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  1. Un verano tornasol en Barranco me acoplaba durante mis últimas semanas en la capital de Perú, en la que había permanecido en total por más de quince días. Cualquiera de los trotamundos que hubiera pisado la acogedora morada donde me recibían (cuyos nombres lucían en las banderas del mapamundi posado a la entrada del apartamento) podía amparar la calidez y sugestión que se experimentaba al estar allí, y lo afanoso que era a veces proponerse salir Pero mi generosa anfitriona, Karen, había respaldado las buenas recomendaciones que varios de los viajeros me habían dado sobre lo que, según ellos, era uno de los mejores destinos turísticos en Perú, para algunos, mejor incluso que Machu Picchu Como ella tenía planeado un viaje a la olvidada ciudad de Ayacucho para el fin de semana, decidí aprovechar mis últimos días y mis últimos soles para hacer una expedición exprés hacia el norte, a la ciudad de Huaraz y sus espléndidos alrededores. Entre las compañías de autobús que ofertaban el transporte desde Lima, me decidí por una de las más baratas y, quizá, menos confiables. Se hacía llamar Transportes Julio César, y por su servicio “emperador” pagué no más que 65 soles (unos 22 USD). Con una de las peores terminales que podía haber visto en la ciudad, no me esperaba mucho de su servicio Pero el paseo nocturno a bordo fue, sin duda, el mejor del que pude haber disfrutado en toda mi aventura por el sur Un confortable asiento, aire perfectamente acondicionado, terramozas, servicio de wifi completamente funcional, una cena decente sin cargo extra y, lo mejor, sin ninguna escala 400 kilómetros al norte de Lima, el camino hacia Huaraz se tornó mucho más fácil y muy diferente al resto de las abruptas autopistas estatales por las que había viajado dentro del Perú. Esto debido a la simplicidad y la superficie plana de la carretera panamericana, por la que transcurría casi la mitad del recorrido justo al lado de la costa. Y con una cierta ausencia de cadenas montañosas, llegamos a Huaraz a la mañana siguiente, después de unas 7 horas a bordo del autobús. Inmediatamente me dirigí al hostal que había reservado la noche anterior. Y como aún no era la hora de realizar el check-in, dejé mi mochila guardada y me dispuse a conocer un poco de la pequeña ciudad. Huaraz es la capital del departamento peruano de Ancash. Su ubicación en los Andes centrales la colocan a unos 3000 metros de altura sobre el nivel del mar. Y es precisamente esa ubicación lo que la hace el atractivo principal del norte del país. En esta zona de la cordillera más larga del mundo, las montañas se dividen en dos cadenas que se unen nuevamente algunos kilómetros más al sur. El valle que se forma entre las dos cadenas es llamado el Callejón de Huaylas, y es precisamente aquí donde se emplaza Huaraz. Ciudad de Huaraz, con la Cordillera Negra al fondo La magia estratégica en este callejón la dejan al pie de ambas sierras: la Cordillera Negra al oeste y la imponente Cordillera Blanca al este, hogar de los picos más altos de Perú y de toda la zona intertropical del planeta, que superan los 6500 metros de altura. Huaraz, con la Cordillera Blanca al fondo Por supuesto, la municipalidad ha sabido aprovechar las maravillas naturales de las que se rodea y las ha abierto al turismo de la forma más sustentable posible, sin incidir negativamente en el equilibrio del ecosistema Así, cuando el sol ya había salido, recorrí las calles del centro buscando algunas frutas para mi desayuno, al tiempo que las agencias turísticas y las oficinas de gobierno empezaban a abrir sus puertas. Pregunté en la oficina de turismo cuáles eran las excursiones más baratas y cortas en las montañas del rededor. La mujer me informó sobre algunos recorridos que podría hacer por mi cuenta, con la única ayuda del transporte público. Así mismo, me obsequió un mapa del Parque Nacional Huascarán, dentro del