Emprendimos un sendero, entonces, hacia la “cascada de los lobitos”. El sendero iniciaba detrás de las oficinas de los guardaparques y continuaba introduciéndose en la espesa vegetación de la reserva. Sobre el camino todo era verde, una alfombra de hierbas cubría todo el sendero, y a los costados nacían bajos arbustos entre delgados árboles de tortuosas ramas que también estaban cubiertas de un brillante musgo.

 

Y más hongos..en el Parque El Rey

 

En el camino fuimos descubriendo la gran biodiversidad del lugar. Una variada flora nacía en cada rincón con hojas grandes y aplanadas o delgadas y afiladas. En los troncos muertos caídos sobre el camino que debíamos saltar, vivían gran variedad de hongos de todas formas y colores que nacían entre el musgo que allí lo invadía todo.

 

Sólo bastaba detenerse un segundo y agacharse hacia la vegetación para encontrarse con todo un mundo. Mariposas de todos los tamaños revoloteando entre las flores, orugas de llamativos colores alimentándose de las hojas de alguna planta y hormigas laboriosas haciéndose camino entre las raíces de los arbustos.

 

Extraña oruga en el Parque

 

Cruzamos algunos arroyos y avanzamos a través de aquella húmeda vegetación, hasta que de repente el camino fue cambiando de aspecto y nos encontramos con un gran claro, donde la vegetación dejó de ser tan selvática para transformarse en flora más de llanura. Algunos pantanos se hallaban rodeados de arbustos espinosos y yo sabía que era el lugar perfecto para los tapires. Con los oídos y la vista agudizada, avanzamos lentamente y en silencio a la espera de alguno de estos maravillosos animales. Pero nada apareció.

 

Pantanos en el Parque El Rey

 

Finalmente el camino se introdujo nuevamente en un monte de espesa vegetación y descendimos por unos escalones de piedras y troncos hasta llegar a una pequeña cascadita que formaba un gran estanque de agua.

 

Laguna Los Lobitos en Parque El Rey

 

En aquel lugar rodeado de los más puros sonidos de la naturaleza, se sentía una verdadera calma. Nos tomamos unos minutos para descansar y almorzar algo y, luego, emprendimos el regreso al campamento. En el camino continuismos cruzándonos con algunos insectos de los más llamativos.

 

Libélula en Parque Nacional El Rey

 

Y algunas arañas que dejaban mensajes un tanto escalofriantes con sus telas de araña.

 

mm..esta arañita está intentando decirnos algo..

 

Regresamos al campamento un tanto desilusionados porque no habíamos podido ver ningún tapir, pero allí nos esperaban toda clase de aves que se habían juntado al atardecer en busca de algo para alimentarse. Las ya conocidas pavas de montes ahora estaban acompañadas de las elegantes chuñas de patas rojas, y también algunas urracas vigilaban todo desde las altas ramas de los árboles.

 

Chuña de patas rojas (Cariama cristata) en Parque El Rey

 

Pasamos una segunda noche fría, y a la mañana siguiente a pesar de que dudamos muchísimo si irnos o quedarnos, nuestra falta de provisiones nos obligó a marcharnos. Mientras preparábamos la moto, yo ya había comenzado a prepárame mentalmente del camino que nos esperaba y de aquellos dificultosos cruces.

 

Cruzando los vados :S

 

Cuando iniciamos nuestra vuelta, cruzamos el primer vado y sólo a unos pocos metros tuvimos la gran suerte de poder ver al fin, un grupo de tres o cuatro tapires jóvenes al costado del camino, metidos entre la vegetación. Nos sorprendió tanto ese inesperado encuentro, que ni reaccionamos a tomar la cámara de fotos. Sólo pudimos admirarlo por unos segundos, antes de que huyeran miedosos, introduciéndose en el monte.

 

Nos tomó unas largas horas regresar por aquel camino y con ansiedad fui contando para mis adentros cada uno de los vados, hasta que finalmente cruzamos el séptimo. Fue una travesía bastante difícil que nos dejó agotados, pero al menos nos íbamos del Parque El Rey felices de haber visto a los tapires.

 

Descansando después de cruzar tantos vados

 

 

 

  • Muy Bueno 1


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    1. AlexMexico
      Último Relato

      El transcurso de una vida urbana puede fácilmente tornarse en algo rutinario, incluso en la grandeza de la Ciudad de México donde, no importa cuándo, siempre se encuentra algo por hacer.

