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Showing content with the highest reputation on 05/16/15 en toda la comunidad

  1. 1 punto
    Las rondas de chacarera acompañadas de un suave vino tinto en la peña me hicieron levantarme aquella mañana con una ligera resaca Curé mi deshidratación con un jugo de naranja y un café para el frío. La señora del hostal se dispuso a brindarnos todo lo que el desayuno incluía (ya en el precio de la noche). Entre todo, unas ricas tostadas de pan con mermelada y dulce de leche. Fue entonces cuando viví otra de mis divertidas experiencias con las variaciones lingüísticas del español, que ya venían saturando las hojas de mi diario-diccionario. En Argentina se llama dulce de leche lo que en México se llama cajeta (y que en Perú se llama manjar). Por tanto, cuando me quedé sin dulce de leche para las tostadas, yo pedí un poco más de cajeta. Entonces todos me miraron y me preguntaron: “¿qué querés decir che?” “Sí, un poco más de cajeta para la tostada”, repliqué yo. En Argentina la palabra “cajeta” es una manera vulgar de llamar a la vagina. Algo como “coño” en España, “cuca” en México, o “concha” en la misma Argentina. Algo similar me pasó cuando en Perú escuché repetidamente la palabra “¡pucha!”, como expresión equivalente a “¡mierda!”, sin ellos saber que pucha en México también significa vagina. En fin, ya imaginarán mi cara de vergüenza cuando lo supe y lo dije frente a una niña Terminamos nuestras tostadas con dulce de leche y empacamos nuestras maletas. Nos despedimos de los dueños y desalojamos el colorido hostal, para mudarnos a lo que se convertiría en nuestra suite navideña. A tan sólo una cuadra de distancia, la señora ya nos esperaba para entregarnos la llave de la cabaña que habíamos reservado la tarde anterior. Dejamos nuestras cosas y estuvimos a punto de quedarnos a dormir toda la tarde en la cómoda morada pero nos esperaba un imperdible atractivo de Jujuy: el pueblo de Purmamarca. Nos dirigimos a la estación de buses, donde nos topamos con Flavia y Nathaly, las dos chicas de Buenos Aires que habíamos conocido en el hostal. Ellas se dirigían a Humahuaca (un pueblo más al norte) y al igual que nosotros, volverían por la noche. Les platicamos que nos habíamos pasado a una cabaña cerca del hostal, y las invitamos a hacer un asado para la Nochebuena con nosotros, si no tenían mejores planes. Ambas aceptaron contentas, y nos quedamos de ver a nuestro regreso para comprar juntos los víveres navideños. Cogimos el bus de mediodía y en menos de 30 minutos llegamos a Purmamarca. Sin duda, al llegar volví a experimentar la dulce sensación de conocer lo desconocido. Y cuando digo desconocido es que de verdad no tenía una idea de las maravillas que existían en el norte de Argentina Purmamarca es un pequeño pueblo ubicado al inicio de la Ruta Nacional 52, famosa por atravesar la árida sierra andina hasta las Salinas Grandes de la puna, la Laguna Guayatayoc y por llegar hasta el Paso de Jama, principal puente fronterizo con Chile en el norte. Pero su mayor atractivo es su inigualable patio trasero: la extraordinaria Quebrada de Humahuaca. Como una de las últimas poblaciones al sur de la quebrada, todo el paisaje dentro y a los alrededores de Purmamarca es de un brillante y cegador rojo cobrizo, característico de toda la sierra. Además de sus calles de tierra y piedras, las primeras casas que nos dieron la bienvenida al pueblo estaban en su mayoría construidas con esta peculiar roca anaranjada, dándole a su arquitectura un toque exquisito. El calor del mediodía nos abrió pronto el apetito, y decidimos parar a comer en un pequeño restaurante antes de proseguir con nuestro tour. Luego de una sopa y un tradicional corte de carne, conocí lo que en Argentina llaman el “cubierto”. Es una especie de “derecho de asiento” que se cobra en la cuenta. Es como pagar por el servicio desglosado en el ticket final, pero eso sí, es