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Ushuaia, Fin del Mundo (Parte III)

Ayelen

2384 visitas

Cuando escuchamos el rugir del motor y las agujas del medidor de electricidad conectado al regulador de la moto se movieron frenéticamente, Martin y yo suspiramos aliviados. Sabíamos que nuestra gran odisea por la falla de la moto, había llegado a su fin.

Nos fuimos del taller al que ya no queríamos volver nunca más, luego de que Martin le dijera unas cuantas palabras a los mecánicos que cabizbajos aceptaban el reto en silencio. Lamentablemente nos iríamos de Ushuaia con una pieza que ya no era la original y que se había tocado en vano… más adelante, aquello nos pasaría factura.

Para nuestra gran sorpresa y alegría, después de tantos días de lluvias y nevadas, esa mañana el cielo estaba limpio y celeste, acompañando un radiante sol. Existe una frase que dice: “si no te gusta el clima en Ushuaia, simplemente aguarda unos minutos…” refiriéndose al clima completamente cambiante de la ciudad, así que nos apresuramos a aprovechar ese hermoso día, ahora que contábamos con nuestro vehículo.

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Sale el sol en Ushuaia

Lo que más deseábamos desde que habíamos pisado aquel suelo austral, era llegar hasta el Parque Nacional Bahía Lapataia, donde finaliza la famosa ruta 3, que habíamos tomado desde Buenos Aires para llegar a Tierra del Fuego. Sin demoras, nos abrigamos con gruesas camperas y tomamos el camino que nos llevaría hasta la entrada de la reserva. Estar nuevamente sobre la moto me llenó de un gran entusiasmo, mientras dejábamos atrás la ciudad. Ahora veíamos grandes extensiones de campos, alguna que otra casita perdida entre el paisaje y a lo lejos comenzaban a elevarse nevados picos de enormes montañas grises, tapizadas de un frondoso bosque.

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Camino a Bahía Lapataia

Con ese horizonte acompañándonos, recorrimos 20 kilómetros hasta tomar un camino de ripio que atravesaba un bosque de lengas y coihues hasta llegar a una planicie despejada. Un robusto cartel indicaba el final de la ruta 3. Unos metros más atrás se abría la extensa Bahía, que no es más que un brazo del canal del Beagle que se escurre en ese sitio.

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Llegamos al final de la Ruta n° 3

Tomamos unas pasarelas de maderas que llegaban hasta un balcón que daba exactamente frente a la extensa bahía. Desde allí se podían observar a lo lejos cerros que la enmarcan y las distintas islas que forman parte de la Reserva. Soplaba apenas una suave brisa helada que mecía los largos pastos amarillos que nacían en la orilla, y arrastraba pequeñas olas sobre la superficie del agua. Pomposas nubes blancas cruzaban el celeste cielo, hasta llegar al gigantesco cordón de montañas nevadas, en el horizonte.

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Bahía Lapataia

Continuamos el trayecto, internándonos en un bosque de delgados y altos árboles que nacían al costado del camino. Los rayos de sol se colaban por entre sus frondosas copas verdes y se veían como dorados hilos que llegaban hasta la tierra. Si observábamos en silencio y con atención podíamos ver pequeños pajaritos que saltaban de rama en rama sobre nuestras cabezas, siguiéndonos curiosos por el camino.

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Nos desviamos del sendero, para descender hasta la orilla empedrada de la bahía donde una familia de patos nadaba tranquilamente. Nos tomamos una breve pausa para almorzar sobre la costa, y durante las siguientes horas recorrimos Lapataia por diferentes senderos. El Parque Nacional es un sitio bellísimo y muy extenso, cuenta con senderos de diferentes dificultades, así como también como zonas de acampe. Lamentablemente no contábamos con mucho tiempo para recorrerlo en toda su extensión.

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Familia de patos nadando en la bahía

Pasado el mediodía y repentinamente, el cielo se nubló por completo. Como ya dije, el clima es verdaderamente muy cambiante en Ushuaia, así que nos vimos obligados a volver antes de que la nevisca cayera sobre nosotros. Una última sorpresa nos depararía el camino cuando, saliendo de la reserva, unos simpáticos zorros colorados nos cruzaron el paso y se acercaron amigablemente a la moto (probablemente en busca de comida). Una leve nevisca comenzó a caer desde el gris cielo, mientras dejábamos atrás la bahía, pero volvíamos completamente satisfechos.