      Si bien, la rutina es algo que se puede fácilmente esquivar en la capital mexicana, hay algo de lo que es imposible escapar. La contaminación y la gente. Un pacífico fin de semana, a solas en el aire fresco, es una demanda de colosales magnitudes en una de las metrópolis más pobladas del mundo. Pero hay algo que la hace única, a pesar de su estresante e incesante actividad.

      Hace casi 700 años, los mexicas (mejor conocidos como aztecas) decidieron construir su capital en uno de los más bellos paisajes del Aztlán, la tierra que ellos consideraban su mundo. Fue en un islote, en medio de un lago rodeado por montañas, donde fundaron Tenochtitlán, lo que hoy todos conocemos como Ciudad de México.

      Los alrededores de Tenochtitlán están cercados de impresionantes paisajes naturales, que dejaron en claro por qué Mesoamérica fue y será el cuerno de la abundancia. Es así que escapar de la ajetreada vida capitalina es, incluso hoy, una tarea fácil.

      Aquella vez, la decisión para reposar un fin de semana fue tomada por Sediel, uno de mis mejores amigos con cuya novia haríamos el viaje. Con una tienda de campaña casi nueva, un saco de dormir y una mochila sedienta por querer ser utilizada, el estado de Hidalgo fue lo que atrajo nuestra atención.

      Contiguo al Estado de México, Hidalgo cuenta con pueblos coloniales, grutas, aguas termales, bosques, cañones, cascadas, minas y un sinfín de interesantes propuestas de aventura. Y muy cerca de Pachuca, su capital, el pueblo de Huasca de Ocampo fue el destino elegido.

      La pequeña localidad nació en la época colonial española, cuando la producción minera atrajo a adinerados hacendarios europeos, que usaron la mano de obra indígena para la explotación.

      El pueblo creció alrededor de cuatro grandes haciendas, y aunque en el declive de la zona (cuando México se volvió independiente) muchos edificios quedaron casi en ruinas, en el siglo pasado se restauró para hacerlo un pueblo de paseo para turistas.

      Son varias cosas que hacen especial a Huasca. Su café, sus leyendas (que incluyen a duendes y brujas) y, sobre todo, su hermosa situación geográfica.

      Ubicada entre la Sierra de Pachuca y el Valle de Tulancingo, los paisajes aledaños a Huasca son un deleite visual, perfecto para los cazadores de un reposo en la naturaleza. Así que en vez de quedarnos mucho más tiempo en Huasca decidimos seguir nuestra ruta hasta los prismas basálticos, uno de los principales atractivos del valle.

      Huasca se emplaza en el oriente del Eje volcánico transversal, una cadena de volcanes que atraviesa el país de este a oeste y lo corta por su parte central. 

      Hace un par de millones de años, el enfriamiento del escurrimiento de lava que se generó en esta zona formó columnas de basalto que tomaron formas de prismas pentagonales y hexagonales. El resultado es hoy una maravilla.

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      El conjunto de prismas encimados entre sí parecen una estructura de legos. Es difícil creer que la naturaleza haya creado formas tan inorgánicas por sí sola.

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      Accedimos a los prismas bajando unas escaleras que llevan hasta un pequeño corredor, por donde cae un arroyo. El agua es traída desde los ríos y las presas que alimentan de agua la comunidad de Santa María Regla, a la que pertenecen las columnas.

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      Aunque algunas de las pequeñas cuatro cascadas fueron arrastradas hasta allí por el hombre, no hay mejor manera de darle un toque más encantador a un lugar como aquel que con caídas de agua.

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      El arroyo culmina en un pequeño estanque, al que se debe acceder desde la hacienda contigua. Es la llamada Cascada de la Rosa.

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      Este lugar fue visitado y estudiado incluso por personajes como Alexander von Humboldt, durante sus viajes por América Latina. La UNESCO nombró al sitio como uno de los 30 geoparques de la Red global de geoparques.

      Aunque ya había sido testigo de columnas basálticas del mismo estilo en Islandia, verlas en México no hizo más que reafirmar que es un país que lo tiene todo.

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      Antes de que se hiciera más tarde, era momento de decidir dónde debíamos acampar. La zona de Huasca de Ocampo posee múltiples sitios para hacerlo. Pero al ser el último fin de semana del verano estudiantil, los campings y balnearios estaban repletos. 