diferente a la propina. La verdad que me confundí un poco, y se me hizo algo excesivo pagar el cubierto más la propina pues superaba ya el 10%, usualmente lo máximo que dejamos en México. Continuamos nuestra travesía mirando las pequeñas y coloridas artesanías que en Purmamarca se elaboraban, entre las que no pude hallar un simple vaso tequilero (que he coleccionado durante todos mis viajes). Al final me decidí por un pequeño vaso hecho de la misma roca, y que podría pasar por un chupito para shot Subimos hacia la parte trasera del pueblo, rodeando el imponente y brillante cerro, cuyas laderas rojizas no pude evitar tocar. Su áspera superficie me hizo sentir en la edad de piedra, y quise llevarme un pedazo de cada pared conmigo. Pasamos por un alucinante hotel anaranjado donde me imaginé a los Picapiedra en su troncomóvil La verdad que pensé en que hubiera sido mejor idea pasar allí la navidad. Pero bastaba con preguntar en uno de los hospedajes más simples para darse cuenta de lo turístico que era Purmamarca, y del daño que pudo haberle hecho a nuestros bolsillos Cuando dimos la vuelta a la pequeña montaña, el monótono naranja empezó a transformarse en un tutifrutti de colores que pintaban los macizos y el suelo de verdes, grises, morados, naranjas y rojos. Una imagen impresionante que nos hizo sentir bajo los efectos de estupefacientes, cual sueño de alucinógenos. Sin embargo, Rocío me dijo que eso no era todo. Pues estábamos a punto de ver la postal más reconocida de todo el norte argentino: el Cerro de los siete colores. Mientras caminábamos serpenteando la Quebrada de Humahuaca me puse y me quité la casaca en repetidas ocasiones. El sol era bastante abrasador, aunque no nos encontrábamos a una altura extrema (unos 2,200 msnm). Pero frente a algunos montes de la sierra el frío viento golpeaba con toda su fuerza, y apenas y me dejaba levantar la cara A cada metro que avanzaba, yo creía estar viendo el Cerro de los siete colores por doquier. Los paisajes se maquillaban por sí solos de múltiples y vívidos tonos que parecían ser sacados de un cuento de vaqueros del lejano oeste La única vegetación a la vista eran pequeños arbustos secos y enormes cactus, muy parecidos a los que había mirado en la Isla Incahuasi en el Salar de Uyuni. Nico siempre se nos adelantaba para filmar todo lo posible con su cámara Super 8. Mientras Rocío y yo luchábamos por ganarle la batalla al viento y por no cegarnos con el reflejo del sol en aquellas radiantes colinas. De pronto, apareció frente a nosotros otro macizo. Pero éste parecía haber sido delineado por algún pincel inexistente y natural. Era el Cerro de los siete colores, que se sobresalía entre el resto de las montañas. De blancos a oscuros, de cafés a morados, de rojos a verdes. No pude contar aquellos siete colores de los que hablaban, pues sus tonalidades eran muchas más. Su historia geológica de sedimentos marinos, lacustres y fluviales elevados por los movimientos tectónicos dio forma a esta joya fascinante de la Cordillera de los Andes, de la que no pude creer que estuviera siendo testigo, y que no hubiera tenido conocimiento de su existencia desde antes Anonadados por la perfección de aquellas líneas de colores, seguimos el sendero que nos llevó de vuelta al pueblo, no sin antes darnos la vuelta para captar una última fotografía del prodigioso monumento. Como era aún temprano para volver, Rocío nos platicó sobre otro lugar cercano llamado Maimará. Se trata de un pequeño poblado a la orilla de la ruta 9 y a apenas unos 7 kilómetros al sur de Tilcara, por lo que nos quedaba de paso. Tomamos un colectivo que pronto nos dejó dentro del pueblo. La comunidad lucía bastante desolada, prácticamente deshabitada. El sonar el del viento en los árboles, bajo los fuertes rayos del sol, sumado a las calles desiertas y un niño andando a solas en su triciclo fue una imagen bastante tenebrosa con la que fuimos recibidos Dos jóvenes