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  1. La elección de un destino siempre es difícil para un viajero. Y aunque pocas veces podemos realmente arrepentirnos, puede llegar un momento en el que nos digamos: “debí haber elegido este otro”. Y es un pensamiento inevitable. Pero cuando la elección ha sido claramente la correcta, el regocijo resultante es inminente. Escoger solo tres de las 26 regiones académicas en la Francia continental para pasar siete meses de mi vida como profesor de español no fue, sin duda, una decisión fácil. Pero ciertamente fue una de aquellas que llamaría “la correcta”. A la sombra de París, la metrópoli francesa por excelencia, se encuentra una portentosa ciudad, comúnmente puesta en segundo plano. Una ciudad que ha sido desplazada por buena parte del turismo internacional que visita a Europa, solo por ser más pequeña que su hermana del norte. Su vetusta historia, su bien conservado patrimonio, su excelente ubicación y deliciosa gastronomía hicieron de Lyon la mejor de mis elecciones para vivir en Francia. Si bien ni siquiera siete meses en “la capital de la seda” fueron suficientes para conocer todos sus rincones, un par de buenos amigos y un libro titulado Lyon: secret et insolite hicieron que aquello que es imprescindible no escapara de mis ojos. Y lo siguiente es el mejor intento de una lista de atractivos y barrios imperdibles en la que, personalmente, fue la mejor ciudad en la que pude haber vivido en Francia. Roma y los galos. Lyon no siempre fue Lyon. Y Francia no siempre fue Francia. Pero algo es claro en su rivalidad con París: Lyon es más antigua. Y a su fundación en el 43 antes de Cristo fue llamada Lugdunum, por sus padrinos los romanos. Lyon es a veces apodada la antigua capital francesa. Aunque de eso muy poco es verdad, ya que cuando Lyon pudo ser capital de algo, Francia ni siquiera existía. Pero sí lo hacía Galia, la enorme provincia romana de la que Lyon fue centro político y cultural. Es por ello que, aunque no muchos se lo esperan, en Lyon podemos encontrar dos bellos y conservados anfiteatros romanos. La ciudad está estratégicamente ubicada en la confluencia de dos importantes afluentes fluviales: el río Ródano y el río Saona, fácilmente navegables para toda sociedad que allí se estableció. Y otros dos cuerpos naturales dominan la metrópoli: la colina de Fourvière al oeste y la colina de la Croix Rousse al norte, de las que hablaré más adelante. Y cada una de estas dos colinas resguarda como tesoro los vestigios arquitectónicos más antiguos que Lyon puede poseer, de una de las civilizaciones que más marcó el mundo occidental. Aunque uno de ellos, el ubicado en la Croix Rousse, fue testigo de una cruel matanza de cristianos, en un intento de los romanos por conservar el paganismo de su religión. Capital de las tres Galias, Lyon no solo pudo mostrarme parte de lo que hoy es Francia, sino parte de lo que hace siglos fue Roma. El Vieux Lyon. Es claro que durante siglos de existencia Lyon haya tenido que cambiar sus fachadas y extender sus complejos habitacionales para dar cabida a la creciente población que llegaba a ella, atraída por la bonanza económica de la que gozó por mucho tiempo. Y aunque los anfiteatros son los remanentes más longevos, el Vieux Lyon es la zona más antigua donde todavía vive gente (incluido mi amigo Jonathan, quien me invitó a emborracharme en el interior de este antiguo e histórico complejo). La primera vez que di un paseo por el Viejo Lyon, que resulta ser la zona más turística de la ciudad, simplemente no me sentí en Francia. Y no resulta extraño. De hecho la mayoría de este barrio medieval-renacentista fue construido bajo los estándares italianos, debido a la oleada de florentinos que llegaron con el matrimonio de Catalina de Médecis con el hijo del rey francés. Es por ello que esas grandes edificaciones poseen un patio interior al puro estilo itálico. Y los callejones que abren paso entre el interior de las manzanas son uno de los símbolos más apreciados de Lyon. Los llamados traboules. Un paseo por Lyon no puede estar completo sin caminar por el oscuro interior de un traboule. Y no se trata solo de la funcionalidad de acortar las distancias por esta estrecha parte peatonal de la ciudad. Es un legado que hoy forma parte innata de la identidad lionesa. Es en uno de esos coloridos edificios italianos que se aloja el Museo Gadagne, que cuenta la historia de la ciudad con piezas y mapas originales, entre las que se encuentran una cama hecha exclusivamente para Napoleón Bonaparte y el cartel de la Exposición Internacional de 1914. Pero si hay un museo que debió llamar mi atención desde que caminé por primera vez por el barrio es el Museo del cine y miniatura. Aunque Lyon no es reconocida internacionalmente como una capital del cine, es el lugar que prácticamente vio nacer al séptimo arte. Los hermanos Lumière, inventores del cinematógrafo, hicieron allí la primera película de la historia: la famosa cinta Salida de los obreros de la fábrica Lumière en Lyon Monplaisir, donde hoy se encuentra en su honor el Instituto Lumière. La cinta no mostraba nada más que, literalmente, la salida de los trabajadores de una fábrica. Y ese nuevo invento que ellos mismos dijeron que no poseía futuro alguno, se convirtió en una de las industrias de entretenimiento más grandes del planeta. Y aunque Lyon no cuenta con estudios cinematográficos ni ha sido sede de muchos