      El pueblo no era una buena idea para huir del bullicio. Y con ganas de un contacto mucho más natural, decidimos escuchar la sugerencia de un chofer.

      Unos kilómetros al norte, lejos de la carretera, había un lugar llamado Peña del Aire. Nada habíamos escuchado sobre él. Incluso, encontrarlo en Google Maps no fue del todo fácil. La información en internet era casi escasa. Pues bien, eso lo hacía el lugar perfecto.

      Según se nos dijo, pocas personas llegaban hasta la peña, ubicada al borde un acantilado bajo el cual se extendía un enorme cañón. Y en lo alto, una zona de camping era ideal para pasar la noche, lejos de las luces, del ruido y de cualquier contacto humano.

      Aceptamos así un viaje en taxi hasta la peña. Y tras un arduo viaje por un feo y estrepitoso camino de ripio, el chofer nos dejó en un centro de visitantes, que no era más que una palapa.

      Peña del Aire es un parque ecoturístico protegido. Hay pocas casas y propiedades privadas dentro del terreno. Las únicas construcciones son casetas de vigilancia, cobranza y algunos puestos de comida y tiendas. 

      A solo unos pasos de aquel puesto de visitantes se abrió ante nosotros un enorme cañón, parte de la Sierra de Pachuca.

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      El nombre Peña del Aire se debe, precisamente, a una gigantesca peña que se yergue en uno de los costados de la barranca. Y sí, de hecho, parece que flota en el aire.

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      Estas formaciones rocosas son características de las barrancas de la Sierra Oriental. Y el sitio perfecto para un centro ecoturístico.

      Una tirolesa de unos 70 metros de largo se tiende al lado de la peña y permite a los visitantes volar sobre el abismo. 

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      En la parte más baja, un río dibuja el camino del valle, junto al cual solo una pequeña iglesia se posa junto a un par de campos de cultivo. Al mirar abajo, creímos que sería un excelente lugar para acampar.

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      Comenzamos el descenso con mochila al hombro, cuidadosos de seguir el mezquino sendero que nos guiaba. El calor era sofocante, pero valía la pena hacer el intento.

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      Las vistas desde las laderas eran sencillamente magníficas. La vegetación parecía hacerse cada vez más verde y, a decir verdad, no era lo único colorido que apareció en nuestro camino.

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      El curso nos llevaba por todo el costado de la barranca, pero poco simulaba bajar al río. Aunque los lugareños nos habían asegurado un rápido descenso, la travesía era más larga de lo esperado.

      Antes de seguir, supimos que algo no resultaría. Esperábamos el arribo de dos amigos más, y en lo bajo de la barranca la señal de telefonía era escasa. Sería mucho más fácil encontrarlos en lo alto del acantilado.

      Volvimos entonces, entregados al calor de la tarde que, por cierto, no tardaría en esfumarse para dar paso a un fresco atardecer.

      La planicie superior fue el mejor lugar para montar el campamento. Un terreno llano, pastoso y fresco donde, al parecer, seríamos los únicos en pasar la noche.

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      Nuestros amigos no tardaron su arribo, por suerte, antes del ocaso. Y con las tres tiendas una junto a la otra, fue momento de armar la hoguera.

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      Una pila de malvaviscos y roles de canela fue el menú perfecto para el atardecer, que tras un cielo nublado se esfumó sin mucha presencia.

      Pero aquellas nubes de tormenta, cuyos relámpagos eran lo único que iluminaba el horizonte nocturno, crearon la atmósfera perfecta para las historias de terror que se avecinaban.

      Huasca de Ocampo es el sitio perfecto para alguien como Sediel, un fanático de las criaturas de fantasía. El pueblo está lleno de leyendas sobre duendes y brujas que moran los bosques circundantes, y que han hecho sus apariciones en repetidas ocasiones.

      De hecho, cuenta con su propio museo de los duendes. Y vaya que nuestro campamento simulaba ser su hogar, con una torre de metal en forma de sombrero que, de hecho, albergaba los únicos baños disponibles, a los que nadie se atrevía a entrar una vez caída la noche.

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      Cuando el fuego se fue consumiendo, una extraña luz apareció detrás de los arbustos. Un color amarillo fluorescente de forma redonda se movía con delicadeza, y de repente palpitaba como el latido de un corazón.

      No le prestamos mucha atención, quizá era alguien con una linterna. Tras pocos minutos se esfumó sin darnos cuenta.