viajeros fueron los únicos que asomaron sus rostros por las paredes de un camping, donde ellos poseían la única carpa instalada. Pero los fantasmas de Maimará fueron desvaneciéndose poco a poco, mientras subíamos por una empinada calle que nos estaba llevando de vuelta a la carretera. Y detrás de nosotros empezó a aparecer el principal atractivo del pueblo, que nos había arrastrado hasta allí: la Paleta del pintor. Al igual que Purmamarca, Maimará se posa en las mágicas ranuras de la Quebrada de Humahuaca, de la misma manera que es vigilado por un gran macizo, cuyas anchas proporciones parecen, efectivamente, haber sido rociadas por los colores de un pintor. Llegamos hasta la ruta, donde un pequeño montículo de piedra, a forma de mirador, nos permitió tener postales mágicas de aquella montaña policromática. Detrás de nosotros, se abría la carretera entre varios monolitos que me hacían sentir en los paisajes de Utah o el Gran Cañón. Sin duda alguna, me había dado cuenta que entrar a Argentina había sido la decisión más acertada que pude haber tomado en mi viaje El viento comenzó a molestar un poco a Rocío, sobre todo en lo alto de un cerro donde penetraba nuestros abrigos, rompiendo nuevamente con el mito del calor veraniego del norte argentino Bajamos a la autopista para esperar al colectivo en la garita. Pero los escasos coches a la vista y el desalentador comentario de una joven pasajera nos dieron pocas esperanzas de avistarlo pronto. Así que bajamos de nueva cuenta al pueblo para coger un taxi que, por un módico precio, nos llevó de vuelta a Tilcara. Allí, nos reconfortamos en nuestra suite presidencial, donde mientras esperábamos por las chicas, hicimos la lista de nuestras compras navideñas, con la que prepararíamos el gran banquete para nuestra Nochebuena a la argentina… Pueden ver el resto de las fotos en el álbum de la provincia de Jujuy
  2. 1 punto
    Hoy les voy a contar sobre el lugar que menos me gustó. Así es… siempre me preguntan por la playa que me pareció más linda, el país que más me agradó o el lugar más paradisíaco donde acampamos… pero nadie parece importarle que en el viaje también hubo momentos no muy gratos. Como no pretendo venderles ningún paquete turístico, sino más bien contar mi aventura sin tabúes, me gustaría poder hablarles de este lugar taaaan particular, ubicado en las costas ecuatorianas. De todas formas, vale aclarar que, si bien Montañita fue nuestra primera estadía dentro de Ecuador y no fue de mi entero agrado, todo el recorrido a través de este país fue fabuloso. Las tierras de Ecuador son espectaculares por donde se las vea. Playa, sierras, selva… todo al alcance, con mil cosas para hacer y gente de lo más linda Después de nuestra última noche en Máncora, aún en Perú, tomamos la carretera 1N que nos llevaría directo a la ciudad fronteriza Zarumilla. Pasaporte por aquí y por allá, papeles que iban y venían, documentos de la moto, seguro, bleble hasta que final y oficialmente estuvimos dentro de Ecuador. Nos esperaba una carretera rodeada de plantaciones de bananas y vegetación verde brillante. La primera parada la hicimos en la concurrida y gran ciudad de Machala. Disfrutamos de un cómodo y espacioso colchón y de un merecido baño caliente en un hotel y al día siguiente simplemente seguimos camino. Cruzamos la ciudad de Guayaquil y lamentablemente decidimos seguir. Digo lamentablemente porque luego nos enteraríamos que Guayaquil es una gran ciudad de arquitectura muy bella y llamativa, con cientos de atracciones para visitar. Será para la próxima Al llegar la noche, acampamos en un acostado de la ruta, en un predio que pertenecía a una gasolinera. Pedimos permiso y armamos nuestro humilde campamento. Cuando la noche cayó, la gasolinera cerró y nos quedamos sumidos en un silencio y una oscuridad compelta. Para ese entonces ya habíamos adquirido la costumbre de ver alguna película o serie en la computadora, porque