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  1. Del álbum Café de Gatos en Brisbane

    Living del café de gatos, con espacio para tomar un café y también comodidades para los gatos
  2. flormdk

    Archer

    Del álbum Café de Gatos en Brisbane

    Archer vino a nuestra mesa a hacernos compañía mientras tomábamos un café
  3. flormdk

    Archer

    Del álbum Café de Gatos en Brisbane

    Archer vino a nuestra mesa a hacernos compañía mientras tomábamos un café
  4. flormdk

    Little Italy

    Del álbum Melbourne

    Barrio de la ciudad de Melbourne donde se puede disfrutar de la gastronomía italiana
  5. Tienen referencias de precios de China?? Me gustaría ir una semana y la idea es ir a un hotel no muy caro pero tampoco cápsulas del estilo Japón.. otra cuestión es la comida... hay restaurantes occidentales?? No se si me animo a probar sus platos típicos más q no como ningún tipo de animales
  6. Aquellos tres increíbles días en Barcelona serían los últimos que pasaría en España por algún tiempo. Si bien el frío había logrado ya que cogiera una infección en la garganta y mi tos no paraba, nada me prevenía del frío al que luego encararía. El lunes al mediodía tomé mi vuelo desde el aeropuerto de Barcelona-El Prat hacia la emblemática ciudad de Ámsterdam. La capital neerlandesa sería la única ciudad de aquel país que podría visitar. Y aunque mi presupuesto ya estaba más que reducido, aprovecharía al máximo mis dos días en la ciudad. Por suerte, mi viaje fue un tanto más confortable que los últimos que había hecho. Esta vez elegí la aerolínea Vueling, cuya reputación es mejor que la famosa Ryanair. Y al llegar al aeropuerto Schiphol de Ámsterdam todo mejoró. Las instalaciones de aquel aeropuerto de lujo me dejaron boquiabierto. Y bien me lo había ya dicho mi hermano. No por nada ha sido catalogado como uno de los mejores aeropuertos del mundo. Pero mi intención no era quedarme entre aviones y un suntuoso mobiliario. Mi nuevo host me esperaba en casa y la ciudad aguardaba por mí. Me dirigí al tren que conecta a Schipol con la zona metropolitana de Ámsterdam. Un precio bastante caro; pero al abordar entendí el porqué. Los trenes neerlandeses son de primer nivel. Y aunque por nada del mundo estaba dispuesto a pagar la primera clase, definitivamente me sentía en ella. Con wi-fi gratuito a bordo pude fácilmente localizar la dirección de mi anfitrión. El reto fue después llegar a ella sin ayuda de internet. Era tiempo de hacer las cosas a la forma antigua. En la estación de trenes de Ámsterdam tomé un tranvía que me llevó por el centro histórico de la ciudad. Ya desde antes de subir me había percatado de lo complicado que podía ser andar por la ciudad con un plano simétrico de sus calles, pero no cuadrado, sino semicircular. Unos minutos después de caminar llegué por fin al apartamento de Neil, un escocés nativo de Glasgow que me hospedaría por las siguientes dos noches. Vivía en uno de los antiguos edificios del centro histórico de Ámsterdam. Una de las tan famosas y alargadas construcciones por las que subir las rechinantes escaleras de madera era todo un reto, ubicadas en un estrecho pasillo con varios centímetros de altitud por cada escalón. Su apartamento era oscuro y se componía de dos piezas y un pasillo. El salón principal con una pequeña cocina y una mesa de madera que servía de comedor. La otra pieza con una cama y un closet en la esquina. Ventanas grandes y sin cortinas, desde las que todos los vecinos podían ver el interior. El baño era viejo y poseía una calefacción de gas. Todo el resto del inmueble estaba completamente vacío. Mi “cama” se compondría de dos cojines tirados en el frío suelo de madera. Pero era todo lo que había. Neil era la única persona que había aceptado mi solicitud, y no podía externar ninguna queja. Así funciona Couchsurfing. Neil se quedaría en casa por la tarde, mientras yo decidí salir a dar un paseo por la ciudad. Es verdad que la mayoría de los turistas jóvenes se sienten atraídos por Ámsterdam y viajan hasta ella por su ambiente liberal, con la prostitución y la venta de drogas legalizadas. Pero ese no era mi caso (no principalmente). Ámsterdam ha sido una pequeña pero importante y bella ciudad en Europa a lo largo de los siglos y yo estaba allí para descubrir todos sus rincones. Y una de las cosas más cautivadoras de la ciudad es sin duda su plano urbano, trazado desde hace tres siglos. En aquel entonces se construyó una serie de canales de forma semicircular que atravesaban todo el centro histórico de la ciudad. Los Países Bajos (o Nederland