rodajes, se ha encargado de mostrar a la gente la magia de aquello que Auguste y Louis Jean Lumière crearon en el siglo XIX. El Museo de cine y miniatura ha recopilado piezas originales de algunos de los filmes más famosos de la historia. Desde la escalofriante escenografía francesa de El Perfume (con réplicas tamaño natural de Jean-Baptiste Grenouille) hasta las máscaras de El planeta de los Simios. Mis alumnos de intercambio provenientes de Mallorca pudieron no haber apreciado como yo las páginas del storyboard original de Troya o la cabeza del triceratops de Jurassic Park. Pero la utilería y miniaturas allí presentes me hicieron sentirme mucho más niño que ellos. El barrio central del Vieux Lyon alberga también a la catedral de Saint-Jean, una de las dos iglesias más icónicas de la urbe. Su fachada delantera y posterior recuerdan mucho a la catedral de Notre Dame de París, obteniendo casi el mismo valor emblemático para los locales y turistas que su gemela parisina. Pero si una iglesia debía imperar la ciudad, Saint-Jean pudo hacerlo solo hasta la llegada de su nueva rival en el siglo XIX. Altos de Fourvière. Lyon fue fundada en el lado oeste del río Saona. Pero no tan al norte en el actual distrito 9 (a donde me dirigía diario para trabajar en el colegio público Jean Perrin). Sino en lo alto de una de las dos colinas que mencioné con anterioridad. La célebre colina de Fourvière, a la que hoy puede accederse fácilmente a través de un funicular. Fourvière vio nacer a Lyon en manos de los romanos y fue testigo del crecimiento de la metrópoli a sus pies, con los imponentes Alpes en su difuminado horizonte (donde con suerte puede verse el Mont Blanc en un día bastante despejado). Y fue justamente al lado de este increíble mirador que los lioneses decidieron erigir un templo en agradecimiento a la Virgen María por salvarlos de la peste en el siglo XVII. Esa modesta capilla fue remodelada a partir de 1870 para darle forma a la actual Basílica de Notre Dame de Fourvière. Su imponente y alternativa arquitectura inspirada en el arte románico y bizantino, pero sobre todo su perfecta ubicación a 120 metros de alto, la ha hecho el símbolo religioso de Lyon. Al otro lado del mirador, una torre de metal apodada “la Torre Eiffel” también domina la ciudad. Se trata de una torre de telecomunicaciones que fue mandada a hacer por un restaurantero durante la Exposición Universal de Lyon en 1914 para atraer turistas a su restaurante. Este par se ha convertido en la corona lionesa, pudiendo ser vistos desde casi cualquier punto de la ciudad. Sea cuando salía a comprar pan, paseaba en bicicleta, corría a orillas del Ródano o, incluso, desde mi salón de clase, la basílica y la torre de Fourvière me harían no olvidarme nunca de que me encontraba en Lyon. La presqu’île y Terreaux. Cuando Lyon se vio atrapada entre la colina de Fourvière y el río Saona no le quedó otro remedio que extenderse hacia la península contigua que hoy da lugar al centro de la ciudad. Terreaux, Hôtel de Ville, 1er arrondissement son algunos de los nombres con los que los lioneses llamarían a esta zona de la ciudad, ubicada justo en medio de los dos afluentes que la atraviesan. Este estrecho trozo de tierra, llamado en francés presqu’île (literalmente “casi isla”), es la península más cotizada donde la mayoría de los locales quisieran vivir. A pesar de mis esfuerzos, encontrar un apartamento en esta zona fue imposible para un joven extranjero sin experiencia laboral y con un salario bajo en relación al resto. Pero mis últimos 15 días en Lyon los pasé refugiado en el estudio de mi amigo Loïc, justo en el corazón de este bullicioso y haussmanniano vecindario. La Plaza de Terreaux es el núcleo de la presqu’île, flanqueada por bares y cafeterías que dan a toda la península más vida que en cualquier lugar de Lyon. Al sur de la explanada se encuentra el Palacio de Bellas Artes, que alberga al Museo de Bellas Artes de la ciudad. Sí, es verdad que Lyon no destaca tanto en las artes como lo hace París, con sus mundialmente famosos museos. Pero fue una buena manera de pasar mis domingos lluviosos, cuando todo lo demás está cerrado en la ciudad. Al este se alza el Hôtel de Ville. Es importante saber que en francés la palabra hôtel no siempre querrá decir lo que en español. Así, la traducción de Hôtel de Ville no es “hotel de la ciudad”, sino más bien “ayuntamiento”. Y justo detrás del ayuntamiento se halla un edificio que todo buen lionés ocupa como punto frecuente de reunión, incluyéndome a mí. La Ópera de Lyon se resguarda bajo esa majestuosa construcción coronada por ocho musas griegas (sí, normalmente son nueve, pero ocho es un hermoso número par que conserva la simetría arquitectónica). Hasta este punto haría pensar a cualquiera que Lyon es una ciudad burguesa y chic, como la gente suele pensar que es París. Una ciudad donde la gente acude a la ópera vestida de gala y visita un museo cada domingo. Pero no es así. De hecho, en la Ópera de Lyon algunos jóvenes han encontrado un lugar propicio donde contraponer sus expresiones artísticas ante la música clásica occidental. A diario es posible encontrar en el pasillo exterior de la ópera a grupos de bailarines de música urbana practicando sus coreografías. Los más avanzados enseñan a los novatos los pasos básicos del hip-hop y break dance, mientras cúmulos de gente los observan con detención. Era una manera sumamente entretenida de