ya estábamos acostumbrados que, cuando caía el sol no había mucho por hacer, más que resguardarnos en la carpa. A la mañana siguiente, temprano, Martin me despertó tan eufórico como siempre suele estar a las mañanas (algo que suele molestarme un poco), y desayunamos sentados al lado de nuestra casa/ carpa. Recuerdo que me llamó la atención ver algo grande…muy grande, recostado muy alto sobre las ramas de un árbol. Cuando advertimos que era una enorme iguana, muy tranquila tomando solcito, caímos en cuenta que estábamos en Ecuador. Entonces, después de dos largos días de viaje llegábamos finalmente a Montañita. No recuerdo exactamente quién o quienes nos recomendaron aquel lugar, pero me gustaría recordarlo Estéticamente hay lugares peores, claro está. Al arribar a Montañita nos encontramos con un pequeño pueblo de menos de 20 manzanas. Nace al costado de la ruta y sólo tiene 7 calles perpendiculares a la carretera y 3 paralelas, antes de terminar en playas sobre la costa. Lo primero que hicimos, como siempre, fue buscar un alojamiento. Y encontramos un camping con un gran terreno, parcelas para carpas delimitadas y techadas y una cocina compartida. Todo lo que necesitábamos. El día estaba completamente gris. Un manto blanco de nubes impedía que los rayos de sol llegaran a Montañita, pero aun así la temperatura era bastante agradable. Comenzamos a caminar por las calles adoquinadas cubiertas de arena del pueblo y al principio yo iba bastante entretenida con los grandes negocios de ropa, los locales de souvenirs y los puestos de artesanías. Pero entonces, empecé a notar que eso era todo el pueblo. Uno al lado del otro se amontonaban negocios, hospedajes de todo tipo, bares, boliches, y sobre esos negocios, más hoteles o bares. Ni siquiera sé dónde vivía la gente de ese lugar, porque nunca vi casas, hogares. Montañita es un lugar…ficticio, creado exclusivamente para el turista. Al parecer el bom de Montañita se debe a que sus playas presentan el escenario perfecto para competencias de surf, por lo que en los últimos años es el sitio predilecto por los amantes de este deporte. Además, con tanos negocios, Montañita tiene ofertas de trabajo constantemente, por lo que es elegido por los viajeros como el sitio perfecto para parar, juntar dinero trabajando de mesero, cocinero, promotora (…lo que sea) y seguir viaje con unos buenos dólares en los bolsillos. Con esto, empecé a barajar la posibilidad de sumarme a esa idea y buscarme algún trabajo temporal que pudiera ayudarme económicamente. Así fue como conocimos a nuestros compañeros del camping. La cantidad de personajes que albergaba aquel hospedaje era increíble. Ramiro y Sara, una pareja compatriotas nuestros, argentinos, que ya hacía varios días que paraban en Montañita buscando empleo; Noelia, una chilena que vivía recorriendo el mundo; Roberto, un chileno chef vecino de carpa, y varios colombianos y peruanos. Al día siguiente el clima estaba exactamente igual. Nublado y gris. Sin embargo, esa mañana nos esperaba una sorpresita inesperada. Aquel viernes era el inicio de un fin de semana largo para los ecuatorianos, y por lo menos el 45 % de la población parecía que había elegido Montañita para disfrutar de sus días de descanso. Cuando salí de la carpa, aquel día, de repente me vi rodeada de nuevas carpas, varios autos estacionados en el predio del camping y muchos grupos de jóvenes por todos lados, eufóricos por arrancar su fin de semana… jmm para una antisocial malhumorada como yo, aquello no pintaba un buen panorama. Como la anciana quejosa que soy, me fui maldiciendo a todos los que habían llegado con su barullo y su música bailable a todo volumen, y me crucé a comprar algo para el desayuno. Entonces, a los costados de un estuario que cruzaba la ruta de lado a lado y que terminaba en el mar, vi algo que cambió por completo de humor. Una por aquí, y dos más por allá… tres….no! toda una gran familia de iguanas