      A la siguiente mañana, los lugareños nos contarían que se trataba de una bruja. Aparecer como pequeñas centellas era su especialidad en aquella zona. Pues bien, al menos no decidió visitar nuestro campamento.

      El alba fue bastante frío. El sereno dejó nuestras carpas más que húmedas por fuera. Y no había nada que deseáramos más que un café caliente. Pero habría que esperar la apertura de los puestos.

      Entretanto, un temprano despertar fue la mejor decisión grupal tomada para poder ser testigos de un hermoso amanecer.

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      El sol se levantó sobre la sierra oriental, iluminando tenuemente la figura de cada barranca del cañón. Nada, sino el cantar de las aves, se podía escuchar en el abismo.

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      Es lo que un grupo entero de capitalinos buscaba lejos de la metrópoli. La serenidad de una fría y verde mañana. Pero acompañada de un café de olla a la apertura del primer puesto, todo fue incluso mejor.

      Luego del desayuno fue momento de bajar a la peña, y contemplar el valle dibujado por los primeros rayos del sol.

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      La bruma de la mañana poco a poco se retiraba, y dejaba al desnudo la vitaleza de un cañón que podía apaciguar todo pensamiento y todo presente.

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      Escalar la peña no era una opción segura, pero hasta la poca altura que pudimos llegar fue suficiente para sentirnos satisfechos en nuestro viaje.

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      Disfrutar de la barranca sin la presencia de turistas durante la noche y la mañana fue una excelente decisión, que nos daría el respiro necesario para volver a la vida de una colmada ciudad.

    2. flormdk
      Último Relato

      Hace un poco más de diez años que había visitado la provincia de Misiones para ir a un congreso cuando era estudiante de la carrera de la carrera de Licenciatura en Turismo... Estuve algunos días en la capital, la ciudad de Posadas y dos noches en Iguazú. En este momento todavía las Cataratas de Iguazú no habían sido declaradas como Maravilla Natural, no había una gran cantidad de turistas. A decir verdad, cuando fui al parque con mis compañeros estábamos solamente nosotros. Vale aclarar, que era temporada baja, era el mes de mayo.

      Hacía bastante tiempo que tenía ganas de regresar, por eso, en el mes de enero pasado, decidí tomarme mis vacaciones de verano en las Cataratas. Organicé un tour que empezó en Salta y terminó en Iguazú.

      Decidimos dedicarle 5 noches a la ciudad de Iguazú ya que sabemos que es una de clima subtropical donde puede haber abundantes lluvias que impidan salir a recorrer el parque.

      Llegamos a destino y nos recibió una lluvia afortunadamente no muy intensa. De todas formas, es bastante frecuente que corramos con esa suerte... siempre los destinos que visitamos nos reciben con lluvia pero los días siguientes suelen tener unas condiciones climáticas espectaculares, así que no nos preocupamos.

      El primer día que llegamos, teníamos pensado visitar el Parque pero con la lluvia no era un buen plan. Entonces, optamos por cruzar la frontera y visitar Ciudad del Este en Paraguay. Es una ciudad que tiene la fama de ser un destino de compras ya que es una zona franca, libre de impuestos. 

      Tomamos un colectivo y en menos de una hora estábamos en destino. Creo que no hay palabras para describir a este sitio... Es una ciudad cargada de comercios, de carteles, de vehículos, de gente, de ruido ambiente... Una ciudad totalmente caótica en la que no existen semáforos que orden el tránsito. Afortunadamente, fuimos con información de los mejores lugares para comprar y también teníamos en mente que comprar con el modelo ya elegido. Creo que no hay otra manera de visitar esta ciudad si no es con información previa... Hay muchísimos lugares, vendedores ambulantes y carteles que compiten entre sí. Es recomendable ir temprano, ya que todos los lugares cierran a las 16:00 de la tarde porque suelen abrir muy temprano en la mañana y trabajan en horario de corrido.

      Nosotros llegamos con el tiempo muy justo pero por suerte llegamos a conseguir lo que teníamos planeado, una cámara de fotos de viaje.

      El objetivo principal del viaje era visitar el Parque Nacional Iguazú... También nos interesaba conocer el Parque del lado de Brasil... 