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Bellos zorros colorados en el camino

A la mañana siguiente el clima parecía agradable, con pocas nubes sobre el cielo, por lo que sin perder tiempo armamos la moto. Después de esas movidas dos semanas, dejaríamos la tierra del fin del mundo.

No voy a mentir, a pesar de todo lo vivido con la moto, me generó cierta nostalgia dejar atrás aquella ciudad de grandes montañas. Mientras avanzábamos decididos por la ancha avenida que nos sacaría a la ruta, con nuestros abrigos y todo el equipaje encima de la moto, le di el último adiós… o el Hasta Pronto. Había sido genial conocer a Gabriel y Melisa, quienes se convirtieron en buenos amigos y nos hicieron el aguante en cada día de nuestra estadía y siempre se me quedaría grabado en la memoria esas mañanas en las que veíamos nevar desde la ventana de la cocina del hostel mientras desayunábamos. Las exhaustivas caminatas por aquellas empinadas calles que me dejaban sin aliento, el festejo de San Patricio en el irish bar Dublin, con las cervezas de color verdes y la gente disfrazada, el extenso muelle y sus escandalosas gaviotas, nuestro pequeño hogar en el camping donde pasamos tardes nevadas con las frazadas hasta el cuello viendo algunas películas, y los paseos nocturnos en el auto de Gabriel por el iluminado centro de la ciudad escuchando aquel tema de Lorde, Royal, que de aquí en más, sé que cada vez que lo escuche, me traerá recuerdos de esta bella ciudad de hielo… Ushuaia se quedaría grabada en mi mente por siempre.

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Nos vamos de Ushuaia :crying:  

Y el viaje de ese día, también.

Teníamos decidido atravesar toda la isla de Tierra del Fuego, pasar Tolhuin y Rio Grande, embarcarnos y arribar a la parte continental del territorio argentino, hasta Rio Gallegos. Debíamos recorrer ¡600 Kilómetros!, haciendo la misma ruta que utilizamos para la ida, por lo que debíamos aprovechar al máximo la luz del día.

En el paso Garibaldi, el cielo comenzó a cerrarse y gigantescas nubes grises lo cubrieron todo sobre nuestras cabezas. Nos detuvimos a sacar las fotos que no habíamos podido sacar al ingresar a la ciudad, mientras yo aprovechaba a buscar calor en el motor de la moto que calentara mis congeladas manos.

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Regresando por el Paso Garibaldi

Las siguientes horas de viaje puedo jurarles que fueron bastante difíciles para mí. El clima se puso muy, muy frío. Apretando los puños fuertemente dentro de los bolsillos de mi campera, trataba de pegar mi cuerpo a la espalda de Martin, para evitar que las frías ráfagas se colaran por debajo de mi abrigo. Se escuchaba el fuerte rugir del viento en el casco mientras avanzábamos por la ruta y yo podía sentir claramente como la temperatura de mi cuerpo iba descendiendo poco a poco.

Pasamos velozmente por el camino de ingreso a Tolhuin y en unas horas también dejábamos atrás la ciudad de Rio Grande. Una vez que realizamos el trámite de aduana para ingresar a territorio chileno, empezamos el peor trecho de todo el viaje: el maldito y eterno ripio.

Yo soy una persona que prefiere el clima frío, para ser honesta con ustedes. Nunca me gustó el verano, el calor y la humedad, y siempre preferí el frío…. Hasta ese día.

A pesar de llevar varias capas de ropa encima, dos pares de medias, gruesos borcegos y abrigada campera, sobre la moto nada parecía importar. El viento penetraba cada capa de ropa y llegaba hasta mi piel. Para ese entonces, después de tantas horas viajando desde aquella mañana, comenzaba a sentir mis piernas entumecidas y el frío no mejoraba la situación. Procuraba no moverme, porque sentía cada músculo congelado y moverme me provocaba dolorosos calambres.

Además no podíamos avanzar muy deprisa en ese difícil camino, por lo que nunca antes nada se me hizo tan eterno como aquel día. Cada vez que miraba por sobre el hombre de Martin lo único que veía era ripio y más ripio. Fue una verdadera tortura. El viento gélido se filtraba por entre las rendijas del casco y llegó un punto en que ya no podía ni hablar de tanto que tiritaba. Sólo cerraba los ojos, apoyaba la cabeza sobre la espalda de Martin y pedía por favor que el camino terminara de una vez. Pero eso parecía nunca suceder!! Mi sufrimiento llegó al punto tal que no pude evitar comenzar a llorar dentro del casco, porque realmente ya no lo soportaba más… sí, les puedo asegurar que fue bastante difícil.