descansaban sobre troncos y piedras, a la vera de aquel arroyo cubierto de una alfombra de musgo. Me acerqué tanto a ellos, que si estiraba mi mano podía tocarlos, aunque su mirada me advertía que fuera inteligente y no lo hiciera. Sin embargo, me permitieron hacerles toda una sesión fotográfica desde todos los ángulos que quise. Un macho enorme y corpulento, se mostraba un poco incómodo, estirando el pliegue debajo de su mandíbula amenazadoramente. El naranja de sus patas resaltaba con el verde del lomo, cubierto además por diminutas plantas acuáticas que se le acumulaban en su cresta, producto del último baño que se habría dado en el agua. Aquello cambió por completo mi día, y ya no me importó más el ruido, los adolescentes descarrilados o la música carnavalesca que escuché durante todo el día. Al caer la tarde, terminamos de comprender por qué Montañita es tan deseado y tan nombrado por la juventud ecuatoriana. Cuando el sol se ocultó, aquel pueblo ficticio de repente se convirtió en un pueblo de fiesta. Curiosos, nos acercamos a las calles céntricas y de repente encontramos un enorme festival montado en las calles. Un mar de gente, la mayoría jóvenes (sobre todo europeos y norteamericanos) se amontonaban en las puertas de bares y discos, desde donde se podía escuchar a todo volumen música del tipo reggaetón o cumbia. Sobre las calles y uno al lado del otro se apostaban puestos de tragos, donde podías pedir el trago que se te antojara. La gente bailaba en las calles, en los boliches, en las terrazas de los hospedajes y hasta la playa se había iluminado. Montañita es tierra de nadie, no sólo el alcohol es moneda corriente, aquella noche vimos correr mucha droga de todo tipo, y a medida que transcurrían las horas, el ambiente comenzaba a ponerse más pesado. Regresamos temprano a las carpas, pero la música estridente de cada boliche se mezclaba en el aire como una sola nota ruidosa y molesta y fue bastante complicado conciliar el sueño. Ni hablar de los rezagados que volvieron a las 5 de la mañana completamente ebrios y gritando al camping, despertando a todos. Si tu idea de viaje es irte con amigos al descontrol total, claramente te recomiendo Montañita. Sin embargo, entenderás que para mí, que deseaba conocer lugares y costumbres nuevas, aquello me parecía un espanto, un lugar armado sólo para extranjeros de fiesta. Con otro día nublado, Montañita se estaba tornando un lugar que ya nada tenía para ofrecernos. Por lo que aquel día, junto con nuestros amigos Ramiro y Sara decidimos visitar unas playas vecinas que nos habían recomendado. Caminamos costeando la ruta solo unos minutos y llegamos a una iglesia, construida sobre el borde de un acantilado y desde allí descendimos hasta el pueblo de Olón. Como si hubiéramos cruzado a otra dimensión paralela, Olón era exactamente lo opuesto a Montañita. Un pueblito (esto sí era un pueblo, con residencias) de desprolijas callecitas y plazas, con una de las playas más hermosas de todo ecuador. Una ancha planicie de arena blanca y una maraña de selva y vegetación. Los cuatro llegamos a la costa felices y emocionados en el momento en que el sol, que hacía varios días no veíamos, nos daba la bienvenida. Allí no había jóvenes ebrios, con música, ni mujeres “perreando”… toda la playa para nosotros y una paz inmensa. Eso era exactamente lo que quería. Caminamos largas horas sobre la playa y nos pegamos un chapuzón antes de volver a Montañita nuevamente. Al día siguiente nos despedimos de nuestros amigos y partimos hacia Puerto Lopez. <<< ANTERIOR *** SIGUIENTE >>>
  3. 1 punto