esperar a mis impuntuales amigos antes de salir a buscar un café. Y al norte de la ópera, la explanada de asfalto sirve a los skaters para practicar sus movimientos, dando un peculiar espectáculo a los que toman su cerveza en las terrazas contiguas. La Croix-Rousse y los canuts. Ha quedado claro que Lyon es más que una ciudad burguesa y refinada. Es una mezcla de contrastes para todos los gustos y edades. De hecho, Lyon no siempre gozó de una aristocracia de edicios haussmanianos (típica postal parisina de la belle époque). Lyon salió adelante gracias al trabajo. Y no hay trabajo que le haya sido mejor reconocido que haber dominado el tejido de la seda. Lyon fue uno de los últimos destinos de la ruta de la seda en Europa, que transportaba la codiciada fibra natural desde el Lejano Oriente. El siglo XIX fue la época dorada de la seda, cuando muchos artefactos fueron desarrollados y cuando aumentó el número de trabajadores dedicados a la industria. Máquina de tejido de seda. La mayoría de esos obreros, llamados canuts, poseían un taller (atelier en francés) en el barrio al que ellos mismos dieron vida. La famosa Croix-Rousse. Se trata de la segunda colina que domina la ciudad. Igual de famosa que su hermana Fourvière, la Croix-Rousse ha estado a la vez separada y unida a Lyon desde su existencia como comuna. La Croix-Rousse vista desde el río Saona. Mientras Lyon se ha desarrollado como una gran metrópoli, la Croix-Rousee ha conservado ese ambiente de pueblo, que hace sentir a sus habitantes en una especie de isla en medio de la gran ciudad. Muchos de ellos nunca “bajan”, haciendo la totalidad de su vida en lo alto de la meseta. El siglo XIX significo muchas cosas para este vecindario y para el mundo entero. Fue el siglo en el que se unió oficialmente con Lyon, derribando la muralla que las separaban y creando un lazo inminente a través de un funicular, el primero en el mundo. Pero fue también cuando nació la primera protesta laboral del planeta, en manos de los canuts. Los trabajadores de la seda estaban sometidos a condiciones muy duras, por lo que alzaron la voz ante las autoridades, siendo violentamente reprimidos. Los canuts dejaron su legado en la Croix-Rousse. No solo en el tipo de viviendas altas con traboules y con amplias ventanas (la luz ayudaba a trabajar la seda), sino con la atmósfera bohemia que heredaron al día de hoy. Antiguo edifico de canuts. La colina se divide en dos barrios: el plateau y les pentes. El plateau es la meseta, zona residencial con la más alta densidad de población. Y les pentes son las pendientes que suben desde el centro de Lyon, cuyas estrechas calles albergan hoy el barrio artístico y bohemio de la ciudad. Les pentes de la Croix-Rousse. Subir por las cansadas pendientes de la Croix-Rousse era algo indispensable cada vez que un día bello y despejado ameritaba sentarse ante una linda panorámica. La llanura este hacia los Alpes desde lo alto en medio de un ambiente bohemio es una de las mejores cosas que pueden hacerse en Lyon. Quais du Rhône. Si preguntamos a un lionés cuál de los dos ríos que atraviesan la ciudad prefiere, sería quizá una pregunta muy difícil. El río Saona flanquea al Viejo Lyon y pasa junto a la colina y la Basílica de Fourvière, siendo el preferido de los turistas si de un paseo en bote se trata. Pero el Ródano tiene lo suyo. El Ródano puede ser un río más bien destinado a los locales. En su extenso malecón (quai du Rhône en francés) puede encontrarse cientos de personas a todas horas del día. Desde los que, como yo, corrían en las templadas mañanas (excepto cuando el invierno lo volvió imposible) hasta los indigentes que se refugiaban bajo los puentes. El malecón del Ródano tiene vida. En sus simétricas alamedas que colorean la ciudad de acuerdo a su estación. En la increíble vista de la presqu’île y Fourvière desde cualquiera de sus puntos. La Croix-Rousse vista desde el quai du Rhône. En la línea de botes aparcados a sus orillas donde se puede beber una cerveza en la terraza. En la piscina municipal al aire libre que, incluso en invierno, siempre está llena. Pero sobre todo tiene vida los jueves por la noche, cuando todos los estudiantes acuden a su escalinata a admirar a los skaters hacer sus piruetas y a beber vino y cerveza hasta que llega la hora de buscar un club. El quai du Rhône me dio las mejores y más inolvidables noches en Lyon. Seis botellas de vino para tres personas, ver el trasero desnudo de estudiantes que cantaban al unísono “muéstranos tus nalgas”, música hip-hop francesa que escuchaban los racailles… Bien, creo que la elección no me es difícil. Mi río preferido es el Ródano. Y seguro el de muchos otros también. Confluences. Pero la lucha entre ambos ríos termina justo donde llega a su fin la ciudad de Lyon. Confluences es, literalmente, la confluencia del Ródano y el Saona. Los ríos se vuelven uno solo y eso da fin a la presqu’île y a la ciudad entera. Es en realidad un barrio un tanto lujoso, donde se halla un famoso centro comercial y un conjunto de edificios habitacionales ultramodernos. Entre ambos, un pequeño embarcadero sirve como aparcamiento del vaporeto, un bote de servicios turísticos que ofrece paseos por el río Saona. Pero el emblema del vecindario es el Museo de Confluences, ubicado en la punta extrema sur de la península. Es otra edificación ultramoderna que alberga exposiciones permanentes y temporales que vale la pena visitar. Una sala