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Después de algunas horas que se me hicieron eternas llegábamos al embarque, en el estrecho de Magallanes. Para ese entonces, yo estaba casi adormecida o mejor dicho, aletargada detrás de la espalada de Martin. Ya caía la tarde, y varios autos aguardaban la llegada de la balsa. Me bajé lentamente de la moto, con espasmos que hacían temblar mi cuerpo de pies a cabeza. Comencé a caminar en círculos sobre la estrecha vereda al costado de la gran avenida que finalizaba sobre el agua. Estoy segura que los conductores de los vehículos que formaban fila habrán imaginado que estaba loca, pero lo único que intentaba era generar un poco de calor en mi cuerpo.

Como eso no funcionaba, Martin y yo ingresamos en un bar de mala muerte que se encontraba frente al mar. Un anciano detrás de un robusto mostrador se mostró muy simpático cuando ingresamos e inmediatamente nos ofreció todas sus mercancías, sin embargo, cuando le dijimos que sólo buscábamos reparo del frío, nos dio la espalda con una mueca amarga en su rostro.

Nos acercamos a una estufa, en la que chispeaba una pequeña llama y, aun temblando, empecé a sacarme el abrigo y el casco. Martin me tomó por los hombros en ese momento, y me miró asustado. Mi rostro pálido como un papel, con oscuras ojeras y labios fuertemente morados marcaban claramente el frío que estaba sufriendo. Seguramente mi cara daba un poco de impresión, porque el mismo dueño del local que antes nos había ignorado de mala gana, al verme, rápidamente cruzó el bar a zancadas y me encendió la estufa al máximo. Cuando sentí el calor del fuego, volví a la vida.

Pocos minutos después, la barca llegaba a la orilla del estrecho de Magallanes, y nuevamente nos embarcábamos hacia la costa opuesta. Hicimos los trámites aduaneros (recuerdo que la mujer que nos atendió nos miraba horrorizada mientras nos preguntábamos cómo podíamos circular en moto esa noche tan fría) y finalmente ingresamos a Argentina.

Los últimos kilómetros los recorrimos ya caído el sol. La noche se cerró sobre nosotros, con una oscuridad que inundaba todo, y que sólo era cortada por el haz de luz que nacía del faro delantero de la Transalp. No es nuestra costumbre viajar de noche, pero debíamos llegar a Rio Gallegos y no teníamos otra opción más que avanzar.

Haciendo el último esfuerzo por soportar el helado frío sobre la moto, sentí un gran alivio cuando divisé a lo lejos varias lucecitas, pertenecientes a Rio Gallegos. Ingresamos a una gran avenida, ahora sí iluminada por altos alumbrados. Nunca había estado tan, pero tan feliz de llegar a una ciudad.

Nuestro sufrimiento fue recompensado por la pareja amiga de Martin, Gerardo y Adriana, quienes nos esperaban para hospedarnos en su casa, con un buen baño caliente y una rica comida casera. Puedo asegurar que esta difícil vivencia me marcó… aún hoy sigo sosteniendo que no me gusta el calor extremo, pero nunca más voy a decir que prefiero el frío.

Próximo relato de mi viaje :)


  • Muy Bueno 2


5 Comentarios


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:) Más fotos de Bahía Lapataia,

Y mi viaje conntinua en el siguiente Blog:

Editado el por Ayelen

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<3 precioso el Parque Nacional Bahía Lapataia

 

Realmente admiro vuestro valor por recorrer los 600 km en un solo y gélido día, no quiero ni imaginarme el cansancio y frío que paso Martin...

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Vaya sufrimiento, ya no se si reír o llorar. Menos mal que han llegado con bien a su destino. Tomo nota de todo para cuando visite Argentina no recorrer la Patagonia en motocicleta ni cerca del invierno jaja ¡Saludos y buen retorno!

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    1. AlexMexico
      Último Relato

      El transcurso de una vida urbana puede fácilmente tornarse en algo rutinario, incluso en la grandeza de la Ciudad de México donde, no importa cuándo, siempre se encuentra algo por hacer.