    Hay un pequeño secretito mío que no recuerdo haberles mencionado pero que comenzó a pesar bastante en todo este trayecto costero que ya habíamos iniciado desde Máncora, Perú. Si dividiera el viaje de acuerdo a su clima y paisaje, podría decir que la primera parte, hacia el Sur de Argentina fue completamente de nieve y frío atroz. Sin embargo, ahora comenzábamos a viajar por ciudades costeras: mar, sol y arena. Claro que, si bien me gusta más la montaña, no tengo ningún problema con disfrutar de unos días de playa. El tema está en el agua. Le tengo mucho miedo. Mucho. Como la disyuntiva del huevo o la gallina, no sé si le tengo miedo al mar por no saber nadar o si no sé nadar porque le tengo miedo al agua. El tema es que mientras Ayelen toque fondo con sus piecitos, está todo bien…pero cuando eso no sucede, se precipita la catástrofe Aun así, cuando llegamos a Puerto López, en la provincia de Manabí, después de haber recorrido sólo unos 50 kilómetros aproximadamente desde Montañita por la Ruta del Spondylus (llamada así por este simpático animalito marino en peligro de extinción de las costas ecuatorianas), lo primero que hicimos fue buscar una agencia que nos ofreciera un tour para ver las ballenas. Aquí les traigo otro secretito que descubrí en el viaje, que, en realidad me lo hizo notar Martin, no importa el pánico que me genere las alturas, las profundidades o los climas extremos… si hay un animal de por medio soy capaz de hacer lo que sea. Eso es lo que llaman pasión. Por lo que no me importaba cómo, pero si podía ver de cerca a estos grandes animales por primera vez en mi vida, lo iba a hacer a toda costa. Puerto López es un pueblito sencillo y tranquilo. A lo largo de la playa presenta una ancha costanera donde se acumulan puestitos de comidas rápidas y comidas marítimas. En una plaza central, frente a una iglesia, se encuentra la estatua de una ballena saltando que representa el atractivo principal de la ciudad. La ballena Jorobada viaja desde la Antártida y llegan a las costas ecuatorianas para la reproducción y cría. Con su último trabajo en la programación de unas aplicaciones para celular, Martin compró dos tickets para realizar al día siguiente el tour para observar las ballenas (amo a este hombre ). El tour incluía una parada para hacer snorkel y observar la vida marina y eso me alarmó de entrada . Sumado a la ansiedad que me generó el hecho de que pronto vería a estos animales tan grandiosos por primera vez en mis 27 años, claramente aquella noche no pude pegar un ojo, en el patio de un Hostel que funcionaba como camping donde armamos la carpa. A la mañana siguiente, aunque el día estaba nublado y gris, partimos hacia el puerto y nos embarcamos en una lancha junto con otras treinta personas, en dirección mar adentro, en busca de las ballenas. Todos nos colocamos unos divinos chalecos fluorescentes que no parecían poder conservar mucho mi vida cuando miraba hacia la profundidad del mar, a medida que avanzábamos. Contando la excursión en lancha en Paracas, Perú, este sería mi segundo viaje en una embarcación y a pesar del miedo al agua, la sensación del viento salobre en la cara, la espuma del mar alborotándose con el paso de la lancha y el fresco del mar, me llenaban de una exaltación extraña. Nos adentramos durante algunos minutos en el mar, pasando por grandes estructuras rocosas de irregulares formas, cubiertas de vegetación y hogar de aves marinas que nos veían pasar, acostumbradas seguro a la visita continua de los humanos. Llegamos entonces al sitio donde el guía anunció por unos parlantes que sería el lugar propicio para observar a la ballena jorobada. La lancha contaba con una terraza superior, donde se encontraba la cabina de manejo, y cuando el guía pronunció la frase: “quien se anime a subir, puede hacerlo”, yo me abalancé sin pensarlo y pasando por encima de todos hacia la escalerita que se encontraba a un costado. Con el barco meciéndose de un lado para otro por el oleaje, y el mar abajo mío, me sentía como en la película Misión Imposible subiendo por las escaleritas…pero todo sea por ver mejor a las ballenas! Me acomodé en el frente de la embarcación, a un costado del centro de manejo donde se encontraba el capitán, aferrándome a las barandas mientras el barco se mecía