con réplicas de tamaño real de las especies animales del mundo, una exposición contemporánea sobre expediciones a la Antártica, hasta una muestra de la historia de los zapatos. Pero la mejor parte es la vista que se tiene desde su terraza, que nos deja admirar el fin de Lyon. Es posible caminar por ese pequeño estrecho, donde las olas poco a poco cubren el último pedazo de tierra. Ciudad de los murales. Otro de los grandes secretos que resguarda Lyon. Muy poca gente llega sabiendo la cantidad de murales que posee la ciudad en cada uno de sus rincones. Desde murales que simulan una biblioteca a orillas del Saona hasta frescos que hacen honor a Diego Rivera y la cultura mexicana en el lejano distrito 7. El más famoso, sin duda, es el fresque des lyonnais, un enorme mural ubicado en el centro de la ciudad, que muestra a los lioneses más célebres de la historia. Se presumen personajes como los hermanos Lumière, Laurent Mourguet (creador del teatro guiñol), Paul Bocousse (uno de los mejores chefs de Francia) y Antoine Saint-Éxupery, el famoso piloto y autor de El Principito. Por cierto, el aeropuerto de Lyon lleva su nombre. Pero el más alucinante es ciertamente el mur des Canuts, ubicado en la Croix-Rousse. Muchos dicen que es el mural más grande de Europa. Yo diría que quizá lo fue en su tiempo. Sea cierto o no, su tamaño es colosal, y el empeño que los artistas pusieron en él puede notarse a leguas, sea visto desde lejos o desde cerca. Pero a mi primer acercamiento el mural engañó mi vista. La perspectiva de escalera y el conjunto de edificios pintados en otro edificio me hizo creer que todo ello era real. El fresco se ha renovado con el paso del tiempo y ha sido financiado por patrocinadores. Todo en él hace honor a la Croix-Rousse, conteniendo elementos característicos de la vida cotidiana en aquel afanado barrio. Hay muchas razones por las que diría que prefiero Lyon ante cualquier otra ciudad francesa. Su clima, su trazo urbano, su comida, su limpieza, su seguridad, su cultura. Lo cierto es que me es muy difícil pensar en Lyon como una ciudad turística. La pienso solo como un melancólico hogar. Pero sé que estos sabios y sinceros minirelatos pueden motivar a muchos a conocer Lyon hasta lo más profundo de su ser. Porque aunque sea la tercera ciudad más grande de Francia, siempre seguirá siendo secreta e insólita.
  2. París es una ciudad mundial. Solo así se le puede describir por el poder y la influencia que ha tenido en el mundo entero durante siglos. Se hable de gastronomía, moda, ciencias, artes, la metrópoli no es solo la capital de Francia, sino la cuna de corrientes que han llegado a cada rincón del planeta. Por eso, al igual que aglomeraciones como Londres, Nueva York o Tokio, París es una ciudad que hay que vivirla. Los últimos ocho meses de mi vida los he pasado precisamente en Francia. Y en repetidas ocasiones he podido visitar París, desde sus últimos días de cálido verano hasta la húmeda llegada de la primavera. Y hospedarme con locales cerca de la Gare du Nord, Sentier o La Défense me ha acercado más a la experiencia de “vivir la ciudad”. Sin embargo, como turistas pocas veces tendremos la oportunidad de permanecer más que unos cuantos días. Pero más allá de la Torre Eiffel, la Catedral de Notre Dame, la Basílica de Sacré Coeur o el Museo de Louvre, existen otras buenas atracciones que son en menor medida un cliché parisino. Y aunque todas siguen siendo turísticas, algunas pueden acercarnos a una experiencia más local. Cementerio del Père Lachaise. Al este de París, en su distrito XX, se encuentra uno de los cuatro antiguos cementerios que se construyeron a las afueras de la ciudad en el siglo XIX para dar una noble y decente sepultura a los difuntos, sobre todo a las grandes personalidades de la aristocracia. El cementerio rinde homenaje al que fue confesor de Luis XIV, François d'Aix de La Chaise. Pero hoy no es solo un panteón colmado de tumbas, vegetación y gatos callejeros. Es de hecho un parque donde muchos parisinos acuden a dar un paseo. Al principio una caminata por un cementerio se me hizo muy poco interesante. Pero la elegancia de las tumbas (más bien mausoleos) allí levantadas nos habla de cuántos ciudadanos ilustres han pasado por París. Entre las personalidades fallecidas con las que podemos toparnos resaltan Oscar Wilde, Jim Morrison o Frédéric Chopin. Aunque la mayoría no sean personas que nosotros conocemos es reconfortante acercarse a cada lápida y leer el epitafio que nos hará descubrir de quién se trataba. Un antiguo alcalde, la esposa de un famoso novelista, una reconocida bailarina de Montmartre o un aclamado pintor de la Belle Époque. Musée d’Orsay. Bien, este sí que un cliché y hay que aceptarlo. Pero todavía menos cliché que el Museo de Louvre. Como segundo museo más visitado de París, el Museo de Orsay es quizá la segunda colección de arte más interesante de Francia. Desde que nos aproximamos a su exquisito edificio que solía albergar a la estación de trenes de Orsay justo en a la orilla sur del río Sena, el museo nos seduce con un rinoceronte de bronce que nos invita a descubrir el arte vanguardista. Si el Museo del Louvre resguarda las obras de la Antigüedad, Edad Media y Edad Moderna, el Museo de Orsay nos acerca al arte de vanguardias surgidas desde la mitad del siglo XIX hasta principios del XX, antes de comenzada la Primera Guerra Mundial. Durante este corto período el arte se