      Si bien, la rutina es algo que se puede fácilmente esquivar en la capital mexicana, hay algo de lo que es imposible escapar. La contaminación y la gente. Un pacífico fin de semana, a solas en el aire fresco, es una demanda de colosales magnitudes en una de las metrópolis más pobladas del mundo. Pero hay algo que la hace única, a pesar de su estresante e incesante actividad.

      Hace casi 700 años, los mexicas (mejor conocidos como aztecas) decidieron construir su capital en uno de los más bellos paisajes del Aztlán, la tierra que ellos consideraban su mundo. Fue en un islote, en medio de un lago rodeado por montañas, donde fundaron Tenochtitlán, lo que hoy todos conocemos como Ciudad de México.

      Los alrededores de Tenochtitlán están cercados de impresionantes paisajes naturales, que dejaron en claro por qué Mesoamérica fue y será el cuerno de la abundancia. Es así que escapar de la ajetreada vida capitalina es, incluso hoy, una tarea fácil.

      Aquella vez, la decisión para reposar un fin de semana fue tomada por Sediel, uno de mis mejores amigos con cuya novia haríamos el viaje. Con una tienda de campaña casi nueva, un saco de dormir y una mochila sedienta por querer ser utilizada, el estado de Hidalgo fue lo que atrajo nuestra atención.

      Contiguo al Estado de México, Hidalgo cuenta con pueblos coloniales, grutas, aguas termales, bosques, cañones, cascadas, minas y un sinfín de interesantes propuestas de aventura. Y muy cerca de Pachuca, su capital, el pueblo de Huasca de Ocampo fue el destino elegido.

      La pequeña localidad nació en la época colonial española, cuando la producción minera atrajo a adinerados hacendarios europeos, que usaron la mano de obra indígena para la explotación.

      El pueblo creció alrededor de cuatro grandes haciendas, y aunque en el declive de la zona (cuando México se volvió independiente) muchos edificios quedaron casi en ruinas, en el siglo pasado se restauró para hacerlo un pueblo de paseo para turistas.

      Son varias cosas que hacen especial a Huasca. Su café, sus leyendas (que incluyen a duendes y brujas) y, sobre todo, su hermosa situación geográfica.

      Ubicada entre la Sierra de Pachuca y el Valle de Tulancingo, los paisajes aledaños a Huasca son un deleite visual, perfecto para los cazadores de un reposo en la naturaleza. Así que en vez de quedarnos mucho más tiempo en Huasca decidimos seguir nuestra ruta hasta los prismas basálticos, uno de los principales atractivos del valle.

      Huasca se emplaza en el oriente del Eje volcánico transversal, una cadena de volcanes que atraviesa el país de este a oeste y lo corta por su parte central. 

      Hace un par de millones de años, el enfriamiento del escurrimiento de lava que se generó en esta zona formó columnas de basalto que tomaron formas de prismas pentagonales y hexagonales. El resultado es hoy una maravilla.

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      El conjunto de prismas encimados entre sí parecen una estructura de legos. Es difícil creer que la naturaleza haya creado formas tan inorgánicas por sí sola.

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      Accedimos a los prismas bajando unas escaleras que llevan hasta un pequeño corredor, por donde cae un arroyo. El agua es traída desde los ríos y las presas que alimentan de agua la comunidad de Santa María Regla, a la que pertenecen las columnas.

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      Aunque algunas de las pequeñas cuatro cascadas fueron arrastradas hasta allí por el hombre, no hay mejor manera de darle un toque más encantador a un lugar como aquel que con caídas de agua.

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      El arroyo culmina en un pequeño estanque, al que se debe acceder desde la hacienda contigua. Es la llamada Cascada de la Rosa.

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      Este lugar fue visitado y estudiado incluso por personajes como Alexander von Humboldt, durante sus viajes por América Latina. La UNESCO nombró al sitio como uno de los 30 geoparques de la Red global de geoparques.

      Aunque ya había sido testigo de columnas basálticas del mismo estilo en Islandia, verlas en México no hizo más que reafirmar que es un país que lo tiene todo.

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      Antes de que se hiciera más tarde, era momento de decidir dónde debíamos acampar. La zona de Huasca de Ocampo posee múltiples sitios para hacerlo. Pero al ser el último fin de semana del verano estudiantil, los campings y balnearios estaban repletos. 