cual corre prácticamente toda la Cordillera Blanca. Con él, podría preguntar en las agencias los precios de las visitas a cada uno de los picos nevados, lagunas y glaciares. Ya que la mayoría de los viajes partían muy temprano por la mañana, sabía que aquel día debía elegir una actividad pequeña. Así que volví al hostal para ocupar mi cuarto y me alisté para salir a caminar rumbo al noreste del pueblo, para subir hasta el llamado Pinar, desde donde tendría vistas panorámicas de la ciudad y de algunos picos nevados de la Cordillera Blanca A pesar de algunas rachas de viento frío, el sol me hacía recordar que estábamos en pleno verano. No valía la pena cargar una sudadera conmigo por horas Dejando el centro histórico atrás, me dirigí hacia el río Quillcay, que cruza la ciudad de este a oeste, y que es orillado por un malecón en ambos lados, repleto de kioscos, áreas verdes, juegos para niños y vendedores de todo tipo. Pasando el río en el lado oriental de su rivera, la ciudad parecía acabar, con la última de sus avenidas desvaneciéndose al pie de un enorme cerro, donde varias casas de pobres fachadas se amontonaban en sus peligrosas laderas. Pero la cima de aquel montículo sería quien me daría las vistas que en la oficina de turismo me habían prometido. Entonces me di cuenta que la avenida no desaparecía, sino que seguía su rumbo en una pendiente curva que zigzagueaba por la montaña. Aún así, si seguía por las improvisadas escaleras de tierra que ascendían hacia las chozas, ahorraría algo de tiempo. Después de todo, así es como aquellas familias subían hasta alcanzar sus viviendas Los locales me volteaban a ver, cual forastero que había osado irrumpir en sus tierras. Los niños paraban de jugar para quedar en silencio, mientras sus miradas no se alejaban de mi agitado ser Con saludos y gestos universales intentaba ser bien recibido por los lugareños, quienes pocas veces mostraban una sonrisa. Serpenteando entre los perros de bárbaras expresiones, me abrí paso por la favela arbolada, que parecía más pequeña vista desde abajo Hasta que al fin, me vi de vuelta en la avenida, que para entonces se había convertido en una autopista, desde donde contemplé en su totalidad la paisajística mancha urbana de Huaraz con la Cordillera Negra en su fondo, apodada así por la ausencia de picos nevados en ella. Más adelante la carretera giraba en dirección noreste, bordeando al cerro que seguía ascendiendo. Tan solo al dar la vuelta, una de las montañas blancas de la imponente Cordillera Blanca se asomó entre la verde arboleda boscosa que descendía por la ladera sur. Entonces empecé a comprender la belleza natural de Huaraz de la que tanto hablaban los demás viajeros En lo alto de la montaña, enormes cúmulos de nubes negras se apiñaban, amenazando a todo el valle contiguo con torrenciales lluvias. Pero quizá, era solo producto del enfriamiento del aire al subir por la pared de montañas que se topaba a su paso, siendo los Andes los creadores de los monzones que fertilizan a la adyacente selva amazónica. Fuere a donde fuere que se dirigiera la lluvia, no podía vacilar mucho tiempo en mi caminata. Aún cuando el sol brillaba en su máxima plenitud y me quemaba con vehemencia había sido ya advertido sobre la temporada húmeda en la zona. Continué por el sendero a la orilla de la ruta, que a pesar de todo se presumía bastante vacía. Al mirar hacia abajo por las faldas del cerro, algunos residentes de la verde zona realizaban sus tareas diarias en el bosque, cortando leña, alimentando a sus animales y recogiendo agua de pozos. Aunque vivían a pocos metros de la ciudad, parecían estar aislados en comunidades autosustentables. En la siguiente curva que tornaba hacia el sur, empezaron a aparecer complejos habitacionales de recreo. Cierto tipo de ranchos a la orilla de la carretera con vistas a las laderas boscosas y las montañas nevadas, destinadas a turistas que buscan un fin de semana lejos de la