revolucionó en Francia y en Europa, con artistas que deformaron la realidad visual para expresar de diferentes formas lo que hay dentro de cada elemento que nos rodea. Desde el realismo de Gustave Courbet, con su obra cumbre El origen del mundo hasta la simplicidad de los animales de François Pompon, como su célebre Oso Blanco, expuesto en una de las salas al fondo. El museo no solo nos deja admirar la belleza que los parisinos se esmeraban por crear en cada nueva estación de tren, sino una hermosa pinacoteca que expone con orgullo a los más aclamados artistas franceses de la Época Bella. Para los amantes del impresionismo, el Museo de Orsay resulta tener la mayor colección de obras impresionistas y postimpresionistas del mundo. Así, sus muros deleitan a los visitantes con obras maestras de figuras como Claude Monet, con sus Campos de Tulipanes de Holanda o las Catedrales de Rouen. Eugène Delacroix, Édouard Manet, Camille Pissarro, Pierre-Auguste Renoir, Gustave Caillebotte. Aunque uno de los más famosos, no nacido en Francia sino en Holanda, es Vincent van Gogh. Si bien la mayoría de su obra se encuentra resguardada en el Museo Van Gogh en Ámsterdam, el Museo de Orsay es un buen aproximamiento al pintor, con varios de sus cuadros postimpresionistas, incluyendo uno de sus más famosos autorretratos. En las salas de sus últimos pisos el museo expone también algunas piezas comunes durante el apogeo del Art Déco y el Art Nouveau en París, que influyeron en la arquitectura de un sinfín de edificios en el mundo entero. Lo mejor del museo no es solamente la increíble colección de la que nos deja ser testigos, sino también las maravillosas vistas que se tienen desde su planta alta, donde podemos tomar un café y comprar libros en su boutique. Desde la Plaza de la Concordia hasta la colina de Montmartre, París siempre tendrá un bello paisaje que ofrecer desde las alturas. Les Invalides. Es un edificio al que todos los turistas ponen atención. Es imposible no verlo al cruzar el río Sena desde la Concordia, los Campos Elíseos y al atravesar el Puente de Alejandro III. Pero cuando no tenemos tiempo más que para correr y subir a la Torre Eiffel para una foto este palacio suele pasar desapercibido. El nombre es muy curioso. “Les Invalides” se traduce así mismo, “Los Inválidos”. Se trata de un antiguo palacio construido en el siglo XVII destinado a ser la residencia real de soldados y militares franceses en el retiro. De ahí su nombre, era la casa de héroes de guerra inválidos. Hoy sin embargo ya no aloja a soldados heridos y sumidos en la depresión postguerra. Hoy el palacio alberga al Museo del Ejército. Si bien suele ser poco atractivo para muchos, la guerra ha sido un elemento presente en la historia de todas las naciones del mundo (así de lamentable). Francia es y ha sido una potencia militar por siglos y no duda en exponer sus más grandes proezas y armamentos militares. Las colecciones originales del museo nos llevan desde el nacimiento de la nación, en la Edad Media. Espadas, ballestas, arcos y armaduras de hierro que sirvieron para defender al Reino de los francos durante décadas, como las épicas batallas de Juana de Arco contra los ingleses. La cantidad de guerras que ha sufrido Francia es infinita, como muchos de los países europeos, teniendo roces con Inglaterra, Prusia, España, Italia… La línea cronológica es un buen método para conocer un poco más de la historia bélica del país y de Europa. En las salas se muestra la evolución de las tácticas de guerra y de las armas conforme la tecnología avanzaba. En sus últimos salones se habla de las guerras más recientes, la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Con uniformes y armas originales se cuenta lo vivido durante la ocupación nazi y la resistencia que Francia ejerció durante los años cuarenta (que en mi opinión no fue mucha). Se exponen los carteles originales que se ocupaban para reclutar soldados en varias partes del mundo para ayudar a sus nacionales en los tiempos más difíciles. Pero Les Invalides no es famoso solo por el Museo del Ejército. Más bien genera una especie de curiosidad en muchos porque en su bóveda sur yacen los restos de Napoleón Bonaparte. El emperador francés pasó sus últimos días en la remota isla de Santa Elena. Pero el rey Luis Felipe I de Francia hizo que sus restos fueran trasladados a París en 1840, año desde el cual se depositaron en el palacio. Hoy su tumba es visitada por miles de turistas ansiosos por presenciar la leyenda militar francesa. Le Petit Palais. Sea desde la pasarela del río Sena o la famosa avenida de los Campos Elíseos, hay dos edificios que ningún peatón o conductor puede pasar por alto. El Grand y el Petit Palais, o en español, el Gran y el Pequeño Palacio. Son dos palacios hermanos que fueron alzados durante la exposición universal de París en 1900 como otra muestra del poder de la ciudad en el planeta. ¿Qué podemos hacer en el Petit Palais? Es otro pequeño pero interesante museo, perfecto para un aburrido domingo en la metrópoli. O si estamos de paso por el barrio y está lloviendo fuera nada mejor para resguardarnos de las nubes que dentro de esta exquisita mansión. El palacio está construido alrededor de un patio central ideal para un café y una tarde relajada con un libro en la mano. El museo nos ofrece una colección de pinturas y objetos de la Edad Media y el Renacimiento. Aunque quizá sea más interesante la colección de