      El pueblo no era una buena idea para huir del bullicio. Y con ganas de un contacto mucho más natural, decidimos escuchar la sugerencia de un chofer.

      Unos kilómetros al norte, lejos de la carretera, había un lugar llamado Peña del Aire. Nada habíamos escuchado sobre él. Incluso, encontrarlo en Google Maps no fue del todo fácil. La información en internet era casi escasa. Pues bien, eso lo hacía el lugar perfecto.

      Según se nos dijo, pocas personas llegaban hasta la peña, ubicada al borde un acantilado bajo el cual se extendía un enorme cañón. Y en lo alto, una zona de camping era ideal para pasar la noche, lejos de las luces, del ruido y de cualquier contacto humano.

      Aceptamos así un viaje en taxi hasta la peña. Y tras un arduo viaje por un feo y estrepitoso camino de ripio, el chofer nos dejó en un centro de visitantes, que no era más que una palapa.

      Peña del Aire es un parque ecoturístico protegido. Hay pocas casas y propiedades privadas dentro del terreno. Las únicas construcciones son casetas de vigilancia, cobranza y algunos puestos de comida y tiendas. 

      A solo unos pasos de aquel puesto de visitantes se abrió ante nosotros un enorme cañón, parte de la Sierra de Pachuca.

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      El nombre Peña del Aire se debe, precisamente, a una gigantesca peña que se yergue en uno de los costados de la barranca. Y sí, de hecho, parece que flota en el aire.

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      Estas formaciones rocosas son características de las barrancas de la Sierra Oriental. Y el sitio perfecto para un centro ecoturístico.

      Una tirolesa de unos 70 metros de largo se tiende al lado de la peña y permite a los visitantes volar sobre el abismo. 

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      En la parte más baja, un río dibuja el camino del valle, junto al cual solo una pequeña iglesia se posa junto a un par de campos de cultivo. Al mirar abajo, creímos que sería un excelente lugar para acampar.

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      Comenzamos el descenso con mochila al hombro, cuidadosos de seguir el mezquino sendero que nos guiaba. El calor era sofocante, pero valía la pena hacer el intento.

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      Las vistas desde las laderas eran sencillamente magníficas. La vegetación parecía hacerse cada vez más verde y, a decir verdad, no era lo único colorido que apareció en nuestro camino.

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      El curso nos llevaba por todo el costado de la barranca, pero poco simulaba bajar al río. Aunque los lugareños nos habían asegurado un rápido descenso, la travesía era más larga de lo esperado.

      Antes de seguir, supimos que algo no resultaría. Esperábamos el arribo de dos amigos más, y en lo bajo de la barranca la señal de telefonía era escasa. Sería mucho más fácil encontrarlos en lo alto del acantilado.

      Volvimos entonces, entregados al calor de la tarde que, por cierto, no tardaría en esfumarse para dar paso a un fresco atardecer.

      La planicie superior fue el mejor lugar para montar el campamento. Un terreno llano, pastoso y fresco donde, al parecer, seríamos los únicos en pasar la noche.

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      Nuestros amigos no tardaron su arribo, por suerte, antes del ocaso. Y con las tres tiendas una junto a la otra, fue momento de armar la hoguera.

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      Una pila de malvaviscos y roles de canela fue el menú perfecto para el atardecer, que tras un cielo nublado se esfumó sin mucha presencia.

      Pero aquellas nubes de tormenta, cuyos relámpagos eran lo único que iluminaba el horizonte nocturno, crearon la atmósfera perfecta para las historias de terror que se avecinaban.

      Huasca de Ocampo es el sitio perfecto para alguien como Sediel, un fanático de las criaturas de fantasía. El pueblo está lleno de leyendas sobre duendes y brujas que moran los bosques circundantes, y que han hecho sus apariciones en repetidas ocasiones.

      De hecho, cuenta con su propio museo de los duendes. Y vaya que nuestro campamento simulaba ser su hogar, con una torre de metal en forma de sombrero que, de hecho, albergaba los únicos baños disponibles, a los que nadie se atrevía a entrar una vez caída la noche.

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      Cuando el fuego se fue consumiendo, una extraña luz apareció detrás de los arbustos. Un color amarillo fluorescente de forma redonda se movía con delicadeza, y de repente palpitaba como el latido de un corazón.

      No le prestamos mucha atención, quizá era alguien con una linterna. Tras pocos minutos se esfumó sin darnos cuenta.