ciudad con todas las comodidades que un hotel te pueda ofrecer: habitaciones con calefacción, televisión por cable, restaurante, piscina, área de juegos para niños… siempre atendidos por familias humildes de la zona que decidieron hacer de la ubicación de sus viviendas un modo lucrativo de subsistir. Las rojizas paredes del cerro seguían ascendiendo a la orilla de la autopista poco inclinada, que entre sus caminos serpenteantes y las altas copas de sus árboles, habían ocultado detrás de mí a la formidable cadena montañosa. Al llegar a la siguiente curva, y con Huaraz a mis pies, me senté un momento a descansar y a leer un poco más de Lewis Caroll. Fue uno de los momentos en que disfruté mi soledad plenamente, sin nadie a mi alrededor que pudiera interrumpir el momento de paz, que a veces tanta falta hace en nuestras vidas Al avanzar algunas páginas, una tormenta parecía avecinarse sin piedad desde lo lejos Así que no quise permanecer más tiempo y proseguí con mi caminata. Después de la última curva, el famoso pinar apareció. Un pulmón boscoso en lo más alto del cerro, protegido por una cerca de alambres. La ruta avanzaba junto al enorme cuerpo de pinos, que a la vez dejaba a la vista, finalmente, el esplendor de los nevados del Parque Nacional Huascarán Las puntas de los picos Rima, Churup, Wamashrahu y algunos otros se alzaban con fulgor bajo un cielo de azul intenso oculto tras una tupida masa de nubes. El cuadro era enmarcado por el punto de fuga que formaba la carretera y el denso bosque por el que era orillada. Ningún auto se veía venir por la pista, lo que me permitió tumbarme por unos instantes sobre el concreto con nada, sino mi soledad, los Andes y yo Cuando uno viaja a Sudamérica no puede evitar ser asaltado por las imágenes estereotípicas que espera captar de la misma. La estepa patagónica, la espesa selva amazónica, las frías costas del Pacífico con lobos marinos y los montes andinos. Y ésta era, sin duda, una de las postales que yo aguardaba capturar al sumergirme en la célebre Cordillera de los Andes Mi piel roja reclamaba más bloqueador solar, que por cierto no cargaba conmigo Y los desafiantes nimbostratos acercaban sus cuerpos nubosos cargados con agua hacia mí Decidí que era hora de volver, pues aún tenía una larga caminata de retorno a Huaraz, y no había muchos coches a quienes pedir un ride. Apresuré mis pasos por la pendiente cuesta abajo para bajar lo antes posible del empinado cerro. Pero esta vez no me arriesgaría a correr por las escaleras de tierra de la favela, sino que daría la vuelta entera por la curva de la avenida. Una vez en la ciudad me sentía seguro, pues tenía dónde resguardarme. Pero antes de poder siquiera cruzar al otro lado del río, un chubasco se soltó sobre toda la ciudad, mientras yo corría por el malecón contiguo al canal La totalidad de las personas que se entretenían entonces por el paseo, se amotinaron junto a mí bajo el techo de un pequeño kiosco mientras algunas desafiaban al agua y se dirigían a sus labores cotidianas, empapados por la ola torrencial que no parecía cesar. Suponiendo que podían pasar horas para que se detuviera cuando el agua disminuyó su fuerza corrí directo hasta el hostal, deseoso de bañarme y de ponerme ropa seca. Decenas de mochileros se hospedaban ese día en el hostal Akilpo. Mientras comía, hice amistad con algunos de ellos, quienes regresaban de largas travesía de hiking por las montañas. Al final, escuché atentamente todas sus opiniones para decidir, apoyado por la oficina de turismo, cuál era mi mejor opción para visitar durante mi estancia en Huaraz, respaldado por el poco dinero que me quedaba. Después de un cigarrillo con ellos, salí a cotizar todos los tours con las agencias de viajes. Hasta entonces había hecho posible una increíble aventura por Sudamérica con muy poco dinero, y estaba seguro de que podía hacer lo mismo en Huaraz
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