pinturas de maestros como Delacroix y Courbet, bastante bien reconocidos en París. En varias de sus salas se exponen también mobiliarios originales y recreaciones del siglo XVIII que nos dan una idea de cómo lucía la aristocracia francesa hace 300 años. Parc des Buttes-Chaumont. París cuenta con muchos parques y jardines que la dotan de una buena cantidad de hectáreas verdes para el escape de la loca capital. Todos tienen su encanto, y la mayoría están rodeados por cafeterías y brasseries donde podemos tomarnos una cerveza. Aunque lo mejor es llevar nuestra propia comida y bebidas para hacer un picnic (beber alcohol en los parques no suele estar prohibido en Francia, y podemos comprar un vino en el supermercado por dos euros). Si como yo se encuentran cerca de la Gare du Nord, en el norte o noreste de la ciudad, una excelente opción es visitar el Parc des Buttes-Chaumont. Es uno de los jardines públicos más grandes de París, creado en el siglo XIX por Napoleón III, quien aprovechó las antiguas canteras de piedra y yeso en la zona. Como muchos de los jardines, este parque posee un lago interior en su centro, donde decenas de aves buscan comida con los visitantes. ¿Qué lo hace especial? Que en medio del lago se alza una colina de piedra de unos 30 metros con puentes y una pequeña cascada, escenario de algunas sesiones de fotos parisinas. Es posible subir a la punta para tomar un descanso bajo el pequeño kiosco en lo alto, llamado el Templo de la Sibila. Y desde allí se tiene una maravillosa vista de la colina de Montmartre en el oeste, con la Basílica de Sacré Coeur que la domina como en todas las postales. Sin duda la mejor parte de visitar este cautivador jardín. La Défense. A pesar de ser una enorme capital mundial, París no cuenta con un skyline gigante y particular que la distinga ante metrópolis como Nueva York, Tokyo o Londres, con sus conjuntos de modernos edificios. Pero París lo ha hecho bien. Su gobierno local ha sabido conservar la arquitectura típica haussmanniana (esos edificios con tejados azules) desde la renovación de la ciudad durante el Segundo Imperio en el siglo XIX con Napoleón III. De esta forma, casi toda la ciudad dentro de su anillo periférico conserva ese aire antiguo que logra transportar a sus habitantes y turistas a una Belle Époque contemporánea. Pero para los amantes de lo moderno París también sabe defenderse. Y se defiende con La Défense. La capital francesa es también un importante centro de negocios. Y como debe ser, posee su propio centro financiero que forma quizá el único skyline de la metrópoli. La Défense está estructurada en torno a su explanada central, donde se yergue un enorme arco, el Arco de La Défense. Algo curioso es que este arco está perfectamente alineado con el Arco del Triunfo en la avenida de los Campos Elíseos y con el Arco del Triunfo del Carrusel en el Jardín de las Tullerías, frente al Museo del Louvre. De esta manera forman una línea recta que puede ser vista desde cualquiera de las tres monumentales estructuras y desde puntos céntricos como la Plaza de la Concordia. Los edificios alrededor del arco albergan a una multitud de empresas internacionales y son el conjunto de oficinas más grande de Europa. El paisaje urbano es maravilloso, aunque poco se puede hacer allí. No hay tiendas, centros comerciales, bares ni discotecas. Pero sentarse a las orillas del río Sena para admirar su grandeza o contemplar una puesta de sol tras los gigantes de cristal y concreto es otra vista que no muchos se esperan de París. Cabe decir que La Défense está oficialmente fuera de París. Está ubicada en los suburbios, por tanto en la zona 2 según el sistema de transporte urbano. Por ello nos costará más caro que un ticket normal de metro si tomamos el RER. Pero llegar directamente a la estación de Gran Arche de La Défense no es quizá la manera de tener la mejor vista. Más bien la conseguiremos caminando por toda la avenida de la Grande Armée desde el Arco del Triunfo o tomando el metro hasta la estación Pont de Neuilly. Musée Carnavalet. París tiene cientos de museos, es verdad. Y cada uno es un universo. Pero solo existe un museo dedicado a contar la historia de la misma ciudad. El edificio que hoy alberga al Museo Carnavalet solía ser un hotel que llevaba el mismo nombre. Está ubicado en pleno centro de la ciudad, en el barrio del Marais. No solo podremos deleitarnos con su bella arquitectura y sus simétricos y perfectamente cuidados jardines. El museo nos transportará en el tiempo desde la fundación de la ciudad en la Edad Media hasta los instrumentos más recientemente conservados. Si alguna vez hemos soñado con vivir esos años en los que todo se anunciaba con lápiz y papel, se transportaba a caballo, se comía en vajilla de porcelana, se buscaba el pan caliente a diario con el panadero, se enviaban telégrafos y se acudía a los cabarets de Monmartre, este museo es lo que necesitamos. Con procedencia cien por ciento original, el Museo Carnavalet ha logrado recaudar piezas de muchas de las épocas parisinas. Letreros de la primera línea del metro en 1900, anuncios de una obra de can can, adornos de una casa desaparecida, ropa de las aristócratas que se paseaban por las Tullerías los domingos, una taza de té en la que bebió un Barón, la puerta de entrada a una taberna de los suburbios. Con mapas, maquetas y recreaciones es la oportunidad de acercarnos aún más a lo que ha sido y es hoy día