      A la siguiente mañana, los lugareños nos contarían que se trataba de una bruja. Aparecer como pequeñas centellas era su especialidad en aquella zona. Pues bien, al menos no decidió visitar nuestro campamento.

      El alba fue bastante frío. El sereno dejó nuestras carpas más que húmedas por fuera. Y no había nada que deseáramos más que un café caliente. Pero habría que esperar la apertura de los puestos.

      Entretanto, un temprano despertar fue la mejor decisión grupal tomada para poder ser testigos de un hermoso amanecer.

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      El sol se levantó sobre la sierra oriental, iluminando tenuemente la figura de cada barranca del cañón. Nada, sino el cantar de las aves, se podía escuchar en el abismo.

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      Es lo que un grupo entero de capitalinos buscaba lejos de la metrópoli. La serenidad de una fría y verde mañana. Pero acompañada de un café de olla a la apertura del primer puesto, todo fue incluso mejor.

      Luego del desayuno fue momento de bajar a la peña, y contemplar el valle dibujado por los primeros rayos del sol.

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      La bruma de la mañana poco a poco se retiraba, y dejaba al desnudo la vitaleza de un cañón que podía apaciguar todo pensamiento y todo presente.

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      Escalar la peña no era una opción segura, pero hasta la poca altura que pudimos llegar fue suficiente para sentirnos satisfechos en nuestro viaje.

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      Disfrutar de la barranca sin la presencia de turistas durante la noche y la mañana fue una excelente decisión, que nos daría el respiro necesario para volver a la vida de una colmada ciudad.

    2. flormdk
      Último Relato

      Hace un poco más de diez años que había visitado la provincia de Misiones para ir a un congreso cuando era estudiante de la carrera de la carrera de Licenciatura en Turismo... Estuve algunos días en la capital, la ciudad de Posadas y dos noches en Iguazú. En este momento todavía las Cataratas de Iguazú no habían sido declaradas como Maravilla Natural, no había una gran cantidad de turistas. A decir verdad, cuando fui al parque con mis compañeros estábamos solamente nosotros. Vale aclarar, que era temporada baja, era el mes de mayo.

      Hacía bastante tiempo que tenía ganas de regresar, por eso, en el mes de enero pasado, decidí tomarme mis vacaciones de verano en las Cataratas. Organicé un tour que empezó en Salta y terminó en Iguazú.

      Decidimos dedicarle 5 noches a la ciudad de Iguazú ya que sabemos que es una de clima subtropical donde puede haber abundantes lluvias que impidan salir a recorrer el parque.

      Llegamos a destino y nos recibió una lluvia afortunadamente no muy intensa. De todas formas, es bastante frecuente que corramos con esa suerte... siempre los destinos que visitamos nos reciben con lluvia pero los días siguientes suelen tener unas condiciones climáticas espectaculares, así que no nos preocupamos.

      El primer día que llegamos, teníamos pensado visitar el Parque pero con la lluvia no era un buen plan. Entonces, optamos por cruzar la frontera y visitar Ciudad del Este en Paraguay. Es una ciudad que tiene la fama de ser un destino de compras ya que es una zona franca, libre de impuestos. 

      Tomamos un colectivo y en menos de una hora estábamos en destino. Creo que no hay palabras para describir a este sitio... Es una ciudad cargada de comercios, de carteles, de vehículos, de gente, de ruido ambiente... Una ciudad totalmente caótica en la que no existen semáforos que orden el tránsito. Afortunadamente, fuimos con información de los mejores lugares para comprar y también teníamos en mente que comprar con el modelo ya elegido. Creo que no hay otra manera de visitar esta ciudad si no es con información previa... Hay muchísimos lugares, vendedores ambulantes y carteles que compiten entre sí. Es recomendable ir temprano, ya que todos los lugares cierran a las 16:00 de la tarde porque suelen abrir muy temprano en la mañana y trabajan en horario de corrido.

      Nosotros llegamos con el tiempo muy justo pero por suerte llegamos a conseguir lo que teníamos planeado, una cámara de fotos de viaje.

      El objetivo principal del viaje era visitar el Parque Nacional Iguazú... También nos interesaba conocer el Parque del lado de Brasil... 