en su idioma oficial) obtienen su nombre precisamente por ser tierras bajas. La cuarta parte de su territorio se encuentra al nivel del mar o por debajo del mismo. Esto quiere decir que los Países Bajos, incluida Ámsterdam, han estado siempre bajo la amenaza de inundaciones, sobre todo durante el último siglo con el calentamiento global. Los canales que hoy dibujan las distintas parcelas que conforman la capital son solo parte del increíble plan de ingeniería con el que Holanda batalla el cambio climático. Y el resultado ha sido simplemente mágico. No por nada Ámsterdam es llamada la Venecia del norte. Pero a diferencia de Venecia, en Ámsterdam no había un tráfico enorme de góndolas. Quizá también por el crudo frío que había al exterior, que no hacía del todo agradable un viaje en barca. Pero desde que caminé por la calle Kinkerstraat, donde vivía Neil, hasta toparme con los canales del centro, mi precaución como peatón no fue precisamente ante los coches. Al cruzar la primera avenida casi fui atropellado. Y no por un automovilista. Sino por un ciclista. Más del 50% de los vehículos en la ciudad son bicicletas. Hay más de 7 millones. En Ámsterdam, al igual que en el resto del país, el medio de transporte más usual es la bicicleta. Y podía entender por qué. Desde el primer momento pude notar la escasez de coches aparcados en el centro. A su vez, existía una ausencia de parkings. Y los que había parecían extremadamente caros. Las calles del centro de Ámsterdam están hechas para peatones y ciclistas. Eso me quedó bastante claro cuando los numerosos ciclistas me hicieron ver con sus pitidos que no debía caminar por la ciclopista, sino por la acera. Vaya falta de cultura vial que me hacía. Una vez entendido, seguí con mi marcha por la ciudad. Como bien había dicho, mi presupuesto para este viaje era ya de pocos euros. Mis vuelos y hospedaje estaban ya resueltos. Pero no podía darme tantos lujos. Y al toparme con una tienda de delicioso queso edam sabía que era uno de esos lujos al que debía resistirme. Seguí los caminos acuáticos sin preocuparme del destino final. Era complicado tener un sentido de la orientación en una ciudad formada por decenas de pequeñas islas. En cada encantador puente me detenía para tomar una foto con el bello reflejo de sus edificios sobre el agua, sobre la que flotaban multitudes de botes. Y no todos eran botes destinados a paseos turísticos. En Ámsterdam existen casas flotantes. Esta forma de alojamiento nació durante la Segunda Guerra Mundial derivado de la escasez de vivienda. Hoy es un método un poco más barato que el alquiler o compra de un apartamento, aunque estas embarcaciones también pagan un impuesto por estacionarse, un mantenimiento periódico y un seguro. Eso sí, en caso de un cambio climático y del aumento del nivel del agua una casa flotante no sufrirá ningún daño. Además del queso, los ríos y las bicicletas, otra de las cosas por las que Ámsterdam es mundialmente conocida es por la fabricación de diamantes. Desde hace cientos de años los amantes de estas piedras preciosas vienen a la ciudad para pulir diamantes a sus más altas exigencias. Por supuesto, comprar un diamante tampoco era algo que cupiera dentro de mi presupuesto de viaje. Después de cruzar varios canales llegué hasta la que se puede llamar la isla central de Ámsterdam, donde se encuentran las principales construcciones del antiguo centro histórico alrededor de la Plaza Dam, la plaza central de la ciudad. Entre los edificios más conocidos está el Palacio Real de Ámsterdam, que cabe mencionar, es una de las cuatro residencias de la Familia Real del Reino de los Países Bajos en todo el país. Así que no, usualmente los reyes y príncipes no están viviendo allí. Justo al lado se yergue una enorme e imponente iglesia gótica llamada Nieuwe Kerk, o iglesia nueva. Los Países Bajos son bien conocidos por haber sido uno de los primeros países que toleraba la variedad de creencias religiosas, evitando así los conflictos entre católicos y protestantes. Estación central de Ámsterdam Caminé hasta la punta norte de la isla para alcanzar la Estación Central de la ciudad y comprar algo de comer. Lamentablemente en un viaje barato no se puede comer en grandes restaurantes. Y un sándwich en un fast food es a veces la opción más cómoda. Sobre todo en Europa occidental. Basílica de San Nicolás Allí mismo visité la Basílica de San Nicolás, otro pequeño símbolo de la ciudad. Y decidí volver a pie detrás de ella para recorrer otro símbolo icónico holandés. El Barrio Rojo de Ámsterdam. Además de evitar las guerras religiosas