bruscamente. Un par más se animaron a seguirme hacia la cubierta y la lancha siguió el recorrido, lentamente, a la búsqueda de alguna cola que se asomara por encima de las olas. No pasó mucho hasta que una figura gris plateada se asomó a sólo pocos metros de la embarcación. Una Ballena Jorobada hembra se paseaba tranquilamente, seguida de cerca por su pequeña cría. Ni siquiera pude mover un solo músculo de mi cuerpo para intentar enfocar al animal con mi cámara al menos…. Sólo contuve la respiración con un grito ahogado y la felicidad entera me recorrió el cuerpo. Nuevamente me atrapaba esa sensación extraña de verme en un lugar donde jamás pensé que estaría, viviendo esa experiencia increíble de estar tan cerca del animal más grande del planeta tierra. La embarcación se acercó cautelosamente hacia los animales, mientras yo me había olvidado por completo de sostenerme e iba dando tumbos por toda la cubierta, tratando de tomar la mejor captura de la ballena. Madre y cría se alejaron lentamente, asomando sus lomos para resoplar con fuerza y expulsar un gran chorro de agua. Si prestábamos atención, podíamos ver la joroba que le da el nombre al animal con sus verrugas, y su piel como plástico brillando con cada salida. Habremos seguido a la madre por unos 30 minutos, donde traté de tomar las mejores fotos, aunque los nervios, la emoción que brotaba por mis ojos y el movimiento de la lancha no me ayudaron mucho. Después admito que me sentí un poco mal porque realmente creo que acosamos a esa pobre madre, hasta que logró librarse de nosotros y seguir su camino en compañía de su pequeño. El guía nos pidió que bajáramos nuevamente para continuar con la excursión. Mi felicidad era incontenible y me radiaba por todos los poros de mi ser, tal es así que me había olvidado por completo la parte del snorkel. De hecho estaba tan contenta, que la misma adrenalina minimizó aquel miedo al agua. La lancha se acercó a un islote rocoso, donde flotaba una enorme boya. Según el guía, podríamos ver muchos peces en ese sector, y nos repartió a todos un equipo de snorkel. Aquello se veía bastante profundo, y no voy a negarles que me entró un poco de miedo, por lo que primero lo mandé a Martin. Por unas escaleras, las personas comenzaron a bajar al mar. Todos parecían muy felices de estar en el agua, y lo estaban disfrutando… así que me dije: ”no puede ser tan malo”. Martin me esperaba en el agua, dándome ánimos para bajar, así que confiada me ajusté el salvavidas, me acomodé el snorkel y me tiré desde el tercer escalón de la escalera, directo al agua. En el mismo momento que mis piecitos descubrieron que bajo de ellos no había nada, la desesperación me invadió por completo. Quienes padezcan algún tipo de pánico, supongo que me entenderán. Cual gato cuando lo meten al agua, me aferré con uñas y dientes al pobre de Martin, mientras las palpitaciones me subían a mil, y mi agitación me impedía respirar con normalidad…digamos que casi lo ahogo a él también, pobre. Hasta que el mismo Martin me hizo calmar, haciéndome notar que no me hundirá porque tenía el chaleco. Aún así, la sensación era bastante fea. Estar ahí flotando, sin poder mantenerme en equilibrio, porque el oleaje me hacía mecer hacía un lado y otro, me parecía espantoso. Martin se hundió bajo el agua y se fue cerca de la boya, dejándome aferrada al ancla de la lancha, a la que estaba agarrada como si de eso dependiera mi vida entera. A unos metros volvió a surgir y me llamó entusiasmado, alegando que tenía que ver lo que había bajo el agua. Claramente no quería saber nada con soltarme de lo que me mantenía segura, pero la insistencia de Martin (y el deseo de dejar de hacer el ridículo delante de las personas) me llevó a soltarme y sumergir mi cara en el agua. Y entonces, todo cambió. Un mundo nuevo se abrió ante mí. Si bien podía ver el fondo muuuy lejos, en lo profundo (más de lo que deseaba), la cantidad de peces de todas