      Fuimos un día del lado de Brasil fue un paseo muy corto porque teníamos que regresar temprano para tomar el colectivo. La vista es muy distinta a la vista del lado argentino, ya que las pasarelas están muy cerca de las Cataratas, pero el parque en este lado es mucho más pequeño. No volvería a visitarlo, pero si volvería una y otra vez al lado argentino ya que aquí el parque es muchísimo más grande y como los colectivos pasan hasta más tarde, se puede estar disfrutando del paisaje hasta las 17:00. Un dato muy importante para quienes deseen visitar las Cataratas, es que comprando la entrada para dos días consecutivos, el segundo día sale la mitad de precio.

      Desde Iguazú se pueden hacer muchas excursiones como por ejemplo visitar las Ruinas de San Ignacio un sitio arqueológico muy interesante, visitar las Minas de Wanda y comprar piedras semipreciosas, etc. Era verano, días de calor intensos cargados de húmedad, por lo que no tenía mucho interés en realizar excursiones de días completos. Nos quedaba un día libre, aprovechamos para conocer la ciudad de Foz de Iguazú. Visitamos un Shopping y recorrimos la ciudad. A decir verdad, la ciudad no me pareció muy llamativa pero siempre me resulta interesante conocer distintas ciudades del mundo.

       

      Consejos importantes para quienes deseen visitar Iguazú

      Conviene destinarle al menos dos días para recorrer todo el parque en el lado argentino es posible que un día no alcance para conocerlo completo.

      Es aconsejable evitar la temporada alta ya que es un destino muy turístico por lo que en enero y mitad de julio suele haber más cantidad de gente que en otros meses.

      Resulta óptimo dejar días libres porque es una zona de clima subtropical, pueden tocar días de lluvia en los que no sea la mejor opción visitar el Parque.

      En el Parque se pueden comprar souvenires, hay varios restaurantes, kioscos y cafés.

      No hay que olvidar el protector solar, repelente y anteojos de sol. Por supuesto, es necesario llevar calzado cómodo.

      Aconsejo que al llegar al Parque, lo primero que hagan sea visitar la Garganta del Diablo, es el paseo que está un poco más alejado comparado con el resto de los circuitos, sumado a ello es el más imponente. Para llegar hasta allí se puede ir caminando o sino el trencito ecológico del Parque, es muy lindo y pintoresco.

      La cena show que se ofrece en Foz de Iguazú es imperdible! Se puede disfrutar de un espectáculo de danzas con música regional mientras se pueden degustar cientos de platos.

      Para visitar las Cataratas se recomienda un mínimo de 4 noches. 

      Para quienes deseen estar en contacto con la naturaleza en su máximo esplendor, pueden realizar el sendero Macuco, para ello es imprescindible llevar agua y alimentos ya que en ese trayecto no existen kioscos ni lugares de ventas de alimentos. 

    3. Perdido en el sureste de México, casi al borde del mar y ubicado junto al río Papaloapan, se ubica uno de los pocos pueblos del país declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

      A solo 90 kilómetros al sur de la ciudad de Veracruz, este colorido pueblo aparece en medio de una región tropical y cálida, cuyo único respiro del infernal calor es la brisa que carga consigo el río.

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      Visitarlo en verano un par de veces quizá no fue la mejor idea. Pero el solo hecho de estar allí significa un refresco del movimiento de la ciudad.

      Tlacotalpan surgió como un asentamiento del pueblo totonaca, una civilización mesoamericana prehispánica que se asentó en buena parte de la costa del Golfo de México. Su nombre significa “entre aguas”.

      Pero fue con la llegada de los españoles que el pueblo creció y tomó forma, desde que Pedro de Alvarado recorrió el Papaloapan río arriba, descubriendo que Tlacotalpan podría ser un buen puerto fluvial para el transporte de mercancías al Imperio Español.

      Así fue como surgieron dos grandes haciendas en la zona, que aunque corrieron el riesgo de ser abandonadas, hicieron que en algún momento la población de españoles creciera. Y sumado a la importación de esclavos negros africanos desde el puerto de Veracruz, Tlacotalpan tomó la raíz multicultural y multiétnica que posee hasta el día de hoy.

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      El pueblo es el corazón del son jarocho y los jaraneros, estilos musicales provenientes del Caribe y que fueron desarrollados en la mayor parte de la costa del Golfo gracias a los afrodescendientes.

      La misma palabra “jarocho” define a las personas provenientes de la región del Sotavento, sobre todo aquellos de piel oscura que usaban jaras como método de pesca. Y esas raíces extranjeras finalmente se impregnaron en la zona alrededor de Tlacotalpan.