que han desolado desde siempre a Europa y el mundo, la tolerancia de diversidad de pensamientos en los Países Bajos ha dado pie a la apertura de mentes en cara al sexo. Así, para los neerlandeses las discusiones sobre la orientación sexual, la inseminación artificial, la prostitución o el aborto son cosas del pasado. El Barrio Rojo (o Red Light District en inglés) es precisamente una muestra de la libertad de expresión sexual que vive la ciudad desde hace décadas. En Ámsterdam la prostitución es completamente legal. Las prostitutas tienen los mismos derechos que el resto de los trabajadores en Países Bajos. Seguridad social, vacaciones y, por supuesto, pagan impuestos. El Barrio Rojo recibe su nombre por la cantidad de anuncios y letreros que se alumbran en tonos rojos, induciendo al sexo. Las prostitutas (vaya si eran bellas) se exhibían de forma muy natural en vitrinas y escaparates como productos a la venta, llamando a todo hombre (y hasta mujer) que caminaban frente a ellas. Tomarles fotos estaba prohibido. ¿El precio por sus servicios? Había que averiguarlo. Algo que todos los turistas jóvenes no dudaban en hacer. Pero no duraban mucho en salir de la tienda. Seguramente no podían darse el lujo de pagar por sexo con una chica tan bella (y encima pagar el impuesto incluido). El resto del Barrio Rojo está igualmente tapizado por banderas de arco iris que anuncian un ambiente gay friendly, sea en cafés, restaurantes, cines, saunas, discotecas o clubes de sexo. En Ámsterdam hay diversión sexual para todas edades y gustos (claro, teniendo la mayoría de edad, que asciende a los 21 años). Volví a casa de Neil para reposar un poco. Había comenzado a llover y necesitaba refugiarme del frío. Neil parecía bastante desolado. Todo el tiempo fumaba marihuana en casa y escuchaba música soul. No quería salir. Eso me desconcertaba un poco. Poco después me contó que se había mudado a Ámsterdam desde Glasgow para cambiar su vida. Había pasado tragos muy amargos en casa, con una esposa que estaba ahora en el hospital psiquiátrico y que no quería volver a verlo. Y tenía solo 30 años. Sumado a su fuerte acento escocés difícil de comprender, yo no tenía una idea de qué podía decirle. Yo estaba en Ámsterdam de vacaciones y lo que menos quería era pensar en la depresión de alguien más. Pero sabía que tan solo el hecho de hacerle compañía le haría bien. Yo era su primer couchsurfer, después de todo. Pero entonces dimensioné también lo inmensamente abiertos que debemos ser al usar una red como Couchsurfing. Un día antes estaba con Eloi, quien me había llevado de fiesta gratis por Barcelona. Hoy estaba escuchando a Neil contar su triste historia mientras fumaba marihuana frente a mí. Pero no dejé que las cosas salieran mal y cociné un buen estofado de pollo para amenizar un poco la noche. Al siguiente día salí por la mañana hacia otro de los destinos más conocidos y visitados de la ciudad: la casa de Ana Frank. Pocos años antes había leído El diario de Ana Frank, uno de los testimonios más sinceros sobre la persecución de los judíos y otras minorías durante el Tercer Reich de Hitler. Como todo el que ya haya leído el libro sabrá, Ámsterdam fue la ciudad donde Ana Frank creció junto con su familia judía (aunque todos nacieron en Alemania). Cuando los alemanes invadieron los Países Bajos, su padre Otto logró trasladar a toda la familia al anexo secreto (como Ana Frank lo llamaría) que se alzaba en la parte trasera del edificio donde trabajaba con sus empleados. Los 25 meses que pasaron allí escondidos de la Gestapo junto con otra familia judía y un dentista, Ana escribió sus vivencias como una adolescente que soñaba con que acabara la guerra y poder cumplir su sueño de ser una famosa escritora cuando creciera. Por supuesto, nada de eso fue posible. En agosto de 1944 Ana y su familia fueron delatados por algún vecino y descubiertos por la policía alemana, quienes los deportaron a los campos de concentración donde todos, excepto Otto, murieron. Miep Gies, una de las personas que ayudaron a ambas familias en el anexo, encontró el diario de Ana y varias hojas sueltas donde expresó todos sus sentimientos durante su estadía. Cuando Otto volvió de la guerra, Miep le entregó el diario de su hija, mismo con el que hizo realidad el sueño de Ana. Hoy es uno de los libros más vendidos en la historia, siendo una lectura habitual y obligatoria en muchos países, como en Estados Unidos. Y para todos los que hemos leído el libro es también obligatorio visitar la Casa-Museo Ana Frank al ir a Ámsterdam. Hoy toda la esquina de la calle