París. Place des Vosges y la casa de Víctor Hugo. En el mismo barrio de Le Marais (con una vasta presencia de judíos y hoy también barrio gay) se encuentra la plaza más antigua de París, donde hoy los locales y turistas toman el sol cuando el clima lo hace posible. Fue pionera en el diseño de plazas reales en toda Europa, aunque su residencia real no dio cabida a los reyes por muchos años. Pero dio alojo a muchos aristócratas de la época. Entre los más reconocidos y admirados por el mundo entero se encuentra Víctor Hugo, autor romántico que se ha convertido en un símbolo de la literatura francesa. En un apartamento en una de las esquinas de la plaza cuadrangular Víctor Hugo vivió sus años antes de autoexiliarse en Bruselas, debido a su participación en la política de la cambiante Francia del siglo XIX. En ese acogedor piso escribió algunos de sus poemas y obras que pasarían a la posteridad de la nación francesa. Incluso con un salón chino y la cama donde falleció, su modo de vida puede inspirar a muchos amantes de la literatura que, como a mí, Víctor Hugo ha atrapado hasta el último renglón. Jardines de Luxemburgo. Como una especie de jardín real para el Senado de Francia, los jardines de Luxemburgo son quizá el parque público más famoso de París. Eso quiere decir que siempre habrá mucha gente. Pero es difícil encontrar una atracción turística sin mucha gente. No obstante, vale la pena transportarnos hasta la parte sur del Sena (no muy lejos de la Catedral de Notre Dame) para perdernos por sus senderos y comer un helado frente al fascinante Palacio de Luxemburgo. Es un destino perfecto para familias, con actividades, juegos y renta de ponis para los pequeños. Una de las curiosidades que debe ser visitada es la Estatua de la Libertad original. Eso mismo. La famosa Estatua de la Libertad que recibió a millones de migrantes en la desembocadura del Río Hudson y que hoy sigue siendo símbolo de Nueva York y de los Estados Unidos fue un regalo de Francia. Fue diseñada y creada en París por el escultor Frédéric Auguste Bartholdi. Y antes de llevar a cabo el enorme proyecto que dotaría de identidad a los estadounidenses, Bartholdi elaboró este modelo a escala que más tarde regalaría a la ciudad de París, y que hoy es expuesto en los jardines de Luxemburgo como una memoria de la dama más famosa de América. El Panteón. La increíble e imponente iglesia de Saint Étienne du Mont en el corazón del Barrio Latino de París ha atravesado por muchas controversias, pasando de ser repetidas veces un centro de culto católico a un centro de culto para los ciudadanos ilustres. Pero esta última función concluiría su cometido con el entierro de Víctor Hugo en su cripta en el año 1885. Así, visitar el Panteón de París significa visitar los restos de las personas que más han marcado la historia de Francia (en el mejor sentido). Sus catacumbas reciben a los visitantes con el encare de los dos filósofos ilustrados más relevantes y eternos rivales: Jean-Jacques Rousseau y Voltaire, cuyas ideas opuestas legaron una revolución en Europa y el mundo entero. Otros de los personajes célebres en sus tumbas son Marie Curie (premio Nobel de Física y Química), Émile Zola (padre del naturalismo) y Louis Braille (creador del sistema Braille de escritura y lectura para débiles visuales). Otra de las atracciones del Panteón es el Péndulo de Foucault, un experimento que desde 1851 demostró la rotación de la Tierra al haber sido colocado desde lo alto de la cúpula hasta casi tocar el suelo. París es la Ciudad de las Luces. Y no por ser la mejor iluminada, sino por la cantidad de personas ilustres que por ella han pasado. Sus rincones e historias son simplemente infinitos, y ningún artículo podrá nunca abarcarlos todos. Pero algo es seguro: siempre querremos volver a ella.
  3. Como dije antes, México tiene todo tipo de atracciones para ofrecer a todo tipo de público, desde el más conformista hasta el más exigente. El Paseo de la Reforma es una de las principales avenidas de la ciudad, y a lo largo de su sendero hay paradas obligadas para cualquier visitante. Lo primero a tomar en cuenta es que quizá el itinerario que les daré no se puede realizar en un sólo día; así que si cuentan con tiempo de sobra podrán tomarse las jornadas necesarias, como yo lo he hecho. El Paseo de la Reforma atraviesa la ciudad desde el oeste hacia el norte. A pesar de ser una avenida muy larga, lo más interesante se concentra entre la primera sección del Bosque de Chapultepec y la estación del metro Hidalgo, que es exactamente la ruta que explicaré en este relato. México presume ser la ciudad con más museos en todo el mundo. Existen alrededor de 132, según algunas revistas capitalinas. Entre todos, existen algunos que, por ende, son imperdibles: La lista suele ser encabezada por el Museo de la Casa Azul de Frida Kahlo (la pintora mexicana más famosa), el Museo Soumaya de Carlos Slim (el hombre más rico del mundo) y los Museos de Arte Contemporáneo de la UNAM y el Rufino Tamayo. Pero el mejor, desde mi punto de vista, es el Museo Nacional de Antropología e Historia, y es precisamente donde recomiendo iniciar este recorrido. El museo del INAH se sitúa en el lado norte de la primera sección del Bosque de Chapultepec, del otro lado del Paseo de la Reforma. Para llegar, se puede arribar a la estación de metro Chapultepec o a la Auditorio. Este enorme complejo recopila piezas originales y réplicas de la