      Músicos con sus típicos trajes blancos, con sombreros de paja y pañuelos rojos caminan por las calles ofreciendo coplas. Mientras en las noches llegan los huapangos, fiestas donde el son jarocho es el invitado principal.

      Pero el mayor atractivo del pueblo es sin duda su arquitectura vernácula, es decir, que las construcciones fueron hechas de forma auténtica por los habitantes nativos con materiales de la zona.

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      En 1714 el río se desbordó, y en 1788 un incendio arrasó con muchas de las casas. Es por ello que se ordenó que a partir de entonces todo edificio fuera alzado con mampostería. 

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      Y desde aquella época, un lejano siglo XVIII, las típicas casonas con arcos y pilares se han mantenido en pie.

      Luciendo los vivos colores de México, cada casa es un ejemplo de lo que puede lograrse de forma artificial, respetando siempre lo natural.

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      Cada teja, cada muro, cada columna, cada acera, fueron construidos con los materiales que la propia cuenca del Papaloapan le otorgó a la ciudad. Y se convirtió con los años en el orgullo de los tlacotalpeños.

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      Aunque el puerto fluvial perdió su importancia con la llegada del ferrocarril, el río ha sido siempre parte vital de Tlacotalpan. No solo como medio de transporte, sino al aportar el agua para los cultivos, la ganadería, los pobladores, regular el clima y para la pesca.

      Tomar una balsa para dar un paseo por sus aguas es uno de los mayores atractivos hoy en día.

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      Aunque para ser sincero, la magia de la mampostería y la arquitectura vernácula se esfuma de inmediato.

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      En su lugar, es suplantada por modernas mansiones pertenecientes a la clase alta de Veracruz. Políticos y empresarios han construido sus casas de verano en la riviera, y los yates estacionados en su orilla confirman su poder adquisitivo.

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      Aún así, no está de más un recorrido por el emblemático Papaloapan, que transporta sus aguas desde las tierras de Tuxtepec.

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      El propio río sirve para bendecir la ciudad cada 2 de febrero, cuando las fiestas patronales llegan con la Virgen de la Candelaria.

      Una estatua de la virgen es transportada en una balsa y otorga su bendición al pueblo para evitar inundaciones y otras calamidades, que suelen ser comunes en esta zona tropical.

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      Las fiestas van acompañadas de ferias, mercados de comida callejera, huapangos y hasta un embalse de toros, que son soltados libres por las calles de la ciudad luego de cruzar el río junto a los ganaderos.

      La iglesia es uno de los puntos icónicos de la ciudad, ubicada en la plaza central, o zócalo, como se le conoce en México.

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      Esta explanada crea el plano urbanístico típico de una ciudad colonial española. Un cuadrante central con una alameda, junto a la cual se posa el templo católico y su campanario.

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      Junto a ella, el palacio municipal que funge como poder político, y que servía para demostrar a los antiguos indígenas quién tenía el poder sobre ellos.

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      Tras el zócalo, las calles perpendiculares se trazaron desde el río al interior de las tierras que lo orillan, formando las cuadras empedradas que dibujan hoy la totalidad de Tlacotalpan.

      La tejas en lo alto de las casas otorgan una fresca manera de protegerse del sol. El aire acondicionado no es tan común en esta zona. Pero los corredores y patios centrales son suficientes para ventilar los interiores.

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      Es común encontrar bancas y mecedoras en los pasillos exteriores de las casas, donde los vecinos se sientan a compartir un torito por las tardes, la bebida tradicional hecha a base de alcohol de caña.

      Para mí y mis amigos, la bicicleta fue la mejor manera de recorrer el pueblo. Al fin y al cabo, su terreno plano puede ser bastante bien aprovechado sobre dos ruedas.

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      Un lugar donde los niños todavía corren por las calles, los músicos se pasean por tiendas y restaurantes, los mariscos frescos se sirven en platos calientes y las botellas heladas de torito refrescan del calor.

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      Tlacotalpan se ha ganado con creces, y sin lugar a dudas, su título como Patrimonio de la Humanidad, al combinar tres etnias y culturas en un pequeño lugar.

      Sus casonas vernáculas y vivos colores son el mejor ejemplo de lo lindo de México. Un mágico y perdido lugar entre las selvas tropicales del sur.

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