las formas y colores que me rodearon en ese instante fue increíble. Un cardumen de pequeños peces se movía al unísono, mientras otros amarillos y negros más grandes nadaban alrededor de la boya. Unos azules se me acercaban tanto que podía hasta contarles las escamas. Me olvidé por completo de la boya, del ancla y de todo y me sentí como La Sirenita. Después de tantas emociones, aquel día dormí como un pequeño bebé. Hasta compartí mi bolsa de dormir con un simpático vecino del camping, que, como si fuera su propia casa, se metió en la carpa en medio de la noche y se acurrucó a mis pies. Nuestro siguiente objetivo se encontraba a unos 350 kilómetros de Puerto López, aproximadamente. Traducido a horas eso significaba unos 4 o 5 horas hasta llegar a Mompiche, un pueblo costero de cálidas aguas que nos recomendaron muchos durante nuestra estadía en Puerto López. Pero sólo a unos diez kilómetros desde donde estábamos, iniciaba El Parque Nacional Machalilla, una de las principales atracciones turísticas de Ecuador, con playas que han clasificado como las mejores del mundo. Así que montamos la moto y salimos hacia Los Frailes, la playa principal del Parque. A pocos kilómetros entonces, un camino se abría desde la Ruta del Spondylus y se internaba en la vegetación. A los tumbos llegamos a un gran predio que funcionaba como estacionamiento, y que era la entrada a la playa. El día estaba completamente nublado (no estábamos teniendo mucha suerte con el clima en Ecuador), pero aun así el calor era bastante pesado, ideal para que nos sacáramos las pesadas ropa de moto y corriéramos al agua. Que fue lo que hicimos, literalmente. Ese chapuzón renovador en Playa Los Frailes fue la salvación. Las anchas playas de Los Frailes estaban casi desiertas y poca gente se bañaba, supongo que porque el día no ameritaba mucho. Sin embargo, el paisaje era inolvidable. Agua cristalina, cálida playa de arena blanca y el inicio abrupto de verde vegetación cubriendo los médanos en las alturas. Sólo estuvimos algunos minutos allí y luego de una ducha en las geniales instalaciones del lugar, para quitarnos la arena y la sal, continuamos viaje más frescos. Los paisajes de Ecuador son únicos. La Ruta del Spundylus de a ratos costea el mar, que se continua infinito hasta el horizonte, y en otros tramos se interna más hacia el continente, atravesando campos de extraña vegetación y llamativos colores. Con el atraso de la visita fugaz a las Playas Los Frailes, el día se nos acabó antes de lo planeado, por lo que debimos pasar la noche en un pequeño pueblito que, de casualidad, nos cruzamos por el camino. Recuerdo esto perfectamente porque fue una de esas ocasiones con suerte que disfrutamos escasa pero agradablemente a lo largo del viaje: Después de buscar y preguntar precios (que se nos hacían escandalosamente elevados), nos decidimos por un sencillo hotel que se ubicaba justo al final de una calle, exactamente frente al mar. Sólo estábamos nosotros hospedados porque claramente, no estábamos viajando en temporada alta, por lo que la mujer que atendía el lugar dejó que nos instaláramos en una de sus mejores habitaciones, al precio de una común. La habitación tenía un balcón que daba al mar. Un sueño. Aquella tarde estaría gris y casi melancólica, en aquel desierto pueblo, pero la vista hacia la costa rocosa, era impagable. Dormir con el rugir del mar y la brisa fresca fue nuestro regalo merecido después de tantas noches en carpa. A la mañana siguiente nos dimos el gusto de desayunar en el balcón, mientras contemplábamos los cientos y cientos de pelicanos pasar, con ágil vuelo, rozando la superficie del mar, de un lado a otro. Sí, esa mañana estábamos de buen humor, así que continuamos camino satisfechos y completamente preparados para que Ecuador nos siguiera sorprendiendo. Más fotos de este maravilloso país, aquí! <<< ANTERIOR *** SIGUIENTE >>>
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