historia prehispánica de México. Es decir, explica con bolitas y palitos todo acerca de México antes de la llegada de los conquistadores españoles. Si bien, México es el país más diverso en Mesoamérica, en cuanto a culturas prehispánicas se refiere, es muy difícil conocerlo todo. Se necesitaría recorrer el país de norte a sur para admirar cada una de sus maravillas. Pues bien, este museo es la oportunidad perfecta de hacerlo sin moverse de la capital. En su interior se halla la colección más grande de piezas prehispánicas del país, divididas por salas de acuerdo a la época y a la civilización (sala olmeca, sala maya, sala azteca...) catalogadas por su ubicación geográfica. Algunas de las atracciones más valoradas son las cabezas olmecas (civilización oriunda de Veracruz ), la recreación de la ciudadela de Teotihuacán, las miniaturas de la antigua Tenochtitlán y la piedra original del calendario Azteca (que en realidad era una piedra de sacrificios). El tiempo aproximado para visitar todo el museo es de 4 horas, aunque hay a quienes no les interesa mucho aprender la historia y lo recorren sin leer nada; en cuyo caso, podrían hacerlo en 2 horas. Todo de depende de los gustos de cada uno. Los domingos la entrada es gratis, pero les advierto, habrá mucha, MUCHA GENTE. Una vez que hicieron checked en el museo, pueden cruzar la avenida Reforma y adentrarse en el famoso Bosque de Chapultepec, el Central Park de la ciudad de México. Este parque gigantesco es el sitio perfecto para alejarse un poco del bullicio y la agitada vida urbana. Aquí se puede encontrar un jardín botánico, una feria de juegos mecánicos, museos de arte moderno y tecnología para niños, dos lagos para navegar en barcas pequeñas y un zoológico de entrada gratuita. Pero la atracción más visitada del bosque es el Castillo de Chapultepec, el único castillo real de toda América. Éste fue construido en el siglo XVIII por el virrey español Bernardo de Gálvez y Madrid, como casa de recreo. No obstante, su uso más conocido fue la academia militar fundada en 1841 y cuando pasó a ser la residencia del Emperador Maximiliano I de México. Actualmente, aloja al Museo Nacional de Historia. El castillo se erige en la cima del cerro Chapulín (palabra náhuatl que significa saltamonte, insectos que, por cierto, son un manjar delicioso ). Para llegar a él se puede caminar o subir en un pequeño tren, pagando una modesta cantidad. Desde la colina se tienen vistas preciosas de la zona oeste de la ciudad, apreciándose en su mayoría los centros financieros. Cuando se desciende, la salida del bosque da directo al inicio del Paseo de la Reforma en su zona más transitada. De hecho, esta avenida fue construida originalmente para conectar la residencia del virrey con el centro de la ciudad. Desde ahí, se puede caminar (o andar en bicicleta) a lo largo de aproximadamente 4 km en uno de los recorridos más conocidos de la ciudad. Éste va desde la Estela de Luz hasta el Monumento a la Revolución. Reforma es famosa por alojar las sedes de grandes empresas en el país, como bancos, hoteles y la Lotería Nacional. Por ello, uno se puede topar con edificios ultramodernos que pintan un paisaje mágico, que vale la pena observar de día y de noche. Además, es uno de los centros de la ciudad verde, desde donde se intenta reducir la contaminación. De este modo, la avenida cuenta con renta de eco-bicis, transporte público de cero emisiones y botes de basura por todos lados (créanme, en México a veces es difícil encontrar un bote de basura). Las glorietas o rotondas que dibujan los nodos de las calles son casa de algunos monumentos icónicos a nivel mundial, como la fuente de la Diana Cazadora y la Columna del Ángel de la Independencia, lugar donde se convoca a las celebraciones masivas cuando México tiene un logro, sobre todo en el ámbito deportivo. También vale la pena desviarse a algunos costados de la avenida Reforma, sobre todo en la Zona Rosa, siendo las mejores opciones tomar la calle Amberes o la calle Génova. No hay que pensar que por ser la zona gay es exclusiva para homosexuales y lesbianas. De hecho, muchos de los sitios más famosos en la vida nocturna de la ciudad se encuentran aquí, y vale la pena visitarlos si se busca pasar un buen rato Siguiendo hacia el norte, en la acera derecha, se encuentra la plaza comercial Reforma 222, aunque debo advertir que el lujo y los precios caros abundan por doquier. Después de cruzar la intersección con Insurgentes (la avenida más larga de México, y que también aloja una excelente vida nocturna) y la estatua de Cuauhtémoc, debemos desviarnos en la siguiente rotonda, en la calle Ramírez, en dirección norte. Así, llegamos al último punto del recorrido, el Monumento a la Revolución. Aquí, surge una gran explanada que es utilizada por los skates y patinadores para aprovechar el asfalto liso. Desde la cima del monumento también se tienen vistas muy chulas de toda la ciudad, aunque desconozco el precio de ingreso. Este es punto de reunión para familias, adolescentes, niños que juegan con las fuentes de luces, y turistas que, como yo, comienzan o terminan una caminata imprescindible en la ciudad Desde aquí se puede volver fácil al centro histórico, caminando sólo algunos metros después de la estación de metro Hidalgo. Si quieren inspirarse un poco más sobre este recorrido no olviden mirar algunas de las fotos del álbum.
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