      Fuimos un día del lado de Brasil fue un paseo muy corto porque teníamos que regresar temprano para tomar el colectivo. La vista es muy distinta a la vista del lado argentino, ya que las pasarelas están muy cerca de las Cataratas, pero el parque en este lado es mucho más pequeño. No volvería a visitarlo, pero si volvería una y otra vez al lado argentino ya que aquí el parque es muchísimo más grande y como los colectivos pasan hasta más tarde, se puede estar disfrutando del paisaje hasta las 17:00. Un dato muy importante para quienes deseen visitar las Cataratas, es que comprando la entrada para dos días consecutivos, el segundo día sale la mitad de precio.

      Desde Iguazú se pueden hacer muchas excursiones como por ejemplo visitar las Ruinas de San Ignacio un sitio arqueológico muy interesante, visitar las Minas de Wanda y comprar piedras semipreciosas, etc. Era verano, días de calor intensos cargados de húmedad, por lo que no tenía mucho interés en realizar excursiones de días completos. Nos quedaba un día libre, aprovechamos para conocer la ciudad de Foz de Iguazú. Visitamos un Shopping y recorrimos la ciudad. A decir verdad, la ciudad no me pareció muy llamativa pero siempre me resulta interesante conocer distintas ciudades del mundo.

       

      Consejos importantes para quienes deseen visitar Iguazú

      Conviene destinarle al menos dos días para recorrer todo el parque en el lado argentino es posible que un día no alcance para conocerlo completo.

      Es aconsejable evitar la temporada alta ya que es un destino muy turístico por lo que en enero y mitad de julio suele haber más cantidad de gente que en otros meses.

      Resulta óptimo dejar días libres porque es una zona de clima subtropical, pueden tocar días de lluvia en los que no sea la mejor opción visitar el Parque.

      En el Parque se pueden comprar souvenires, hay varios restaurantes, kioscos y cafés.

      No hay que olvidar el protector solar, repelente y anteojos de sol. Por supuesto, es necesario llevar calzado cómodo.

      Aconsejo que al llegar al Parque, lo primero que hagan sea visitar la Garganta del Diablo, es el paseo que está un poco más alejado comparado con el resto de los circuitos, sumado a ello es el más imponente. Para llegar hasta allí se puede ir caminando o sino el trencito ecológico del Parque, es muy lindo y pintoresco.

      La cena show que se ofrece en Foz de Iguazú es imperdible! Se puede disfrutar de un espectáculo de danzas con música regional mientras se pueden degustar cientos de platos.

      Para visitar las Cataratas se recomienda un mínimo de 4 noches. 

      Para quienes deseen estar en contacto con la naturaleza en su máximo esplendor, pueden realizar el sendero Macuco, para ello es imprescindible llevar agua y alimentos ya que en ese trayecto no existen kioscos ni lugares de ventas de alimentos. 

    3. Perdido en el sureste de México, casi al borde del mar y ubicado junto al río Papaloapan, se ubica uno de los pocos pueblos del país declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

      A solo 90 kilómetros al sur de la ciudad de Veracruz, este colorido pueblo aparece en medio de una región tropical y cálida, cuyo único respiro del infernal calor es la brisa que carga consigo el río.

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      Visitarlo en verano un par de veces quizá no fue la mejor idea. Pero el solo hecho de estar allí significa un refresco del movimiento de la ciudad.

      Tlacotalpan surgió como un asentamiento del pueblo totonaca, una civilización mesoamericana prehispánica que se asentó en buena parte de la costa del Golfo de México. Su nombre significa “entre aguas”.

      Pero fue con la llegada de los españoles que el pueblo creció y tomó forma, desde que Pedro de Alvarado recorrió el Papaloapan río arriba, descubriendo que Tlacotalpan podría ser un buen puerto fluvial para el transporte de mercancías al Imperio Español.

      Así fue como surgieron dos grandes haciendas en la zona, que aunque corrieron el riesgo de ser abandonadas, hicieron que en algún momento la población de españoles creciera. Y sumado a la importación de esclavos negros africanos desde el puerto de Veracruz, Tlacotalpan tomó la raíz multicultural y multiétnica que posee hasta el día de hoy.

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      El pueblo es el corazón del son jarocho y los jaraneros, estilos musicales provenientes del Caribe y que fueron desarrollados en la mayor parte de la costa del Golfo gracias a los afrodescendientes.

      La misma palabra “jarocho” define a las personas provenientes de la región del Sotavento, sobre todo aquellos de piel oscura que usaban jaras como método de pesca. Y esas raíces extranjeras finalmente se impregnaron en la zona alrededor de Tlacotalpan.