Prinsengracht con la calle Westermarkt, al lado de la iglesia de Westerkerk, se ha convertido en un moderno museo que en su primer piso aloja exposiciones interactivas y multimedia sobre la vida de Ana Frank y la ocupación nazi en los Países Bajos. Iglesia de Westerkek, que puede ser vista desde la casa de Ana Frank Al final del museo se hallan las escaleras que llevan hasta una réplica del librero que solía ocultar la entrada al anexo secreto. Y tras el librero las escaleras de madera que llevan al pequeño escondite donde vivieron hacinadas aquellas ocho personas. Los cuartos eran de verdad pequeños. En el baño apenas y se podía sentar. La zona más confortable parecía ser el ático, donde Ana escribió muchas de sus notas y donde se veía con Peter, de quien se cree estaba enamorada. Dentro del museo está prohibido tomar fotografías. Pero sin duda vale la pena poder ver con nuestros ojos algo que solo existía en nuestra imaginación, con las detalladas descripciones que Ana hizo del anexo. La casa, como la mayoría del centro de Ámsterdam, tiene una típica arquitectura alargada con una fachada plana y con un gancho en lo alto. La curiosa forma de los hogares en la ciudad se debe a los altos impuestos que debían pagar las viviendas por el ancho de su terreno ocupado. Lo que quiere decir que entre más angosta fuera la casa menos impuestos pagaría. Ahora la típica postal de Ámsterdam cobraba sentido. Para alegrar un poco más mi día y no pensar solo en la guerra y el holocausto en Holanda, salí de la casa y caminé a las afueras del centro histórico, rumbo a una zona de museos que se encuentra detrás del Rijksmuseum, o Museo Nacional de Ámsterdam. Aunque mi presupuesto tampoco alcanzaba para entrar a todos los museos, pude disfrutar de una tarde fría, pero sin lluvia, en el Museumsquartier (cerca está también el museo de Van Gogh), donde los locales se divertían en una enorme pista de hielo. Cuando volví a casa, para mi sorpresa, Neil estaba de humor para salir a dar una vuelta por la ciudad. Quería mostrarme un buen lugar donde podría probar un buen postre holandés. Como buen invitado acepté a su propuesta. Nos dirigimos hacia el Barrio Rojo nuevamente y entramos a una de las coffee shops, restaurantes donde está permitida la venta de cannabis y hachís. El ambiente dentro del café era tal y como me lo esperaba. La música reggae de Bob Marley sonaba en el fondo. La empleada en la barra usaba rastas y una pañoleta en el cabello. Las luces eran fluorescentes. Me sorprendió ver el menú y pasar mi mirada por la enorme cantidad de tipos de marihuana que tenían a la venta. Pero ahora la droga en Países Bajos estaba desmitificada para mí. La gente cree que todo mundo vende y consume droga en el país. Pero no es así. La venta y consumo están legalizados, pero controlados por el estado. Así, los coffee shops no pueden tener más de medio kilo de marihuana en el local, y los clientes no pueden consumir más de 5 gramos diarios. Yo no soy el mayor conocedor de drogas en el mundo. Y, sinceramente, son muy pocas las veces que he fumado marihuana. Así que Neil y la empleada me ayudaron a elegir el producto más suave para mí. Un muffin de chocolate con cannabis. La marihuana se vende de distintas formas. Por gramo, por joint (porro) o en pastelillos. Y claro, un dulce muffin haría para mí la experiencia más agradable. Decidí comerlo con tranquilidad, mientras Neil fumaba su porro sentado en la barra. No sentí nada especial. Nada fuera de lo normal. El chocolate era rico y la consistencia perfecta. Neil me propuso ir a casa y descansar. Asentí con la cabeza y salimos del coffee shop. Justo a mitad del camino cruzamos un puente por uno de los muchos canales de la ciudad. Y allí, todo comenzó a moverse. Las calles, los puentes, los reflejos en el agua, los ciclistas, las casas alargadas, las luces rojas, las vitrinas, las barcas, incluso la llovizna. Mis ojos y mi mente comenzaron a divagar por cada pequeño detalle que se cruzaba frente a mí. Era oficial. Estaba drogado en Ámsterdam. El cliché más célebre de la ciudad estaba recorriendo mi cuerpo. Neil me llevó a casa, donde vimos una rutina de comedia de un buen actor escocés en su ordenador. No hace falta decir que para ese entonces todo me daba risa. La sensación de aquel muffin fue algo distinto a lo que había probado. Pero era una experiencia y nada más. Al siguiente día tomaría un vuelo de vuelta a Alemania, donde un crudo invierno y otro tipo de experiencias me esperaban. Pueden ver todas las fotos en el álbum dela derecha
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