      Músicos con sus típicos trajes blancos, con sombreros de paja y pañuelos rojos caminan por las calles ofreciendo coplas. Mientras en las noches llegan los huapangos, fiestas donde el son jarocho es el invitado principal.

      Pero el mayor atractivo del pueblo es sin duda su arquitectura vernácula, es decir, que las construcciones fueron hechas de forma auténtica por los habitantes nativos con materiales de la zona.

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      En 1714 el río se desbordó, y en 1788 un incendio arrasó con muchas de las casas. Es por ello que se ordenó que a partir de entonces todo edificio fuera alzado con mampostería. 

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      Y desde aquella época, un lejano siglo XVIII, las típicas casonas con arcos y pilares se han mantenido en pie.

      Luciendo los vivos colores de México, cada casa es un ejemplo de lo que puede lograrse de forma artificial, respetando siempre lo natural.

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      Cada teja, cada muro, cada columna, cada acera, fueron construidos con los materiales que la propia cuenca del Papaloapan le otorgó a la ciudad. Y se convirtió con los años en el orgullo de los tlacotalpeños.

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      Aunque el puerto fluvial perdió su importancia con la llegada del ferrocarril, el río ha sido siempre parte vital de Tlacotalpan. No solo como medio de transporte, sino al aportar el agua para los cultivos, la ganadería, los pobladores, regular el clima y para la pesca.

      Tomar una balsa para dar un paseo por sus aguas es uno de los mayores atractivos hoy en día.

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      Aunque para ser sincero, la magia de la mampostería y la arquitectura vernácula se esfuma de inmediato.

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      En su lugar, es suplantada por modernas mansiones pertenecientes a la clase alta de Veracruz. Políticos y empresarios han construido sus casas de verano en la riviera, y los yates estacionados en su orilla confirman su poder adquisitivo.

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      Aún así, no está de más un recorrido por el emblemático Papaloapan, que transporta sus aguas desde las tierras de Tuxtepec.

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      El propio río sirve para bendecir la ciudad cada 2 de febrero, cuando las fiestas patronales llegan con la Virgen de la Candelaria.

      Una estatua de la virgen es transportada en una balsa y otorga su bendición al pueblo para evitar inundaciones y otras calamidades, que suelen ser comunes en esta zona tropical.

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      Las fiestas van acompañadas de ferias, mercados de comida callejera, huapangos y hasta un embalse de toros, que son soltados libres por las calles de la ciudad luego de cruzar el río junto a los ganaderos.

      La iglesia es uno de los puntos icónicos de la ciudad, ubicada en la plaza central, o zócalo, como se le conoce en México.

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      Esta explanada crea el plano urbanístico típico de una ciudad colonial española. Un cuadrante central con una alameda, junto a la cual se posa el templo católico y su campanario.

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      Junto a ella, el palacio municipal que funge como poder político, y que servía para demostrar a los antiguos indígenas quién tenía el poder sobre ellos.

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      Tras el zócalo, las calles perpendiculares se trazaron desde el río al interior de las tierras que lo orillan, formando las cuadras empedradas que dibujan hoy la totalidad de Tlacotalpan.

      La tejas en lo alto de las casas otorgan una fresca manera de protegerse del sol. El aire acondicionado no es tan común en esta zona. Pero los corredores y patios centrales son suficientes para ventilar los interiores.

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      Es común encontrar bancas y mecedoras en los pasillos exteriores de las casas, donde los vecinos se sientan a compartir un torito por las tardes, la bebida tradicional hecha a base de alcohol de caña.

      Para mí y mis amigos, la bicicleta fue la mejor manera de recorrer el pueblo. Al fin y al cabo, su terreno plano puede ser bastante bien aprovechado sobre dos ruedas.

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      Un lugar donde los niños todavía corren por las calles, los músicos se pasean por tiendas y restaurantes, los mariscos frescos se sirven en platos calientes y las botellas heladas de torito refrescan del calor.

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      Tlacotalpan se ha ganado con creces, y sin lugar a dudas, su título como Patrimonio de la Humanidad, al combinar tres etnias y culturas en un pequeño lugar.

      Sus casonas vernáculas y vivos colores son el mejor ejemplo de lo lindo de México. Un mágico y perdido lugar entre las selvas tropicales del sur.

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